14

Me lancé contra Daisy y la agarré del pelo para apartar su cabeza del cuello de Bobby y evitar que le hincara los dientes. Me trajo sin cuidado que se echara a gritar cuando la levanté por los aires. Antes de ocuparme de ella, sin embargo, quise asegurarme de que Bobby estaba sano y salvo.

—¡Para! ¡Alice! ¡Tranquila! —chilló Jack. Se acercó corriendo para quitarme a Daisy, y la solté. La niña pegó la cara a su hombro, lloriqueando, y él la abrazó.

Me quedé en estado de shock viendo cómo le acariciaba la espalda para consolarla. Milo ayudó a Bobby a incorporarse y vi que no tenía ni un rasguño. Al margen del terrible susto, Daisy no le había hecho nada.

—¿Va todo bien? —preguntó Mae desde otro cuarto.

—Sí, todo va bien —le dijo Peter, y levanté la vista, percatándome entonces de su presencia. Se había mantenido a un lado y observaba a Jack y a Daisy para asegurarse de que no había problemas—. ¿Cómo está la niña?

—Bien —dijo Jack, acariciándole el pelo a Daisy. Ladeó la cabeza para intentar verle la cara—. Estás bien, ¿verdad, Daisy? —La niña asintió, sorbiendo por la nariz.

—A ver, ahora en serio. ¿Qué demonios pasa aquí? —pregunté boquiabierta, mirándolos a todos.

—¿A qué te refieres? —preguntó Jack, apartando la vista de Daisy para mirarme a mí—. Ha llegado Peter. —Movió el pulgar hacia atrás, en dirección a Peter, que me miró de reojo—. Mae y Ezra están hablando aquí al lado. No queremos molestarlos.

—¡¿Ha estado a punto de matar a Bobby y la consuelas?! —Señalé a Daisy, que se había acurrucado más contra Jack al oír mis gritos—. ¡Estabas tan en contra de ella como yo!

—Alice, esta niña oye —dijo Jack, lanzándome una mirada furibunda.

—No estaba atacando a Bobby —explicó Peter, disculpándose casi—. Simplemente estaba excitada y… la has asustado.

—¿Que yo la he asustado? —espeté.

—El vuelo ha sido muy largo —dijo Peter, acercándose a Jack—. ¿Por qué no me dejas que la acueste?

Jack se la pasó a Peter con cuidado. Ni se lanzaron miradas furiosas ni dieron muestras de animosidad. Jack se limitó a entregarle a la niña y, acunándola, Peter se la llevó arriba.

—¿Qué demonios es esto, Jack? —pregunté—. Estoy fuera con Bobby y al llegar es como si hubiésemos entrado en la Dimensión desconocida.

—¿Y dónde estabais, por cierto? —preguntó Milo. Había pasado un brazo protector en torno a la cintura de Bobby y le había lanzado a Daisy una mirada de advertencia, un comportamiento que me invitaba a sentirme algo mejor.

—Alice ha venido a recogerme a la escuela. —Bobby realizó movimientos rotatorios con el cuello—. Me he lesionado el cuello cuando Daisy me ha tumbado. Creo que subiré también a acostarme.

—Odio a esa niña —refunfuñó Milo, llevándose a Bobby de la mano.

—¿Qué pasa? —Me crucé de brazos y miré fijamente a Jack—. ¿Llevan aquí una hora y ya te llevas como uña y carne con Peter y con ese engendro del demonio?

—Pensé que te alegraría que me llevara bien con Peter —murmuró Jack—. Y la niña no es ningún engendro del demonio. No es más que una chiquilla, Alice.

—¡Pues no sabes de lo que es capaz!

—¡Sí que lo sé! ¡Mejor que tú! Llevo más tiempo que tú como vampiro, no sé si lo recuerdas. —Movió la cabeza de un lado a otro y se encaminó a la cocina—. Sé bastantes cosas. Lo que no sé es por qué me tomas siempre por un imbécil.

—No te tomo por un imbécil —dije, corriendo tras él—. Sólo quiero saber qué pasa. ¿Cómo es que de repente te has puesto a favor de los niños vampiro cuando antes estabas en contra?

—No estoy a favor de nada. Mae cometió una estupidez. —Jack se apoyó en la isla de la cocina y bajó la voz para que ni Mae ni Ezra pudieran oírlo—. Pero Daisy no tiene la culpa de lo que pasa. No es más que una niña incapaz de controlar sus actos. Y no quiero decir con esto que debiéramos dejarle hacer lo que le venga en gana sin impedírselo. Simplemente imagino que tiene que existir una alternativa mejor a tratarla como si fuera un monstruo.

—Yo no la trato como si fuera un monstruo. Pero no me gusta que ataque a mis amigos ni que me ataque a mí —dije—. Te importa más su seguridad que la de Bobby.

—¡No estaba atacando a Bobby! —Puso los ojos en blanco—. Estaba correteando por aquí y jugando con Matilda y conmigo cuando os ha oído llegar y se ha excitado en exceso. Le gusta Bobby, ¿entendido? Me imagino que lo encuentra gracioso, o algo así.

—¿Dónde está la perra? —le pregunté.

—Está fuera —dijo Jack, indicando las puertas de acceso al jardín.

—¿Te ha contado Peter que mata animales? —le pregunté—. Mató un marsupial e intentó beberse su sangre.

—La sangre de animal no se bebe —dijo Jack, restándole importancia.

—Ya sé que no se bebe, pero aun así, ella lo intentó. —Apoyé los codos en la isla y me incliné hacia él—. Sé que no es mala, pero es muy, pero que muy peligrosa, Jack.

—Hablas como Ezra. —Suspiró y se alejó de mi lado.

—¡Ezra sabe muchas cosas! No lo dice porque sea mala persona. —Me enderecé mientras Jack empezaba a deambular por la cocina—. ¿Cómo es que de repente te has convertido en admirador suyo?

—Estaba jugando a las muñecas, como cualquier niña. —Se encogió de hombros y se rascó la nuca—. Y se la ve tan pequeña e impotente. No sé… —Movió la cabeza—. En realidad tampoco es que sienta una vinculación especial con ella. Simplemente estaba asustada, y no quería verla así.

—No te encariñes con ella, Jack. No puede quedarse aquí.

—Lo sé. —Se acercó, con los ojos azules tristes y la mirada remota. Me apartó el pelo de la cara y se me quedó mirando—. ¿Crees que estamos bien?

—Sí, estamos bien —dije, sonriéndole.

—Estupendo. —Me abrazó y me recosté en él, apoyando la cabeza contra su pecho—. Estás convirtiéndote en una pieza de mucho cuidado.

—¿A qué te refieres?

—A cómo has apartado a Daisy de Bobby. Empiezas a ser fuerte de verdad. —Sonrió—. Ya no necesitas mi protección.

—Tal vez no. Pero a ti siempre te necesitaré. —Sonreí también y lo atraje más hacia mí—. En otros sentidos.

Ezra había estado hablando con Mae en su antigua habitación, pero apareció solo. Entró en la cocina y se detuvo, pero no nos miró ni a Jack ni a mí. Respiraba con dificultad y abría y cerraba los puños.

—¿Va todo bien? —le pregunté, separándome de Jack.

—Necesitan un lugar donde instalarse —dijo Ezra, sin levantar la vista—. Pero aquí no pueden quedarse. No tenemos ni habitación ni… —Movió la cabeza de un lado a otro.

—¿Dónde se instalarán? —preguntó Jack.

—No lo sé. Tengo que… —Ezra tragó saliva—. Tengo que irme. Encargaos de que no haya problemas en casa.

—¿Y? —dije, pero Ezra no quería seguir hablando. Entró en el garaje y se marchó con la intención de hacer algo que, con un poco de suerte, solventara la situación. Miré a Jack—. ¿Has hablado con Mae?

—La verdad es que no. —Negó con la cabeza—. Desde que ha llegado ha estado hablando con Ezra. Además… —Se encogió de hombros—. No tengo mucho que decirle.

—No puedes seguir enfadado con ella. —Me aparté de Jack, él hizo un gesto de indiferencia y se acercó a la puerta acristalada que daba acceso al jardín, donde Matilda se había puesto a ladrar.

—No lo estoy. —Jack abrió la puerta y Matilda entró, sacudiéndose la nieve del pelaje. Jack mantuvo la puerta abierta, dejando que el aire gélido penetrara en la casa. Se recostó en el marco y empezó a juguetear con el pomo.

—Entonces ¿no piensas hablar con ella? —le pregunté.

—No, no tengo intención de evitarla, pero… —Miró al exterior y se encogió de nuevo de hombros—. No estoy enfadado por lo que sucedió. He superado lo de que estuviera a punto de matarme. Es sólo lo de las mentiras y lo de andarse con evasivas… Pero ni siquiera estoy enfadado por eso. —Suspiró, como si no encontrara la forma de decir lo que pretendía decir—. Lo que sucede es que Mae no es quien yo creía que era.

—Vamos, Jack. Es la misma persona de siempre. No quiere que nadie se sienta dolido. —Me acerqué a él y acaricié a Matilda, que vino corriendo hacia mí.

—Sí, lo sé, y tampoco lo quiero yo. Pero eso no significa que pueda mentir y hacer lo que me venga en gana. —Me miró, muy serio—. Siempre pensé que Mae pondría a cualquiera por delante de sus propios intereses, pero se ha mostrado muy egoísta con respecto a temas importantes. No lo digo sólo porque me haya mentido, sino también por lo que le ha hecho a Daisy, y a Ezra. —Movió la cabeza de un lado a otro—. Lo que le ha hecho a Daisy es imperdonable.

—¿De verdad piensas eso? —le pregunté con cautela.

—Sí. Pero por suerte para Mae, no soy yo quien tiene que perdonarla esta vez —dijo. Matilda se abalanzó sobre él y Jack le rascó la cabeza—. En cuanto Daisy sea lo bastante mayor como para darse cuenta de lo que le hizo Mae… —Emitió un largo silbido.

—¿Dónde está Mae? —le pregunté.

—Creo que sigue en la habitación de Ezra. ¿Por qué? ¿Quieres hablar con ella?

—Sí, quiero ver qué opina de todo esto y qué piensa hacer, ya que nadie tiene ni idea.

—De acuerdo. —Asintió una sola vez, pero no conseguí captar qué pensaba. Últimamente, sus emociones eran turbias, como si intentara enterrarlas en lo más hondo de su ser para que yo no lograra captarlas—. Estaré fuera con Matilda. —Salió, y la perra, a pesar de que acababa de entrar, le siguió, pisándole casi los talones.

Me dirigí a la habitación de Ezra con la sensación de que me acercaba sigilosamente a una desconocida. Acababa de estar con Mae hacía escasas semanas, pero la visita no había sido muy amigable. Habían pasado meses desde que se fuera de casa y me resultaba extraño oír su voz, canturreando para sí.

La puerta del dormitorio estaba entreabierta, pero la abrí un poco más y asomé la cabeza. Mae había hecho la cama y estaba ahuecando los cojines y limpiándolo todo. No es que Ezra fuera desordenado, pero desde que se había ido Mae se había abandonado mucho. Cuando Mae limpiaba, siempre lo hacía cantando, y esta vez había elegido un blues lento de Etta James.

—Sé que estás observándome desde ahí fuera —dijo Mae sin mirarme. Dobló unos pantalones de Ezra que estaban arrugados en una silla y los dejó sobre la cama.

—Perdón —murmuré, y empujé la puerta para abrirla del todo.

—No es necesario que te escondas de mí. No voy a morderte. —Recogió varias prendas más que estaban tiradas por el suelo y se puso a doblarlas con pulcritud—. Jamás me imaginé que Ezra pudiera llegar a ser tan desastre en mi ausencia. Y ya he visto que nadie se dedica a fregar los platos.

—Bobby es el único que come. Fregar los platos es responsabilidad suya —dije, refiriéndome a la montaña de platos que no dejaba de crecer en el fregadero de la cocina.

—Es un invitado, y cualquiera de vosotros es capaz de ordenar ese caos, independientemente de quién lo haya causado. —Acabó de doblar la ropa y pasó entonces a recoger los libros y periódicos que Ezra tenía repartidos por toda la habitación—. Sois adultos, y deberíais actuar como tales.

—Milo todavía no es un adulto —dije, corrigiéndola, y me apoyé en la pared.

—¿Cómo está tu hermano? —Mae apiló los libros, asegurándose de que los lomos quedaban bien alineados, y paró un instante—. No me ha hablado mucho, ni cuando estuvisteis en Australia ni desde que he llegado. Me da la impresión de que no quería que viniese, de que tal vez esté enfadado conmigo.

—Está bien —dije—. Pero… seamos francos, Mae, todos estamos un poco enfadados contigo.

—Hum… —Dejó los libros y devolvió un mechón de pelo a su lugar antes de deambular por la habitación dispuesta a arreglar otra cosa—. Nunca pretendí que me comprendierais, pero sí esperaba que me ayudaseis.

—Comprendemos el origen de todo. Lo entiendo perfectamente. —Me separé de la pared y avancé hacia ella, pero se situó de espaldas a mí para doblar una manta y dejarla sobre la silla.

—No, no lo entiendes. Ninguno de vosotros lo entiende. Simplemente creéis entenderlo.

—De acuerdo. Lo que tú digas. Nadie comprende tu dolor. ¡Porque es único! Nadie ha amado nunca tanto algo como para hacer cualquier cosa por salvarlo excepto tú, Mae. ¡Tienes acaparado por completo ese sentimiento!

—¡No me trates con condescendencia! —exclamó Mae, volviéndose bruscamente hacia mí y mirándome por vez primera—. ¡No he hecho nada para que me desprecies así! ¡He tomado una decisión que ni siquiera te afecta!

—¿Cómo puedes decir que no me afecta? ¡Tú y tu «decisión» estáis escondidas en mi casa, poniendo en peligro a mi familia y a mis amigos!

—Nos marcharemos en cuanto podamos…

—¡Eso también forma parte del problema, Mae! —grité, interrumpiéndola—. Nadie quería que te alejases de nuestra vida, pero nos abandonaste sin que hubiera otra solución. No puedes vivir aquí con nosotros. Lo que significa que nosotros tampoco podemos vivir contigo.

—Sabes muy bien que no quería abandonaros. —Ladeó la cabeza; sus ojos estaban llenos de lágrimas—. Os quiero mucho a todos y quería pasar el resto de mi vida con vosotros. Pero le he fallado mucho a mi familia. Tenía que salvarla.

—Pero ¿a qué coste, Mae?

—Lo sé. —Se secó los ojos y apartó la vista para alisar unas inexistentes arrugas en la colcha—. Sé muy bien lo que he hecho. Sé en qué se ha convertido la niña. —Tragó saliva y me miró a los ojos—. No la abandonaré. No puedo.

—Nadie está pidiéndote que lo hagas —dije por fin.

—Gracias. —Asintió y echó la ropa de Ezra en la cesta de la colada—. ¿Cómo está Ezra?

—Va mejor. —Me senté en la cama, aliviada de poder hablar de un tema más moderado—. Ahora está ayudándome con mis estudios.

—¿Ah, sí? No sabía que hubieras vuelto a la escuela —dijo Mae, sorprendida pero contenta por mí.

—Y no lo he hecho. Al menos por el momento, pero Ezra no quiere que sea tonta. O al menos no más tonta de lo que ya soy. —Me encogí de hombros—. Estoy planteándome volver a clase el curso que viene. Será más fácil que lo que Ezra me obliga a aprender.

—Pues eso está muy bien. Me alegro de ver que te aplicas. —Me sonrió y se sentó en la cama a mi lado—. Me preocupo por ti, cariño. Por ti y por Milo y por Jack. Os quiero mucho a todos.

—Lo sé. Nadie lo ha dudado en ningún momento —dije.

—Me alegro de oírlo. —Me retiró un mechón de pelo que me caía sobre la frente.

—¿Puedo preguntarte una cosa?

—Las que quieras. —Mae posó las manos sobre su regazo y enderezó la espalda.

—Antes de que transformaras a Daisy, tuviste una pelea importante con Ezra. —Bajé la vista y acaricié mis vaqueros distraídamente—. Dijiste una cosa. —Me retorcí incómoda, pensando en la mejor manera de decírselo—. Diste a entender que…, no sé. Que Ezra… que me trataba de una manera especial, o algo así.

—Oh, eso. —Suspiró y miró al frente—. Ezra te trata de un modo especial, tanto a ti como a Milo, de hecho. Pero también lo hago yo. Peter podría haberte matado, y me alegro de que no lo hiciera, pero… podrían hacerlo otros vampiros. O tal vez no. Contigo no lo sé.

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—Hay en ti algo… diferente. —Mae arrugó la frente—. Nunca he sabido qué era, pero siempre lo he notado. A los chicos les costó más reconocerlo porque ya tenían una conexión contigo. El vínculo de sangre que tienes con ellos hace que les sea más difícil ver ese algo diferente, aunque tendría que ser evidente.

—No entiendo nada —dije, negando con la cabeza.

—En general, todos los vampiros sienten una atracción hacia ti. —Se quedó mirándome—. Y eres más fuerte. Te has adaptado a ser vampira más rápidamente que nadie.

—La adaptación de Milo fue más rápida que la mía —dije.

—Lo que sólo sirve para corroborar mi argumento. Tanto Milo como tú tenéis algo distinto. —Mae me miró a los ojos, casi como si estuviera viéndome por primera vez.

—Y yo no me adapté tan rápido como dices. —Negué con la cabeza—. Me costó mucho controlar mis ansias de sangre.

—No tanto como a nosotros. ¿Te ha contado Ezra lo de cuando él se transformó en vampiro, lo de que los demás vampiros tenían que permanecer encadenados para que no se matasen entre ellos? —me preguntó Mae, y yo asentí—. Al principio todos éramos así. Como cuando Daisy… se desmadra.

—¿De verdad? —dije, sorprendida por lo que estaba sacando a la luz.

—La única diferencia entre Daisy y cualquier otro vampiro de reciente creación es que ella tiene hambre más a menudo. Pero se supone que todos los vampiros nuevos son así —dijo Mae—. Pero contigo y con Milo fue diferente. Jack, sin embargo… —Movió la cabeza en un gesto de preocupación—. En una ocasión, Ezra se vio obligado a atarlo para que no matara al cartero.

—¿En serio? —pregunté, enarcando una ceja.

—En serio. Tú te has adaptado mucho mejor que cualquier otro vampiro al que yo conozca.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué somos diferentes? —pregunté.

—No lo sé —admitió Mae con cansancio—. Y en un ataque de rabia, se lo eché en cara a Ezra. Quería que se pusiese de mi parte, pero ahora he entendido que no puede hacerlo y que nunca lo hará. Pero no te recrimino nada en absoluto. Eres especial, cariño. —Sonrió y me acarició la mejilla—. Y eso es bueno, no es en absoluto una cosa que haya que temer.

—Gracias, supongo.

—¿Qué tal está Daisy? —preguntó Mae, poniéndose en pie.

—Bien, creo. Peter la ha acostado.

—Estupendo. Necesitaba dormir una siesta después del vuelo. —Mae abrió su maleta—. Y yo necesito una ducha. Ese vuelo desde Australia es insoportable.

—Oh, claro. —Me levanté también—. Te dejo… tranquila.

—Lo siento —dijo con una tímida sonrisa—. Es mejor que me duche mientras Daisy está tranquila y durmiendo.

—Sí, me parece una buena idea —confirmé.

—Me ha gustado hablar contigo —dijo Mae mientras elegía la ropa que iba a ponerse.

—Sí. —Asentí otra vez y me acerqué a la puerta—. ¿Tienes idea de cuándo os iréis?

—Todavía no, pero será pronto. Seguramente en un par de días como mucho. —Me miró con tristeza—. Pero siempre serás bienvenida, dondequiera que acabemos.

—Gracias. —Le sonreí y cerré la puerta.

Echaba de menos a Mae, pero no me gustaba tenerla en casa. Su presencia provocaba tensión y una sensación de fragilidad, como si en cualquier momento todo pudiera venirse abajo.