13
—¿Y qué dijo Jack? —preguntó Bobby, y pisé el acelerador del Audi con más fuerza para seguir serpenteando entre el tráfico.
Bobby no estaba en absoluto nervioso, del mismo modo que yo, mientras aún era humana, no me ponía nerviosa cuando Jack me llevaba en coche. El novio de mi hermano vivía bajo la misma falacia que había vivido yo: que el hecho de ser inmortales nos convertía en infalibles. Lo que no significaba que lo fuéramos.
—No me apetece hablar sobre ese asunto —dije, desairando a Bobby.
No tenía ganas de repetir la larguísima conversación que había mantenido con Jack después de la pelea de la noche anterior. Habíamos hablado sobre muchísimos temas, sobre Jane, sobre Peter, incluso sobre el hecho de haberme convertido en vampira, y había resultado agotador. Lo peor de todo era que al final, después de tanto hablar, no estaba segura de sentirme mucho mejor respecto a nada.
—¿Tan bien fue? —dijo Bobby con ironía.
—Eso es.
—De modo que no le dijiste lo que pensábamos hacer hoy, ¿no es eso?
—Efectivamente. Ya tenemos bastantes problemas como para que encima se entere de que sigo decidida a descubrir quién mató a Jane —dije.
—¿Y por qué está tan preocupado?
—No tengo ni idea. —Hice un gesto de indiferencia—. No me tengo precisamente por una persona frágil.
—De todas maneras, ¿cómo matarías un vampiro? —Bobby se quedó mirándome después de pronunciar aquella pregunta.
—Veamos, en realidad no es que seamos lo que se dice inmortales —le expliqué, recordando lo que me había comentado Ezra—. Lo que nos convierte en vampiros es básicamente un virus que detiene la descomposición y fomenta la curación. Nuestros huesos son superiores a los de los humanos, pero eso no quiere decir que no puedan fracturarse. Al fin y al cabo, nuestro origen sigue siendo un cuerpo humano, y no podemos operar sin cerebro o sin corazón.
—Y todo eso tan tradicional de clavar la estaca en el corazón… ¿funciona? —preguntó Bobby, con cierto escepticismo.
—Seguro que sí, siempre y cuando consigas que un pedazo de madera nos atraviese las costillas… y dudo que eso sea lo que se dice sencillo —dije—. Eso sí, si consigues, de la manera que sea, pararnos el corazón, o cortarnos la cabeza, morimos.
—Es bueno saberlo —dijo Bobby.
Pisé el freno con fuerza y el coche derrapó hasta detenerse. Observé entonces el lujoso edificio de apartamentos que se alzaba ante nosotros y respiré hondo.
—Bueno, ya hemos llegado.
Un cielo encapotado había dejado el día oscuro y lóbrego, y el sol empezaba a ponerse. Las farolas parpadearon al encenderse justo en el momento en el que salíamos del coche. Miré el edificio que hacía tantos meses que no frecuentaba y experimenté una extraña sensación de nostalgia.
—¿Dónde vivía? —preguntó Bobby, situándose a mi lado.
—En el quinto. —Señalé hacia arriba, aunque desde aquel ángulo y a aquella distancia era imposible ver nada.
—¿Qué plan tenemos? —El viento era gélido y Bobby protegió sus manos hundiéndolas en los bolsillos de sus vaqueros.
—Supongo que lo primero será entrar. —Miré hacia la puerta principal del edificio.
Bobby me siguió hacia allí y el portero nos abrió. No lo reconocí, supongo que debido a que había transcurrido mucho tiempo desde mi última visita a casa de Jane. De hecho, había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que hiciera algo de verdad con Jane.
—¿A quién tengo el placer de anunciar al señor Kress? —El portero se colocó detrás del mostrador de la entrada para avisar por teléfono al padre de Jane. Tenía que recibir su aprobación antes de dejarnos pasar, y yo no estaba del todo segura de si el señor Kress aceptaría la visita.
—Hum… Alice Bonham. Soy amiga de Jane —dije.
—Entiendo. —El portero me miró un momento con extrañeza y marcó el número—. Señor Kress, está aquí una tal Alice Bonham. Dice que es… —Hizo una pausa. Por lo visto, el padre de Jane lo había interrumpido—. Muy bien, señor. —Colgó el teléfono y sonrió—. Suban. Está esperándola.
—Gracias. —Le ofrecí una débil sonrisa y me dirigí al ascensor.
—¿Estaba esperándote? —susurró Bobby, apresurándose para seguir mi paso.
—Por lo visto, sí. —Entré en el ascensor y respiré hondo, tratando de ocultar la sensación de náuseas que todo aquello me provocaba. Volver al apartamento de Jane. Ver a su padre.
—¿Y qué querrá decir eso? —preguntó Bobby—. ¿Le caes bien al padre de Jane?
—No estoy del todo segura. A decir verdad, ni siquiera sé si su propia hija le caía bien —dije.
—Entonces estoy seguro de que esto irá bien.
En el fondo esperaba que el padre de Jane no estuviera en casa. Y ese era en parte el motivo por el que había elegido aquella hora. Normalmente, el señor Kress trabajaba en su despacho hasta las tantas y me había imaginado que aún no habría regresado. Si había decidido ir a aquella hora era por llevar a cabo la escapada antes de que Jack se despertase y Milo volviera del instituto, pero evitar al señor Kress formaba también parte del plan.
En el funeral no había cruzado ni una palabra ni con él ni con la madrasta de Jane. La verdad era que Blythe, la madrastra de mi amiga, me caía muy bien. Por otro lado, nunca me había gustado cenar en casa de Jane, ni cuando éramos íntimas. La conversación en la mesa siempre era forzada y cursi. Y el padre de Jane resultaba amedrentador.
El ama de llaves abrió la puerta del apartamento antes de que me diera tiempo a llamar. No era la misma persona que recordaba y traté de calcular cuánto tiempo había transcurrido exactamente desde la última vez que había estado en casa de Jane.
El apartamento tenía el aspecto majestuoso de siempre. No es que fuera muy grande, pero sí era suntuoso. Todo parecía caro y lujoso, y recordé que de pequeña no me gustaba nada jugar allí porque me daba la impresión de estar en el interior de un museo. Tenía miedo de romper cualquier objeto y que el padre de Jane montara en cólera.
El ama de llaves nos invitó a pasar al recibidor y en seguida oí los tacones de Blythe pisando con fuerza el suelo de madera. Jane había «heredado» de su madrasta el amor por la moda. Su verdadera madre había muerto antes incluso de que Jane acudiera al parvulario y Blythe se había esforzado por criarla lo mejor que había sabido.
—Alice. —Blythe sonrió al verme, una sonrisa que, sin embargo, no iluminaba sus ojos. Se detuvo a cierta distancia de mí y se llevó las manos al vientre, casi como tuviera miedo de seguir avanzando.
—Hola, señora Kress —dije, sin saber muy bien cómo saludarla.
—Tienes un aspecto estupendo. —Retiró un mechón de pelo rubio que le caía en la cara y vi que ni siquiera el maquillaje lograba disimular sus ojos enrojecidos.
—Gracias. —Me ruboricé de vergüenza. Pese a que sabía que Blythe se refería simplemente a los cambios que había experimentado como consecuencia de mi transformación en vampira, no me gustaba tener tan buen aspecto. Tendría que estar hecha una piltrafa, no más guapa que nunca.
—Hacía mucho que no nos veíamos. —Su sonrisa fue cambiando hasta convertirse en una expresión afligida—. Te vi en el…, en el funeral de Jane, pero no te quedaste mucho tiempo.
—No, yo… —Vacilé hasta quedarme en silencio. No tenía excusa por haberme marchado con tanta premura, de modo que dejé la frase sin terminar.
—Seguro que tenías otras cosas que hacer —dijo Blythe, y bajé la vista.
—¡¿Qué pasa aquí?! —vociferó el señor Kress desde otra habitación, con voz rabiosa.
—Nathaniel, ¿por qué no sales para saludar a Alice? —Blythe me dio la espalda para responderle y empezó a juguetear con uno de sus pendientes de oro.
—No pretendo molestar —expliqué en seguida, levantando la mano—. Si están ocupados, no quiero importunarlos con mi presencia. Tan sólo me gustaría ver la habitación de Jane una vez más.
—¿La habitación de Jane? —El señor Kress apareció por el pasillo y se acercó a su esposa. Se había aflojado la corbata en torno a su generoso cuello y llevaba una copa de whisky en la mano, igual que la última vez que lo había visto en su casa—. ¿Y para qué?
—Me gustaría echar un vistazo. —Tragué saliva—. Estaba preguntándome si tal vez podría quedarme con alguna de las fotografías que tenía Jane de las dos.
—Coge lo que quieras —dijo el señor Kress, señalando con la mano en la que sujetaba la copa. El movimiento agitó la bebida—. Ahora ya no me sirve de nada.
—Nathaniel —dijo Blythe, reprendiéndolo sin alzar la voz. Tiró con más fuerza del pendiente.
—Es verdad. —Hizo caso omiso a su esposa y volcó su atención en Bobby, mirándolo fríamente con sus ojos gris acero—. ¿Y este quién es?
—Soy Bobby. Era amigo de Jane. —Bobby le tendió la mano al señor Kress para estrechársela, pero el señor Kress se limitó a mirarlo inexpresivamente y al final Bobby retiró la mano.
—No conocía a la mayor parte de los amigos de Jane —dijo el señor Kress, más para sí mismo que para nosotros—. Tampoco conocía mucho sobre su vida. Pero lo que sí sabía era dónde iba a acabar si no se andaba con cuidado, y Jane nunca fue con cuidado.
—Nathaniel. Por favor. —Blythe posó la mano en su brazo, pero él se la quitó de encima y ella se volvió hacia mí, con la sonrisa triste de antes—. Adelante, ve a su habitación, Alice. Puedes coger todo aquello que tenga un significado para ti. Estoy segura de que Jane se sentirá feliz de saber que lo tienes.
—¡Jane no se sentirá de ninguna manera, Blythe! —espetó el señor Kress, y tanto Bobby como yo nos encogimos de miedo—. ¡Está muerta! ¡Ya no siente nada!
—Ya sabes dónde está su habitación —me dijo Blythe. Bajó la vista y se hizo a un lado en el pasillo para cedernos el paso.
—Gracias —murmuré, pasando por su lado, lo más pegada posible a la pared.
Al oír los gritos del padre de Jane, me entraron ganas de echar a correr hasta su habitación y esconderme bajo la cama, como hacíamos cuando éramos niñas. Nos metíamos bajo su cama de princesa con un par de linternas y nos contábamos historias sobre lo que haríamos cuando fuéramos mayores y vinieran a rescatarnos príncipes y caballeros de brillante armadura. Pero Jane ya nunca sería mayor. Nadie había acudido en su rescate.
Entramos en la habitación y cerré la puerta para amortiguar los gritos de su padre. Blythe apenas hablaba, sólo articulaba débiles palabras de consuelo, pero apaciguarlo era imposible. Por una vez, sin embargo, no lo culpaba por ello. Acababa de perder a su única hija.
—No es lo que me esperaba de la habitación de Jane —dijo Bobby, contemplando las paredes pintadas en color rosa claro.
La cama que ocupaba el centro del dormitorio era su cama de princesa con dosel de toda la vida, sus columnas envueltas en guirnaldas de luces. Adosado a una pared había un tocador blanco, lleno de artículos de maquillaje. Sobre el escritorio, en una de las esquinas, había un ordenador portátil y varias fotografías enmarcadas, pero el resto de la decoración era la típica de una niña pequeña.
—Su madre decoró la habitación justo antes de morir y Jane nunca quiso cambiarla —dije, indicándole a Bobby la maltrecha lámpara que representaba una princesa que adornaba la mesita de noche. El boa de color rosa que solía ponerse a modo de flequillo cuando nos disfrazábamos estaba prácticamente destrozado.
—Ya lo veo. —Bobby se acercó a la mesita de noche y cogió una fotografía—. ¿No es esta Jane con Justin Timberlake?
—Sí, lo conoció después de un concierto hará cosa de un par de años. —Me acerqué al escritorio y acaricié una fotografía en la que aparecíamos las dos en el baile de primer año de bachillerato. Yo llevaba un peinado ridículo que me había hecho Jane.
—Qué pasada. —Bobby dejó la fotografía en su sitio y me miró—. Y bien…, ¿qué hacemos aquí?
—No lo sé. —Aparté la vista de las fotografías para examinar la habitación—. Se me ocurrió que tal vez aquí encontráramos alguna cosa.
—Pero ¿vivía Jane aquí antes de morir? —preguntó Bobby—. ¿Cuando abandonó la rehabilitación?
—Creo que sí. —Me mordí el interior de la mejilla, intentando recordar lo que había leído en internet. Podía ir a preguntárselo a sus padres, pero por los gritos del señor Kress, no parecía el mejor momento.
—¿Y por qué dejó la rehabilitación? Esa también sería una buena pregunta. ¿Verdad que la abandonó antes de tiempo? —dijo Bobby.
—Sí, así es —dije, asintiendo—. Pero no sé el motivo. La última vez que hablé con ella, me dijo que estaba trabajando en el tema y que iba muy bien. Tal vez recayó, o algo por el estilo.
—¿Cómo es posible recaer en algo como el mordisco de los vampiros? No es una cosa con la que se pueda traficar, por ejemplo.
—No tengo ni idea. Lo dejó mientras estábamos en Australia. No tendría que haberme ido. —Moví la cabeza de un lado a otro y me dirigí al vestidor. No era tan grande como el mío, pero contenía el doble de ropa. Abrí las puertas y casi me caen encima un montón de zapatos y faldas.
—¿Crees que si tú hubieras estado aquí ella no la habría dejado? —dijo Bobby. Lo miré de reojo y vi que había abierto el cajón de la mesita de noche y fisgoneaba en su interior.
—No lo sé. —Examiné con atención su ropa, pero había tantas prendas que era difícil revisarlas en su totalidad. Con un suspiro, me volví hacia Bobby—. Lo único que sé es que desconozco lo que le sucedió a Jane.
—Buenas noticias. —Bobby sacó un teléfono móvil del cajón del tocador—. Creo que tenemos su teléfono.
—Estupendo. —Corrí a cogérselo. Pulsé todas las teclas, lo toqueteé por todos lados, pero no pasó nada. La pantalla seguía negra—. ¿Qué le pasa? No se enciende.
—Piensa que lleva dentro de este cajón dos semanas como mínimo y es probable que se haya quedado sin batería —observó Bobby.
Eché un nuevo vistazo a la habitación y vi el cargador sobre el escritorio. Enchufé el teléfono y me senté en la silla. Cuando el cacharro se puso por fin en funcionamiento, tuve la sensación de que el corazón iba a saltarme del pecho. Bobby se situó a mis espaldas y miró por encima de mi hombro.
Tenía algunas llamadas perdidas, la mayoría de gente con la que solía salir de fiesta, pero había tres de un número desconocido. En el buzón de voz no tenía mensajes, de modo que pasé a los mensajes de texto. Había recibido un par de ellos antes del 16 de enero, todos de gente a la que yo también conocía, pero ella no había enviado ninguno.
—¿Por qué no respondería a los mensajes de texto? —preguntó Bobby, mirando el teléfono por encima de mi hombro.
—Hasta el dieciséis estuvo en la clínica de rehabilitación. Allí no tenía el teléfono —dije—. Supongo que respondió al salir.
Los mensajes de texto de la gente conocida giraban todos en torno a salir de marcha y Jane no había respondido a ninguno de ellos. Los únicos mensajes que había respondido eran los de una persona desconocida, unos mensajes que me helaron la sangre.
«¿Has salido ya?», había escrito el número desconocido.
«¿Quién eres?», había escrito ella como respuesta.
«Ya sabes quién soy. Quiero que nos veamos».
«¿Dónde?», respondió Jane.
«Delante de la gasolinera de la calle Ocho».
«En seguida voy», escribió Jane.
«Estaré esperándote».
Y eso era todo. En el teléfono no había guardados más mensajes.
—¿No hay nada más? —preguntó Bobby.
—Nada más. —Me levanté y Bobby me tendió la mano para que le pasara el teléfono. Se lo di—. Esa gasolinera está a pocas manzanas de aquí. Jane debía de estar en casa cuando recibió el mensaje.
—¿Crees, entonces, que sabía quién era? —Bobby continuó buscando en el teléfono mensajes ocultos o alguna pista que se nos hubiera pasado por alto.
—Sí. —Me aproximé a la ventana de la habitación de Jane, comprendiendo que había salido de casa voluntariamente para reunirse con su asesino y que lo más seguro era que hubiera muerto a escasas manzanas de allí—. Llámalo.
—¿Qué?
—Que llames a ese número —dije, volviéndome hacia Bobby—. Llama a ver quién responde.
—¿Y si no me entero de quién responde? —dijo Bobby.
—Entonces pregunta quién es. Tú limítate a llamar a ese número y pon voz de tipo duro.
—Vale, vale. —Respiró hondo y pulsó la tecla de llamada. Permanecí observándolo y a la espera, conteniendo a mi vez la respiración. La expresión de Bobby cambió y negó con la cabeza—. «Lo sentimos. El número al que llama está fuera de servicio».
—Mierda —dije entre dientes, y me volví de nuevo hacia la ven tana—. Jane sabía quién era. Se fue con su asesino, quienquiera que fuese. ¡Y la mataron en esta misma calle! Y no tengo ni idea de…
Entonces vi algo en la esquina, justo debajo de la ventana de su dormitorio. Algo que se movía entre las sombras, y me di cuenta de que la farola estaba apagada. El resto de las farolas funcionaban a la perfección, pero la que había justo debajo de la habitación de Jane estaba apagada. Un detalle que no quería decir nada, en realidad. Los vampiros siempre procuran que la farola que hay enfrente de V permanezca apagada, pero una farola que no funcione no significa nada, de hecho.
Sin embargo, tuve un presentimiento. No podía explicar exactamente de qué se trataba, pero sentía algo en mis venas. Una especie de hormigueo, aunque doloroso también. Lo sentí en cuanto capté aquel movimiento en la calle.
—¿Qué pasa? —preguntó Bobby.
—Ahí abajo hay alguien.
—¿Dónde? —Se situó junto a mí para mirar por la ventana, y volví a verlo. Se había movido hacia un lado, por lo que quedaba prácticamente fuera de mi ángulo de visión, pero sabía que estaba allí.
—Nos vemos abajo —le dije a Bobby mientras abría la ventana del dormitorio. Subí a continuación la mosquitera para poder salir rápidamente.
—¿Qué? ¿Qué vas a hacer?
—Bajar por la vía normal me llevaría demasiado tiempo. Tú reúnete conmigo abajo. —Me encaramé a la ventana y me coloqué en cuclillas sobre el alféizar.
—¿Y qué les digo a sus padres cuando no te vean conmigo?
—No lo sé. Piensa cualquier excusa —dije, y salté desde la ventana.
Lo mejor habría sido aterrizar en el suelo, pero salté en dirección a la farola. Buscaba el factor sorpresa, aunque fuera mínimo. Miré abajo, agarrada con fuerza al poste. La figura estaba mirándome.
Y en cuanto nuestras miradas se encontraron, reconocí quién era y él me reconoció también a mí. Jonathan echó a correr y ejercí presión sobre el poste de la farola con los pies para coger impulso. Aterricé justo detrás de él. Pese a la tremenda sensación de dolor que reverberó en mis piernas, eché a correr en cuanto rocé el suelo.
Lo perseguí tan sólo durante un segundo, porque en seguida me abalancé sobre él. Lo agarré por la espalda y lo empujé contra la pared, golpeándole el cráneo. Él intentó empujarme para de este modo librarse de mí, pero yo era más fuerte. La última vez que nos habíamos enfrentado apenas había tenido oportunidad de plantarle cara, pero ahora tenía más fuerza y sabía, además, cómo hacer uso de ella.
—¿Qué demonios estabas haciendo aquí? —gruñí. Lo retuve contra la pared presionándole el pecho con el brazo. Por mucho que Jonathan siguiera oponiendo resistencia, sabía que no podía vencerme.
—Yo podría preguntarte lo mismo. —Me miró furioso, con sus ojos fríos y carentes de emoción, como siempre.
—¡Jane era mi mejor amiga! ¡Y tú la mataste! —grité, y le arreé un puntapié en la entrepierna. Hizo una mueca de dolor, que duró únicamente un segundo.
—¡Yo no la maté! ¡Ella me pertenecía y quiero averiguar quién la mató! —gritó a su vez Jonathan. Su aliento olía a carne podrida. Había comido hacía poco y aquel olor era repugnante. La persona a la que hubiera mordido me resultaba asquerosa y noté que me ardía la sangre en las venas.
—¡Mentiroso! —Le di un rodillazo, más fuerte esta vez, y su rostro se contorsionó por el dolor durante un instante.
—¡No te estoy mintiendo! ¿Por qué querría yo matar a Jane? Estaba deliciosa. —Jonathan me sonrió y tuve que contenerme para no partirle el cuello.
—La odiabas. La utilizabas, la tratabas como un pedazo de carne. ¿Qué haces merodeando cerca de su casa si no eres tú su asesino?
—Lo mismo que tú —dijo—. Alguien me la robó, y quiero averiguar quién es. A mí nadie me roba nada. Lo sabes muy bien.
Lo miré de arriba abajo, intentando discernir si decía o no la verdad. Era el típico desgraciado capaz de matar a Jane y regresar después a la escena del crimen para regocijarse con el recuerdo del asesinato. Pero aunque eso le entusiasmara, ¿qué obtenía plantándose justo debajo de su ventana?
A menos que estuviera diciendo la verdad. No le gustaba que le robasen, eso ya lo sabía. Si lo que buscaba era venganza, necesitaba averiguar la identidad del asesino e, igual que yo, había acabado allí porque ya no le quedaba otro sitio donde buscar.
—Más te vale que no estés mintiéndome —le alerté, ejerciendo más presión con el brazo sobre su pecho—. Como lo hagas, te arrancaré el corazón con las manos. —Me escudriñó con sus ojos oscuros y comprendió que hablaba en serio. Su respuesta fue un gesto de afirmación con la cabeza.
—No te miento.
—Cuéntame lo que sepas —le dije.
—No es necesario que me mantengas inmovilizado. No pienso salir huyendo, y en caso de hacerlo me atraparías en seguida —dijo, con una sonrisa bobalicona.
Bajé el brazo a regañadientes y me aparté un poco. Independientemente de que fuese o no el asesino de Jane, aquel tipo seguía gustándome muy poco. Jonathan se alisó la ropa y me miró ladeando la cabeza.
—¿Cómo te lo has montado para volverte tan fuerte? —me preguntó.
—Con entrenamiento. —Me crucé de brazos.
—Pero no deberías ser más fuerte que yo, todavía no. No eres más que un bebé. —Entrecerró los ojos para examinarme con detalle, un gesto que no me gustó en absoluto—. Veo en ti… algo distinto.
—Lo que tú digas, pero no estamos aquí para hablar de mí —repliqué—. ¿Qué sabes sobre Jane?
—Poca cosa —dijo, con un gesto negativo—. Nada, en realidad. Fue asesinada, y cuando descubra quién lo hizo, lo mataré.
—¿Crees que fue un vampiro? —le pregunté.
—Lo dudo. Nos amoldamos a las reglas de los humanos. —Su voz se tornó envenenada cuando pronunció la palabra «humanos»—. No nos gusta llamar la atención más de lo necesario. —Señaló la farola—. Y, por cierto, ¿no te preocupa que tu exhibición se haya hecho notar?
—Está oscuro y hace frío. No hay nadie en la calle. —Miré a mi alrededor después de que Jonathan hiciera esa observación, al comprender que tenía razón. Había tenido suerte de que nadie me viera saltar desde la ventana de un quinto y aterrizar sin hacerme ni un rasguño.
—Sí, Dios nos libre de que un humano se percate de lo que somos —dijo Jonathan con ironía—. No nos quedaría otro remedio que dar explicaciones a su autoridad «superior».
—Vale, lo que tú digas. —Me pasé la mano por el pelo e hice caso omiso a su reproche—. Frecuento mucho nuestras discotecas y voy a vigilarte. Si averiguas algo sobre Jane, más te vale contármelo.
—Por supuesto —dijo con una sonrisa. Y tampoco lo creí esta vez.
Oí entonces el jadeo de Bobby a mis espaldas, su corazón latiendo acelerado, pero no me volví hasta que Jonathan se hubo marchado. No quería quitarle los ojos de encima.
—¿Quién era? —preguntó Bobby, tratando de recuperar el aliento.
—Jonathan. ¿Lo recuerdas? «Salía» con Jane, e intentó matarte —dije.
—Sí, claro que lo recuerdo. —Bobby se llevó la mano a un costado y movió la cabeza en sentido afirmativo—. Aunque nunca llegué a verlo bien.
—Pues ahora ya lo has visto —dije, y eché a andar hacia el coche.
—¿Qué hacía aquí? —preguntó Bobby.
—Dice que lo mismo que nosotros, pero no me convence. No sé si creerme lo que me ha contado.
—En ese caso, ¿por qué no lo has matado?
—Porque… —Me detuve y miré a Bobby—. Porque no sé si fue él quien lo hizo. Y por muy cabrón que sea, no pienso matarlo si no estoy segura. No quiero mancharme las manos con sangre inocente, aunque sea de vampiro.
—Lo comprendo —dijo Bobby, y continuamos andando.
—¿Qué les has dicho a los padres de Jane al marcharte? —le pregunté.
—Nada. Estaban tan ocupados gritándose que ni siquiera se han fijado en mí. He corrido hasta la puerta, y no he dejado de correr hasta llegar aquí. Y al principio no sabía dónde te habías metido. —Respiró hondo—. Casi no puedo ni respirar.
—Pues tendríamos que volver corriendo a casa también si no queremos que Jack y Milo se percaten de nuestra ausencia —di je—. Si se enteran, nos habremos metido en un buen lío.
Ninguno de los dos habló mucho durante el trayecto de vuelta a casa. Creo que Bobby seguía tratando de recuperar el ritmo de su respiración y le dije que tenía que empezar a entrenarse si pretendía seguir saliendo conmigo a ayudarme. No quería que le hiciesen daño o que acabaran matándolo.
Pasé el resto del tiempo perdida en mis pensamientos. Jane había visto a su asesino. Pero eso tampoco significaba gran cosa. Había estado relacionándose con vampiros de todo tipo y, pese a que Jonathan era su exprimidor principal, tenía relaciones con otros. Y si había sufrido una recaída y quería someterse de nuevo a sus mordiscos, estaría desesperada por verse con cualquiera de ellos.
O tal vez no tuviera nada que ver con todo aquello. Podía ser incluso que el asesino no fuese un vampiro, tal y como había apuntado Jonathan. Los humanos también asesinaban.
—¿Has decidido ya si crees a Jonathan? —me preguntó Bobby cuando llegamos al garaje de casa.
—No. Y no sé si podré decidirlo algún día. —Suspiré y apagué el motor—. Tal vez nunca llegue a saber lo que sucedió realmente.
—Averiguaremos quién lo hizo —dijo Bobby para reconfortarme, mirándome muy serio—. Lo conseguiremos.
—Confío en que tengas razón. —Salí del coche y vi que el Jetta ya estaba aparcado en el garaje—. Milo ha vuelto de clase. ¿Dónde le dirás que hemos estado?
—¿Qué le dirás tú a Jack? —contraatacó Bobby.
—Menudo día llevamos. Que he ido a buscarte a tu escuela para que no tuvieras que coger el autobús —le dije, entrando ya en casa—. ¿Qué tal suena?
—Ya lo has hecho otras veces, por lo tanto suena bien —dijo, encogiéndose de hombros.
—De acuerdo.
Bobby caminaba delante de mí y abrió la puerta del garaje para acceder a la vivienda. Como Jack estaba en casa, sabía que no tenía que preocuparse por esquivar el recibimiento de Matilda. Pero, por desgracia, le aguardaba alguien mucho más feroz…
No había dado más que dos pasos cuando Daisy se abalanzó sobre él, derribándolo en el suelo antes de que le diera siquiera tiempo a gritar.