12

Cada día, al despertarme, descubría que mi montaña de libros para estudiar había crecido. Cuando veía los pocos libros que Milo traía a casa y los comparaba con mi carga de trabajo, me arrepentía de haber dejado que Ezra se ocupara de mi formación y de no haberme decantado por asistir a una escuela de verdad.

Había terminado Matar a un ruiseñor y mis capítulos del libro de historia, pero había pasado del de anatomía. Resulta que, al final, no me interesaba tanto lo de ser médico.

Pero incluso con todo eso, conseguí encontrar tiempo para reunirme a solas con Bobby. Ambos éramos de la opinión de que aquel vampiro que marcaba a las chicas debía de tener algo que ver con el caso. Deseaba continuar con mis indagaciones, pero era imposible hacerlo con Milo presente. Había dejado clarísimo que no quería vernos involucrados en el tema.

Como había terminado Matar a un ruiseñor, al despertarme descubrí que el montón de libros que Ezra me había dejado sobre el sofá había crecido en altura con un ejemplar de En el camino, de Jack Kerouac, Adiós a las armas, de Ernest Hemingway, y un libro de derecho. En el camino no era tan horroroso como me imaginaba y me tumbé en el sofá dispuesta a empezar a leerlo.

—¿Qué te parece el libro? —me preguntó Ezra cuando entró en el salón para ponerse al corriente de mis avances.

—Está bien. —Me encogí de hombros y me incorporé un poco, abandonando el libro para poder charlar con él—. ¿En qué te basas para elegir los libros que quieres que lea?

—Los elijo al azar de entre los libros del siglo pasado más aplaudidos por la crítica. —Cogió el sobado ejemplar de Adiós a las armas y lo hojeó distraídamente—. Este es uno de mis favoritos. Confiaba en que hubieses decidido leerlo el primero.

—En el instituto me hicieron leer El viejo y el mar y casi me muero de aburrimiento. Dejaré a Hemingway para más adelante, si te parece bien.

—De acuerdo, pero de todos modos tendrás que leerlo. —Dejó de nuevo el libro sobre el sofá y cruzó la estancia para sentarse en un sillón.

—¿Y el libro de derecho? ¿Ese cómo lo has escogido? —pregunté, señalando el nuevo libro de texto.

—He visto que la anatomía no te interesaba. Y he pensado que tal vez el derecho encajaría mejor contigo.

—¿Cuál es tu plan? ¿Ir probando hasta que encuentres algo que me interese?

—Mi plan es darte una formación —dijo con una sonrisa—. Descubrir lo que te interesa y lo que te apasiona sólo depende de ti.

—El derecho me interesa. —Me incliné hacia delante y apoyé los codos sobre las rodillas.

—¿Cómo es eso? —preguntó Ezra, sin comprender muy bien por qué aquella materia podría interesarme.

—El caso es que… —Me moví inquieta, intentando pensar cómo quería expresarlo—. Por las discotecas corren rumores de que hay un vampiro que se dedica a ir marcando a chicas, a chicas humanas.

—¿Y has oído eso en boca de una fuente fidedigna?

—Sabes que suelo ir por casa de Olivia, y que por allí se oyen cosas —dije—. ¿Qué importancia tiene dónde lo haya oído?

—Tiene importancia porque sé que estás intentando desarrollar algún tipo de teoría, y estaría bien saber si esa teoría se basa en una realidad. —Ezra se recostó en su asiento y se quedó mirándome, imperturbable.

—Sí, se basa en una realidad. O al menos eso me parece a mí. —Bajé la vista, pues no quería reconocer delante de Ezra que no estaba del todo segura de si podía fiarme de Violet. Tal vez estuviera liando la cosa sólo para divertirse. Moví la cabeza de un lado a otro y tomé la decisión de seguir adelante con la única pista de la que disponía—. Mira, para poder continuar hablando del tema, demos por sentado que lo que estoy diciendo es verdad.

—No —dijo, moviendo negativamente la cabeza.

—¡Ezra! —refunfuñé—. Escúchame un momento, ¿vale?

—Me imagino que todo esto gira en torno a Jane, y ya te he dicho que no puedo ayudarte al respecto —dijo Ezra con la mirada llena de tristeza—. Nada podrá ayudarte.

—Hay un vampiro que anda por ahí marcando a chicas, ¿de acuerdo? —proseguí, ignorando su negativa—. Y no sé por qué, pero esto me huele mal.

—Es lo que cabría esperar.

—No, no sólo porque esté mal, sino porque… —Moví la cabeza—. Es simplemente una corazonada. Pienso que está conectado, pero tal vez me equivoque. Antes de lanzarme a la caza de un vampiro que se dedica a marcar a la gente, me gustaría estar segura.

—¿Y qué piensas hacer para estarlo? —preguntó Ezra.

—Si se trata del mismo tipo, lo más probable es que marcara también a las chicas que asesinó. —Respiró hondo—. Es probable que marcara a Jane.

—Eso es como un salto al vacío. —Frunció los labios y bajó la vista—. Hay muchos vampiros desagradables. Cometen maldades contra los humanos por el simple hecho de que está en sus manos hacerlo. Pero que un vampiro se dedique a marcar a humanos no significa que sea un asesino en serie. Y aunque lo fuera, no significa necesariamente que marcara a Jane.

—Tienes razón. Sé que tienes razón —dije, aunque no me gustaba en absoluto reconocerlo—. Pero hay algo en todo esto que me huele a vampiro. Fui a examinar los lugares donde habían aparecido los cadáveres…

—¿Que qué? —dijo Jack, asustándome de tal manera que casi salto del sofá.

Estaba tan concentrada en mis argumentos para convencer a Ezra que no me había dado cuenta de que Jack había llegado sigilosamente. Estaba de pie en el extremo opuesto del salón, con los ojos azules abiertos de par en par y una mirada de desaprobación. Tragué saliva y le sonreí con timidez.

—No sabía que estabas ahí —dije.

—¿Que fuiste a esos lugares? ¿Y por qué? —preguntó Jack.

—¿Qué quieres decir con eso de «por qué»? —dije, mirándolo—. Quería averiguar qué le había pasado a Jane.

—¿Y qué averiguaste? —preguntó Jack.

—Nada. Aún no he conseguido averiguar nada. —Bajé la vista un instante y la levanté de nuevo para mirar a Ezra con ojos suplicantes—. Pero tú puedes ayudarme. Sé que conoces a alguien en la policía. Podrías preguntarles. Sé que ocultan cierta información. Si tiene marcas de algún tipo, cualquier cosa…

—¿Piensas dar caza al asesino? ¿Es ese tu plan? —preguntó Jack, enarcando una ceja.

—En realidad no tengo ningún plan —reconocí.

—Ya, es lo que me imaginaba, puesto que te planteas dar caza tú solita a un asesino en serie.

—Sé apañármelas, Jack. —Me levanté—. Milo y yo somos más fuertes que tú.

—Es posible —dijo Jack, con un gesto de indiferencia, aunque noté que estaba dolido. Era evidente que, en lo referente al físico, Milo era ahora mucho más fuerte que Jack, pero oírlo no debía de resultarle agradable—. Pero no me verás haciendo cabriolas estúpidas como tú.

—Las harías si Jane te hubiera gustado lo más mínimo —contraataqué, pero Jack se limitó a poner los ojos en blanco.

—Sabes perfectamente que lo que acabas de decir no es verdad. Me puse de su lado y la ayudé siempre que me fue posible —dijo Jack—. No tengo ganas de que te maten ni de que hagas algo de lo que luego puedas arrepentirte.

Se oyó un portazo en la cocina y Matilda se puso a ladrar, saludando a quienquiera que acabase de entrar. Jack se calló, aunque estaba segura de que estaba conteniéndose.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Milo, percatándose de la tensión en el ambiente.

—¿Qué pasa aquí? —repitió Leif. Avanzó hacia Milo sin despegar los ojos de Jack. Jack se agitó con inquietud bajo la pétrea mirada de Leif.

—Tu hermana piensa que puede apañárselas sola con el asesino de Jane —dijo Jack, y tanto Milo como Leif se volvieron al instante hacia mí.

—¡Me prometiste que no lo harías! —chilló Milo.

—Sí, pero… —Suspiré y me crucé de brazos.

—¡Alice, no puedo creerlo! ¡Me has mentido! —Milo parecía dolido de verdad. Refunfuñé y me dejé caer de nuevo en el sofá. Las ganas de pelea me habían abandonado por completo.

—No es tan peligroso. No sé por qué seguís comportándoos así. No soy humana, por si no lo sabíais —dije, y Milo miró a Bobby.

—¡Yo no tengo nada que ver con todo esto! —anunció Bobby rápidamente, y comprendí que lo hiciera. De haber podido mentir sobre mi implicación en el asunto, yo también lo habría hecho.

—Me mentiste porque sabías que estaba mal —dijo Milo, volviéndose hacia mí—. ¡Lo sabías!

—¡Sabía que te enfadarías, pero no tienes motivos para enfadarte! ¡Puedo apañármelas sola! —dije, mirándolo fijamente.

—No eres más que una chiquilla, Alice —dijo Leif.

—Me da igual. No quiero seguir hablando del tema. —Me levanté, dispuesta a salir de allí.

—¡Alice! —Jack salió corriendo al patio, persiguiéndome. El impacto del gélido viento nocturno casi me cortó la respiración—. ¡Alice! —Viendo que no me detenía, Jack me agarró por el brazo para obligarme a mirarlo—. ¿Qué te pasa?

—Sabes muy bien lo que me pasa.

—No, no lo sé. —Arrugó la frente, confuso y dolido—. Últimamente estás muy distante, y sé que estás pasándolo mal por lo de Jane, pero… me da la sensación de que se trata de otra cosa. Y ahora resulta que sales a escondidas y me ocultas lo que haces.

—¡Yo no te oculto nada! —le grité.

—¿Y cómo denominarías entonces esa investigación secreta de asesinato que estás llevando a cabo?

—No lo entiendes —dije, negando con la cabeza—. Sabía que no lo entenderías.

—¿Qué es lo que no entiendo?

—¡Que necesito hacer algo por mí sola! —Intenté separarme de él, pero Jack no tenía la más mínima intención de soltarme.

—Pero eso que estás haciendo no es algo para hacer sola. No es precisamente algo así como un «tiempo para ti misma» o un «hobby». Es peligroso, Alice, y estúpido, además.

—Suéltala —dijo Leif, con una voz sorprendentemente firme. Estaba en el umbral de las puertas de acceso al jardín, observando nuestra discusión.

—No le pasa nada —dijo Jack, pero me soltó por fin. Yo, sin embargo, no me moví de su lado. Deseaba marcharme de allí, mortificarlo, pero no quería que Leif pensara que Jack estaba haciéndome daño.

—Creo que deberías dejarle un poco más de espacio. —Leif salió al jardín; sus pies descalzos dejaban huellas en la nieve.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Jack, harto ya de él.

—Tranquilízate, Jack —dije—. No lo dice con mala intención.

Jack me miró, evaluándome sin que yo supiera por qué. Suspiró y movió la cabeza de un lado a otro.

—De acuerdo. Entraré. Disfruta de todo el espacio que te venga en gana. —Jack entró en la casa sin siquiera mirarme.

—¿Estás bien? —me preguntó Leif, aproximándose a mí.

—Sí, estoy bien. —Me obligué a sonreírle—. No me estaba haciendo ningún daño.

—No es necesario que le excuses. —Hundió las manos en sus bolsillos y me miró fijamente.

—No estoy haciéndolo. Jack… Estamos atravesando una fase… —Moví la cabeza—. Yo estoy atravesando una fase de algo, lo que significa que también él está en esa situación. Simplemente me gustaría saber de qué se trata.

—Tal vez deberías hablar con él sobre el tema. O con Milo —sugirió Leif.

—No puedo hablar con Milo. —Me crucé de brazos y fijé la mirada en el lago negro del jardín.

—Es tu hermano y te quiere, mucho.

—Lo sé. Pero esto es… complicado —dije con un suspiro—. La eternidad es mucho tiempo, ¿sabes? ¿Qué podemos hacer con la eternidad?

—Lo mismo que haríamos si no la tuviéramos. —Sonrió débilmente—. Vivir.

—Eso me parece un poco simplista.

—Al menos tienes a Milo. Sabes que cuentas con alguien que siempre te querrá y siempre te respaldará. Y eso es importante.

Miré en dirección a la casa. Vi a Milo y a Bobby hablando bajo la cálida luz del comedor. El viento ahogaba sus voces y apenas podía oír a Bobby, que estaba negando saber nada sobre el tema. Milo tenía la preocupación grabada en su rostro, imaginándose los graves problemas en que podíamos habernos metido tanto Bobby como yo.

—Sí, supongo que tienes razón —dije.

—¿Te arrepientes de haberte convertido en vampira? —me preguntó Leif, alejándome de mis cavilaciones.

—No lo sé. —No había querido pensar en ello—. Amo a Jack. Amo muchas cosas de mi vida. Pero… —Hice un gesto negativo—. De todos modos, ahora ya no puedo cambiarlo.

—Es una opción que no habría elegido para ti de haber podido hacerlo —dijo Leif.

—¿A qué te refieres? —Ladeé la cabeza.

—A que es una opción que no habría elegido para nadie. —Leif se corrigió rápidamente y apartó la vista.

—¿Por qué has venido? —le pregunté, recordando que Leif no le había respondido a Jack cuando le había preguntado al respecto.

—Estaba con Milo, ayudándolo en sus deberes de francés. —Dio un paso atrás, como si quisiera poner distancia entre nosotros—. A él le cuesta ese idioma y yo lo domino.

—¿Eres francés? —le pregunté.

—Canadiense —respondió—. Viví en Quebec durante un tiempo. —Dio un nuevo paso hacia atrás—. Pero veo que estáis todos muy liados. Me marcho.

—¿Ya? —pregunté, algo confusa.

—Dile a Milo que ya nos veremos.

Y con esto, Leif dio media vuelta y desapareció en la oscuridad. Miré de nuevo hacia la casa. Por lo visto, Bobby había convencido a Milo de que no pasaba nada y estaban abrazándose y besándose. No tenía ni idea de dónde estaba Jack, pero de lo que estaba segura era de que nuestro reencuentro no sería tan dulce.