11
—¿Sí? —respondí por fin al teléfono después de la conmoción inicial.
—¿Alice? —Peter suspiró aliviado—. Gracias a Dios que respondes.
—¿Qué sucede? —pregunté—. ¿Algo va mal? ¿Dónde está Mae?
—Está fuera lidiando con el pequeño problema —respondió—. Estamos… Demonios, Alice, estamos de mierda hasta el cuello y tenemos que salir de aquí. Ahora mismo.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien? —pregunté.
—Sí, estamos bien. Mae y esa… niña están bien, o lo mejor que puede estarse después de… —Maldijo para sus adentros—. A Mae se le metió en la cabeza que Daisy ya estaba preparada para una excursión a la ciudad. Se celebraba un carnaval y pensó que sería una forma estupenda de pasar la tarde.
—¿Y qué hizo? —El estómago me dio un vuelco y retrocedí unos pasos para poder sentarme en el sofá.
—Daisy se puso hecha un basilisco. —Sonó una carcajada hueca—. Atacó a varias personas. Intenté contener la situación y convencer a todo el mundo de que había sido un animal. No estoy muy seguro de si la gente me creyó o no, pero conseguimos salir de allí con vida. Daisy está sana y salva, que es lo que importa, ¿no?
—¿Mató a alguien? —pregunté, y Ezra cerró los ojos como queriéndose proteger de todo aquello.
—No. Bueno, no que yo sepa —dijo Peter, corrigiéndose—. Tal y como se abalanzó sobre algunos de ellos, es muy posible que murieran después de que nos marcháramos de allí. Daisy… no es segura. No sé qué hacer. Hemos fletado un avión y nos largaremos de aquí lo antes posible. Pero no sé ni adónde ir ni qué hacer.
—¿Y qué opina Mae sobre lo que deberíais hacer? —pregunté.
—Es imposible saber qué opina Mae —dijo Peter—. Le expliqué que era un error llevar a Daisy a un lugar público, pero Mae ha entrado en un estado de negación y no se puede razonar con ella. Creo que empieza a darse cuenta de que cometió un error, pero ya no puede dar marcha atrás.
—¿Te planteas volver a casa? —pregunté.
—No sé si sería lo más adecuado —respondió finalmente Peter—. Ni siquiera estoy seguro de si Ezra o Jack nos permitirían volver a casa. Pero no podemos vivir en una ciudad llena de gente.
—¿Quieres hablar con Ezra? —pregunté, y le miré para asegurarme de que él estaba dispuesto a hacerlo.
—¿Lo tienes cerca? —dijo Peter, sorprendido.
—Sí. Lo tengo justo aquí a mi lado. Deberías hablar con él. —Me levanté y le pasé el teléfono a Ezra sin esperar a oír la respuesta de Peter.
—¿Sí? —dijo Ezra, respondiendo al teléfono.
Milo permaneció a mi lado, observando con ansiedad lo poco que aportaba Ezra a la conversación. Con la excepción de algún que otro «hum», no decía nada de trascendencia.
—¿Qué pasa? —susurró Milo.
—Por lo visto, Daisy ha atacado a un montón de gente durante un carnaval —le expliqué, sin despegar los ojos de Ezra.
—De acuerdo. —Ezra colgó, se volvió hacia nosotros y, sin pronunciar palabra, me entregó el teléfono.
—¿Y bien? —dije.
—Van a coger un avión. Tardarán más o menos un día en llegar hasta aquí. —Ezra miró por la ventana, negando con la cabeza—. No estoy seguro de qué pasará cuando lleguen, pero… es lo que hay.
—¿Qué demonios quieres decir con eso? —preguntó Milo.
—Están desesperados. No podía decirles que no. —Ezra intentaba autoconvencerse. Y le comprendía, pues tampoco Milo o yo nos habríamos negado a su petición—. Pero no pueden quedarse aquí. Serán sólo unos días. O ni siquiera eso. La niña no puede estar con gente. —Miró a la nada, completamente perdido—. No tengo ni idea de qué será de ellos.
Después del momento de confuso silencio que se cernió sobre nosotros, Ezra se marchó a su estudio. Intenté detenerlo, pero él me indicó con un gesto negativo que lo dejara, argumentando que tenía que pensar. Y estoy segura de que tenía que hacerlo, por mucho que dudara que fuera capaz de urdir un plan para solucionar el tema.
Aquel era exactamente el motivo por el que se había mostrado tan contrario a que Mae convirtiera a Daisy en vampira. Sabía que nada bueno saldría de todo aquello y que no podría solventarlo.
—Vaya lío —dijo Milo, recostándose en el sofá con un suspiro—. ¿Te ha contado Peter hasta qué punto era grave la situación?
—No ha entrado en detalles, pero es evidente que la cosa no pinta nada bien. Puede que haya habido incluso muertos.
—¿Y ahora piensan traerla aquí? —dijo Milo, mirándome.
—Sí, eso es lo que piensan hacer —le confirmé.
—Me gustaría ayudar a Mae, y no quiero que a Peter le suceda nada malo. —Se enderezó un poco y se cruzó de brazos—. Pero ¿qué podemos hacer? Daisy es peligrosa, peligrosa de verdad. Y aunque no lo fuera, su fotografía está colgada por toda la ciudad. Mae la secuestró, no sé si lo recuerdas.
—Sí, lo sé —dije, asintiendo—. No puede vivir aquí, ni en la ciudad.
—¿Y dónde quieres que viva? —preguntó Milo.
—No lo sé… —Me interrumpí, pensativa—. Olivia es la vampira más vieja que conozco. Tal vez sepa algo sobre niños vampiro.
—La verdad es que como mucho conoces a cinco vampiros. Eso no significa nada —dijo Milo.
—Para tu información, conozco a muchos más —repliqué—. Pero Olivia tendrá unos seiscientos años. Tiene que saber algo sobre el tema, no me cabe duda.
Jack refunfuñó en la cocina, y entonces recordé que lo había oído caerse al suelo mientras Milo discutía con Ezra.
—Tengo que ocuparme de Jack, y después iré a ver a Olivia —dije—. Acompáñame, si quieres.
Cuando llegué a la cocina, encontré a Jack tendido en el suelo y sin sentido entre la isla y la encimera. Cuando tiré de él para levantarlo, apenas se quejó, de modo que lo arrastré como pude hasta nuestra habitación y lo dejé en la cama. Nunca había visto a Jack tan grogui, aunque hay que decir que tampoco lo había visto nunca después de una pérdida de sangre.
Contemplando a Jack dormido en la cama, tan sosegado y tan vulnerable, tuve una extraña sensación. Nunca antes había sido el más débil de los dos. Pero últimamente la situación estaba cambiando.
Yo estaba convirtiéndome en una vampira fuerte y, gracias a la formación que estaba recibiendo por parte de Olivia, era ya mejor luchadora que él. El otro día, habíamos estado peleando de broma y le había hecho un placaje sin pretenderlo. Empezaba a ser más poderosa que Jack, y eso me hacía sentir… desorientada.
—¿Piensas quedarte aquí contemplando a Jack o nos vamos? —me preguntó Milo, asomando la cabeza por la puerta.
—Espera un momento. Me cambio en un segundo. —Entré corriendo en el vestidor para ponerme algo encima y Milo aguardó impaciente en la puerta, escribiendo un mensaje en el móvil—. ¿A quién le estás escribiendo, que parece tan importante?
—A Bobby. Estoy diciéndole que no venga a casa cuando salga de clase.
—¿Por qué no? —Salí al pasillo y Milo me siguió, sin dejar de escribir.
—Porque este ya no es un lugar seguro —dijo Milo—. Ya viste lo que sucedió en Australia. Bobby no puede estar cerca de Daisy. No quiero correr ese riesgo.
—Sí, pero Daisy no está aquí en este momento. —Volví la cabeza hacia él mientras bajábamos la escalera.
—Eso es exactamente lo que él me ha respondido. Me parece que pasáis demasiado tiempo juntos.
—Es el único amigo humano que tengo —repliqué.
—Y seguro que es el único amigo que tienes —dijo Milo, suspirando.
Justo cuando llegábamos a la cocina, Bobby salía del garaje. Por lo visto, había decidido hacer caso omiso a los mensajes de advertencia de Milo.
—Da media vuelta —dijo Milo.
—Mira, de momento aún no ha llegado, y no pienso ir a ninguna parte —insistió Bobby.
—Qué pesados. —Pasé por su lado para entrar en el garaje—. Vamos a casa de Olivia, por si quieres venir.
En seguida me arrepentí de haber invitado a Milo y a Bobby a venir conmigo. El trayecto en coche hasta la ciudad consistió en una discusión interminable sobre si era o no seguro que Bobby estuviese en casa. Él explicó que aquel semestre no había solicitado plaza en la residencia de estudiantes y que, como consecuencia de ello, no tenía adónde ir.
Milo aflojó un poco y dijo que Bobby podía quedarse en casa aquella noche y que, por la mañana, ya buscarían una solución. Aunque para ello necesitó más de diez minutos de dimes y diretes.
La belleza de los muros acristalados del ático era comprensible de noche, pero por la tarde no tenía sentido alguno. El sol empezaba a ponerse y estaba a la altura de los ventanales. Y por muy tintados que fueran, los potentes rayos rosados me provocaban un fuerte escozor tanto en los ojos como en la piel.
El apartamento estaba limpio, pero Milo pasó igualmente la mano por el sofá para sacudirlo antes de sentarse, como si le diera miedo pillar cualquier cosa. Bobby había estado allí conmigo muchas más veces que Milo y se sentía más cómodo en aquel entorno: en cuanto llegó, se tumbó en un mullido sofá.
Había intentado repetidamente convencer a Milo para que viniese a entrenarse conmigo, pero mi hermano no estaba por la labor. Olivia no era muy de su agrado, pues la consideraba una borracha, y además, no le gustaba pelear. Él quería llevar una vida normal, el mismo tipo de vida que habría seguido de no haberse convertido en vampiro, y en su vida normal, nunca se habría entrenado para luchar. Su postura era inamovible.
Olivia abrió la puerta del dormitorio antes de que me diera tiempo a llamar. Me dio tal susto que sofoqué incluso un grito. Me saludó con una agotada sonrisa y se envolvió en su batín de seda. Llevaba su larga melena negra recogida en una trenza, que se balanceaba al ritmo de sus pasos.
—¿Qué haces despierta? —le pregunté.
—Problemas de insomnio. —Agitó levemente la mano y se acercó al sofá.
No era la primera vez que mencionaba sus problemas con el sueño. Se lo había comentado a Ezra en una ocasión y me había explicado que podía tratarse de un efecto secundario de la disminución de su dosis habitual de sangre. La ingesta de sangre se había convertido para Olivia en un remedio para conciliar el sueño, y sin la dosis diaria tan exagerada que consumía, le costaba dormir.
—Hola, Olivia. —Milo se obligó a sonreírle y se esforzó en mostrarse educado.
—¿A qué debo este placer? —preguntó Olivia. Se sentó en el sofá delante de Milo, y su batín se abrió con el gesto revelando sus esbeltas piernas.
—¿Qué sabes sobre niños vampiro? —le pregunté. No tomé asiento y me situé de espaldas a la ventana. Notaba el calor del sol, pero traté de ignorarlo.
—Intento no saber nada al respecto —respondió ella con reservas.
—¿Existe alguna manera de…, de entrenarlos? —dije.
—¿Por qué te interesan tanto los niños vampiro? —Olivia miró de reojo a Bobby—. Es joven, pero ya no es un niño.
Intercambié una mirada con Milo. Olivia no estaba al corriente de lo de Daisy. No estábamos seguros de cómo iban a reaccionar los demás vampiros, y no habíamos considerado necesario que Olivia lo supiera. Pero tal vez la situación fuera ahora distinta.
—Mae convirtió a una niña —dije con cautela, calibrando la reacción de Olivia—. Por eso se fue. Permanece escondida con la niña vampiro.
—Y seguro que todo está saliéndole a las mil maravillas —dijo Olivia con una seca carcajada, aunque no me dio la impresión de que estuviera sorprendida.
—¿Sabes algo sobre niños vampiro o no? —explotó Milo. Defendía siempre a Mae, por mucho que no estuviera de acuerdo con sus decisiones.
—La verdad es que he intentado mantenerme siempre al margen de esos asuntos —respondió con un suspiro—. Los vampiros presentan tantas probabilidades como los humanos de tener sus escarceos con ese… fetiche, y me consta que, durante un tiempo, hubo vampiros que intentaron poner en marcha una especie de mercado del sexo con niños vampiro.
—¿Te refieres a pedófilos? —preguntó Bobby, arrugando la nariz en un claro gesto de asco.
—Si lo quieres llamar así. —Alisó el batín de seda y se acomodó en el sofá—. Hubo un tiempo, y no hace tanto de eso, en que era común que los hombres se casasen con niñas de doce años.
—Me imagino que no darás tu aprobación a tal costumbre —dijo Milo, mirándola furioso y pasando un brazo por los hombros de Bobby, por si acaso a Olivia se le pasaba por la cabeza venderlo en el mercado del sexo.
—No, por supuesto que no —dijo Olivia, imperturbable ante la respuesta de Milo—. Apruebo muy pocas cosas de las muchas que sucedieron en el pasado.
—¿Y había vampiros que convertían a niños en vampiros? —pregunté, tratando de recuperar el hilo—. Tendrían alguna forma de controlarlos.
—La verdad es que no. —Negó con la cabeza—. La mayoría son incapaces de aprender a controlarse. Quieren devorar todo lo que ven. Y en el caso de los que aprenden a controlarse, ¿para qué les sirve? Estar eternamente atrapado en el cuerpo de un niño es una tortura. Si Peter Pan hubiera sido real, se habría vuelto loco y habría matado a todos los habitantes del País de Nunca Jamás.
—Tal vez los que conociste eran así porque estaban obligados a comportarse de esa manera —dije—. De haberse criado de forma distinta, tal vez habrían salido mejor.
—Eso no lo sé —dijo, encogiéndose de hombros.
—¿Es que acaso sabes algo? —preguntó Milo con ironía.
—No seas maleducado, Milo —dije.
—¡No lo soy! —insistió, pero le subieron los colores. Por mucho que no confiara en ella, no quería ser descortés—. Sólo quería decir que… Olivia siempre da la impresión de que no conoce ninguna respuesta.
—Cuanto más sabes, más olvidas —dijo Olivia, con un nuevo ademán de indiferencia.
—¡¿Qué hacéis aquí?! —gritó una voz desde el interior del dormitorio contiguo al de Olivia, y Milo se tensó y entrecerró los ojos.
—¿Quién es? —preguntó Milo.
—Sólo soy yo, y estaba intentando dormir. —Violet abrió la puerta de su habitación. Llevaba una camiseta un par de tallas más ancha de lo que habitualmente llevaba, su pelo rubio estaba alborotado y parecía tremendamente cansada—. Pero con Olivia levantándose y moviéndose sin parar todo el día, y ahora con vosotros hablando tan fuerte sin pensar en los demás…
—¿Qué demonios haces tú aquí? —dijo Milo entre dientes, levantándose del sofá.
—¿Y tú? ¿Qué haces tú aquí? —contraatacó Violet, despertándose de golpe. Se movió como un torbellino y, de haberlo querido, se habría abalanzado sobre el sofá y sobre el cuello de Milo sin que a este le hubiera dado siquiera tiempo a pestañear.
—No pasa nada, Milo. —Di un paso al frente para situarme entre los dos—. Simplemente se ha instalado aquí por una temporada.
Pese a que Violet siempre rondaba por la zona y yo había coincidido con ella algunas veces, Milo no la había vuelto a ver desde que tenía el pelo de color púrpura y salía con Lucien. La última vez que la había visto, Violet había intentado matarnos. Milo no había sido testigo de la transformación que había sufrido de malévola secuaz a triste vagabunda, de ahí su estado de alerta.
—¿Estabas al corriente de que vivía aquí? —me preguntó Milo.
—Sí, y no pasa nada —reiteré. Evité mencionar que, de hecho, todo había sido idea mía, pues pensé que era mejor que mi hermano no lo supiera.
—Tranquilo, vaquero —dijo Olivia con una sonrisa satisfecha—. En este ático no se permiten peleas.
—Tú eres la que tiene que estar tranquila —murmuró Milo, pero se sentó de nuevo en el sofá.
—Ahora sí que estoy despierta de verdad —dijo Violet suspirando y dio media vuelta para dirigirse a la cocina—. Si tengo que estar levantada, tendré que comer algo.
—¿Hay algo que puedas decirnos para ayudarnos? —le pregunté a Olivia, ignorando el arrebato. Milo intentó dirigir a Violet una mirada furibunda, pero me moví para cortarle el ángulo de visión.
—Manteneos alejados de los niños. —Olivia ladeó la cabeza—. ¿Y a qué viene ese interés tan repentino? ¿No lleva ya un tiempo Mae con esa niña?
—Sí, pero… —Moví la cabeza de un lado a otro. No quería contarle que estaban a punto de llegar a la ciudad—. Sólo buscaba ayuda.
—A veces, ayudar a la gente resulta imposible —dijo Olivia, con una tristeza inusual en ella—. Se trata, seguramente, de la lección más dura que nos da la vida.
Violet reapareció con un vaso enorme de refresco lleno de sangre y bebiendo de él con una pajita. El aroma a sangre fresca perfumó el ambiente. Pero, por una vez, no sentí hambre. Estaba aún tan llena de Jack que ni me planteaba comer, y me gustaba la sensación.
—Oye, de hecho, me alegro de que hayas venido —dijo Violet. Saltó sobre el brazo del sillón y se sentó en él, doblando las rodillas contra el pecho. Tiró de la camiseta para cubrirse con ella las piernas y le dio un sorbo larguísimo a la pajita.
—¿Quién? ¿Yo? —dije, señalándome.
—Sí. —Sorbió de nuevo y tragó con rapidez—. Anoche, cuando estaba trabajando en la discoteca tratando de mantener a la chusma bajo control, vi a una prostituta de sangre con una marca muy rara en el brazo.
—¿Qué tipo de marca? —pregunté.
—Al principio pensé que se trataba de una letra U mayúscula, pero la verdad es que no sé qué era aquello —dijo Violet—. Cuando le pregunté a la chica al respecto, me dijo que un vampiro la había marcado. Por lo visto, se trata de un vampiro que se dedica a marcar a las prostitutas.
—¿A marcarlas? ¿Como si fueran ganado? —pregunté, levantando una ceja.
—Eso es imposible —dijo Olivia en tono desdeñoso—. Nadie puede marcar a una chica a menos que forme parte de su harén.
—No tengo ni idea de si las chicas forman parte de su harén —continuó Violet—. Simplemente lo digo porque me parece una conducta sospechosa.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—No sé. —Bebió de nuevo, pero esta vez para ganar tiempo y reflexionar su respuesta—. Le pregunté a la chica por qué el vampiro en cuestión le había hecho aquello, y me explicó que él le había dicho: «Quiero que todo el mundo sepa que perteneces a un vampiro». No me gustó, no sé por qué. Eso de que todo el mundo tuviera que saber que pertenece a un vampiro.
—Vaya —dije, pero noté un escalofrío recorriéndome la espalda.
—El caso es que he pensado que quizá te interesaría saberlo, ya que vas preguntando sobre el asesinato de aquella chica —dijo Violet con despreocupación, y continuó con su bebida.
Noté los ojos de Milo clavados en mí y decidí que era mejor que nos largáramos de allí antes de que Violet u Olivia cometieran el desliz de comentar mi interés desmesurado por localizar al asesino de Jane.
Les di las gracias tanto a Olivia como a Violet por su ayuda con la mayor indiferencia posible, pero Milo se dio cuenta de que tenía prisa por irme. Sin embargo, esperó a sacar el tema hasta que estuvimos dentro del ascensor, atrapados en el largo descenso hasta el sótano.
—¿Qué quería decir Violet exactamente con eso de que andas preguntando sobre el asesinato de esa chica? —dijo, clavándome la mirada. Bobby se escondió a su lado, confiando en que Milo no se percatara de que también él había estado ayudándome.
—Era mi mejor amiga, Milo. —Miré el techo del ascensor—. ¿Te parece raro que haga preguntas?
—No, pero harías mejor no metiendo mucho la nariz en el asunto —me alertó Milo—. La policía tiene el caso bajo control.
—No estoy metiendo la nariz en nada y, de todos modos, ¿importaría, acaso, si es verdad que la policía lo tiene todo controlado? Si ellos pueden investigar sobre el tema, es evidente que yo también puedo indagar.
—Alice, no dispones ni de las herramientas ni del equipo necesario para solucionar el caso —dijo Milo con fatiga—. Acabarás metiéndote en problemas. ¿Y qué harías si encontraras al asesino? No podrías demostrar que fue él, y como no lo sabrías con total seguridad, no podrías matarlo. ¿Qué obtendrías intentando seguirle la pista?
—Nada —dije—. Por eso no lo hago. Tan sólo he hecho unas cuantas preguntas. No he iniciado una investigación ni nada por el estilo.
—De acuerdo. Mejor que sea así.
—¿Por qué? —dije, mirándolo—. ¿Qué pasaría si no lo fuera?
—Que le contaría a Jack esas miradas de deseo que compartiste con Peter cuando estuvimos en Australia —dijo, sin alterarse en absoluto, y me quedé boquiabierta.
—¿Que nosotros…? ¿Que yo…? ¡Anda ya! —refunfuñé, apartando la vista—. ¡Eso no es justo!
—¡Estoy harto de que andes jugando siempre con la posibilidad de que te maten, Alice! —gritó Milo—. ¡Y si no quieres entenderlo tú solita, ya te obligaré yo a hacerlo! Mantente alejada de esto, ¿entendido?
—¡De acuerdo! —Pulsé el botón del ascensor con la esperanza de poder acelerar el descenso con ello.
No necesitaba para nada que Milo fuera contando algo que ni siquiera había sucedido o… que apenas había sucedido. Había sido algo muy inocente, por supuesto, y no me apetecía tener una nueva pelea. Le había prometido a Jack que nunca volvería a hacer nada que pudiera herirle, y lo había dicho muy en serio.
Por otro lado, sin embargo, no quería dejar escapar al asesino de Jane. Sobre todo ahora, que disponía de algo nuevo sobre lo que trabajar. Tal vez no fuera una pista determinante, pero el soplo de Violet era más de lo que tenía el día anterior.
—Prométeme que te olvidarás del tema —insistió Milo.
—Te lo prometo —dije, sabiendo que rompería mi promesa a la menor oportunidad.