10

—¿Qué demonios pretendes? —le pregunté, con la respiración entrecortada. El terror había disparado mi adrenalina y no tenía nada claro si conseguiría librarme de Violet antes de que me atravesara el corazón por completo.

—Quiero asegurarme de que no te pillen de nuevo desprevenida. —Me miró fijamente con sus ojos de color violeta y me soltó.

—¿A qué ha venido todo esto? —Me incorporé en seguida, llevándome la mano al corazón. La herida no era grave y cicatrizaría en cuestión de minutos, pero por un segundo había estado segura de que Violet pensaba matarme.

—Tienes buenos reflejos y me parece que por algún lado debes de tener escondida bastante fuerza —dijo ella, ignorando por completo mi confusión y mi enfado. Se sacudió el polvo de la ropa y se alisó la camiseta—. Pero tienes que pensar más, ser menos impulsiva. Tienes que aprender a planificar tu ataque. ¿Has jugado alguna vez al ajedrez?

—Una vez, y la pifié por completo —dije—. ¡Has estado a punto de matarme!

—Ni mucho menos —dijo, poniendo los ojos en blanco—. Si de verdad hubiese querido matarte, ya estarías muerta.

—¿Y qué estabas haciendo entonces? ¡Esto no es entrenar! ¡Esto es… es como un intento de asesinato! —Busqué con torpeza una réplica mordaz, pero ella siguió imperturbable.

—Quiero que recuerdes esto. Lo que se siente al pensar que vas a morir. Si lo has sentido de verdad, si has comprendido lo realmente horripilante que es, te cuidarás muy mucho de no volver a sentirlo nunca. —Violet me señaló con la estaca, un gesto que no me ayudó precisamente a sentirme mejor.

—Ya sé que no quiero morir. Ya he pasado antes por toda esta mierda. Sé muy bien lo que es luchar por tu vida —dije—. No era necesario que hicieras todo eso.

—Tal vez sí, o tal vez no —replicó, moviendo la cabeza de un lado a otro.

—¿Cómo has aprendido a luchar así? —le pregunté—. La otra vez que me enfrenté contigo no eras tan buena.

—Te equivocas. Sí que lo era, pero Lucien no lo era, y dejé que fuera él quien llevara la voz cantante —dijo, encogiéndose de hombros—. Fue una estupidez. Viviendo sola en la calle, los demás vampiros se meten contigo. Tienes que aprender a combatirlos; o eso o te matan.

—Siento que hayas vivido todo esto —dije en voz baja.

—No tiene importancia. —Se dirigió hacia la escalera—. Vuelve mañana. Seguiremos entrenando.

—Espera. ¿Sabes a qué se refería Olivia? ¿Eso de que ejerzo una «atracción» sobre los demás? —le pregunté.

—¿Quién sabe a qué se refería Olivia? —respondió, y desapareció por el hueco de la escalera.

Me rasqué el pecho y noté que el corazón seguía latiéndome con fuerza. Miré a mi alrededor y me resultó imposible admirar el perfil de la ciudad como normalmente hacía. Pensé en lo aterrada que me había sentido en aquella décima de segundo en la que había creído que Violet tenía intenciones de matarme de verdad. Y me pregunté si Jane se habría sentido de aquella manera. Si debió de ser consciente de que iba a morir.

Me arrodillé sobre la barandilla que bordeaba el edificio. Desde allí se divisaba el lugar donde encontraron el cuerpo sin vida de Jane y me pregunté si sobreviviría en el caso de saltar desde tan alto. Partirme los huesos era complicado, pero no imposible.

Bajé, crucé el ático y no me tomé siquiera la molestia de buscar a Olivia para despedirme de ella. Lo único que deseaba era salir de allí. Conduje a toda velocidad y llegué en seguida a casa. Reinaba el silencio y me decepcionó descubrir que todos se habían acostado ya. Matilda era la única que continuaba despierta, así que me quedé fuera con ella, viéndola jugar.

La adrenalina seguía en mi cuerpo y no me apetecía acostarme todavía, aunque no se me ocurría nada mejor que hacer. Subí a Matilda a la habitación para que durmiera conmigo, pues no tenía ganas de dormir sola. Normalmente, cuando Jack no estaba, Matilda dormía junto a la puerta, como si con ello pudiese invocar de algún modo su presencia.

Al final conseguí dormirme, pero fue un sueño intermitente, repleto de pesadillas. Volvió de nuevo aquella extraña sensación que tenía en Australia, aquella sensación paralizante que me obligaba a despertarme y a agitar las piernas simplemente para comprobar que podía moverlas.

Jack llegó a última hora de la tarde y entró en la habitación sin hacer ruido. Matilda gimoteó de felicidad y Jack intentó apaciguarla, por lo que decidí hacerme la dormida. Se tumbó en la cama a mi lado, con el pecho pegado a mi espalda. Y cuando me abrazó, me acurruqué contra él.

—Te he echado de menos —dije, cogiéndole la mano.

—Yo también a ti.

Me besó en la nuca y me estrechó entre sus brazos. Me abrazó con fuerza un ratito y luego se incorporó, apoyándose sobre el codo. Me volví hasta quedarme boca arriba para poder mirarlo, y entonces capté la expresión preocupada de sus ojos azules.

—¿Pasa alguna cosa? —preguntó.

Cuando lo miré a los ojos, sus sentimientos me asaltaron con más intensidad si cabe. Su amor y su preocupación me envolvieron como una manta, alejándome de mis anteriores sensaciones.

—Me alegro de que estés de nuevo en casa —dije, acariciándole la cara; su suave piel se calentó con el contacto.

Se inclinó y su boca encontró la mía. Le besé con pasión, separándole con hambre los labios y atrayéndolo hacia mí. Cuanto más le besaba, más me invadía su ser y más sentía que lo necesitaba.

Necesitaba amarlo y sentir cuánto me amaba. Tenía que borrar todas las cosas terribles que había sentido en su ausencia. Jack era el único capaz de hacerme sentir bien de nuevo.

Enterré los dedos entre su cabello y Jack gimió sin dejar de besarme. Mi reacción le sorprendió, pero no por ello dejó de excitarlo. Empezó a recorrer mi cuerpo con las manos, el contacto era cada vez más fuerte y enérgico, y mi piel lo abrasaba.

Interrumpí mis besos y, sin pensarlo, acerqué la boca a su cuello y lo mordí. Jack jadeó sorprendido, un sonido que se fue transformando en un ronco gemido. Él me había mordido ya en varias ocasiones, pero era la primera vez que yo lo mordía a él.

Su sangre me golpeó la lengua y el calor se apoderó de mí, incendiándome las venas. Sabía más dulce que la miel y más fuerte que el alcohol. Me ardía en la garganta, era una llama de placer. Clavé las uñas en su carne, hundiéndolas con fuerza, sin poder evitarlo aun sabiendo que debía de resultarle doloroso. Lo abracé con más fuerza y continué bebiendo de él.

Su amor proporcionaba una sensación asombrosa. Era como si pudiera leerle el alma, y su bondad y su sinceridad me sorprendían. Me resultaba increíble que hubiera algo capaz de ser tan bueno como él, y eso me ayudó a ahuyentar cualquier sentimiento negativo que pudiera albergar. Jack irradiaba todo mi cuerpo.

Mi cuerpo palpitaba al ritmo de su latido. Lo percibía hasta en el último centímetro de mi cuerpo, vertiéndose en mi interior. El placer se apoderó de mí y empecé a tener la sensación de que el corazón iba a explotarme.

Algo cambió. Titiló en él algo oscuro, lo notaba en su sabor. La sensación de morderlo continuaba siendo maravillosa, y Jack gemía de placer, pero algo iba mal.

Casi demasiado tarde, caí en la cuenta de que era la muerte. Llevaba demasiado tiempo bebiendo de él. Su vida se apagaba, y si no paraba, podía matarlo.

Incluso con aquel pensamiento, despegarme de su cuello era librar una auténtica batalla. Percibí de nuevo aquel sabor, la oscuridad apoderándose de nosotros como una marea y dejando en mi lengua una amarga sensación de miedo.

Siempre que Jack dejaba de morderme, experimentaba una dolorosa sensación de frío, pero ahora, al dejar de morderlo, la sensación fue distinta. Me sentía más plena que nunca, maravillosamente plena. Como si estuviera completa, como si mi persona estuviera perfectamente entera por primera vez.

La sangre de Jack me había dejado aturdida y el mundo brillaba a mi alrededor. Los colores eran tan intensos, que mirarlos casi dolía. Los extremos de mi visión resultaban vagos y neblinosos y traté de incorporarme. Débilmente, por debajo de tantas sensaciones, percibía la debilidad que emanaba de Jack.

—Jack. —Le acaricié la cara y noté que tenía la piel fría—. Jack. ¿Te encuentras bien?

Presté atención y no oí su latido. No oía ni sentía nada en Jack. Durante el momento más horripilante de mi vida, pensé que lo había matado.

Pero entonces, él exhaló con fuerza y su corazón retumbó.

—¡Oh, Dios mío, Jack! —exclamé, jadeando. Y abrió repentinamente los ojos—. Creía que estabas muerto.

—No estaba muerto. —Me regaló una sonrisa torcida—. Pero… has extraído mucho.

—Lo siento. —Me ruboricé de vergüenza, y noté que mis mejillas adquirían más color aún del que ya tenían.

—No lo sientas. Me ha encantado. —Reprimió un suspiro—. Estás tan bella. Estás resplandeciente.

—Eso lo dices por la pérdida de sangre —dije, negando con la cabeza—. ¿Quieres que te traiga algo de beber?

—No, todavía no. Quiero seguir sintiendo esto. Te noto aún en mí, y no quiero perder todavía esta sensación. —Me acarició la mejilla y me recosté en su mano—. Te quiero.

—Yo también te quiero. —Estampé un beso en la palma de su mano y me tumbé a su lado, acomodando la cabeza sobre su pecho y rodeándolo con el brazo.

—No lo digo por quejarme, pero ¿qué te ha llevado a tomar esta decisión? —Me acarició el pelo, lentamente y con cautela.

—No lo sé. Simplemente… lo necesitaba. Te necesitaba. —Me acurruqué aún más contra él—. No sé qué haría sin ti.

—Yo tampoco. —Me dio un beso en la coronilla—. Y confiemos en que nunca tengamos que averiguarlo.

—Mejor que no. —Me apretujé contra él para silenciar el escalofrío que me recorría la espalda.

—No te preocupes, Alice —me murmuró al oído, dejándose llevar por el sueño—. Estaremos juntos toda la eternidad. —Caí dormida en sus brazos, casi convencida de que creía sus palabras.

Jamás había visto a Jack tan irascible como cuando se despertó más tarde. Eso no significaba que estuviera tan malhumorado como podía llegar a estarlo yo muchos días, pero me respondió bruscamente sin causa alguna y le gritó enfadado a Matilda. Nunca le había oído levantarle la voz a Matilda y comprendí que perder sangre no le sentaba nada bien.

Bajó a la cocina, vestido sólo con los calzoncillos con los que había dormido. Me limité a regalarme la vista sin hacer nada. Devoró dos bolsas de sangre en tres minutos y Matilda y yo esperamos en el otro extremo de la estancia hasta estar seguras de que volvía a controlar su carácter.

—Lo siento —dijo Jack, arrugando una de las bolsas y tirándola a la basura—. No pretendía ser tan…, ya sabes.

—No pasa nada. No pretendía beber tanta sangre —dije.

—Tranquila —replicó Jack, encogiéndose de hombros—. Ha sido bueno de verdad, y no puedo quejarme, porque yo también he bebido muchas veces de tu sangre. —Abrió la nevera y sacó una nueva bolsa—. Tengo una sed increíble.

—Lo siento —dije, saltando sobre la encimera para sentarme en ella. Jack negó con la cabeza porque estaba tan atareado tragando que no podía ni responderme.

Ezra debió de oír que estábamos en la cocina, pues entró para hablar con nosotros. Observó el escueto atuendo de Jack enarcando una ceja, pero no hizo ningún comentario.

—¿Cómo ha ido todo? —le preguntó Ezra a Jack.

—Bien. La transacción fue como la seda. —Jack estrujó la bolsa para apurar hasta la última gota. Saciado, la tiró a la basura e hizo rodar los hombros—. Me gustaría no tener que ir cada pocas semanas para realizar la operación personalmente. Vivimos en el futuro. Tendríamos que dominar ya la tecnología y aprovecharla.

—Trabajar y salir de casa te va bien —dijo Ezra—. De todos modos, llevo demasiado tiempo encerrado; la próxima vez iré contigo.

—¿Seguro que no preferirías ir tú solo en mi lugar? Tengo la sensación de que en los últimos meses he pasado más tiempo fuera de casa que dentro —dijo Jack.

—Si lo prefieres… —dijo Ezra, encogiéndose de hombros.

—Ya casi ni recuerdo el aspecto de mi chica —dijo Jack acercándose a mí. Se apoyó en la encimera y me enlazó la cintura con el brazo—. Lo que está claro es que eres muy guapa.

En aquel momento sonó el móvil que Ezra llevaba en el bolsillo del pantalón, un tono de una melodía de los Bee Gees que no dejaba de sorprenderme. Por lo visto, había pasado una horrorosa fase disco en los años setenta y Peter siempre comentaba el miedo que había tenido de que nunca lograra salir de ella.

—¿No piensas cogerlo? —le pregunté.

—No.

—¿Por algún motivo en particular? —dijo Jack, mirándolo con la misma extrañeza que yo.

Ezra suspiró con exageración antes de responder.

—Es Mae. Dudo que tenga algo que decirle.

—¿Cómo sabes que es Mae? ¿Tienes clarividencia telefónica? —le pregunté, emocionándome. No me gustaba nada que Mae y Ezra se hubieran separado, y si ella le llamaba era tal vez un paso hacia la reconciliación.

—Lleva todo el día llamando, y yo llevo todo el día evitándola. —Se pasó una mano por el pelo y movió la cabeza de un lado a otro—. No tenemos nada de que hablar. No tengo motivo alguno para responder sus llamadas.

—¡Ezra! La quieres. Ese es motivo más que suficiente —dije.

—La que tomó la decisión fue ella. —Cuando Ezra defendía con firmeza algo, su voz retumbaba. Era muy difícil llevarle la contraria.

—No creo que tuviera otra elección —dijo Jack, sorprendiéndome al ponerse del lado de Mae. Se había enfadado muchísimo con ella cuando descubrió que Mae era el motivo por el que se había convertido en vampiro—. Como mínimo, ella sabe que estás vivo y que sin ella estás bien. Pero si se hubiese decantado por ti, la niña estaría muerta.

—Tal vez. —Ezra bajó la vista, con una actitud cada vez más contemplativa—. Pero no estoy preparado para reparar el agravio.

—¿Has escuchado sus mensajes, al menos? —preguntó Jack.

—No. —Respiró hondo—. No quiero oír su voz. —Negó con la cabeza y se quedó mirándonos—. Y, con franqueza, tampoco me apetece mantener esta conversación. La decisión está tomada.

—No sé por qué todas tus decisiones tienen que ser siempre inamovibles —observé, cruzándome de brazos.

—Soy más viejo y más sabio que vosotros. —Torció las comisuras de la boca en un amago de sonrisa—. Lo que me lleva a preguntarte, por cierto, qué tal van tus estudios.

—Estupendamente —dije, mintiendo. Había leído tres capítulos de historia con Milo, pero el libro de anatomía estaba prácticamente sin abrir.

—Prepárate para repasarlos más tarde conmigo —dijo Ezra—. Y te he dejado en el salón un ejemplar de Matar a un ruiseñor para que lo leas.

—¿Qué? ¿Por qué? —Arrugué la nariz—. Creo que ese lo leí con quince años.

—Pues vuelve a leerlo.

Por lo visto, aquello no admitía discusión, pues Ezra dio media vuelta y abandonó la cocina para dirigirse a su estudio a hacer lo que fuera que hiciese para pasar su tiempo sin Mae. Suspiré ruidosa y apoyé el hombro contra el de Jack.

—¿Tus estudios? —preguntó Jack, levantando una ceja—. ¿De qué va todo esto?

—Ezra opina que, ya que no voy al instituto ni trabajo, debería hacer alguna cosa para no acabar convertida en un tarugo. —Retiré algunos pelos de Matilda que se habían adherido a mis vaqueros—. Y no se equivoca, pero eso no significa que me guste.

—¿Y qué estás estudiando? —preguntó Jack con avivada curiosidad.

—No lo sé. De momento, sólo historia y anatomía y Matar a un ruiseñor, por lo visto. —Hice un gesto en dirección al salón y puse mala cara—. ¿Crees que un libro con un personaje llamado Boo Radley puede ser divertido?

—Nadie dice que tenga que ser divertido. Versa sobre la capacidad de coexistencia del bien y del mal en el seno de la especie humana, y sobre el efecto que el conocimiento tiene sobre la inocencia —dijo. Lo miré con extrañeza y me sonrió—. Me parece que has olvidado que estudié literatura inglesa.

—A veces —reconocí—. ¿Y cómo fue que acabaste trabajando para Ezra y no dando clases o haciendo lo que quisieras hacer con tu título?

—La enseñanza no da dinero. —Se echó a reír, me dio un beso en la sien y volvió a abrir la nevera—. Lo siento. Tengo muchísima sed.

—Lo siento —dije yo a mi vez. Sentía el estómago lleno hasta casi reventar, y comprendí que había bebido demasiado. No entendía siquiera cómo Jack podía seguir teniéndose en pie.

—Para empezar, no tengo la licenciatura. —Jack abrió la nevera y extrajo otra bolsa. Cerró la puerta, se volvió y se apoyó en la puerta de acero inoxidable—. Y no creo que me hubiera gustado ser profesor. La verdad es que no sé qué quería acabar haciendo. Simplemente me gustaba la literatura inglesa.

—¿Qué querías ser de pequeño? —Me acomodé sobre la encimera y crucé las piernas por debajo de mí.

—Batman. —Rompió a reír y abrió la bolsa—. O Luke Skywalker.

—Unos objetivos muy realistas.

—No. Creo que quería ser escritor. O músico. Algo estereotípico y de ese estilo. —Se encogió de hombros y miró la bolsa, tratando de decidir si beber o no más sangre—. Durante una temporada quise ser bibliotecario. En mi época del instituto, me encantaba leer. Me encerraba en mi habitación, leía sin parar y grababa cintas de casete con música variada para una animadora que estaba buenísima y que ignoraba mi existencia. Más o menos como el protagonista de aquella película de adolescentes de los ochenta, La chica de rosa.

—¿De verdad? —dije riendo—. Siempre te había imaginado más como el chico guapo y pijo de esa película.

—Pues te equivocabas. —Sonrió—. Yo tenía el pelo rizado, una maraña negra y horrorosa, y cuando me ponía «de tiros largos», me perfilaba los ojos con lápiz negro.

»Leía sin parar, sobre todo cómics y cosas por el estilo —prosiguió Jack—. El famoso dibujante y guionista Alan Moore publicó historias fantásticas cuando yo tenía quince o dieciséis años. Recuerdo cuando cayó en mis manos el primer ejemplar de The Watchmen y me dije: “Quiero dedicarme a esto”. Deseaba formar parte de todo aquello.

Hizo una pausa y le dio un sorbo a la bolsa. Se apoyó en la nevera y cruzó el pie izquierdo por delante del tobillo.

—Jamás conseguiría dibujar tan bien como él —me explicó—. Pero trabajaba con un colega que sí sabía dibujar. Creamos un montón de oscuros libros de cómics y una serie entera basada en La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe. Una noche, entré a escondidas en el despacho del director y fotocopié unos cuantos ejemplares, que luego nos dedicamos a vender por un dólar cada uno. Sí, por aquel entonces me tenía por el no va más.

—¿Y qué fue de todo eso? —le pregunté.

—Me castigaron por haber entrado en el despacho sin permiso —dijo Jack, con una sonrisa satisfecha—. A mi amigo lo echaron y mi novia empezó a ocuparme cada vez más tiempo. —Se encogió de hombros—. No sé…, la vida continuó, supongo. Y comprendí que seguramente nunca me ganaría la vida escribiendo libros de cómics.

—¿Renunciaste a tu sueño? —le pregunté.

—No sé si fue exactamente eso. —Apoyó la cabeza en la puerta y sonrió, una sonrisa triste, sin embargo—. Creo que en realidad nunca llegó a ser mi sueño.

—¿Y cuál es tu sueño, entonces? —insistí.

—No lo sé. —Me miró más serio—. ¿A qué vienen tantas preguntas?

—Tampoco lo sé. Tengo una crisis existencial.

—Ya lo veo. —Apuró lo que quedaba en la bolsa de un rápido trago. Le pegó más fuerte que el resto de lo que había tomado y movió la cabeza para despejarse—. ¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Qué querías ser de mayor? —Dejó la bolsa sobre la encimera y se acercó a mí, con pasos lentos y llenos de intención.

—No lo sé. —Arrugué la frente, pensativa—. En el instituto realizamos un montón de pruebas de aptitud y, cuando empecé el último curso, los profesores me metieron en la cabeza que tenía que elegir universidad y carrera y decidir allí mismo, en ese mismo instante, qué quería hacer durante el resto de mi vida.

—¿Y qué decidiste? —Jack se situó delante de mí, con un brazo a cada lado de mi cuerpo, básicamente para tenerse en pie.

—No decidí nada. La presión pudo conmigo y acabó paralizándome. —Hice un gesto de indiferencia—. De pequeña, cada semana cambiaba de idea sobre lo que quería ser. Quise ser veterinaria, directiva, titiritera, ninja, bombera, pianista. —Acompañé mis palabras moviendo la cabeza de un lado a otro—. La verdad es que nunca me asenté en ninguna idea.

—Por suerte para ti, ahora dispones de toda la eternidad. —Sonrió, aunque con una sonrisa torcida—. Puedes probar todas las profesiones que te apetezcan. Hacer lo que te venga en gana.

—Sería más fácil si pudiera dedicarme a una sola cosa —dije con un suspiro.

—Sí, pero ¿qué gracia tiene lo fácil? —Me dio un beso en la frente y me sonrió con los ojos entrecerrados—. Como dijo en una ocasión un gran hombre: «De la paz aprendemos muy poco».

—¿Y eso quién lo dijo? ¿Dylan Thomas? —le pregunté.

—No. El tipo que escribió El club de la lucha.

—¿Defiendes entonces las adversidades? Te tenía por un chico que siempre buscaba el camino más fácil —dije bromeando.

—Tal vez. —Me miró a los ojos, atravesándome con la mirada—. Pero resulta que tú eres lo más complicado que he hecho en mi vida, y también lo mejor. Por eso pienso que esta historia tiene moraleja. Merece la pena luchar por cualquier cosa que merezca la pena obtener.

—Gracias…, creo. —Me incliné y lo besé con delicadeza, pero Jack se tambaleó antes de que el beso cobrara más pasión.

—Lo siento. —Movió la cabeza y abrió los ojos de par en par, como si se hubiese llevado un susto—. Creo que tendré que acostarme un rato.

—Tranquilo, si necesitas descansar, descansa. —Le puse la mano en el pecho—. Siento haberte dejado tan seco.

Oí un chirrido estridente en el garaje, seguido casi de inmediato por el sonido de la puerta de un coche cerrándose con estrépito. Milo entró en la casa un instante después, abrió de un portazo e irrumpió en la cocina.

—¿Dónde demonios está Ezra? —preguntó Milo.

—Tío, ¿le has dado a mi coche? —dijo Jack, tan enojado como una persona adormilada y borracha era capaz de mostrarse.

—¿Y por qué tendría que haberle dado yo a tu coche? —replicó Milo con incredulidad.

—Has entrado en el garaje… quemando rueda. ¡Conduces como un loco! —Jack le señaló, no sé muy bien por qué—. Más te vale que no le hayas dado a mi coche.

—¿Qué le pasa? —me preguntó Milo.

—Ha bebido demasiada sangre —dije, restándole importancia al tema—. No le hagas caso. ¿Y qué quieres de Ezra?

—Mi coche es un jodido Delorean. ¡Es una máquina del tiempo! —Jack perdió el equilibrio y tuve que agarrarlo por el brazo para impedir que cayera. Le ayudé a incorporarse y Jack se recostó en la encimera, descansando la cabeza sobre la superficie de granito—. Creo que nunca había bebido tanta sangre.

—Llevo todo el día recibiendo llamadas de Mae, pero estaba en clase y tenía el móvil apagado. —Milo sacó el teléfono para enseñármelo, como si quisiese demostrar con ello que era verdad que Mae lo había llamado—. Me ha dejado seis mensajes, y lo único que dice es que necesita hablar conmigo, que es muy importante y que le resulta imposible contactar con Ezra.

—Pues devuélvele la llamada —dije.

—¡Ya lo he intentado! ¡Pero ya sabes lo complicado que es el tema de la cobertura en ese rincón perdido de Australia! —Milo miró furioso el teléfono y lo guardó de nuevo en su bolsillo—. ¡Algo va mal y no sé de qué se trata!

—Seguro que todo va bien —dije, sin estar en absoluto convencida.

Mae no hubiera intentado ponerse en contacto con Ezra si no fuera un caso de extrema necesidad. Tendría que haberlo pensado cuando Ezra mencionó que Mae había estado llamándolo. Sobre todo teniendo en cuenta el modo en que Daisy había atacado a Bobby y lo que Peter había comentado acerca del comportamiento de la niña.

—¡Ezra! —gritó Milo, dirigiéndose al salón.

—Jack, no te muevas de aquí. —Le di unas palmaditas en la espalda y bajé de la encimera. Jack farfulló alguna cosa, aunque creo que en realidad no se estaba enterando de nada. Salí corriendo tras Milo y entré en el salón.

—¿Por qué no respondes el teléfono? —le gritó Milo a Ezra.

—Mis llamadas telefónicas no son de tu incumbencia —replicó este, impertérrito ante el enfado de mi hermano.

—Mae ha estado llamándote; anda metida en problemas —le informó Milo, mirándolo furioso.

—Tal vez deberías devolverle las llamadas —sugerí—. O, como mínimo, escuchar sus mensajes.

Oímos un golpe en la cocina. Miré en aquella dirección y, aun sin verlo, me imaginé que Jack había caído de la encimera al suelo. El exceso de sangre le había sentado fatal.

—¿No crees que deberías ir a ver qué tal está tu novio? —dijo Ezra, en un tono de voz que no revelaba apenas su frialdad interior.

—¡Estoy bien! —gritó Jack desde la cocina.

—Está bien —dije, y Ezra puso los ojos en blanco.

—No cambies de tema, Ezra —dijo Milo. No me quedaba otro remedio que reconocerlo: admiraba a mi hermano pequeño por tener el coraje de hablarle a Ezra de aquella manera. Para plantarle cara se necesitaba mucho valor—. Sé que estás enfadado con Mae…

—No estoy enfadado con ella —dijo Ezra, interrumpiéndolo—. Simplemente, no tengo nada que hablar con ella.

—Eso da igual. —Milo suspiró—. La querías. La sigues queriendo y, aunque no fuera así, ha sido una persona muy importante para ti durante tanto tiempo que no puedes desconectar de este modo. Tiene problemas muy graves. ¿No podrías, al menos, escucharla? ¿No crees que le debes eso, como mínimo?

—La ayudaría, si estuviera en mis manos. —Ezra tragó saliva y capté el dolor en su voz casi por vez primera desde que lo conocía. El dolor tensaba su profunda voz de barítono—. Pero me parece que no puedo.

—¡Si respondieras a ese condenado teléfono lo sabrías seguro! —le espetó Milo.

—Milo, gritándole no solucionarás las cosas —dije.

—¡No estoy gritándole! —gritó Milo, y respiró hondo a continuación—. Disculpa, me siento frustrado. No me gusta pensar que algo podría ir mal, y que yo podría ayudar pero… no puedo.

Mi teléfono sonó en aquel instante y nos quedamos todos paralizados. Nos miramos durante un segundo y lo extraje en seguida del bolsillo de mi vaquero. Antes de responder, verifiqué el origen de la llamada.

—¿Es Mae? —preguntó Milo, casi sin aliento.

—No. No es Mae. —Tragué saliva—. Es Peter.