9
Nada más llegar, Milo se había echado a dormir la siesta, puesto que con sus estudios llevaba todo el día en pie y cada vez llegaba más tarde a casa. La noche anterior había sido por las prácticas con el equipo de debate, y aquella noche porque estaba dando clases particulares de cálculo a una niña. Por otro lado, Milo no paraba de hablar en francés, y como yo había aprobado por los pelos los dos cursos que había seguido, siempre acababa liándome con sus expresiones.
Jack seguía ausente por cuestiones de trabajo, y el maratón de la serie «Gossip Girl» que daban en la tele me pareció una buena manera de pasar la tarde. Me tumbé en el sofá, todavía en pijama. Como sólo llevaba levantada un par de horas, decidí que tampoco pasaba nada si aún no me arreglaba.
Ezra entró en el salón cargando con un par de voluminosos libros. Su aspecto era algo mejor del que tenía últimamente; al menos se había peinado y su camisa parecía recién planchada. Por suerte, no había llegado a caer en la fase «pantalones de chándal y sin afeitarse ni lavarse» y seguía estando atractivo.
Se acercó al sofá, miró un momento la pantalla y levantó una ceja.
—¿Y ese quién es? —preguntó Ezra.
—Es Chuck Bass —respondí, señalando en la tele al actor Ed Westwick.
—Lleva pajarita. ¿Se ha vuelto a poner de moda?
—Y yo qué sé —dije, con un gesto de indiferencia—. Es Chuck Bass, y hace lo que le da la gana.
—Bueno, basta ya de eso. —Ezra cogió el mando a distancia del sillón contiguo al sofá y apagó el televisor.
—¿Por qué has hecho eso? —le pregunté, fingiendo un enfado—. Estaba a punto de averiguar si sus dotes de ligón iban a darle resultado.
—Cabe esperar que sí. Pero tienes mucho que leer. —Y me lanzó los libros. Cayeron sobre mí de tal manera que me quedé sin aire en los pulmones.
—¡Qué demonios! —Cogí los libros y me llevé la mano al estómago, aunque el dolor ya había desaparecido—. ¿Por qué has hecho eso?
—Porque tenías razón. Tengo que dejar de andar por ahí deprimido, y tú también.
—Yo no estoy deprimida. —Me incorporé y miré los libros—. Historia moderna de Europa: del Renacimiento a la actualidad y Anatomía de Gray: anatomía del cuerpo humano. Con lo gordo que es, imagino que no será sobre la serie de televisión.
—Así es —dijo Ezra, y me quedé mirándolo—. No haces nada de nada.
—¿Cómo que no hago nada? —repliqué—. La verdad es que hago poca cosa, tienes razón, pero no será porque no lo intente. Limpio la casa, incluso le doy de comer a Bobby de vez en cuando.
—Supongo que sabes que Bobby no es una mascota, ¿verdad? —Se cruzó de brazos, como si no estuviese del todo convencido de que yo captaba la diferencia.
—Claro que lo sé —dije, poniendo los ojos en blanco—. Pero lo que quiero decir es que lo intento. Me entreno con Olivia, y justo esta noche, más tarde, tengo que ir a su casa.
—Entrenar con Olivia está bien, pero no es suficiente —dijo Ezra—. El dominio del cuerpo y de la mente no sirve de nada si eres una incompetente. Necesitas una buena educación que lo respalde, y ya que has decidido dejar colgados los estudios, yo me encargaré de que la tengas.
—Mira, no estoy en contra de aprender. Sólo que… —Me quedé mirando los libros, acariciando sus lustrosas cubiertas—. No sé si entiendo el sentido de las cosas. Ya lo tengo todo. ¿Qué más puede haber?
—Sí, la vida es increíblemente dura para ti —dijo Ezra con sequedad.
—No, no pretendía decir eso —dije con un suspiro—. Creía que todo lo que deseaba era estar con Jack, que mi vida estaría completa con eso. Que después viviríamos felices para toda la eternidad. Y amo a Jack, y deseo estar con él. Pero ahora que lo tengo, y que me doy cuenta de lo mucho que va a durar esa eternidad…, no sé qué hacer.
—Necesitas tener un propósito en la vida —dijo Ezra con conocimiento de causa, y me quedé mirándolo.
—Sí, tienes razón —dije—. Pero ¿eso cómo se consigue? Cuando tienes ante ti toda la eternidad, ¿cómo…, cómo la llenas? ¿Con partidas interminables de solitarios?
—Tu concepción del tiempo irá cambiando. —Se sentó en el sofá a mi lado—. Al final, acaba pasando más rápido y tiende a difuminarse, los años pasan a parecerte semanas.
—¿Y es así como sobrevives?
—A veces. —Sus ojos de color caoba se perdieron por un instante en la lejanía, pero respiró hondo y la mirada se esfumó—. Tienes que aprender a disfrutar el presente, a valorar todo lo que te rodea. El valor de la vida está en su fugacidad. Por mucho que nosotros estemos aquí para siempre, las demás cosas no lo están.
—¿Estás diciéndome con esto que debería disfrutar de las cosas que acabarán muriendo? —le pregunté—. ¿Que la muerte equivale a la felicidad?
—No exactamente. —Se recostó en el sofá y soltó el aire—. El problema de darle a una persona la oportunidad de ser vampiro es que en realidad no es una oportunidad. Nadie puede comprender qué está consintiendo. Nadie puede imaginarse la sensación de eternidad.
—No veo mucho consejo en tus palabras.
—Amar a otra persona, incluso a varias personas, te ayudará a tener una vida más plena. —Ezra me miró a los ojos—. Pero no te ayudará a que sea completa. Eres tú misma quien tiene que encargarse de eso. Eres tú quien debe decidir el propósito por el que vives.
—¿Y…, y por eso me has traído libros de texto? —pregunté, señalándoselos. Ezra sonrió entre dientes.
—No, te he traído libros de texto porque quiero que dispongas de todas las herramientas necesarias para hacer lo que sea que decidas hacer, y el conocimiento es la herramienta más poderosa que existe.
—¿Qué estáis haciendo? —Milo entró en el salón, bostezando.
—Oh, Dios, pareces el perro de Pavlov de los intelectuales —dije riendo—. Basta con que alguien diga «libros de texto» para que aparezcas corriendo.
—¿Piensas ponerte a estudiar? —Milo abrió los ojos de par en par, emocionado.
—Ezra va a ser mi tutor, no sé si es exactamente lo mismo —dije.
—¡Oh, me parece fantástico! —Milo aplaudió la idea y se acercó al sofá—. ¡Déjame ver! —Me arrancó los libros de las manos, aunque la verdad es que no opuse la mínima resistencia.
—Lee los tres primeros capítulos de los dos libros —me dijo Ezra mientras Milo los hojeaba y comentaba con efusividad su contenido—. Mañana los comentaremos.
—¿Mañana? —dije—. Esta noche he quedado con Olivia para entrenar. No tendré tiempo.
—Pues búscalo —dijo Ezra, con el tono que utilizaba cuando iba al grano. No era ni altisonante ni brusco, pero sí lo bastante firme como para saber que no admitía discusiones.
—¡Venga, Alice, será divertido! —dijo Milo, con un regocijo exagerado—. Será buenísimo para ti. Y piensa que ni siquiera tendrás que madrugar. Es mucho mejor que lo que hago yo.
—Buena suerte. —Ezra se levantó y me sonrió.
—Espera un momento. ¿Por qué has elegido estos libros? —le pregunté—. Lo de la historia, lo entiendo, más o menos. Pero ¿por qué un libro de anatomía?
—Dijiste que querías ser médica —dijo Ezra, encogiéndose de hombros—. He pensado que tal vez despertaría tu interés.
Me dejó a solas con Milo, que se lanzó de inmediato a devorar el libro de historia. Por sorprendente que parezca, Milo era un gran aficionado a la historia. Le gustaban en especial las cosas antiguas de verdad, como todo lo relacionado con la antigua Mesopotamia y las primeras civilizaciones, pero, en general, toda la historia le fascinaba.
—Si no aprendemos de nuestros errores, estamos condenados a repetirlos —dijo Milo cuando se dio cuenta de que yo empezaba a perder el interés—. Es importante saber lo que hicieron otros para no cometer las mismas faltas.
—Me parece muy buen consejo, pero no tengo planes de liderar ninguna revolución, ni mucho menos —dije.
—Podrías —dijo Milo con una sonrisa—. Vamos a estar mucho tiempo por aquí. Quién sabe lo que acabarás haciendo.
Estudié con Milo durante un par de horas, pero, por suerte, la llegada de Bobby sirvió para rescatarme. Había estado trabajando en la redacción de un drama y se le había hecho tarde.
Me sentí aliviada al ver a Bobby. Intenté entablar con él una conversación de verdad, pues el parloteo incesante de Milo sobre temas de historia me había dejado la cabeza hecha un batiburrillo. Pero al cabo de poco rato, Bobby y Milo empezaron a pegarse el lote.
Aunque la verdad es que tampoco me importó, pues tenía que prepararme para ir a casa de Olivia. Me duché y me vestí, y cuando me fui, vi que Milo y Bobby seguían en el salón, susurrándose tonterías.
Conduciendo el Audi a toda velocidad, pensé en que era muy extraño que la idea de conducir me pusiera antes tan nerviosa. Me encantaba conducir. Zigzaguear a toda velocidad entre los carriles de la I-35 mientras sonaba Metric a todo volumen en el equipo de música debía de ser una de mis cinco actividades favoritas.
Mi felicidad se esfumó de repente al ver una valla publicitaria en blanco y negro en la que aparecía un chico muy atractivo con la camisa abierta para revelar la musculatura perfecta de sus abdominales. Se le veía aburrido, con esa expresión de insolencia tan sexy que adoptan todos los modelos. El anuncio mostraba básicamente su torso, y la imagen terminaba en la cintura del pantalón, de un modo natural, por mucho que lo que se anunciara fueran vaqueros.
Pero eso no fue lo que me llevó a sonreír con desdén o a dejar de cantar al son de la música. Lo que sucedía era que el chico del anuncio era Jonathan, el antiguo «novio» de Jane, por llamarlo de alguna manera. La última vez que lo vi, estaba desgarrándole la garganta, y ella parecía encantada.
Pisé con fuerza el acelerador para dejar atrás la valla a la mayor velocidad posible. No quería pensar más en Jane, al menos no esa noche. Necesitaba un día libre de aquella constante sensación de culpabilidad.
Cuando llegué a V, decidí pasar por el túnel que recorría el local por debajo para no tener que enfrentarme a la habitual muchedumbre, aunque, de todos modos, eché una ojeada a la pista de baile. A pesar de que era más de medianoche, el local estaba a un tercio de su capacidad habitual. Seguía siendo una multitud, pero Violet no exageraba: la existencia de un asesino en serie invitaba a la gente a quedarse en casa.
Pero eso no impedía a Olivia encontrar gente. Por mucho que dijera que había reducido su consumo de sangre, y esa era la impresión que había dado durante una temporada, cuando salí del ascensor y accedí a su apartamento, la fiesta estaba en pleno apogeo.
En la amplia estancia sonaba música con un bajo potente y una voz que me recordaba a Maynard James Keenan. Las luces eran tenues y la cincuentena de personas desparramadas por allí estaban increíblemente revueltas. Tanto humanos como vampiros iban afanosamente a lo suyo.
Me quedé inmóvil junto al ascensor al menos durante un minuto. Cuando vi a dos chicas representar una sinuosa danza para un vampiro, me planteé incluso largarme. Olivia no podía entrenarme en aquellas condiciones y yo aborrecía aquel rollo. Era un estilo de vida que no iba en absoluto conmigo y que tampoco aprobaba en los demás. Emborracharse con sangre humana y utilizar seres humanos para ello no encajaba con mi forma de ser.
Di media vuelta dispuesta a marcharme justo en el momento en que Olivia se percató de mi presencia. Estaba en un rincón de la sala, tumbada sobre una alfombra de imitación de piel de oso. Antes de que me diera tiempo a emprender mi huida, me llamó y se incorporó. A punto estuvo de tropezar con alguien en su carrera para detenerme.
—¡Alice! ¡Estábamos esperándote! —Corrió hasta mí y no me dio la impresión de que estuviera borracha. De haberlo estado, la habría dejado plantada allí mismo.
—Sí, ya lo veo. —Inspeccioné la estancia con la mirada más desaprobadora de la que fui capaz.
—Te habría llamado, pero ya sabes lo poco que me gustan los teléfonos móviles. —Olivia movió la mano en un gesto desdeñoso—. He encontrado a alguien para que entrene contigo.
—En ese caso, ¿puedo venir mañana a conocerlo? —pregunté.
La sala olía a sangre fresca y con el rabillo del ojo vi un vampiro mordiéndole el cuello a un muchacho.
—Ya estás aquí —dijo Olivia, posando la mano en mi brazo. Podía haberme apartado pero, con un suspiro, decidí no hacerlo—. ¿Subimos al tejado?
Seguí a Olivia por la escalera que conducía al tejado. Olivia, silbando alegremente el Himno a la alegría, abrió la puerta que daba al exterior y una ráfaga de gélido viento invernal inundó el hueco de la escalera. En cuanto accedí al tejado, vi a Violet en un extremo del mismo, admirando la vista.
—¿Qué demonios hace esta aquí? —pregunté, quedándome helada.
—Entrenará conmigo —respondió Olivia con una sonrisa.
—No puede… —Quería hablar a solas con Olivia, pero Violet ya había detectado nuestra presencia—. No me parece en absoluto adecuado, Olivia.
—Tonterías —dijo Olivia, ignorando mi preocupación—. Violet y yo hemos estado hablando y he comprendido que la vida en la calle la ha obligado a aprender muchas cosas. Hoy hemos practicado lucha, y lo hace muy bien. Te servirá para comprender un poco lo que sería enfrentarte de verdad a un vampiro.
—Pero, Olivia… —empecé a decir; ella me interrumpió.
—Necesitas más ayuda de la que yo puedo proporcionarte —replicó simplemente.
—Quiero entrenar, pero no necesito «ayuda». —Miré a Violet recorrer el borde del tejado y coger un tubo metálico largo, parte de una vieja antena.
—Sí, cariño, claro que la necesitas. —Olivia me acarició el brazo—. Tienes ese algo que atrae a los demás hacia ti, y eso ya lo he observado en varios vampiros. Siempre acaba causando problemas.
—¿Una atracción? ¿Qué demonios quieres decir con eso? —le pregunté.
—Es algo que llevas en la sangre. No sé por qué sucede, pero entiendo un poco el porqué de las cosas. —Contempló la vista de la ciudad—. Eres como un faro que desprende luz y los demás vampiros son como mariposas nocturnas. No todos se ven afectados con la misma fuerza, pero todos lo percibimos, en mayor o menor grado.
—Pero ¿de qué me estás hablando? —pregunté.
—Creo que ya estás lista para entrar en pelea —dijo Violet con una sonrisa de satisfacción y agitando el tubo por encima de sus hombros igual que haría un ninja con su bo.
—La verdad es que no —dije, negando con la cabeza—. Lo único que quiero es entender de qué me habla.
—Entrena con ella —dijo Olivia, mirándome muy seria—. Es mejor que yo.
—¿Lista? —preguntó Violet, por muy evidente que fuera que no estaba preparada aún.
Olivia dio media vuelta dispuesta a bajar, y eché a andar tras ella. Pero en cuanto di el primer paso, Violet se plantó a mi lado, volteando el tubo ante mí a tal velocidad, que a punto estuvo de golpearme con él en la barriga.
—¿Qué demonios haces? —le pregunté.
—Quiero ver lo que eres capaz de hacer —respondió con indiferencia, y volteó de nuevo el tubo. Me doblé hacia atrás, como si fuera a iniciar la danza del limbo, y el tubo pasó rozándome la barbilla—. Buenos reflejos.
Oí que la puerta se cerraba y miré en aquella dirección para comprobar que Olivia había bajado. Y en el segundo en que aparté mi atención de Violet, recibí un golpe de bo en la cabeza.
—Presta atención —me ordenó.
En cuanto desapareció el dolor cegador que por un instante asoló mi cráneo, junto con el hormigueo que siempre produce la curación de un corte, gruñí y me abalancé sobre ella. Quería saber a qué demonios se refería Olivia y, por otro lado, no confiaba en absoluto en Violet. Tengo la costumbre de odiar a todo aquel que me golpea en la cabeza sin previo aviso.
Pero Violet se apartó de mi trayectoria y esquivó mi ataque sin problemas. Había visto a otros vampiros con movimientos más rápidos incluso que los de ella, como el licano Stellan, cuya velocidad lindaba con la de la teletransportación. La elegancia y agilidad de Violet, sin embargo, me obligaron incluso a pestañear para asegurarme de que había desaparecido de mi vista.
Estaba detrás de mí, a punto de golpearme por la espalda, de manera que salté por los aires y realicé un mortal hacia atrás antes de aterrizar de nuevo sobre el tejado. Nunca había realizado aquel movimiento como un acto reflejo. Me habría gustado disfrutar de un segundo para admirar mi maravillosa cabriola, pero Violet se abalanzó de nuevo sobre mí.
—¡No me parece justo que vayas armada! —grité al verla empuñar el tubo con la intención de atizarme en las piernas. Conseguí esquivarlo de un salto. Acuchilló el aire con su vara, y me habría dado a buen seguro si yo no hubiera saltado de nuevo, para aterrizar esta vez a cuatro patas.
—¿Y quién ha dicho que la vida sea justa? —replicó Violet, y rodé por el suelo para apartarme de su trayectoria. Clavó el tubo en el tejado y, de no haberme movido a tiempo, me habría empalado atravesándome el vientre. Me incorporé a toda velocidad, consciente de que estaba obligada a lanzar un contraataque para detener aquello.
Corrí hasta el extremo de la azotea, y Violet me lanzó el tubo como si fuese una lanza, con el centro de mi espalda a modo de diana. Continué corriendo y salté para posarme sobre la barandilla que recorría el borde del edificio. Tomé impulso y salté hacia atrás, y en ese momento noté el tubo rozándome el muslo antes de caer a la calle.
Di un nuevo salto mortal hacia atrás, esta vez extendiendo las piernas. Violet se movió de tal modo que, en lugar de darle un puntapié en la cabeza como había planeado, le arreé una simple patada en el pecho. Caí sobre ella, pero ni siquiera la derribé. Me volteó hasta tumbarme de espaldas en el suelo, y me agarró por los hombros con fuerza.
Levanté los pies y le aplasté el estómago para quitármela de encima. Violet echó la mano hacia atrás en un fugaz movimiento y cogió algo que llevaba escondido en el bolsillo trasero del pantalón. Seguí debatiéndome para liberarme de ella, pero en aquel momento sentí una aguda punzada en el pecho. Acababa de clavarme algo.
Bajé la vista y vi una estaca de titanio clavada en mi corazón, una herida lo bastante importante como para que la sangre empezara a manchar mi camiseta.