8

Estábamos en la calle Ocho, donde la altura de los edificios impedía el paso de la luz del sol. Me había puesto chaqueta, sombrero y unas gafas de sol gigantescas, por lo que la claridad no suponía un gran problema para mí. Sin embargo, cuando abandonamos la escena donde había aparecido el segundo cadáver, me sentí mareada.

A aquella hora del día, el centro bullía de actividad y yo no estaba acostumbrada a tanto ajetreo. La gente pasaba apresurada por nuestro lado, y había incluso quien casi tropezaba conmigo. Estar entre multitudes ya no me inquietaba como antes y el aire libre ayudaba a mitigar el olor a sangre. Además, últimamente, mis ansias de sangre estaban mucho más moderadas y Ezra había elogiado mi capacidad para aprender a controlar tan rápidamente el deseo.

—Me parece que no sacaremos nada en claro de todo esto —le dije a Bobby mientras esperábamos a que el semáforo se pusiera en verde para cruzar la calle.

—Sé que ahí no hemos visto gran cosa, pero aún es posible que descubramos algo —dijo Bobby—. De todas maneras, siempre es mejor esto que no hacer nada.

Excepto un trocito de cinta adhesiva de la que utiliza la policía que habíamos encontrado adherida a un poste, en la última escena no quedaba nada de nada. Y en la primera aún habíamos encontrado menos. No es que tuviese muy claro qué andábamos buscando, pero la verdad es que no habíamos dado con nada.

Cuanto más nos acercábamos al lugar donde habían descubierto el cadáver de Jane, más enferma me sentía. Tenía la boca y la garganta secas, y me costaba mucho tragar. La chaqueta y el sombrero me daban mucho calor y estaba bañada en un sudor frío.

—No sé. —Moví la cabeza y me quedé un paso por detrás de Bobby.

—Echar un vistazo no nos hará ningún daño.

Bobby resbaló al pisar una placa de hielo y alargué el brazo por instinto. Conseguí evitar su caída, y lo sujeté un segundo por el brazo, pero él volvió a resbalar. Un hombre que pasaba por nuestro lado me miró con extrañeza. Hundí las manos en los bolsillos e intenté pasar desapercibida mientras Bobby se recolocaba la chaqueta.

—Gracias —dijo.

—De nada —murmuré, y lo agarré por el codo para seguir caminando. La gente continuaba mirándonos y aquella sensación no me gustaba en absoluto.

Si no hubiera estado tan nerviosa, habría dedicado un momento a sentirme orgullosa de haber sido capaz de actuar lo bastante rápido como para despertar miradas de extrañeza. Mis reflejos eran cada vez más veloces y ya no resbalaba sobre el hielo, ni siquiera corriendo sobre él. Empezaba a sentirme cómoda en mi nueva piel.

—¿Hay algún motivo por el que tengamos que andar tan rápido? —preguntó Bobby, mirándome de reojo.

—No estamos andando rápido. —Me di cuenta de que caminaba más de prisa de lo que me habría gustado, de modo que aminoré el paso.

Solté el brazo de Bobby en cuanto doblamos la esquina de Hennepin Avenue, aunque luego deseé haber seguido aferrada a él. Hundí las manos en los bolsillos y ralenticé aún más el paso, tanto que apenas avanzábamos. Estábamos acercándonos a V y, más allá del local, divisé el espacio vacío sobre el suelo de hormigón donde habían descubierto el cadáver de Jane.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó Bobby—. Estás muy pálida.

—Sí, estoy bien —respondí, mintiéndole. Nos habíamos detenido en medio de la acera y la gente tenía que rodearnos para no tropezar con nosotros—. ¿Por qué estás haciendo todo esto?

—¿El qué?

—Esto. Ayudarme. Intentar solucionar esto.

—Soy de St. Joseph, Minnesota —dijo Bobby, y le repliqué con un gesto de indiferencia, pues no entendía a qué venía aquello—. Mi madre estaba embarazada de mí cuando se produjo el famoso secuestro de aquel niño llamado Jacob Wetterling. Tengo un hermano nueve años mayor que yo que era amigo suyo.

No conocía el caso con mucho detalle, pero se había hecho tan famoso que sabía más o menos lo sucedido. Jacob tenía once años cuando fue secuestrado cerca de su casa, en St. Joseph. Veinte años después, la policía seguía sin poder explicar qué le había pasado o quién lo había secuestrado.

—Me crie con una madre tan sobreprotectora que podría decirse que estaba loca: hablaba sin cesar de aquel niño. —Bobby entornó los ojos para mirar el sol que asomaba por encima de los edificios—. Para mí, es como un misterio que se cierne sobre todo, y eso que nunca llegué a conocer a Jacob. Aun así, el hecho de no saber qué fue de él continúa preocupándome.

—¿Quieres decir con esto que quieres encontrar al asesino de Jane porque no han podido encontrar a Jacob Wetterling? —le pregunté.

—Mi madre siempre decía que no sabía cómo se las había arreglado la madre para salir adelante, cómo podía sobrevivir sin saber qué había sido de su hijo —me explicó—. Jane no ha desaparecido, y tampoco era tu hija, pero necesitas saber qué ocurrió. Y yo también quiero saberlo, y eso que no era mi mejor amiga.

—Yo ya ni siquiera sé si era mi mejor amiga. —Suspiré y bajé la vista para mirar la acera, allí donde habían encontrado el cadáver.

—Pues bien, como resulta que ahora, en la práctica, soy tu mejor amigo, tengo que ayudarte con esto.

—¿Qué es eso de que eres mi mejor amigo? —pregunté, enarcando una ceja.

—No puedes contar ni con tu novio ni con tu hermano, ni tampoco con los hermanos de tu novio; por lo tanto, sólo puedo ser yo —dijo Bobby sonriendo—. Soy tu nuevo mejor amigo.

—¿Y qué me dices de Leif? ¿O de Olivia? —le pregunté.

—Leif no es amigo tuyo. —Hizo un gesto de negación y arrugó la frente—. No estoy muy seguro de lo que es, pero no es un amigo. Y Olivia es tu entrenadora. Es como si fuera tu jefa. Y eso no cuenta.

—Vaya, pues sí que existen condiciones para decidir quién puede ser o no «mejor amigo».

—Yo no dicté esas reglas —dijo Bobby, encogiéndose de hombros—. Pero como tu mejor amigo, mi deber cívico consiste en ayudarte en esto.

—¿Y crees que inspeccionar este lugar nos servirá de algo? —le pregunté.

—Creo que sí. —Bobby asintió—. Vamos.

—De acuerdo. —Respiré hondo y seguí caminando, pegada a él—. ¿Y qué opina tu loca y sobreprotectora madre de que vivas aquí? ¿Pasas alguna vez por su casa?

—Hum… La verdad es que no opina nada —dijo Bobby—. Murió de cáncer cuando yo tenía doce años. Y no voy mucho por casa. Mi hermano vive actualmente en Oregón.

—Oh, lo siento —dije, sintiéndome estúpida por no estar al corriente.

—No pasa nada. —Hizo un gesto de indiferencia—. Bueno, sí que pasa. Pero hace ya mucho tiempo, así que…

Llegamos al lugar, y nos paramos en seco. La gente pasaba por la acera rodeando el sitio donde habían abandonado el cuerpo de Jane, por lo que daba lo mismo que nos hubiéramos quedado allí plantados. Ondeaba aún con el viento un trocito de cinta adhesiva de la que utiliza la policía, pero el resto ya había desaparecido.

Teniendo en cuenta la sensación de náuseas que había ido acumulando por el camino, esperaba sentirme peor al llegar allí. Pero viéndolo todo de cerca, lo único que sentía era un extraño vacío interior. Como si mis emociones se hubieran desconectado por completo.

Desde el día anterior habían caído quince centímetros de nieve y la limpieza de las calles se había llevado consigo la mayoría de los indicios que pudiera haber. Pero con todo y con eso, detecté borrosas manchas de sangre, sobre todo entre las grietas del suelo.

Me agaché y conseguí olerla, aunque muy tenuemente, por debajo del olor de la nieve, la sal, los gases de los tubos de escape y la gente. De no haber sabido que se trataba de Jane, lo más seguro era que no hubiera conseguido olerla. Aspiré con fuerza, como si con ello pudiera averiguar algo.

Acaricié la parte más oscura de la mancha. Y en cuanto entré en contacto con ella, noté una fuerte descarga eléctrica en los dedos que me obligó a retirar la mano.

—¿Estás bien? —me preguntó Bobby.

—Sí, no pasa nada. —Le resté importancia y me incorporé—. ¿Has visto eso?

—¿El qué?

—Su sangre. —La señalé. No habíamos visto sangre en los otros lugares, aunque no estaba segura de si era porque no me había fijado y allí me había percatado de la mancha simplemente porque estaba sintonizada con Jane.

—Sí. —Bobby asintió—. Apenas se percibe, pero la veo.

—¿Tú has visto sangre en los otros lugares?

—No. —Arrugó la frente al empezar a pensar—. No, no he visto nada.

—Imagino que no significa nada —dije—. Los demás asesinatos se produjeron hace ya tiempo. El primero fue antes de Navidad.

Miré el edificio donde estaba ubicada la discoteca V. Tenía un aspecto normal y corriente, sin nada que lo distinguiese del resto de edificios. Nadie se imaginaría que cada noche, en su sótano, se reunían centenares de vampiros.

—La verdad es que tampoco recuerdo haber visto tanta sangre en las fotografías de los otros asesinatos —dijo Bobby—. Tal vez tuvieran menos que limpiar.

—¿Viste las imágenes reales de los escenarios? ¿O sólo las que permiten publicar en los periódicos? —le pregunté—. Supongo que las más horripilantes no las publican.

—En internet se puede encontrar todo —dijo, eliminando con ello mis dudas—. He visto algunas que son realmente brutales.

—Eres un chico retorcido, ¿lo sabías?

—¡Estaba investigando! —Bobby se puso a la defensiva por un instante antes de proseguir—. Es posible que el asesinato de Jane fuera algo más excesivo, y por eso hubo más sangre.

—No quiero ni pensarlo —dije, con una mueca de repugnancia.

—Lo siento. Lo que quiero decir con esto es que cuando alguien se ensaña, es normalmente porque se trata de una cuestión personal —dijo Bobby.

—Había mucha gente cabreada con Jane —dije, suspirando. Bobby tenía razón, pero en aquel momento estaba tan perturbada que no podía ni pensar. Seguía con la mirada clavada en la discoteca, aunque veía de reojo las manchas de sangre—. Oye, ¿podemos hablar mientras andamos?

—Oh, sí, claro, por supuesto.

—El sol me molesta —dije, mintiendo.

El sol empezaba a brillar con fuerza por encima de los edificios, aunque no había empezado todavía a molestarme. Crucé la calle en dirección a V, para volver a estar en la sombra.

—¿Qué piensas de todo esto? —Bobby se apresuró para seguir mi ritmo. Volvió a resbalar en la nieve y lo agarré al vuelo, asegurándome esta vez de hacerlo más lentamente, tal y como lo haría un humano.

—No sé qué pensar —reconocí.

Llegamos al callejón que había junto a V, y miré hacia allí por pura costumbre. Pero vi algo que me llamó la atención y me detuve en seco.

—¿Qué pasa? —preguntó Bobby.

—Oh, no. Dime, por favor, que no se trata de otra chica —murmuré.

Vi una melena rubia sobre un montón de nieve apilado junto al edificio. A su lado, un abrigo largo cubriendo la forma de un cuerpo. La entrada a V quedaba medio escondida en el callejón, por lo que esta vez no habría sido en un lugar tan transitado como en los otros casos, pero todo indicaba que se trataba de un cuerpo abandonado junto a la puerta.

—¿Qué pasa? —repitió Bobby.

—Mantente detrás de mí —le ordené.

Coloqué el brazo delante de él para protegerlo y nos adentramos muy despacio en el callejón. Cuando llegamos a la montaña de nieve, mi corazón retumbaba con tanta potencia que ni siquiera me dejaba pensar.

En otros tiempos, me habría temblado la mano, pero ya no. Desde hacía cosa de un mes, era incapaz de temblar. Y por mucho que supiera que mis músculos reaccionarían como si fuesen de mármol en caso necesario, los notaba correosos.

Extendí el brazo y retiré el abrigo. Esperaba encontrarme un cadáver, y me asusté al tropezar con otra cosa. Bobby gritó detrás de mí.

Saltó de repente un vampiro, moviéndose con la velocidad que únicamente nosotros somos capaces de dominar, y a punto estuvo de abalanzarse sobre mí antes de darse cuenta de quién era yo. Violet me miró fijamente, con sus misteriosos ojos púrpura abiertos de par en par de pura sorpresa. Tenía la piel azulada allí donde había permanecido en contacto con la montaña de nieve, y la ropa sucia y mojada.

—¿Por qué andas siempre molestándome? —me espetó—. ¿Me persigues o qué?

—No, no te persigo —dije—. Simplemente te he visto y he pensado que… —No quería reconocer lo que había pensado, de modo que dejé la frase sin terminar.

—¿Os conocéis? —preguntó Bobby, una vez superado el susto inicial.

—No mucho, la verdad. —Violet se metió un mechón de pelo rubio detrás de la oreja y se cruzó de brazos.

—¿Qué haces aquí fuera? —le pregunté.

—Eso no te importa. —Permaneció un instante mirándome furiosa, pero casi al momento bajó los humos. Se volvió y se puso el abrigo—. Pero supongo que será mejor que me largue.

—¿Tienes adónde ir? —le pregunté, y Violet tragó saliva—. ¿Qué hacías durmiendo aquí fuera, a plena luz de día?

—No tenía adónde ir, ¿vale? —Sus intensos ojos se fijaron en los míos y le tembló un poco el labio—. Normalmente encuentro a alguien que me lleva a su casa y me quedo allí a dormir, pero últimamente las discotecas están secas. Ese maldito asesino en serie está dejando las calles vacías.

—Sí, nos está complicando la vida a todos —murmuré con amargura.

—Ya me disculpé por lo de tu amiga —dijo Violet, suavizando un poco el tono. Creo que se sentía culpable por todo lo sucedido anteriormente entre nosotras, y eso significaba algo.

—¿Por qué tienes que encontrar gente para poder dormir a cubierto? ¿Cómo es que no tienes tu propia casa? —le pregunté.

—¡Tengo dieciséis años y aparento dieciséis años! —Hizo un gesto señalándose, y tenía razón. A veces, parecía incluso más joven. Cuando bajaba la guardia, sus ojos tenían una inocencia extraña—. No dispongo de tarjeta de la Seguridad Social, de modo que no puedo conseguir trabajo, y aun en el caso de que lo consiguiera, trabajar a tiempo parcial en una cafetería no me bastaría para pagar las facturas. No me permiten alquilar un apartamento o pagar una habitación de hotel ni cuando tengo dinero. Ni siquiera tengo carnet de conducir. ¿Qué quieres que haga?

Jamás había pensado en cómo debía de ser la vida de los otros vampiros. Yo había tenido la suerte de entrar a formar parte de una familia rica que se encargaba de todo, desde el dinero y el alojamiento hasta la falsa tarjeta de la Seguridad Social. No me imaginaba sobreviviendo sin todo aquello, sobre todo en el caso de una persona tan joven como Violet.

—Y ahora, si me disculpas, tengo que buscar otro lugar donde dormir. —Echó a andar.

—Espera —dije, deteniéndola.

—¿Qué pasa? —preguntó, mirándome con impaciencia.

No quería dejar a Violet en la calle, pero tampoco podía llevarla a casa. No teníamos espacio para acogerla y, aun en el caso de que lo hubiéramos tenido, no confiaba tanto en ella. Por suerte, conocía a alguien que sabría muy bien qué hacer con una vampira díscola y adolescente.

—Ven. Conozco un lugar donde podrás instalarte —dije.

—¿De verdad? —preguntó Violet.

—Sí, ¿de verdad? —dijo Bobby, levantando una ceja con escepticismo, temeroso de que fuera a sugerir nuestra casa.

—Sí. —Moví la cabeza en dirección a la entrada de V y Violet se mofó de mi gesto.

—Está cerrado. A las siete de la mañana cierran y echan a todo el mundo —dijo—. Créeme. Ya he intentado varias veces quedarme ahí.

Me acerqué a la puerta y, aunque dubitativos, tanto Violet como Bobby me siguieron. Extraje las llaves del bolsillo del pantalón. A menudo llegaba a casa de Olivia antes de que ella se despertara y ya se había cansado de tener que bajar a abrirme.

Abrí la puerta, la empujé y la sujeté para que Violet y Bobby pudieran pasar. La tenue luz roja que normalmente iluminaba el vestíbulo estaba apagada y le di la mano a Bobby para guiarlo. Teníamos que descender una escalera muy empinada y estábamos completamente a oscuras, de modo que, para evitar que Bobby se partiera la crisma, decidí cargármelo a la espalda. Era la única manera de asegurarme de que no iba a hacerse daño.

Cuando llegamos al túnel del sótano, lo dejé en el suelo y le di de nuevo la mano para guiarlo. Para acceder a la discoteca, teníamos que girar a nuestra derecha, pero esa no era mi intención, de modo que seguí caminando. Violet estaba confusa y me preguntó si sabía adónde iba. Le dije que era un recorrido que había hecho un montón de veces.

Al final, después de recorrer el laberinto del sótano, llegamos al ascensor situado en el centro del edificio. El ascensor estaba iluminado con fluorescentes, y tanto Violet como yo entrecerramos los ojos, pero Bobby se sintió claramente aliviado de poder volver a ver algo.

—¿Puedo preguntarte si tus ojos son de verdad de color púrpura? —le dijo Bobby a Violet mientras subíamos al ático de Olivia—. ¿O es sólo desde que te convertiste en vampira?

—Son completamente míos —respondió Violet con un suspiro—. Sólo una de cada millón de personas tiene los ojos de color violeta. Iban a llamarme Mischa, pero cuando mi madre me vio los ojos, cambió de idea.

—Oh —dijo Bobby, asintiendo.

—Elizabeth Taylor tenía los ojos de color violeta, creo —dijo Violet.

El trayecto en ascensor hasta el último piso del edificio era bastante largo y un silencio incómodo acabó cerniéndose sobre nosotros. Bobby se puso a tararear la melodía de La chica de Ipanema que sonaba por los altavoces y Violet miró al techo.

Se abrieron las puertas y accedimos al lujoso ático de Olivia. Bobby había estado allí conmigo algunas veces, pero todo aquello era nuevo para Violet. Silbó con exageración y se aproximó a la ventana para admirar las vistas.

—Es un lugar precioso —comentó, sobrecogida.

—Y más precioso es aún cuando está limpio —dije.

Olivia tenía una chica que subía a limpiar dos veces por semana y era evidente que ese no era día de limpieza. Había cojines por todas partes, y uno de ellos estaba rasgado, lo que había cubierto el mobiliario de bolitas blancas del relleno. Había también varias botellas de vino abiertas, lo que indicaba que la fiesta había consistido básicamente en una sesión de persuasión humana, de las que le gustaban a Olivia.

Dos de las invitadas a la fiesta seguían desvanecidas sobre los suntuosos sofás. Una de ellas era una chica muy guapa, vestida tan sólo con un sujetador negro y unas mallas y que lucía una marca de sangre seca en el cuello. El otro era un vampiro con los pómulos muy marcados que me recordó en seguida a Daniel Johns, el líder del grupo de rock Silverchair, cuando había caído en la anorexia.

—¡Olivia! —grité, arreándole un puntapié a una botella de vino vacía.

El vampiro levantó un poco la cabeza y entrecerró los ojos para defenderse de la luz. Los cristales de las ventanas estaban tintados para impedir el paso de los rayos ultravioleta, pero no había cortinas y en aquel momento el sol daba de lleno en el edificio. No sé por qué el vampiro no se había encerrado en cualquiera de las habitaciones para dormir, aunque la verdad era que me traía sin cuidado.

—¿Olivia es la dueña del club? —preguntó Violet, sorprendida.

La conocía, como casi todo el mundo, pero Olivia se cuidaba mucho de mantener en secreto su condición. No quería que la gente conociese el alcance de su poder. Le gustaba pasar desapercibida.

—Sí. —Me dirigí a la habitación de Olivia y llamé a la puerta—. Olivia, despierta.

—Me parece que no le gusto mucho —dijo Violet.

—Estás buena. Le gustas, seguro —dijo Bobby, sentándose en el sofá. Cogió una botella de vino que tenía a sus pies y la agitó. No estaba vacía del todo y le dio un trago.

—¡Son las nueve de la mañana, Bobby! ¿De verdad tienes necesidad de beber a estas horas? —le pregunté.

—Es vino tinto y sólo he bebido un trago —respondió en tono burlón—. No me ha tumbado, ni mucho menos.

—¿Quiénes demonios sois y qué hacéis aquí? —preguntó el vampiro que se parecía a Daniel Johns.

—No estamos aquí. No somos más que un sueño. Sigue durmiendo, anda —dijo Bobby.

—¡Olivia! —Llamé de nuevo a la puerta, y al ver que no se levantaba, decidí abrir—. ¡Olivia!

—¿Qué pasa? —farfulló Olivia, con la cara escondida bajo la almohada.

Dormía en una cama gigantesca, acurrucada entre sábanas de seda. A su lado había una chica preciosa, sin sujetador. La había visto ya varias veces, por lo que podría considerarse una pareja más o menos regular de Olivia, aunque desconocía su nombre. Y tampoco quería saberlo. Me resultaba más fácil saber que Olivia se alimentaba de seres humanos si no pensaba en esos seres como personas con nombre y apellidos.

—Necesito que vengas un momento —dije. Permanecí en el umbral de la puerta sin moverme, porque sabía que si me iba de allí, volvería a quedarse dormida.

Olivia se levantó, murmurando para sus adentros, y se cubrió con un batín de raso. Resultaba extraño verla vestida con una prenda que no fuese de cuero, aunque seguía sin desprenderse de su eterno negro. Su melena caía brillante sobre su espalda, suave y sedosa incluso recién levantada.

—Aquí hay demasiada luz. —Olivia se detuvo en el umbral de la puerta y se negó a continuar—. ¿Qué necesitas de mí? Acababa de acostarme.

—Te he traído un regalo. —Me aparté un poco y señalé a Violet, que se había quedado a un lado.

—Hola. —Violet forzó una sonrisa e hizo un tímido gesto con la mano.

—¿No es esa la chica que intentó matarte? —me preguntó Olivia, arqueando una ceja.

—Lo pasado, pasado está —dije, con un gesto de indiferencia—. No tiene adónde ir. Y he pensado que podría quedarse contigo una temporada.

—De acuerdo, de acuerdo. —Olivia bostezó y agitó la mano—. La segunda habitación está abierta. —Señaló la puerta contigua a la silla—. Puede quedarse ahí. Lo único que pido es que guarde silencio mientras yo duermo.

—Gracias —dijo Violet, pero Olivia no replicó.

—Gracias —dije yo también, y Olivia asintió.

—Y la próxima vez espera a que sea más tarde. —Iba a cerrar la puerta, cuando se detuvo—. ¿Vendrás esta noche a entrenar?

—Por supuesto.

—De acuerdo. Hasta esta noche, pues. —Y con un nuevo bostezo, Olivia cerró la puerta.

—Ya puedes pasar —le dije a Violet, y me aparté de la puerta de la segunda habitación. La somnolencia de Olivia resultaba contagiosa y bostecé también.

—Gracias. —Violet no entendía nada, y en realidad no me apetecía tranquilizarla en ningún aspecto. Allí estaría bien y yo había hecho lo que debía. La falta de sueño y el estrés de la jornada empezaban a hacer mella en mí.

—No pasa nada, tranquila —dije, y eché a andar hacia el ascensor.

Violet continuó sin moverse, casi como si tuviera miedo de hacerlo. Cuando se abrieron las puertas del ascensor, entré y las mantuve abiertas para que pasara Bobby.

—¿Por qué me ayudas? —preguntó Violet, cuando Bobby hubo entrado.

—No lo sé —respondí con sinceridad, y se cerraron las puertas.

—Se me ha ocurrido algo —dijo entonces Bobby—. Después de encontrar a Violet, pero no he querido decir nada en su presencia.

—Cuéntame. —Me apoyé en la pared del ascensor y me rasqué el puente de la nariz.

—¿Sabes por qué podría ser que hubiera más sangre en el lugar donde abandonaron el cuerpo de Jane que en los otros lugares? —dijo Bobby—. Tal vez no fuera porque el asesino se comportara con más agresividad. Sino quizá porque las dos primeras víctimas se habían quedado sin sangre.

—¿Por culpa de un vampiro, quieres decir? —pregunté, mirándolo.

—Sí —respondió, con un gesto de asentimiento.

—¿Y por qué crees que no desangró también a Jane? —pregunté—. Si se trata de un vampiro, ¿por qué no bebió toda su sangre? ¿Y por qué la mató?

—No lo sé —respondió Bobby, encogiéndose de hombros—. Tal vez pensaba matarla y desangrarla pero no pudo hacerlo.

—¿Y qué se lo habría impedido? Los vampiros no nos quedamos saciados con facilidad.

—Después de que me mordieras, Milo no podía morderme —me explicó Bobby—. Mi sangre estaba mancillada y se ponía enfermo sólo de detectar tu olor en mí. Es posible que a Jane la hubiera mordido alguien en concreto y que a causa de eso el asesino no quisiera morderla. Pero Jane debía de formar parte de los planes del asesino, y por eso acabó con ella igualmente.

—Acababa de salir de rehabilitación. Yo había hablado con ella y me aseguró que lo estaba haciendo bien. No creo que nada más salir volviera a meterse en ello. —Negué con la cabeza.

—Era una yonqui —dijo Bobby cuando llegamos a la planta baja—. No puedes estar tan segura de eso. Y de todos modos, tampoco sabes quién fue el último vampiro que la mordió.

—De hecho —dije cuando se abrieron las puertas—, que yo sepa, yo fui el último vampiro que la mordió.