6
Jack estaba tendido boca abajo en la cama, durmiendo. Me acurruqué a su lado y apoyé la cabeza sobre su espalda. Ambos dormimos profundamente después de otra mañana complicada intentando conciliar el sueño. No estoy segura de si aquello aún se debía al jetlag posterior al viaje a Australia, pero me había costado muchísimo dormirme y Jack se había obligado a mantenerse despierto para hacerme compañía.
Milo irrumpió en la habitación sin llamar. Acababa de llegar a casa después de su primer día de instituto y estaba rebosante de excitación. Bobby no había vuelto todavía de clase y no tenía nadie con quien hablar, así que decidió despertarnos. O lo intentó, al menos.
Me alegraba por Milo pero, cuando entró, yo llevaba muy pocas horas de sueño. Jack sí consiguió incorporarse y entablar conversación, pero yo me acurruqué aún más contra él y me enteré de paso de cosas sobre la ósmosis.
Los profesores se mostraban encantados con el intelecto de Milo y las chicas no hacían más que atacarlo. Se debatía entre si era mejor seguir siendo claramente gay o si lo más adecuado era continuar en su intento de pasar desapercibido. Jack le dio unos sabios consejos, recomendándole ser él mismo y que la gente decidiera en consecuencia.
Después de aquello, Jack se mantuvo despierto, y como sabía que yo dormía mejor teniéndolo cerca, encendió su portátil y se sentó en la cama. La verdad es que yo tampoco pude seguir durmiendo, pero me encantaba quedarme acostada a su lado. De repente, cerró la tapa del portátil y se levantó de un brinco.
—¿Qué pasa? —le pregunté cuando entró corriendo en el vestidor. Me incorporé al ver que no respondía. Pocos minutos después salió poniéndose una camiseta—. ¿Vas a algún lado?
—Sí —dijo. Cogió su cartera, que estaba encima de la cómoda, la guardó en el bolsillo trasero del pantalón y, cuando se volvió, me sonrió como un tonto—. Tengo una cosa alucinante que hacer.
—¿A qué te refieres con eso?
—Ya lo verás. —Se acercó para darme un veloz beso en la mejilla—. En seguida vuelvo.
—Pues vale —repliqué, y él se limitó a reír y salió de la habitación.
En cuanto se marchó, me duché y me arreglé para el resto del día. Después fui a ver a Milo y a Bobby, que estaban instalados en la antigua habitación de Peter, en el otro extremo del pasillo. Peter se había llevado todas sus cosas porque esta vez se había marchado para siempre. No me gustaba en absoluto reconocerlo, pero cada vez que veía su habitación vacía sentía una punzada terrible en el corazón.
No es que estuviese vacía por completo. Habíamos desmontado la cama con dosel y la habíamos dejado en un rincón, mientras que el colchón y el somier estaban guardados en el vestidor. Las estanterías seguían en las paredes, aunque desnudas de libros, y el resto de muebles y pertenencias ya no estaban.
Al marcharse, Peter había dejado sobre la cama un ejemplar de su libro, Una breve historia de vampiros, y supe que lo había hecho por mí. Pero no podía quedármelo. Lo había cogido antes de que Jack lo viera y lo había metido en una caja junto con el resto de trastos y cosas que Peter había dejado en la casa, enterrándolo debajo de una camisa y de un montón de discos antiguos.
Con la marcha de Peter, los chicos habían transformado la habitación vacía en un cuarto de juegos. Antes de Navidad, Jack y Bobby habían descubierto que en unos grandes almacenes estaban liquidando construcciones y muñecos en miniatura de La Guerra de las Galaxias y «no habían» podido hacer otra cosa que comprarlos todos. Y eso se había traducido en meterlo todo en la antigua habitación de Peter para montarlo allí.
Hasta el momento habían conseguido construir la Estrella de la Muerte y un transporte armado todoterreno, que habían colocado con sumo cuidado en las estanterías, y ahora andaban liados con un Halcón Milenario de tamaño gigante. Bobby estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, clasificando con esmero las piezas, y Milo estaba tendido boca abajo leyendo un libro de texto.
El nuevo álbum de Silversun Pickups sonaba a bajo volumen y tenían abierta la puerta que daba a la terraza, por lo que entraba la gélida brisa invernal. A pesar de que el frío empezaba a dejarlo indiferente, Bobby llevaba la cabeza cubierta con la capucha de su sudadera.
Seguía resultándome raro entrar en la habitación de Peter, por mucho que hubiera dejado de ser su habitación y no se pareciera en nada a como era antes. Inspiré hondo, capaz aún de percibir débilmente su aroma. Me envolví con mis propios brazos y agité la cabeza para despejarla y dejar de pensar en él.
—¿Qué hacéis, chicos? —pregunté.
—Cosas —dijo Bobby sucintamente, subiéndose sus gruesas gafas negras. No solía llevarlas, pero las necesitaba para trabajar con las minúsculas piezas de construcción.
—Bobby ha tenido un día complicado en la escuela —me informó Milo sin levantar la vista del libro—. Por lo visto, un profesor le ha cogido manía. Y no le apetece hablar del tema.
—Entiendo. —Me acerqué a Milo y me fijé en su libro. Me pareció que estaba escrito en otro idioma—. ¿Qué estás estudiando?
—Francés —dijo Milo—. ¿Qué te parecería ir a Francia en verano?
—Vale. —Me encogí de hombros. Me aparté y eché un vistazo a la habitación. Sin las numerosas antigüedades de Peter abarrotándola, se veía desnuda.
Sabía que Peter y yo no podíamos continuar viviendo juntos, era imposible si quería que lo mío con Jack funcionase, pero aquella sensación de vacío no me gustaba. Además, no era únicamente su ausencia lo que hacía que la casa pareciese desierta. Mae se había llevado con ella toda la calidez y la casa rezumaba ahora ese aire tan característico de un piso de solteros.
Como Milo no tenía ganas de charlar, bajé a ver cómo iba la colada. En circunstancias normales, Ezra era un chico limpio y ordenado, pero desde que no estaba Mae, vivía deprimido. Milo era el único que se cuidaba de verdad y yo últimamente tenía el listón muy bajo.
El lavadero estaba tan rebosante de ropa sucia que Mae se habría desmayado sólo de verlo. En una ocasión, Jack había bromeado sobre lo irracional de vestirse cada día con ropa nueva, pero lo cierto era que tenía tanta ropa que podía pasar meses enteros cambiándose sin necesidad de recurrir a lavar nada para tener prendas limpias. Y eso era lo que había pasado.
Llené las dos lavadoras al máximo y las puse en marcha. Me aparté el pelo que me caía sobre la frente, examiné el cuarto y llegué a la conclusión de que, pese a mi iniciativa, la diferencia en la montaña de ropa por lavar apenas era perceptible. Con un suspiro, di media vuelta para salir de allí, ya que poco más podía hacer por el momento.
Pero me detuve en la puerta y miré hacia el otro extremo del pasillo, donde se encontraba el estudio de Ezra. La puerta estaba entreabierta y se veía el resplandor azulado del ordenador. Desde que Mae se había ido, pasaba todo el tiempo encerrado allí.
Me mordí el labio y recorrí lentamente el pasillo en dirección al estudio. Siempre tenía la sensación de estar invadiendo su espacio, pero no podía permitir que siguiera con aquel malhumor. Hacía ya meses que Mae se había ido y tenía que llegar el día en que Ezra empezara a hacer algo.
—¿Hola? —dije, empujando un poco la puerta. Esperaba encontrarme a Ezra sentado delante del ordenador, pero estaba tumbado en el sofá, con un brazo cubriéndole la frente.
—¿Necesitas algo? —Ezra levantó el brazo que le tapaba los ojos para mirarme.
—No, yo sólo… —Hice un gesto de indiferencia y me apoyé en el marco de la puerta. Sólo quería asegurarme de que se encontraba bien, pero me parecía una tontería decírselo. Pues claro que Ezra se encontraba bien. Era Ezra—. ¿Qué haces?
—No lo sé —reconoció. Dejó caer el brazo hacia el costado y se quedó un instante mirando al techo, con los profundos ojos castaños casi atravesando la madera—. Supongo que ya es hora de que me levante.
—No, no es necesario —dije—. No pasa nada.
—Pero estás preocupada por mí. —Se sentó y miró a su alrededor; su estudio estaba desacostumbradamente desordenado. Había libros y papeles por todas partes, una manta arrugada en el suelo. Había estado durmiendo en el sofá, prefiriendo el desapacible cuero antes que el espacio vacío de su cama.
—¿Te parece mal? —le pregunté.
—No —respondió, negando con la cabeza—. Pero llevo demasiado tiempo encerrado aquí. —Descansó su potente mirada en mí por primera vez—. Mi comportamiento es egoísta y ridículo. Tú sí que tienes cosas auténticas que lamentar y yo ando por ahí enfurruñado como un niño llorica.
—Vamos, Ezra. Mae y tú llevabais casi cincuenta años juntos. Yo ni siquiera me imagino lo que debe de ser eso.
—Pero ella está viva y es feliz. Más feliz de lo que yo pude hacerla. —Respiró hondo y apartó la vista—. Tengo ese consuelo, al menos.
—No creo que ahora sea más feliz —dije—. Eso es lo que ella cree… pero no es cierto.
—Nunca pude darle un hijo, y eso era lo que Mae más deseaba en el mundo. —Hablaba tan bajito que apenas podía oírle. Entonces, movió la cabeza de un lado a otro y volvió a mirarme—. ¿Y cómo te sientes tú con todo lo tuyo?
—Bien —respondí, encogiéndome de hombros—. Todo es tan bueno como me esperaba.
—¿De verdad? —Ezra ladeó la cabeza y su expresión preocupada me hizo sentirme incómoda. Bajé la vista y me distraje toqueteando el bajo de mi camiseta.
—¡Hola, cariño, ya estoy de vuelta! —gritó Jack desde el otro lado de la casa, y sonreí aliviada. No me apetecía ahondar en cómo me sentía realmente, ni siquiera con Ezra.
—Ya ha vuelto Jack —dije, como si Ezra no hubiera oído lo mismo que yo—. Tengo que irme. —Me volví hacia la puerta, pero esperé hasta que él hizo un gesto de asentimiento, momento en el cual eché a correr por el pasillo.
—Qué bien que estés aquí —dijo Jack, sonriéndome al verme. Lo encontré en el comedor, sumido en una excitación contagiosa.
—Sí. ¿Por qué lo dices? —le pregunté, enarcando una ceja.
—Ya te lo dije. He hecho algo alucinante. —Me cogió de la mano con los ojos brillantes—. Ven. Quiero enseñártelo.
—¿El qué? —insistí.
—De acuerdo. Veamos, sabes que conduces muy bien —dijo Jack, tirando de mí en dirección al garaje.
—Lo sé de sobra.
—Y conmigo, tú, Ezra, Milo y Bobby conduciendo, parece que no tenemos vehículos suficientes. —Se detuvo frente a la puerta de acceso al garaje—. Y ya sabes que desde que perdí el Jeep necesitaba comprarme otro coche.
—Tú no perdiste el Jeep, lo destrozaste por completo —le recordé.
—Cuestión de semántica —dijo, restándole importancia al detalle—. Llevo tiempo buscando un coche que sustituya el mío, y hoy he encontrado el coche perfecto.
Con dramática genialidad, abrió la puerta del garaje. Aparcado junto al Lamborghini rojo había un pequeño coche plateado. Me quedé pasmada y sin habla por un instante. El nuevo coche de Jack parecía antiguo, un modelo de los ochenta. Que no se me malinterprete con esto: estaba en buen estado, casi perfecto, supongo, pero no era en absoluto lo que me esperaba. Me imaginaba que Jack se habría decantado por algo tan llamativo como el Lamborghini.
—Es bonito. —Me obligué a sonreír tratando de igualar su entusiasmo y fracasando en el intento.
—No lo captas. —Su expresión pasó de la sorpresa a la decepción—. No puedo creerlo.
—No, si es bonito —repetí, y me acerqué para verlo mejor. Algo debía de estar pasando por alto pues, de lo contrario, seguía sin comprender su excitación.
—¡Es más que bonito! —insistió Jack, atónito todavía—. ¡Es un Delorean del 82 completamente reconstruido! —Hizo un gesto hacia el coche como si con su explicación yo tuviera que entenderlo todo. Algo tenía aquel nombre, sin embargo, que me llamó la atención.
—Oh, espera un momento. ¿No es ese el coche de Regreso al futuro? —le pregunté.
—¡Sí! —Corrió hacia su nuevo coche—. Pero mejor. Está modificado, se abre sin llave, tiene interfaz para iPod y muchas cosas más. ¡Y mira! —Tiró de la manilla de la puerta y esta se abrió, pero hacia arriba en lugar de hacia fuera—. ¡Puertas verticales!
—¿Me llevas a dar una vuelta? —Me incliné para observar el interior, que parecía completamente nuevo a pesar de tener casi treinta años.
—Sí, por supuesto —dijo con una sonrisa—. Pero primero tengo que hablar con Ezra.
—¿Por qué?
—Bueno… para empezar, acabo de retirar casi cien de los grandes de nuestros ahorros. —Jack se agachó y abrió la guantera. Extrajo de ella unos papeles, que imaginé que tendrían que ver con la transacción—. Y tengo que hablar con él para asegurar este trasto. No sé si voy a necesitar algún tipo de seguro especial, como pieza de colección o algo por el estilo.
—¿Que has pagado casi cien de los grandes por esto? —pregunté, mirándolo boquiabierta.
—Lo vale de sobras. —Cerró las puertas del coche y se dirigió a la puerta de acceso a la casa—. Y si esa cantidad te parece mucho, ni te cuento entonces lo que pagó Ezra por el Lamborghini.
—Sois ridículos, chicos.
—¡Ezra! —gritó Jack al entrar. Cuando llegó al comedor, Ezra ya había aparecido en el pasillo—. Estupendo. Tengo que hablar contigo. Acabo de comprar un coche.
—Muy bien —dijo Ezra y, si el anuncio le había dejado sorprendido, no lo demostró—. ¿Cuál?
—Un DMC-12 del 82 completamente renovado —dijo Jack, y Ezra sonrió dándole su aprobación.
—Fabuloso —dijo, asintiendo—. ¿Cuánto has pagado?
—Ten. —Jack le entregó los documentos que acababa de sacar de la guantera.
Ezra se sentó a la mesa del comedor para examinarlos y Jack tomó asiento a su lado. Miré por encima del hombro de Ezra y vi que Jack había negociado algún tipo de garantía; y comprendí que Ezra estaba intentando descifrar las condiciones.
—¿Qué hacéis, chicos? —preguntó Milo. Bobby y él acababan de bajar y Milo se había detenido en el comedor para ver qué hacíamos. Bobby siguió su camino y entró en la cocina para hurgar en la nevera.
—Jack se ha comprado un coche —le expliqué.
—Un Delorean —anunció Jack con una sonrisa. Creo que cada vez que pronunciaba aquel nombre se hinchaba como un gallo.
—¿El coche de Regreso al futuro? —dijo Milo, levantando una ceja.
—El mismo. —La sonrisa de Jack se hizo más ancha.
—¿Viene con condensador de flujo? —preguntó Milo.
—No. —Jack miró a Milo como si este fuese idiota.
—Entonces no puede viajar en el tiempo —dijo Milo.
—Pues no, por supuesto que no —replicó Jack, un poco desinflado—. Es un coche.
—Un coche viejo. —Milo se cruzó de brazos.
—Mi primo te habría vendido su Gremlin por mucho menos, seguro —dijo Bobby, entrando en el comedor con un refresco de frutas.
—Me da igual. Este es fabuloso —dijo Jack a la defensiva—. Os daréis cuenta en cuanto lo veáis.
—¿Podemos verlo? —preguntó Milo.
—Claro. —Jack sacó las llaves de su bolsillo y se las lanzó a Milo—. Adelante. Pero no rompas nada y ni se te ocurra conducirlo. Sólo te dejo mirar.
—Sí, señor —dijo Milo, encaminándose ya hacia la puerta. Se volvió hacia Bobby—. ¿Quieres verlo?
—Por supuesto. ¿Por qué no? —respondió Bobby, encogiéndose de hombros.
—¡Bobby, ni se te ocurra entrar en el coche con ese refresco! —gritó Jack, y Bobby dejó la lata sobre la encimera de la cocina antes de seguir a Milo y entrar en el garaje.
—Es un coche chulísimo —le dije a Jack en cuanto se hubieron ido.
—Lo sé. —Me enlazó la cintura con el brazo y me atrajo hacia él, obligándome a sentarme en su regazo.
—Me parece todo correcto —dijo Ezra por fin. Dejó la documentación sobre la mesa y miró a Jack—. El precio tal vez algo exagerado pero, por lo demás, todo en orden.
—¿Te parece bien, entonces, que haya retirado ese dinero? —preguntó Jack.
—Te lo has ganado. Puedes hacer con él lo que te apetezca —dijo Ezra, benévolo—. Tenemos que negociar el seguro, y mientras me ocupo de eso, deberíamos poner el Audi a nombre de Alice, y el Jetta a nombre de Milo.
—¿Qué? —dije, un poco sorprendida—. Pero si esos coches no son nuestros.
—Pero los conducís vosotros. —Ezra se recostó en su asiento y se levantó—. No van a volver, Alice. Tiene mucho más sentido que esté a tu nombre por si acaso te ves involucrada en algún accidente. Habría demasiadas preguntas que responder si no fueras tú la propietaria.
—Supongo —dije, pero aun así, me sonaba rarísimo.
—Deja que busque entre mis papeles. Es posible que tenga documentos de propiedad —dijo Ezra, y se fue al estudio. Almacenaba documentos legales de todo tipo, lo que facilitaba las cosas cuando tenía que realizar cambios de nombre, ya que en la mayoría de los casos los cambios se trataban de sus propios cambios de identidad.
—Si no te gusta el Audi, podemos buscarte otro coche —dijo Jack, interpretando de forma errónea mi inquietud.
—No, el Audi es un coche estupendo —dije, negando con la cabeza—. Y no necesito ningún coche nuevo. Tú has tenido que trabajar para conseguir el tuyo y yo debería hacer lo mismo.
—Pero tú no trabajas —dijo Jack, mirándome con perplejidad.
—No sé dónde están —dijo Ezra, entrando de nuevo al cabo de un rato. Llevaba en la mano un bloc de notas adhesivas y un bolígrafo. Murmuró a continuación—: Desde que no está Mae, no encuentro ni una maldita cosa en ese estudio.
—Puedo ayudarte, si quieres —me ofrecí.
—No, da lo mismo. Anotaré toda la información y llamaré mañana a mi abogado —dijo Ezra, sentándose de nuevo a la mesa.
—¿Es necesario un abogado para realizar un cambio de nombre? —le pregunté.
—No, pero mi abogado conseguirá los documentos necesarios. —Se rascó la nuca—. ¿Qué tengo que pedirle? ¿Que realice los cambios necesarios y los ponga a tu nombre y al de Milo? ¿Y tengo que llamar también para lo del seguro del Delorean?
—Sí, eso creo —confirmó Jack.
—Lo siento, pero tengo que apuntarlo todo. —Ezra sonrió con tristeza mientras iba escribiendo—. Por lo que se ve, he perdido la memoria.
Ezra tenía una caligrafía increíblemente bella y me incliné para verlo escribir con detalle el nombre de Milo adjudicándole el Jetta y después el Audi para «Alice Townsend» en lugar de «Alice Bonham».
—Es Bonham —dije, corrigiéndolo—. En vez de Townsend.
—Oh, sí. Disculpa, siempre se me pasa. —Ezra movió la cabeza, tachó Townsend y escribió encima mi apellido.
—¿Por qué no dejas Townsend? —sugirió Jack, mirándome.
—Porque no sería el mismo que aparece en mi carnet de conducir —dije.
—Ya lo sé… pero ¿por qué no lo cambias? —preguntó Jack.
—No empecemos de nuevo con eso —repliqué, poniendo los ojos en blanco.
—Oh, vamos, Alice. ¡Suena raro!
—¡No, no suena raro! —Me levanté y Jack intentó agarrarme por la cintura, pero conseguí separarme—. ¿Sabes tú lo que es raro? Adoptar el apellido de tu novio y de toda su familia.
—¡También es el apellido de tu hermano! —observó Jack—. Y no entiendo por qué te muestras tan contraria a ello. No es un mal apellido.
—No, no lo es. —Me crucé de brazos—. No tengo ningún problema con tu apellido. Lo que sucede, simplemente, es que no es mi apellido.
—Mae adoptó el apellido de Ezra —contraatacó Jack, como si con ello pudiera validar su argumentación.
—No quiero estar en medio de esto —apuntó Ezra, levantándose muy despacio.
—Jack, creo que no tendrías que mencionarla. —Me apresuré a servirme de Mae como escudo protector con el que esquivar la discusión.
—Escuchar su nombre no le hará ningún daño —espetó Jack—. Todo el mundo sabe perfectamente que tú no has dejado en ningún momento de mencionar a Peter en mi presencia.
—Muy bien. Me vuelvo al estudio. —Ezra dio media vuelta y abandonó la estancia, huyendo tan velozmente de la tensión que me provocó envidia.
—¡Apenas menciono a Peter en tu presencia! ¡Siempre me muerdo la lengua! —grité, y comprendí, demasiado tarde, que lo que acababa de decir no había hecho más que empeorar las cosas.
—¿Siempre? —Jack entrecerró los ojos y se levantó—. Perdona, Alice. Nunca ha sido mi intención impedir que parlotees constantemente sobre Peter. No estaba al corriente de que te costara tanto esfuerzo no hablar de él.
—No es eso lo que quería decir —afirmé con un suspiro—. Siempre tengo muy en cuenta tus sentimientos, y creo que deberías hacer lo mismo con respecto a Ezra. Ya sabes cómo se siente con esto.
—No, no sé cómo se siente. Ezra tenía una mujer que le amaba y que deseaba pasar con él el resto de su vida, y por eso no le pareció mal adoptar su apellido.
—¡Y lo abandonó, Jack! No deberíamos ponernos como ejemplo su relación. —Moví la cabeza en un gesto de negación y me aparté de él.
—Veo que no entiendes lo que quiero decir.
—El que no lo entiendes eres tú —dije—. ¿Por qué no me permites conservar lo único que sigue siendo mío?
—¿Qué? —Jack se quedó sorprendido—. No lo entiendo. Todo esto es tuyo.
—No. Todo esto es tuyo —repliqué, con un gesto amplio que pretendía abarcar toda la casa—. Todo esto te pertenece a ti.
—Pero no más de lo que te pertenece a ti —dijo, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Esto es nuestro. Esto es nuestra vida.
—¡No, no es así, Jack! Esto es tu vida. Todo lo que he hecho ha sido por ti, y lo he cambiado todo para estar contigo. ¡Lo he dejado todo!
—No, tú no… —Su expresión se crispó—. Creía que deseabas todo esto.
—Y lo deseaba. Lo deseo. —Suspiré y aparté la vista—. Lo deseo. Tan sólo quería conservar algo mío.
—¿Es eso cierto?
—¿El qué? —le pregunté, sin estar muy segura de a qué parte de mi explicación se refería.
—Que lo has dejado todo. —Sus ojos azules denotaban aflicción y no me gustaba en absoluto verlo de aquella manera—. Yo he intentado darte de todo.
—No, Jack, si eso ya lo sé. —Me rasqué la frente, esforzándome en pensar cómo explicárselo—. No me arrepiento de estar aquí, y sé que lo único que quieres es hacerme feliz.
—Pero no lo consigo, ¿verdad? —Se apoyó en el borde de la mesa del comedor.
—Sí, claro que lo consigues. Me haces muy feliz. —Di un paso hacia él con la intención de reconfortarlo—. Pero tal vez eso no es lo único que importa en esta vida.
Una llamada en las puertas acristaladas que daban acceso al jardín provocó los ladridos de Matilda. Leif estaba en el exterior, bajo la nieve. Jack puso los ojos en blanco y se enderezó, pero no mostró intenciones de ir a abrir la puerta. Le indiqué a Leif con un gesto que entrara, y abrió en seguida la puerta, dejando pasar un aire gélido.
—¿Llego en mal momento? —preguntó.
—Sí —respondió Jack, elevando exageradamente la voz, y le lancé una mirada.
—No, pasa —le dije a Leif, regalándole una mirada mucho más cariñosa que la que acababa de ofrecerle Jack—. Simplemente estábamos charlando.
—No pretendía interrumpir nada. Es que no ha parado de nevar en todo el día. Pero siempre puedo encontrar otro lugar donde dormir, si es que hay algún problema. —Leif había entrado ya en la casa, pero se quedó aguardando con la puerta abierta, preparado para que lo enviásemos de una patada a dormir en la calle.
—Sabes que siempre eres bienvenido en casa —dije, pero Leif se quedó mirando a Jack, a la espera de obtener su aprobación. Viendo que este no decía nada, le di un codazo—. ¿Verdad, Jack?
—Sí —dijo él.
—No pretendo molestar… —empezó a decir Leif.
—No pasa nada —dijo Jack, indicándole con un gesto que entrara—. Puedes echarte en el sofá del salón si te apetece. Las mantas y demás están en el armario del recibidor, y puedes subir a asearte arriba, o donde te apetezca.
—Gracias —dijo Leif sinceramente, y pasó por nuestro lado para salir al pasillo.
—Ya lo veo. —Jack sonrió después de que Leif desapareciera.
—¿El qué? —dije.
—Que no soy el único que piensa que esta es nuestra casa. Si en realidad te pareciera que es solamente mi casa, y no la sintieras también tuya, no lo habrías invitado a quedarse —dijo Jack, con un tono tal vez excesivamente petulante.
—¡Oh, venga, déjalo ya! Se supone que mañana tendremos treinta centímetros de nieve. No tiene necesidad de dormir al aire libre con este tiempo —dije.
—No pretendo obligarlo a que duerma en el exterior, pero tampoco me apetece fingir que no estábamos inmersos en una pelea por el simple hecho de que se haya presentado en casa.
—Has sido muy maleducado. —Bajé la voz, aunque sabía que Leif podía oír perfectamente todo lo que estábamos diciendo.
—La maleducada eres tú —contraatacó Jack.
—¿Por qué dices que soy maleducada?
—Porque a tu hermano no le supuso ningún problema cambiar de apellido. Tu hermano está más emparentado conmigo que tú.
—¡Eso no es mala educación! Es sólo… —refunfuñé, harta ya del tema—. ¡Me llamo Alice Bonham porque soy Alice Bonham! ¿Por qué te cuesta tanto entenderlo?
—¿No has leído Romeo y Julieta? —preguntó Jack—. ¿Lo de que una rosa siempre seguirá oliendo maravillosamente y todo eso? Pues piensa que no dejarás de ser tú por mucho que cambies de apellido.
—Y tampoco me convertiré en otra si lo hago. ¿Qué importancia tiene, pues? ¿Por qué no puedo seguir como siempre? —pregunté.
—¿Te llamas Alice Bonham? —preguntó Leif. Aparté la vista de Jack y vi que Leif estaba en el otro lado de la estancia, cargado con las mantas y las almohadas. Estaba pálido y su expresión se había endurecido de algún modo.
—Sí, y lo siento. No tenías por qué haber oído todo esto —dije, y mis mejillas se ruborizaron de golpe.
—¿Eres de aquí? —preguntó Leif.
—Ese es otro motivo por el que deberías cambiar de apellido —se interpuso Jack—. Para que la gente no te asocie con tu antigua personalidad humana.
—De hecho, no soy de aquí, de modo que… —Le saqué la lengua a Jack, exhibiendo con ello mi madurez en toda su plenitud—. Nací en Idaho. No nos trasladamos aquí hasta que cumplí cinco años y lo hicimos porque mi abuela vivía en esta ciudad, pero murió, de modo que no tengo más familia que pueda querer localizarme.
—¿Milo es tu hermano real? —preguntó Leif, y pese a que estaba mirándome, tuve la impresión de que miraba otra cosa—. ¿No como…, como lo son los vampiros?
—No, es mi hermano de verdad. Somos hijos de la misma madre. Pero oye, ¿te encuentras bien? —le pregunté. De repente, le había cambiado la cara.
—Sí, estoy bien. Creo que…, que simplemente estoy cansado. —Forzó una sonrisa, que sólo sirvió para resaltar aún más su mala cara.
—¿De verdad que estás bien? —preguntó Jack. Incluso él parecía preocupado, por lo que llegué a la conclusión de que Leif estaba mal de verdad.
—Sí, en serio. —Leif tragó saliva y entró en el salón.
—¿Crees que de verdad se encuentra bien? —le susurré a Jack en cuanto Leif se hubo ido—. ¿Pueden ponerse enfermos los vampiros?
—No lo sé —dijo Jack, moviendo la cabeza en un gesto negativo, tan pasmado como yo. Cuando me miró a los ojos, su expresión se dulcificó.
—No quiero que sigamos discutiendo por esto —dije—. Te quiero. ¿Podríamos dejarlo por ahora tal y como está?
—Sí, y lo siento. —Dio un paso hacia mí y me abrazó—. No lo entiendo, pero… dije que siempre haría todo lo posible por hacerte feliz, y si esto es lo que te hace feliz…
—Es lo que me hace feliz —dije, recostándome contra él.
Cuando me levanté al día siguiente, Leif ya se había marchado y no aprecié ninguna novedad en la casa. Leif solía ir y venir sin causar ningún alboroto.
Seguía nevando, por lo que el mundo continuaba cubierto por un manto blanco. Jack salió para retirar la nieve de la entrada porque, aunque disponíamos de una quitanieves, no funcionaba sobre la superficie del patio de piedra. Pasó la mayor parte de la tarde sacando nieve a paladas, con Matilda «ayudándolo», por lo que me imaginé que dedicó más tiempo a jugar con ella que a quitar nieve.
Con Jack ocupado con aquello, decidí ir a ordenar un poco el salón. Abrí la puerta y encontré a Bobby sentado en el sofá con su portátil abierto en el regazo.
—¿Dónde está Milo? —Cogí la manta que estaba hecha un ovillo sobre el sofá y me dispuse a doblarla.
—Hum… En la escuela, creo. —Bobby se apresuró a cerrar las ventanas que tenía abiertas en la pantalla y cuando me situé detrás para mirar, cerró la tapa al instante—. Creo que se ha apuntado a un grupo de debate. Llámalo, si quieres saberlo seguro.
—¿Qué estabas mirando? —le pregunté, entrecerrando los ojos.
—¿Quién? ¿Yo? Nada. —Sopló el flequillo negro que le caía sobre la frente y se negó a mirarme—. Nada en particular. Navegaba un poco por internet.
—Eres un patoso —dije—. ¿Qué hacías? ¿Bajarte porno?
—Sí, como si ahora me dedicara a ver películas porno en el salón —replicó en tono de sorna. Seguí mirándolo, de modo que, con un suspiro, decidió abrir de nuevo el portátil—. Simplemente me ha parecido que no tenías ninguna necesidad de ver esto.
—¿El qué? —Alargué el brazo para girar la pantalla hacia mí, y entonces lo vi.