5
El viento gélido me alborotaba el pelo y, a aquella altura, era mucho más frío que a ras de suelo. Las ventanas acristaladas de los edificios próximos parecían espejos y reflejaban las luces de la ciudad. El rascacielos proyectaba cincuenta pisos en el aire y nos encontrábamos por encima de la mayoría de las estructuras.
La barra de hierro que recorría el perfil del edificio era como hielo al contacto con mis manos. Me agarré a ella con más fuerza y me incliné por encima del borde. A Olivia no le gustaba en absoluto que hiciera aquello porque, de dar un paso en falso, era muy posible que no sobreviviera a una caída de aquella magnitud.
Para mí no era más que otra faceta de mi entrenamiento. No es que me dieran miedo las alturas, pero era algo que tenía que superar. Se me hacía un nudo en el estómago y me sentía desorientada. En las calles resplandecían las luces de los coches y las personas parecían minúsculos puntos caminando allá abajo.
—Alice, ¿quieres que paremos? —dijo Olivia con fatiga.
—¡En seguida!
Olivia era una vampira asombrosamente atractiva que tendría más de seiscientos años, aunque no aparentaba más de cuarenta, y muy bien llevados, además. Era la propietaria de la discoteca de vampiros V, un local situado en el subterráneo del edificio en el que nos encontrábamos. Ella vivía en un ático de lujo situado en la planta más alta.
Antes de jubilarse y adquirir la discoteca, Olivia había sido una cazadora de vampiros estupenda. En nuestra comunidad existe un pequeño grupo de cazadores de vampiros que trabaja para poner en vereda a los vampiros descarriados. Hay vampiros que pueden resultar especialmente peligrosos, tanto para los humanos como para los demás vampiros, y los cazadores se ocupan de hacerles frente.
Cuando unos meses atrás fui atacada por una manada de licanos, Olivia acudió en mi ayuda porque yo le caía muy bien. No estaba segura de hasta qué punto llegaba a gustarle, pero como sabía de sobra que yo estaba con Jack no le daba mayor importancia.
El ataque me había dejado tambaleándome indefensa. A pesar de ser una vampira, había estado al borde de la muerte y apenas había podido oponer resistencia. Milo había estado a punto de morir y yo me había sentido inútil e incapaz de salvarlo. Tenía que aprender a ser fuerte para protegerme y proteger a mis seres queridos y por ello Olivia había accedido a entrenarme.
—Alice, como no te bajes de ahí, no pienso seguir trabajando contigo —me advirtió Olivia, y no era la primera vez que lo hacía—. Aunque me imagino que ya no supone la misma amenaza que antes.
Habíamos repasado los ejercicios habituales, que se diferenciaban muy poco de una sesión de entrenamiento de karate o kick boxing. Incluían algo de tonificación muscular y trabajo con pesas, pero en su mayoría se trataba de aprender a utilizar la fuerza que ya tenía y de dominar mi agilidad y mi resistencia.
Esta noche había conseguido inmovilizarla con relativa facilidad y Olivia empezaba a quejarse de que estaba desentrenada. Llevaba prácticamente cincuenta años sin dar caza a ningún vampiro.
—Lo de esta noche ha sido una descarga de rabia, eso es todo —dije sin mirarla para observar su reacción, pero noté que se colocaba a mi lado. El día anterior había asistido al funeral de Jane y era la primera vez que estaba con Olivia desde mi cumpleaños.
—¿Cómo llevas todo eso? —Olivia se apoyó en la barandilla, a mi lado.
Me había situado de pie en la cornisa, con la parte superior del cuerpo colgando por completo por encima de la barandilla, pero Olivia no dijo nada. Sopló entonces una ráfaga de viento que alborotó su larga melena negra. Yo tenía la costumbre de recogerme el pelo en una cola de caballo durante los entrenamientos, aunque Olivia insistía en que tenía que aprender a realizar mis ejercicios con el pelo suelto.
—¿Dónde estaba? —le pregunté, y Olivia no me respondió de inmediato, de modo que la miré fijamente—. ¿Dónde estaba Jane cuando la viste?
—En Hennepin. —Movió la cabeza hacia la calle de abajo—. A una manzana en aquella dirección.
—¿La viste de verdad? —Forcé la vista, mirando la acera. Estaba demasiado lejos para ver gran cosa, y dudo siquiera que, por más que me acercara, hubiera mucho que ver.
—Lo suficiente para darme cuenta de que era ella. —Olivia se apartó de la cornisa y echó a andar hacia la puerta. Acababa de descubrir una nueva táctica para persuadirme y alejarme de la cornisa: información.
—¿Cómo supiste que estaba allí? —Salté y corrí tras ella.
—Si alguien muere a una manzana de distancia de mi discoteca —dijo Olivia, mirándome muy seria—, mi trabajo consiste en enterarme y ocuparme del asunto.
—¿Te ocupaste de Jane? —le pregunté.
—Cuando me enteré, la policía ya había llegado. No había nada que yo pudiera hacer. —Abrió la puerta que daba acceso a la escalera y empezó a bajar—. Por lo que me han dicho, no tenía marcas de mordiscos. Por lo tanto, no creo que fuese obra de un vampiro.
—Pero ¿no lo sabes a ciencia cierta? —Bajé la escalera saltando detrás de ella.
—No puedo afirmar nada con seguridad, excepto que esa pobre chica ha muerto —dijo Olivia, sin andarse por las ramas, en el momento de abrir la puerta de su apartamento.
El ático era un loft gigantesco y lujoso. El edificio tenía una estructura curiosa, era más un triángulo que un cuadrado, y todos los muros exteriores eran ventanales que iban del suelo al techo. Los suelos eran de mármol. En el centro del apartamento, una escalera conducía al salón.
La pieza estaba amueblada con mobiliario mullido y suntuoso. Todo era bellísimo, aunque el principal objetivo de Olivia era principalmente holgazanear y estar cómoda. A un lado se abría una pequeña cocina, para dar de comer a los muchos humanos que la acompañaban, puesto que ella se negaba a beber sangre de bolsa. «Si no es fresca, no es comida», era su lema.
En la zona central, detrás del hueco de la escalera, había un recinto cuadrado. En su interior había un ascensor que bajaba únicamente hasta el sótano. La única vía de acceso al apartamento era a través de su discoteca.
El resto de aquel espacio desprovisto de paredes consistía en tres lujosos dormitorios, todos ellos sin ventanas. Uno era el de la propietaria, y los otros dos eran para que sus acompañantes ocasionales se quedaran a dormir allí.
—¿De verdad que no sabes nada? —le pregunté a Olivia mientras se tumbaba en uno de sus extravagantes sofás. Siempre iba vestida con prendas ceñidas confeccionadas en cuero y, al estirarse, su inmaculada y pálida piel quedó a la vista.
—Sé muchas cosas, pero nada útil sobre tu amiga. —Bostezó y se tumbó boca abajo, dándome la espalda. Tomé asiento en uno de los sillones.
—¡Pero si en el club te enteras de todo!
—Un humano muerto no le importa a nadie —replicó Olivia, hablándole prácticamente a un cojín—. No te lo tomes a mal, cariño. Pero nadie habla sobre el tema.
—Pero en este caso se trata de algo más que de un ser humano muerto. Piensan que se trata de un asesino en serie —dije.
—Un asesino en serie humano.
—No sé qué importancia tiene eso. Un asesinato es un asesinato.
Me recosté en mi asiento. No me gustaba en absoluto saber el poco valor que los vampiros otorgaban a la vida. Que vivieran eternamente no significaba que todo lo demás careciera de importancia.
—Pienso averiguar quién le hizo esto a Jane, y me da lo mismo que haya matado a más gente, que sea un vampiro o que sea el príncipe de Egipto. Pienso matar a ese desgraciado. —Y no fue hasta que lo pronuncié en voz alta que me di cuenta de que hablaba en serio.
—¿Y es por eso que intentas sonsacarme información? —preguntó Olivia, mirándome por encima del hombro—. ¿Piensas que vas a poder vengarte? —Levantó una ceja, en un ademán irónico, y se echó a reír.
—¿Qué pasa? ¿Por qué te parece tan gracioso? Hoy te he machacado —dije a la defensiva.
—¡Soy vieja! —Olivia continuó riendo—. Y estoy desentrenada. Si de verdad hablas en serio, necesitarás que te entrene alguien más joven. Yo no doy la talla.
—Por supuesto que hablo en serio. —Me levanté—. ¡Alguien ha matado a mi mejor amiga!
—Tranquila, cariño —dijo Olivia—. Lo sé. Eres una chica apasionada. Y eso es precisamente lo que me gusta de ti.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Quiere decir que necesitas pasar tu período de duelo, y después ya hablaremos. —Se tumbó de nuevo completamente boca abajo, con la melena envolviéndola como un chal, y ese fue el punto y final de la conversación sobre el tema. Yo le caía bien a Olivia, pero ella toleraba muy mal cualquier conversación que no tratara un tema de su interés.
—Lo que tú digas. —Suspiré—. Me largo.
—¿Te pasarás por la discoteca? —preguntó Olivia, levantando mínimamente la cabeza.
—Supongo —dije, con un gesto de indiferencia—. Milo y Bobby están allí, así que me imagino que me quedaré un rato.
—¿Podrías entonces decirle a una chica que suba?
—¿A qué chica? —pregunté cansinamente.
—Cualquier chica. —Me hizo un gesto vago y se apoltronó aún más en el sofá—. Ya sabes las que me gustan.
—Sabes de sobra que no te mandaré a ninguna chica —dije, pulsando el botón del ascensor. Se abrieron las puertas.
No me gustaba fomentar su utilización de humanos como alimento, pero Olivia disponía de un auténtico harén de chicas que estaban encantadas con sus mordiscos. Después de lo que le había pasado a Jane por culpa de aquello, era una forma de vida que me resultaba intolerable aunque, como mínimo, Olivia no mataba a las chicas y las trataba con cierto respeto.
Olivia solía beber sangre a diario, en ocasiones varias veces al día, lo que para un vampiro equivale a emborracharse. La sangre nos pega fuerte, nos hace sentir colocados y felices. Pero si sólo nos alimentamos cuando realmente lo necesitamos, más o menos una vez por semana, el subidón no dura mucho y somos operativos.
Olivia había empezado a moderarse desde que me entrenaba. Antes, casi siempre estaba colocada y farfullaba incoherencias. Pero con todo y con eso, la razón por la que yo la había derrotado no tenía nada que ver con su edad. Beber tanta sangre la convertía en una vampira lenta y perezosa.
El ascensor abrió sus puertas a un oscuro pasillo situado en la parte posterior de la discoteca. Recorrí un laberinto de túneles negros hasta llegar al local. Las primeras veces que había estado en el apartamento de Olivia me había perdido, pero al final había acabado encontrándole el truco.
Empujé una sólida puerta y me hallé en una pista de baile bañada por una fría luz azul. El DJ había puesto un tema de Cobra Starship y la muchedumbre inundaba la pista. Muchos eran vampiros y donantes, pero no todos ellos. Había también gente normal y corriente que simplemente acudía al local con la intención de bailar. Tal vez acabaran haciendo tan sólo eso. Pero quizá algunos de ellos terminarían la noche convertidos en el aperitivo de un vampiro.
Traté de olvidar aquella idea. No podía dedicarme a salvar a todo el mundo, y la mayoría ni siquiera necesitaba salvación. En general, los vampiros intentaban no matar a nadie, puesto que comer y vivir resultaba mucho más sencillo sin tener que moverse entre un montón de cadáveres.
Empezaba a comprender lo repugnante que era en realidad aquel estilo de vida. Pero no era momento de preocuparme por la gente que pululaba por la discoteca. Lo único que necesitaba era localizar a mi hermano y a Bobby.
No fue difícil detectar su presencia, gracias al recién descubierto amor de Bobby por el break dance. En una esquina, junto a la barra, la multitud se había dispersado un poco para que pudiese practicar sus ágiles movimientos. No es que bailara mal del todo, pero no creo que hubiera pasado una sola ronda en un concurso de la tele.
Siempre apoyando sus iniciativas, Milo estaba a su lado, animándolo. Me acerqué a ellos y observé las piruetas y giros de Bobby durante un rato, y luego alerté a Milo de mi presencia con unos golpecitos en el hombro.
—¿No es mañana cuando empiezas las clases? —le pregunté. Una de las cosas buenas de ser un vampiro es que no tienes que gritar para que te oigan cuando la música suena a todo volumen. Era imposible que Bobby pudiera haber escuchado lo que acababa de decir, pero Milo asintió.
—Mierda —dijo con una mueca de disgusto—. No me había dado cuenta de que era tan tarde. —Abandonó su lugar entre el gentío para llamar la atención de su novio—. ¡Bobby! —Este interrumpió su baile a regañadientes y se incorporó. El público aplaudió, pero no estoy muy segura de si fue por su estupenda actuación o porque por fin había terminado—. Tendríamos que marcharnos.
—¡De acuerdo! —Bobby se encogió de hombros y empezó a andar hacia la salida, pero Milo lo detuvo. Bobby iba desnudo de cintura para arriba y tan sólo vestía unos pantalones vaqueros ceñidos, con la intención de exhibir su torso tatuado.
—¿Dónde has dejado la sudadera? —le preguntó Milo.
Bobby miró a su alrededor, pero todo el mundo había vuelto a lo suyo y su sudadera no se veía por ningún lado.
—Da lo mismo. No pasa nada. Vámonos.
—¡Fuera debemos de estar a cinco bajo cero! —dijo Milo, enojado—. ¡Y estás empapado en sudor! ¡Si sales así acabarás con hipotermia! —Se volvió hacia mí, disculpándose—. Lo siento. Tenemos que encontrar su sudadera. O una sudadera cualquiera, como mínimo.
Milo y Bobby desaparecieron en la pista para buscar la sudadera, pero estaba segura de que volverían con las manos vacías. Milo llevaba una camiseta fina, de modo que no tenía nada que prestarle. Busqué con la mirada algo que Bobby pudiera echarse encima.
Y, como andaba distraída, tropecé con una chica.
—Perdón —dije, mirándola. Y en cuanto me di cuenta de quién era, ambas nos detuvimos en seco.
Una noche, antes de realizar mi transformación, una pareja de vampiros había decidido que quería chupar mi sangre. Peter había dado buena cuenta del tipo, pero la chica —Violet— había logrado escapar. Aquel día iba disfrazada con motivo de la fiesta de Halloween: maquillaje exagerado, colmillos falsos y peluca morada.
Desde la muerte de su pareja, su aspecto era normal, había recuperado la belleza de su pelo rubio natural y utilizaba un maquillaje discreto. La había visto por la discoteca unas cuantas veces, pero sólo había vuelto a hablar con ella en una ocasión. Era como si me tuviese miedo, y después de lo que Peter había hecho con su amigo, comprendía que reaccionara de ese modo conmigo.
—Perdón —dijo rápidamente Violet, aun siendo yo la que había tropezado con ella.
—¡Hola! —dije lo más animadamente que pude, y le impedí que huyera de mí.
Había intentado matarme, eso está claro, o como mínimo había intentado facilitar mi secuestro, pero era como una niña perdida. Se había convertido en vampira a los catorce años después de haberse enamorado locamente de un imbécil, y de eso hacía tan sólo dos años. La verdad era que veía en ella muchísimos rasgos de Jane.
—Hola, lo siento. —Violet me dirigió la palabra por pura educación, pero me di cuenta de que sus ojos miraban hacia todos lados—. La próxima vez intentaré ver mejor por dónde camino.
—No, ha sido culpa mía —dije disculpándome, y me miró sorprendida—. ¿Qué tal va todo?
—Estupendamente. —Sus extraños ojos morados se quedaron fijos en mí por un instante y su expresión se ablandó—. Me he enterado de lo de tu amiga. Lo siento.
—¿Te has enterado? —le pregunté, y mi corazón se aceleró—. ¿Qué has oído decir?
—Hum… la verdad es que nada —dijo, dando un paso atrás—. Sólo…, sólo sé que ha muerto. Vi su fotografía en la tele, y había coincidido con ella en una ocasión que iba contigo. —Violet utilizó el término «coincidir» muy a la ligera, pues aquella noche había estado también a punto de matar a Jane.
Se me hizo un nudo en el estómago. Peter había matado a su amigo para salvarme. ¿Habría caído tan bajo Violet como para matar a Jane y vengarse de ese modo de mí? Mi expresión debió de alterarse, pues Violet se quedó blanca y su corazón empezó a latir más rápido.
—¡No sé nada sobre el tema! ¡De verdad! —El miedo la hacía parecer aún más joven—. Yo sólo…, sólo… intentaba ser amable.
—Sí, ya lo sé. —Moví la cabeza hacia uno y otro lado para quitarme de encima cualquier indicio que pareciera acusarla—. Sí. Lo siento. Gracias. Por tus condolencias, me refiero.
—De nada —dijo Violet. Se mordió el labio, se quedó mirándome un momento e hizo un gesto vago hacia la izquierda—. Me…, me voy. A bailar, o a lo que sea.
—Sí, vale. —Asentí y le sonreí—. Diviértete.
La pista de baile la engulló, y me pregunté por qué habría forzado aquella conversación con ella. Que ella estuviera perdida no significaba que yo tuviera que encontrarla. Y tampoco puede decirse que yo hubiera ayudado demasiado a Jane.
De hecho, me daba la impresión de que nunca había ayudado a nadie. Lo único que hacía era empeorar la vida de los demás y poner a todos mis seres queridos en situaciones cercanas a la muerte. Lo mejor para Violet sería seguir evitándome.
Milo y Bobby dieron conmigo un minuto después. Bobby llevaba una chaqueta de cuero muy sexy que Milo había conseguido de otro vampiro mediante soborno. Milo se pasó todo el camino de vuelta a casa refunfuñando por el tema, mientras que Bobby no paró de hablar sobre sus maravillosas piruetas de baile.
Finalmente me había sacado el carnet de conducir y, desde que Peter no estaba, me había agenciado su Audi. Sin embargo, el coche era de dos plazas, por lo que aquella noche nos habíamos visto obligados a coger el Jetta. Pero seguía conduciendo yo, pues resultaba que después de todo me encantaba conducir. Tanto tiempo negándome a ello y ahora me parecía maravilloso.
Decidí poner la música a tope para sofocar los inicios de la discusión entre Milo y Bobby.
Pero no tenía la cabeza concentrada en ellos. A pesar de las protestas de Milo desde el asiento trasero, pisé el acelerador al máximo y pensé en lo que le había dicho a Olivia. Llevaba casi dos meses de entrenamiento. No era la mejor, pero sin duda estaba capacitada para superar sin problemas al asesino de Jane, que sólo acosaba a débiles chicas humanas. No podía ser rival para mí, o eso creía.
Lo único que me quedaba por hacer era averiguar quién era.