3
La última vez que vi a Jane me había prometido que dejaría atrás aquella vida.
En noviembre, había resultado gravemente herida como consecuencia de una pelea contra los licanos y había permanecido ingresada un mes en el hospital recuperándose. La verdad es que no había hablado mucho con Jane después de aquello, porque pensé que era mejor para ella que cortásemos todos nuestros vínculos. Además, apenas había ya nada que nos mantuviera unidas.
Éramos amigas desde los siete años, pero a medida que nos habíamos ido haciendo mayores, fue quedando claro que nuestras prioridades eran completamente distintas. Jane era adicta a salir de marcha, a la bebida, al sexo y, en los últimos tiempos, al mordisco de los vampiros. A mí, aquel tipo de vida no me interesaba en absoluto, y Jane no sabía cómo desengancharse de ella.
Había pasado mucho tiempo sin tener noticias de ella, y unas cuantas noches antes de Navidad, después de que Bobby hubiera estado trabajando como un burro en un proyecto de su escuela y obtuviera la recompensa de una nota excelente, decidimos salir a celebrarlo. Milo, Bobby, Jack y yo nos fuimos a V, una discoteca de vampiros que se encuentra en el centro de Minneapolis. Había empezado a frecuentar más el local desde que iniciara mi entrenamiento con Olivia y, muy a pesar mío, la verdad es que me gustaba el ambiente.
Después de escuchar infinidad de veces un remix dance de Jingle Bells, decidimos largarnos de allí. Fuera estaba nevando, pero era una nevada preciosa, como de película, que daba a la noche un ambiente de mágica calidez. Con la nieve recién caída todo parece más limpio y más luminoso, y al ser más de las cuatro de la mañana, apenas había coches que la embarraran.
Estaba mirando el cielo, viendo caer la nieve. Las nubes reflejaban las luces de la ciudad y los rascacielos se alzaban como torres gigantescas por encima de nosotros. Por un breve instante, el mundo se quedó en silencio y tuve la sensación de estar en el interior de un copo de nieve.
El sonido de un latido irregular, que me recordó el de un conejo asustado, rompió de repente el silencio. Tenía la garganta reseca, un áspero recordatorio de que llevaba casi una semana sin comer. Pero yo no era de ese tipo de vampiros que frecuentan las discotecas en busca de comida. Ni siquiera me alimentaba de humanos. Bobby había sido la única persona víctima de mis mordiscos, y si lo había hecho había sido porque no tenía otra elección.
—Dios mío —dijo Milo. Caminaba unos metros por delante de mí, de la mano de Bobby, y se inclinó hacia delante para poder ver mejor—. ¿Es Jane?
—Pero ¿qué dices? —Corrí a su lado para ver qué decía. Jack me siguió, por si acaso surgían problemas, lo que solía ser frecuente cuando Jane andaba cerca.
Me detuve en seco en cuanto la vi. Estaba en la esquina, esperando delante de la puerta de V. Sus piernas, delgadas como palillos, sobresalían huesudas por debajo de la minifalda. Llevaba el pelo más largo y le caía lánguidamente sobre un rostro demacrado. Temblaba como una loca, su piel tenía un tono azulado y sus ojos examinaban ávidamente el entorno.
—¿Jane? —Di unos pasos inseguros hacia ella. Me miró a los ojos una décima de segundo y apartó en seguida la vista—. ¿Qué haces aquí, Jane?
—Nada. —Negó con la cabeza y dobló la esquina para alejarse de mí.
—¡Jane! —repetí, y eché a correr tras ella. Jack, Milo y Bobby se rezagaron un poco, dándonos con ello espacio para que pudiéramos hablar a solas.
—¿Qué quieres? —Jane se paró, pero no me miró a los ojos. Se escondió entre las sombras de una farola.
—¿No se supone que deberías estar en el hospital? —le pregunté.
Cuando se movió intenté ver si tenía marcas de mordiscos en el cuello. No vi ninguna, aunque eso no quería decir nada. Los mordiscos cicatrizan con rapidez y era posible que tuviera marcas recientes que no fueran visibles tanto en los brazos como en los muslos.
—Ayer volví a casa —respondió Jane sin alterarse, y empezó a temblar de nuevo. Había sido la chica más guapa que conocía y ahora parecía una enferma.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté en voz baja.
Otro vampiro dobló la esquina. No nos reconoció, pero Jane se quedó mirándolo con expresión hambrienta. Los humanos pueden llegar a tener deseo de vampiros tanto como nosotros podemos tenerlo de los humanos.
—Creía que lo habías dejado —dije, sacando a Jane de su ensueño.
—No me vengas con monsergas, Alice. —Tenía una mirada nerviosa y frenética, le costaba centrarla en mí—. Me abandonaste en la escalinata de la iglesia dándome por muerta. Ahora no me vengas con que te preocupa lo que pueda ser mejor para mí.
—No te abandoné dándote por muerta. ¡Estabas viva, y pensamos que era mejor que recibieses ayuda médica en lugar de vivir rodeada de vampiros! —grité, y Jane apartó la vista—. ¡Casi me matan por intentar salvarte! ¡Puse en riesgo la vida de mi hermano porque no quería hacerte daño! ¡Así que no me vengas ahora con que no me importas!
—Alice —dijo Jack detrás de mí, y me di cuenta de que mi voz resonaba entre los edificios. Estaba gritando mucho, sobre todo teniendo en cuenta que estaba hablando de vampiros.
—Muy bien, lo que tú digas, te importo. —Jane se encogió de hombros, pero tenía los ojos llenos de lágrimas—. Pero eso no cambia nada.
—¿De qué hablas? —le dije, suavizando un poco el tono y acercándome un paso más a ella.
—Mírame —dijo con una sombría carcajada—. ¡Mírame, Alice! —Una lágrima resbaló por su mejilla y se la secó con el dorso de la mano—. ¡Soy una yonqui!
—Jane —dije.
—¿Qué quieres que haga? —me preguntó—. He pasado un mes en el hospital y no han logrado averiguar qué me sucede. Saben que soy adicta a algo, pero no encuentran tratamiento. ¿Acaso existe un Programa de los Doce Pasos, como el de los alcohólicos, para adictos a los mordiscos?
—Estoy segura de que cualquier programa de desintoxicación funcionaría —dije, y ella se echó de nuevo a reír.
—Eso espero. —Sorbió por la nariz y se rascó—. Mi padre piensa llevarme mañana a una clínica de rehabilitación. Yo quiero que funcione. Y espero que así sea. Pero necesitaba una dosis más. Sé que es lo que dice todo el mundo. Una última vez y ya está. —Me sonrió débilmente—. Me da lo mismo que sea un tópico. Pero quiero sentir esa delicia una última vez y luego intentar superarlo.
—¡La última vez que te mordieron casi te matan!
Sabía que lo que acababa de decir sonaba hipócrita, sobre todo teniendo en cuenta que Milo había estado a punto de matar a Bobby y que Peter había estado a punto de matarme a mí. Los vampiros somos peligrosos y desearía poder recomendar a cualquier humano que se mantuviera alejado de nosotros. El humano que pasa un tiempo excesivo con ellos acaba muerto.
—¡Lo sé! —Jane se agitó nerviosamente y empezó a temblar aún más que antes—. ¡Ya lo sé, Alice! ¿Te crees que soy idiota? ¡Sé mucho mejor que tú lo peligroso que es todo esto! ¡Soy yo la que ha estado meses permitiendo que os alimentarais de mí! Soy yo la que perdió tanta sangre que estuvo a punto de morir dos veces. ¿Entendido?
—Y entonces, ¿por qué sigues metida en esto? —le pregunté.
—¡Porque necesito hacerlo! —Me miró con una necesidad insistente. Era una sensación de hambre que yo compartía, aunque en sentido inverso. Jane deseaba ser mordida, yo deseaba morder. La idea le pasó también a ella por la cabeza y su expresión pasó del pánico a la súplica—. Alice, si de verdad te preocupa mi seguridad, podrías hacerlo tú.
—¿Qué? —Levanté la cabeza y di un paso atrás—. No. No seas repugnante.
—No, Alice, escucha. —Jane avanzó hacia mí—. Sólo necesito un mordisco más, de verdad, sólo uno. Y tú sabes que no me harías ningún daño. ¡Jack está aquí mismo! —Hizo un gesto hacia él y yo miré también hacia atrás y vi su mirada de inquietud—. Jack no permitiría que me hicieses daño. Hazlo sólo esta vez, y mañana por la mañana a primera hora ingresaré en rehabilitación.
—No, Jane, imposible. —Agité las manos y retrocedí un paso más.
—De acuerdo. —Se cruzó de brazos y me miró desafiante—. Pero si no lo haces tú, encontraré a otro que lo haga. Y podría ser peligroso. Podrían matarme. ¿Quién sabe?
—¡Esto es chantaje emocional! —chillé, y oí que Milo murmuraba que Jane estaba jugando sucio.
—¡No, es un hecho! Esta noche voy a dejar que me muerdan. Y si no lo haces tú, lo hará otro. —Jane se encogió de hombros y se me quedó mirando, como si le diese igual.
La parte de vampiro que hay en mí era muy consciente de que estábamos hablando de comer, y no de comer cualquier cosa, sino de comer sangre fresca, caliente, humana. Mi estómago se retorcía de felicidad y mi boca salivaba desaforadamente. Cuando el hambre tomaba las riendas, la lógica desaparecía por completo.
Me volví hacia Jack, consciente de que él sería la voz de la razón, pero me miró con pesimismo y se encogió de hombros. No se enfadaría conmigo y la sensación de sed me dominaba cada vez más.
—¿Me prometes que mañana por la mañana ingresarás en rehabilitación? —dije, mirando de nuevo a Jane.
—¡No seas estúpida, Alice! —gritó Milo. Se había quedado en la esquina, lejos de nosotras, y Bobby había tenido que sujetarlo.
—Te lo prometo —dijo Jane, acompañando sus palabras con un gesto de asentimiento; por primera vez en mucho tiempo, vi un destello de felicidad en sus ojos. Lo único que le daba placer era un mordisco.
—Jamás volveré a hacerlo —la avisé, y Jack suspiró.
Jane asintió otra vez y, con ello, me abalancé dispuesta a morderla. La empujé contra las ventanas plateadas del edificio, aplastando su cuerpo con más fuerza de la necesaria. Ella jadeó y le hinqué los dientes en el cuello. Era la primera vez que mordía a un ser humano de forma consciente y me sorprendió la naturalidad de mi gesto.
Un calor maravilloso se apoderó de mí en el instante en que su sangre empezó a correr por mis venas. Era una sensación de placer insaciable que venía directamente de su sangre y recorría mi cuerpo por entero. El latido de su corazón retumbaba en mis oídos, palpitando al mismo ritmo que el mío.
Sus emociones entraron en mí y comprendí que estaba asustada y que se sentía pequeña e impotente. Estaba descontrolada y aterrorizada por lo que sería de ella. Y, por encima de todo, se sentía sola y falta de amor.
Dejé de morder, que es algo mucho más difícil de lo que parece. No había bebido mucho rato y sentía una necesidad casi maníaca de volver a engancharme a ella. Pero me limpié la boca con el dorso de la mano, me retiré y Jack me abrazó para que no me tambaleara.
Comer siempre me deja confusa y mareada. Y al tratarse de sangre fresca, el golpe fue más fuerte. Además, la tristeza y la depresión de Jane me habían dejado muy afectada.
—¿Por qué has parado? —Jane se derrumbó contra la pared y se deslizó hasta quedarse sentada en la nieve. La sangre seguía brotando de su cuello y el ambiente olía deliciosamente a ella. De no haberme sujetado Jack, me habría lanzado a por más.
Milo y Bobby se acercaron corriendo para ocuparse de Jane antes de que se desmayara sobre la nieve. Y como a mí me faltaba también poco para perder la conciencia, Jack sugirió que volviésemos todos a casa. Milo sabía dónde vivía Jane y, en compañía de Bobby, se encargaron de llevarla hasta allí sana y salva.
Jack me arrastró hasta el coche sin que yo parara de farfullar lo triste que me sentía y que lo que acababa de hacer no había hecho más que empeorar las cosas.
Jane me llamó dos días más tarde desde la clínica de rehabilitación. Había declarado que era heroinómana, que era lo que le había parecido más similar a sus circunstancias.
La conversación me resultó incómoda. Me había aprovechado de ella, como si hubiera estado borracha y Jane hubiese sido una cita de una noche, y me sentía asquerosa en muchos sentidos. Al final de la charla, me dio las gracias por haberla mordido.
—Por extraño que parezca, es lo más cerca que me he sentido de alguien en muchísimo tiempo —dijo. Su voz sonaba muy débil debido a la mala conexión que tenía el teléfono fijo del centro de rehabilitación—. No quiero ser perversa, pero… todo lo que hice, lo hice simplemente porque buscaba que alguien se interesara por mí, creo. Y tú fuiste la única persona que lo hizo. Lo noté.
»Muchas gracias. —Jane rio con nerviosismo—. Dios, ya sé que suena estúpido decirlo. Pero me da igual. Voy a salir de esta, y estaré libre en unas pocas semanas. Y para entonces, saldremos de compras como un par de locas.
Después de que dijera aquello, conseguimos seguir hablando casi como si fuéramos las amigas de siempre, como antes de que Jane empezara a desmadrarse con sus marchas y antes de que yo empezara a desmadrarme con los vampiros. Me llamó unas cuantas veces más desde la clínica de rehabilitación, y me escribió también varias cartas.
Se estaba poniendo mejor. Volvería a ser la Jane que tanto había echado yo de menos durante los tres o cuatro últimos años. Volvería a ser mi mejor amiga.