2

Bobby había cerrado la puerta con llave para impedirle la entrada a Daisy y eso no facilitaba precisamente su rescate. Milo fue el primero en alcanzar la puerta y arremetió contra ella.

Bobby seguía gritando y Milo se zambulló por el orificio, que apenas era bastante grande como para darle cabida. Se hizo un buen corte en el costado, pero ni siquiera se habría dado cuenta de ello de no haber sido por Daisy. El olor a sangre la enloqueció más si cabía.

Introduje la mano por el orificio y desbloqueé la puerta, decidiendo que era la solución más adecuada. Bobby estaba de pie sobre la cama con la espalda pegada a la pared. Las sábanas estaban manchadas de la sangre que caía de un desagradable mordisco que tenía en el brazo, pero el chico no podía despegar los ojos de la encarnizada pelea que Milo estaba librando con Daisy.

Cuando la sed no la enloquecía, Daisy era una niña adorable de mejillas regordetas y delicados rizos rubios. Pero en aquel momento, haciendo rechinar los dientes mientras intentaba alcanzar la sangre que brotaba del costado de Milo, parecía un auténtico diablo.

Emitió un gruñido que contorsionó sus facciones. Al abrir la boca, quedaron al descubierto unos dientes afilados que eran excepcionalmente grandes para una niña de su edad. Sus ojos ardían y se movía a la velocidad de un rayo.

Milo no conseguía responder con la rapidez requerida y la niña le mordió varias veces mientras él trataba de quitársela de encima. Al morderlo, ni siquiera intentaba chuparle la sangre, sino que se limitaba a gruñir y a dar bandazos como un animal enloquecido.

Conseguí apartar a Milo de un empujón y Daisy se puso de pie al instante. La sujeté con fuerza antes de que pudiera abalanzarse sobre Bobby, que continuaba siendo su principal objetivo.

Pero se agitaba de tal manera que me resultó imposible retenerla entre mis brazos. Volvió la cabeza, y sólo conseguí impedirle que me mordiera en el hombro tirándole del pelo por la nuca.

Se retorció de nuevo, dejándose con ello unos cuantos mechones de cabello en mis manos, y decidí tomar medidas más drásticas. Le aporreé la cabeza contra el suelo, le presioné la cara contra la madera y me arrodillé sobre ella.

Me sentía mal porque, al fin y al cabo, estaba librando un combate contra una niña de cinco años, aunque en realidad aquello era lo más parecido a abatir una piraña.

—¿Estás bien? —Milo saltó sobre la cama y se situó junto a Bobby que, aparte del susto, no parecía haber sufrido más daños.

Daisy seguía intentando morderme y arañando el suelo. Sus dedos rechonchos sangraban, pero ni siquiera se daba cuenta de ello.

Dejó de moverse de repente. Se quedó tendida inmóvil y en silencio, el tiempo suficiente como para invitarme a pensar que la había matado, pero de un modo igualmente repentino, rompió a llorar. No como una mocosa quejica que no se sale con la suya, sino como una niñita asustada que se ha hecho daño de verdad.

Miré a Milo en busca de ayuda, sin saber muy bien si debía soltarla y arriesgarme a que me atacara de nuevo.

Mae apareció en la habitación a los pocos segundos de que Daisy se echase a llorar.

—Pero ¡¿qué demonios estás haciendo?! —gritó Mae, apartándome de Daisy de un empujón que fue mucho más fuerte de lo necesario. Me envió volando contra la pared y mi cabeza chocó contra el zócalo.

Mae ayudó a Daisy a levantarse. La pequeña volvía a parecer una niña normal y corriente, un peso muerto en brazos de Mae. Los lagrimones rodaban por sus mejillas. Sus rizos húmedos se pegaban a su cara y sus deditos estaban todavía en proceso de curación.

—¡Ese pequeño monstruo ha intentado comerme! —dijo Bobby. Levantó el brazo para detener la hemorragia y Milo se colocó delante de él.

—¡Me da lo mismo lo que haya hecho! —exclamó Mae, abrazando con pasión a Daisy. Mae tenía también los ojos llenos de lágrimas y nos miraba furiosa—. ¡Es sólo una niña!

—No es sólo una niña —dije—. ¡Ha estado a punto de matarnos a todos!

—Lo que pasa es que tiene hambre —replicó Mae, restándole importancia—. Y Bobby es un humano. No está acostumbrada a su presencia.

—¡Me trae sin cuidado que no esté acostumbrada a su presencia! —grité—. ¿Qué habrías hecho si hubiera matado a Bobby? ¿O si hubiera matado a cualquier otro? —Mae movió la cabeza de un lado a otro, incapaz de mirarme.

—Voy a darle de comer —fue lo único que Mae añadió sobre el tema. A continuación dio media vuelta y se llevó a Daisy de allí.

—Ha sido ridículo —dije con un suspiro y pasándome la mano por el pelo.

Él examinó la herida del brazo de Bobby. A pesar de la sangre, era bastante superficial. El aroma dulce y embriagador de su sangre inundó la habitación y me rugió el estómago.

Hacía ya meses que había mordido a Bobby pero, a menudo, cuando me sentía hambrienta, me descubría con ansias de él. Deseaba la sangre de Bobby más que la de cualquier otro humano. Y allí, tan cerca de él, oliéndolo, recordé que hacía cerca de una semana que no me alimentaba.

Milo no se tomó muy bien que hubiera mordido a Bobby. Compartir un humano con otro vampiro resulta inquietante. Después de aquello, Milo pasó semanas siguiéndome como un perrito, provocando más de una pelea entre los tres. Morder a una persona intensifica los sentimientos que ya puedas tener. Al final acaba apaciguándose pero, incluso ahora, continuaba albergando un instinto protector hacia Bobby.

Milo seguía examinando las heridas de su novio y arrugó la nariz de puro asco al detectar el olor de Daisy en el mordisco.

—Esto hay que lavarlo y taparlo con un apósito —dijo, soltándole el brazo.

—De acuerdo. —Bobby saltó de la cama. Bajó la vista hacia sus calzoncillos, salpicados con gotas de sangre, y suspiró—. ¡Tendré que tirar estos calzoncillos! ¡Maldita sea! Me encantaban.

Se tomaba bastante bien lo de «ser atacado por un vampiro» aunque, de hecho, tenía más experiencia en el tema que Milo o yo. Llevaba desde los dieciocho años metido en este mundo, lo que se traducía en dos años más que nosotros de conocimientos vampíricos.

Cuando entró en el baño para limpiarse, miré a Milo.

—Mae ha perdido por completo la cabeza —le dije en voz baja—. No irás a decirme ahora que estás de su lado.

Él saltó de la cama y se limpió la sangre del costado. Se examinó las heridas en un espejo que colgaba de la pared. Algunas habrían podido ser graves si no hubiera sido un vampiro, pero los mordiscos de los hombros y de los brazos estaban ya casi curados.

—No estoy del lado de nadie —replicó por fin.

—Daisy ha estado a punto de matar a tu novio —dije. Milo se volvió para mirarme, con una expresión inalterable.

—También tú estuviste a punto de hacerlo.

—Pero fue distinto —dije, moviendo la cabeza—. Yo estaba muriéndome. Y ella es una niña completamente descontrolada.

—Tal vez —reconoció Milo—. Pero ¿qué quieres que haga? ¿Que vaya y la mate?

La verdad es que no sabía qué quería que hiciese, pero era evidente que Daisy no estaba bien. Era la primera vez que sucedía una cosa así desde nuestra llegada, pero aquella niña estaba más loca que cualquier otro vampiro que hubiera visto en mi vida.

No había obtenido una buena respuesta y Milo no quería seguir hablando del tema, de modo que, sin nada mejor que hacer, regresé a mi habitación a seguir enfurruñada. Peter apareció poco después para arreglar la puerta y nos dijo que no volviéramos a dejar solo a Bobby.

Estaba enfadada con Mae y lo que me apetecía era quedarme encerrada en mi habitación. Pero luego pensé que ella también estaría enfadada conmigo y que quedarme encerrada era casi como hacerle un favor. Así que, para fastidiarla, al cabo de unas horas decidí levantarme.

Bajé y encontré a Daisy sentada en el comedor, rodeada de cuadernos para colorear y lápices de colores. Mae le había recogido el pelo con un lazo y le había puesto un vestidito de tirantes con volantes en blanco y rosa.

Sus dedos estaban completamente curados y cogía los lápices de colores sin ningún problema. Estaba cantando Across the Universe con una voz angelical y comprendí que su repertorio de los Beatles era resultado de la influencia de Mae.

No es que yo no comprendiera los motivos de Mae. Daisy sufría una enfermedad terminal, y si Mae no la hubiese convertido en vampira, la pequeña habría muerto. Daisy era su bisnieta y era una niña dulce y adorable… cuando no se convertía en un demonio del infierno. Era demasiado joven para controlar sus impulsos y pasaría el resto de su vida con el aspecto de una niña de cinco años.

—Hola, Alice —dijo alegremente. Siguió pintando sin levantar la vista, aunque sí dejó de cantar. Me fijé en sus piernas bailando por debajo de la mesa.

—Hola —dije muy seria. Los críos no eran lo mío, definitivamente, y sobre todo cuando se trataba de relacionarme con niños monstruosos—. ¿Dónde está Mae?

—Tendiendo la ropa. Ha dicho que podía quedarme dentro de casa si le prometía no ir a ningún lado —me informó Daisy.

Mae la dejaba sin vigilancia sólo unas horas después de que hubiera estado a punto de matarnos. Increíble.

—Es evidente que a Mae le encanta hacer la colada —murmuré.

—¿Quieres pintar conmigo? —Daisy me miró esperanzada con sus ojos de color miel. Era una versión en miniatura de Mae.

—No…, mejor que no. —No me apetecía hacer nada con ella, pero me acerqué un poco más a la mesa para ver qué estaba haciendo. Delante de ella, tenía un cuento para colorear que se titulaba Mi pequeño poni, pero estaba dibujando algo en una hoja en blanco que me resultaba imposible descifrar—. ¿Qué es eso que pintas?

—Estoy dibujando una tarjeta para Bobby porque le he hecho daño. —Daisy levantó el papel de la mesa para que yo pudiera verlo.

Me pareció distinguir un unicornio pintado en color rosa con un arco iris al fondo. Las palabras «Lo siento, Bobby» aparecían bien escritas, aunque las letras estaban al revés.

—Una tarjeta muy bonita —observé, forzando una sonrisa—. Seguro que le gustará.

—Eso espero. No quería hacerle daño. —Daisy parecía triste de verdad y permaneció un segundo con la mirada perdida, aunque en seguida continuó pintando—. Necesito un lápiz dorado y otro de plata. Peter dice que me los traerá la próxima vez que vaya a la ciudad.

—Es todo un detalle por su parte. —Me rasqué los brazos y me di cuenta de que el calor no parecía afectarle mucho. De todos modos, recordé que tampoco a mí me molestaba de pequeña.

La puerta mosquitera se cerró de un portazo a mis espaldas y Mae entró en la cocina. Me sonrió muy tensa, por lo que imaginé que no me había perdonado todavía. Y tenía sentido, pues yo no había hecho nada por lo que necesitara ser perdonada. Para salvarle la vida a Bobby, había sometido a Daisy de la única manera que sabía, y la niña no había sufrido ningún daño. No podía sufrir ningún daño.

—Daisy me ha dicho que estabas tendiendo la colada —dije.

—Me gusta cómo huele la ropa tendida al aire libre —replicó Mae, con un acento británico más frío de lo habitual. Llevaba su pelo ondulado recogido en un moño suelto y el sudor le empapaba el vestido de tirantes. Pasó por mi lado para acercarse a Daisy, admirar sus dibujos y estamparle un beso en la coronilla—. Es una tarjeta preciosa, cariño.

—Gracias —dijo Daisy con una sonrisa—. Dice Alice que a Bobby también le gustará.

—Estoy segura de que sí. —Mae levantó la vista hacia mí y me di cuenta de que su enfado se había aplacado. Se sentó en una silla al lado de Daisy y empezó a colorear un dibujo—. Daisy ha comido y ha dormido una siesta y lleva toda la tarde pintando tranquilamente. Cuando come, está perfecta.

—Seguro que sí. —No podía ponerme a discutir con Mae. ¿Qué decir con Daisy pintando allí mismo? De manera que cambié de tema—. ¿Tienes noticias de lo del aire acondicionado?

—Todavía no —dijo Mae, con un gesto de negación—. Pero en cuanto baja el sol, empieza a refrescar. Fuera no se está mal del todo. —Levantó la vista—. Peter está sentado ahí fuera.

No estaba del todo segura de si debía salir o no. Desde que habíamos llegado, había intentado pasar el menor tiempo posible a solas con él. Pero el calor en el interior de la casa seguía siendo insoportable y respirar un poco de aire fresco me sentaría bien, de modo que salí.

Lo único positivo que podía decir sobre aquella región era que las estrellas eran asombrosas. Sin la contaminación lumínica de la ciudad, brillaban por encima de mi cabeza como nunca las había visto.

Descendí la escalera del porche para poder contemplarlas mejor. En el exterior se estaba mucho más a gusto que dentro de la casa y dejé que el encanto de la noche se apoderara de mí por un momento. Oí un sonido a mi izquierda y cuando miré en aquella dirección vi a Peter sentado al final del porche, con las piernas colgando.

—Este cielo es una maravilla. —Di unos pasos hacia él.

—Lo es. —Peter se inclinó hacia delante para admirar el cielo—. La verdad es que es algo a lo que todavía no me he acostumbrado. He pasado demasiado tiempo en la ciudad.

—¿Es por eso por lo que viniste aquí? —Me incliné sobre el porche a su lado y él siguió contemplando el cielo. Como siempre sucedía con Peter, interpretar sus facciones resultaba imposible.

—Sabes perfectamente por qué vine aquí —respondió él en voz baja.

Bajé la vista y le di un puntapié a una piedra del suelo. Si estaba allí era por mí, y yo no tenía nada que decir al respecto.

Poco antes de marcharse, Peter me había confesado el amor que sentía por mí, un amor que yo no podía corresponder. Aunque la verdad era que determinadas partes de mí sí podían hacerlo, pero me negaba a ello. Porque tenía a Jack, y amaba a Jack. Así que, después de todo lo sucedido con Mae y Daisy, Peter había aprovechado la oportunidad para huir de mí. Una vez más.

—Entonces ¿te gusta estar aquí? —le pregunté—. ¿Lejos del bullicio de nuestra ciudad?

—No lo sé —respondió Peter con un suspiro—. Los vuelos semanales hasta Sídney para ir al banco de sangre son un fastidio, pero el silencio y la soledad están bien. —Hizo una pausa, pensativo—. Me imagino que ya no existe ningún sitio que pueda gustarme. —Sentí su mirada examinándome—. Pero he estado en lugares peores.

—¿Es eso una indirecta? —le pregunté secamente.

—No intento discutir contigo, Alice. —Sus ojos verdes brillaban en la oscuridad, incluso sin luz, y suspiró prolongadamente—. Contigo, ganar es imposible. O soy cruel, o te exijo demasiado. Diga lo que diga, nunca es lo correcto.

—No pretendía ofenderte —repliqué, negando con la cabeza—. Simplemente quería preguntarte si eras feliz.

—No me preguntes eso —dijo—. No me lo preguntes, porque es mejor que no sepas la respuesta.

—¿Cómo van Mae y Daisy? —pregunté, cambiando de tema.

—No muy bien —respondió—. Daisy no consigue controlar su deseo de sangre y Mae se niega a reconocer el problema.

—¿Ah, sí? —dije, arqueando una ceja—. ¿Así que no es la primera vez que Daisy se comporta como hoy?

—No frecuenta humanos; si no, sería mucho peor. —Bajó la voz, por si Mae estuviera escuchando desde dentro—. Hace unas noches, Daisy estuvo persiguiendo un walabí o un koala.

—Un walabí y un koala no se parecen en nada —observé.

—Era algo pequeño, peludo y grisáceo —replicó Peter, encogiéndose de hombros, pues le daba lo mismo lo que fuera—. Cuando conseguí capturarlo, no era más que un bulto ensangrentado.

—¿Quieres decir que lo mató?

Cuando había dicho que había estado persiguiéndolo, yo había dado por sentado que lo había estado acosando porque era una niña y el animalito era gracioso. También yo, de pequeña, me había dedicado a perseguir centenares de conejitos y ardillas para que fuesen mis amigos.

—Intentó comérselo —dijo Peter.

—¡Eso es imposible! Eso ni siquiera… Tenía entendido que la sangre de animal no era comestible.

—No lo es. Pero cuando tiene hambre se vuelve tan loca que ni siquiera es capaz de diferenciar la sangre animal de la sangre humana.

Yo había convivido con animales desde que me había convertido en vampira. Jack tenía un mastín de los Pirineos, Matilda, pero jamás había sentido deseos de comer de ella, por hambrienta que estuviera. Su sangre ni siquiera olía bien.

—Santo cielo —dije—. Eso es muy fuerte.

—A Mae y a mí nos ha atacado en varias ocasiones —dijo Peter—. Le damos de comer a diario, pero no es suficiente. Ya sé que lleva muy poco tiempo siendo vampira, y que era muy joven, pero a estas alturas ya tendría que haber mejorado. En cambio, esto cada vez va a peor.

—¿Y qué pasará con ella?

—Vivirá eternamente, y tenemos que confiar en que todo vaya bien —dijo—. Poco podemos hacer.

Lo que había sucedido ese día con Bobby no era un hecho fortuito, y por monísima e inocente que pareciera Daisy coloreando sus cuadernos en la mesa del comedor, era muy peligrosa.

Me quedé fuera con Peter un rato más, pero cuando cayó sobre nosotros un tenso silencio, decidí entrar de nuevo en la casa. En mi habitación aún hacía demasiado calor para poder dormir, de modo que decidí instalar un ventilador en la ventana. Peter había subido del sótano un gigantesco y viejo ventilador metálico, que debía de venir con la casa.

El ventilador estaba lleno de telarañas y, en cuanto intenté sacar una, noté el ya conocido comezón de la picada de una araña. Desapareció corriendo a pesar de que no tenía intención de matarla. Me quedé mirando el bulto rojo que se hinchaba en mi mano.

—¿Te ha mordido una araña? —me preguntó Bobby desde el umbral de la puerta.

—Sí. Esas cosas asquerosas andan por todas partes —murmuré.

Seguí intentando que aquel estúpido trasto encajara en la ventana y Bobby, mientras tanto, entró en la habitación y se sentó en la cama, como si yo lo hubiera invitado a pasar. Cuando hube colocado el ventilador de tal modo que pudiese funcionar sin caerse, lo puse en marcha y me eché atrás para evitar la nube de polvo.

—Estupendo —dijo Bobby, agitando la mano por delante de su cara.

—Algo tenía que hacer antes de morir de un golpe de calor —expliqué en cuanto la explosión de polvo hubo menguado. El ventilador funcionaba, de modo que me tumbé en la cama con un gesto de indiferencia—. Estoy harta de todo esto. Es ridículo.

—Y que lo digas. —Apoyó la espalda en la pared y se sentó con las piernas cruzadas.

Su conmiseración habría resultado más convincente de no ser porque iba vestido con unos vaqueros morados y una camiseta fina como el papel que dejaba ver sus tatuajes oscuros.

—Llevas pantalón largo —dije mirándolo—. Lo que indica que el calor no debe de molestarte tanto.

—Sí, pero son pantalones morados —dijo Bobby, como si aquello marcase algún tipo de diferencia—. Estoy imponente.

—¿Tienes algún pantalón corto? —Acomodé la almohada bajo mi cabeza para poder verlo mejor sin necesidad de incorporarme—. Me parece que nunca te he visto con uno.

—Sólo bañadores. Los pantalones cortos no están hechos para mí.

—¿Qué opinas del vestuario de Jack? —le pregunté, sonriendo con tristeza al pensar de nuevo en él. Jack iba vestido casi siempre con bermudas, hiciera el tiempo que hiciese. Y le quedaban ridículamente estupendas.

—Si le gusta, mejor para él. —Bobby se rascó el vendaje del brazo que le tapaba el mordisco de Daisy y arrugó la nariz de puro asco. Cuando bajó la vista, su pelo negro le cayó hacia los ojos y lo apartó con la mano—. ¡Me mordió justo en mi estrella náutica! Seguro que la cicatriz que me quede me la destrozará por completo.

Bobby tenía los brazos cubiertos de tatuajes, en su mayoría en negro o en una gama de grises. El único que tenía color era una estrella náutica de color verde en la parte posterior del brazo, justo donde le había mordido Daisy.

—¿Te ha mordido en la parte posterior del brazo? —le pregunté, levantando una ceja.

—Es una mocosa repugnante —dijo—. No sé en qué estaría pensando. Las venas buenas están en la cara interior del brazo. No tiene ni idea de cómo se comportan los vampiros.

—La verdad es que no —concedí—. Pero deja de rascarte la herida o te quedará marca.

Viendo que Bobby seguía rascándose, le arreé un puntapié en la rodilla y paró por fin. Se recostó en la cama, apoyó la cabeza en la pared y suspiró.

—Entre las arañas y Daisy, voy acabar perdiendo la vida en este viaje.

—Ojalá no me hubiese dejado convencer por Milo para que vinieses —dije, mirando al techo—. Por cierto, ¿dónde anda metido?

—Está durmiendo. Dice que de día hace tanto calor que no puede dormir —dijo Bobby—. Y seguramente tiene razón. Pero por suerte para mí, yo duermo poco. —El insomnio de Bobby era perfecto para nuestro estilo de vida—. Me cuesta creer que esté desperdiciando aquí mi última semana y media de vacaciones de invierno. Cuando Milo me pidió que lo acompañara a Australia, pensé en seguida en la marcha de Sídney, en los canguros y en bucear entre los arrecifes de coral.

—Lo sé… Mae ya me había avisado de que vivían lejos del meollo, pero me imaginé que, como mínimo, visitaríamos un poco ese meollo.

—Y piensa por un momento que podrías estar perdiendo el tiempo aquí y yendo al instituto cuando volvamos a casa. —Bobby sonrió, pero yo le repliqué con un gesto de negación—. Oh, vamos. Como mínimo podrías tratar de obtener el título de secundaria.

—Si no dejé que Milo me convenciera de ello, mucho menos vas a convencerme tú —dije muy segura.

Milo había dejado el instituto en el penúltimo curso porque se había convertido en vampiro, pero tenía la situación tan controlada que se había planteado retomar los estudios. De hecho, se había matriculado ya en un elegante colegio privado de Minneapolis para terminar el curso que había dejado a medias, y empezaba las clases el veintiuno de enero, el mismo día en que Bobby iniciaba su nuevo semestre en la escuela de arte.

—¿Así que te resignas a ser de los que dejan los estudios colgados sin terminar siquiera la secundaria? ¿Qué piensas hacer en la vida? —preguntó Bobby.

—¿Y qué voy a hacer si no los dejo colgados? —pregunté—. No creo que pueda pasarme ocho años estudiando medicina con el aspecto de una chica de dieciocho años.

—Podrías hacerte pasar por una niña prodigio —sugirió Bobby—. O podrías hacer algo para lo que no necesites tantos años de estudios. Como peluquera de perros.

—¿Peluquera de perros? ¿Crees que tengo cara de peluquera de perros?

—No. Lo que sucede es que no tengo ni la más remota idea de lo que aspiras a ser —dijo Bobby, ladeando la cabeza—. De hecho, ¿aspiras a convertirte en algo? ¿O tengo ya ante mí el zenit de tu existencia?

—No lo sé. Tengo toda la eternidad para pensarlo. —Le respondí con una evasiva porque últimamente había estado dándole vueltas a esa misma pregunta.

En el instituto no me preocupaban ni las notas ni la escuela en sí, porque me daba lo mismo. Pero Milo siempre se había esforzado mucho, pues insistía en que la cultura y la carrera profesional eran importantes.

Y Milo no había cambiado de idea, pese a tener sólo dieciséis años y ser un vampiro. Quería terminar sus estudios de secundaria en un buen colegio, ir a la universidad y buscar trabajo. Sus planes seguían siendo llevar una vida normal y hacer cosas normales.

Cuando yo me convertí en vampiro, pensé que ya lo tenía todo hecho. Pero ahora que el tiempo me sobraba por todos lados, empezaba a pensar que tal vez hubiera malinterpretado el tema de la eternidad.

—¿Acabo de meter la pata, tal vez? —dijo Bobby, mirándome con aire de disculpa—. De golpe te has quedado en silencio y triste.

—No, no pasa nada. Estaba pensando, simplemente. —Le resté importancia y le sonreí.

—Pues no es momento de pensar. ¡Estamos de vacaciones! —Bobby lo dijo haciéndose el animado. Se inclinó de pronto hacia delante, con el rostro excitado—. Tendríamos que hacer alguna cosa que sea divertida de verdad. Podríamos salir a cazar canguros, o algo por el estilo. —Su sonrisa se hizo más ancha y los ojos le brillaban—. O podríamos ver si conseguimos que un dingo, uno de esos perros salvajes que dicen que hay por aquí, se lleve a nuestro bebé. —Pronunció esta última parte con un exagerado acento australiano, tratando de imitar a Meryl Streep.

Para estudiar los detalles del viaje, Bobby había alquilado Un grito en la oscuridad y la había visto unas diez veces. Estoy segura de que hay películas mejores sobre Australia, pero aquella era su favorita. Giraba en torno a la historia verídica de una mujer que había sido acusada de asesinar a su bebé a pesar de que ella defendía que se lo había llevado un dingo.

Y esa era la causa de que a lo largo del último mes hubiera escuchado mil veces a Bobby repitiendo la frase «un dingo se llevó a mi bebé».

—Estás como una cabra —dije, poniendo los ojos en blanco, y él se echó a reír.

Sonaron en mi teléfono los tres primeros segundos de Purple Rain y salté de la cama. Desde nuestra llegada, el teléfono había permanecido casi todo el tiempo olvidado en la cómoda debido a la falta de cobertura.

El tono de Purple Rain anunciaba que tenía un mensaje nuevo en el buzón de voz y, en nuestras actuales circunstancias, significaba asimismo que la cobertura se había mantenido el tiempo suficiente como para que alguien pudiera dejar un mensaje grabado. Corrí a cogerlo antes de que la señal fallara.

—¿Quién es? —preguntó Bobby, saltando también de la cama. Llevábamos tanto tiempo colgados sin tecnología que también él se sentía emocionado.

—No lo sé. —Intenté conectar con el buzón de voz, pero la llamada se cortó al instante—. ¡Mierda!

—¡Acércate a la ventana!

Cuando caminé hacia la ventana, se iluminó una barra de la señal de cobertura. Y cuanto más me acercaba, más clara era la señal. Tenía tantas ganas de poder oír la voz de otra persona (en especial la de Jack), que saqué incluso el brazo al exterior.

—¿Qué haces? —preguntó Bobby.

—¡Coger señal! —Asomé la cabeza y por fin conseguí establecer conexión con el buzón de voz.

Apenas había hablado con Jack desde que estábamos allí y tampoco tenía noticias de nadie más. Leif ni siquiera tenía teléfono. Olivia había intentado ponerse en contacto conmigo, pero no habíamos conseguido hablar por teléfono. Jane estaba a punto de salir de rehabilitación y tenía muchas ganas de saber algo de ella.

«Tiene un nuevo mensaje de voz», me anunció la voz automatizada, y se me aceleró el corazón.

«Hola, Alice. Soy Jack». El corazón se me disparó, pero, aun sintiéndome feliz, supe en seguida, por su tono de voz, que algo iba mal. Sonaba triste y muy remota. «Llevo tiempo intentando hablar contigo por teléfono. Lo he probado incluso con Milo y con Bobby, pero…». Suspiró y se me cerró el corazón en un puño. Algo iba muy mal.

«No quería decirte esto por teléfono. Quiero decir, que ya sabía que tendría que hacerlo así, pero no era mi intención dejarte simplemente un mensaje…». Se interrumpió, y Bobby me preguntó alguna cosa, pero moví la mano para indicarle que se callara.

«No sé cómo decirte esto, pero… Jane ha muerto. Lo siento mucho, Alice. La asesinaron anoche».