CAPÍTULO 40

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LEVARRIBA, DREVLIN,

REINO INFERIOR

—Capitán —informó el teniente tras estudiar el terreno a sus pies—, se observa una cantidad inusual de gegs esperándonos en la Palma.

—No son gegs, teniente —replicó el capitán, con el ojo en el catalejo—. Por su aspecto, yo diría que son humanos.

—¡Humanos! —El teniente continuó mirando hacia la Palma. Sus manos deseaban vehementemente arrancarle el catalejo al capitán para comprobar lo que decía.

—¿Qué deduce usted de eso, teniente? —inquirió el capitán.

—Yo diría que problemas, señor. He servido muchos años en esta ruta, y mi padre antes que yo, y jamás he oído hablar de que se haya encontrado a algún humano en el Reino Inferior. Yo le sugeriría… —el teniente se interrumpió, mordiéndose la lengua.

—¿Sugeriría? —repitió el capitán Zankor'el en tono peligroso—. ¿Usted le sugeriría a su comandante? Vamos, teniente, ¿qué sugeriría?

—Nada, señor. No es mi cometido.

—No, no, teniente. Insisto —replicó Zankor'el, con una mirada a su geir.

—Sugeriría que no atracásemos hasta haber descubierto qué sucede.

Era una propuesta perfectamente lógica y razonable, como bien sabía el capitán, pero ello significaba dialogar con los gegs y Zankor'el no conocía una sola palabra del idioma geg. El teniente, en cambio, sí lo hablaba. El capitán llegó de inmediato a la conclusión de que estaba ante otro truco de su subordinado para burlarse de él, ¡del capitán Zankor'el de la familia real, ante los ojos de la tripulación! Bothar'in ya lo había hecho en una ocasión, con su condenada y estúpida heroicidad.

Zankor'el decidió que prefería ver su alma en la cajita con incrustaciones de lapislázuli y calcedonia que el geir llevaba consigo en todo momento, antes que permitir que tal cosa sucediera de nuevo.

—No sabía que le dieran tanto miedo los humanos, teniente —contestó, pues—. No puedo tener a mi lado a un hombre asustado en lo que podría ser una situación peligrosa. Vaya a su camarote, teniente Bothar'in, y quédese allí lo que resta de viaje. Yo me ocuparé de las bestias.

Un silencio de perplejidad cayó sobre el puente. Nadie sabía dónde mirar y, por tanto, todos evitaban mirar a cualquier lado. Una acusación de cobardía contra un oficial elfo significaba la muerte a su regreso a Aristagón. Desde luego, el teniente podría hablar en su propia defensa ante el tribunal, pero su único recurso sería denunciar al capitán. Y, si éste era miembro de la familia real, ¿a quién creerían los jueces?

La cara del teniente estaba rígida; sus ojos almendrados no parpadeaban. Un tripulante abatido comentaría más tarde que había visto más vida en muchos cadáveres.

—Como ordene, señor. —El teniente dio media vuelta con marcialidad y abandonó el puente.

—¡Si hay algo que no voy a tolerar, es la cobardía! —exclamó el capitán Zankor'el—. ¡Que todo el mundo lo tenga presente!

—Sí, señor —fue la respuesta seca y fría de unos hombres que habían servido a las órdenes del teniente en varias batallas contra los elfos rebeldes y contra los humanos, y que conocían mejor que nadie el valor de Bothar'in.

—Que venga el mago de a bordo —ordenó el capitán, observando de nuevo por el catalejo al pequeño grupo congregado en la palma de la mano gigantesca.

Mandaron llamar al mago de a bordo, que apareció de inmediato. Algo aturdido, el hechicero estudió la expresión de los reunidos en el puente como si quisiera asegurarse de que era cierto el rumor que había oído mientras acudía hacia allí.

Nadie lo miró. Nadie se atrevía a hacerlo. No era preciso: viendo sus caras tensas sus miradas fijas, el mago de a bordo adivinó la respuesta.

—Vamos a tener un encuentro con humanos, mago. —El capitán lo dijo con voz imperturbable, como si no sucediera nada anormal—. Supongo que se habrán repartido silbatos a toda la tripulación.

—Sí, capitán.

—¿Todo el mundo está familiarizado con su uso?

—Creo que sí, señor. El último combate de esta nave fue con un grupo de rebeldes elfos que nos abordó…

—No te he pedido que recites el historial bélico de la nave, ¿verdad, mago?

—No, capitán.

El mago de a bordo no se disculpó. A diferencia de la tripulación, él no estaba obligado a obedecer las órdenes de un capitán de nave. Dado que sólo ellos conocían el empleo adecuado de sus artes misteriosas, los hechiceros eran responsables únicamente de mantener la magia a bordo de las naves. Un capitán insatisfecho con el trabajo de un mago podía presentar acusaciones contra él, pero el hechicero sería juzgado por el Consejo de los Arcanos, no por el Tribunal Naval. Y, en tal juicio, no importaría si el capitán era miembro de la familia real pues todo el mundo sabía quiénes eran los auténticos gobernantes de Aristagón.

—¿La magia funciona? —Prosiguió el capitán—. ¿Está en plena operatividad?

—Los tripulantes sólo tienen que llevarse el silbato a los labios. —El mago de a bordo se puso muy erguido y miró al capitán con aire altivo. Ni siquiera añadió el acostumbrado «señor». Se estaba poniendo en duda su capacidad.

El geir, que también era mago, advirtió que Zankor'el se había excedido en su autoridad.

—Y lo has hecho todo muy bien, mago de a bordo —intervino con voz apaciguadora y zalamera—. Desde luego, comentaré elogiosamente tu trabajo cuando volvamos a puerto.

El mago de a bordo replicó con una sonrisa burlona. ¡Como si le importara mucho la opinión de un geir! Pasarse la vida corriendo tras chiquillos malcriados con la esperanza de atrapar un alma… ¡Eso era casi lo mismo que ser un criado y correr tras un perro faldero con la esperanza de poder recoger sus excrementos!

—¿Nos acompañarás en el puente? —preguntó el capitán con cortesía siguiendo la sugerencia del geir.

El mago de a bordo no tenía intención de moverse de él. Allí estaba su puesto de combate y, aunque en esta ocasión el capitán actuaba con absoluta corrección al formular la invitación, el hechicero decidió tomarla como un insulto.

—Por supuesto —declaró en tono seco y frío. Se acercó a las portillas, observó la Palma y el grupo de gegs y humanos y añadió—: Creo que deberíamos establecer contacto con los gegs y averiguar qué sucede.

¿Sabía el mago que ésta había sido la sugerencia del teniente? ¿Sabía que tal comentario había precipitado la crisis en que se encontraban? El capitán, con sus enjutas mejillas encendidas, le dirigió una mirada furibunda. El mago de a bordo, vuelto de espaldas, no la advirtió. El capitán abrió la boca pero, al percatarse de que su geir movía la cabeza a modo de advertencia, volvió a cerrarla rápidamente.

—¡Esta bien! —Zankor'el estaba haciendo un evidente esfuerzo por contener su cólera. Al escuchar un ruido a sus espaldas, se volvió en redondo y clavó una mirada furiosa en la tripulación, pero todos los hombres parecían concentrados en sus respectivas tareas.

Con una rígida reverencia, el mago de la nave ocupó una posición en la proa, junto al mascaron. Ante él tenía una bocina cónica fabricada con un diente de grenko ahuecado[21]. En el extremo más ancho, el diente llevaba un parche de piel de tiero que amplificaba por arte de magia la voz que se proyectaba en su interior. El sonido surgía con gran potencia por la boca abierta del dragón y resultaba muy impresionante incluso para aquellos que sabían cómo funcionaba. Para los gegs, constituía un milagro.

Inclinado junto al cono, el mago gritó algo en la lengua tosca de los enanos, que sonaba a oídos de los elfos como un matraqueo de piedras en el fondo de un tonel. Mientras lo hacía, el capitán mantuvo una postura rígida, con las facciones pétreas, dando a entender con su actitud que consideraba todo aquello un capricho sin sentido.

Les llegó de abajo un gran griterío: los gegs respondían a su llamada. El mago elfo prestó atención a lo que decían y contestó. Después, se dio la vuelta y miró al capitán.

—Resulta muy desconcertante. Por lo que he podido entender, parece que esos humanos han llegado a Drevlin y les han contado a los gegs que nosotros, los «welfos», no somos dioses sino explotadores que hemos tenido esclavizados a los enanos. El rey geg pide que aceptemos a los humanos como regalo y, a cambio, hagamos algo para restaurarnos como divinidades. Sugiere —añadió el mago— que doblemos la cantidad habitual de «obsequios» que les traemos.

El capitán elfo pareció recobrar el buen humor.

—¡Prisioneros humanos! —Se frotó las manos—. ¡Más aún!, prisioneros que evidentemente han tratado de sabotear nuestros suministros de agua. Un descubrimiento muy valioso. Me valdrá una condecoración. Informa a los gegs que nos satisface el acuerdo.

—¿Qué hay de su recompensa?

—¡Bah!, tendrán la cantidad de costumbre. ¿Qué esperan? No traemos más.

—Podríamos prometer que enviaremos otra nave —apuntó el mago, frunciendo el entrecejo.

El capitán enrojeció de cólera.

—¡Si hiciera un trato semejante, sería el hazmerreír de la Armada! ¿Poner en peligro una nave para llevarle más basura a esos gusanos? ¡Ja, ja!

—Señor, hasta hoy, jamás se había producido nada semejante. Parece que los humanos han descubierto una manera de descender a través del Torbellino y tratan de perturbar la sociedad geg para su proyecto. Si los humanos consiguieran hacerse con el control de nuestros suministros de agua…

El mago movió la cabeza; las meras palabras parecían incapaces de trasmitir la gravedad de la situación.

—¡Perturbar la sociedad geg! —Zankor'el se echó a reír—. ¡Yo sí que perturbaré su sociedad! Voy a descender y tomar el control de su estúpida sociedad. Es lo que deberíamos haber hecho mucho tiempo atrás. Di a esos gusanos que vamos a quitarles de las manos a los prisioneros. Con eso bastará.

El mago de la nave frunció aún más el entrecejo, pero no podía hacer nada más…, al menos de momento. No podía autorizar el envío de una nave con un nuevo cargamento ni se atrevía a formular una promesa que no podía mantener. Con ello sólo empeoraría las cosas. En cambio, podía informar al Consejo de todo aquello de inmediato y recomendar que se adoptara alguna decisión, tanto respecto a la nave extra como a aquel imbécil de capitán.

Hablando por la bocina, el mago formuló la negativa en términos vagos y oscuros que pretendían hacerla pasar por una aceptación salvo que uno se fijara de verdad en lo que decían. Como la mayoría de los elfos, consideraba que los procesos mentales de los gegs eran parecidos al sonido de su idioma: guijarros matraqueando en un barril.

La nave planeó con las alas extendidas, majestuosa y temible. La tripulación elfa, empuñando pértigas, ocupó la cubierta y guió la tubería descendente hasta colocarla con precisión sobre el geiser. Una vez logrado el objetivo, entró en acción la magia. Encajonada en un conducto de luz azul que surgía del suelo, el agua brotaba del orificio y era aspirada por la tubería y transportada a miles de menkas hasta los elfos que la esperaban arriba, en Aristagón. Una vez iniciado este proceso, la nave elfa había completado su objetivo principal. Cuando los tanques de almacenamiento estaban a plena capacidad, el flujo mágico de líquido cesaba y la tubería era izada de nuevo. La nave podía entonces dejar caer su cargamento y regresar o, como en este caso, atracar y perder unos minutos para impresionar a los gegs.