«B. - P.»

Los tres más famosos generales que conocí en mi vida no ganaron ninguna batalla al enemigo extranjero. Sus nombres, empero, todos los cuales empiezan con «B», se han convertido para nosotros en términos familiares. Son los generales Booth, Botha y Baden Powell. Al general Booth le debemos el Ejército de Salvación; al general Botha, la Unión Sudafricana, y al general Baden Powell el movimiento de los Boy Scouts.

Dada la incertidumbre de este mundo, de nada podemos estar seguros; pero parece probable que de aquí a uno o doscientos años, o acaso más, estos tres monumentos que hemos visto erigirse en nuestros días seguirán proclamando la fama de sus fundadores, no en su testimonio silencioso de bronce o de piedra, sino como instituciones que guían y forman las vidas y los pensamientos de los hombres.

Recuerdo perfectamente la primera vez que vi al héroe de este artículo, ahora lord Baden Powell. Yo había ido con mi equipo regimental a jugar la copa de Caballería en Meerut. Dábanse cita allí los círculos sociales y deportivos del Ejército inglés en la India. Por la noche celebróse ante numerosa concurrencia una función de vodevil por aficionados. El rasgo principal de la fiesta lo constituía el animado número de canto y baile encomendado a un oficial de la guarnición, vistiendo el brillante uniforme de los húsares austríacos, y a una bella dama. Ocupando, entre otros jóvenes oficiales, una butaca de orquesta, me causó sorpresa lo excelente de la representación, que podría competir con ventaja con la de cualquiera de nuestros teatros de variedades. Me dijeron:

«Ése es B.-P. ¡Un hombre extraordinario! Ganó la copa Kadir; tiene muchos años de servicio activo. Hablan y no acaban de sus méritos como militar; ¡pero no deja de ser chocante ver a un oficial antiguo moviendo las piernas de esa manera ante tantos subalternos!».

Tuve la suerte de trabar conocimiento con esta celebridad de varias facetas antes de que terminase el torneo de polo.

Pasaron tres años antes de que lo volviera a ver. El escenario y la ocasión eran totalmente distintos. El Ejército de Lord Roberts acababa de entrar en Pretoria, y el general Baden Powell, que acababa de ser liberado en Mafeking después de un asedio de 217 días, recorría a caballo doscientas o trescientas millas desde el oeste del Transvaal para presentarse al general en jefe y darle cuenta de su gestión. Estimé interesante el tener una entrevista con él a fin de poder proporcionar al Morning Post un relato auténtico de su famosa defensa.

Cabalgamos juntos durante una hora por lo menos, y cuando por fin se decidió a hablar, fue magnífico. Me conmovía su relato, y él gozaba al referirlo. No puedo recordar los detalles, pero mi telegrama debió de haber llenado casi una columna. Antes de expedirlo se lo enseñé. Él lo leyó con reconcentrada atención y con ciertas muestras de embarazo, pero, al terminar y devolvérmelo, me dijo, sonriente: «Hablar con usted es lo mismo que hablarle a un fonógrafo». Y no puedo por menos de reconocer que yo también me sentí complacido.

En aquellos días a la fama de B.-P. como soldado eclipsaba casi todas las reputaciones populares. El otro B. P. —British Public (el público británico)— lo contemplaba como el héroe culminante de la guerra, y, riéndose de los triunfos de los grandes y bien organizados ejércitos ingleses contra los campesinos boers, no podía dejar de aplaudir la larga, obstinada, animosa defensa de Mafeking, encomendada escasamente a ochocientos hombres, contra las fuerzas sitiadoras constituidas por un número diez o doce veces superior.

Nadie hubiese creído nunca que Mafeking resistiría la mitad del tiempo. Por unas doce veces consecutivas, la nación, vigilante, mientras el sitio se prolongaba, había surgido de la incertidumbre y el desaliento a la esperanza otras tantas veces renovada, para volver de nuevo a caer en el temor. Millones de personas que no podían seguir con precisión y detalle los principales acontecimientos de la guerra perseguían diariamente en la Prensa los azares de los sitiados de Mafeking, y cuando por fin los periódicos lanzaron a todo el mundo la noticia de su liberación, las muchedumbres hicieron imposible el paso por las calles de Londres, y las oleadas del más puro patriotismo pazguato se precipitaron en tal inundación de delirante, infantil y desenfrenado júbilo como jamás pudo verse hasta la noche del Armisticio, en noviembre de 1918. La noche famosa de Mafeking mantiene insuperada la marca.

Entonces las multitudes no se conmovían por los estragos de la guerra. Experimentaban el mismo frenesí regocijado y frívolo de los espectadores de un gran acontecimiento deportivo. En 1918 los sentimientos de alivio y de congratulación se sobreponían al júbilo. Todos llevaban en sus corazones las huellas de los sufrimientos pasados. Había demasiados fantasmas por las calles después de Armageddon.

Causó extrañeza al ver cómo B.-P. iba desapareciendo de la jerarquía militar una vez que la guerra sudafricana terminó. Ocupó algunos cargos distinguidos, aunque de importancia secundaria; pero todos los puestos culminantes y pingües fueron repartidos entre hombres cuyas hazañas no trascendían de los círculos militares y cuyos nombres jamás habían recibido la recompensa del aplauso popular.

Sin duda, Whitehall se dolía de las aclamaciones desproporcionadas que las masas habían acumulado sobre una sola figura. ¿No había algo de «teatral», de «no profesional» en una persona que suscita el entusiasmo ignaro del hombre de la calle? La versatilidad engendra siempre cierta desconfianza en las esferas militares. Las voces de la murmuración y de la envidia profesionales hablaban de él como el protomedicato hablaría de las curaciones indudables realizadas por un curandero. De todos modos, la brillante fruición de la fortuna y del éxito fue pronto oscurecida por una niebla helada, a través de la cual el sol lucía, pero con pálido y mortecino rayo.

Los caprichos de la fortuna son incalculables; incontables sus métodos. A veces, cuanto más huraña y desdeñosa se presenta es cuando está preparando sus más sorprendentes dones. ¡Qué suerte fue para B.-P. el no verse situado, en los primeros años del siglo, en el centro de la corriente de los asuntos militares, y absorbido por aquellos arduos y secretos preparativos que finalizaron llevando al Ejército expedicionario inglés a desplegarse en batalla en Mons! ¡Qué suerte para él, y qué suerte para todos nosotros! A ello debe su fama perennemente renovada, su oportunidad de prestar servicios personales del más duradero carácter; y a ello debemos nosotros una intuición y una inspiración típicamente británicas, esencias puras de su genio, encaminadas a unir en un lazo de camaradería no sólo a toda la juventud del mundo de lengua inglesa, sino de casi todas las tierras y pueblos bajo el sol.

Fue en 1907 cuando B.-P. plantó su primer campo para enseñar a los chicos el arte de explorar los bosques y la disciplina de la vida de descubierta. Veintiún niños de todas clases, desde el este extremo de Londres hasta Eton Harrow, alzaron sus pequeñas tiendas en la isla de Brownsea en el Dorsetshire. De este modesto comienzo surgió el movimiento mundial de los «boy scouts» y «girl guides», constantemente renovado en el transcurso de los años, hasta alcanzar hoy una fuerza que excede muy bien de dos millones de afiliados.

En 1908, el explorador jefe, como él se llamaba, publicó su libro Scouting for Boys. Suscita en todos el sentido de aventura y el amor a la vida al aire libre que es tan fuerte en la infancia. Pero, sobre todo, excita esos sentimientos de caballerosidad, y esa corrección y empeño en el juego, sea serio o frívolo, que constituyen la parte más interesante del sistema de educación británica.

El éxito fue inmediato y trascendental. El sencillo uniforme, calzón caqui y camisa —al alcance de los más pobres—, fue tomado del antiguo cuerpo de ejército del general Baden-Powell. El sombrero fue el famoso sombrero, con las alas planas y la copa apuntada en pellizco, que había usado en Mafeking. El lema «Estad preparados» (Be Prepared) estaba formado con sus iniciales. Casi inmediatamente vimos en los días de fiesta, por los caminos de Britania, pequeñas tropas y patrullas de exploradores, grandes y chicos, cayado en mano, avanzando animosos, empujando su pequeño carrito de mano con su cantimplora y su equipo de campaña hacia los bosques y terrenos acotados que su ejemplar conducta rápidamente les franqueó. Inmediatamente brillaban los fuegos del vivac de un vasto ejército, cuyas filas nunca estarán desiertas y cuya marcha no acabará jamás mientras fluya sangre roja por las venas de la mocedad.

Es difícil encarecer la salud mental y moral que reportó a nuestra patria esta sencilla y profunda concepción. En aquellos pasados días el lema «Estad prontos» tuvo un especial significado para nuestro país. Los que avizoraban la proximidad de una gran guerra acogieron con simpatía el despertar de la adolescencia inglesa. Y nadie, ni siquiera los más resueltos pacifistas, pudo sentirse alarmado, porque el movimiento no era de carácter militarista, y hasta los más ásperos y malhumorados críticos vieron en él un medio de disipar los humos juveniles.

El éxito de este movimiento en Inglaterra llevó a su imitación en otros muchos países, especialmente en Alemania. También allí las pequeñas tropas empezaron a marchar por los caminos, medio atrancados por las legiones.

La Gran Guerra azotó al mundo. Los exploradores desempeñaron su papel. Su aguda mirada se unió a la de los centinelas de la costa; y en las incursiones aéreas pudimos presenciar el espectáculo de niños de doce y catorce años desempeñando con perfecta frialdad y compostura las útiles funciones que se les asignaban en las calles y en las oficinas públicas.

Muchas instituciones venerables y muchos famosos regímenes, honrados por los hombres, perecieron en la tormenta; pero el movimiento de los «Boy Scouts» sobrevivió no sólo a la Gran Guerra sino a las torpezas de la posguerra. Mientras tantos elementos de la vida y del espíritu de las naciones parecían sumidos en el estupor, aquél florecía y crecía incesantemente. Su lema adquiere nueva significación nacional a medida que los años pasan sobre nuestra isla. Lleva a todos los corazones su mensaje de honor y deber: «Estad prontos» a erguiros en defensa del Derecho y de la Verdad, sean como quieran los vientos que azoten.