EL general Stumm von Bordwehr había ofrecido a Diotima sus respetos. Era el oficial enviado por el Ministerio de la Guerra a la gran asamblea inaugural en que pronunció un discurso que causó gran impresión; respecto a la formación de comisiones para la gran obra pacifista no había podido impedir que el Ministerio de la Guerra la pasara por alto debido a palmarias razones. No era un general muy arrogante; tenía barriguita y un cepillo sobre los labios en lugar de bigote. Su rostro redondo sugería la idea de una familia carente de otros bienes que no fueran los prescritos para la dote de un oficial militar. Dijo a Diotima que al soldado le habían asignado un papel humilde en la sala del consejo. Pero había que comprender las razones por las que el Ministerio de la Guerra no podía ser incluido en la formación de los comités. Se atrevía a advertir, sin embargo, que la Acción debería dirigirse al exterior; lo que actuaba hacia fuera era el poder del pueblo. Repitió lo que el famoso filósofo Treitschke había dicho: el Estado es el poder de prevalecer en la lucha entre los pueblos. El poder desarrollado en tiempo de paz aleja la guerra o, por lo menos, abrevia su crueldad. Siguió hablando todavía un cuarto de hora, citó a varios clásicos añadiendo que aquellas frases, sus favoritas, las recordaba desde que había ido al gimnasio y que aquellos años de estudios humanísticos habían sido los más hermosos de su vida; luego intentó manifestar a Diotima que él la admiraba y que le había encantado la manera de dirigir la gran asamblea; únicamente repetir otra vez que un ulterior desarrollo de las fuerzas armadas, muy inferiores a las de las demás naciones, podría ser la prueba más elocuente de las intenciones pacifistas del país y dijo que confiaba fervientemente en la participación espontánea del pueblo en la ación de los problemas del Ejército.
Aquel amable general infundió a Diotima un miedo horrible. Había entonces en Kakania familias que tenían trato con oficiales porque las hijas se habían casado con militares y familias cuyas hijas no se casaban con oficiales, o porque no tenían dinero para la dote o por principio, y en este caso la familia no recibía militares; la familia de Diotima pertenecía por ambas razones a la segunda categoría y, en consecuencia, la inteligente y hermosa señora se había hecho a la idea de que un militar era una especie de muerte vestida de harapos multicolores. Respondió diciendo que había en el mundo tantas cosas buenas y grandiosas que no era fácil elegir entre ellas. Era un gran privilegio poder hacer en estos tiempos de matérialismo una gran demostración; era además un deber. Surgiría del corazón del pueblo, dejando sus propios intereses en segundo lugar. Tejió cuidadosamente su discurso como con hilos negros y amarillos; sus labios pidieron el suave incienso del lenguaje burocrático.
Pero cuando el general se despidió, el interior de la egregia señora rió un desmayo. Si hubiera sido capaz de abrigar un sentimiento bajo, como el de odio, hubiera odiado a aquel hombrecillo redondo, de ojos aduladores y de botones dorados en la barriga, pero como no le era posible, se sintió únicamente ofendida sin saber por qué. Abrió la ventana, a pesar del frío invernal y dio unas vueltas por la habitación. Al volver a cerrar las ventanas se le saltaban las lágrimas de los ojos. Estaba muy extrañada. Era ya la segunda vez que lloraba sin motivo. Se acordó de la noche en que había derramado copiosas lágrimas al lado de su marido, sin haber podido aducir causa alguna. Esta vez fue más claro el nerviosismo producido por aquel episodio carente de contenido; aquel oficial gordo extraía las lágrimas como una cebolla y no había sentimiento razonable que las justificara. Con razón se alarmó ella misma; un presagio de angustia le decía que algún lobo invisible merodeaba alrededor de su aprisco y que ya era hora de ahuyentarlo con la fuerza de la idea. Y así, después de la visita del general, resolvió apresurarse a convocar rápidamente la asamblea de grandes intelectuales que ayudarían a asegurar un contenido a la Acción Paralela.