28 — Un capítulo que se lo puede saltar quien no estime las consideraciones introspectivas

ULRICH estaba entretanto en su casa y trabajaba en el escritorio. Se había puesto a proseguir las investigaciones, interrumpidas en su mitad al decidir, hacía unas semanas, volver sobre ellas; no había demasiado interés en terminar, pues gozaba considerándose capaz de realizarlas. Aunque el tiempo era bueno, apenas había salido de casa en los últimos días, ni siquiera al jardín; había corrido las cortinas y estudiaba en penumbra, como un acróbata que en un circo a media luz presenta su nuevo programa de saltos a un grupo de entendidos, antes de abrir las puertas a los espectadores. La precisión, fuerza y seguridad de su desarrollo discursivo, al que nada iguala en la vida, casi le llenaba de melancolía.

Dejó a un lado el papel con sus fórmulas y cifras, y pasó a hacer una ecuación del estado del agua como ensayo físico para utilizar un nuevo procedimiento matemático, tras del cual andaba; pero sus pensamientos hacía poco que habían comenzado a volatilizarse.

—¿No he explicado a Clarisse algo a propósito del agua? —se preguntó a sí mismo sin recordar con exactitud. Pero no le importaba mucho, sus pensamientos se relajaban cada vez más perezosos.

Por desgracia, lo más difícil para la literatura es reproducir a un pensador. Un gran inventor al que se le preguntó cómo se las arreglaba para descubrir tantas cosas nuevas, respondió que reflexionando sin descanso. De hecho se puede afirmar que las ideas inesperadas se presentan impulsadas por su expectación. Son, en proporción no pequeña, producto del carácter, de tendencias constantes, de ambición tenaz, de asiduo trabajo. ¡Qué aburrido tiene que ser esa perseverancia! Por otros conceptos, la solución de un problema intelectual se desenvuelve de manera semejante a un perro que intenta salir por una puerta estrecha con un bastón cruzado en la boca: mueve la cabeza a izquierda y derecha hasta que lo logra pasar. Nosotros hacemos otro tanto, con la diferencia de que no obramos de modo irreflexivo; la experiencia nos ha enseñado las medidas aproximadas que debemos tomar. Incluso una inteligencia ágil, con mejor disposición y pericia que una torpe, experimenta también una sensación sorprendente cuando consigue deslizarse hasta el fin y llega al resultado de su operación; éste aparece de repente y suspende los sentidos de admiración y extrañeza al ver que Jos pensamientos se han sucedido y derivado por sí solos, en vez de esperar a la acción de su creador. Muchos hombres modernos llaman a esto intuición (antes fue designado con el nombre de inspiración) creyendo ver en ello algo superpersonal. En realidad sólo se trata de algo impersonal, o sea, la afinidad y solidaridad de las ideas concentradas en un cerebro.

Cuanto mejor es el cerebro, tanta menos reflexión necesita. Por eso el raciocinio es, en tanto no haya llegado al fin, un estado deplorable, una especie de cólico de todas las circunvoluciones cerebrales; al resolverse, ya no presenta la forma de un pensamiento vivo, sino de lo pencado; el pensamiento se vuelve entonces hacia el exterior y se dispone a ser comunicado al mundo. Cuando un hombre piensa, no se puede, por decirlo así, captar el límite entre lo personal y lo impersonal; en consecuencia, el acto de pensar resulta para el escritor un difícil problema contra el que está precavido de antemano.

El hombre sin atributos se había sumido ahora en profunda medicación. Se puede deducir de ello que en parte, por lo menos, no le ocupaba ningún asunto personal. ¿Qué era, pues? Un mundo que va y viene; aspectos del mundo configurados en un cerebro. Nada se le había ocurrido que fuera de importancia; después de haber recurrido al ejemplo del agua, no había flotado en su mente idea alguna, excepción hecha de la consideración de que el agua es un elemento tres veces más abundante que la tierra sólida, aun si se considera solamente lo que en general todos reconocen por agua: ríos, mares, lagos y fuentes. Durante mucho tiempo se creyó que era afín al aire. El gran Newton fue de esta opinión, y, sin embargo, casi todos sus pensamientos son válidos todavía hoy. Según los griegos, el mundo y la vida surgieron del agua. Ésta era un dios: Océano. Más tarde se inventaron las ninfas, las ondinas, las sílfides, las rusalcas y las sirenas. Se construyeron templos y se establecieron oráculos a la orilla del mar. También se edificaron sobre fuentes y manantiales las catedrales de Hildesheim, Paderborn y Bremen. ¿No existen todavía hoy? ¿No se bautiza con agua? ¿Y no hay todavía amigos del agua y apóstoles de la hidroterapia, cuya alma refleja una extraña salud sepulcral? En el mundo había, por consiguiente, un lugar como un punto borrado o hierba pisada. Y naturalmente había también un puesto para la ciencia moderna en alguna parte de la conciencia del hombre sin atributos, pensara o no en ella. El agua es además un líquido incoloro, azul cuando se presenta en cantidades masivas, inodoro e insípido, tal como hemos repetido muchas veces en la escuela; nunca lo podemos olvidar, aunque, desde el punto de vista fisiológico, contiene también bacterias, sustancias vegetales, aire, hierro, sulfato y bicarbonato de calcio; desde el punto de vista de la física, el prototipo de todos los líquidos no es en realidad un cuerpo líquido sino un cuerpo sólido, líquido o gaseoso, según los casos. En definitiva, todos se disuelven en sistemas de fórmulas conexionadas de alguna forma entre sí; no hay en todo el mundo más de una docena de hombres que piensen igual sobre una cosa tan simple como el agua; todos los demás hablan de ella en los términos de moda o en los de hace unos cuantos milenios. Se debe decir, pues, que un hombre que piensa un poquito termina por hacerse miembro de una sociedad desordenada.

Entonces se acordó Ulrich de que efectivamente le había contado todo esto a Clarisse; Clarisse era inculta como una pequeña bestia, pero no obstante las muchas supersticiones en que creía, sentía uno a su lado una cierta unidad con su ser. Le dio un pinchazo como de aguja incandescente.

Ulrich se consumía.

El conocido atributo del pensamiento, descubierto por los médicos, de disolver y separar los contrastes profundamente arraigados y morbosamente complicados, forjados en las oscuras regiones del yo, está fundado probablemente en la esencia social que une al individuo solitario con otras personas y cosas; pero, desgraciadamente aquello que da al pensamiento la virtud salutífera parece ser lo mismo que aquello que hace disminuir la capacidad experimental. La alusión accesoria a un pelo de la nariz pesa más que el pensamiento más notable; y acciones, sentimientos y afectos comunican, si se repiten, la impresión de haber presenciado un acontecimiento más o menos importante, por común e impersonal que sea.

—¡Estúpido! —pensó Ulrich—, pero es así. Eso le recordaba la impresión absurda y profunda, excitante e inmediata al yo, que uno tiene cuando huele la propia piel. Se levantó y abrió las cortinas de la ventana.

Los árboles conservaban todavía la humedad de la mañana. Fuera, en la calle, se posaba un vaho violáceo como de gasolina. El sol brillaba y los hombres se movían vigorosamente. Era una primavera de asfalto, un día primaveral de otoño, sin estación, con el hechizo que le da la ciudad.