EL tiempo pasaba, Ulrich recibió entretanto una carta de su padre: «Mi querido hijo: Han transcurrido otra vez varios meses sin que de tus lacónicas noticias podamos deducir que has dado el más mínimo paso adelante en tu carrera, o que lo estás preparando.
»Reconozco con alegría que en el curso de estos últimos años he teñido la satisfacción de oír referencias laudatorias, procedentes de diversas fuentes fidedignas, sobre las actividades que has desarrollado y que te prometen un buen futuro. Pero esa tendencia tuya que, al parecer, es innata, heredada, aunque no de mí, es decir, esa manía de entrar a degüello en una tarea que te entusiasma, y de olvidarte en seguida de lo que te debes a ti mismo y a cuantos han puesto sus esperanzas en ti y, por otra parte, la circunstancia de no tener ni una simple indicación tuya sobre planes para el futuro, me preocupa enormemente.
»Debes considerar, no sólo que has alcanzado ya una edad en la que otros se han asegurado una posición firme, sino que yo puedo morir en cualquier momento, y el patrimonio que te dejo a ti y a tu hermana, a partes iguales, aunque no es despreciable, no es tan grande como para que te pudieras permitir ocupar un puesto desahogado en la actual vida de sociedad; esto es cosa que deberías lograr más bien tú con tus propios medios. Me inquieta igualmente el pensamiento de que desde tu promoúón al doctorado apenas hablas de otra cosa que de proyectos que debenan extenderse a diversos campos y que tú quizá estimas demasiado, como de costumbre, pero nunca escribes refiriéndote a satisfacciones que hayas podido experimentar al recibir una cátedra, por ejemplo, o al Ponerte en contacto con una Universidad o con círculos de influencia. No creo que con estas consideraciones me haga sospechoso de pretender desacreditar la independencia científica que yo conseguí hace cuarenta y siete años al publicar mi obra que tú conoces y que va a aparecer ahora en su duodécima edición: »La doctrina de la responsabilidad moral según Samuel Pufendorf y la jurisprudencia moderna; en ella establecí, por primera vez en la historia de la materia, las verdaderas relaciones, rompiendo los prejuicios de la vieja escuela del derecho penal; pero con la experiencia que tengo de toda una vida de intenso trabajo, me es imposible admitir que deba uno recluirse en sí mismo y tenga que renunciar a las relaciones sociales y científicas que sirven de apoyo al trabajo de la persona privada, y la introducen en un sistema de amistades útiles y provechosas.
»Espero, pues, recibir pronto nuevas tuyas, y poder constatar que tú, en compensación a los sacrificios que yo he hecho por tu aprovechamiento, anudas esas relaciones al regresar a la patria y no las abandonas. En este sentido he escrito a mi antiguo y verdadero amigo y protector, ex presidente de la Cámara de Contaduría y actual presidente del Ilustrísimo Ministerio de Administración privada de la Familia Imperial-Real, a título de Mariscal Real, Su Ilustrísima el conde Stallburg, y le he rogado acoja benignamente la solicitud que recibirá de ti próximamente. Mi ilustre amigo me ha concedido el honor de una respuesta a vuelta de correo, y a ti te concede la gracia de ser recibido en audiencia al mismo tiempo que expresa el vivo interés que le ha suscitado tu curriculum vitae descrito en mi carta. Con esto creo haber asegurado tu porvenir, en cuanto está de mi mano y supongo que tú sabrás ganar las simpatías de Su Ilustrísima y consolidar la opinión positiva que los círculos académicos tienen de ti.
»Para la petición que tú dirigirás a Su Ilustrísima, sin duda de buen grado en cuanto sepas de qué se trata, tienes estos puntos.
»En el año 1918, alrededor del día 15 de junio, tendrán lugar en Alemania grandes solemnidades en conmemoración del trigésimo aniversario del reinado del Emperador Guillermo II, fiestas que mostrarán al mundo la grandeza y el poder germanos. Aunque faltan todavía varios años hasta esa fecha, se sabe, de fuentes dignas de crédito, que se están haciendo ya preparativos, por el momento naturalmente inoficiales. Bien sabes tú también que nuestro augusto Emperador celebrará en el mismo año el septuagésimo aniversario de su subida al trono, y que esta fecha coincide con el 2 de diciembre. La suma modestia que siempre nos distingue a los austríacos en las cuestiones concernientes a nuestra propia patria me inspira el temor de que se prepara para nosotros, digámoslo de una vez, un Kóniggrátz, o sea, que los alemanes, con su método efectísta bien estudiado, se nos adelantarán de modo semejante a como en otro tiempo introdujeron el uso del arma de percusión antes de que nosotros pudiéramos pensar en una sorpresa.
»Afortunadamente, los temores que te acabo de expresar los han sentido también otras personalidades conspicuas de la nación, y puedo revelarte que en Yiena está en desarrollo un movimiento para impedir que se conviertan en realidad, y para que las festividades del septuagésimo aniversario, pletórico de gloria y de méritos, no se eclipsen por el trigésimo, sino que todo el mundo reconozca su valor. Puesto que no podemos hacer que el 2 de diciembre caiga en 15 de junio, se ha tenido la feliz idea de declarar el año entero Año Jubilar de nuestro Emperador Pacífico. Yo estoy informado de todo cuanto las Corporaciones, de las que soy miembro, pudieron enterarse al intervenir en el movimiento; el resto lo sabrás directamente del conde Stallburg; él tiene reservado para ti un asignamiento honroso a tu juventud en el comité organizador.
»Del mismo modo te exhorto a no diferir, si quieres evitarme desagradables consecuencias, la tramitación de relaciones que hace tiempo te recomendé con la familia del jefe de sección Tuzzi, del Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Casa Imperial; apresúrate a ofrecer tus respetos a su esposa que, como sabes, es la hija de un primo de la mujer de mi difunto hermano, o sea, prima tuya; según tengo entendido, toma parte activa en el proyecto de que te hablo, y mi apreciado amigo, el conde Stallburg, ha tenido la extrema bondad de anunciarle tu visita; conque no difieras ni un solo momento el cumplimiento de este deber.
»Por lo demás, no tengo otra cosa que comunicarte; el trabajo en la nueva edición de mi libro aludido me ocupa, fuera de las clases, todo el tiempo y lo que me queda de fuerzas en mi ancianidad. Es necesario emplear bien el tiempo, que es corto.
»De tu hermana sé sólo que está bien de salud; tiene un marido excelente, aunque ella nunca manifiesta estar satisfecha de su suerte ni sentirse feliz.
«Te bendice tu afectísimo padre».