7

LA GUERRA EN EL DESIERTO

EN JUNIO DE 1940, LA DERROTA DE FRANCIA, así como la también previsible caída de Inglaterra, había abierto a Mussolini la posibilidad de hacer realidad sus sueños de grandeza. Al abrigo de la incontestable superioridad militar germana, el dictador italiano creyó llegado el momento de forjar un imperio que se asentase en ambas orillas del Mediterráneo y que se extendiese incluso hasta el Océano Índico.

Para ello, Mussolini planteó a Hitler el expolio de territorios y colonias de Francia, reivindicando Córcega y Niza en Europa, y Djibouti y Túnez en África. Para el momento en el que Inglaterra fuera derrotada, el dictador italiano ya tenía preparada su lista de exigencias; Chipre, Adén, la Somalia británica y Sudán. Con todas estas regiones, a las que había que sumar Libia, Somalia, Etiopía y Eritrea, que ya estaban en poder de Italia, así como Albania, el Duce pretendía reverdecer los laureles de la antigua Roma.

Pero estos delirios de grandeza se daban de bruces con la cruda realidad, muy alejada del poder que desplegaban las legiones romanas. Por ejemplo, las fuerzas blindadas italianas en Etiopía eran tan escasas —solo dos docenas de tanques obsoletos— que a duras penas podían reprimir las insurrecciones de los nativos, por lo que bien poco podrían hacer contra el bien organizado ejército británico, en caso de una ruptura de las hostilidades.

De todos modos, pese a estar pobremente equipada, la fuerza italiana en Etiopía contaba con 75.000 hombres, mientras que los ingleses tan sólo podían oponer unos 20.000, lo que aparentemente daba opciones de victoria a los transalpinos. Así pues, Mussolini se decidió a lanzar sus tropas contra las colonias británicas el 3 de agosto de 1940, sin pensar en cómo iba a aprovisionar a su ejército. Quizás el Duce pensó que Hitler derrotaría a Gran Bretaña en pocas semanas y podría sentarse así en la mesa de los vencedores, pero de todos modos el error de cálculo fue mayúsculo.

DESBANDADA DEL EJÉRCITO ITALIANO

La ofensiva se inició contra la Somalia británica y Sudán. En un primer momento los italianos alcanzaron un relativo éxito, ocupando regiones en las que no existían guarniciones inglesas. Pero pronto se dieron cuenta de que era una campaña condenada al fracaso. La fuerza naval italiana —la Regia Marina— del Mar Rojo se encontraba aislada y carente de repuestos, al estar cortado el paso del Canal de Suez, bajo el control británico. Por otro lado, el aprovisionamiento por aire desde Libia era prácticamente imposible, por lo que el empuje del avance de los soldados italianos se fue apagando por sí mismo.

Una vez que los hombres de Mussolini se vieron ya sin víveres ni munición, y con sus vehículos inutilizados por falta de piezas de repuesto, para los ingleses fue un juego de niños expulsarlos de los territorios conquistados en marzo de 1941. La Regia Marina, pese a que se decidió a bombardear algún puerto enemigo, emprendió una huida generalizada para escapar de la Royal Navy y de los bombarderos de la RAF, que se habían adueñado de los cielos africanos.

Por su parte, los submarinos italianos descendieron por la costa del Índico, doblando el Cabo de Buena Esperanza para poner rumbo a Europa, mientras algunos barcos de superficie se pusieron a salvo llegando a Japón. Las naves que se quedaron intentaron llevar a cabo algún ataque desesperado a Suez y a Sudán, pero al fracasar en la operación debido a los ataques aéreos, las propias tripulaciones acabarían hundiéndolas para que no cayeran en manos del enemigo.

Pero los ingleses no se limitaron a devolver a los italianos a sus puntos de partida, sino que los perseguirían hacia el interior de sus propias posesiones. La desbandada fue tal que las fuerzas británicas penetraron rápidamente en Etiopía y Eritrea, derrotando con facilidad a sus defensores. Las fuerzas italianas capitularían finalmente el 18 de mayo de 1941, aunque existirían núcleos aislados de resistencia que no serían eliminados hasta enero de 1942.

Mientras esto ocurría en el denominado cuerno de África, el norte del continente negro era testigo también del enfrentamiento entre italianos y británicos. El 7 de septiembre de 1940, Mussolini había ordenado a su ejército en Libia que iniciase una ofensiva por tierra contra Egipto, pese a no estar preparado para ello. Seis días más tarde comenzó la campaña, alcanzando algunos éxitos, como la captura del puerto de Sidi el-Barrani, gracias a su superioridad numérica, pero bien pronto sufrieron problemas de abastecimiento, lo que frenó el avance.

El 9 de diciembre de 1940 se inició el contraataque británico, arrollando a las debilitadas filas italianas, poco dispuestas anímicamente a la lucha. En pocos días fueron hechos 40.000 prisioneros, mientras que una fuerza compuesta de 30.000 ingleses fue suficiente para rodear y capturar a 130.000 italianos. Este aluvión de prisioneros no entraba en las previsiones aliadas, que calculaban sólo 3.000. No se puede decir que los italianos ofreciesen demasiada resistencia, puesto que ellos mismos construyeron los campos de prisioneros, con las maderas y el alambre de espino que les proporcionaron sus captores. La colaboración italiana llegó al extremo de convertirse en cocineros de las tropas británicas; a los ingleses les entusiasmaba la imaginación de los italianos a la hora de elaborar sabrosos platos con los escasos ingredientes de que disponían.

Cuando el desastre para las fuerzas de Mussolini era inminente, la retirada de algunas tropas inglesas para apoyar el frente sudanés concedió un respiro a los italianos. La llegada regular de aprovisionamientos a los puertos de Libia ayudó a estabilizar el frente. Pero la invasión italiana de Grecia, ya apuntada anteriormente, situó a los Balcanes en el centro de atención de Mussolini, por lo que buena parte de los pertrechos que llegaban a Libia serían desviados para apoyar el ataque al país heleno.

Las consecuencias se ven rápidamente; los italianos son obligados a retroceder ante un bien coordinado ataque británico, sin posibilidad de ser reabastecidos. Las fechas navideñas contemplan un continuo goteo de prisioneros italianos; 40.000 en Bardia o 25.000 en Tobruk. Las posiciones italianas se desmoronan ante el empuje de los aguerridos soldados australianos y neozelandeses, que van llegando regularmente a los puertos egipcios para unirse al ejército de la metrópoli.

Ante la falta de aprovisionamiento, la situación en las filas italianas es desesperada. El norte de África caerá totalmente en poder de los británicos en pocas semanas si no sucede un milagro. El 12 de febrero de 1941, un bombardero de la Luftwaffe aterriza en un aeródromo libio; de él desciende un militar de mediana estatura, mirando al horizonte con gesto grave. Sin entretenerse demasiado en saludar a los obsequiosos oficiales italianos que han acudido a recibirle, comienza a hacer preguntas y a dar las primeras órdenes. No está acostumbrado a perder el tiempo y sabe que hay que actuar deprisa. Ese hombre es el milagro que necesitan los italianos: el general Erwin Rommel.

LLEGA EL AFRIKA KORPS

Hitler había accedido a la petición de Mussolini de enviar un cuerpo expedicionario alemán a Libia. El Führer, pese a tener la mente puesta en la invasión de la Unión Soviética, prevista para el verano, temía que la siempre voluble Italia cayera en la órbita de los Aliados. Además, el control aliado de África pondría los Balcanes en peligro, amenazando la preparación de la Operación Barbarroja. Tampoco hay que olvidar la relación de sincera amistad, pese a los continuos desencuentros, que unía a los dos dictadores.

Por lo tanto, Hitler se decidió a enviar a Libia el Deutsches Afrika Korps (DAK), aunque en principio era tan sólo una división de refuerzo destinada a actuar bajo mando italiano, como «cuerpo de contención». Se trataba de la 5.ª División Panzer Ligera, destinada a labores defensivas, pero bien pronto alcanzaría tales éxitos que la llevarían a convertirse en una unidad mítica, ganándose el respeto y la admiración de sus enemigos. Curiosamente, su mayor adversario, el VIII Ejército británico, pese a resultar a la postre vencedor en el duelo entre ambos, no conseguiría igualar el carácter legendario que rodearía para siempre al Afrika Korps.

Soldados del Afrika Korps, atendiendo una pieza de artillería en el desierto.

Antes de que Rommel hubiera podido organizar la llegada de su división, prevista para mayo de 1941, la situación del frente había empeorado más si cabe; los italianos continuaban retrocediendo, perseguidos por los británicos. Rommel solicitó el refuerzo de una unidad acorazada, a lo que Hitler accedió de mala gana enviándole la 15.ª División Panzer aunque, conocedor del carácter audaz del general, le instó a que no iniciase ninguna operación ofensiva.

La llegada de Rommel a África no inquietó lo más mínimo a los británicos, que creían que los alemanes no estaban hechos para la guerra en el desierto. No les faltaba razón, puesto que los equipos germanos se revelaron inútiles; no servían ni los camuflajes de los vehículos —llegaron pintados de color gris verdoso— ni sus motores diésel, incapaces de filtrar la fina arena del desierto. Los uniformes tampoco eran adecuados para luchar contra el calor y los soldados tuvieron que desprenderse de inmediato de los cascos de acero y de los vistosos pero incómodos salacots, que tan sólo utilizarían en las fotografías propagandísticas. Estaba claro que quien había equipado al Afrika Korps no había pisado nunca un desierto…

Pero en donde los demás sólo veían obstáculos, Rommel percibía las inmensas posibilidades que le ofrecía la guerra en el desierto. La falta de vegetación y de obstáculos naturales, así como la escasa presencia de población civil, convertía el norte de África en un inmenso tablero de juego en el que era posible hacer realidad los sueños de cualquier estratega.

Poco a poco, Rommel fue subsanando todos los errores con más imaginación que medios. Al no disponer de pintura de color arena, ordenó cubrir los tanques con aceite quemado de los motores y cubrirlos después con arena, quedando así adherida al blindaje. No disponían tampoco de algo tan fundamental como eran redes de camuflaje; atando los matorrales espinosos que servían de alimento a los camellos se consiguió el mismo efecto.

Los uniformes originales, que se ceñían incómodamente al cuerpo, así como las botas altas, se fueron sustituyendo por ropa más fresca, incluidos pantalones cortos, y por botas bajas. También cambió la dieta, aumentando las legumbres y el aceite de oliva en detrimento de las patatas y la mantequilla. De este modo, Rommel logró en poco tiempo crear una unidad preparada para combatir en el desierto, aprovechando la experiencia acumulada por los italianos y absorbiendo de inmediato todas las ideas que le parecían útiles.

Pero el impaciente Rommel no se conformaba con estar al frente de un «cuerpo de contención» y, pese a que todavía no se había desembarcado todo el contingente de la 15.ª División Panzer, convenció a los mandos italianos para poner en marcha una ofensiva, que daría comienzo el 31 de marzo de 1941.

Los ingleses, que no creen que Rommel vaya a atacar tan pronto, se llevan una gran sorpresa cuando los panzer irrumpen en el paso de El Agheila, consiguiendo forzarlo. Las fuerzas británicas se ven obligadas a retroceder. Aunque los italianos ordenan a Rommel que no siga adelante, éste decide perseguir a las tropas en fuga, apoyado por los Stuka. Las tropas italianas acaban uniéndose a él en ese recorrido triunfal. El 4 de abril Rommel entra en Bengasi. La guerra relámpago triunfa también en el desierto.

El pánico se apodera de las filas británicas. La guarnición que custodia los depósitos de combustible en Msus decide incendiarlos cuando se advierte en la lejanía una nube de polvo, que creen que anuncia la llegada de las columnas blindadas de Rommel. Al cabo de un rato, descubren afligidos que en realidad son tanques ingleses que llegan huyendo de los alemanes, con sus depósitos de combustible casi vacíos.

En la confusión de este incontenible avance de Rommel, el mando británico se confunde de carretera y es hecho prisionero por los alemanes. Los carros germanos siguen avanzando; el gran objetivo es Tobruk, a medio camino de Egipto. Este puerto fortificado es la posición clave de la región, ya que es el único lugar en el que pueden desembarcarse aprovisionamientos. Rommel es consciente de que quien posea Tobruk será el dueño del nordeste de África; no es posible plantearse un ataque hacia Egipto sin haberse apoderado de este estratégico enclave. Churchill también lo sabe, y da la orden de resistir allí a cualquier precio, «sin considerar por un momento la posibilidad de retroceder y hasta el último hombre». El premier británico teme que la caída de Tobruk abra de par en par las puertas de Egipto a los hombres de Rommel.

Los australianos son los encargados de defender la ciudad, atacada por los alemanes el 10 de abril de 1941, resistiendo en una encarnizada batalla que se prolonga durante cuatro días. Mientras se mantiene el cerco en torno a Tobruk, Rommel lanza ataques en otros sectores, en los que los británicos van agotando sus reservas. En ese momento crítico, en el puerto de Alejandría desembarca un envío de 135 tanques destinados a frenar a Rommel, mientras se proporciona cobertura aérea procedente de Malta.

El contraataque británico se fija para las cuatro de la madrugada del 15 de junio de 1941, en la que se conocería como Batalla de Sollum. Pero los alemanes los están esperando con sus temibles cañones de 88 milímetros semienterrados en la arena. Esta pieza de artillería es en realidad un cañón antiaéreo, pero Rommel lo ha reconvertido en un cañón antitanque capaz de perforar el blindaje más grueso y con un alcance de tres kilómetros de distancia.

En Sollum, los carros ingleses son destruidos uno tras otro por estos cañones. Al día siguiente, una división acorazada británica intenta realizar un movimiento en tenaza sobre las fuerzas del Eje. Al principio todo parece indicar que la maniobra va a culminar con éxito, pero Rommel reacciona y ordena a su vez otro movimiento en tenaza aún más audaz, cayendo sobre los británicos por su retaguardia.

En la mañana del día 17 de junio, los ingleses se retiran a toda prisa hacia la frontera egipcia, dejando atrás un centenar de carros destruidos, por tan sólo una docena perdidos por el Afrika Korps. Pese a la retirada británica, la aislada Tobruk permanecería bajo poder aliado.

A partir de esa victoria, el nombre de Rommel comienza a circular de boca en boca. Los soldados británicos sólo piensan en huir en cuanto saben que el general alemán está cerca, atribuyéndole habilidades y poderes que rozan lo sobrenatural. Los efectos que causa en las tropas aliadas llevan a las autoridades militares británicas a prohibir que se pronuncie su nombre. Pero sería el propio Churchill el que elevaría a Rommel a la categoría de mito, al referirse a él en la Cámara de los Comunes como un «gran general».

ROMMEL, EL ZORRO DEL DESIERTO

Fueron los propios británicos los que bautizarían al general Rommel con el sobrenombre de «el Zorro del Desierto». Mientras los dirigentes nazis contemplaban con reservas el aumento de su popularidad, puesto que Rommel mantenía una relación distante con el nacionalsocialismo, los Aliados le encumbraban destacando su caballerosidad y calificándolo de genio de la estrategia. Al final, los jerarcas del Tercer Reich se avinieron a subirse al carro de los admiradores de Rommel, utilizando profusamente su imagen para objetivos propagandísticos.

Rommel era idolatrado por sus hombres, que también estaban convencidos de que era un militar fuera de lo común. En alguna ocasión, en medio del desierto, Rommel ordenaba abandonar una posición porque la intuición le decía que ese punto iba a ser bombardeado en breve; al cabo de pocos minutos, las bombas aliadas caían justo en el lugar anunciado por él. Esa clarividencia, de la que ya dio muestras durante la Primera Guerra Mundial, se sumaba a su espíritu de sacrificio, ya que dormía muy poco, comía el mismo rancho que la tropa y era capaz de soportar un día entero en el desierto con un sorbo de té, que tomaba de la petaca que siempre llevaba consigo.

Su audacia rozaba la inconsciencia; durante una de sus habituales rondas de reconocimiento en su vehículo, que llevaba a cabo al amanecer, llegó a un pequeño hospital de campaña creyendo que era alemán, al oír las voces de los prisioneros germanos allí ingresados. Una vez dentro se dio cuenta de que el campamento era británico pero, con una enorme sangre fría, salió del recinto despacio para no llamar la atención, subió a su coche y emprendió rápidamente la huida.

Tras la batalla de Sollum, Tobruk se había convertido en un enclave aliado situado dentro del área controlada por las tropas del Eje. Aunque la intención de Rommel era iniciar la invasión de Egipto con el objetivo de apoderarse del estratégico Canal de Suez, era evidente que no podía llevar a cabo esa operación si los Aliados seguían manteniendo la posición de Tobruk en la retaguardia. La presión sobre Tobruk fue enorme, pero las fortificaciones resistieron el bombardeo alemán. Finalmente Rommel se vio obligado a abandonar el asedio, debido a la llegada masiva de refuerzos para los británicos, que le forzaron a retroceder, dejando a los Aliados la región de Cirenaica.

Este período fue campo abonado para todo tipo de rumores, que Rommel sabía administrar de manera genial para que desde Londres se tomasen decisiones destinadas a contrarrestar supuestas acciones germanas, pero que únicamente servían para aumentar la confusión en el mando aliado. Uno de estos rumores alentados por el propio Rommel era su abandono de la posición de Marsa El-Brega.

En esta batalla de la información Rommel contaba con la ventaja de conocer de primera mano las decisiones británicas, gracias a un agente infiltrado en la embajada norteamericana en El Cairo. Para los avances que tenía previsto realizar a principios de 1942, Rommel contaría con la enorme ventaja de conocer con antelación la respuesta de los británicos.

El Zorro del Desierto demostró el porqué de su apodo el 20 de enero de 1942. Ese día se produjeron varias explosiones en el puerto de Marsa El-Brega y la destrucción de varios buques. Los Aliados dedujeron de inmediato que los rumores de que Rommel abandonaba la ciudad eran ciertos, y que en esos momentos estaba procediendo a su destrucción para dejar inservibles las instalaciones portuarias.

Pero no era más que una jugada del astuto Rommel. En una operación de la que nada sabían los italianos ni tan siquiera el alto mando alemán —los convenció de que era obra de algún comando—, Rommel había simulado ese abandono para forzar a los británicos a que avanzasen sobre la supuesta retirada germana, sin que supieran que les había preparado una sorpresa; una gran acción en tenaza estaba dispuesta para alcanzar la retaguardia aliada y atraparlos en una gran bolsa.

El mariscal Erwin Rommel, conocido como el Zorro del Desierto. Gracias a su astucia y valor, su figura alcanzaría proporciones míticas tanto entre sus hombres como entre sus adversarios.

Los británicos cayeron en la trampa. En el cerco cayeron casi un centenar de carros blindados, 40 cañones y un millar de soldados. Pero la alegría para los alemanes fue todavía mayor cuando capturaron intacto un enorme almacén en el que se apilaban grandes cajas repletas de mermelada, galletas, cigarrillos y botellas de whisky, que sirvieron para celebrar la victoria. Menos suerte tuvieron los soldados germanos cerca de Bengasi, cuando una Brigada India incendió en el último momento otro almacén que estaba a punto de caer en manos alemanas, quemándose así siete millones de cigarrillos.

Pese a los triunfos de Rommel, éste contemplaba en el horizonte el problema principal al que debería enfrentarse su ejército. La llegada de suministros se veía obstaculizada gravemente por los aviones británicos que tenían su base en Malta, por lo que era vital neutralizar ese portaaviones insumergible situado en el centro del Mediterráneo. Rommel intentó convencer personalmente a Hitler de que era absolutamente necesario arrebatar la isla a los ingleses, pero éste, mucho más preocupado por la marcha de la invasión de la Unión Soviética, no consideró prioritaria su petición.

Pese a sufrir esta decepcionante falta de apoyo, en mayo de 1942 Rommel lanza nuevamente sus tropas con el objetivo de apoderarse de Tobruk. Para ello emplea otra vez su astucia, ideando originales maneras de confundir al enemigo. En todo el frente, las tropas inglesas comienzan a huir despavoridas al vislumbrar en el horizonte las enormes nubes de polvo que supuestamente levantan los tanques germanos en su avance por la arena del desierto; lo que no saben es que ese polvo no lo levantan los carros, sino las hélices de los motores de aviación que Rommel ha ordenado instalar en la parte trasera de unos camiones. Las extensas formaciones de tanques que los aviones de reconocimiento británicos observan desde el aire no son tales; se trata de vehículos de cuatro ruedas revestidos de cartón para proporcionarles así el aspecto de un carro de combate.

Aunque los británicos cuentan con el importante refuerzo de los carros Grant norteamericanos, superiores a los panzer de Rommel, estos últimos consiguen romper las defensas aliadas arremetiendo a toda velocidad, deteniéndose únicamente para disparar y volviendo a avanzar a toda prisa. Esta táctica coge desprevenidos a los ingleses, que se ven rebasados una y otra vez. Sin embargo, el gran enemigo de Rommel, la falta de aprovisionamientos, aparece para poner a los alemanes al borde del colapso.

Pero el 1 de junio el Zorro del Desierto pone en juego todas sus reservas y consigue superar a los británicos, que acaban rindiéndose en masa. Mientras tanto, en el fuerte de Bir Hacheim, 3.000 franceses libres resisten heroicamente el ataque de las tropas del Eje, retrasando unos días el avance germano, aunque al final se ven obligados a izar la bandera blanca. Ya nada se interpone entre Rommel y Tobruk.

Tras apoderarse de la carretera de la costa el 15 de junio y capturar los campos de aviación de la RAF, Rommel ordena inmediatamente el ataque a la fortificación que se le resistió el verano anterior. En esta ocasión no puede fallar. Churchill, por su parte, ordena nuevamente no abandonar Tobruk bajo ningún concepto.

El apoyo de la Luftwaffe es decisivo para romper las defensas de la ciudad asediada. Las bombas abren un camino en el cordón de minas que rodea la fortaleza, por el que penetran los soldados de la infantería alemana e italiana, mientras los Stuka destrozan las posiciones de la artillería. Tobruk, que estaba defendida por 33.000 hombres, cae en la mañana del 21 de junio de 1942. Hitler premia a Rommel nombrándole mariscal de campo.

Pero no hay tiempo para celebraciones. Al día siguiente, cuando aún humean las ruinas de Tobruk, Rommel reúne a sus hombres para lanzarles una arenga:

«¡Soldados del Afrika Korps! Ahora tenemos que aniquilar totalmente al enemigo. En los próximos días volveré a exigir de ustedes una total entrega para poder lograr nuestros objetivos».

Rommel está decidido a llegar al Nilo, apoderarse del Canal de Suez, y posteriormente avanzar rumbo a los pozos petrolíferos del Golfo Pérsico, para enlazar con los ejércitos germanos que en ese momento descienden victoriosos por el Cáucaso.

Pero Hitler, falto de una visión estratégica amplia, no alcanza a ver la importancia que tenía apoyar a Rommel en ese momento decisivo. Así pues, sigue sin ejecutar una operación destinada a la captura de Malta, por lo que el Afrika Korps continúa sufriendo un abastecimiento irregular, al contrario de los ingleses, que reciben a diario refuerzos a través del puerto de Alejandría.

Pese a estas dificultades, y la imposibilidad de recibir apoyo aéreo en terreno egipcio, Rommel decide seguir avanzando rumbo al Nilo. Mussolini comienza a hacer planes para entrar en El Cairo triunfalmente, a lomos de un caballo blanco, y organizar una representación de la ópera Aída ante las pirámides de Gizeh. Por su parte, en la capital egipcia, los británicos están elaborando los planes para evacuar la ciudad, por lo que se inicia la destrucción de documentos y se preparan las maletas. Los cuarteles generales son trasladados a Siria y Palestina y el personal femenino es enviado a Somalia.

CHOQUE DECISIVO EN EL ALAMEIN

Aunque daba la sensación de que los tanques de Rommel eran imparables, la realidad era muy distinta. Mientras los británicos recibían miles de toneladas de armamento procedentes de Estados Unidos, los alemanes se encontraban prácticamente al límite de sus reservas, a lo que había que sumar el agotamiento de las tropas, que no habían tenido ni un día de descanso desde que habían llegado al desierto.

Cuando el rápido avance de las tropas germanas hacía pensar que Rommel no tardaría en poder tomarse un café en El Cairo, las fuerzas británicas establecieron una línea de defensa en El Alamein. Ese apeadero de ferrocarril situado a 95 kilómetros de Alejandría, que en ese momento no era más que un punto en el mapa, a partir de entonces pasaría a formar parte de la historia. Ese lugar era la única ruta posible hacia Alejandría, puesto que a un lado estaba el mar y hacia el interior se extendían las arenas movedizas infranqueables de la Depresión de El Qatara, por lo que El Alamein era la cerradura que, en el caso de ser forzada, abriría para el Tercer Reich las puertas del milenario Egipto.

Dos hombres del Afrika Korps disparando su ametralladora MG. Esta imagen estaba destinada a la propaganda, puesto que los soldados alemanes prescindieron inmediatamente de los salacots con que fueron pertrechados, al ser incómodos para la lucha en el desierto.

El 30 de junio, Rommel intenta llevar a cabo su enésima maniobra en tenaza, en este caso para caer sobre la retaguardia de los británicos en El Alamein, en ese momento comandados por el general Auchinleck. Pero el Zorro del Desierto no cuenta en esta ocasión con la ayuda de los vuelos de reconocimiento de la Luftwaffe, por lo que tiene que ejecutar la acción guiándose únicamente por su intuición.

El ataque alemán no logra romper las defensas aliadas, protegidas eficazmente por los neozelandeses —para Rommel, los mejores soldados— y el frente acabará estabilizándose. Ese período de calma es aprovechado por ambos bandos para reabastecerse, pero mientras que los británicos reciben el material en la cercana Alejandría, los alemanes deben acarrearlo desde los puertos de Tobruk o de la lejana Trípoli, adonde llegan después de una incierta travesía por el Mediterráneo.

Para desesperación de Rommel, la RAF está consiguiendo hundir la mitad de los buques cisterna que parten de los puertos italianos cargados de combustible. La aviación británica cuenta para ello con la ayuda de los descifradores de mensajes, que consiguen interceptar las comunicaciones secretas alemanas transmitidas mediante la máquina Enigma, en las que se informa de la ruta de estos buques. De todos modos, los alemanes se verán obligados a emplear buena parte del carburante llegado a África en los vehículos que lo trasladan desde los puertos hasta el lejano frente. La batalla de los suministros será la que desequilibre la balanza en la campaña africana.

El tiempo corre en contra de los alemanes. Cada día que pasa, el Afrika Korps es más débil y los británicos son más poderosos. Además, el agotamiento y las enfermedades comienzan a hacer mella entre los soldados alemanes; la disentería y la difteria están ya extendidas entre la tropa, y el propio Rommel enferma del hígado. Ante este panorama, el Zorro del Desierto decide jugarse la partida en septiembre, antes de que la diferencia con las fuerzas aliadas sea ya insalvable; el flamante mariscal es consciente de que en ese momento la victoria es altamente improbable, pero si espera más tiempo, ésta será totalmente imposible.

Winston Churchill, primer ministro británico, viajó incesantemente durante los años que duró el conflicto para coordinar en persona la estrategia militar.

Ante la batalla decisiva que se presenta en ciernes, Churchill en persona viaja a El Cairo para realizar una serie de cambios en los mandos militares. El más importante es poner al general Bernard Law Montgomery al frente del VIII Ejército, tras la muerte en accidente de aviación del general inicialmente previsto para ese puesto. La misión específica de Monty es ni más ni menos que «destruir a Rommel». El mérito de Montgomery sería transformar por completo un ejército perdedor en una fuerza temible. Para ello, no duda en reestablecer la disciplina perdida, que incluso se había llevado por delante el uso del saludo militar. En este proceso ayudarán bastante los refuerzos que Londres envía con generosidad.

Si Rommel era un maestro del engaño, a partir de ese momento se encontraría con la horma de su zapato. Montgomery ideó un plan para confundir a los alemanes, dejando una cartera en el asiento de un vehículo que supuestamente contenía información valiosísima, que los expertos germanos calificaron como auténtica. Rommel cayó en la trampa y ultimó los preparativos para su ofensiva en base a esos documentos, lo que proporcionó una gran ventaja a sus enemigos.

Un grupo de soldados alemanes celebra la captura de un camión británico, al que cubren con una bandera germana para que no sea atacado por la propia aviación.

Cuando Rommel inicia el ataque por el sur la noche del 30 de agosto de 1942, en la que se conocería como primera batalla de El Alamein, no logra coger desprevenidos a los británicos, que le están esperando. Los soldados alemanes se ven atrapados en los campos de minas, siendo acribillados por las ametralladoras inglesas. Los aviones de la RAF lanzan bengalas, iluminando el campo de batalla y bombardeando a las columnas de blindados.

La ofensiva que debía llevar al Afrika Korps a Alejandría fracasa de forma inapelable. Estaba previsto que los panzer avanzasen 50 kilómetros y no consiguen adentrarse más de 15, sin llegar en ningún momento a romper las defensas británicas. Los alemanes pierden a tres de los cuatro generales que participan en el choque.

En la tarde del día siguiente ya escasea el combustible y no llegan los suministros para reabastecer a los 274 tanques germanos que aún quedan en servicio; por si fuera poco, todos los petroleros italianos que se dirigían a las costas de África son hundidos por submarinos británicos. El 1 de septiembre un decepcionado Rommel se ve obligado a poner fin a la ofensiva y ordenar el regreso al punto de partida. En su fuero interno sabe que acaba de quemar el último cartucho; nunca podrá llegar a El Cairo. Por su parte, Montgomery no sufre estos problemas. Cuenta ya con un millar de tanques pesados y no paran de llegar nuevos carros norteamericanos Sherman.

Rommel, ante la imposibilidad de iniciar otro ataque, opta por la única decisión razonable: establecer una sólida línea de defensa para evitar ser arrollados por la colosal fuerza aliada que se está formando. Para ello deja que sus zapadores construyan con tranquilidad campos minados en su retaguardia, para abandonar después las posiciones más adelantadas. Estos intrincados campos eran laberintos plagados de trampas de todo tipo, como bombas de aviación unidas por cables, además de minas anticarro y antipersona, todo ello rodeado de alambradas. El nombre con el que eran conocidos no podía ser más descriptivo: los Jardines del Diablo.

Aunque el ataque aliado es inminente, tras el agravamiento de su enfermedad hepática Rommel se ve obligado a acudir a Alemania para ser sometido a tratamiento médico. El militar germano pasa por Roma para saludar a Mussolini y aprovecha su estancia en el Reich para recibir de Hitler las insignias de mariscal de campo que había ganado tras la toma de Tobruk. Más tarde confesaría a su esposa que, en lugar de esas condecoraciones, hubiera preferido que el Führer le enviase una división más.

En la noche del 23 de octubre, mientras Rommel se recupera en una clínica austríaca, más de 1.000 cañones abren fuego a la vez contra las defensas alemanas en El Alamein. La arena del desierto está iluminada por la luna llena, ideal para que los zapadores británicos puedan detectar las minas sembradas en los Jardines del Diablo. Diez divisiones aliadas esperan en un frente de 50 kilómetros que el camino se despeje para arremeter contra el muro alemán, formado por la mitad de efectivos, unos 100.000 soldados.

Esta proporción de dos a uno se mantiene también en el número de tanques; mientras los Aliados ponen en juego 1.230, el Eje ha reunido 548, incluyendo obsoletos carros ligeros italianos conocidos como «ataúdes autopropulsados», que bien poco pueden hacer contra los tanques norteamericanos, que reúnen las últimas novedades técnicas. En el aire, el dominio aliado es apabullante, alcanzando una proporción cercana a cinco a uno.

Los alemanes creen que el ataque de la infantería vendrá por el sur, como indican los oleoductos y casamatas que los británicos han estado construyendo en ese sector; en realidad no es más que simple tramoya de madera y tela para desviar la atención, mientras la ofensiva se lanza en el norte. Los trucos de Monty también dan resultado.

Los soldados inician el avance, abriendo camino a los tanques. El combate entre las alambradas, conquistando metro a metro, recuerda a las encarnizadas batallas de la Primera Guerra Mundial. Los fieros neozelandeses, junto a los no menos avezados escoceses y australianos, arrollan a la infantería italiana. A primera hora de la mañana del 24 de octubre, una llamada de teléfono despierta a Rommel; el propio Hitler le comunica las malas noticias que llegan de El Alamein. El Führer le pide que viaje allí de inmediato, pero no es necesario que insista, ya que el corazón de Rommel está con sus hombres. Tras una escala en Roma para exigir combustible y refuerzos, el Zorro del Desierto llega al frente el 26 de octubre, tercer día de la batalla.

Una vez allí le explican que al amanecer del 24 de octubre el avance aliado había sido inferior al previsto, pero a lo largo de ese día recuperaron el tiempo perdido. Por la tarde, el Afrika Korps lanzó un desesperado contraataque, pero la falta de combustible cercenó cualquier posibilidad de hacer frente a la ofensiva de Montgomery.

Rommel se pone manos a la obra e intenta un nuevo contraataque, reuniendo todos los carros disponibles para castigar los flancos británicos. Pero Monty no se alarma y, fiel a su espíritu conservador, acepta el envite de una batalla de desgaste que sabe que sólo puede finalizar con el triunfo aliado. El día 28 de octubre, el mariscal germano realiza un último esfuerzo, atacando con el sol del crepúsculo a la espalda para deslumbrar al enemigo, pero no hay nada que hacer; la noticia de que los petroleros que había conseguido en Roma con sus gestiones ante Mussolini acaban de ser hundidos en el Mediterráneo le convence de que la batalla está irremisiblemente perdida.

En el bando aliado, pese al éxito de la ofensiva, existe preocupación por el desgaste de las tropas, que no consiguen romper la defensa alemana. Montgomery ordena la Operación Supercarga (Supercharge) para alcanzar la victoria definitiva. La tenaz resistencia de Rommel, pese a estar enfermo y cansado, sorprende a los británicos mientras la impaciencia se extiende en Londres, en donde no se comprende cómo es posible que no se pueda dar el golpe de gracia a un enemigo noqueado.

Finalmente, el 2 de noviembre Rommel ordena la retirada, pero Hitler envía un mensaje en el que ordena resistir en El Alamein hasta el último hombre. Rommel vacila e intenta aguantar la posición algunos días más, pero la irrupción de la infantería británica por varios puntos obliga al Afrika Korps a emprender el repliegue.

El propio Churchill se encargaría de destacar la gran importancia del triunfo logrado en aquella batalla: «Antes de El Alamein no conocimos la victoria; después de El Alamein no conocimos la derrota».

LA OPERACIÓN ANTORCHA

Rommel inicia un repliegue ordenado con los restos de su ejército, del que tan sólo quedan intactos 38 tanques. Su objetivo ya no es llegar a El Cairo, sino poner a salvo esa fuerza experimentada de 70.000 soldados alemanes y 80.000 italianos. Con asombrosa maestría, el Zorro del Desierto consigue una y otra vez zafarse de las maniobras de cerco de los británicos.

Pero los Aliados quieren acabar de una vez por todas con la inquietante amenaza que representa Rommel. El 8 de noviembre de 1942, el ejército norteamericano, con el general Dwight David Eisenhower al frente, y la colaboración de británicos y de franceses libres, desembarca en Casablanca, Orán y Argel, en la denominada Operación Antorcha (Torch). Las fuerzas de la Francia de Vichy, que defendían la costa africana en nombre del gobierno colaboracionista de Pétain, sufren unos momentos de duda, aunque finalmente se unen a los ejércitos que llegan para luchar contra el Eje.

Los alemanes envían refuerzos por aire a Túnez, apoderándose de campos de aviación, carreteras y pasos de montaña. Aunque, tras el desembarco, la victoria final aliada en el norte de África es segura, la campaña no está ni mucho menos finiquitada.

Al mismo tiempo, Rommel continúa con su particular caravana hacia el oeste. El 13 de noviembre los alemanes se ven obligados a abandonar la disputada Tobruk, que pasa de nuevo a manos aliadas. Pese a las peticiones de Mussolini de resistir, Rommel sigue retrocediendo sin perder la calma. Viendo todo perdido, el mariscal alemán viaja a Berlín para solicitar a Hitler que se organice la evacuación del Afrika Korps desde Túnez. El Führer es tajante; hay que resistir en África a toda costa.

Un cementerio alemán cercano a Tobruk. Aunque el Afrika Korps sufrió muchas bajas, los combates en el norte de África no tuvieron el carácter de guerra de exterminio que sí se dio en la campaña de Rusia.

Rommel, desengañado, regresa junto a sus hombres. Hitler había prometido el envío de refuerzos y apoyo aéreo, pero no cumple su palabra. Tan sólo las lluvias invernales, al inutilizar los campos de aviación aliados, dan un respiro a los alemanes. Rommel aprovecha para construir algunas líneas de defensa, que pondrán en serios apuros a los norteamericanos.

Los alemanes solamente pretenden ya ganar tiempo para permitir una evacuación similar a la que los Aliados llevaron a cabo en Dunkerque. Las líneas defensivas van siendo superadas por los Aliados, pero Rommel logra levantar otras nuevas que impiden así la ruptura del frente.

Al final, en febrero de 1942 llegan los ansiados refuerzos para el Afrika Korps. Una división Panzer y otra de infantería se concentran en Túnez junto a las tropas de Rommel, que se encuentran ya al borde de la extenuación. Aún así, Rommel organiza un ataque en el paso de Kasserine en el que derrota de nuevo a los norteamericanos, que pecan aún de inexperiencia. Pero la llegada del carismático general George Patton revolucionaría por completo al ejército norteamericano en África y lo convertiría en una eficaz fuerza militar.

En marzo de 1943, Rommel intenta frenar al VIII Ejército en la frontera libio-tunecina, pero los ingleses, tan bregados como los alemanes, derrotan en esta ocasión al Zorro del Desierto. Rommel regresa a Alemania para recibir un nuevo tratamiento médico. La apabullante superioridad aérea de los Aliados corta casi definitivamente la llegada de suministros. La suerte del Afrika Korps estaba echada.

Sin munición, sin carburante y de espaldas al mar, los alemanes resistirán hasta la primera semana de mayo. Los Aliados capturarán, entre germanos e italianos, a cerca de 300.000 soldados. Si norteamericanos y británicos se hubieran lanzado de inmediato contra Sicilia, la hubieran encontrado casi desguarnecida, pero en este caso los Aliados preferirán preparar a conciencia el próximo paso. Está a punto de dar comienzo el asalto a la fortaleza europea de Hitler.