Danilo se puso en pie con dificultad. Aunque solamente veía estrellas, logró distinguir tres formas oscuras que saltaban desde el olmo. Así pues, eran tres, más el hombre que lo había golpeado.
Su mano buscó la empuñadura de la espada cantarina, cuya magia inspiraba más valentía en quien la empuñaba y en sus compañeros, al mismo tiempo que desalentaba a los enemigos. Si tenía que enfrentarse contra cuatro rivales, la necesitaría.
Desenvainó el arma e inmediatamente ésta comenzó a entonar una melodía, aunque no era una de las alegres y cómicas baladas que Danilo le había enseñado con medios mágicos. La espada cantaba un deprimente canto fúnebre en el nasal idioma de Turmish.
La magia de la espada no tuvo efecto sobre los atacantes. Los cuatro lo rodearon.
El hombre que tenía enfrente blandía la espada en círculo con gesto de mofa, y luego, comenzó a pasársela de una mano a la otra. Era una exhibición para intimidarlo.
—Pues lo está consiguiendo —murmuró Danilo para sí.
Metió la mano en la bolsa de hechizos y asió los ingredientes para lanzar un encantamiento que ralentizara los movimientos. Consternado, descubrió que el hechizo no tenía ningún efecto sobre los matones que lo rodeaban, mientras que las hojas secas, de pronto, desafiaban al enérgico viento y comenzaban a caer lentamente en el cielo como la miel que se cae de una cucharilla.
La espada cantarina emitió un espantoso graznido y enmudeció. La magia lo había dejado en la estacada.
—No es la primera vez que veo una espada herrumbrosa —le dijo en tono burlón el espadachín que había exhibido sus habilidades—; pero ésta es la primera vez que oigo a una —concluyó, e inmediatamente se lanzó al asalto con la espada en alto.
Danilo paró la estocada. Su espada crujió al chocar con la otra, y ese deprimente sonido acabó con toda la resolución de Danilo. Cuando el mercenario proyectó el puño hacia delante, no pudo esquivarlo a tiempo. El golpe le dio de lleno bajo las costillas y lo dejó sin aliento. Dan se dobló por la cintura.
Por el rabillo del ojo, vio que otro de los matones le tiraba una estocada contra el brazo derecho. Pese al dolor se volvió, efectuó una parada y devolvió el golpe. Su espada no dejaba ni un segundo de gemir, lloriquear y lamentarse.
Una ardiente y delgada ráfaga brilló en la superficie de su mente como un relámpago carmesí. Todo comenzó a darle vueltas, y tardó un segundo en relacionar la punzada de dolor con el largo desgarro en su manga y la mancha roja que se extendía por la seda color esmeralda.
El hombre que tenía detrás le propinó un fuerte puntapié en la parte baja de la espalda. Danilo no pudo dar media vuelta para defenderse, ni tan sólo lo intentó, pues otro de los matones lo atacaba con la espada presta para ensartarlo.
Dan bloqueó el golpe. Hizo una finta baja, desplazó el peso e inmediatamente lanzó una estocada alta. El rival no consiguió pararla y encajó un corte superficial en la mejilla, que le escoció. Danilo sintió una oleada de satisfacción. No tenía ninguna oportunidad en esa batalla, pero al menos se anotaría algunos tantos.
El siguiente ataque le llegó por la espalda; un puntazo superficial en el hombro.
Danilo giró sobre sus talones y se empleó a fondo. Su espada rebotó en la hebilla del cinturón del rival y se hundió profundamente. De un tirón, la recuperó, desplazó el peso del cuerpo sobre la pierna más retrasada y paró un ataque de otro rival.
Simultáneamente, lanzó un puntapié, que dio al tercer mercenario en un lado de la rodilla. La pierna cedió. El matón se tambaleó y estuvo a punto de caer.
No obstante, logró recuperar el equilibrio y arremetió. Su rostro se había convertido en una máscara de furia. Saltó dirigiendo la punta de la espada al corazón de Danilo. Sin embargo, justo entonces, el espadachín que se había mofado del arma de Danilo intervino para desviar el acero de su compañero.
—Eso no —gruñó. Echó una rápida mirada a Danilo y añadió—: Todavía no.
Danilo sospechó que las últimas palabras pretendían disimular un desliz.
Probablemente, el objetivo del ataque no era matarlo, sino advertirle. Claro que no podía estar seguro del todo.
Se puso en guardia y miró a los tres matones que seguían vivos. El líder comenzó a avanzar, pero se quedó paralizado de repente. Bajó la vista hacia su mano, y su perpleja mirada se desplazó de la espada, que ya no lo obedecería, a la punta ancha y reluciente de la daga que le sobresalía de la barba.
Súbitamente, la daga dio una sacudida a un lado, y de la garganta del matón brotó un impetuoso torrente carmesí. A medida que caía, lentamente, fue dejando ver la mirada fría y ambarina del elfo que tenía detrás. Los dos camaradas del hombre arrojaron al suelo sus armas y echaron a correr.
Sin detenerse a pensar, Danilo salió en su persecución. Elaith lanzó una maldición y lo siguió.
—No estás en condición de seguirlos —le dijo al llegar a su altura.
—Tenemos que detenerlos —repuso Danilo, apretando los dientes—. He de averiguar quién fue el que ordenó el ataque.
En los callejones resonaron los cascos de caballos que huían, aunque no por ello Danilo detuvo la marcha.
—Vas a dejar a esta ciudad sin uno de sus idiotas, ¿sabes? —le espetó el elfo, exasperado.
El traqueteo de un carruaje llamó la atención de Elaith. Alzó la cabeza cuando el vehículo pasó tranquilamente junto a ellos y se fijó en que llevaba el símbolo de la cofradía y lo conducía un halfling. Perfecto. Eso facilitaría las cosas.
Elaith trepó de un salto al estribo, extendió un brazo hacia arriba para agarrar al conductor sentado en el pescante y lo arrojó a la calle sin contemplaciones. Con los caballos fue más cuidadoso: cogió la rienda más próxima y tiró suavemente para frenar al tiro. Entonces, abrió con brusquedad la puerta del vehículo, expulsó a los pasajeros —que gritaban asustados— y metió a Dan dentro. Tras cerrar la puerta de golpe, trepó de un salto al asiento del conductor.
Sacudió las riendas sobre el lomo de los caballos, y los asustados animales se lanzaron al galope.
Danilo se arrastró por la ventana hasta el pescante.
—No creas que no te lo agradezco, pero…
—Ni una palabra más —le interrumpió el elfo, mientras guiaba a los caballos en una curva muy cerrada—. Si quieres atrapar a esos hombres, éste es el único modo de hacerlo sin desangrarte.
Danilo reflexionó e hizo un breve gesto de asentimiento. No hubo tiempo para más porque el vehículo volvió a escorarse en una curva hasta el extremo de ponerse sobre dos ruedas. El humano tuvo que sujetarse al borde del asiento y apuntalar las botas contra el reposapiés para no resbalar y dar con los huesos en los adoquines.
—Sujétate —le avisó Elaith con bastante retraso.
El vehículo avanzaba a toda velocidad por las calles, inclinándose peligrosamente ora a un lado ora al otro, con gran estrépito. El elfo no perdía de vista al jinete más atrasado, lo cual no era nada fácil, aunque la desesperada huida del hombre les despejaba ya las calles.
Elaith lo siguió por un callejón que describía curvas y meandros como una serpiente. El carruaje se inclinó, pero no volcó. Tan estrecha era la calleja que saltaron chispas cuando las ruedas rozaron los muros, chispas que luego llovieron sobre ellos cuando el borde superior del coche arañó el muro del otro lado.
Emergieron en un patio atestado de gente. Tres toneles rodaron hacia ellos; uno se hizo añicos bajo los cascos de los caballos, y el aroma de hidromiel perfumó el aire. Los pollos huían despavoridos, graznando en estúpida indignación. Algunos comerciantes aguantaron en sus puestos, gritando imprecaciones y lanzándoles mercancías volcadas y echadas a perder.
Instintivamente, Elaith buscó un cuchillo para arrojarlo a uno de ellos, pero Danilo lo detuvo cuando ya estaba a punto de lanzarlo.
—Escucha —dijo en tono adusto.
Por encima del jaleo, resonaba el característico sonido ascendente y descendente del cuerno de la guardia. Elaith soltó una maldición y tiró de las riendas hacia la izquierda para obligar a los caballos a virar hacia una calle lateral. Cuatro hombres vestidos con cota de escamas verde y negra se dispusieron en hileras al final de la calle.
—La guardia. ¡El castigo por atacar a sus miembros es muy severo! —advirtió al elfo.
—En ese caso, esperemos que tengan el buen sentido de quitarse de en medio.
Dicho esto se inclinó hacia delante y sacudió las riendas sobre el lomo de los caballos para azuzarlos. Parte de su determinación, se transmitió a los animales, pues los consentidos caballos echaron hacia atrás las orejas, bajaron la cabeza y cargaron.
En el último instante, los guardias se apartaron de un salto. El vehículo pasó entre ellos a toda velocidad y giró a la derecha con chirrido de ruedas acompañado por un delirante coro de resoplidos y relinchos; un grito equino digno del caballo de batalla de un paladín.
—Al menos, alguien se está divirtiendo —comentó Danilo.
Miró hacia atrás con preocupación y suspiró, aliviado, al comprobar que los cuatro guardias se levantaban.
Una sombra pasó veloz por encima de ellos y describió un círculo en la calzada.
—Un grifo —anunció.
Elaith maldijo y tiró de las riendas, pero los caballos estaban disfrutando de su recién conquistada libertad y no respondieron a tiempo.
El viento los azotó cuando las enormes alas del grifo batieron el aire. Un impresionante cuerpo de león giró en vuelo y aterrizó agazapado, listo para saltar. Abría y cerraba rápidamente el pico de águila en contrapunto al amenazador gruñido felino que le nacía de lo más profundo de su garganta cubierta por plumas.
Los caballos se asustaron, se encabritaron y relincharon, aterrorizados. El vehículo se inclinó, arrojando a sus ocupantes al suelo. Elaith se puso de pie inmediatamente y adoptó una posición de ataque, aunque sin desenvainar ninguna arma. Desde donde estaba, tumbado sobre los adoquines, Danilo aplaudió su buen sentido. Al menos una veintena de guardias y una docena de soldados los rodearon blandiendo espadas.
Elaith lanzó una torva mirada a Danilo.
—¿Estás muerto? —le preguntó con aspereza.
Mientras se levantaba con gran dificultad, tuvo tiempo para decidirlo.
—No del todo —dijo al fin.
—Perfecto. Así tendré la satisfacción de matarte yo mismo.
La puerta de la celda se cerró con ruido metálico. Elaith fulminó con la mirada a su compañero de celda. Durante todo el camino hasta el castillo, Danilo había guardado un silencio insólito en él. Una vez encerrado, se desplomó sobre el estrecho catre. El elfo notó que se sostenía cuidadosamente un codo con la otra mano.
—¿Se te ha descoyuntado el hombro?
—Creo que sí —admitió Danilo—, aunque no es fácil saberlo. Me duele todo y cuesta aislar una cosa de otra.
—Hay un modo infalible de averiguarlo.
Elaith lo cogió por la muñeca y tiró con fuerza.
Danilo soltó un sobresaltado juramento y luego giró el hombro con mucha cautela.
—Ha funcionado —anunció, sorprendido—. Pero ¿no existe un método más suave?
—Pues claro, pero estoy demasiado enfadado. Tienes que curarte ese corte en el brazo. Si quieres, puedo cosértelo.
—¿Con qué? ¿Con un anzuelo? No, gracias. Esperaré al sanador. —Hizo una pausa y preguntó—: ¿Por qué me seguiste?
Elaith pensó muy bien la respuesta. Las esferas de sueños estaban ya en la calle y se vendían a aquéllos que probablemente poseían conocimientos que podrían ayudar al elfo en su venganza. Había captado el sueño de uno de esos hombres: un mercenario que albergaba un oscuro deseo de infligir dolor a los habitantes más acaudalados y privilegiados de la ciudad. Elaith había visto la imagen mental de la víctima. Pese a sus acciones pasadas y también presentes, no podía permitir que alguien a quien había denominado «amigo de los elfos» sufriera ese destino.
Tampoco podía permitirse darle esa explicación.
—¿Por qué me seguiste? —insistió Danilo.
—¿Curiosidad morbosa? —sugirió el elfo.
—Muy divertido —comentó Danilo secamente—. ¿Cómo sabías dónde encontrarme?
—Fue fácil. Teniendo en cuenta que Regnet Amcathra y tú sois viejos amigos, supuse que irías a verlo enseguida.
Dan suspiró y se hundió más en el camastro.
—Ya no estoy tan seguro de nuestra amistad. ¿Es casualidad que me atacaran justo al salir de su casa, después de que le echara en cara su posible participación en la muerte de Lilly? No quiero pensar mal de Regnet, pero ya no sé en quién confiar.
Elaith se quedó en silencio.
—Vi salir a Myrna Cassalanter —dijo por fin—. Parecía furiosa y es una mujer de recursos.
—La verdad es que nos amenazó a Regnet y a mí. Es posible que fuese ella quien me enviase a esos matones, aunque hasta el momento Myrna se ha limitado a asesinar reputaciones.
—¿Quién sabe? Quizá su objetivo era tu reputación, pero resultó que el blanco era tan pequeño que falló —insinuó Elaith en tono de broma.
—¿Ése es el modo de hablar a un amigo de los elfos? —replicó Danilo irónicamente.
Elaith pensó en la Mhaorkiira Hadryad. Aunque estaba muy bien escondida, casi sentía su calor, así como su persuasiva magia perversa. Elaith respondió desde el corazón.
—Hago lo que puedo.
En opinión de Arilyn, había pasado mucho más tiempo en compañía de la nobleza comerciante de Aguas Profundas de lo que ninguna persona en su sano juicio podría soportar. No obstante, allí estaba, frente a la verja ennegrecida por la magia de la mansión Eltorchul.
Existía una conexión entre Isabeau y el robo de las esferas de sueños, si bien Arilyn ignoraba cuál era exactamente. La misma Isabeau había admitido que había tenido una relación con Oth. Errya Eltorchul había dejado caer que su hermano había hecho ciertos negocios con Elaith Craulnober. Tal vez diría algo más que le diera la clave para comenzar a ordenar las piezas del rompecabezas.
No obstante, lady Errya no recibía visitas. El criado la miró con evidente desdén cuando Arilyn admitió que no poseía tarjeta de visita. A continuación, revisó lentamente el registro de invitados, alzando la vista de vez en cuando como para subrayar que la semielfa no se incluía entre las personas a las que la familia esperaba o deseaba recibir.
Tras varios minutos de esa guisa, a Arilyn se le acabó la paciencia, apartó al sirviente de un empujón y recorrió los pasillos en busca de la dama. El criado le pisaba los talones y le imploraba frenéticamente que entrara en razón.
—Eso es todo, Orwell —dijo una fría voz femenina—. Ya me encargo yo.
El criado hizo una profunda reverencia y se escabulló, feliz de librarse de la responsabilidad. Ambas mujeres se quedaron mirando una a la otra en silencio.
—¿Qué quieres? —preguntó Errya Eltorchul al fin.
—Información.
La noble hizo un pequeño gesto de desdén.
—¿No tienes ningún sentido de la propiedad? ¿A quién se le ocurre irrumpir de este modo para interrogar a una familia que está de luto?
—Bueno, eso me viene de perlas para mi primera pregunta: ¿por qué nadie se ha enterado de la muerte de Oth?
—Eso no es asunto tuyo —le espetó Errya.
—Las criaturas que mataron a Oth me han seguido y atacado. Así pues, creo que sí es asunto mío. —Recordó las palabras de Errya sobre la muerte de la primera lady Dezlentyr y añadió—: Y tampoco soy la primera persona de sangre elfa que ha sido atacada.
Una sonrisa fría y taimada apareció en la bella faz de la noble dama.
—Perdona si no me echo a llorar.
—¿Por qué?
—Nada bueno resulta de mezclarse con elfos. ¡Tú eres la prueba de ello!
Arilyn hizo caso omiso del insulto.
—No obstante, tu hermano tenía negocios con Elaith Craulnober.
—¿Ah, sí? —Errya desvió la mirada.
—Eso dijiste tú cuando vinimos a informar de su muerte. Me gustaría saber más.
Errya sacudió la cabeza, con lo que sus tirabuzones rojo fuego revolotearon, indignados.
—Pues pregúntaselo a él. Al elfo, claro, no a Oth —agregó apresuradamente.
A Arilyn le pareció un comentario más bien extraño.
—Sí, tal vez lo haga —replicó.
Nuevamente la noble dama esbozó una taimada sonrisa.
—Si te das prisa, lo encontrarás en el castillo. Y a Danilo también, por cierto.
—¿El castillo? —repitió Arilyn sin comprender adónde quería ir a parar Errya.
El castillo de Aguas Profundas era un enorme edificio que alojaba a los vigilantes de la ciudad, el cuartel principal de la guardia, así como sus barracones, la armería, despachos para los administradores urbanos y otras dependencias para toda una serie de funciones prácticas, entre las que se incluía…
—La cárcel —concluyó en voz alta, comprendiendo la chispa de perverso placer en los ojos verdes de Errya.
Una sensación de enfado y frustración se apoderó de la semielfa al darse cuenta de que Danilo había desoído su advertencia de mantenerse lejos del traicionero elfo.
—¿Ambos, Elaith y Danilo? Puesto que sabes tanto, por qué no me cuentas qué ha pasado.
—¿Acaso no me he expresado con suficiente claridad? —contestó la dama con falsa dulzura—. Eso es lo que pasa por asociarse con la gente equivocada. Ahora, si me disculpas, creo que esta entrevista ya ha durado demasiado. No tengo ningún interés en tentar a la caprichosa Beshaba —dijo refiriéndose a la diosa de la mala suerte.
Desde luego, a Arilyn no se le escapó la hostilidad de la mujer, aunque su atención estaba puesta en el contenido de su bolsa. Mientras salía de la mansión Eltorchul iba calculando mentalmente las monedas para comprobar si tenía suficiente para pagar por los daños y perjuicios de los dos arrestados. ¡De no ser así, tenía muy claro a quién iba a dejar que languideciera en la celda!
Al final, resultó que no fue necesario hacer esa elección. Elaith apenas había permanecido encerrado en el castillo una hora, aunque, pese a los ruegos de Danilo y sus intentos de persuasión, se había negado en redondo a informar a Monroe —su mayordomo— de la situación en la que se encontraba.
—Aquí estarás mucho más seguro —fue todo lo que el elfo le dijo.
A juzgar por la severa expresión que se pintaba en el rostro de Arilyn, Danilo se sintió inclinado a darle la razón. La semielfa avanzaba a un paso tan rápido que Danilo apenas podía seguirla.
—Considéralo una nueva experiencia —sugirió el joven bardo—. ¿Cuántas veces has tenido que pagar la fianza a alguien encerrado en las celdas del castillo?
—Demasiadas —masculló Arilyn—. No obstante, te voy a dar la oportunidad de devolverme el favor. Myrna Cassalanter no saca a la luz lo mejor de mí. Casi espero que se atreva a atacarme con un atizador.
Danilo se rió entre dientes y enlazó a la semielfa por la cintura. Siguieron abrazados hasta llegar a la mansión de Myrna.
La doncella los invitó a pasar y dejó caer la bandeja al mismo tiempo que lanzaba un grito. Su ama estaba de rodillas en el suelo y se aferraba la garganta con ambas manos. Tenía el rostro azul y, pese a sus frenéticos esfuerzos, no lograba pronunciar ni palabra.
Arilyn se sacó de la bolsa la pequeña ampolla que siempre llevaba encima para tales contingencias, la destapó con los dientes, escupió el tapón de corcho y, a continuación, cogió a Myrna por el mentón y le inclinó la cabeza hacia atrás, hasta verter el líquido en su garganta.
Lentamente, la noble comenzó a respirar con normalidad. Su tez adoptó un enfermizo tinte verdoso y corrió al lavabo.
Después de sacarlo todo, hasta quedar tan seca como el Anauroch, se secó las lágrimas que le caían a raudales. La expresión con la que miró a sus salvadores tenía muy poco de gratitud y mucho de enemistad.
—¿Ahora te dedicas a limpiar lo que tu amigo ensucia? —preguntó a Dan con un graznido.
Él y Arilyn intercambiaron una mirada de perplejidad.
—No entiendo —se defendió el joven bardo.
—Elaith me ha envenenado. ¡Estoy segura! Últimamente hemos hecho negocios juntos —admitió Myrna con una voz que se hacía más fuerte por momentos—. Algunos legales, y otros, menos. Parte de la información me la pagaba con moneda elfa —añadió tratando de defenderse.
—¿Qué razón podría tener para querer envenenarte? —se interesó Danilo.
La mujer resopló.
—Eres un necio. No tienes ni idea de lo que ocurre a tu alrededor.
El rostro de Arilyn se ensombreció y pareció que iba a decir algo, pero Danilo la silenció con un sutil gesto de advertencia.
Las palabras de la chismosa se asemejaban demasiado a lo que él mismo pensaba, y no le gustaba. Necesitaba oír lo que la mujer tenía que decir. Se sacó una pequeña bolsa de oro y la dejó sobre la mesa.
—Sigue —dijo en tono imperturbable.
Pero, por una vez, el oro no tuvo efecto en Myrna. La mujer cogió la bolsa y se la arrojó a Danilo.
—De mil amores —replicó en tono vengativo—. Lady Cassandra hizo bien en mantenerte alejado de los negocios familiares. ¡Siempre pendiente del archimago y perdiendo el tiempo con los arpistas! ¿Qué harías tú, arpista, si supieras que los días en los que la familia Thann se dedicaba al comercio ilegal no han quedado atrás, ni mucho menos? ¿Cumplirías con tu deber? —se mofó.
—Cuidado con los rumores que repites —intervino Arilyn suavemente.
—¿Rumores? —Myrna se echó a reír desdeñosamente—. La mitad de los bardos de Aguas Profundas hablan de él como un arpista. Y en cuanto a su familia…, él me cree. ¡Lo veo en su cara!
El aludido lo admitió.
—No son sólo los Thann. El tráfico de mercancías entre Aguas Profundas y Puerto Calavera es intenso. Es obvio que alguien supervisa las operaciones, alguien que cuenta con los recursos y el poder para imponer el orden en lo que de otro modo sería un caos anárquico.
—¡Bravo! —aplaudió Myrna en son de burla—. ¡Acabas de darte cuenta de que tu clan no es todopoderoso! Desde luego que no son sólo los Thann; en total son siete familias, cada una de ellas con intereses claramente definidos, que protegen con ferocidad. No pienso nombrarlas, aunque estoy segura de que al menos adivinaréis el nombre de dos de ellas.
—¡Eltorchul! —exclamó Arilyn, viendo la muerte de Oth con otra luz.
—¿Esos vendedores de pócimas y hojalateros? ¡Ni hablar! —Myrna ladeó su encendida cabeza mientras se lo imaginaba—. Bueno, la verdad es que tampoco descarto la posibilidad. La batalla que actualmente se está librando puede abrir la puerta a nuevas caras, siempre y cuando esas caras no tengan orejas puntiagudas —agregó cruelmente.
Danilo comenzó a seguir su razonamiento.
—Elaith Craulnober posee muchos negocios en la ciudad, tanto en Aguas Profundas como en Puerto Calavera.
—¡Bravo de nuevo! Se está volviendo demasiado ambicioso y poderoso. Por ello, las familias han decidido expulsarlo.
—No obstante, tú tratas con él —apuntó Arilyn.
Myrna sonrió con coqueta timidez.
—¿Quién dice que yo no ayude a derrocarlo?
Se hizo un largo silencio. Arilyn se inclinó y recogió la ampolla vacía.
—Y pensar que he malgastado un buen antídoto…
El rostro de la dama se tornó lívido.
—Escucha bien lo que voy a decirte: no te librarás. ¿Crees que a las familias les gusta que Dan se relacione con Khelben Arunsun? ¿O con los arpistas? ¿O con una semielfa?
»Ya he dicho demasiado y, sin duda, pagaré por ello —añadió haciendo esfuerzos para calmarse—. Pero es la verdad. Si queréis mi opinión, y mucha gente de esta ciudad me la pide, ambos habéis caído en aguas profundas y bravas, y ninguno de los dos logrará alcanzar a nado la orilla.