El insólito trío formado por el bardo humano, la luchadora semielfa y la fantasmal sombra deambuló por la ciudad la mayor parte de la mañana. Finalmente, Danilo se detuvo en un jardín situado en una azotea, donde estaban a salvo de los ojos vigilantes y solamente serían visibles para los jinetes de grifos, que revoloteaban perezosamente entre las nubes. Ojalá que la visión de las legendarias criaturas no fuese tan aguda como para permitirles distinguir a la fantasmal elfa junto a Arilyn, con la mano apoyada en una espada igualmente fantasmal.
—Tengo que averiguar quién mató a Lilly —soltó Danilo.
Arilyn le lanzó una larga y apreciativa mirada. Inmediatamente, se volvió y se acodó en el muro del jardín.
—¿Acaso he tratado yo de disuadirte?
—No, no. Claro que no, pero debes dejarme que continúe solo.
La semielfa se irguió en toda su estatura y fijó en él una mirada desafiante.
—Ni hablar.
—¿Es que no lo ves? —Danilo se había sacado de la bota la pequeña esfera luminosa—. Hay algo que está alterando la magia. Tienen que ser estas esferas de sueños.
Los ojos del joven bardo se posaron en el borde más alejado del tejado. Thassitalia había desaparecido casi por completo; lo único que quedaba de ella era una débil silueta, solamente visible si uno miraba de soslayo.
—Desde que Lilly murió he llevado encima esta esfera, y ello ha interferido gravemente con la magia de tu espada.
—Lo mismo ha ocurrido con tus hechizos. Eso es lo que pasó en la fiesta organizada por tu familia. Oth llevaba encima varias esferas de sueños para mostrárselas a un grupo de magos y nobles comerciantes.
—Y yo le quité una a Isabeau —añadió Danilo—. Sí, ahora lo entiendo.
Arilyn dio un paso hacia él.
—Yo soy más que mi espada —declaró con firmeza—. Y tú eres más que tu magia.
El joven la contempló con una leve sonrisa.
—Tú siempre has sostenido que en Aguas Profundas hay demasiada magia.
Parece que ahora tenemos la oportunidad de actuar sin ella.
—Vamos a ello. Tenemos que partir del supuesto de que Lilly estaba relacionada con los bandidos que asaltaron la caravana aérea.
Avanzaron por los tejados en dirección a la mansión Gundwynd. A medida que se acercaban, Danilo avistó a varios destacamentos de la guardia que patrullaban.
Resultaban muy llamativos con sus uniformes de piel verde y negra.
De un salto, se plantaron en la calle y caminaron hasta la mansión.
—Nadie puede entrar ni salir —les informó la mujer de gesto adusto apostada junto a la entrada lateral.
—¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó Dan.
La guardia fulminó al joven con la mirada.
—Por favor, circulen. La familia Gundwynd no recibe visitas.
Danilo se volvió a Arilyn, pero la semielfa había desaparecido. Tras saludar educadamente a la guardia con una inclinación de cabeza, bordeó el muro de la mansión fijándose en el emplazamiento de los árboles de la calle. Se detuvo a dos manzanas de distancia y se sentó bajo un majestuoso roble.
Transcurrieron varios segundos hasta que percibió un débil crujir de ramas. Alzó la vista a tiempo de ver cómo Arilyn descendía a la rama más baja y saltaba ágilmente al suelo.
—¿Y bien? —le preguntó.
—Uno de los criados ha encontrado a Belinda Gundwynd, la hija menor, muerta en las cuadras. Estaba junto a un mozo de cuadra elfo; de hecho, el único elfo que no se había despedido. Parece que tenía una razón personal para no querer irse. Corrían rumores acerca de Belinda y su amante. Los criados oyeron cómo la familia discutía por ello y trataban de persuadir a Belinda de que cortara la relación. Ahora los Gundwynd afirman que ambas muertes fueron un pacto entre amantes.
—Pero tú no lo crees.
—Los criados que encontraron los cuerpos dijeron que estaban en el heno, no colgados de las vigas.
—¿Es razón suficiente para afirmar que la familia Gundwynd se equivoca?
—Me alegra comprobar que últimamente no has estrangulado a nadie —replicó Arilyn con sequedad—. Es algo que exige una considerable fuerza y voluntad. No sería nada fácil si uno está distraído por algo, por ejemplo porque trata de estrangularse a uno mismo simultáneamente. Es imposible que se mataran el uno al otro y se suicidaran al mismo tiempo.
—Sí, la sincronización tendría que ser perfecta —convino Danilo—. Así pues, la guardia no se ha tragado la historia de los Gundwynd, ¿verdad?
—No han escuchado ninguna otra versión. Los criados que han hablado conmigo han recibido órdenes de no decir nada. Sigamos adelante; hay un vigilante ahí que está empezando a fijarse en nosotros.
Mientras caminaban, Danilo trataba de hallar algún sentido a lo que acababa de explicarle Arilyn. También él dudaba de que Belinda Gundwynd y su amante se hubieran matado el uno al otro.
Pero si no ellos, ¿quién? ¿La familia Gundwynd para evitar una posible alianza de su casa con los elfos? Si eso era cierto, entonces Danilo había pasado toda su vida entre criaturas más crueles que los tren.
—Ellos se comen entre sí. Es una cuestión de honor —murmuró.
Arilyn le lanzó una penetrante mirada de preocupación.
—¿De veras crees que eso es lo que ha ocurrido?
—Es una posibilidad que no podemos descartar. Si sospecho que mi propia familia es capaz de eliminar a alguien para evitar alianzas con elfos, ¿por qué los Gundwynd no?
—Eso no explicaría la muerte de Oth —apuntó Arilyn.
—No, no la explica. Lo ocurrido avivará el escándalo sobre los Gundwynd y el pueblo elfo. Esto podría significar la ruina de la familia.
Danilo se interrumpió al recordar la pelea protagonizada por lord Gundwynd y lady Cassandra.
—Sí, podría significar su ruina —repitió—. La muerte de Belinda y de su amante elfo da fundamento a todos los rumores que han circulado sobre esa familia. ¿Quién tendría una razón para hacer tal cosa?
—A mí se me ocurre alguien: alguien que vio cómo en la emboscada morían elfos y que tal vez quiere castigar a Gundwynd por ello.
Danilo negó con la cabeza.
—Elaith no. Es absurdo.
—Tal vez no. Recuerda que ahora tiene la Mhaorkiira. En el pasado, aquéllos que caían bajo el poder de la gema oscura actuaban de modos retorcidos, que no tenían sentido para nadie, excepto para ellos.
—Es posible —concedió Danilo—. Desde luego, algunos lo admitirían como cierto, pero lord Gundwynd no. Él buscará culpables en otra parte.
—¿Qué quieres decir? —inquirió la semielfa cautelosamente.
—Thann, Ilzimmer, Gundwynd, Amcathra —recitó Danilo, contando con los dedos—. Ésas fueron las cuatro familias que financiaron la malhadada caravana. Se acusarán entre sí de traición y robo. Quizá los tren no son los únicos que emprenden venganzas por ataques contra su clan.
Arilyn asintió lentamente, siguiendo el razonamiento del joven bardo.
—Si es así, ninguna de las recientes heridas ha sido autoinfligida.
—Si es así, es posible que las guerras de las Cofradías no tarden en reproducirse.
Arilyn reflexionó largo rato sobre las palabras de Danilo mientras dejaba atrás la mansión Gundwynd.
—Si tienes razón, sospecho que ésta será una guerra de cariz muy distinto —dijo al fin—; sin ejércitos ni derramamiento de sangre en las calles. Tal como Cassandra señaló, las familias nobles son muy conscientes de esos tiempos y desean evitar a toda costa que se repitan. Cualquier clan que osara atacar abiertamente sería aplastado con rapidez.
Danilo pensó sobre ello e hizo un gesto de asentimiento. Había participado en suficientes reuniones de los Señores Secretos de Aguas Profundas para darse cuenta de que Arilyn tenía razón. Los Señores se elegían de entre todos los estratos sociales y barrios de la ciudad, y el resultado de ello era que apenas sucedía nada que no llegara a oídos de los gobernantes secretos. Las decisiones que éstos tomaban eran impuestas por la guardia, así como por un reducido ejército permanente formado por soldados y algunos de los más poderosos magos del Norland. Los días en los que podía librarse una guerra declarada dentro de los muros de la ciudad habían quedado muy atrás.
—Así pues, ¿qué?
La semielfa le dirigió una mirada apreciativa.
—Supongo que juegas al ajedrez.
—Sólo cuando no puedo evitarlo sin derramamiento de sangre —repuso Dan secamente—. ¿Es eso lo que crees que es esto? ¿Una partida de ajedrez?
—Es posible. Aguas Profundas es una ciudad muy grande, en cuyas calles se juegan miles de partidas simultáneamente. ¿Quién va a fijarse en la pérdida de un simple peón en un tablero? Incluso la muerte de Oth Eltorchul puede explicarse de ese modo. Él tenía vínculos con la caravana y dispuso que las esferas de sueños entraran de contrabando en la ciudad.
—Plan que lord Gundwynd ejecutó en contra de la decidida oposición de lady Cassandra y contraviniendo los acuerdos tomados por las familias. —Danilo suspiró y miró de soslayo a Arilyn—. Según tu teoría, ¿cómo debe interpretarse la muerte de Belinda? ¿Como una advertencia?
—Probablemente, eso mismo es lo que pensará el clan Gundwynd.
—No puedo aceptar tu argumento —declaró Danilo en voz baja—. Lo que insinúas es que las familias nobles comerciantes mantienen el orden actuando de manera brutal. ¿Por qué? Aguas Profundas cuenta con leyes suficientes, así como con muchos personajes poderosos que vigilan que se cumplan.
Arilyn guardó unos instantes de silencio.
—Acabas de responder a tu propia pregunta —dijo al fin.
Dan enarcó una ceja con gesto altanero.
—¿Eso crees? Tal vez debería empezar a escucharme más atentamente.
—Deja que lo diga de otra manera: ¿conoces el viejo dicho sobre el honor entre ladrones? Yo no iría tan lejos, pero desde luego existe un código de conducta entre ellos. Lo mismo puede decirse de los asesinos. Si uno de ellos se vuelve demasiado avaricioso o descuidado, los demás lo retiran de la circulación de manera temporal o definitiva. No pueden permitirse que sus acciones llamen demasiado la atención, ¿comprendes?
—Pues claro, pero ¿qué quieres decir con eso? ¡Estamos hablando de algunas de las familias nobles más respetadas de Aguas Profundas!
—Estamos hablando de comerciantes. Si se negaron a respaldar el negocio con las esferas de sueños de Oth fue porque sabían el tipo de atención que atraerían. Los magos se hubieran opuesto a ellos incluso antes de averiguar que las esferas alteran la magia y habrían sacado a la luz todos los trapos sucios del comercio. ¿Quién sabe qué habrían descubierto?
Danilo se tomó su tiempo antes de responder. Se apartó de la trayectoria de dos golfillos que corrían ruidosamente en una carrera tan antigua como Aguas Profundas: haciendo rodar con un palo viejos aros de barril, con una sonrisa de oreja a oreja en su mugrienta faz. Su despreocupada inocencia atrajo la atención de Danilo y, por un momento, los contempló añorando sus ilusiones perdidas.
—Me cuesta aceptar lo que dices —murmuró al fin.
—Podría estar equivocada. —Vaciló antes de añadir—: Pero explicaría por qué tu madre se inquietó tanto cuando quisiste relacionar a Lilly con la familia Thann tras su muerte.
A Danilo se le ocurrió que tal vez Cassandra no había comprendido toda la verdad.
—Lilly ya estaba relacionada con la familia antes de su muerte. Por eso, fue asesinada —declaró con amargo convencimiento—. Fue un golpe contra la familia. El asesino eliminó un peón.
—Sí, aunque obviamente Lilly presintió el peligro. Si no, ¿por qué acudió a tu padre después de tantos años sin darse a conocer? Hasta entonces, ninguno de vosotros tenía la más mínima idea de su existencia.
—Pero alguien sí lo sabía; alguien a quien Lilly conocía bien y en quien confiaba.
Ambos reflexionaron en silencio. Arilyn lo rompió.
—He estado pensando en cómo fue asesinada. Todo indica que fue obra de un tren, pero su asesino no siguió la… costumbre.
Danilo apretó los labios con fuerza al pensar en cuál era esa costumbre.
—Cierto. ¿Y?
—Pues que tal vez no la mató un tren. ¿Y si fue alguien que adoptó la forma de un tren para desviar las sospechas, o bien para divertirse de manera perversa?
—Divertirse de manera perversa —repitió Dan, clavando en ella la mirada al comprender qué quería decir—. ¿Por casualidad estaba Simón Ilzimmer presente en la presentación de Oth la noche del Baile de la Gema?
—Posiblemente. Su primo Boraldan estaba allí. Oí varias voces que no reconocí.
Una era muy grave, con una especie de vibración profunda que recordaba el modo de hablar de los enanos.
—Seguramente era Simón. ¿Reconocerías esa voz si la oyeras de nuevo?
—Creo que sí.
Dan apenas sonrió.
—A juzgar por tu expresión, preferirías darte otro paseíto por las cloacas de la ciudad.
Arilyn no lo negó. De hecho, eso era lo que sentía. Buena parte de sus contactos en la ciudad eran mujeres empleadas en las tabernas y las casas de baños. Por lo que le habían contado sobre lord Ilzimmer, no se imaginaba charlando de forma educada con él mientras bebía tranquilamente una copa de vino.
A Danilo no parecía importarle tanto. Se dirigieron directamente hacia la inquietante mansión de reducidas dimensiones habitada por Simón Ilzimmer. Las campanas del cercano templo de Ilmater tañían solemnemente mientras Danilo entregaba su tarjeta de visita al criado. Arilyn contó las retumbantes campanadas preguntándose por qué alguien querría consagrar su vida a un credo tan lúgubre como el del dios del sufrimiento. Cuando la llamada a los fieles se extinguió, el criado regresó para anunciarles que lord Ilzimmer los recibiría.
A primera vista, Simón Ilzimmer no hacía justicia a su tenebrosa reputación. Era un hombre alto y corpulento, que, por su aspecto, parecía familiarizado con las disciplinas de la esgrima y la equitación. Hacía gala de unos modales impecables y los recibió con extremada cortesía. Él y Danilo se dedicaron a beber a pequeños sorbos zzar caliente mientras conversaban con aparente candor y buen humor sobre conocidos comunes y sobre los últimos acontecimientos.
Pese a su amistosa actitud, Simón era uno de los nobles comerciantes que habían participado en la reunión celebrada en la villa Thann. Arilyn reconoció fácilmente su voz grave y resonante. No obstante, frente a frente, Simón Ilzimmer era un hombre inescrutable. De hecho, a Arilyn le pareció que no estaba del todo en sus cabales. Sus ojos tenían una mirada vacía, y era del todo imposible establecer ninguna conexión entre lo que decía y cualquier emoción discernible. Por otra parte, Arilyn percibía en el hombre una energía reprimida; su mirada, aunque no se moviera, tampoco permanecía fija, y poseía una tenebrosa fuerza que le recordaba la profética calma del mar que augura tempestad. Era como si fuese dos hombres distintos: uno, excesivamente controlado —apenas una cáscara vacía—, y el otro, terriblemente violento, capaz de atacar sin previo aviso.
Su estudio privado reforzaba esa impresión. Aunque el mobiliario era escaso y práctico, en las paredes colgaban multitud de cuadros, a cuál más inquietante: visiones oscuras y retorcidas nacidas de una mente desequilibrada. Danilo fingió admirar una visión de dos dragones rojos entrelazados que se apareaban furiosamente sobre los restos humeantes de una aldea.
—Fascinante —murmuró—. ¿Es una pintura del natural?
Arilyn le lanzó una mirada admonitoria. No era muy probable que Simón Ilzimmer tuviera un desarrollado sentido del humor.
—Estamos tratando de localizar las mercancías que fueron robadas a la caravana aérea —declaró con toda franqueza, harta ya de tanta charla insustancial. Además no veía el momento de alejarse del noble Ilzimmer—. Cualquier cosa que nos digáis podría sernos de utilidad.
La tormenta que acechaba en los oscuros ojos del hombre prendió y se desató.
—¿Osas acusarme en mi propia casa?
—Nadie te acusa de nada —intervino Danilo, conciliador—. Simplemente, estamos tratando de reunir las piezas del rompecabezas. Puesto que también la familia Ilzimmer ha sufrido pérdidas, deberíamos colaborar para aclarar este asunto.
Simón lo miró con astucia de loco.
—Lady Cassandra es muy lista. Enviarte aquí para que husmees ha sido una idea genial. Todo el mundo sabe que no participas en los negocios de la familia y que eres su hijo favorito. Un modo muy brillante por su parte de negar cualquier participación.
—¿Por qué tendría ella que hacer tal cosa? Los Thann no organizaron el asalto —afirmó Danilo en su tono más convincente—. De hecho, lady Cassandra ni siquiera sabe que estoy aquí.
El mago resopló. Iba a añadir algo cuando abrió desmesuradamente los ojos en una mezcla de sorpresa y horror. Se puso de pie de un salto y señaló a Danilo con un dedo tembloroso.
—Me estás amenazando, ¿no? ¡Aquí, en mi propia casa nada más y nada menos! ¡No lo pienso tolerar! ¡Fuera de aquí ahora mismo! ¡Largo! —El tono de voz fue subiendo hasta alcanzar cotas de histerismo.
—Deberíamos hacer lo que dice —dijo Danilo en voz baja—. Es mago y no puedo enfrentarme a él.
Arilyn no necesitó más. Se volvió para marcharse de allí enseguida, pero algo la dejó petrificada.
Estuvo a punto de chocar con la fantasmagórica imagen de un mago elfo. Era alto, con el pelo plateado recogido en diminutas trenzas. Sostenía una hoja de luna de silueta imprecisa, con la punta hacia abajo, y se apoyaba en la empuñadura del mismo modo que otro hechicero podría apoyarse en un báculo. Sus traslúcidos ojos azules reflejaban una expresión vigilante y estaban fijos en Simón con una serena intensidad, que avivó el temor del mago humano.
Rápidamente, abandonaron la mansión, seguidos por el fantasmal mago que caminaba en silencio tras ellos. Tan pronto como hubieron dejado atrás la verja, Arilyn ordenó a la manifestación de la sombra elfa que regresara a la espada. Para su alivio, la fantasmal figura se disolvió en motas plateadas, que se arremolinaron para formar una línea perfecta y fueron desapareciendo una a una en la espada, como una hilera de patitos que esperaran para meterse en un estanque.
—Esto se nos está yendo de las manos —masculló Arilyn mientras regresaban apresuradamente a casa de Danilo.
—Al menos, la sombra elfa ha desaparecido. Eso significa que aún controlas la espada —dijo en el tono de alguien que trata de ser positivo en las circunstancias más adversas.
—Lo dudo —repuso Arilyn, que lanzó un rápido vistazo por encima del hombro—. Aún tengo la sensación de que nos siguen. La magia de la hoja de luna es cada vez menos estable. ¿Cómo puedo estar tranquila sabiendo que uno de mis antepasados puede materializarse en cualquier momento?
—Mira la parte positiva.
—¿Cuál es?
—Que al menos no nos siguen los tren.
—No estés tan seguro de eso —replicó Arilyn en tono sombrío, echando una fugaz mirada a los adoquines de la calle—. Recuerda que eres el sexto hijo y yo soy tu compañera semielfa. ¿Se te ocurren dos peones más prescindibles sobre los que tomar represalias?
Por un momento, pareció que Danilo iba a protestar, pero enseguida su rostro adoptó una expresión meditabunda.
—Belinda era la hija menor de los Gundwynd.
—Ya lo había pensado —repuso la semielfa, mirándolo con total seriedad.
—Esa mujer es una auténtica maravilla —murmuró Elaith al empezar a leer la nota que Myrna Cassalanter le había hecho llegar a través de un mensajero de total confianza, montando un rápido caballo.
Incluso los rumores menos probables de Myrna habían dado fruto. Ese mismo día, apenas hacía unas horas, la guardia había arrestado a Simón Ilzimmer por el asesinato de una cortesana en uno de los establecimientos de Elaith, nada menos. Aunque Simón pertenecía a la nobleza y los hombres y mujeres que estaban dispuestos a testificar contra él no eran más que plebeyos, al final el resultado sería el mismo: un insignificante lord Ilzimmer colgaría de las murallas de la ciudad.
A Elaith no le importaba en lo más mínimo que Simón Ilzimmer fuese inocente de ese crimen en particular. Con su muerte se haría justicia, incluso aunque los hechos no encajaran perfectamente. Y sobre todo, nadie podría culparlo a él de la muerte del noble. Sus servidores darían un testimonio veraz y serio de lo que habían visto, o de lo que se imaginaban que habían visto. El interrogatorio mágico lo confirmaría. La reputación de Simón le daría el último empujón que se necesitaría para arrojarlo por el Salto del Ahorcado.
Mientras centraba de nuevo su atención en la nota, Elaith se dijo que todo estaba saliendo a pedir de boca. No tardarían en sucederse las represalias que mantendrían muy ocupada a la nobleza de Aguas Profundas en el futuro inmediato.
Unas arrugas se le formaron en la frente al seguir leyendo. Myrna informaba con fruición del asesinato de una moza de taberna, hija bastarda de Rhammas Thann. Según los rumores, Danilo Thann había reclamado el cuerpo y había insistido en que fuese sepultado en el mausoleo familiar.
Elaith tiró de la campanilla. Su mayordomo elfo acudió prontamente.
—Envía un mensaje a lord Thann pidiéndole que se reúna de inmediato conmigo en… —El elfo pensó rápidamente y agregó—: En la escalinata del templo del Panteón.
El mayordomo se retiró con una inclinación de cabeza. Elaith se dirigió a toda prisa al complejo del templo, esperando que Danilo interpretara correctamente el mensaje tácito. El joven bardo tenía motivos para desconfiar de él, especialmente si había reconstruido la historia de la Mhaorkiira. Sin duda, Bronwyn le habría informado sobre el rubí cargado de magia que había hallado en Luna Plateada y en el que Elaith estaba muy interesado. Era muy probable que Arilyn reconociera la kiira a partir de las descripciones y que supiera que quien la poseía corría el riesgo de ser corrompido por el mal. Desde luego, era una razón para preocuparse, al menos para quienes solamente conocían de la kiira lo que decía la leyenda.
Encontró un lugar tranquilo en el patio, justo en el arranque de la amplia escalinata de mármol, y fingió ensimismarse en la contemplación de una estatua de alguna que otra diosa. Su aparente calma no reflejaba en absoluto su estado de ánimo, pero era la habitual entre los elfos que acudían al templo para darse unos minutos de respiro del frenético ritmo de la ciudad humana.
Incluso la embotada sensibilidad de los humanos captaba una pequeña parte de la tranquilidad y la calma de ese refugio elfo. Quienes paseaban por allí frenaban el paso y se callaban. Elaith observó cómo Danilo detenía la montura a respetuosa distancia, desmontaba y se aproximaba tranquilamente hacia él.
—El mensajero ha dicho que era un asunto urgente —fue su saludo.
Elaith vio que el humano no tenía buen aspecto. En comparación con la tez de un elfo de la luna, difícilmente se le podría llamar pálido, pero su rostro reflejaba los signos de varias noches en blanco, y su mirada era de profunda tristeza. Sólo tristeza. La calidez, el humor y la creciente amistad que para el elfo significaba más de lo que estaba dispuesto a admitir habían desaparecido.
De pronto, la tarea se le antojó mucho más dura de lo que había previsto. Se volvió a un lado y enlazó las manos a la espalda.
—He oído la pérdida que ha sufrido tu familia. Lo siento.
Un velo de dolor empañó los ojos de Danilo y en ellos se encendió una chispa de ira.
—Para mi familia, no ha sido ninguna pérdida; sólo hemos salido perdiendo Lilly y yo. Gracias por tu simpatía.
—La simpatía es un regalo que se otorga con facilidad. Yo en tu lugar preferiría la venganza. Tienes el aspecto de un sabueso que acaba de encontrar el rastro de un zorro.
—Más bien de una mofeta. Pero sí; pienso acabar con esa alimaña.
Era una respuesta que Elaith había anticipado, aunque no le gustó la expresión sombría y resuelta del humano. Era una expresión de obstinación absoluta e implacable, que conocía muy bien. En una ocasión, esas mismas características le habían salvado a él la vida, pero en el caso de Danilo temía que pudieran significar su muerte.
—Tal vez yo pueda ayudarte —dijo.
Hizo un esfuerzo para no sentirse culpable por la súbita mirada de esperanza y gratitud que vio en los ojos de Dan. Su ayuda sería para el zorro, no para el sabueso. Era preferible despistar a Danilo para que siguiera otro rastro a permitir que se aproximara demasiado al corazón del asunto. Su razonamiento era que si el sabueso sobrevivía para salir de caza otro día, el amo de la Mhaorkiira le daría un uso adecuado.
—Ya sabes que tengo bastantes negocios en el distrito de los muelles, y resulta que conocía bastante a la muchacha en cuestión. Le gustaba el juego, por lo que de vez en cuando se dejaba caer en alguno mis antros. Puesto que insisto en conocer el nombre de mis clientes, averigüé su nombre de pila, aunque no su apellido. Eso sí, tenía más en común contigo que lo que parece.
—Te lo ruego, ve al grano —imploró el humano.
—No te gustará oírlo —le advirtió Elaith—. En más de una ocasión, la vi acompañada de un noble. Amigo tuyo, creo.
El destello de pasmada comprensión, la dolorosa expresión de pérdida, así como la súbita llamarada de furia, dijo a Elaith que no era necesario pronunciar el nombre. No obstante, lo pronunció.
—Se sabe que Regnet Amcathra solía ir de vez en cuando a El Pescador Borracho.
Fue visto en compañía de Lilly allí y en otros locales.
El elfo dejó que Danilo absorbiera la noticia, tras lo cual se sacó de los pliegues de una manga un paquete de pequeñas dimensiones y lo desenvolvió. Dentro había una daga ennegrecida.
—Uno de mis almacenes se incendió. La estructura aguantó, pero todo lo que había dentro se quemó. Sin duda, ésa era la intención de los incendiarios. Encontré esta daga entre las costillas chamuscadas de un empleado de la familia Ilzimmer.
¿Reconoces el trabajo?
Danilo tomó la daga y le dio vueltas entre las manos. Tras una breve inspección, la devolvió.
—Mi primera espada fue una Amcathra. Casi no poseo otro tipo de armas. No tienen igual.
—Son casi tan buenas como las armas elfas —convino con él Elaith.
Reparó en la súbita mirada de sorpresa y especulación en los ojos de Dan y se preguntó qué podría significar. Recuperó la determinación tan repentinamente como la había perdido, atemperada por una capa de pesar.
—Siento ser el portador de malas noticias. No sé qué significa.
—Tranquilo. Lo descubriré.
El suspiro de resignación de Elaith y su mirada de preocupación no fueron del todo fingidos.
—Ya me lo imaginaba. Ve con cuidado. El clan Amcathra es sutil y astuto.
¿Quién los hubiera creído capaces de algo así?
Esas palabras contenían una porción de verdad suficiente para enmascarar el engaño del elfo y ocultar otra verdad más profunda. Elaith era perfectamente consciente de que el clan Amcathra merecía su excelente reputación, por lo que no había presa mejor contra la cual lanzar a ese sabueso. Danilo seguiría el rastro con obstinada determinación, lo cual lo quitaría a él —y de paso a Arilyn— de en medio. Desde luego, Danilo perdería a su más viejo amigo, aunque, en opinión de Elaith, Regnet Amcathra era un peón totalmente prescindible.
—Regnet Amcathra. ¿Quién lo hubiera creído? —dijo Danilo, esbozando una leve sonrisa de amargura—. Sé que no habrá sido nada fácil para ti. Te doy las gracias. —El humano le tendió una mano.
Elaith se la estrechó y sostuvo la mirada del humano.
—¿Para qué están los amigos? —repuso con fingida calidez y deliberada ironía.
Regnet Amcathra vivía en el distrito del mar, un barrio muy tranquilo de la ciudad, aunque cercano a la burbujeante vida de los muelles. Era un contraste que, según Danilo, iba como anillo al dedo a su amigo Regnet. La familia Amcathra era indecentemente rica, y Regnet —como Dan— era el benjamín y no participaba directamente en los negocios familiares. Aunque a Regnet le gustaba el lujo y estaba tan satisfecho de sí mismo como tantos otros nobles, la aventura lo atraía. Pocos años atrás, había fundado los Hondos Hurgadores, un grupo de jóvenes nobles aburridos que se dedicaban a bajar a los túneles de Aguas Profundas en busca de aventuras.
Dan siempre había admirado ese empeño, aunque de pronto comenzaba a preguntarse si ese afán de recorrer el subsuelo de Aguas Profundas no sería más que una coincidencia. Muchas veces tras el afán de aventuras lo que en realidad se escondían eran actividades criminales, y cualquier conexión con Bajomonte, en general, y Puerto Calavera, en particular, era muy sospechosa. Con toda sinceridad, esperaba que Regnet no se hubiera ensuciado las manos ni con la muerte de Lilly ni con los acontecimientos que habían llevado a su asesinato.
Después de dejar el caballo en manos del mozo de cuadra, atravesó la verja de hierro de enormes proporciones, que imitaba tres pares de pegasos encabritados. La casa de Regnet era pequeña en comparación con los edificios del distrito del mar; antiguamente, esa casa había sido las cocheras de un acaudalado mago que poseía una pequeña flota de pegasos. La mansión había ardido hasta los cimientos años atrás —una víctima más de la magia creada sin pensar en las posibles consecuencias— y nunca se había reconstruido.
La puerta se abrió antes de que Danilo pudiera llamar. Dan sonrió al mayordomo halfling: desde que en el círculo social de Danilo se corrió la voz de las excelencias de Monroe, los mayordomos halfling hacían furor. Ese halfling en concreto llevaba el uniforme azul y rojo típico de los empleados de los Amcathra, y tenía el pelo tan amarillo como un diente de león. En ese momento, la comparación era especialmente acertada, pues lo tenía de punta, como si se hubiera pasado repetidamente la mano por él con mucha agitación.
—¿Sucede algo malo, Munson? —le preguntó Danilo.
—Vos lo habéis dicho, señor.
Pero antes de que el mayordomo pudiera explicarse, se oyó el sonido de briosos pasos que anunciaban la llegada de su amo.
—¡Dan! Bienvenido. ¿Cuánto tiempo hacía que no pasabas por mi casa? Se me ha hecho más largo que la barba de un enano, te lo aseguro.
Aunque las palabras de Regnet eran un fiel reflejo de los hechos, ni en su rostro ni en su tono de voz se detectaba el reproche. Danilo le estrechó la mano que le ofrecía y le devolvió la sonrisa con una sincera calidez mezclada con profundo pesar. Regnet era un tipo afable y apuesto, con pelo castaño rizado y alegres ojos color avellana, y en general aspecto de pillo. También tenía sus defectos —era bastante temperamental y perdía los estribos fácilmente—, pero Danilo se negaba a creer que pudiera haberse implicado en algo tan vil e innecesario como el asesinato de Lilly.
Su necesidad de saber se intensificó y reforzó su determinación.
—¿Me puedes dedicar unos minutos? Quiero hablarte de un asunto —preguntó.
—Puedo dedicarte todo el día, si quieres. Ven, tomaremos algo. Munson, ¿queda zzar en la casa?
—Naturalmente, milord, pero…
—Magnífico, espléndido. Tráenos un poco a la habitación de juegos. Dan, aún no has visto mi último trofeo.
Regnet pasó un brazo alrededor de los hombros de su amigo, y ambos comenzaron a alejarse.
Al halfling se le desorbitaron los ojos, lo cual le dio un aspecto de una trucha aterrorizada.
—Milord, debo deciros algo.
—Después —dijo Regnet con firmeza.
Dan escuchaba a medias a su amigo, que le explicaba su última aventura, algo acerca de túneles helados y cavernas que brillaban tanto por efecto de los cristales y el hielo que una simple antorcha bastaba para transformarlas en salones de espejos.
No obstante, lo que de verdad interesaba a Danilo era saber qué habría causado la consternación del mayordomo. Munson los siguió unos pasos; su pequeña cara redonda era todo un poema de indecisión. Danilo lo comprendió: pese a su buen humor, Regnet tenía un temperamento explosivo. Él mismo había sufrido sus efectos en dos o tres ocasiones. Como tantos otros hombres de su clase, Regnet apenas prestaba atención a sus servidores, siempre y cuando obedecieran sus órdenes sin preguntas ni vacilaciones.
Era una combinación que seguramente daba que pensar incluso al halfling más firme.
Munson no tardó en arrojar la toalla, suspiró y viró hacia un pasillo lateral, sin duda en busca del licor.
Llegaron frente a una puerta doble, que Regnet abrió de par en par con gesto dramático.
—¿Qué te parece? —preguntó muy ufano.
Danilo se asomó. Vio butacas cómodas y de calidad esparcidas por la habitación, así como mesas de madera pulida con tableros de juegos y pulcras barajas de cartas. Se habían colocado a mano pequeños cuencos con piedras semipreciosas o cristales muy brillantes para las apuestas. Pero lo más destacable de la habitación era la colección de trofeos. Por encima de la repisa de la chimenea, se había colgado una espléndida cabeza de ciervo, con una enorme cornamenta que proyectaba sombras contra el titilante resplandor de la luz del fuego en el suelo, frente al hogar. Un jabalí sonreía siniestramente desde encima de la diana; sus peligrosos colmillos, tan grandes y afilados como dagas, revestían a la bestia de una dignidad que ni siquiera el par de dardos clavados en su hocico lograba mermar. Asimismo, podía admirarse un narval montado en un enorme tablero de madera. Durante mucho tiempo, el gran pez había sido el orgullo de Regnet, pues debido a su tamaño y al largo cuerno semejante a una espada aserrada que le brotaba de la cabeza, la pesca del narval era la más difícil y peligrosa.
Ese narval estaba disecado con la cola en arco por debajo, y el cuerpo, curvado y listo para atacar. Parecía un espadachín para siempre congelado en guardia.
Pero había una nueva adición aún más espectacular: en el fondo de la habitación, entre las sombras, se alzaba una criatura enorme semejante a un oso. Era más alta que una persona, tenía una cabeza extrañamente puntiaguda y el pelaje del color de la nieve sucia. Sus carnosos labios estaban retraídos en un gruñido eterno, dejando al descubierto unos temibles colmillos amarillos. Las zarpas, alzadas en gesto amenazador, tenían dedos largos como los de una persona, aunque las palmas mostraban almohadillas como las de un oso de las cavernas.
—Un yeti —anunció Regnet, orgulloso—. Lo cacé en las cuevas de hielo la primavera pasada.
La caza de trofeos era práctica común, aunque a Dan no le atraía.
—¡Hmmm! Una colección impresionante —dijo sin demasiado entusiasmo.
Regnet sonrió de oreja a oreja y propinó un codazo a su amigo.
—No tanto como mi otra colección de trofeos que he cazado y montado, ¿eh?
Teniendo en cuenta el asunto que llevaba a Danilo a casa de Regnet, esa broma obscena fue tan dolorosa como un puñetazo. No obstante, le dio pie para ir directamente al grano.
—Lamento ser portador de malas noticias —comenzó.
La sonrisa de Regnet vaciló, se dejó caer en la silla más cercana y se inclinó hacia delante con los codos apoyados en las rodillas y el mentón en las manos. Una vez que Dan hubo tomado asiento, Regnet lo invitó a seguir con un gesto de asentimiento.
—Se trata de una muchacha llamada Lilly. Sé que la conocías; estaba en el Baile de la Gema y hablaste con ella. Aunque en esa ocasión no me dijiste que ya la conocías, alguien me ha informado de que erais buenos amigos.
Regnet abrió mucho los ojos en un acceso de pánico masculino.
—¡Que Tymora me lleve! ¡Otro bastardo no!
No era la respuesta que Danilo esperaba.
—¿Tienes otros? —inquirió.
—¡Supongo que no irás a decirme que tú no! —resopló el noble—. Recuerda nuestra disipada juventud y las largas noches que pasamos bebiendo y putañeando. Uno tendría que ser el ojito derecho de la diosa de la suerte, o estar más seco que un enano, para librarse de algún que otro desliz de ese tipo. Pero esto sucede en un momento especialmente inoportuno: tenía previsto anunciar mi compromiso en la fiesta de invierno.
Una llamarada de ira se apoderó de Danilo y lo dejó sin respiración y casi ciego de tan intensa que era. Por el rabillo del ojo, vislumbró al yeti disecado, que parecía temblar con la misma indignación que él. Aguardó un momento hasta que su visión se aclaró y pudo aventurarse a hablar de manera controlada.
—Y no obstante, flirteaste con esa chica.
—Sin duda, no fui yo el único. ¡Por lo que sabemos, el mocoso podría muy bien ser tuyo!
Danilo se levantó bruscamente y apoyó con violencia ambas manos sobre la mesa situada entre ellos. Se inclinó hacia Regnet.
—Lilly no estaba embarazada, y cuidado cómo hablas de ella —le informó con voz fría y mesurada—. Era mi hermana.
—No tenía ni idea —repuso Regnet, sobresaltado.
—Ni yo, hasta hace pocos días. —Esa realidad lo inundó con una abrumadora sensación de pérdida que hizo que se desplomara en la butaca—. Ha muerto, Regnet.
—Por los dioses. Dan, lo siento.
Eran palabras sinceras, aunque dictadas por la simpatía que le inspiraba su amigo, ya que al mismo tiempo parecía haberse quitado un peso de encima.
Lo que expresaba era alivio, no culpabilidad. Danilo se fijó muy atentamente y decidió que, en definitiva, era la mejor reacción que podría haber esperado. Ambos amigos guardaron silencio.
—¿A qué dama has decidido cortejar? —preguntó Dan sólo por decir algo.
—Creo que te va a sorprender, pero es una mujer espléndida y se encargará admirablemente de mis negocios y mi vida social.
«A diferencia de lo que podría hacer una simple moza de taberna», pensó Danilo amargamente. Se preguntó si Lilly se hubiese sentido aliviada de haber oído la descripción fría y práctica que Regnet había hecho de su rival.
—¿Negocios y vida social? Así habla un enamorado.
Danilo no estaba de humor para bromear, pero al menos logró que su voz no reflejara la amargura que le provocaba pensar en Lilly.
Regnet sonrió, en modo alguno ofendido.
—La dama en cuestión posee abundantes encantos, aunque cuando su nombre se pronuncia uno piensa enseguida en sus otras habilidades. Es una anfitriona temible.
—Ya entiendo —replicó Danilo sin mucho interés—. Si Galinda Raventree no tuviera la costumbre de dar calabazas a todos sus pretendientes, pensaría que estabas hablando de ella.
—Justamente es ella —declaró Regnet en un tono no exento de orgullo.
En ese instante, un salvaje chillido estalló en el extremo más alejado de la habitación. El yeti se balanceó adelante y atrás, como una criatura que tratara de liberarse de una tumba de hielo, y entonces arremetió.
Ambos hombres se pusieron en pie de un salto. Inmediatamente, Danilo buscó su bolsa de hechizos, y Regnet, la daga.
El yeti se desplomó con estruendo, llevándose por delante una mesa y lanzando por los aires piezas de ajedrez de marfil como si fuesen esquirlas de hielo. La bestia disecada rodó a un lado y se quedó inmóvil. Entonces, se vio el verdadero peligro.
Myrna Cassalanter apretaba los puños a los costados, y su rostro se retorcía en una mueca. Estaba más furiosa que una arpía. Se había vestido para seducir: la melena teñida con alheña había sido cuidadosamente despeinada, como si acabara de darse un revolcón o esperara hacerlo. El vestido era escarlata, muy ceñido y con un escote de vértigo. Gran parte de su lechoso pecho estaba expuesto y en esos momentos temblaba de indignación.
—¡Tú, tres veces maldito troll! ¡Hijo de puta sifilítica! —chilló.
Flexionó las manos para convertirlas en peligrosas garras y atacó con la furia de un colérico dragón.
Regnet arrojó a un lado la daga, saltó por encima de la butaca que acababa de desocupar y la giró para colocar una barrera entre él y la virago de pelo encendido que se lanzaba contra él.
Tal era el desespero de la mujer por arrancar los ojos al hombre que la había desdeñado, que saltó sobre la butaca. Regnet se salvó por un pelo de las afiladas uñas de la mujer, echándose a un lado. La butaca no aguantó más y cayó al suelo. Myrna se tambaleó y acabó también por caer.
La mujer rodó hacia la chimenea, pero al momento volvió a ponerse en pie con una agilidad que un juglar itinerante hubiese envidiado, blandiendo con determinación un atizador de hierro con ambas manos.
Regnet retrocedió y tropezó con la butaca tumbada.
—¡Munson! —bramó.
El mayordomo halfling apareció en el umbral, retorciéndose las manos.
—Traté de advertiros, señor —dijo.
Sus siguientes palabras quedaron ahogadas por el grito que Myrna lanzó al mismo tiempo que barría el aire con el atizador. Regnet esquivó el golpe, aunque la punta trazó en la pechera de su camisa una línea de hollín. Al hacer retroceder la improvisada arma, Myrna le dio de refilón en la cabeza. Animada por el éxito, volvió a la carga, chillando como una banshee y agitando el atizador con el brío de un rapsoda de la espada elfo, si bien con mucha menos habilidad.
Danilo plantó los pies en el suelo, se cruzó de brazos y estudió el dilema en el que se hallaba Regnet. Si Myrna fuese un hombre —o al menos, una mujer entrenada en las artes de la lucha—, su amigo habría puesto fin al ataque con un breve enfrentamiento.
Pero la educación que había recibido le prohibía maltratar a una dama. Ni siquiera podía hacer un uso excesivo de la fuerza para dominarla. Todo indicaba que no le resultaría nada fácil calmarla. Myrna le dio la razón al golpear a Regnet en el vientre con la suficiente fuerza como para obligarlo a doblarse sobre sí mismo.
Danilo suponía que debía ayudar a su amigo, y eso pensaba hacer. No obstante, por el momento, se limitaba a disfrutar del espectáculo. Además, era innegable que en cierto modo se lo tenía merecido. Dan dudaba de que al mismo Tyr se le hubiese ocurrido un castigo más apropiado para un hombre que había jugado con los sentimientos de una muchacha que sufrir las iras de una mujer desdeñada. ¿Quién era él, humilde mortal, para interferir en los designios divinos?
Justo entonces, Myrna descargó otro contundente porrazo, blandiendo el atizador hacia arriba con ambas manos; era un golpe digno de un campeón de polo. El hurgón dio de lleno a Regnet bajo el mentón, y su cabeza se inclinó dolorosamente hacia atrás.
Cayó y rodó sobre sí mismo para esquivar otro feroz ataque del atizador, que golpeó el suelo.
El mayordomo halfling corrió hacia la mujer y le agarró un brazo, pero Myrna le propinó un codazo en la cara. Munson retrocedió, tambaleándose, y se llevó la mano a un ojo que ya se le empezaba a hinchar y oscurecer.
—Haz algo —imploró Regnet a su amigo.
Danilo se ablandó y rápidamente ejecutó los pases de un ensalmo; un hechizo menor para calentar el metal. La punta del atizador que sostenía Myrna comenzó a ponerse al rojo, y el calor se desplazó por el mango hacia los nudillos de la mujer, que estaban blancos por la fuerza con la que lo asía. Sin prestar atención, Myrna persiguió a su presa, que retrocedía tan rápidamente como le era posible, caminando hacia atrás como un cangrejo. Pero llegó un momento en que todo el atizador resplandecía.
Emitiendo un gañido de dolor, Myrna soltó el arma, que cayó sobre la alfombra y comenzó a quemarla.
Los momentos que siguieron fueron un auténtico caos. Munson corrió a apagar el fuego con el primer líquido que encontró a mano, y que por desgracia resultó ser el botellón de zzar que había servido a su amo. El potente licor avivó las llamas.
Rápidamente, el halfling agarró una trucha disecada colocada sobre un pedestal para apagar a golpes el fuego.
Por fin, todo quedó en una relativa calma, excepto por Myrna, que parecía dispuesta a comenzar el segundo asalto.
—¡Cómo has sido capaz de enredarte con esa mujerzuela! —exclamó.
—Cuidado con lo que dices —le advirtió Danilo.
—No me refería a la camarera —repuso Myrna, fulminándolo con la mirada—. Eso fue un lío sin la menor importancia. ¡Pero Galinda Raventree! ¿Cómo te atreves a insultarme de esta manera?
Myrna se recogió la falda y salió hecha una furia. En el umbral, giró sobre sí misma para lanzar la última andanada.
—Lo lamentarás. Y tú también, Danilo.
Inmediatamente se marchó seguida de forma sigilosa por el halfling, de pronto menos preocupado por la ira de la visitante que por la que le esperaba por parte del patrón.
Sin embargo, Regnet no pensaba en increpar a su mayordomo. Suspiró con una mezcla de alivio y consternación mientras se levantaba.
—Lo siento, Dan. No sé qué consecuencias puede tener esto. Myrna puede llegar a ser muy rencorosa.
A Danilo no le preocupaba en lo más mínimo y así lo dijo. Después de todo, ¿qué papel podría haber desempeñado esa chismosa en la muerte de Lilly? Myrna era una mujer necia y superficial. Aunque se dejaba sobornar por nada, le faltaba la fuerza de voluntad y la determinación para causar ningún daño real. Dan no lamentaba haber hablado con Regnet, pues si bien no había arrojado ninguna luz sobre el asesinato de Lilly, al menos había quedado claro que su amigo no había tenido nada que ver.
No obstante, mientras salía se le ocurrió preguntarse cómo Myrna sabía que Lilly era camarera. Él jamás se había referido a su hermana en tales términos. Era evidente, pues, que Myrna estaba al corriente de la aventura de Regnet con Lilly, tal como lo demostraba el hecho de que no había reaccionado con enojo ni con sorpresa.
Danilo decidió cortar camino por la propiedad de Regnet. Era un agradable paseo, sombreado por grandes olmos y flanqueado por un seto de lavanda, que en esa época del año aparecía demasiado alto y enflaquecido, aunque seguía tan fragante como siempre.
Era un buen lugar para pensar, y Danilo tenía mucho sobre lo que reflexionar.
En su mente, trataba de hallar una explicación a por qué Myrna no se había mostrado furiosa por la relación de Regnet —a quien tenía en el punto de mira— con Lilly.
¿Era porque Lilly no era más que una moza de taberna y, en palabras de la misma Myrna, «un lío sin importancia»? La mayor parte de la nobleza de Aguas Profundas perdonaba fácilmente las flaquezas y los escarceos tan comunes entre los de su clase. A juzgar por la exhibición de la noble dama, Danilo la creía perfectamente capaz de ordenar la muerte de una rival, especialmente si se trataba de una persona que no pertenecía a su misma clase social.
Seguía pensando en ello cuando, de repente, alguien salido de la nada le propinó un golpe que lo lanzó trastabillando contra el fragante seto.