Danilo no supo cuánto tiempo pasó al lado de su hermana. Estaba sumido en una bruma en la que el tiempo no tenía sentido. Vagamente fue consciente de que Arilyn explicaba la situación al semiogro con su voz suave y musical. Hamish, el semiogro, parecía haberse erigido en guardaespaldas de Lilly.
—Lo sabía —dijo el guardia de la taberna con una voz sospechosamente ronca—. Era una chica excelente; demasiado buena para haber salido del arroyo. Qué lástima que no la sacarais de aquí antes.
Danilo se levantó para enfrentarse a la acusadora mirada del semiogro.
—Eso no pienso discutirlo. Permíteme que haga por ella lo poco que puede hacerse ya. Te agradecería, si es posible, que me prestaras los servicios de algún criado.
Pienso llevarla a su hogar —declaró con firmeza—, pero no tal como está ahora.
El semiogro hizo un gesto de asentimiento y gritó a alguien llamado Peg. Una muchacha delgada y de ojos oscuros se deslizó en el interior de la alcoba y comenzó a ocuparse de Lilly mostrando un cariño fraternal. Otros empleados de la taberna partieron para hacer diversos recados; todos ellos rechazaron el dinero que les ofrecía Danilo mientras reunían sus últimos regalos para su amiga fallecida.
Arilyn lo tomó por el brazo y lo condujo abajo, a la taberna. Con un gesto, Danilo rechazó la botella que el semiogro —el cual parecía ser al mismo tiempo el guardián y el propietario del establecimiento— mandó a su mesa. Ya era bastante difícil sobreponerse a la oscura bruma de dolor y pesar estando lúcido y alerta.
Su anfitrión no tenía tantas reservas. Sentado a una mesa llena de jarras vacías, el impresionante tabernero observaba con aire taciturno los posos de la última copa. Tenía el aspecto de alguien que sólo tuviera una luz y se le hubiera apagado.
Finalmente, Peg bajó y les pidió que la acompañaran. Lilly yacía en paz, ataviada con un sencillo vestido blanco que le había prestado otra de las chicas.
—Necesitamos un pañuelo, o tal vez flores —dijo la chica en un tono de voz apagado y aturdido, mirando las heridas en el cuello de Lilly.
Peg agradeció con una silenciosa inclinación de cabeza las monedas de plata que Danilo le depositó en la palma de la mano, tras lo cual salió de la alcoba con un infinito cansancio.
—La anchura y el espacio entre las garras indican que fueron tren —declaró Arilyn suavemente, señalando con la cabeza las cuatro marcas de zarpas.
La pregunta no formulada se cernía pesadamente en el aire. Ni uno ni otra tenía ganas de expresarla con palabras ni de considerar qué había impedido a los asesinos reptiles devorar a su víctima, como tenían por costumbre.
—Un mago de noble cuna, un elfo canalla, una semielfa y ahora Lilly. No comprendo qué tienen en común —murmuró Danilo.
Arilyn le mostró una pequeña esfera luminosa.
—La encontré en la alcoba de Lilly. Si fue ella quien vendió la kiira, el dinero que obtuvo por ella voló hace tiempo.
Rápidamente, Dan tomó la esfera de sueños y se la guardó en la bota.
—Será mejor que esto lo mantengamos en secreto. Descubriré al culpable, pero el zorro es más cauteloso cuando sabe que el sabueso ha encontrado el rastro. ¿Encontraste alguna otra pista?
La semielfa vaciló.
—Un pedazo de pergamino. Una especie de nota, supongo, aunque tan empapada que es imposible extenderla y mucho menos leerla. Seguramente, Lilly la cogió en el último instante y la emborronó con su propia sangre.
—¿Qué secreto quería proteger? —murmuró Danilo mientras contemplaba la faz sin vida de su hermana—. ¿Quién fue el destinatario de sus últimos pensamientos?
El semiogro apareció en la puerta.
—Todo está listo —anunció ásperamente.
Rechazó todas las ofertas de ayuda y llevó en brazos a Lilly hasta el carruaje que esperaba.
El vehículo —cerrado y con una plataforma— avanzó a paso moroso hacia la mansión Thann. Danilo y Arilyn se aseguraron de que quedara estacionado en la cochera y, a continuación, se encaminaron hacia la mansión. El señor y la señora de la casa ya habían sido informados de su llegada. Cassandra los esperaba a la puerta, pálida de ira.
—¿Cómo te atreves a traer este escandaloso asunto a mi puerta?
Sin hacerle caso —seguramente era la primera vez que alguien le hacía tal desaire—, Danilo miró por encima del hombro de su madre para dirigirse a su padre.
—Padre, Lilly estaba en peligro. Sin duda, lo sabías y, no obstante, me lo presentaste como si tan sólo se tratase de un asunto molesto. Ahora Lilly está muerta; tu hija, mi hermana. Lamento el dolor que esto te pueda causar, madre —dijo a Cassandra—, pero se trata de algo que debería haber salido a la luz mucho tiempo atrás.
Antes de que la dama tuviera tiempo para responder, el mayordomo de la familia irrumpió como un espantapájaros arrastrado por un vendaval. Arilyn jamás lo había visto con un aspecto tan desastrado: la camisa por fuera; el fajín y el emblema que proclamaban su posición, torcidos, y la rala cabellera rubio rojiza de punta, como tallos de paja. Asimismo, debido a una leve hinchazón en el labio superior, esbozaba lo que en cualquier otro hubiese parecido una sonrisa irónica y ladina.
—Lord Gundwynd desea ser recibido, señora —anunció con rígida dignidad y arrastrando las palabras.
—Ahora no, Yartsworth —replicaron todos los presentes en extraña y perfecta unanimidad.
—Se muestra muy insistente —señaló el mayordomo, tocándose con cautela el labio hinchado.
Cassandra se fijó en ese detalle y su indignación aumentó varios grados.
—Hazlo pasar —ordenó.
Un hombrecillo gris entró en tromba en el salón. Antes de poder decir ni media palabra, lady Cassandra se lanzó sobre él como un halcón cazador.
—¡Esto es totalmente inaceptable, Gundwynd! A tus servidores tratadlos como gustéis, pero no oséis maltratar a nadie que esté a mi servicio.
Lord Gundwynd retrocedió un paso; había perdido mucho fuelle, aunque enseguida volvió a mostrar la misma actitud batalladora.
—Supongo que ya estaréis enterada de mi desgracia, como toda la ciudad —dijo fríamente.
—Los Thann también hemos sufrido pérdidas.
—¡Si las pérdidas se limitaran a la emboscada! —estalló el noble—. Todos los elfos que tenía a mi servicio se han despedido. ¿Sabéis lo que cuesta encontrar jinetes para monturas voladoras? Y por si eso fuera poco, todos los elfos de la ciudad y también de fuera de ella han amenazado con negarse a utilizar ningún medio de transporte Gundwynd, ni a comprar ni vender las mercancías que promueva mi familia. Gracias a los dioses, los elfos no son muy numerosos. ¡Pero este escándalo podría ser mi ruina!
—Cuánto lo siento —dijo Danilo en un tono monótono y mucha ironía.
Arilyn reparó en que el joven bardo daba un paso hacia ella silenciosamente, tal vez de manera involuntaria y espontánea, declarando sus lealtades.
El lord se le encaró.
—¡Más lo vas a sentir! No me extrañaría nada saber que tienes algo que ver en todo este asunto, y también ese elfo del que tan amigo eres. Por no hablar de ésta de aquí —dijo mirando coléricamente a Arilyn—. Bueno, la verdad saldrá a la luz. ¡Pienso llevar a juicio a los Thann y los Ilzimmer para que los Señores aclaren lo ocurrido!
Un largo silencio siguió a esas palabras. Lord Rhammas palideció tanto que Danilo temió que fuese a desmayarse.
Cassandra se aproximó a su marido como si creyera que su proximidad le daría ánimos.
—No son más que amenazas vanas, Gundwynd. Tenéis demasiado a perder si emprendéis esa acción.
—¡Mi familia se enfrenta a la deshonra! Si las cosas llegan a ese extremo, no me importará a quién arrastre en la caída. Pienso descubrir al responsable; tenedlo muy en cuenta.
Danilo comenzó a discernir una pauta. Según Bronwyn, las esferas de sueños habían salido de la tienda de Mizzen el mismo día en el que la caravana de Gundwynd había regresado a Aguas Profundas. La antigua arpista le había comunicado el mal funcionamiento de su bolsa de envíos, lo cual había provocado que el pequeño orbe de cristal permaneciera dentro de la bolsa mágica. Lilly, que había vendido un rubí robado de la caravana, poseía una esfera de sueños al morir. A Danilo le pareció evidente que la muerte de su hermana estaba estrechamente relacionada con esa serie de acontecimientos. Sin pensar en las posibles consecuencias, Danilo se sacó la esfera de sueños que había escondido en la bota y que Arilyn había hallado en la alcoba de Lilly.
—¿Había algunas de éstas entre las mercancías robadas?
El rostro de lord Gundwynd se tiñó de un intenso morado, y sus ojos buscaron con expresión culpable a Cassandra, la cual se había puesto en guardia de repente. Después de emitir unos cuantos resoplidos y murmullos, admitió que sí.
—Teníamos un trato —afirmó la dama con frialdad—. ¡Ninguno de nosotros apoyaría la venta de esas baratijas!
—La entrega se preparó mucho antes de que acordásemos no vender. Era un asunto entre Mizzen Doar y Oth Eltorchul. Arreglad cuentas con cualquiera de ellos. —Contempló con ojos entrecerrados la esfera que Danilo sostenía en la mano—. ¿De dónde la has sacado?
—De un callejón detrás del bazar —mintió Danilo sin pensar—. Quienes asaltaron la caravana conocen bien su oficio, pues la mercancía ya está en la calle.
El mercader lanzó un resoplido de incredulidad.
—¡Lo sabía! —estalló—. Sabía que la familia Thann estaba detrás de todo esto; estáis compinchados con el lord elfo. ¡Ya veo cómo habéis respetado el acuerdo, señora! Os llevaré a todos a la ruina antes de que esto acabe. —Hendió el aire con la mano en un gesto de carácter definitivo, o de posible ejecución; giró sobre sus talones y se marchó.
Cassandra inspiró profundamente para calmarse antes de interpelar a su hijo.
—Danilo, te pregunto lo mismo que lord Gundwynd: ¿de dónde has sacado esa cosa infernal?
—La tenía Lilly. A la luz de la muerte de Oth, es razonable suponer que las esferas de sueños han desempeñado un papel en el asesinato de Lilly.
La dama palideció.
—¡Por todos los dioses! ¿Tienes idea de lo que acabas de hacer?
—Sé que tenía una hermana que estaba en peligro y necesitaba mi ayuda. Y sé que le fallé. Ahora está muerta, y pienso descubrir por qué.
—No me vengas con sensiblerías. —La airada mirada azul de Cassandra se posó en la atenta semielfa—. ¿No le puedes instilar un poco de sentido común?
Arilyn simplemente se encogió de hombros.
—Deja que te exponga la situación —comenzó a explicar Cassandra, exasperada—. Muchas caravanas son atacadas. Los piratas y bandidos son los riesgos del comercio. El robo de la caravana fue inusual, pero podríamos haberlo aclarado discretamente nosotros mismos. No sé por qué razón los rumores se están convirtiendo en un juego de adivinanzas de salón, en el que todos los implicados son sospechosos. Al enseñarle esa…, esa cosa a Gundwynd mientras estaba despotricando sobre la emboscada has dado alas a sus suposiciones. ¿A qué conclusión crees que llegará cuando sepa qué has traído a la mansión familiar? ¿Acaso crees que no podría juntar las piezas? ¡Con tus acciones has hecho que parezca que la pequeña bastarda de Rhammas participó en el robo!
—No era ésa mi intención, ni mucho menos.
—Las intenciones no cuentan, pero las impresiones sí, y mucho. Es muy posible que todo esto ponga a la familia Thann en una posición insostenible. Una vez que este nuevo escándalo salga a la luz, y saldrá porque tú mismo te has ocupado de que así sea, todos creerán que la chica actuó con la complicidad de los legítimos Thann.
—¿Cómo podría alguien con dos dedos de frente sacar esa conclusión? —protestó lord Rhammas—. ¡Ni siquiera sabía de la existencia de la muchacha hasta después del ataque! Por lo poco que la conocí, me atrevo a afirmar que ella no tuvo nada que ver en tal sórdido asunto.
—¡Oh!, estoy segura de que todo el mundo en Aguas Profundas aceptará tu palabra como si se tratara del mismísimo Ao —replicó la dama, enojada, mirando alternativamente a su marido y a su hijo—. ¡No sois más que un par de chiquillos que se han dejado encandilar por una indigna mujerzuela!
—Es un comentario muy cruel, incluso viniendo de ti —repuso Danilo con igual calor.
—Piensa lo que quieras, pero obedéceme en esto. El asunto ha muerto junto con la chica. Tú y Arilyn ya habéis causado más problemas de los que podríais solucionar con sortilegios, dinero, espada o magia.
Danilo se quedó mirando a su madre un largo instante.
—Perdóname, madre, pero debo señalar que tus palabras pueden interpretarse como una amenaza.
La dama esbozó una delgada sonrisa, tan afilada como una daga.
—¿De veras? Me alegra oírtelo decir, porque demuestra que no eres tan estúpido como indica tu conducta de hoy.
—Pero…
—Ya basta —ordenó la dama fríamente. De repente cambió de táctica—. ¿Te gustaría que reconociésemos a la chica como parte de la familia y fuese enterrada en la tumba de los Thann?
Esa inesperada concesión aplacó hasta cierto punto la furia de Danilo.
—Gracias, aunque sinceramente debo decir que el asunto no acabará aquí.
—Tal vez no —murmuró Cassandra—, pero haremos todo lo posible.
Arilyn partió directamente desde la villa Thann, dejando a Danilo que batallara solo con lady Cassandra sobre los detalles del funeral de Lilly. La semielfa siguió el rastro de Isabeau hasta la granja del pomar, y los granjeros le confirmaron la historia que Héctor había relatado a Danilo.
Isabeau había partido poco después de que sus salvadores la depositaran sana y salva en la finca, aunque tuvo tiempo para insultar a los campesinos que habían arriesgado su vida y su seguridad para dar cobijo a esa protegida de los arpistas.
Mientras seguía el rastro del caballo de Isabeau, Arilyn se preguntaba cuál debía de ser su destino y qué tipo de recepción esperaba.
Todo indicaba que las ambiciones de Isabeau subían más rápidamente que las faldas de una cortesana. Pocas lunas atrás, cuando la encontraron en el camino al norte de Puerta de Baldur, tuvo suficiente con abandonar el remoto asentamiento de gnomos en el que había vivido siempre. A la joven le encantó Aguas Profundas y se mostró más que agradecida con la modesta fortuna que le aguardaba en la ciudad, que en su mayor parte era legado de su madre, que había sido obligada a abandonar la ciudad sin darle tiempo a liquidar sus posesiones. Pero Isabeau ya no se contentaba con haber pasado de moza de taberna a ser una dama de alcurnia y de posibles; había progresado del robo al asesinato.
Arilyn estaba firmemente convencida de ello pese a las circunstancias que habían concurrido en la muerte de Oth. Tanto si Isabeau era responsable o no del asesinato del mago, había abandonado a Lilly a su destino y, a ojos de Arilyn, eso hacía a Isabeau tan culpable como si hubiese degollado ella misma a Lilly.
No era mucho más compasiva con los animales que dependían de ella; Isabeau había impuesto al caballo prestado un ritmo frenético, sin pensar ni por un segundo en la seguridad del corcel. La noche anterior la luna había sido llena, y los siete relucientes fragmentos que seguían la trayectoria del orbe plateado por el firmamento brillaban tanto como fuegos fatuos. Pero por luminosa que fuese la noche —o para el caso, el día—, no justificaba que se obligara a cabalgar a un caballo por un terreno tan escarpado.
Mientras seguía el rastro, el camino se fue haciendo cada vez más ancho, y el bosque dio paso a tierras de labranza. Arilyn pasó junto a un puñado de pulcras casitas, atravesó un campo de árboles frutales cargados con frutos tardíos y llegó a la verja de una imponente finca.
Ignoraba quién era el propietario de esas tierras. Muchos de los nobles comerciantes de Aguas Profundas poseían granjas, establos o casas solariegas en las tierras del norte. Una cosa era cierta: el dueño de todo eso albergaba oscuras fantasías.
La finca y el muro que la rodeaba habían sido erigidos con piedra gris, un fantasmagórico color que parecía fundirse con la neblina del cercano crepúsculo. Las gárgolas, en su mayor parte gatos alados con una expresión de burla vampírica, vigilaban desde la muralla y las torres. Arilyn no se molestó en detenerse en la torre de entrada para solicitar ser admitida, aunque los guardias parecían más interesados en una partida de dados que en vigilar. Cuando un grupo de campesinos se aproximó a la puerta de entrada empujando un carro cargado con productos de finales de verano, Arilyn ocultó el caballo en las sombras del huerto de árboles frutales y sacó una cuerda muy larga y delgada de la silla.
Bordeó con sigilo el muro posterior y arrojó la cuerda. El primer intento quedó corto, pero al segundo logró engancharla a una de las gárgolas. Después de darle un fuerte tirón para asegurarse de que aguantaría, escaló rápidamente el muro. Usando un olmo de gran envergadura para ocultarse, desenrolló la cuerda por el otro lado del muro y se deslizó hasta el suelo.
Aprovechando que los cocineros de la finca regateaban con los campesinos por el precio de las zanahorias y los repollos, y que los guardias tenían toda su atención puesta en la escena, Arilyn se introdujo en el edificio por la puerta de la cocina para esperar el anochecer. Resultó una decisión afortunada porque los pesados tapices y cortinas colocados para impedir el paso del frío eran asimismo escondites estupendos.
Cuando todo se quedó a oscuras y en silencio, Arilyn salió a los pasillos. Nadie le cortó el paso, pues los sirvientes se tomaban sus responsabilidades con una laxitud típica de quienes trabajan bajo la férula de un tirano ausente. La semielfa iba entrando en todos los dormitorios para comprobar quién los ocupaba. Casi todos ellos estaban vacíos, pues la familia noble no se encontraba en esos momentos en la finca.
Asimismo, las puertas estaban abiertas. En el fondo de un pasillo muy largo, cerca de un balcón que daba al jardín, encontró una puerta cerrada. Arilyn accionó la manija, pero estaba cerrada con llave. Lo que hizo fue sacar una delgada hoja de papel de la mochila, deslizarla por debajo de la puerta y, a continuación, insertar en la cerradura una ganzúa para que la llave cayera sobre el papel. Lamentablemente, la llave no estaba en la cerradura. Forzar la puerta le llevaría unos minutos más. Sin embargo, sus dedos no habían perdido la habilidad, y la puerta no se le resistió. Cautelosamente, la abrió.
La luz de la luna entraba a raudales por una ventana redonda situada muy alta en una pared e iluminaba a una mujer dormida, así como a sus abundantes rizos oscuros desparramados sobre la almohada. Sin duda, se trataba de Isabeau Thione. Antes de despertarla, Arilyn examinó brevemente el dormitorio.
Era una estancia suntuosa pero macabra. El lecho, enorme, estaba tapado por un pesado cobertor de terciopelo rojo sangre. Las colgaduras de la cama y las cortinas habían sido confeccionadas con una tela similar. En el rincón montaba guardia una estatua de un hombre con cabeza de gato, y más gárgolas con forma de gatos alados la contemplaban con aire burlón encaramadas en altas columnas y repisas distribuidas por toda la habitación. Excepto por la durmiente Isabeau, el único signo de vida era un gato gris atigrado acurrucado a los pies de la cama. El felino alzó la cabeza y observó a Arilyn con mirada soñolienta, bostezó exageradamente y volvió a quedarse dormido.
Rápidamente, la semielfa inspeccionó el dormitorio en busca de puertas secretas, pero no halló ninguna. Al apartar una de las cortinas de terciopelo, descubrió un balcón.
Ató una cuerda a la baranda por si acaso tenía que huir precipitadamente, y entonces se volvió hacia su presa.
Arilyn saltó sobre el lecho, agarró a Isabeau por las muñecas y la inmovilizó levantándole los brazos por encima de la cabeza. El gato atigrado maulló y desapareció bajo la cama. Isabeau se despertó con un sobresaltado y muy poco elegante ronquido.
—Si gritas, te rompo los dedos —le amenazó Arilyn en voz baja.
Era una amenaza convincente, pues para un ladrón sus manos son la herramienta más valiosa; era como si un bailarín perdiera las piernas o un artista la vista.
Isabeau se quedó muy quieta.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —preguntó.
—Yo iba a preguntarte lo mismo. —Arilyn echó un rápido vistazo a la habitación—. ¿Dónde estamos? Hay más gatos que en Cormyr.
—Ésta es la hacienda de los Eltorchul —respondió Isabeau con altanería—. He sido invitada.
—¿Por quién?
—Por lord Oth, naturalmente. Él y yo somos… íntimos amigos.
Arilyn analizó la veracidad de esa jactanciosa declaración. Obviamente, Oth no la había invitado, aunque ¿acaso tal mentira encubría algo mucho peor? La semielfa decidió emplearse a fondo, pues por experiencia sabía que la gente solía enredarse en sus propias mentiras al tratar de explicar y justificar sus afirmaciones.
—Mientes —acusó a Isabeau.
Pero la otra no mordió el anzuelo.
—Tendrás que concretar un poco más.
—De acuerdo. ¿Qué te parece esto?: lord Oth está muerto —declaró Arilyn en tono rotundo.
En los ojos de Isabeau, apareció una mirada de pánico.
—Deja que me levante y te diré todo lo que sé —pidió con voz apagada.
Arilyn accedió, se levantó y se quedó de pie junto al lecho con los brazos cruzados. La antigua camarera se incorporó y se apartó la densa melena de un rostro súbitamente pálido.
—¿Estás segura de que ha muerto? ¿Quién lo mató? —inquirió.
A Arilyn le pareció muy interesante que Isabeau hubiese dado por supuesto que había sido un asesinato.
—¿Cómo sabes que su muerte no fue debida a una enfermedad o un accidente?
Isabeau desechó ambas posibilidades con un leve sonido de desdén.
—Por lo que sé de él, diría que es un milagro que viviera tanto tiempo.
—No obstante, te has alterado al enterarte de su muerte.
—¡Naturalmente! Lord Oth era un hombre acaudalado y poderoso. Podría haberme sido muy útil. ¿Ves esto? —Isabeau blandió una mano con los dedos extendidos para exhibir el anillo rosa y dorado que llevaba en el dedo corazón—. Él me lo regaló, y me dijo que siempre que quisiera alojarme en una de sus propiedades, sólo tenía que mostrarlo a la servidumbre.
—Has elegido un momento muy interesante para hacer uso de él. La mujer a la que sustituyes está muerta —dijo con frialdad.
Isabeau ni siquiera pestañeó.
—¿Y qué? El distrito de los muelles es un barrio peligroso.
—Especialmente si resulta que acechan tren.
—¿Tren? —La mujer alzó un hombro cubierto por seda—. No comprendo la palabra.
Arilyn tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para contenerse.
—¿Qué relación tenías con Lilly? —preguntó.
—¿Con quién? —Su tono de voz aburrido y burlón contrastaba con su desafiante mirada.
Arilyn vio que tenía dos posibilidades: seguir ese juego con normas que Isabeau comprendiera, o permitir que la mujer le tomara el pelo.
Optó por propinarle un bofetón con el dorso de la mano en su rostro hermoso y despectivo, y levantarla agarrándola por el pelo.
—Vamos a intentarlo otra vez —dijo en un tono de voz frío y amenazante.
Isabeau la observó de repente con algo más de respeto y le apartó las manos del pelo.
—Supongo que te refieres a la camarera pelirroja. Sí, ocupé su lugar. Oí a un hombre y una mujer que hablaban de sacar a una joven sana y salva de la ciudad. ¿Por qué tenía que ser ella y no yo? Aproveché la oportunidad del mismo modo que un hombre que se está ahogando se agarra de una cuerda. ¿Acaso lo culparías por intentar salvarse y le exigirías que muriese pensando que tal vez haya otro que se lo merece más?
Arilyn se cruzó de brazos.
—¿Te estabas ahogando? ¿En qué cloaca?
—He huido del elfo —respondió Isabeau, muy digna—. Ya sabes de quién hablo.
Me perseguía.
La semielfa procuró mantener una cara inexpresiva mientras reflexionaba sobre lo que acababa de oír. Tenía que admitir que la historia de Isabeau era verosímil. Meses atrás Elaith había prometido a Danilo que no mataría a Isabeau. Quizás el elfo bribón creyó que había llegado el momento de romper su promesa. Si realmente perseguía a Isabeau, era probable que fuera el responsable de la muerte de Lilly. Con todas las armas que poseía, no le costaría mucho imitar el dibujo de unas garras de tren. Desde luego, tenía conocimiento de primera mano.
Entonces, la asaltó una idea más sombría: tal vez los asesinos tren con los que se había topado en la mansión Thann no pretendían tender una emboscada, sino que acudían a una cita. Errya Eltorchul había declarado que su hermano había hecho negocios con Elaith. Quizás esos negocios habían salido mal, y el elfo había querido matar a Oth. Una vez que Elaith fue descubierto con los tren, era posible que matara a alguno de ellos para no delatarse.
Mientras lo pensaba, Arilyn reconoció que se trataba de un razonamiento con muy poco apoyo real. Para empezar, con ese comportamiento Elaith se exponía a la futura venganza tren y, además, entre el elfo y cinco tren la habrían vencido fácilmente, y no habría quedado nadie para explicar lo ocurrido. No obstante, tal como había dicho a lady Cassandra, nunca había oído que Elaith matara a alguien de sangre elfa.
Centró toda su atención en la vigilante Isabeau. Sus palabras podían ser en parte verdad, pero Arilyn no confiaba en ella, ni tampoco creía que estuviera «por casualidad» en la taberna en la que trabajaba Lilly. Arilyn sabía qué podría haber llevado a Elaith hasta la puerta de Lilly y no le costaba ningún trabajo imaginar que Isabeau tuviera algo que ver con la adquisición de ese objeto.
—Como tú misma has dicho, el distrito de los muelles es un barrio peligroso —dijo Arilyn como si aceptara el argumento de la otra—. Recientemente, Lilly vendió un rubí de gran tamaño a un perista, por lo que era probable que tuviera dinero contante y sonante.
—¡Maldita tramposa! —exclamó Isabeau, golpeando el lecho con los puños y con mirada de furia.
Enseguida se dio cuenta de su error; la semielfa le había tendido una trampa para hacer que hablara, y ella había caído. Esbozó una mueca de furia vengativa y maligna que la afeaba. Arilyn contuvo la respiración y tuvo que luchar contra el impulso de dar un paso atrás.
La última ocasión en la que había retrocedido había sido en un enfrentamiento casual con una pantera herida, y había sido más un movimiento táctico que fruto del miedo. Pese a ello se daba cuenta de que se enfrentaba a una mujer realmente peligrosa.
Justo entonces, Isabeau saltó de la cama con la agilidad de un gato. Su blanco no era Arilyn, sino la estatua de cabeza felina que empujó con toda su fuerza para que cayera encima de la semielfa.
Instintivamente, Arilyn se agachó, pero la estatua nunca llegó a caer. Una mano de piedra salió disparada para apoyarse contra la pared y no perder el equilibrio. Los ojos pintados adquirieron profundidad y, a continuación, un luminoso resplandor.
Evidentemente, era algo también inesperado para Isabeau. La muchacha se retrepó en el lecho con la espalda pegada a la cabecera y los ojos desorbitados.
El hombre gato se abalanzó hacia Arilyn. Esbozaba una sonrisa letal, que dejaba al descubierto unos colmillos del color del alabastro. La semielfa se zambulló directamente hacia él, rodó sobre sí misma mientras el hombre gato le saltaba por encima y volvió a rodar de nuevo para poner más distancia entre ella y el guardián mágico.
Inmediatamente, se levantó y desenvainó la espada, aunque no sabía si iba a servirle de mucho, pues el gato, pese a su velocidad y agilidad, era de piedra.
Paró con la hoja de luna un zarpazo, y saltaron chispas al chocar la piedra contra el acero. Con la otra mano, el gato asió la hoja de acero y se la arrebató a Arilyn. Arrojó el arma al otro extremo de la habitación y con la otra zarpa golpeó a la semielfa.
Aunque no llegó a tiempo de esquivar del todo el golpe, rodó con él a fin de minimizar la fuerza. Cuando se puso de pie, estaba dolorida y magullada, aunque sin heridas de importancia. El gato de piedra no había sacado las uñas. La estatua estaba jugando con ella. Una vez que sacara esas uñas de alabastro, Arilyn podía darse por muerta.
Actuando por impulso, se abalanzó sobre Isabeau y le arrebató el anillo con el sello; luego, lo blandió ante la criatura y le ordenó que se detuviera.
Durante un segundo, que se le hizo eterno, el guardián mágico la estudió con su inescrutable mirada felina. Arilyn era consciente de que se la jugaba y que, si no funcionaba, todo habría acabado.
Pero el gato dio media vuelta y regresó a su puesto. Allí asumió una pose regia, y la luz de sus ojos se extinguió. Arilyn hundió los hombros, profundamente aliviada.
—Esto aún no ha acabado —declaró Isabeau, cuyos oscuros ojos relucían con satisfacción.
La semielfa oyó en el pasillo las voces y los pasos apresurados de los criados.
Enseguida comenzaron a aporrear la puerta.
Debía de tratarse de otro mecanismo que desencadenaba ataques, pues las gárgolas aladas empezaron a moverse. Arilyn se zambulló para recuperar su espada y, al levantarse, se agazapó, lista para la batalla. A diferencia de su primer atacante, las gárgolas solamente parecían de piedra, pero, en realidad, se trataba de criaturas vivas, y todo lo que vivía también moría.
Giró para eludir un ataque y asestó un revés. La hoja de luna atravesó el ala semejante a la de un murciélago. La criatura se desplomó sobre la cama, rompió el cutí del colchón y lanzó al aire plumas del relleno.
Isabeau avanzó hacia la ventana con la intención evidente de escapar por la vía de acceso que había preparado Arilyn.
—Esta vez, no —murmuró la semielfa.
Se abalanzó hacia Isabeau, la cogió del camisón y la mandó de vuelta a la habitación. Seguidamente, tomó posiciones frente a la ventana para impedirle escapar.
A esas alturas, la servidumbre de la finca ya estaba alerta. Un ariete improvisado golpeaba la puerta. A cada resonante golpazo, las planchas de madera se combaban hacia dentro.
De pie frente a la ventana, Arilyn lanzó una mirada de advertencia a Isabeau.
—Esto no acaba aquí —declaró.
—Yo diría que sí.
Isabeau hizo un gesto hacia la puerta. La barra comenzaba a astillarse.
La semielfa salvó la baranda del balcón y descendió deslizándose por la cuerda.
Por mucho que le pesara, no le quedaba más remedio que retirarse. Aunque Isabeau no podría acusarla formalmente, si los criados de Eltorchul la atrapaban en el interior de la propiedad, Isabeau ya no necesitaría ni hablar. El castigo por la violación de la propiedad de un noble era bastante severo.
Después de atravesar el jardín a todo correr, cogió la cuerda que había escondido detrás del olmo. Rápidamente, trepó por el muro y regresó al campo de árboles frutales.
La yegua la esperaba y fue a su encuentro a medio galope.
Arilyn se sujetó al pomo de la silla y montó de un salto. Hablando al oído de la yegua, la instó a regresar a toda prisa a Aguas Profundas. Ya le ajustaría las cuentas a Isabeau, pero ése no era el momento ni el lugar.
En su mente flotaba una vieja pregunta que no se formulaba desde hacía años: ¿quién creería la palabra de una reputada asesina?
La puerta se hizo añicos, y los pedazos volaron hacia dentro. Media docena de sirvientes entraron tambaleándose. Isabeau se cerró el escote del camisón con una mano y retrocedió, como si la intrusión no fuese tanto un rescate como un atentado a su modestia.
—¿Qué ha ocurrido, señora? ¿Estáis herida?
Una de las doncellas cogió enseguida un cobertor y la cubrió con él.
Isabeau lanzó una trémula sonrisa a su público.
—No, gracias por haber acudido de inmediato. Un hombre entró por la ventana.
Creo que sólo pretendía robarme, pero las estatuas despertaron y lucharon. ¡Ha sido espantoso, espantoso!
La doncella chasqueó la lengua para tranquilizarla.
—Calmaos, señora. Como habéis visto, la magia del amo os protege.
—¡No puedo quedarme aquí después de lo ocurrido! —exclamó Isabeau en tono perplejo—. Ensillad enseguida mi caballo.
—Pero si aún faltan horas para que amanezca —protestó uno de los criados. Sin embargo, vaciló ante la firme mirada de Isabeau y accedió—. Podríamos enviar un guardia con vos.
—Os lo agradecería mucho. ¿Podéis ocuparos de todo mientras yo me visto? —Era una indirecta.
Los criados se retiraron dejando a Isabeau sola y furiosa. Abrió de par en par las puertas del guardarropa y comenzó a arrojar encima de la cama lujosas prendas al mismo tiempo que reflexionaba sobre cuál debía ser su siguiente paso. Sin Oth como protector se hallaba en una situación delicada. Esa espantosa semielfa había sorprendido en ella una reacción que podría relacionarla con el asalto a la caravana aérea.
¡Para lo que le había servido! El tesoro se había perdido. Aunque las mercancías habían sido trasladadas a Puerto Calavera, alguien las había robado antes de que Diloontier pudiera reclamarlas. O al menos, eso afirmaba el perfumista. Isabeau no descartaba que la hubiera engañado.
¿Qué haría? El botín había volado, apenas le quedaba dinero y un par de diligentes sabuesos le seguían la pista. Isabeau sabía por experiencia lo implacables que Arilyn y su apuesto compañero podían llegar a ser cuando emprendían una de sus pequeñas cruzadas. Mascullando, sacó a rastras de debajo de la cama un pequeño arcón de viaje y comenzó a meter en él de mala manera las prendas robadas.
—Te das mucha prisa en llevarte lo que no te pertenece —observó una fría voz masculina a su espalda.
Isabeau ahogó un grito y giró sobre sus talones, llevándose una mano a la garganta. Una figura alta y esbelta, que se ocultaba en las sombras, le sonreía con expresión gélida y divertida.
Tras unos instantes en los que el corazón le golpeó dolorosamente en el pecho, adoptó un ritmo superficial y acelerado. Un extraño mareo se apoderó de ella, y el suelo se inclinó como si se tratara de una alfombra voladora a punto de emprender el vuelo.
Tuvo que agarrarse a las colgaduras del lecho para no caer.
—¡Vos! —exclamó entrecortadamente—. ¡Erais vos quien me perseguía!
—Es evidente que te has llevado una sorpresa mayor de lo que sería razonable —dijo el intruso.
—¿Qué vais a hacer conmigo? —inquirió Isabeau con voz trémula.
La carcajada del hombre fue tan sonora como desdeñosa.
—Por favor. El papel de delicada doncella no te va. No pienso matarte.
—Entonces, ¿qué?
—Sólo avisarte, nada más. Olvida las esferas de sueños. No toleraré más interferencias.
Isabeau trató de distraer la atención de su persona.
—Haga lo que haga, sufriréis interferencias. Dos entrometidos les siguen ya la pista. Los conocéis: Arilyn, la semielfa, y lord Thann.
El hombre recibió la información en silencio y levantó una mano en la que sostenía una pequeña esfera reluciente.
—Si se cruzan en mi camino, morirán. Pero antes averiguaré qué modo de muerte temen más.
Isabeau se permitió la bravuconada de reírse con desdén. Era la forma de recuperar el valor.
—¿Y éste es el tan cacareado concepto de honor de la nobleza?
Con la rapidez de una serpiente que atacara, el hombre quiso golpearle en el rostro con la mano abierta. Pero Isabeau logró girar la cabeza, por lo que el bofetón apenas le rozó la mejilla. El intruso domeñó la cólera con visible esfuerzo.
—No me provoques —amenazó en voz baja, temblando de rabia—. Escúchame bien: no quiero volver a verte, pero es probable que me seas útil. En el sur, se está produciendo un cambio de opinión, por lo que tal vez seas bienvenida en tu patria. Te aconsejo que te dirijas allí lo antes posible.
Hubo un estallido de humo de penetrante olor seguido por un suave zumbido al mismo tiempo que el aire llenaba el vacío dejado por la desaparición de la oscura figura.
La repentina ráfaga de viento hizo ondear el pelo y el camisón de Isabeau en torno a su cuerpo antes de calmarse de pronto.
Isabeau se apartó de la cara un oscuro rizo y se dio cuenta de que las rodillas se le movían como álamos temblones. Se desplomó sobre la cama para reflexionar sobre el nuevo giro de la situación.
Tethyr, el país de sus antepasados. Era una sugerencia digna de tener en cuenta y que encajaba perfectamente con sus nuevas y elevadas ambiciones. No obstante, una cosa era decidir emprender viaje al lejano sur y otra muy distinta que pudiera hacerlo.
No tenía un protector, apenas dinero y escasas perspectivas de conseguir más antes de la llegada del invierno. Lo único que se le ocurría era regresar a Aguas Profundas y recuperar el botín perdido. Una vez que tuviera el tesoro en sus manos, podría regresar a su patria a lo grande.
Sí, estaba decidida. Se puso en pie con resolución y continuó metiendo en el arcón de viaje las prendas propiedad de alguna mujer Eltorchul. Las esferas de sueños serían suyas; ya sabía cómo conseguirlas.
Dejaría que la semielfa y su enamorado localizaran los juguetes mágicos. Ella los seguiría del mismo modo que el chacal del desierto sigue las huellas de una manada de leones. Por lo general, los chacales comen bien.
Para ella no contaba que tantas personas hubiesen muerto debido a esas esferas; algunas, asesinadas por ella misma. Eso no le pasaría a ella. Arilyn y Danilo se llevarían todos los palos y, cuando cayeran, Isabeau sabría qué hacer.
Acabó de empacar sus cosas tarareando una tonada. Los servidores que llevaron sus pertenencias a las cuadras y se las tendieron cuando ella montó comentaron con admiración el coraje y la resistencia de la joven.
—No me pasará nada —les aseguró Isabeau—. Estaré perfectamente.
Danilo sabía que estaba soñando, pero eso no era consuelo. Imágenes inconexas y surrealistas se sucedían sin orden ni concierto en un inquieto duermevela.
Un gatito blanco que jugaba en un patio. La súbita caída de la noche y la aparición de un búho. Danilo trató de intervenir, pero resultó que no podía hablar ni moverse.
Una niña que corría tras una pelota en la calle, ajena al carruaje que iba a atropellarla. Una y otra vez, variaciones del mismo tema.
Sintió en la frente una mano fría. Sumido todavía en la confusión de esas imágenes de pesadilla, Danilo respondió a lo que interpretó como una amenaza agarrando una delgada muñeca y tirando de ella. Fue un alivio poder actuar al fin.
Instintivamente retorció el cuerpo del intruso y lo inmovilizó.
Una voz familiar pronunció su nombre. Despertó de la pesadilla y vio bajo él la cara de Arilyn. La semielfa lo miraba tranquilamente, lo cual aumentó su desconcierto por haber sido pillado tan fuera de sí.
—¿Tan poco valen mis guardias y mis cerrojos que entras como si nada? —preguntó.
—Probablemente, pero Monroe me ha dejado entrar —respondió ella suavemente.
—¡Ah! —Dan se apartó para permitir que se levantara—. Bueno, eso me tranquiliza, creo. —También él se levantó y apoyó ambas manos en la parte baja de la espalda para estirarse tras una noche en la que no había hallado reposo—. ¿Dónde has estado?
—Persiguiendo a Isabeau.
Danilo se detuvo en pleno estiramiento.
—Estará muerta, supongo.
—No.
—Has sido inusualmente tolerante, aunque en este caso no sé si lo apruebo.
—Recibirá lo que merece. Y apostaría que muy pronto —replicó Arilyn en tono convencido.
—¿Qué quiere decir eso?
—Isabeau afirma que ocupó el lugar de Lilly para evitar ser asesinada por Elaith Craulnober. Dan, antes de que niegues la posibilidad, recuerda que seguramente Elaith tiene la Mhaorkiira. Recuerda que tal vez Lilly fue quien la vendió.
Danilo se volvió hacia la ventana. Pronto amanecería, aunque unas nubes oscuras impedían contemplar el ocaso de la luna.
—Elaith fue tras Isabeau una vez y es posible que vuelva a hacerlo. Sin embargo, me niego a creer que Elaith asesinara a Lilly.
—Es una posibilidad.
—Lo sé —admitió Dan con un suspiro y se frotó vigorosamente el rostro con ambas manos, como si pretendiera ver más claramente—. ¡Maldición! Me he encariñado con ese rufián y creía de veras que haría honor a su promesa. No obstante, últimamente he descubierto que debo desconfiar de mi propio juicio sobre quienes me rodean. No sé qué pensar acerca de la muerte de Lilly, pero siento que con mi familia me encuentro en arenas movedizas.
—Y conmigo —añadió Arilyn suavemente.
—No. Tú sólo haces lo que debes.
—El resultado es el mismo: promesas incumplidas. Tienes que saber cómo están las cosas y en quién puedes confiar.
La semielfa se quedó en silencio. Durante largos minutos, pareció alterada, como si librara una batalla invisible.
—Habla con ella —soltó finalmente a bocajarro—. Con Lilly, me refiero. Busca un clérigo que invoque su espíritu. Averigua quién la asesinó y deja de torturarte con eso. Tanto si fue Elaith como otro, lo sabrás y podrás seguir adelante.
El joven bardo se quedó mirándola con perplejidad.
—Pero si los elfos no creéis en eso. Te pusiste como una fiera con la posible resurrección de Oth.
—Admito que no me gusta, sin embargo es un asunto de tradiciones elfas; no, de principios. Ahora mismo tú lo necesitas.
Danilo se sintió conmovido. Arilyn olvidaba sus escrúpulos elfos a fin de que él lograra la paz de espíritu. Dulcemente le acarició una mejilla.
—Gracias —le dijo.
Arilyn se apartó y se dirigió resueltamente hacia la puerta.
—Vamos. Acabemos cuanto antes con esto.
—Tienes razón. Si nos entretenemos, corremos el riesgo de crear otro momento sentimental.
La semielfa le echó una mirada recelosa por encima del hombro, como si creyera que se estaba riendo de ella.
—Más tarde —dijo lacónicamente—. Es una promesa que pienso cumplir.
—En ese caso, yo te prometo que será una conversación muy breve —repuso Dan, tratando de comportarse con su habitual desenfado.
Se dirigieron a la Ciudad de los Muertos: un vasto jardín tapiado donde yacían muchas generaciones de habitantes de Aguas Profundas, desde humildes plebeyos hasta los legendarios héroes de tiempos muy remotos. La Ciudad de los Muertos estaba rodeada por altos muros y custodiada por guardias apostados junto a las verjas de hierro forjado. Su función era doble: evitar que los ladrones de tumbas saquearan los sepulcros e impedir que quienes estaban dentro salieran. En Aguas Profundas los muertos no siempre descansaban en paz.
Por un instante, Danilo lamentó el paso que estaba a punto de dar. Lo mínimo que Lilly merecía era paz y reposo.
—Merece justicia —declaró Arilyn con firmeza.
—¿Desde cuándo me lees los pensamientos? —inquirió Dan en tono socarrón.
—Leo tu cara. Hagamos lo que hemos venido a hacer.
Cabalgaron hasta la verja y ataron los caballos a la barra provista a tal efecto. Los guardias les franquearon la entrada. Arilyn y Danilo pasearon por ese cementerio tan semejante a un jardín, con enormes estatuas y pequeños mausoleos de mármol que transmitían serenidad. Algunos de ellos eran meras fachadas, pues la puerta conducía a otro espacio dimensional.
Danilo se detuvo frente a una estatua de un caballo blanco con un cuervo posado sobre su lomo, preparado para alzar el vuelo. Nunca el símbolo de los Thann le había parecido tan apropiado. Ambos animales formaban parte del viaje: el caballo representaba un compañero en el viaje de la vida, y si la leyenda tenía algo de verdad, el cuervo debía guiar el espíritu hacia el más allá.
—Aquí está Lilly.
Dan señaló con la cabeza el edificio pequeño y bajo que se alzaba justo detrás del emblema familiar.
Arilyn probó de abrir la puerta.
—Está cerrada. ¿Quieres que la fuerce?
—No es necesario.
Danilo colocó una mano sobre la cabeza del cuervo de mármol. El mausoleo de los Thann estaba protegido por la magia, y solamente los miembros de la familia podían entrar. La puerta se abrió silenciosamente hacia una sala que estaba vacía.
El joven tomó una antorcha del soporte situado junto al marco de la puerta, la encendió y se asomó adentro. En las puertas que bordeaban la sala se habían grabado los nombres de quienes reposaban allí. El nombre de Lilly no figuraba, como debería, entre los de sus parientes.
—Esto no es lo que acordamos —masculló—. Quedamos en que Lilly descansaría aquí, en la sala principal, mientras se le preparaba un lugar de reposo permanente. Tal vez lady Cassandra ha dispuesto que la entierren en la zona de los plebeyos o incluso en una fosa común. ¡Si es así, me va a oír!
Buscaron al encargado, un enano de aspecto más bien nervudo que descansaba tumbado en la hierba junto a una tumba en la que ardía una llama eterna. El fuego resultaba muy agradable en esa fría mañana, y el enano disfrutaba plenamente de él.
Estaba tumbado de espaldas, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza y las botas apoyadas encima de una lápida.
Arilyn carraspeó. El enano se puso rápidamente de pie y se sacudió la tierra del fondillo de las polainas. De inmediato, tendió esa misma mano a Danilo.
—Mis condolencias por vuestra pérdida.
De tanto repetir esa misma frase se había convertido en una mera fórmula vacía de significado. Danilo estrechó brevemente la mano del enano.
—Justamente de pérdida se trata, en más de un sentido. No consigo localizar el cuerpo de mi hermana. Debería estar en el mausoleo familiar.
—¡Hmmm! ¿Qué familia es?
Dan respondió. El enano se rascó la barba mientras rumiaba.
—Llegas tarde, muchacho. Esa familia no se anda con contemplaciones con los sirvientes, ¿verdad? La ceremonia se celebró ayer.
Dan y Arilyn intercambiaron una mirada de extrañeza.
—Pero si tenía que ser mañana. ¿Dónde la han enterrado?
—En ningún sitio. El cuerpo ha sido quemado.
El enano lanzó un escupitajo al fuego eterno y admiró el chisporroteo que produjo como si ilustrara su comentario.
—Quiero saber quién es el responsable de este error —exigió Arilyn, totalmente indignada.
—No es ningún error. Cumplimos órdenes.
—¿De veras? ¿Quién de aquí tiene la autoridad para impartir tal orden? —inquirió Danilo fríamente.
—Lo ordenó una mujer que no es de aquí, ¡gracias al todopoderoso Clageddin por ello!
El enano alzó la nariz en un ángulo altanero para imitar su reciente némesis.
Danilo comenzó a tener un mal presentimiento.
—No estarás hablando de lady Cassandra Thann, ¿verdad?
—Ya veo que la conoces.
Involuntariamente, Dan sacudió la cabeza.
—No —dijo en tono asombrado, dándose cuenta de que decía la verdad—. No, me temo que no la conozco en absoluto.