A la mañana siguiente, amaneció un día soleado y apacible. Al oeste de Aguas Profundas, pasada la puerta norte, se extendía una amplia pradera suavemente ondulada y, más allá, un agradable bosque. Era la zona de recreo preferida de la clase privilegiada de la ciudad: un excelente lugar para practicar la equitación y cazar. El aullido de los sabuesos y los excitados gritos de los jinetes azuzándolos indicaban que habían localizado un zorro. El cielo azul se veía salpicado por pequeñas motas revoloteantes que correspondían a halcones cazadores. En la arboleda, sonaba un golpeteo sordo de los batidores, que sacudían los árboles para levantar la caza y ponerla en el camino de los cazadores al acecho.
Pese a todos esos indicios de la cercana presencia de cazadores, ningún grupo humano estropeaba el paisaje inmediato. El aire transportaba el aroma del otoño: el penetrante olor de hojas de roble que se secaban, la esquiva fragancia de las últimas plantas en flor, la dulzura de las manzanas y la sidra que se desprendía de los carros que avanzaban lentamente por la carretera de tierra apisonada hacia los mercados de la ciudad. Elaith Craulnober trató de concentrarse en todas esas cosas agradables para olvidar el desagrado que le inspiraba la mujer que cabalgaba a su lado.
El día era tan espléndido que debería haberle resultado fácil. Montaba su mejor caballo —un plateado— y llevaba un halcón peregrino —sin caperuza y suelto— posado sobre una percha en el pomo de la silla.
Por el contrario, Myrna Cassalanter llevaba un pequeño «halcón de dama», confinado según la costumbre humana y posado sobre un brazal de cuero que cubría la muñeca de la mujer. El elfo tenía que morderse la lengua para no decir nada. Si era capaz de soportar la compañía de esa espantosa mujer, si era capaz de sonreír con afabilidad mientras ella se dedicaba alegremente a arrastrar por el lodo la reputación de los de su misma clase social, entonces, sin duda, también podía cerrar los ojos ante el tratamiento que daba a sus halcones. Después de todo, ¿qué era eso para un elfo cuya oscuridad interior sobrepasaba y dominaba la maldad de la Mhaorkiira?
Por fin, la mujer quitó al halcón la caperuza y lo lanzó al aire. La pequeña ave rapaz batió, agradecida, las alas en busca de caza y de una hora de libertad.
—Hacéis bien en investigar ese asunto —dijo Myrna, volviendo al tema inicial de su conversación—. Corren muchos rumores acerca de lo mal que la familia Gundwynd ha tratado a los elfos que estaban a su servicio. Se dice que lord Gundwynd estaba enterado del ataque y usó a los elfos como carne de cañón.
»Estoy segura de que podríais aprovecharos de la situación —añadió con una desagradable sonrisa—. Muchos elfos que ahora trabajan para los Gundwynd los dejarán y tendrán que buscarse otro empleo. Podríais contratarlos por un salario mucho más bajo del habitual.
Elaith no comentó lo que opinaba de tal consejo.
—Es una información importante —declaró, y ciertamente lo era; de otro modo, no habría lanzado él mismo ese rumor.
—El clan Ilzimmer también está bajo escrutinio —prosiguió Myrna con fruición—. Es otra información que puede seros útil. Las malas lenguas comentan que a Simón Ilzimmer, un mago de poca monta, le gusta visitar a las cortesanas bajo otra forma. La mayor parte de las cortesanas de la ciudad ya no quieren tener tratos con él.
—No veo cómo podría sacar provecho de ello —replicó Elaith secamente—. Y si seguís divulgando tales habladurías, no seréis muy popular.
—¡Al contrario! El apetito por historias como ésa es inmenso.
El elfo no tuvo más remedio que aceptar en su fuero interno que, lamentablemente, Myrna había dado en el clavo al juzgar la naturaleza humana.
—Para pagar la deuda que he contraído con vos, os explicaré una historia similar. —Myrna cabeceó con entusiasmo, por lo que Elaith prosiguió—: Se cuenta que lord Gundwynd está furioso con su hija menor, Belinda Gundwynd, por coquetear con uno de los mozos de cuadra elfos.
Myrna dio una palmada, absolutamente encantada.
—¡Oh, qué historia más jugosa! ¡Belinda Gundwynd, nada menos! Con ese aspecto tan remilgado da la impresión de que ni un collar de hielo se le fundiría en el pecho. Flirtear con un mozo de cuadra ya sería un escándalo, pero si encima es elfo…
No os imagináis hasta qué punto la nobleza de Aguas Profundas odia esa idea.
—Me lo imagino perfectamente —repuso Elaith.
El elfo pensó en los cinco asesinos tren y en la familia noble que los había contratado para matarlos. Pronto se vengaría de ellos y les devolvería el golpe.
Proseguiría con sus negocios en Puerto Calavera y en Aguas Profundas sin que nadie osara oponerse a él, pues quienes tuvieran razones para intentarlo estarían demasiado ocupados luchando. Una vez que el polvo de la batalla se hubiera asentado, era muy probable que esa gente ya no estuviera en posición de desafiarlo durante mucho, mucho tiempo.
Tal vez era una medida exagerada, aunque al elfo le parecía que ya había esperado demasiado para vengarse.
El baile de disfraces se prolongó hasta el alba. Los invitados de Galinda Raventree brindaron por el nuevo día y después se dispersaron con la intención de pasarse la mayor parte del mismo entre sábanas. Danilo y Arilyn también se despidieron. Tras cambiarse los disfraces por ropa más sencilla, se encaminaron a El Pasado Curioso para asegurarse de que Bronwyn estaba bien.
La joven comerciante no se mostró nada contenta con el resultado de su viaje.
—Conseguí una de las esferas de cristal que estáis buscando. Mizzen ya había vendido el resto. No obstante, le compré una gema muy curiosa.
Les habló del rubí y de sus sospechas de que poseía algún tipo de poder mágico.
Arilyn, que hasta entonces escuchaba sin excesivo entusiasmo, de pronto se enderezó.
—¿Esa gema era más o menos del tamaño de una alubia seca, perfectamente redonda y con diminutas caras que confluyen en una superficie plana?
—Sí. ¿La conoces?
La semielfa se levantó y comenzó a caminar de un lado al otro.
—¡Todos los elfos la conocen! ¿Has oído hablar de las gemas kiira?
—Son una especie de gemas de memoria, ¿verdad? —contestó Bronwyn lentamente—. Son objetos mágicos de tiempos antiguos, piedras preciosas que pertenecen a una familia y se van pasando de generación en generación. Según la leyenda, guardan la sabiduría de todos los antepasados.
—No es ninguna leyenda, sino una historia real —afirmó Arilyn con rotundidad—. Mucho tiempo atrás uno de los poseedores de una kiira se volvió malvado, y la gema de la familia de algún modo se pervirtió para reflejar la maldad de su dueño. El rubí se convirtió en un ladrón de recuerdos ajenos. La Mhaorkiira, que es como comúnmente se la conoce, se perdió hace siglos. Han sido muchos los aventureros que se han pasado años buscándola. Allí donde aparece causa problemas y, por lo general, su poder pervierte a quien la posee.
—Y esa gema ahora está en manos de unos bandidos —dijo Danilo en tono ultrajado—. Seguramente, esos sinvergüenzas la venderán como si fuese un rubí normal, sin comprender qué tienen entre manos.
—Eso ya ha ocurrido —le informó Bronwyn—. He seguido el rastro del rubí hasta un perista de Aguas Profundas. Le costó, pero al final me describió a la mujer que se lo había vendido.
Bronwyn les dio una concisa descripción: joven, hermosa, curvilínea, pelo cobrizo, vestida pulcramente, pero con prendas de poca calidad.
—¿Se os ocurre quién puede ser?
Arilyn y Danilo intercambiaron una atribulada mirada.
—Lamentablemente, se parece mucho a una joven a la que hemos conocido hace poco —admitió el joven—. Me ocuparé de ello enseguida. Sobre la gema, supongo que ya no la tiene el perista, pues si no se la habrías comprado. ¿Te dijo quién la había adquirido?
—No hubo manera de que me lo revelara, pero adivino que Elaith Craulnober tuvo algo que ver. Durante el viaje, mencionó esa piedra preciosa y tiene un talento especial para intimidar a los demás.
Sobrevino un largo silencio, preñado de inquietud.
—¿Puedo hacer alguna cosa más? —preguntó, finalmente, Bronwyn.
Arilyn negó con la cabeza y se levantó.
—Mantente al margen de este asunto. Es un milagro que Elaith no te haya matado. No lo provoques, especialmente ahora.
La semielfa abandonó la tienda con paso rápido y decidido con rumbo hacia la Torre de Báculo Oscuro.
—¿Adónde vas? —inquirió Danilo en el tono precavido de alguien que ya conoce la respuesta y no le gusta.
—Mencionaste que Khelben tiene sangre elfa, y no conozco a nadie que sepa más sobre objetos mágicos que él. Así pues, debería saber algo acerca de las piedras kiira.
Vamos a hablar con él.
—¿Expresamente? —masculló Dan.
No obstante, no protestó y se apresuró a lanzar el hechizo menor que les permitió atravesar la piedra negra sólida de la muralla y otro que los condujo al interior de la torre del archimago.
Khelben estaba en casa, enseñando a tres aprendices. Tras dejar a los estudiantes al cuidado de Laerel, condujo a los visitantes a su estudio privado, donde escuchó su historia con grave atención.
—Lo que me preocupa es lo siguiente: ¿es posible que la Mhaorkiira y las esferas de sueños estén relacionadas?
—Es muy posible —convino con ella el mago, y durante un largo instante guardó silencio—. Por ello, es esencial que no os metáis en este asunto.
—No veo cómo. Si la kiira está en poder de Elaith, deberíamos avisarlo del peligro que corre —protestó Danilo.
—Lo sabe —declaró Khelben rotundamente—. La Mhaorkiira es una gema legendaria. El hecho de que esté relacionada con las esferas de sueños significa que el precio por usar una de esas esferas es extraordinariamente elevado.
»Y eso no es todo. Debes comprender que esa kiira, en particular, posee el poder de pervertir a su poseedor y volverlo malvado. Me atrevería a decir que tu amigo elfo ya había emprendido ese camino por voluntad propia.
—Estoy de acuerdo —dijo Arilyn—. La Mhaorkiira es increíblemente peligrosa en manos de Elaith. Podría distorsionar y destruir el poco honor elfo que le queda. —Se volvió hacia Danilo con una expresión de gravedad en el rostro—. El compromiso de la amistad elfa no es nada en comparación con el poder de esa gema. No sé a qué juega Elaith, pero sí sé que no te agradecerá que te entrometas. Te daré el mismo consejo que he dado a Bronwyn: mantente alejado de él. Deja que nos ocupemos los que no confiamos en él en absoluto.
Danilo vaciló antes de rendirse ante el peso de la evidencia.
—Haré lo que dices —declaró con profundo pesar.
Al salir de la Torre de Báculo Oscuro, Danilo se encaminó a una pequeña taberna en la que solía reunirse con los arpistas que antaño tenía bajo su mando. Héctor estaba allí, a la hora acordada, con una expresión se satisfacción en su cara estrecha y pecosa.
—Todo ha ido bien, supongo —le dijo Danilo mientras tomaba asiento en el reservado de madera frente a su camarada.
El hombrecillo asintió.
—Aún no he visto a mi hermana, aunque no me preocupa. Cynthia me dijo que, en caso necesario, se quedaría allí toda la noche y también la mañana siguiente para convencer a quien fuera de que la muchacha no había salido de su alcoba.
—¿Dejaste a nuestra protegida sana y salva en la casa del pomar?
—Sí, y ya se ha ido. No obstante, no le gustó demasiado el campo. Por lo que me han dicho, no dejó de quejarse. Nuestro hombre le proporcionó caballo y arreos, y ella se marchó sola. —Héctor se encogió de hombros—. Para ser sincero, se alegraron de perderla de vista. No vi razón para oponerme a que se marchara sola. Supuse que, una vez fuera de la ciudad, estaría segura.
No parecía un comportamiento propio de la muchacha afectuosa y alegre que Danilo había conocido. Un profundo sentimiento de inquietud se apoderó de él.
—Esa mujer. Descríbemela.
Héctor lanzó una breve carcajada forzada.
—Primero prométeme que no repetirás ni ante mi esposa, ni mi madre, ni mi confesor el lenguaje que voy a utilizar.
—Si su carácter es tan pésimo, céntrate en el físico.
—Eso será fácil, pero te pido asimismo discreción. ¡Que Dios me ayude, vaya físico! La única cosa que he visto tan alta y orgullosa con menos que la sostenga es el puente de la Luna en Luna Plateada. Es hermosa de cara, aunque cuesta alzar la mirada hasta su rostro; ojos del color de la cerveza negra de invierno en una jarra transparente y pelo negro como el cuervo.
Danilo se puso de pie tan bruscamente que volcó el banco de madera.
—¡Maldita sea, Héctor! ¡Te llevaste a la mujer equivocada!
Por el rostro del joven arpista cruzó una expresión tan horrorizada y angustiada que Danilo hubiera deseado quedarse para explicarle la situación y asegurarle que ese error no había sido culpa suya. Eso tendría que esperar.
Salió precipitadamente de la taberna y cabalgó hasta el distrito de los muelles como alma que lleva el diablo. Al llegar frente a El Pescador Borracho desmontó de un salto y ni siquiera ató el caballo. Atravesó corriendo la taberna hacia la escalera.
El vigilante, un semiogro, le gritó que se detuviera y lo siguió hacia arriba, pero la punta de la espada de Arilyn lo frenó. Plantada en lo alto de la escalera bloqueaba el paso al semiogro, al que mantenía a prudente distancia con la reluciente espada. Exhibía una expresión sombría y determinada, con los labios pálidos y apretados.
—La hoja de luna me ha conducido hasta aquí —explicó a Danilo—, pero el aviso llegó demasiado tarde. Prepárate.
Dan esperaba las malas noticias, pero no esperaba el súbito sentimiento de dolor casi abrumador. Dejó que Arilyn se las compusiera sola con el semiogro y se deslizó dentro de la silenciosa habitación. Durante un largo instante, contempló la escena que se desplegaba ante sus ojos.
Cynthia yacía despatarrada en el suelo. La menuda arpista llevaba las ropas raídas y remendadas de una moza de taberna. Le habían cortado la garganta hasta el hueso. La sangre formaba un gran charco bajo su cuerpo y había originado un riachuelo que confluía con otro, procedente de otra persona.
Lilly estaba tumbada de costado. Sus ojos abiertos miraban con calma el futuro que le esperaba y que ya nunca sería suyo.
Danilo hincó una rodilla y suavemente le cerró los ojos. Al pensar en el desperdicio de ese espíritu alegre, así como en el gozo que podrían haberse proporcionado con su mutua compañía, un sentimiento de pesadumbre lo desgarró por dentro.
Con ojos brillantes, empañados por las lágrimas, se quitó del dedo meñique el anillo de oro con el símbolo de los Thann grabado —el caballo y el cuervo— y lo depositó en la mano de Lilly. A continuación, se llevó a los labios esos dedos menudos y fríos.