5

Arilyn sintió una premonición semejante a un escalofrío en invierno o la sombra de un fantasma.

—¿Crees que a Oth Eltorchul lo han asesinado por las esferas de sueños?

—La verdad, no apostaría por una cosa ni por la otra. Lo conocía bastante bien. Es perfectamente posible que provocara la ira de un antiguo estudiante o de un colega mago; aunque lo que dices es probable, sí.

—Todos los que participaron en la reunión que oí anoche se oponían a la venta de las esferas. Tal vez uno de ellos contrató a los tren. Debemos descubrir quiénes estaban presentes y tendremos por dónde empezar.

—¡Eh!, espera un momento —protestó Dan—. ¿Empezar? ¿Tienes intención de perseguir al asesino?

—¿Tú no?

—Bueno, no entiendo cómo eso puede ayudar al pueblo elfo.

La semielfa se encogió de hombros.

—Quizás en nada. No obstante, de un modo u otro, creo que no tengo elección.

Danilo le lanzó una penetrante mirada.

—Esto no me va a gustar, ¿verdad?

—No. —Arilyn empezó a caminar entre los escombros—. No le encuentro ningún sentido. En un principio, supuse que el ataque de los tren en el Baile de la Gema iba dirigido contra Elaith. Pero él llegó después, y el mismo tren me atacó en mi casa. Es posible que ese segundo ataque fuese una venganza, pues maté a un par de tren del clan y herí al líder. Claro está que también es posible que fuese yo, y no Elaith, el blanco original. —La joven lanzó una profunda espiración y prosiguió—: Y hay otra posibilidad: como tú mismo has señalado, las marcas que nos han conducido hasta aquí eran demasiado evidentes.

Danilo parecía perplejo, por lo que Arilyn siguió, aunque de mala gana.

—Es bien sabido que algunos asesinos colaboran ocasionalmente con los tren. Los tren ponen la fuerza bruta, además de proporcionar un modo de deshacerse del cadáver.

Ya conoces mi reputación. Tal vez algunos se pregunten si se ha tratado de una casualidad que yo haya sido la primera en llegar al escenario de un ataque de tren.

Supongo que la familia Eltorchul querrá una respuesta a eso.

El rostro del humano se ensombreció.

—¡Esos rumores son agua pasada! Hace años que no oigo que nadie se refiera a ti llamándote asesina.

—Nadie te lo diría a la cara, pero no imagines ni por un momento que los de tu clase están dispuestos a aceptarme entre ellos.

—Eso es porque eres semielfa —protestó Danilo con calor.

Al darse cuenta de lo que acababa de decir, en su rostro apareció una expresión de profunda mortificación.

Arilyn se apresuró a volver el rostro para que su reacción no alimentara los remordimientos de Dan. Probablemente, ella comprendía mejor que él cómo era vista su amistad en el mundo de la aristocracia al que pertenecía el joven bardo. Para no seguir con el tema, empezó a apartar los restos con un pie con más energía de la necesaria.

Un poco después, se sentía realmente absorbida por el enigma que se presentaba ante sus ojos. La semielfa fue recorriendo la estancia octogonal, observando atentamente el caos, en busca de cualquier pequeña pista.

Las mesas del mago se habían volcado, y el suelo se veía sembrado por fragmentos de loza, junto con una mezcolanza de extraños componentes de hechizos que Arilyn desconocía. Extrañamente, ninguno de los estantes habían sufrido las consecuencias de la lucha, como si el mago hubiese tratado deliberadamente de preservar sus contenidos. Parecía ilógico, aunque Arilyn había oído hablar de personas que luchaban con más ahínco para salvar sus posesiones que su propia vida.

—¿Qué valor tiene todo eso? —preguntó a Danilo, señalando los ordenados estantes.

La mirada de Dan recorrió las hileras de botellas de cristal y plata, las cajas de madera tallada y los rollos cuidadosamente apilados.

—Incalculable. Es un estudio de mago realmente impresionante.

—¿Lo suficiente como para morir por él?

—Yo no lo creo, pero Oth tal vez sí. Aunque entiendo por dónde vas. La lucha que se ha librado aquí ha sido extraña. Y otra cosa me desconcierta: hay mucha menos sangre de la que uno podía esperar.

—Eso es normal en los ataques perpetrados por tren —le explicó Arilyn—. Se trata de bestias muy… pulcras. Además, devoran a sus víctimas a una velocidad asombrosa. Por otra parte, es posible que Oth muriera en otra parte y que los tren dejaran aquí la mano para que alguien la encontrara.

—Es decir, tú —concluyó Danilo con el ceño fruncido—. Esta situación cada vez me gusta menos. Sin embargo, no podemos descartar que Elaith fuese el objetivo del primer ataque tren. Tal vez deberíamos averiguar qué sabe.

Arilyn no sentía ningún deseo de entrevistarse con el elfo rufián, pero comprendía la necesidad. Señaló con la cabeza una puerta que conducía fuera de la estancia y desenvainó la espada.

—Hace mucho que los tren se han marchado, pero no es descabellado pensar que podemos encontrarnos con resistencia para salir de aquí.

—Espera un segundo. —Danilo cogió una caja de madera tallada de un estante, tiró al suelo las hierbas secas que contenía y, para perplejidad de Arilyn, guardó dentro la mano cercenada. A continuación, cerró la caja con cuidado y se la puso bajo el brazo.

—¿Qué se supone que estás haciendo?

—Será mejor que sea yo y no tú quien informe a la guardia sobre esto. Después de todo, en otro tiempo estudié con la familia Eltorchul, por lo que puedo inventarme una razón que explique por qué entré en la torre. No es necesario que nadie se entere de tu presencia aquí.

Arilyn se disponía a protestar cuando reconoció la implacable mirada de resolución en los ojos de su amigo. Así pues, se dio media vuelta y se marchó hacia la puerta.

—Menos mal que has renunciado al casco de Señor, pues no me parece que obedezcas las leyes de la ciudad —masculló la semielfa.

—Supongo que tú no has violado ninguna últimamente, ¿verdad?

—Sólo entrar aquí —contestó ella con cierto humor negro.

—En ese caso… —Su tono de voz sugería que daba el asunto por zanjado.

Arilyn descendió la primera por una escalera de caracol que desembocaba en el salón principal. El edificio que soportaba la torre del mago era de reducidas dimensiones: sólo un salón en el centro y unas pocas habitaciones a ambos lados destinadas a los criados o a las tareas domésticas. No había rastro de ningún ser vivo, por lo que pudieron salir al patio sin que nadie tratara de detenerlos.

Puesto que habían llegado hasta allí, a la semielfa le pareció seguro comenzar la busca del asesino de Oth. Con un gesto de la cabeza, señaló el cobertizo de los carruajes, de donde salía un débil murmullo. Tras guardarse la espada, fue a investigar.

Un tipo delgado, con el pelo lacio y rubio, estaba muy ocupado arrancando una piedra del casco de un caballo zaino. Tres corceles igualmente castaños comían heno en sus limpios compartimentos, y cerca se veía un elegante carruaje con la parte inferior aún cubierta por una capa de polvo de la calle.

El hombre alzó la vista cuando la sombra de Arilyn cayó sobre él. Sus labios se curvaron en una mueca de desdén y blandió el pequeño cuchillo como para ahuyentar a un perro vagabundo.

—Lárgate ahora mismo —gruñó—. Aquí no encontrarás trabajo. Antes que contratar a uno de los de tu calaña, mi amo preferiría convertiros en lagartos.

Dan salió de detrás de la semielfa. Pese a su desaliñado aspecto, era evidente que se trataba de una persona acaudalada y de elevada posición social. El cochero se levantó de un salto y, en su delgado rostro, apareció una expresión de pesadumbre al reconocer el emblema del cuervo y el unicornio en el colgante del joven, que era sin duda el escudo de una casa noble.

—Milord —tartamudeó—, yo no pretendía…

—Creo que hablabas en nombre de lord Eltorchul. —Danilo cortó en seco la disculpa—. En ese caso, tal vez podrías indicarme dónde está. Hemos llamado y nadie ha contestado.

—No hay nadie, milord —contestó el cochero atropelladamente para hacerse perdonar cualquier falta que pudiera haber cometido—. Lord Oth ha dado a todos los criados el día libre para que participen en el festival de la cosecha. Yo mismo lo llevé anoche a la mansión de los Thann.

—¿Y luego?

El hombrecillo vaciló, dudando de si hablar o no de los asuntos de su amo. Danilo le enseñó una gran moneda de plata.

—Ya he olvidado lo que ibas a decirme. Trata de convencerme de que olvide también el insulto que has dirigido a mi dama.

La incrédula mirada del cochero se posó en Arilyn, y la semielfa se dijo que comprendía lo que había pensado de ella. Con sus pantalones y botas de piel muy gastados y como único ornamento la espada elfa, cualquiera la habría tomado por una mercenaria más de los centenares que pululaban por Aguas Profundas ganándose la vida como podían.

El cochero atrapó al vuelo la moneda que Dan le lanzó y asintió para indicar que aceptaba el trato.

—Llevé a lord Oth a una taberna situada en el distrito de los muelles: La Sílfide de Seda. Lo acompañaba una mujer. —El hombrecillo esbozó una sonrisa y con las manos dibujó en el aire una voluptuosa figura.

—He captado la idea general. ¿Puedes ser algo más concreto?

—Vestido rojo, pelo negro, grandes ojos oscuros y piel oscura, pero no tanto como para ser calishita. Tenía la nariz como una cimitarra. Esbelta sin ser escuálida, ya me comprendéis. —Por si hubiera alguna duda, puso las manos en cazoleta a varios centímetros de distancia del pecho.

Arilyn resopló con los dientes apretados. Sin duda, era la descripción de Isabeau Thione. ¿Cabía la posibilidad de que la conflictiva muchacha hubiera ascendido del robo al asesinato?

«Sí —respondió para sí—, era perfectamente posible». Arilyn desconocía qué queja podría tener Isabeau contra Oth, aunque sí que tenía una excelente razón para contratar a asesinos que acabaran con Elaith Craulnober. Ese mismo verano, el elfo había competido contra Arilyn y Danilo por el destino de la joven. De haberse salido con la suya, Elaith la habría vendido a la facción de Tethyr que le ofreciera más por ella, sin importarle que quienes pagaban pretendieran convertir a la bastarda real en un peón político o eliminarla por completo del mapa. Teniendo en cuenta la pésima reputación del elfo, seguramente Isabeau temía que volviera a intentarlo, y si hallaba el modo de atacar primero, probablemente lo haría. Además, Isabeau no le tenía mucha simpatía a Arilyn. ¿Qué mejor modo de desviar la atención que escenificar ambos ataques en la proximidad de una asesina semielfa?

Arilyn rebullía de impaciencia mientras aguardaba que Danilo acabara la transacción. Tras unas pocas preguntas más, lanzó al cochero otra moneda y, finalmente, se marcharon.

—Isabeau odia a Elaith y estaba con Oth —señaló Arilyn una vez que estuvieron en la calle—. En lo que concierne a los ataques de tren, son dos de tres.

—Y tú la tercera. ¿Por qué?

La semielfa recordó el rescate de Isabeau y la feroz resistencia que la ratera y moza de taberna había ofrecido cuando Arilyn la interceptó fuera de la fortaleza de los gnomos.

—Una vez que Isabeau se dio cuenta de lo que le esperaba en Aguas Profundas se dejó rescatar, pero hasta llegar allí fue terca como una mula. A veces, el único modo de llamar su atención es darle en la cabeza con un palo.

—Conociendo a Isabeau, yo diría que se necesita una buena tranca.

—Ni que lo digas. Además, es posible que esté dolida por algo más. —Vaciló un segundo, reacia a poner en palabras un comportamiento que parecía incomprensible—. Durante el viaje a Aguas Profundas, no trataste de seducirla, y no creo que esté acostumbrada a que no le hagan ni caso. Puesto que tiene la costumbre de culpar siempre a los demás por todo, no me extrañaría que me guarde rencor. Crearme problemas sería el modo de ajustarme las cuentas por tu falta de interés hacia ella.

La expresión de Danilo era de fría furia.

—Estoy empezando a lamentar haber obligado a prometer a Elaith que no tocaría un pelo de la cabeza de Isabeau. Hablando de Elaith, deberíamos ir a verlo ahora mismo, si es que logro recordar en cuál de sus múltiples propiedades habita actualmente.

Dicho esto, detuvo un carruaje que pasaba. En la puerta se había pintado la divisa de la cofradía de cocheros, lo cual, junto con la presencia de los halflings que lo conducían, indicaba que podía alquilarse. El menudo pero fornido cochero ladeó la gorra con plumas que llevaba y detuvo los caballos. Otro halfling bajó, presuroso, del pescante y abrió la puerta, dirigiendo una sonrisa a Arilyn con expectación.

Demasiado cansada para ponerse a discutir, la joven subió y se acomodó en el lujoso interior. Con una sacudida, el carruaje se puso en marcha hacia el sur en busca de la roca que la serpiente Elaith hubiera elegido esa mañana para asolearse.

Elaith Craulnober no estaba de humor. Nunca lo estaba cuando revisaba los libros de cuentas, pese a que los resultados que arrojaban hubieran puesto locos de contento a muchos de los nobles comerciantes de la ciudad. De hecho, Elaith no se quejaba del resultado de sus recientes empresas en Puerto Calavera; lo que aborrecía era el cálculo en sí.

Era una verdadera lástima que no pudiera confiar en ninguna otra persona para que llevara sus libros. Desde luego, disponía de escribas y de empleados que le redactaban los contratos y cuadraban las cuentas del día. Otros recogían esa información y se la pasaban a sus superiores, los cuales, a su vez, la transmitían. Grupos de empleados —algunos muy reducidos y otros formados por una centena de personas— se ocupaban de los vastos negocios de Elaith, pero cada uno de los grupos era como una única habitación con ventanas y puertas al mundo exterior, sin pasillos que las conectaran entre sí. Solamente Elaith conocía todo su imperio.

La campanilla de latón suspendida sobre la puerta sonó armoniosamente.

Agradeciendo la interrupción, Elaith accionó el tirador bordado para conceder audiencia.

La puerta se abrió silenciosamente y, sin hacer ningún ruido, el anciano sirviente se aproximó al escritorio de Elaith y le ofreció una pequeña bandeja de plata.

El elfo echó un vistazo a la tarjeta grabada y apenas sonrió. El joven lord Thann solicitaba ser recibido. Sin duda, aparecería con una botella de vino élfico y una disculpa sazonada con estúpidas anécdotas, aunque no por ello sería menos sincera. Lo que le había dicho a Arilyn la noche anterior era la pura verdad: no creía ni por un momento que Danilo le hubiera invitado al baile para tenderle una trampa. No obstante, otros miembros de la familia Thann seguían bajo sospecha. Claro estaba que eso no se lo diría a Danilo.

—Que pase.

—No viene solo, milord. Lo acompaña la luchadora de la luna —dijo el sirviente, mostrando hacia Arilyn el respeto debido a cualquier elfo que tuviera el honor de empuñar una hoja de luna. Si tenía alguna opinión sobre si una semielfa merecía tal honor, era lo suficientemente prudente como para reservársela.

Elaith se levantó para recibir a la extraña pareja en su estudio, pero sus palabras de bienvenida se le murieron en los labios al contemplar su desaliñado aspecto. Ambos parecían tan acalorados y agotados como un par de caballos que hubiesen recorrido un largo camino. Manchas de muy variada naturaleza salpicaban sus ropas, que evidentemente se habían puesto de forma apresurada y sin la ayuda de ningún criado.

Los oscuros bucles de Arilyn se le desparramaban sobre los hombros en total confusión, y una capa de mugre cubría su faz pálida y angulosa. A juzgar por los arañazos en la piel y las heridas de las uñas, daba la impresión de que ambos hubieran metido las manos en una máquina para hacer salchichas.

—En nombre de los Nueve Infiernos, ¿qué habéis estado haciendo? —fue su saludo.

Danilo se dejó caer sobre una silla y depositó sobre una mesa contigua lo que el elfo tomó por una gran caja de rapé, de madera.

—Bueno, hemos luchado contra un tren, hemos atravesado alcantarillas y hemos trepado muros. Nada especial. Y tú, ¿qué has hecho esta mañana?

—¿Se ha producido otro ataque tren? —preguntó el elfo, consternado, mirando a Arilyn en demanda de una respuesta directa.

—Dos —respondió la semielfa, que de forma escueta le describió la situación.

Elaith asintió pensativamente. Las piezas encajaban a la perfección.

—Oth Eltorchul e Isabeau estaban anoche en La Sílfide de Seda —declaró Arilyn con voz inexpresiva.

El elfo supo qué seguiría.

—Supongo que habéis pasado por allí, buscándome y que, tras poner en práctica vuestras dotes de persuasión, os habrán informado de que tuve una conversación con lord Eltorchul.

—Hemos venido a verte para averiguar qué sabes del asunto —se apresuró a intervenir Danilo—, no para acusarte de nada. Se han producido tres ataques tren en una misma noche; todos ellos contra la vida o la reputación de Arilyn. Y no es ésa la única coincidencia: todos los atacados asistieron al Baile de la Gema y todos se han relacionado con Isabeau Thione. ¿Se me olvida algo?

—Repito lo que dije anoche: no es la primera vez que alguien trata de acelerar mi partida definitiva de este mundo, y estoy convencido de que no será la última. No sé qué puede haber motivado ese ataque en concreto, ni tampoco los otros dos.

—Nosotros tenemos intención de investigarlo —anunció Arilyn.

Obviamente, por mucho que Danilo afirmara lo contrario, ella sospechaba de Elaith. Al elfo le dolió más de lo que hubiera imaginado.

—Me doy por enterado —replicó dirigiéndole una leve sonrisa y una cortés inclinación de cabeza—. Lord Thann, ¿qué hay en esa caja? —preguntó, más para cambiar de tema que porque realmente le interesara.

—Lo único que queda de Oth —contestó Danilo, incómodo.

—¡Ah! Una prueba para entregar a la guardia. Una acción muy loable —murmuró el elfo sin excesivo interés.

—En realidad, pienso entregárselo a la familia Eltorchul para que intente una resurrección.

Elaith se sintió invadido por una súbita y profunda indignación. Era una reacción típicamente elfa. Al mirar a Arilyn, vio que ella compartía sus sentimientos. Al menos, en eso coincidían.

¿Resurrección? ¡Qué arrogancia la de los humanos! Al elfo no se le ocurría nada más egoísta ni repugnante que perturbar la vida después de la muerte de un amigo o familiar.

—¿Por qué os empeñáis los humanos en seguir haciendo tal cosa? —le preguntó.

—Seguramente, porque podemos —contestó Dan en tono cansino—. Cuesta aceptar que un ser querido desaparezca cuando hay magia capaz de hacer que vuelva.

—Podrías haberme dicho antes lo que te proponías —protestó Arilyn.

Danilo se encogió de hombros y miró alternativamente a los dos enojados elfos.

—Prefiero dar las malas noticias cuando estoy en clara desventaja numérica. Me mantiene en buena forma.

Elaith se interpuso entre ambos antes de que la discusión fuese a mayores.

—Aunque lamento vuestras dificultades, no sé nada que pueda seros de ayuda.

¿Se os ha ocurrido que tal vez yo no tenga nada que ver con esto? ¿Que los tren que aparecieron en el subsuelo de la mansión Thann no me acechaban a mí, sino que iban a por Arilyn?

—A mí sí —admitió Arilyn, mirándolo con recelo—. Has dicho «acechándote».

¿Tenían alguna razón para creer que irías a los túneles?

El elfo se maldijo en silencio por el desliz. Si la insistente semielfa se enteraba de que alguien lo había atraído a los túneles con una nota, no descansaría hasta averiguar quién la había enviado. Sin duda, entonces descubriría la conexión que lo relacionaba con las esferas de sueños, lo cual sería desastroso.

—Hablaba desde tu punto de vista —repuso sin alterarse—. Desde luego, tú no podías saber que me pareció verte en los pasillos y te seguí hasta los túneles. Me pareciste perdida y pretendía ayudarte.

Arilyn lanzó una rápida mirada, casi culpable, en dirección a Danilo, e inmediatamente después sostuvo la mirada a Elaith.

—Si se te ocurre algo que pueda sernos de ayuda, espero que te pongas en contacto con Dan.

A Elaith no le pasó por alto que Arilyn se había autoexcluido de la cadena de información.

—Siempre a vuestro servicio, princesa —dijo inclinando nuevamente la cabeza.

Sus visitantes no tardaron en marcharse. Apenas la puerta del estudio se hubo cerrado tras ellos, Elaith se encaminó a la chimenea y se quedó mirando fijamente el fuego, sin verlo, reflexionando sobre cuáles debían ser sus siguientes pasos. Estaba absolutamente decidido a hacerse con las esferas de sueños. La muerte de Oth no cambiaba nada. No obstante, tendría que eludir los esfuerzos de Arilyn y Danilo, u oponerse a ellos activamente. Desde luego, era preferible tenerlos como aliados que como enemigos, pues se había comprometido con ambos, estableciendo con ellos los vínculos más profundos conocidos por los elfos. Ello había despertado el alma misma de su honor olvidado.

A Danilo lo había nombrado «amigo de los elfos». Elaith no tenía noticia de ningún elfo de carne y hueso o de leyenda que hubiese roto tal compromiso. Y pese a que Arilyn no era más que medio elfa, Elaith se consideraba su pariente y vasallo.

Efectivamente, el clan Craulnober era una rama, aunque secundaria, de la casa real elfa.

Elaith había empuñado su primera espada al servicio de la familia Flor de Luna, y Arilyn era hija de la princesa Amnestria, deshonrada y exiliada. De no haber sido por su propia deshonra personal, Arilyn podría haber sido su hija.

El elfo desechó con firmeza tales pensamientos, pues sabía que solamente le conducían a la desesperación. En los muchos años transcurridos desde que abandonara Siempre Unidos, no había medrado lamentándose sobre el pasado.

Era más sencillo reflexionar sobre la muerte de Oth Eltorchul. Pocos se merecían menos tal final y muchos podrían haberlo ordenado. Varios magos muy poderosos tenían buenas razones para odiarlo, y se rumoreaba que también eran varias las mujeres a las que había ofendido por su modo de tratarlas. Elaith conocía al menos cuatro familias nobles capaces de cualquier cosa para impedir la venta de las esferas de sueños, por motivos muy parecidos a los que explicaban la creciente oposición hacia sus propios negocios en Puerto Calavera. En Aguas Profundas, el comercio legal estaba sujeto a estrictas leyes, y el ilegal, a otras aún más severas.

Con todo, Elaith apostaba por el mercader de gemas Mizzen Doar. Mizzen había confesado, más o menos, estando borracho. El elfo tenía razones para relacionar las fanfarronadas del hombre sobre una «gema elfa» con los juguetes mágicos de Oth Eltorchul. Si la gema era lo que Elaith sospechaba y el mercader de cristales realmente estaba en posesión de ella, Mizzen era el principal sospechoso del asesinato.

Fugazmente, se planteó si era prudente tratar de conseguir la gema. Hasta poco tiempo atrás, Mizzen gozaba de una inmejorable reputación, y no obstante, ya había empezado a rumorearse que se dedicaba a turbios negocios, que iban de la falsificación al fraude descarado. No era descabellado pensar que alguien esclavizado por la piedra elfa pudiera cometer un asesinato.

—Estoy a la altura del desafío —murmuró.

Pero ¿realmente lo estaba? Pocos años atrás, se habría lanzado a esa empresa con total confianza. ¿Acaso no se había librado de todo lo elfo? Para él la gema no habría pasado de ser un tesoro legendario y único, no más. Le habría bastado con poseerla.

Pero eso había sido antes de que recordara el valor del honor, antes de que contemplara el rostro de su pequeña hija y soñara para ella con cosas mucho tiempo atrás olvidadas. Fue antes de emprender la búsqueda de la hoja de luna de los Craulnober para despertarla y guardarla en custodia para su heredera, antes de descubrir y honrar la realeza en una dura semielfa, antes de forjar los sagrados vínculos de la amistad de elfo.

Con todo ello, se había destruido la armadura que Elaith tan trabajosamente se había ido construyendo. De un modo irónico, al dar entrada en su vida a una cierta virtud, se había expuesto al verdadero peligro que suponía la retorcida magia de la gema elfa. Si aún quedaba algo bueno en él, la gema trataría de esclavizarlo. Por el contrario, si se había convertido en un ser totalmente malvado, la gema se sometería a su voluntad, pues sería la mejor manera de seguir cometiendo maldades. De un modo u otro, su vida cambiaría enormemente, pero, al menos, por fin tendría una respuesta.

—Prefiero abrazar el mal sin reservas que ser vencido por él —murmuró.

Mientras hablaba, la espiral de sus pensamientos dio un nuevo giro. Si negaba el único honor que le quedaba, ¿no sería eso una derrota?

La mente del elfo no podía dejar de dar vueltas, confusa. Ése no era el tipo de enigma que solía ocuparla. En su mundo, una cosa era o no era. O bien era un guerrero de Siempre Unidos con honor, o un disoluto totalmente despreciable. No podía ser ambas cosas.

No obstante, lo era.

Elaith se dirigió a su escritorio y lanzó los libros de contabilidad a un arcón abierto que había al lado. Los libros desaparecieron y no volverían a materializarse hasta que él los llamara.

—¡Thasilier! —vociferó.

El mayordomo elfo acudió a la llamada.

—Avisa a mis capitanes —le ordenó Elaith secamente—. Que se reúnan conmigo en la Torre del Claro Verde al mediodía. Quienes se alojan en la torre tienen hasta entonces para buscarse otro sitio.

—¿Milord?

El asombro se impuso a la inescrutable calma del mayordomo.

—Obedece —dijo Elaith en tono frío y peligroso.

El mayordomo inclinó la cabeza y se marchó dispuesto incluso a obedecer, aunque se tratara de desmantelar uno de los últimos refugios elfos en la ciudad. Elaith era dueño del jardín cercado y de la torre, y haría con ellos lo que le placiera.

Ya no era un guardián, un capitán de la guardia real elfa. Que los elfos de Aguas Profundas se apañaran como pudieran.

Justamente eso pensaba hacer él.

Isabeau Thione caminaba majestuosamente por la calle en dirección al elegante edificio de piedra que albergaba Fragancias Selectas Diloontier. Nunca había tenido ocasión de visitar el establecimiento, ni tampoco dinero para adquirir ninguno de sus productos. Gracias a Oth Eltorchul, entonces disponía de ambas cosas.

Al entrar en la tienda, trató de no mostrarse impresionada ante las hileras de relucientes frascos que se alineaban en las paredes, así como las raras y costosas especias y tinturas cuyo aroma saturaba el aire. La habitación delantera estaba amueblada tan lujosamente como el salón de una dama. Una gran puerta en forma de arco conducía a la trastienda, donde se veían mesas con grandes montones de exóticas flores frescas. Dos jóvenes aprendices machacaban con ahínco flores y hierbas con el almirez para obtener una pasta. Otro muchacho introducía con todo cuidado hierbas o trozos de cáscara de cítricos en botellas de potentes licores para conseguir tinturas.

El propietario salió a su encuentro, atropellándose. Diloontier era un hombrecillo apenas más alto que Isabeau, con las extremidades y el rostro muy delgados, que contrastaban con una barriga tan redondeada que debía llevar el cinturón muy bajo. Se había peinado el pelo —oscuro— hacia atrás con aceite, y sus finos labios exhibían una amplia sonrisa. Su aspecto general recordaba al de un sapo. Isabeau le dirigió una fría inclinación de cabeza, se quitó los guantes y le tendió una muñeca.

—En Espolón de Zazes me prepararon este perfume —dijo hablando en código—. ¿Podríais imitarlo?

El hombrecillo olió discretamente.

—Pachulí, cítrico y flor de las nieves —declaró con aire pensativo—, y tal vez un último ingrediente.

Era la respuesta correcta. Isabeau sintió un inmenso alivio. Se había tomado muchas molestias y se había gastado una pequeña fortuna para localizar a alguien como Diloontier, por lo que era gratificante descubrir que habían sido esfuerzos bien empleados. Las palabras del perfumista indicaban que no sólo vendía los artículos de lujo expuestos en su tienda, sino además venenos, pociones, amén de ofrecer una amplia variedad de servicios.

La joven lanzó una fugaz mirada a la puerta para asegurarse de que nadie los observaba y, a continuación, extrajo el estuche con las esferas de sueños de su bolsa.

—Éste es el último ingrediente —anunció—. Creo que podríais venderlas en mi nombre.

El perfumista metió una mano en el estuche y sacó una de las relucientes esferas, que contempló absolutamente anonadado.

—Sin duda, sin duda. He oído hablar de ellas, yo y algunos miembros de la pequeña nobleza. He hecho indagaciones discretas que me permitirían colocarlas rápidamente, éstas y todas las que podáis conseguir.

—¿A qué precio?

Diloontier la miró, escandalizado.

—Una dama de vuestra posición no debe preocuparse de tales detalles. Yo me encargaré de todo y luego informaré lealmente a vuestro mayordomo.

Isabeau se negaba a que la adularan o la trataran con condescendencia. Así pues, se acercó tranquilamente a un estante con rutilantes ampollas decorativas y tomó una pequeña botella muy sencilla. Entonces, se volvió hacia el perfumista y, de manera lenta y deliberada, la dejó caer en la bolsa.

—La mitad —exigió fríamente, clavando la vista en el hombrecillo, que, de repente, se mostraba cauteloso—. Espero recibir la mitad de lo que consigáis por cada esfera que logréis vender. Y no tratéis de engañarme.

—¡Mi señora! —protestó Diloontier.

—No os lo aconsejo —prosiguió ella, bajando el tono de voz a la vez que daba golpecitos a la bolsa—. Recordad que tengo uno de vuestros venenos. Ahora que ya nos conocemos, quiero discutir de otros asuntos en los que podéis serme de ayuda.

Danilo y Arilyn descendieron por la larga escalera de mármol negro que partía de la puerta principal de la Casa de la Piedra Negra, una de las residencias favoritas de Elaith. A diferencia de la mayor parte de casas de la ciudad, no tenía ninguna puerta ni ventana en la planta baja, por lo cual los visitantes se veían obligados a subir la estrecha y empinada escalera. Los peldaños eran tan lisos y resbaladizos como el suelo de una pista de baile, y no había barandas.

Arilyn tenía que admitir que era una idea realmente ingeniosa, pues permitía defender con facilidad la casa. El enemigo no podría asaltar la morada del elfo en masa, sino en fila de uno. Además, resultaría extremadamente difícil luchar y mantener al mismo tiempo un precario equilibrio, y no le habría extrañado nada que los grifones de piedra que flanqueaban la base de la escalera fuesen objetos mágicos capaces de abalanzarse sobre quienquiera que cayera.

La semielfa descendió en cuatro saltos y se subió apresuradamente al carruaje, que los esperaba.

—Miente —declaró con rotundidad.

Danilo no lo discutió. Tras subir al vehículo, se inclinó hacia delante, indicó al cochero halfling su dirección y cerró el panel de madera.

—Al menos, no culpa a la familia Thann. La verdad, no me gustaría renovar esa particular enemistad.

—No lo llaman la Serpiente porque sí —señaló ella—. Una serpiente ataca tanto si la consideras amiga como enemiga; es su naturaleza.

—Yo no estoy tan seguro de eso. Incluso para Elaith hay ciertas cosas sagradas; por ejemplo, el nombrarme «amigo de los elfos». Creo que hará honor al compromiso que contrajo conmigo.

—Siempre y cuando le resulte conveniente. —Arilyn se desplomó sobre el asiento y estiró las piernas. La mirada que lanzó a Danilo era casi de súplica—. Al menos, considera la posibilidad de que pueda estar en lo cierto.

—Eso haré. —Danilo golpeó el panel de madera e informó al risueño cochero—:

Cambio de planes: condúcenos a El Pasado Curioso, en la calle de las Sedas.

Arilyn se incorporó por la sorpresa de oírlo nombrar el barrio que agrupaba los establecimientos más exclusivos de la ciudad.

—¿A qué viene eso? —inquirió.

—Estoy convencido de que las esferas de sueños son parte de la solución de este rompecabezas. Tal vez Elaith esté más implicado de lo que admite. Voy a hacer que alguien lo siga para averiguarlo.

Arilyn asintió. Eso era más de lo que esperaba obtener.

—¿Un arpista? —preguntó.

—Uno de los agentes que tenía a mi cargo y que recientemente ha abandonado la organización para atender sus propios negocios —le explicó—. No creo que la conozcas. Bronwyn es experta en encontrar objetos perdidos. Podríamos decir que es una erudita, aunque no se asusta fácilmente. Posee vastos conocimientos acerca de tesoros tanto antiguos como modernos y tiene tratos frecuentes con los comerciantes de gemas y cristales. Esas esferas de sueños deben ser extraídas, cortadas y pulidas.

Bronwyn averiguará quién lo hace, al igual que lo averiguará Elaith si sigue ese mismo camino.

Arilyn asintió en señal de conformidad, tras lo cual volvió a recostarse en el asiento para contemplar desde el carruaje la ciudad que desfilaba ante la ventana. El vehículo se dirigió con un leve balanceo hacia el este, donde confluían elegantes tiendas y tabernas. A medida que se acercaban, el olor marino se hacía cada vez más penetrante y se mezclaba con los deliciosos aromas que se escapaban de posadas, tahonas y pastelerías, que ofrecían descanso a los viandantes que paseaban por las anchas avenidas.

Hacía buen tiempo, y las tiendas estaban atestadas de personas ansiosas de disfrutar de los últimos días apacibles. Antes de que la luna menguara y creciera el doble, muchos de los compradores abandonarían la ciudad en busca de climas más suaves. Pero ese día se habían lanzado a las calles para gozar de la última jornada de festividad y ajetreo en las tiendas.

Era tanta la gente que el carruaje no pudo seguir. Después de pagar al conductor halfling, Danilo condujo a Arilyn entre la multitud hacia un elegante edificio de madera oscura.

La semielfa se fijó en un decorativo reloj de arena y en un cartel grabado y pintado, que proclamaba que se trataba de El Pasado Curioso en tres idiomas distintos: el lenguaje del comercio, que se conocía como el común; élfico, escrito en hermosos caracteres, y lengua enana, en enfáticas y achaparradas runas. Detrás de las ventanas de pequeñas hojas, todas ellas grabadas con el mismo dibujo del reloj de arena, se veía un agradable revoltijo de baratijas y tesoros.

Arilyn simpatizó con Bronwyn al primer golpe de vista. La arpista era de estatura mediana para tratarse de una humana —la semielfa le sacaba casi una cabeza—, y aunque no llevaba armas ni sus modales eran los de alguien ducho en la lucha, no mostraba ni pizca de debilidad. Era esbelta y nervuda, e iba cómodamente ataviada con una túnica y unos pantalones de un tono rojizo a juego. Una mirada de inteligencia animaba sus grandes ojos color chocolate, que transmitían a la vez calidez y franqueza.

Después de que Dan hiciera las presentaciones, tendió a Arilyn una mano menuda, tan sólo adornada con manchas de tinta y callos.

—Encantada de conocerte —dijo Bronwyn con sinceridad—. Dan me ha hablado de ti.

—También a mí me ha hablado de ti. Te ha definido como erudita y aventurera —respondió la semielfa, comprobando que Danilo no se había equivocado.

La mujer se echó a reír.

—¡Vaya cumplido! Eso significa que quiere pedirme un favor.

—Confieso —admitió Dan con una sonrisa, y rápidamente le describió la situación.

—He oído hablar de Elaith Craulnober —murmuró Bronwyn, que dirigió una mordaz sonrisa a su amigo—. O me tienes en muy alto concepto, o en muy bajo.

—Para tratar con Elaith, se necesita lo mejor de ambas maneras de ser.

—Bueno, ésa es la razón por la que estás aquí —replicó ella sin darle mayor importancia—. Por casualidad, resulta que tengo entre manos un encargo legítimo.

Bueno, en realidad, de legítimo tiene poco.

La mujer se dirigió a un estuche y sacó de él una cascada de relumbrantes piedras de un verde pálido, ingeniosamente ensartadas para formar un collar.

—Las piedras son peridotos. Aunque en el norte solamente se consideran semipreciosas, en Mulhorand y las tierras de los Antiguos Imperios están muy valoradas y se tienen por dignas de la realeza. Hermosas, ¿no crees?

Arilyn se encogió de hombros. Sí, las joyas eran bonitas, pero completamente irrelevantes.

—Tienes buen ojo —la alabó Bronwyn, malinterpretando su falta de entusiasmo—. En todo el collar, sólo hay dos peridotos verdaderos; el resto son cristales. El comerciante de gemas que me ha contratado quiere más como éste. Si Elaith se dedica a husmear entre los comerciantes del ramo, tendré una razón para seguirlo o, al menos, para codearme con él.

—Espléndido —convino Danilo alegremente, y se levantó para marcharse.

—Pero si acabáis de llegar —le riñó la mujer—. Quizás a Arilyn le gustaría ver algunas de las piezas elfas que poseo.

Danilo fingió una mueca de disgusto y, con grandes aspavientos, se buscó el monedero.

—Me olvidé de mencionar que es una comerciante de primera —comentó a Arilyn.

—No están a la venta —replicó Bronwyn, haciendo gala de un fresco buen humor mientras conducía a la semielfa hacia una caja larga con cubierta de cristal—. Son piezas que recuperé para los elfos del templo del Panteón. Para ser totalmente sincera, espero que tú seas capaz de arrojar un poco de luz sobre ellas. Me gusta conocer la historia de las piezas que colecciono. A mí me parecen objetos personales, aunque percibo que para ellos son algo así como sagrados.

El corazón de Arilyn latía aceleradamente mientras inspeccionaba los objetos de la caja. Había una pequeña flauta de cristal verde, un colgante esmeralda, así como un brazalete de cuero teñido de color verde y labrado con hermosos símbolos místicos.

Asimismo, contenía una estilizada figurilla de Hannali Celanil —la diosa elfa de la belleza— esculpida en mármol con vetas verdes.

—El color tiene un significado, ¿verdad? —preguntó Bronwyn.

—Sí. —Arilyn carraspeó antes de añadir—: Se trata de regalos que se entregan en las festividades del solsticio de verano. Como tú misma has dicho, son personales. Y también sagrados, aunque no en el sentido de dioses y templos.

—¡Qué fascinante! Cuéntame más cosas sobre esas festividades.

—Imposible —se disculpó la semielfa con una leve sonrisa—. Lo siento, pero no puedo explicártelo. No está permitido desvelar algunos rituales elfos a los humanos, y aun en caso contrario, serían incapaces de comprenderlos y mucho menos de experimentarlos.

Bronwyn no se ofendió. Echó un vistazo a Danilo, el cual estaba muy entretenido hojeando unos viejos tomos en el otro extremo de la tienda.

—Los humanos usan el Tejido —dijo refiriéndose a la fuerza mística de la que surgía toda magia—, pero los elfos forman parte de ella. Asimismo, son uno con la tierra, con el mar y con las pautas del sol y las estrellas. Eso lo sé, aunque jamás podré vivirlo del mismo modo que lo vives tú. He oído que los elfos consideran sagrados los solsticios y equinoccios, y sé que en muchas civilizaciones humanas antiguas se celebraban con rituales de fertilidad. No pretendía ofenderte dando a entender que los festivales elfos no son más que eso.

—Comprendes mucho más de lo que imaginaba —replicó Arilyn. Para su sorpresa descubrió que no sólo no le resultaba difícil hablar de ello, sino que también era consolador—. No me he ofendido. Sí, para los elfos son momentos de jolgorio; se celebran muchas bodas y se consuman amistades íntimas. No obstante, todo ello forma parte de una conexión mística mayor con todos los elfos, con el Tejido de la magia y con el mismo círculo de la vida.

—Y solamente se aceptan elfos —apostilló la mujer con una suave sonrisa—. Con excepciones, por lo que tengo entendido. Tal vez Dan te ha explicado algo acerca de mi vida. Me pasé la mayor parte de ella buscando a mi familia, tratando de desentrañar mi pasado; eso lo era todo para mí. En el curso de unas pocas horas, encontré a mi padre y lo perdí. No obstante, después de eso, me sentí por primera vez en la vida una persona completa. No puedo ni imaginarme lo que debe de significar para una semielfa ser invitada a participar en uno de sus festejos.

Al mirar a Bronwyn a los ojos, Arilyn vio calidez y simpatía. Entonces, se sacó del bolsillo de los pantalones un pequeño cuchillo de piedra, afilado como el acero y con el dibujo de una pluma grabado, y se lo entregó.

—Añádelo al tesoro del templo. Merece figurar allí.

Bronwyn vaciló, lo cual demostró por primera vez que pensaba como una humana y no como una elfa.

—¿Estás segura de que quieres desprenderte de él?

—Los regalos del solsticio de verano también forman parte del todo. La rueda gira, y muchas veces suelen darse de nuevo al verano siguiente.

Bronwyn se lo agradeció con una inclinación de cabeza. Arilyn le hizo entrega del cuchillo de piedra, un regalo de Foxfire, el primer miembro del pueblo de su madre que realmente la había aceptado como elfa y que le había cambiado la vida. De no haber sido por él, Arilyn no se habría reconciliado con su propia naturaleza dual, ni habría sabido que, aunque su alma era elfa, su corazón pertenecía a un hombre humano.

Un súbito ruido sordo le llamó la atención. Echó una mirada hacia Danilo y le vio inclinarse a toda prisa para recoger el grueso tomo que le había caído de las manos, pero se dio cuenta de que los ojos del hombre habían saltado del cuchillo que aún sostenía hasta los tesoros verdes que guardaba Bronwyn. Por su expresión perpleja, Arilyn supo que había comprendido.

—¿No lo sabía? —preguntó Bronwyn, compungida, pues también se había fijado en la reacción de Danilo.

—No.

En realidad, Arilyn nunca había considerado necesario hablarle de aquella noche de verano. En la alegría inicial del reencuentro con él se había olvidado por completo de todo lo demás. Poco tiempo después, había tenido que partir de nuevo para acudir en ayuda de los elfos del bosque. Desde aquel momento, la vida apenas le había dado un respiro para recordar la sagrada celebración del solsticio de verano.

En esos instantes, trató de verlo con los ojos de Danilo. Pocos humanos eran capaces de comprender la verdadera naturaleza de los festejos elfos. Ellos interpretarían que Arilyn simplemente se había entregado al placer, sin más.

No obstante, Dan sabía más acerca de los elfos que la mayor parte de sus semejantes y tenía ese conocimiento en alta estima.

Ello podría ser más bien un problema que una bendición. La noche anterior había preferido renunciar a ella antes que separarla de la magia de la espada elfa. Arilyn no estaba segura de cómo reaccionaría al saber que había conocido el amor entre elfos.

—No pasará nada —la tranquilizó Bronwyn con urgencia no exenta de calma—. Dan sabe por propia experiencia que dos amantes pueden convertirse en buenos amigos olvidando el pasado.

Arilyn la miró y súbitamente comprendió. Sin embargo, no sintió ni asomo de celos. Y si hubiesen surgido, los habría ahogado por considerarlos una respuesta indigna ante la sincera buena voluntad de Bronwyn.

—¿Por qué me dices eso?

—Por su propio bien —contestó la mujer, tomando la mano de Arilyn con gesto fraternal—. Si es necesario, recuérdaselo. No permitas que haga nada noble y estúpido.

La semielfa dirigió a su nueva amiga una sonrisa levemente irónica.

—Creo que sabes que eso es más fácil decirlo que hacerlo.

—¿Y qué más da? Los hombres no fueron creados para hacernos la vida más fácil.

Simplemente están ahí.

Pese a la situación, Arilyn encontró divertido el comentario.

—¿Algún consejo más?

—Sí. —Bronwyn señaló con la cabeza a Dan, que tenía la vista clavada en la pared y jugueteaba distraídamente con frágiles joyas de coral colocadas sobre una bandeja—. Llévatelo de aquí antes de que me rompa algo.