El verano se convertía rápidamente en mero recuerdo. Las estrellas que relucían en el cielo de Aguas Profundas eran los primeros heraldos de las constelaciones de invierno: Auril Reina de la Escarcha, Dragón Blanco y Lágrimas de Doncella Elfa.
Aunque formaban fantasiosas y hermosas formas, eran pocos los habitantes de la gran ciudad que se fijaban en ellas, pues sus ojos solamente veían los esplendores situados a ras de suelo.
El joven noble que avanzaba a buen paso por las calles en sombras no sólo no tenía ojos para las estrellas, sino tampoco para la ciudad, la gente ni cualquier otra cosa que no fuese la cita hacia la que se apresuraba. La imagen de una semielfa brillaba en su mente con un fulgor casi suficiente para iluminar la oscuridad de los largos meses de separación; casi suficiente, incluso, para eclipsar el profundo resentimiento que le embargaba por causa de tantas otras separaciones.
Danilo Thann apartó de sí esos pensamientos, pues habría sido una lástima reconcomerse en una noche como ésa. Tal como había prometido, Arilyn había regresado a la ciudad a tiempo de asistir al Baile de la Gema, la sesión inaugural de los festivales de la cosecha. Haciendo un esfuerzo, Danilo trató de no pensar en las últimas dos ediciones del baile a las que había tenido que asistir sin ella, indicadores de otros dos veranos pasados y recordatorios de promesas aún por cumplir.
En sus infrecuentes visitas a la ciudad, Arilyn se alojaba en el distrito sur —el barrio de los artesanos—, en el segundo piso de un viejo edificio de piedra que en mejores tiempos había sido la residencia de un miembro de cofradía que había perdido su fortuna. Danilo se colocó debajo del brazo el paquete de gran tamaño que llevaba a fin de poder tirar de la enorme puerta.
Ya en el vestíbulo, dirigió una inclinación de cabeza hacia un hueco tapado con una cortina que quedaba situado a su izquierda. La única respuesta fue un gruñido procedente del guardia apostado detrás: un enano ya no muy joven, cuyas manos, cuadradas y moteadas, no se alejaban nunca de una ballesta.
El joven subió los escalones de tres en tres. La puerta de la habitación de Arilyn estaba cerrada con cerrojo y protegida con barreras mágicas que él mismo había colocado. Danilo se ocupó de los cerrojos y la magia protectora en silencio, aunque más rápidamente y con menos sutileza de lo que era habitual en él. Abrió la puerta y, para su sorpresa, pilló a Arilyn dormida.
Por un momento, le bastó con observarla. Muchas veces, Dan había hallado solaz en contemplar el reposo de Arilyn, y en el tiempo en que viajaron juntos al servicio de los arpistas pasó muchas horas de ese modo. Arilyn era sólo medio elfa y, a diferencia de los elfos, que se sumían en un estado de ensueño alerta, necesitaba dormir como los humanos. Se trataba de un detalle quizás insignificante, pero para Danilo esa necesidad de sueño era algo que los unía, un vínculo que la semielfa no podía negar ni modificar.
El joven bardo estudió a la semielfa, fijándose en los pequeños cambios que había experimentado en el curso del verano. La melena negra era más larga, y los rizos se le desparramaban sobre la almohada. Aunque no lo habría creído posible, estaba más delgada que cuando se despidieron en la carretera situada al norte de Puerta de Baldur.
Dormida, mostraba la misma palidez y fragilidad que una figura de porcelana. Dan esbozó una irónica sonrisa cuando sus ojos se posaron en la espada envainada que descansaba junto a ella.
La visión de la hoja de luna —la espada mágica que primero los había unido y después los había separado— lo llenó de un resentimiento rayano en el odio.
El hecho de que no brillara significaba que, afortunadamente, su magia descansaba; la ausencia de un resplandor verde significaba que los elfos del bosque no reclamaban su ayuda.
Danilo apartó de sí esos pensamientos y se deslizó al interior de la habitación. Con un grácil movimiento, depositó el paquete envuelto encima de la mesa y desenvainó dos dagas gemelas que llevaba al cinto.
El suave susurro del acero despertó a la dormida guerrera. Casi al mismo tiempo que sus ojos se abrían de golpe, vigilantes, se lanzó hacia la fuente del sonido. En una mano empuñaba un delgado y reluciente cuchillo.
Danilo se adelantó con las dagas alzadas a modo de brillante aspa. En la creciente penumbra, el cuchillo de la semielfa lanzó chispas al deslizarse a lo largo de ambos filos. Aunque Arilyn efectuó el ataque con destreza, durante un largo instante ambos quedaron muy juntos, en una posición que, de no ser por las armas cruzadas, habría sido típica de enamorados.
—Ya veo que sigues durmiendo con un cuchillo bajo la almohada. Me consuela saber que algunas cosas nunca cambian —bromeó Danilo mientras se guardaba las dagas. Apenas había pronunciado esas palabras y ya las lamentaba. A él mismo le sonaron artificiosas, a desafío, casi a acusación.
Arilyn arrojó el cuchillo encima del lecho.
—¡Maldita sea, Dan! ¿Por qué insistes en acercarte a mí sigilosamente? Es un milagro que sigas vivo.
—No eres la única que me lo dice.
Entre ellos se hizo un silencio prolongado y algo incómodo. De repente, Arilyn recordó su descuidado aspecto, abrió mucho los ojos y trató de alisarse el alborotado cabello.
—¡El Baile de la Gema! —exclamó de pronto—. Y yo no tengo ni vestido.
Aunque era una tontería, Danilo se alegró de que lo recordara y también de que a Arilyn le importara lo suficiente el mundo de él como para que le preocupara.
—No tenemos que ir si no quieres. Después de todo, acabas de llegar a la ciudad.
—He llegado a última hora de la tarde tras un largo viaje. Las dos noches anteriores ni siquiera me detuve para descansar. Pero a ti te esperan, y te prometí que te acompañaría.
Fue como si Arilyn oyera sus propias palabras tal como debían de sonar a su compañero, pues los ojos se le oscurecieron al recordar otras promesas que había hecho y no había cumplido. Carraspeó y con la cabeza señaló hacia la mesa.
—¿Qué hay en el paquete?
—Cuando recibí el mensaje de que tardarías más de lo previsto en regresar, me tomé la libertad de adquirir un vestido de un adecuado color de gema —respondió sin molestarse en ocultar su confusión.
—¡Ah! Deja que adivine: ¿zafiro?
Humano y semielfa intercambiaron una rápida y cautelosa sonrisa. Cuando acababan de conocerse y Danilo se tomaba muchas molestias en convencerla a ella y a todo el mundo de que no era más que un petimetre tonto y superficial, compuso multitud de trillados y nefastos versos que comparaban los ojos de Arilyn con zafiros.
Decidida a hurgar en la herida, Arilyn enarcó una ceja y empezó a tararear la melodía de una de esas cancioncillas.
La mordaz burla tuvo la virtud de romper el hielo entre ellos dos. Danilo se rió entre dientes e hizo una exagerada mueca.
—Lo mejor de los viejos amigos es que te conocen bien, aunque, por supuesto, eso también es lo peor.
—Viejos amigos —repitió Arilyn en tono afirmativo, pero sus palabras contenían una pregunta: ¿era eso lo que estaban destinados a ser: viejos amigos y nada más?
Danilo le había dado muchas vueltas a esa cuestión y creía, finalmente, haber hallado una respuesta válida. Los comentarios guasones de Arilyn le daban pie a expresarla. Por mucho que sus vidas hubieran cambiado, algo permanecía constante: el intenso y muchas veces inexplicable amor que surgió el día en el que Arilyn lo secuestró de una taberna. El joven rompió el papel que envolvía el paquete y sacó del interior un vestido realmente fuera de lo corriente: de terciopelo azul oscuro, exquisito en su sencillez y confeccionado por manos elfas.
—Zafiro con gemas a juego —confirmó, risueño—. Te ahorraré la canción que he compuesto para la ocasión.
Arilyn se rió, le arrebató el vestido de las manos y lo tiró a un lado con la misma indiferencia con la que había arrojado el cuchillo. Danilo abrió los brazos, y la semielfa se lanzó hacia ellos.
—Te he echado mucho de menos —murmuró la mujer, apoyando la cabeza en el pecho masculino.
Era una admisión poco común en alguien nada dado a expresar sus sentimientos.
De hecho, Danilo podía contar con los dedos de las manos las veces en que habían hablado de lo que sentían desde esa noche, cuatro años antes, en la que tenían planeado anunciar su compromiso en el Baile de la Gema. Los acontecimientos lo habían impedido de una manera bastante dramática y habían abierto entre ellos un abismo cada vez más profundo.
El joven se prometió acabar con el distanciamiento esa misma noche.
—Vuelve a mirar en el paquete —dijo a la semielfa, a la que cogió por los hombros y alejó de sí—. Observa atentamente lo que encuentres, pues no volverás a ver otro tan cerca.
Arilyn le dirigió una sonrisa de extrañeza, pero obedeció. Los ojos se le querían salir de las órbitas cuando descubrió entre los envoltorios un casco negro velado.
—Un casco de Señor —murmuró.
Se trataba, efectivamente, de uno de los artefactos mágicos que señalaban y ocultaban a los Señores Secretos: hombres y mujeres de todas condiciones sociales que eran llamados a regir la ciudad.
—¿Es tuyo? —preguntó al comprender súbitamente qué significaba que Dan lo tuviera en su poder.
El aludido asintió con aire atribulado.
—Por desgracia, sí. Khelben me lo endilgó hace cuatro años. Te lo habría dicho mucho antes, pero…
La voz del joven se fue apagando. Con un seco asentimiento de cabeza, Arilyn le indicó que no necesitaba decir más. Era de todos sabido que los Señores Secretos no comunicaban a nadie su identidad, excepto a su esposa o marido, e incluso esa mínima confidencia no estaba bien vista. Únicamente Piergeiron, el hijo del paladín Primer Señor de la ciudad, era conocido por su nombre.
—¿Por qué me lo dices ahora?
Arilyn echó un vistazo al vestido color zafiro, y su gesto se ensombreció con recuerdos del compromiso que habían querido hacer público en el Baile de la Gema cuatro años atrás.
Aunque Danilo esperaba esa reacción, igualmente le dolió cuando se produjo.
—Ahora soy libre de decírtelo porque pienso dimitir —anunció con ligereza—. Recientemente, se han producido discrepancias entre los arpistas y algunos de los paladines de Aguas Profundas. Como era de esperar, lord Piergeiron ha defendido fervientemente el lado de la justicia y se ha mostrado muy dispuesto, casi feliz diría yo, de relevarme de este deber. Asimismo, he comunicado al temible Khelben Arunsun que no pienso sucederle como futuro protector de la Torre de Báculo Oscuro.
Con la sola mención del mentor y pariente de Danilo, y su antiguo superior en los arpistas, Arilyn frunció el entrecejo.
—Creía que había abandonado esa idea hacía ya tiempo.
Dan se dio cuenta de que la semielfa se iba por las ramas para ganar tiempo mientras digería las implicaciones de lo que acababa de revelarle.
—Eso parecía, pero, como bien sabes, nuestro querido archimago prefiere trabajar entre sombras y brumas. Hace algún tiempo, cuando le declaré mi intención de convertirme en bardo de verdad, se mostró encantado. No obstante, me siguió entregando valiosos libros de hechizos, compartiendo conmigo migajas de su poder y confiándome secretos que me vinculaban tanto a los arpistas como a él. Antes de que me diera cuenta, le ayudaba casi a diario, e incluso tenía bajo mi mando a otros arpistas. —El noble se estremeció antes de agregar—: Es insidioso nuestro querido Khelben.
Aunque sonrió por el gracioso tono empleado por Danilo, los ojos de la semielfa reflejaban un cierto enfado.
—Ni siquiera su propia sombra podría describir mejor a Khelben Arunsun. Has hecho bien en liberarte. ¿Todavía llevas la insignia?
Era un tema peliagudo, pues ambos tenían buenas razones para apreciar las insignias que los señalaban como arpistas: miembros de una organización casi secreta dedicada a mantener el equilibrio en el mundo y preservar los relatos de grandes hazañas. Arilyn empezó a sentirse cada vez más incómoda con la dirección de los arpistas, y en particular, con las directrices que marcaba Khelben Arunsun. Tras su última misión —el rescate de Isabeau Thione— Arilyn había roto con Khelben y los arpistas.
Danilo, no obstante, no estaba aún dispuesto a renunciar. En el hombro, prendida a la camisa y oculta bajo el tabardo, llevaba una diminuta arpa plateada recostada en una media luna.
—Un buen hombre me la entregó. Yo la llevaré siempre en su honor y trataré de ser digno de la confianza que me demostró.
«Y de su hija». Aunque esas últimas palabras no las pronunció, el conflicto que se reflejó en los ojos de Arilyn dijo bien a las claras que ella había pensado lo mismo.
—También yo llevo la insignia de los arpistas en honor de mi padre. Ésa es la única razón. Ya sabes que soy leal a otra causa.
—Sí, soy perfectamente consciente de ello —replicó Danilo con más amargura de la que pretendía expresar—. No, no —alzó una mano, anticipándose a las explicaciones—. Ya hemos hablado de eso muchas veces. Hiciste lo que hiciste porque me amabas, aunque ojalá que el resultado hubiese sido otro. Sin embargo, sé que tus intenciones eran buenas.
Una vez más, la mirada del joven se posó en la hoja de luna: una espada elfa hereditaria, a la que cada poseedor podía añadir un poder mágico. La madre de Arilyn creó una conexión mágica entre el mundo de su amado —un humano— y la remota isla elfa de Siempre Unidos. Involuntariamente, esa acción llevó la tragedia al pueblo elfo y muchos años después conduciría a una concatenación de acontecimientos que hicieron que los arpistas de Aguas Profundas se fijaran en Arilyn. Danilo fue el encargado de seguirla y vigilarla. En el curso de la misión, humano y semielfa formaron sus propios lazos de unión: confianza, amistad y algo más profundo e infinitamente más complejo que el amor. Arilyn le concedió el derecho a usar la hoja de luna y su poder, con lo cual rompía una tradición secular según la cual solamente el heredero legal de la espada podía utilizarla. Pero al permitirle usar el arma, sin saberlo, Arilyn comprometió a Dan a servir por toda la eternidad a la espada mágica.
Era un precio que Danilo hubiese pagado gustosamente por el vínculo que creaba entre ellos, pero no pudo elegir. Cuando Arilyn fue consciente de lo que había hecho, decidió liberar a su amigo de una carga que él nunca había elegido. Claro que también rompió el vínculo, místico élfico que los unía. Una vez roto ese vínculo la espada concedió a Arilyn otro poder y forjó una alianza distinta.
El nuevo poder consistía en avisarla cada vez que los elfos del bosque la necesitaban. En los bosques de Faerun vivían pequeños grupos de elfos, y muchos de ellos estaban en peligro y amenazados. Desde entonces, el sueño de Arilyn se veía poblado de pesadillas, y muy a menudo la espada relucía con la luz verde que la avisaba. Aunque era consciente de que estaba sola y de que no podía salvar a todos y cada uno de los elfos en apuros, la llamada resultaba tan fuerte que era incapaz de desatenderla. El elfo y su hoja de luna eran un único espíritu. Desde aquel día, Arilyn estaba casi permanentemente ausente de Aguas Profundas sin que pudiera evitarlo.
—Tú cumples con tu deber —dijo Danilo suavemente—. Y hasta ahora yo también tenía deberes en la ciudad. Pero ya nada me retiene aquí y no hay razón por la cual no pueda acompañarte.
Pero sí la había, y ambos lo sabían. Arilyn era un caso único entre los elfos del bosque, que raramente se relacionaban con otros elfos como ellos y mucho menos con elfos de la luna con parte de sangre humana. Arilyn era la excepción porque había pasado a formar parte de la antiquísima leyenda de la espada que portaba, gracias a lo cual había hecho realidad su máxima aspiración: ser verdaderamente aceptada por el pueblo elfo. Con sinceridad, no creía que un humano fuese admitido.
—No, claro; no hay ninguna razón —repuso de manera muy poco convincente. Buscó los ojos de su compañero y a continuación esbozó una triste sonrisa—. Al parecer te has liberado de todos los compromisos menos de uno. Esta noche tienes obligaciones familiares. ¿Cuándo empieza el baile?
Danilo miró por la ventana entrecerrando los ojos. Ya había anochecido, y las calles estaban iluminadas.
—Más o menos dentro de una hora. Si te das prisa, llegaremos con elegante retraso. Y si nos lo tomamos con calma —agregó con pícara sonrisa—, podemos llegar escandalosamente tarde.
—Una sugerencia muy tentadora, lord Thann —replicó ella en tono gazmoño, aunque los ojos le reían—. Pese a estar de acuerdo con el espíritu de la sugerencia, me parece un mal momento. Ve tú delante; yo iré tan pronto como pueda. Puesto que tu familia es quien da la fiesta, tu ausencia llamaría la atención y sería comentada.
—A lady Cassandra no se le escapa nada —murmuró Danilo, refiriéndose a la formidable mujer que le había dado la vida y que manejaba a la familia con voluntad de hierro y mano muy capaz.
Los ojos azules y dorados de Arilyn adquirieron el brillo duro y apagado común entre los guerreros que oyen mencionar su némesis.
—Muy cierto. Incluso sin el retraso, estoy segura de que daremos pie a algún tipo de escándalo.
—Ése es el espíritu —repuso él con aire aprobador.
No transcurrió más de una hora antes de que un coche alquilado se detuviera frente a las puertas de la villa familiar de los Thann y de él descendiera Arilyn. Era una gran mansión de mármol blanco que ocupaba casi toda una manzana del distrito norte.
Toda ella, hasta el último rincón, resplandecía de luz y sonido. Seguramente Danilo se había tomado una pequeña licencia poética al señalar la hora de inicio, pues todo indicaba que el baile hacía tiempo que había empezado.
Arilyn escrutó la escena con ojos entrecerrados, como un guerrero que evaluara un potencial campo de batalla. Aunque el Baile de la Gema era una de las últimas festividades de la temporada estival, en medio de ese esplendor, el frío y la monotonía del invierno parecían muy lejanos. Ni a la oscuridad de la noche se le daba tregua. La luna que coronaba los picudos tejados de la mansión Thann era tan brillante y plena como en verano, y en los jardines de la villa, flotantes globos de luz parpadeaban como gigantescas luciérnagas multicolores. Por las ventanas abiertas, se derramaba el sonido de risas y de música festiva.
La semielfa siguió a una pequeña multitud de rezagados, maldiciendo mentalmente la estrecha falda del vestido, que la obligaba a caminar con pasos menudos y afectados. Dentro, los numerosos invitados atestaban un gran salón que resplandecía con la luz de un millar de velas. Bailarines ataviados con los vívidos colores de las piedras preciosas se inclinaban y giraban al ritmo de la música. Otros paladeaban los exóticos vinos que habían hecho la fortuna de la familia Thann, o disfrutaban de los magníficos músicos, que parecían omnipresentes. Algunas parejas desaparecían en reservados ingeniosamente diseñados o se perdían por los jardines para recoger las últimas flores de un romance estival.
Arilyn tuvo que admitir que era todo un espectáculo. Esa fiesta era uno de los eventos culminantes de la temporada, y la nobleza local se comportaba en consonancia, compitiendo en elegancia, belleza o cortesía. Se suponía, incluso se exigía, que esa noche todo fuese perfecto. Cassandra Thann, la matriarca del clan y una de las referencias de la aristocracia, no habría tolerado lo contrario.
La única nota discordante, en el caso de que las alegres carcajadas pudieran considerarse discordantes, provenía del extremo más alejado del amplio salón. Con una certeza fruto de la experiencia, Arilyn se dirigió hacia allí.
Discretamente, se deslizó entre la multitud que rodeaba a Danilo, que empezaba a narrar sus desventuras con un dragón al que le encantaban los acertijos. Se trataba de la versión jocosa de una historia que Arilyn ya conocía. Danilo había introducido tantos cambios que la semielfa dudaba de que quienes hubieran vivido aquel terrible encuentro lo reconocieran. O tal vez sí. Arilyn ya había notado otras veces que la verdad hallaba el modo de colarse entre las palabras de un bardo, por mucho que tanto aquélla como éste se ocultaran bajo variopintos adornos.
Arilyn estudió al hombre que había sido su compañero arpista y a quien había entregado su corazón. Por su aspecto, parecía un dandi divertido y de agradables maneras, favorecido por la naturaleza, la fortuna y la buena compañía. Era alto, delgado y elegante, atractivo de cara y de cuerpo, y se movía como pez en el agua en ese tipo de reuniones sociales. Llevaba una exquisita chaqueta color esmeralda, cuyas mangas acuchilladas revelaban un reluciente forro dorado. Doradas eran asimismo las sortijas que brillaban en sus gesticulantes manos, y dorada era la espesa melena que le llegaba por debajo de los hombros.
La semielfa se dijo que dorado era el adjetivo que mejor lo definía. A bote pronto, no se le ocurría ninguna ventaja de la que no hubiera gozado, ni tampoco ninguna tarea que no fuese capaz de cumplir con una facilidad casi indecente. Todo en él señalaba a la persona satisfecha de sí misma. Y no parecía ser el único que tenía una alta opinión de sí mismo, pues su pícara sonrisa y su mirada maliciosa instintivamente arrancaban sonrisas complacientes en muchos de quienes lo contemplaban.
Arilyn no acababa de comprender qué podía ver en ella ese hombre alegre y que brillaba con luz propia; qué buscaba en una elfa cuya vida estaba enteramente dedicada al deber y el peligro. No obstante, cuando la vio, los ojos de Danilo brillaron con un placer genuino, que desmentía la fachada que exhibía en ausencia de Arilyn.
—¡Arilyn, ven a ver esto! —exclamó, levantando la voz para hacerse oír por encima del aplauso con el que había sido acogido su relato.
Danilo sostenía un objeto en la mano, una rosa a medio florecer de una insólita tonalidad azul natural.
Un murmullo de interés recorrió a los observadores. Tales rosas eran legendarias, oriundas de la lejana Siempre Unidos. De algún modo, Danilo había conseguido algunos ejemplares de esos tesoros élficos. En honor de su amada, había decidido convertir el patio trasero de su casa en la ciudad en un jardín élfico que en nada tuviera que envidiar a un jardín de Siempre Unidos. Era una romántica historia que solía estar en labios de muchas damas de Aguas Profundas, siempre acompañada por nostálgicos suspiros.
Muchos ojos se posaron en Arilyn, algunos con envidia y otros simplemente con curiosidad. Los invitados se separaron hasta dejarla sola.
Unos pocos se fijaron expresivamente en la espada que le colgaba de la cadera.
Ella era la única persona armada en todo el salón. Desde luego, la hoja de luna era un objeto de valor incalculable, mucho más valiosa que las gemas que adornaban a buena parte de los invitados, pero seguía siendo un arma. Por si ello no bastara, seguramente muchos de los presentes habían oído rumores de la reputación de asesina de la semielfa, por lo que consideraban que presentarse en el baile con una espada no era un desliz sino una amenaza.
Sin prestar atención a las miradas, Arilyn se acercó a Danilo. Sus dedos rozaron la mano extendida del aristócrata y la simbólica rosa que sostenía. A continuación, retrocedió un paso para admirar el hechizo que evidentemente Dan había preparado para rendirle tributo.
Con el brazo extendido, sujetando la rosa, el joven entonó unos versos. Cuando retiró la mano, la flor azul se mantuvo suspendida en el aire. Salmodiando, se sacó de la bolsa que llevaba al cinto una pizca de polvo oscuro que despedía un inconfundible olor a corral, lo esparció por el suelo por debajo de la rosa y rápidamente dulcificó el pujante hechizo con otra capa de polvo que olía a prados y lluvia en verano. A ello le siguió una ráfaga de prestos y elegantes movimientos, acompañados por una canción en lengua elfa.
El poder —en forma de brillante luz verde— empezó a acumularse alrededor del bardo hechicero. Los espectadores mantuvieron un silencio expectante mientras la verde aura comenzaba a expandirse y los rodeaba también a ellos. Las risas y las conversaciones cesaron en todo el salón. Los invitados aguardaban los efectos del encantamiento. Sus rostros mostraban muy diversos grados de curiosidad, asombro o, en el caso de aquéllos que conocían la reputación de Danilo como mago, temor.
El hechizo acabó en una nota aguda y vibrante. Algunos de los espectadores aplaudieron con entusiasmo por la música, aunque la mayor parte de ellos se limitó a contemplar con la boca abierta la transformación que sucedía delante de sus ojos.
La rosa azul crecía no a un ritmo natural, sino a la misma velocidad inquietante a la que un troll desmembrado era capaz de regenerarse o a la que una hidra generaba dos nuevas cabezas para reemplazar la que un guerrero le acabara de cercenar con un hacha.
Pero a diferencia de tales monstruos, la rosa élfica no dejó de crecer al alcanzar su tamaño natural.
Su tallo se alargó hasta convertirse en un troncho del que brotaban renuevos, que a su vez se elevaban rápidamente hacia el techo, mientras que las raíces se deslizaban por el liso suelo de mármol. Las hojas susurraban al desplegarse y los capullos estallaban literalmente al abrirse, como diminutas botellas de vino espumoso que un duendecillo invisible decantara. En cuestión de segundos, docenas, veintenas y centenares de exóticas rosas azules cubrían el mágico rosal.
O, mejor dicho, el monstruoso rosal. Los tallos se alzaban ya a medio camino del techo abovedado y empezaban a caer por su propio peso. No obstante, ello no frenaba el crecimiento. Arilyn empezó a inquietarse, torció el gesto y buscó la empuñadura de la espada.
Ramas que se alzaban gentilmente describían un lento e indolente arco hacia el exterior y luego descendían en picado hacia el suelo de mármol.
Los murmullos de asombro cesaron bruscamente para ser reemplazados, un instante más tarde, por gritos de alarma. Las numerosas ramas del rosal se abalanzaban hacia los invitados del baile como las afiladas garras de un centenar de halcones que atacaran.
Los gritos reclamaban a Khelben Arunsun, pariente de la familia Thann y el mago más poderoso de Aguas Profundas. Pero el archimago no se hallaba en el salón. Entre el creciente clamor, se distinguían las frenéticas salmodias de un puñado de magos de segunda clase, que trataban de contener la magia desatada. Lo único que lograron fue cambiar el tono azul élfico por otro más mundano, pero el arbusto continuaba imparable.
Todo ello ocurrió en menos de lo que se tarda en contarlo. En los segundos iniciales, Danilo se quedó completamente inmóvil, incapaz de reaccionar, en el centro de esa vorágine de verdor, sin que ni ramas ni espinas le causaran el menor daño. Pero enseguida se dio cuenta de que Arilyn no tendría tanta suerte. Su compañera había sido testigo en demasiadas ocasiones de sus toscos hechizos y temía que esa noche la semielfa no se diera cuenta de que el peligro era muy real. Arilyn se mantenía alerta, pero no huyó ante el vertiginoso avance de las espinas. Danilo pensó rápidamente.
—¡Elegard aquilar! —exclamó con la esperanza de que el antiguo grito de guerra de los elfos hiciera reaccionar a Arilyn.
Como esperaba, los ojos azul zafiro de la semielfa adoptaron la mirada fija, serena y desapasionada de un guerrero. La hoja de luna abandonó la vaina con un siseo, presta para hacer frente al ataque del rosal. La semielfa alzó la espada a tiempo de frustrar la primera arremetida de las hojas, y enseguida adoptó el ágil ritmo de lucha de alguien avezado.
Algunas de las ramas con espinas se introdujeron entre la multitud de invitados en retirada, les desgarraron los brillantes vestidos y se enredaron en sus sueltas melenas.
Del todo aterrados, los caballeros y las damas nobles dieron media vuelta y corrieron desesperadamente hacia las puertas, todos a una: elegantes danzarinas tropezaban con sus diáfanos vestidos y caían al suelo; gentiles caballeros saltaban por encima de los cuerpos caídos de las damas, buscando sólo su seguridad. También los músicos abandonaron sus puestos, excepto un gaitero muy bromista, que se arrancó con las quejumbrosas notas de Mi amada es como una rosa andante.
Mientras todo eso pasaba, la espada élfica de Arilyn danzaba y cercenaba. A su alrededor, se amontonaban las ramas cortadas, que por desgracia impedían que avanzara y atacara la fuente del hechizo; el rosal, por supuesto, no a Danilo, o al menos, eso esperaba él.
Claro estaba que no las tenía todas consigo. A medida que Arilyn avanzaba hacia él, abriéndose paso entre ramas y espinas a tajos, la mirada de sus ojos azules fue haciéndose más grave y furiosa.
Danilo no la culpaba. Aunque era célebre por sus chapuceros hechizos, nunca hasta entonces Arilyn había sido la víctima de una de sus diabluras. El noble se estremeció cuando una rama del rosal salvó la guardia de la semielfa y se le enganchó en la falda del vestido. El terciopelo color zafiro cedió y se desgarró sonoramente del muslo al tobillo, dejando tras de sí una estela de sangre en la pierna desnuda.
Instintivamente, Danilo buscó con una mano la espada que solía llevar, y ya se movía hacia la semielfa con ánimo de ayudarla cuando recordó que iba desarmado.
—Quieto —le ordenó Arilyn, y atacó a fondo.
La hoja de luna rehiló tan alta y cercana que Danilo sintió una leve ráfaga de viento en la cara.
Retrocedió un paso y empezó a moverse en círculo, buscando algún modo de salvar la verdeante barrera que lo separaba de Arilyn. De pronto, el arbusto dejó de avanzar. Las inmóviles ramas, que parecían prepararse para seguir elevándose, comenzaron a brillar con luz verde, varias de las que yacían cortadas en el suelo desaparecieron y también el arbusto se desvaneció, excepto por la solitaria rosa azul medio abierta tirada en el suelo de mármol.
Por el rabillo del ojo, el joven vio que los invitados regresaban cautelosamente al salón con rostros animados por una expresión que era mezcla de fatiga y curiosidad. Sin embargo, toda la atención del bardo estaba fija en la mujer despeinada y de expresión adusta que tenía ante él. Pese a su labia, en esos momentos era incapaz de pronunciar una sola palabra para justificarse.
—Una actuación memorable. Una vez más, debería añadir —dijo una voz femenina cultivada, muy familiar además, que le hablaba al lado.
Sin necesidad de volverse y seguir la gélida mirada de ojos azules de quien había intervenido, Danilo supo que el irónico comentario de su madre incluía tanto su chapucero hechizo como la reacción de Arilyn.
También la semielfa lo entendió así. La mirada de Arilyn se posó fugazmente en Danilo con irónico reconocimiento del hecho y luego se fijó en la espada que aún empuñaba. Tras envainarla de nuevo, se dirigió a su anfitriona.
—Os pido disculpas por este alboroto. Una vez más, debería añadir. Si me excusáis, lady Thann —dijo señalando la desgarrada falda—, creo que será mejor que me cambie de ropa.
Cassandra Thann miró a la semielfa con elegante desagrado.
—Sí, en eso estamos de acuerdo. —La pausa que siguió a estas palabras pareció gritar «aunque en nada más»—. Suzanne os conducirá a una habitación de invitados donde encontraréis el guardarropa adecuado. Elegid lo que queráis.
Era una orden apenas disfrazada de cortés ofrecimiento. Arilyn aceptó con un seco asenso y, de inmediato, se volvió para seguir a la doncella, que se había adelantado rápidamente para cumplir las órdenes de su ama.
Danilo cogió a Arilyn de un brazo cuando ella se abría paso a su lado.
—Hablaremos de esto más tarde —le susurró para que nadie más lo oyera.
—De eso, estoy segura —murmuró la semielfa a su vez, mirándole a los ojos y alzando una ceja negra como el ébano—. Puedes apostar tu…
En ese instante, se reemprendió el baile, y la música ahogó el final de la frase. No obstante, Danilo podía imaginar perfectamente cómo acababa.
El joven contempló cómo Arilyn se alejaba a grandes zancadas, como de costumbre, pues la esbelta columna de terciopelo ya no la estorbaba. Suspiró y volvió para encararse con la matriarca Thann: la segunda de las dos mujeres más temibles que conocía.
Cassandra Thann era hermana de Khelben Arunsun, o al menos eso pensaba la mayor parte de Aguas Profundas, y además madre de nueve hijos, que a su vez la habían convertido en abuela de una pequeña manada de nietos y nietas. Probablemente, había cumplido ya más de sesenta inviernos. No obstante, a pesar de las arrugas de desaprobación que surcaban su frente en esos momentos, apenas parecía diez años mayor que su benjamín. Su melena, primorosamente peinada, era tan espesa y rubia como la de su hijo menor, y conservaba una figura juvenil y estilizada. La edad no había conseguido desdibujar las finas y angulosas líneas de mejillas y mandíbula. Corrían rumores de que lady Cassandra debía su belleza a pociones de longevidad, pero Danilo no les daba crédito. Era mucho más probable que los años no osaran pasarle factura.
—Una fiesta magnífica —comentó el joven despreocupadamente, y unió las manos a la espalda para contemplar a los danzantes—. No se dejan amedrentar, ¿eh?
—Podemos dar gracias de eso —replicó Cassandra con un tono cortante que no chocaba con su plácida expresión—. Esa ridícula broma tuya ha estado a punto de poner fin a la fiesta.
Danilo observó cómo Myrna Cassalanter, una mujer joven con pelo de un brillante tono rojizo teñido con alheña y mirada de matahombres, se acercaba a su viejo amigo Regnet Amcathra. Corrían rumores, muy probablemente iniciados por la misma Myrna, de que el clan Cassalanter esperaba una boda entre ella y el joven vástago del acaudalado clan Amcathra. Tal como Dan sabía, Regnet pensaba de manera muy distinta. La cara del pobre Regnet mostraba una expresión de pánico, apenas velado por la cortesía, mientras conducía a Myrna a la pista de baile. Al parecer, esa noche estaba siendo dura para muchos.
—El baile hubiera acabado antes de tiempo; ¡qué desastre! —murmuró el joven Thann.
—Este año insististe en acudir —le recordó lady Cassandra. La mirada de la mujer siguió el camino seguido por Arilyn fuera del salón, tras lo cual se posó con toda su intensidad en Dan—. Espero que no prepares ningún anuncio.
El comentario lo desconcertó. Por un segundo, se preguntó cómo su madre había averiguado lo que Arilyn y él pensaban hacer cuatro años antes, pero al reflexionar un poco cayó en la cuenta de que el comentario de lady Cassandra se debía más a la tradición que a la adivinación. Los festivales de la cosecha y de primavera solían aprovecharse para anunciar compromisos. No obstante, las palabras de su madre le irritaron.
—¿Y qué si lo hubiera? —la desafió.
—¡Ah! —Cassandra sonrió levemente con una expresión mezcla de alivio y satisfacción que sacó de quicio a su hijo—. Ya pensaba yo que los rumores sobre tu… relación… con esa semielfa eran exagerados.
Danilo reaccionó con una perplejidad totalmente sincera.
—Hace más de seis años que Arilyn y yo somos pareja y, dejando de lado la debacle del Baile de la Gema de hace cuatro años, hasta ahora no te habías opuesto. ¿A qué se debe este cambio de actitud?
—¿De veras quieres saberlo? Como mercenaria era muy competente, y cuando una contrata a gente de ese tipo es inevitable soportar las molestias de que estalle una batalla. En el baile de hace cuatro años, nada realmente grave sucedió. Pero lo de este año es muy distinto. ¿Crees que no sé que las jóvenes suspiran por tu jardín élfico? Un hombre no se gasta una fortuna en zafiros y rosas azules por una simple mercenaria.
—Arilyn nunca ha sido una simple mercenaria.
Cassandra lanzó un suspiro entre dientes.
—Entonces, es verdad. Danilo, ya es hora de que tengas en cuenta tu posición. Ya no eres un muchacho para malgastar tu tiempo con tonterías y mujerzuelas.
El joven tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para sofocar la ira que brotaba en él como una llamarada.
—Cuidado con lo que dices, madre —dijo suavemente—. Hay palabras que no estoy dispuesto a tolerar ni siquiera de ti.
—Mejor que las oigas de mí que de otro. Esa semielfa no es digna de tu amor, y no hay nada más que decir.
Danilo observó largamente a los bailarines antes de calmarse lo suficiente para responder.
—No estoy de acuerdo, pero la discusión acaba aquí antes de que nos digamos cosas que no tengan remedio. Con todos mis respetos, madre, si fueses hombre te haría pagar caro lo que has dicho.
—¡Y si tú fueses hombre, no estaríamos teniendo esta discusión! —exclamó lady Cassandra. Pero su furia se calmó tan rápidamente como se había inflamado—. Hijo mío, debo ser franca.
—Para variar —murmuró Danilo.
Cassandra fingió no haberlo oído. Aceptó una copa de vino de un camarero que pasaba con una bandeja y la empleó para hacer un amplio gesto que englobaba a la brillante concurrencia.
—Mira a tu alrededor —dijo—. ¿Te has fijado en que no hay elfos entre la nobleza de Aguas Profundas?
—Sí. ¿Y qué?
—Deberías pensar en ello.
—¿Y qué me dices de la familia Dezlentyr? —repuso recordando de pronto un ejemplo—. Corinn y Corinna son semielfos, y Corinn heredará el título.
—Ya verás cómo se cuestiona ese derecho —respondió ella en tono atribulado—. Ambos son hijos de la esposa elfa de lord Arlos. De su primera esposa —recalcó Cassandra—. ¿Recuerdas las circunstancias de su muerte?
Danilo recuperó de la memoria una historia que había oído en su juventud y que había olvidado mucho tiempo atrás.
—Fue encontrada muerta en el jardín —dijo lentamente—. Si no recuerdo mal, lord Arlos insistió en que había sido obra de asesinos profesionales. Según él, sus enemigos no podían tolerar que razas no humanas se mezclaran con la nobleza de Aguas Profundas, y afirmó que su esposa había sido asesinada por eso. Sin duda, no eran más que los desvaríos de un hombre destrozado por el dolor —añadió con énfasis.
—¿De veras? —Los ojos de Cassandra buscaron de nuevo los suyos.
Sobrevino un largo momento de silencio durante el cual Danilo no pudo hallar nada que replicar a tamaña absurdidad. Antes de que pudiera recuperarse, su madre se alejó y fue absorbida por el círculo de bailarines.
Arilyn recorrió majestuosamente los iluminados corredores sin prestar atención a las espinas que habían atravesado el delgado calzado que llevaba. En esos momentos, hubiese cambiado de buena gana su mejor caballo por un par de botas recias y prácticas, no sólo porque le hubieran ahorrado clavarse en los pies las espinas de la flor celeste, sino también para propinar un buen puntapié a Danilo en el trasero.
¿Qué mosca le había picado? Cierto era que a Dan le encantaba gastar bromas y que fingía ser un lechuguino superficial y cabeza de chorlito para actuar con mayor libertad. Todo eso Arilyn lo aceptaba, e incluso se divertía secretamente con la actuación del joven. Había aprendido a ver más allá de la broma, y por lo general, convenía con los propósitos del joven, aunque no siempre con sus métodos. No obstante, el truco de esa noche escapaba por completo a su comprensión.
Una vez más calmada, recordó la expresión de perplejidad que se pintó en la faz de Danilo. Además la había advertido usando el idioma elfo, lo cual era muy extraño, pues el joven ponía mucho esmero en ocultar a sus compatriotas su conocimiento de ese idioma. Definitivamente, lo de esa noche no había sido una broma estúpida.
—¿Falta mucho? —preguntó a la doncella tras doblar la enésima esquina del laberinto de pasillos y habitaciones de la mansión Thann.
La muchacha la miró por encima del hombro con una sonrisa comprensiva.
—Es una fiesta maravillosa, pese al incidente. Entiendo que estéis ansiosa por regresar a ella.
Arilyn alzó la vista al techo y se mordió la lengua. Tal vez era una fiesta maravillosa según los estándares humanos, pero para ella resultaba inevitable compararla con los festivales elfos. En Aguas Profundas se celebraban fiestas para hacer política, cerrar negocios y fraguar intrigas; no son para gozar y festejar realmente.
¿Qué podría saber la doncella de tales cosas? ¿Cómo podría conocer el gozo y la unidad de los festivales elfos? A juzgar por la sonrisa transparente y apacible de la muchacha, tampoco sabía nada de la pena y las complejidades que podían resultar de lo anterior. Arilyn no sabía si compadecerla o envidiarla.
Finalmente, la doncella le franqueó la entrada a una habitación e insistió en mostrarle un lujoso vestido tras otro, exponiendo los méritos de cada uno de ellos.
Ansiosa por acabar, Arilyn señaló un vestido plateado que le parecía de su talla y que era lo suficientemente holgado como para permitirle moverse con libertad. Entonces, se quitó las sandalias y se las tendió a la doncella para darle algo que hacer. La muchacha lanzó una exclamación de horror al ver las espinas clavadas en el delicado tejido y, sin perder ni un segundo, empezó a arrancarlas y limpiar las manchas.
Arilyn, abandonada a sus propios recursos, se despojó rápidamente de su vestido hecho jirones y se puso el otro. Con una vigorosa sacudida, eliminó los restos de ramitas y hojas que se le habían quedado prendidos en el pelo y dejó que sus negros rizos le cayeran libremente sobre los hombros. Mientras esperaba que la doncella le devolviera el calzado, basculaba con impaciencia de un pie a otro.
—Me temo que es imposible hacer nada —dijo al fin la criada, lanzando al mismo tiempo una mirada de reproche a la semielfa—. Las habéis manchado con vuestra sangre.
—Qué poca consideración por mi parte —repuso Arilyn secamente—. ¿Hay botas ahí? —preguntó señalando con la cabeza el armario empotrado del tamaño de otra habitación.
La doncella abrió mucho los ojos y farfulló encendidas protestas. Arilyn dejó que hablara y se limitó a enarcar una ceja. La muchacha se dio por vencida con un suspiro.
Pocos momentos después, salía del armario sosteniendo cautelosamente con dos dedos un par de botas de cuero, bajas y de suela fina.
—No es un calzado apropiado. Lady Cassandra me ordenó que os atendiera y os proporcionara ropas adecuadas. Se enfadará cuando os vea con esto.
Arilyn reprimió un suspiro. Claramente eran de factura elfa, pues habían sido confeccionadas con piel de ciervo muy suave y teñidas de un azul tan intenso que ningún artesano humano podría haber logrado; además, la magia brillaba de un modo tenue en ellas. Muy probablemente valían mucho más que el collar de plata y zafiros que adornaba su cuello.
—Los elfos bailan con ellas —aseguró a la doncella.
—Bueno…
—Si te castigan por esto, yo hablaré con lady Cassandra y lo arreglaré —afirmó Arilyn con firmeza.
La muchacha se quedó mirándola un momento y lentamente esbozó una sonrisa especulativa.
—Me encantaría ver eso —confesó al fin.
—Dame las botas. Si debo cumplir mi promesa, esperaré hasta que te encuentres en primera fila para verlo. ¿Trato hecho?
—Trato hecho.
Las botas cambiaron de manos, y en cuestión de segundos, Arilyn regresaba a la fiesta sola. Tras doblar un par de esquinas se dio cuenta de que se había perdido. En la ida estaba tan embebida en sus propios pensamientos que no se había fijado por dónde iban. El resultado era que ella, una elfa capaz de seguir a un venado a la luz de la luna o el rastro de una ardilla por los árboles, se había perdido en ese laberinto de pasillos y habitaciones.
—Bran se sentiría orgulloso de mí —murmuró entre dientes, refiriéndose al famoso explorador humano que era su padre.
Si Danilo llegaba a enterarse, tendría que soportar sus chanzas durante mucho tiempo. Decidida a no pasar por esa vergüenza, siguió adelante, limitándose a saludar con una mera inclinación de cabeza a los servidores e invitados con los que se cruzaba de vez en cuando.
Su humor se ensombrecía a cada giro equivocado. Finalmente, se rindió a lo inevitable y decidió que preguntaría a la siguiente persona que encontrara.
Oyó voces en una habitación del final del pasillo y hacia allí se dirigió a paso ligero, pero tan silenciosamente como una sombra gracias a las botas elfas prestadas. Al aproximarse a la puerta, frenó el ritmo y escuchó la conversación con la idea de decidir cuándo interrumpir.
—En mi opinión, ya hay demasiada magia en Aguas Profundas —afirmó con énfasis una voz masculina, cuyo ligero acento Arilyn conocía muy bien.
La semielfa se paró en seco. No era el tipo de afirmación que habría esperado oír de labios de Khelben Arunsun, el mago más poderoso de la ciudad y mentor de Danilo desde hacía mucho tiempo.
¡Qué mala suerte la suya! Si pedía indicaciones al archimago, seguro que Dan se enteraría de que se había perdido.
—Vuestra propuesta es muy interesante, Oth Eltorchul, pero también peligrosa —declaró una voz débil y quejumbrosa.
Arilyn supuso que pertenecía a Maskar Wands, un mago anciano, que, a decir de Danilo, se mostraba siempre tan nervioso como una gallina clueca.
—¿Peligrosa? ¿En qué sentido? Las esferas de sueños ya se han probado con voluntarios no sólo dispuestos a ello sino también deseosos de hacerlo. Aunque todos pertenecían a la plebe, me alegra poder afirmar que no sufrieron efectos perjudiciales.
Al contrario: las esferas de sueños les ofrecieron momentos de respiro en una vida insignificante y monótona.
Era una voz cualificada, que hablaba con la cadencia casi musical de un consumado mago, aunque con un desdén que al menos a Arilyn le dio dentera. Se trataba indudablemente de Oth Eltorchul, miembro de una familia de hechiceros dedicada a la educación y la experimentación mágicas. La semielfa lo conocía sólo de vista; era un hombre alto, con el pelo rojo típico de su clan y unos ojos color cerveza que miraban con la misma fijeza que una lechuza en busca de presa. Danilo estudió varios años con lord Eltorchul, el padre de Oth, pero no congeniaba con el hijo, de lo cual Arilyn se alegraba.
—¿De dónde provienen esos sueños? —preguntó una voz que no le era familiar.
Se hizo un breve silencio, roto por la desdeñosa risotada de Oth. Arilyn se dijo que la pregunta era muy razonable, pues todos los sueños provienen de alguna parte.
—No son más que ilusiones mágicas, lord Gundwynd; una experiencia artificial que a quien la vive le parece real. Es algo del todo inofensivo.
—La magia no es nunca del todo inofensiva —objetó Khelben—. Cualquier persona prudente, mago o no, lo sabe.
Se oyó el áspero chirrido de una silla que se apartaba airadamente.
—¿Me estáis llamando estúpido, lord Arunsun?
—¿E insultar a todos los presentes? —replicó el archimago en tono exasperado—. ¿Qué sentido tiene afirmar que el cielo es azul si poseen ojos para comprobarlo ellos mismos?
—¡Esto ya pasa de castaño oscuro!
Arilyn decidió que no se le iba a presentar ninguna buena oportunidad para interrumpir y dio dos pasos antes de que otra voz familiar la detuviera.
—Sentaos, Oth —ordenó lady Cassandra—, y escuchad el consejo que habéis venido a buscar. Os hablaré sin pelos en la lengua: nadie venderá esas esferas de sueños porque los magos de la ciudad se oponen. Cualquier intento de vender ilusiones mágicas en un puesto del bazar sería un estúpido reto lanzado a los magos y a su derecho de manejar su arte. Yo no pienso tener nada que ver con eso, ni con nadie que se involucre.
Las palabras de la noble dama fueron acogidas con un murmullo de aprobación.
—Las esferas de sueños podrían ser muy populares —insistió Oth—. Podríamos sacar muchos beneficios.
—Eso también se aplica a la venta de esclavos, de personas y de determinadas plantas para fumar en pipa, pero la ley lo prohíbe, y vos lo sabéis, Oth.
—No existe ninguna ley que prohíba las esferas de sueños.
—La habrá —anunció una voz que Arilyn reconoció como la de Boraldan Ilzimmer, aunque se dio cuenta de que no parecía muy complacido con sus propias palabras—. El gremio de magos es muy poderoso en Aguas Profundas, por lo que sus deseos no tardarán en convertirse en ley.
—Bien dicho, lord Ilzimmer. La Vigilante Orden de Magos se encargará de que esas baratijas sean proscritas. Y si por alguna razón no es así, lo haré yo personalmente.
Pese a hablar con voz cascada por la edad, Arilyn no dudó de que Maskar Wands cumpliría su promesa. El patriarca del clan Wands era, probablemente, el mago más conservador de la ciudad y se oponía con vehemencia a cualquier uso frívolo o irresponsable de la magia.
—Ahí lo tenéis —dijo una voz joven, masculina y grave, que la semielfa no reconoció—. Aquí no encontraréis inversores, Oth. ¿Quién invertiría su dinero en una empresa condenada al fracaso?
—Fracaso no es la palabra que yo usaría —lo corrigió lady Cassandra—. Tal como Oth ha señalado, probablemente podría ganarse dinero vendiendo esas baratijas. Si prohibimos la venta, caerán en manos de comerciantes poco escrupulosos, de gente que nada tiene que ver con nosotros —concluyó con desdén.
—Me sorprendéis, lady Thann —replicó Boraldan Ilzimmer—. En el pasado, vuestras palabras se correspondían con vuestros actos. No obstante, criticáis a los bribones sin escrúpulos al mismo tiempo que invitáis a vuestra fiesta al elfo Elaith Craulnober. Confraternizar con elfos, incluso con los honorables, no demuestra tener muchos escrúpulos.
—Lord Craulnober ha sido invitado por mi hijo, no por mí —se defendió lady Cassandra secamente—. Tal vez le permito demasiado.
Arilyn parpadeó a causa de la sorpresa. No había visto a Elaith entre los invitados, aunque no echaba la culpa a lady Thann por su descontento.
Danilo y Elaith habían sido enemigos hasta ese verano, cuando Danilo correspondió a la traición del elfo salvándole la vida. Por muy bribón y sinvergüenza que fuese, Elaith seguía siendo elfo y acataba ciertos códigos de honor. Por ello, nombró a Danilo «amigo de los elfos», el mayor honor que pudiera concederse a un humano. Después de eso, probablemente, Danilo había considerado natural invitar a Elaith, aunque era comprensible que lady Cassandra pensara de manera muy distinta.
—Yo no confío en los elfos y no veo con buenos ojos que se mezclen con la nobleza de la ciudad —declaró Boraldan con rotundidad—. Si surge algún problema…
—Nos ocuparemos de ello —le aseguró lady Cassandra con absoluta firmeza—. ¿Estamos de acuerdo en negar a lord Oth el permiso para vender esas baratijas?
—Si no lo hago yo, lo hará otro —dijo Oth sin dar su brazo a torcer—. Su existencia no podrá mantenerse en secreto. Muy pronto correrá el rumor de que existen tales maravillas, y alguien hallará el modo de sacarles beneficio. Mejor si es uno de nosotros.
Se hizo un largo y ominoso silencio, que Arilyn fue incapaz de interpretar.
—El comercio está sujeto a una serie de restricciones que no todos los vendedores y clientes de los puestos conocen —dijo, al fin, Cassandra Thann cautelosamente—, pero quienes tratan de contravenirlas acaban mal.
—Estáis hablando con el futuro lord Eltorchul —replicó Oth, indignado—. ¿Osáis amenazarme?
—Jamás se me ocurriría hacerlo —dijo Cassandra de un modo irónico—. Habéis solicitado audiencia para escuchar nuestro consejo, y ya lo tenéis.
—Comprendo —repuso Oth con dureza.
Arilyn no, pero no quería saber más. Y tampoco quería que la pillaran escuchando detrás de la puerta. Así pues, se dirigió hacia la escalera situada al fondo del pasillo y bajó corriendo la pronunciada espiral, diciéndose que más pronto o más tarde llegaría a la planta principal, donde podría guiarse por el resplandor procedente del gran salón.
No obstante, siguió descendiendo más profundamente de lo que, según había calculado, se hallaba la planta principal sin encontrar ninguna puerta. A medida que descendía, la escalera era cada vez más estrecha y la titilante luz de las antorchas sujetas a abrazaderas de hierro en los muros daba paso a la oscuridad. Arilyn ajustó los ojos al nivel de la escasa luz que necesitaban los elfos, capaces de registrar los complejos y sutiles patrones térmicos.
La escalera moría en un oscuro y silencioso corredor situado bajo la mansión Thann. A un lado, se abría una vasta y fría sala atestada de pequeños estantes, en los que se guardaban polvorientas botellas. Los Thann eran vinateros, y Danilo le había hablado con frecuencia de sus bodegas. Arilyn apenas miró por encima ese tesoro escondido, pues toda su atención se concentraba en las huellas que llevaban más allá de la puerta.
Eran huellas de calor, grandes y débiles, que pertenecían a varios seres. Arilyn hincó una rodilla en el suelo para examinarlas mejor y se llevó una sorpresa.
Eran huellas de tren: enormes criaturas reptadoras y subterráneas, que únicamente emergían a la superficie para comerciar. Arilyn las conocía. Los tren eran asesinos, y la semielfa había luchado contra ellos. Por su experiencia, si se habían aventurado hasta allí era con un propósito homicida. Los tren eran capaces de aumentar o disminuir la temperatura corporal para adaptarse a su entorno, por lo que el hecho de que las huellas fuesen débiles no significaba que no fueran recientes.
Y las que había hallado eran muy recientes.
Arilyn se levantó silenciosamente y desenvainó la espada. Gracias a las propiedades mágicas de las botas elfas, seguiría las huellas de las criaturas asesinas sin dejar rastro.