Adam hizo una mueca al tiempo que me miraba.
—Sí que te mandaba mensajes contradictorios.
—¿Tú crees?
Sonrió tímidamente.
—Lo siento, Els, me cabreaste. Estaba intentado demostrarte que eras mía. No fue justo.
Me encogí de hombros.
—Estabas indeciso en aquel momento. Te perdono. Especialmente porque hace de ello una buena historia.
Rio y alcanzó de nuevo el diario, ojeando las páginas, buscando la siguiente entrada.
—Esa noche en el Club 39 no fue ni de cerca tan mala como la de la noche en el Fire.
Adam gruñó.
—Mierda, no sé si quiero leer aquello desde tu punto de vista.
—Lo dejé bastante detallado.
Arqueó una ceja hacia mí.
—¿«Detallado»?
Yo asentí, ruborizándome.
Vio mi piel enrojecida y sonrió, al tiempo que me devolvía el diario.
—Nena, eso será caliente.
Domingo, 16 de septiembre
No puedo más. Se acabó. Me da igual cómo quede lo mío con Adam… definitivamente esto ha terminado.
No había estado esperando precisamente la noche del Fire, porque eso significaría estar atascada en un club viendo cómo Adam flirteaba con todo lo que se moviera, pero era una gran noche para Braden, pues había estado organizando un acontecimiento especial para la Fresher’s Week[4], y le había prometido que estaría allí.
Como siempre Joss y él estaban demasiado centrados en sus propias cosas como para saber de la tensión que había entre Adam y yo. Era esa horrible tensión incómoda, mezclada con frustración sexual, que había surgido tras nuestro último enfrentamiento poco después de la memorable noche en el Club 39.
Resultó que acepté quedar con un tipo llamado Jason que había conocido en Starbucks. Jason estaba bueno y parecía agradable y no vi ningún riesgo en tomar algo con él. Pero… Braden se lo contó a Adam y Adam se pasó toda la noche llamándome por teléfono por tonterías. Me había arruinado la cita. Era inmaduro y completamente indignante.
Todavía lo era más el hecho, como Joss tan sinceramente me puntualizó, de que groseramente yo hubiera contestado a cada llamada en lugar de apagar el móvil. La verdad era que había estado disfrutando con la reacción de Adam. En algún lugar del camino se me había olvidado la promesa de pasar de él tras la noche en su apartamento y había entrado en nuestro estúpido juego una vez más. Quería una reacción por su parte y lo cierto era que ya la tenía. Pero después de echarle la bronca al día siguiente, en la comida de los domingos en casa de mis padres, Adam había pasado de fuego a hielo. Procuraba no quedarse a solas conmigo y cuando lo hacía hablaba sobre cosas con las que se hablaría con un perfecto extraño. Había estado intentando mantener la compostura durante las últimas semanas, y si le sumaba mis preocupaciones con los estudios y las recurrentes jaquecas, que parecían no querer desaparecer, me encontré deseando pagar con él todas mis frustraciones.
Todo el mundo tendría a la agradable Ellie, a la dulce Ellie, a la Ellie a la que todos conocían y querían. Adam tendría a la Ellie malhumorada, a la Ellie cansada, a la Ellie amargada y con el corazón roto.
Mientras Braden retenía a Joss por algo relacionado con la altura de su vestido (mi hermano podía ser una especie de macho alfa estúpido a veces), Adam me llevó a un reservado del bar. Me deslicé a un lado y me quedé sorprendida cuando él se sentó a mi lado, muy cerca.
—Ve con cuidado —le advertí secamente—, creo que estás rompiendo tu propia regla de mantenerte a más de un metro de mí.
Torció el labio, para nada impresionado.
—No empieces, no esta noche.
—Ni esta noche ni ninguna.
Sus ojos relampaguearon.
—¿Sabes por qué nunca tengo pareja, Ellie? Para evitarme toda esta mierda. Esto es como tener una jodida relación pero sin los beneficios.
Herida, le dirigí la mirada más terrible que pude componer.
—No, es como tener una relación de amistad que tú estropeaste.
Tras conseguir hacerle daño, me sentí fatal, y sentirme fatal por eso me hizo cabrearme más con él. No quería que me importara herir sus sentimientos.
Adam iba a contestarme cuando un movimiento nos hizo girarnos y vimos a Joss intentando no interrumpir nuestra bronca. Adam le lanzó una mirada que decía que aposentara su culo y ella se sentó con nosotros, salvándolo de mí.
Sentí casi el mismo alivio que él cuando Joss se sentó a mi otro lado.
—Braden está tomando algo en algún sitio —dijo, sus ojos se dirigían hacia los invitados—. No tenía ni idea de que fueran a venir otros amigos, creí que seríamos nosotros y unos cuantos seleccionados al azar.
—No —respondí despreocupada, pero mi malhumor había causado un cortocircuito entre mi cerebro y mi boca—. No, a muchas de sus ex novias y a sus anteriores amigas con derecho a roce les encanta ir de discotecas, de modo que las ha invitado a todas, así como a las de algunos de sus amigos.
No fue hasta que Adam me soltó un «Ellie, ¿a qué se supone que estás jugando?» cuando me volví y siguiendo su mirada llegué a Joss, quien se había quedado helada ante mi falta de tacto.
Mortificada, me apresuré a disculparme.
—Oh, mierda Joss, no quería decir eso. Me refería a que esas chicas no significaban nada…
—Bebamos —dijo ella demasiado alegremente, y me sentí fatal por hacerla sentir incómoda e insegura sobre Braden.
—No creo que sea una buena idea, mejor esperamos a Braden —insistió Adam.
Como fuera, Braden pasó un buen rato charlando y coqueteando con los invitados, y la tensión en nuestra mesa creció y se volvió tan espesa que todos queríamos escapar de allí. Joss y yo nos fuimos a la pista de baile, y la acompañé un rato hasta que fui a por una botella de agua a la barra. Tal y como me acercaba vi a Adam de soslayo y pude sentir ese, oh, Dios, familiar calor. Llevaba una camisa negra con las mangas dobladas por encima de los codos, con un pantalón de vestir negro. Era sencillo, era muy sexy. A él siempre se le veía sexy, caliente. Y aquella noche se le veía así mientras estaba inclinado hacia una chica sentada en un taburete en la otra punta del bar. Ella rio y eso los acercó lo suficiente como para poder besarse. Lo que fuera que le dijo hizo que su risa suave se convirtiera en una sonrisa seductora, y el calor de mi cuerpo se convirtió en deseos de llorar.
Como si hubiera sentido que le observaba, Adam levantó la cabeza y me vio mirándole. Nunca me había resultado sencillo ocultar mis emociones, especialmente cuando estaba sintiendo algo particularmente profundo, así que giré la cara rápidamente para que no lo viera.
—¿Qué te pongo? —me dijo uno de los camareros cuando finalmente se acercó a mí.
—Una botella de agua. —Mi voz salió tan ronca por el dolor que él se inclinó hacia mí y tuve que repetirle lo que quería.
Justo cuando sacaba el dinero para el agua, una mano se colocó en la parte baja de mi espalda y su colonia me golpeó unos segundos antes de que sus labios lo hicieran con mi oreja.
—Els —me dijo Adam en voz muy baja, ronca de emoción.
No sabía qué responder. Mis ojos permanecían fijos en la botella de agua mientras intentaba recuperar el control, sabiendo que cada día estaba más cerca de forzar nuestra situación hacia algún tipo de resolución a base de sacar la verdad hacia fuera.
—Cariño, mírame.
Hice lo que me pedía, buscando en su cara las respuestas que todavía no estaba preparado para darme.
Apartó la mano de mi espalda y me rozó con los nudillos la mandíbula con ternura, siguiendo el movimiento con la mirada.
—La cosa más hermosa que jamás haya visto —murmuró.
Las palabras me picaron porque me recordaron a otro momento que habíamos tenido, uno más de nuestros tiovivos de señales equivocadas. Rehuí su contacto, haciendo una mueca.
—No lo hagas.
Dejó caer las manos.
—Ellie…
Surgieron murmullos de conmoción y gritos que le interrumpieron, y los dos nos volvimos y miramos por encima de su hombro la cara para encontrar a Braden golpeando a…
—Gavin… —Jadeé.
Adam se levantó inmediatamente para acudir junto a su amigo y yo le seguí, con el corazón desbocado por mi hermano. Gavin había sido amigo del colegio, suyo y de Adam, pero cuando creció se convirtió en un auténtico gilipollas. Braden, por alguna razón, había sentido lealtad hacia él y siempre lo había tenido más o menos cerca. O lo tuvo hasta cinco años antes, cuando lo sorprendió en la cama con Analise, traicionándole.
¿Y estaba en su discoteca?
—Ese es Gavin —Braden le lanzó una mirada de disgusto a Joss—. El amigo que se follaba a Analise. ¿Por qué cojones hablabas con él como si le conocieras?
Oh, Dios mío, ¿Joss conocía a Gavin? Por un momento sentí un pánico absoluto ante la idea de que la historia se estuviera repitiendo para mi hermano. Pero entonces recordé que aquella era Joss, y a pesar de sus fallos, nunca sería desleal. Solo tuve que ver cómo le cambiaba la expresión de la cara al descubrir quién era Gavin para saber que, fuera lo que fuera aquello, era un gran malentendido.
Bueno, al menos por parte de Joss.
—Es entrenador en mi gimnasio —explicó Joss—. Me ayudó una vez.
Le miró como si le prometiera que no tenía ni idea de quién era Gavin, permitiendo que los sentimientos que albergaba por Braden fueran visibles. Estaba segura de que ella no se había dado cuenta, o se habría sentido mortificada por ser tan transparente. De todas formas me alegré de verlo y detesté que mi hermano estuviera tan fuera de quicio que se le escapara.
—Parece que te entretienes con mejores cosas ahora, Bray. —Gavin miró a Joss de una manera que hizo que me estremeciera y vi como los hombros de Adam se tensaban delante de mí—. Aquí me tienes, deseando que la historia se repita, porque he querido tenerla entre las piernas desde hace semanas. ¿Qué me dices, Joss? ¿Te apetece un polvo con un hombre de verdad?
Nunca había visto a mi hermano pegar a nadie, pero se echó sobre Gavin antes de que alguien pudiera detenerlo. Adam hizo lo que pudo, aunque yo sabía que una parte de él no quería empujarle y apartarle de aquel sórdido, maldito cabrón. Pero lo hizo, solo que con la fuerza suficiente para mantener cierto control sobre él cuando Gavin dijo algo tan obsceno que incluso yo le hubiera pegado un puñetazo.
Para cuando seguridad llegó para llevarse a Gavin, creí que Adam iba a soltar a Braden solo para poder tener también él los brazos libres. Y pobre Joss. Vi su preocupación mientras Braden, erizado por la adrenalina y la ira de una manera que nunca antes le había visto, la arrastraba por la pista principal y la subía escaleras arriba a la zona privada, hasta su despacho.
Prefería no saber lo que iba a pasar allí arriba.
Así que permanecí donde estaba, temblorosa todavía tras todo lo ocurrido, mientras los exaltados clientes e invitados se dispersaban para continuar disfrutando de la noche. Adam y yo seguíamos en medio de la pista, mirándonos el uno al otro. Creo que los dos estábamos tratando de averiguar dónde nos encontrábamos nosotros y qué narices había pasado.
La chica del taburete volvió a él con un jersey a modo de vestido tan ajustado que parecía una pera. Era más baja que yo, pero, como Joss, tenía más caderas y culo. Me sentí de repente desaliñada con mi figura, con mi vestido brillante. Parándose a su lado, colocó la mano sobre su brazo con propiedad.
—Déjame que te invite a algo después de eso.
Adam apartó los ojos de ella para mirarme, y desesperada como estaba por no resultar tan transparente como antes, agaché la cabeza un poco escondiendo mis gestos y le dije categóricamente:
—Ve, yo me marcho a casa de todos modos.
Le rocé al pasar antes de que pudiera contestarme, me hice hueco entre la multitud y bajé cuidadosamente las escaleras hasta llegar al nivel de la calle. Una mano me cogió del brazo y casi me hace perder el pie y me sorprendí al ver a Adam con la chaqueta puesta.
—Me aseguro de que llegas bien a casa.
—No es necesario.
Ni contestó ni me dejó marchar. Estaba demasiado cansada para discutir, así que le permití meterme en un taxi y me senté en silencio mientras nos llevaban a la calle Dublín.
Pagó el taxi y me siguió arriba, hasta la puerta de casa. Esperó pacientemente hasta que le di las llaves y entramos en la oscuridad del piso. Subí unos cuantos escalones hasta el distribuidor, le di al interruptor de la luz y me giré sobre los tacones hacia él.
—Puedes irte ya.
En lugar de eso Adam estrelló la puerta de la entrada al cerrarla de un portazo y me miró hoscamente.
Suspiré con suavidad, cansada de pelear. Mama siempre bromeaba con que yo no era una luchadora, era una amante. Incluso me compró una camiseta que lo decía.
—Puedes irte ya, Adam. Gracias por traerme a casa.
—¿Qué quieres de mí? —me preguntó de repente, su voz dura por la ira.
Me hice atrás ante su tono, apoyándome en la pared, mirándole con cautela conforme se acercaba, al acecho. Incliné la barbilla, y mis labios se abrieron de sorpresa cuando le vi colocar las manos contra la pared a los lados de mi cabeza para aprisionarme entre su cuerpo. Bajó la cabeza, su nariz se deslizó por la mía hasta que sus labios quedaron prácticamente sobre los míos. Tragué saliva y encontré al fin mi voz.
—¿Qué quieres tú de mí?
Su respuesta fue cubrir la distancia que separaba nuestras bocas casi con violencia.
Como la otra vez que me había besado así, el mundo desapareció, llevándose la realidad y cualquier cosa que importara. Rodeé con mis brazos su cuello, enredé mis dedos en su pelo, presioné mis pechos con fuerza contra el suyo, mientras nos devorábamos el uno al otro.
Después de un tiempo Adam suavizó nuestro pasional beso liberando mi boca hinchada para darme suaves besos en la mandíbula y la parte baja del cuello mientras su mano se deslizaba entre mis muslos. Me dejé caer contra la pared con un suspiro, los ojos cerrados mientras regresaba a mis labios, probándome con la lengua. Sus dedos se colaron por debajo de la ropa interior de encaje que llevaba bajo el vaporoso vestido y gemí contra su boca ante la presión de aquellos dedos que empujaban dentro de mí.
Adam los sacó, su aliento tan jadeante como el mío, y comenzó a jugar conmigo. Cerré los ojos de nuevo; el placer me tensó. Me agarré a sus brazos conforme me empujaba hacia el orgasmo.
—Adam —le supliqué.
—Mírame. —Sus palabras retumbaron en mi boca e inmediatamente abrí los ojos para encontrar los suyos, ardientes—. Quiero ver cómo te corres.
Sentí que mis mejillas se sonrojaban aún más ante su petición, pero le sostuve la mirada mientras sus dedos me acariciaban, mis caderas se mecieron contra su mano, mi mirada se volvió adormecida. La respiración de Adam se volvió cada vez más entrecortada, y cuando me presionó el clítoris con el pulgar estallé, pegándome a él durante mi orgasmo, y él gritó una palabrota mientras se apoyaba en el hueco de mi cuello.
Las piernas apenas me sostenían cuando bajé de las alturas, regresando a la realidad. La confusión me abrumó y sentí que algunas lágrimas me escocían en los ojos. El aliento cálido de Adam me acarició la piel mientras bajaba la cabeza para suspirar en mi oído.
—Casi me corro solo de verte a ti.
Temblé, sintiendo de nuevo aquel cosquilleo por todo el cuerpo.
—Haces que se me ponga tan jodidamente dura. —Me confesó, al tiempo que me tomaba la mano y me la dirigía para que presionara su erección a través de los pantalones.
El triunfo apartó a la confusión por un momento, y el sentimiento de poder que daba la victoria me hizo acariciarle y escuchar sus gemidos de placer en mi oreja. Al menos me deseaba. Al menos aquello le causaba verdadero tormento.
—Si no paras, nena —me apartó la mano— voy a explotar.
Cuando levantó la cabeza, me miró a los ojos y los vio acuosos, y se hizo atrás con otra palabrota. Pasándose la mano por el pelo, suspiró pesadamente.
—No debería haber hecho esto, Els, lo siento. —Arrugó la cara y vi la autoflagelación en su rostro.
—¿Por qué? —le pregunté suavemente, necesitaba entender de una vez por todas qué era lo que ocurría entre nosotros—. ¿Por qué no deberías haberlo hecho? ¿Por qué no podemos estar juntos?
Sus maravillosos ojos oscuros me miraron con sorpresa, como si no pudiera creer que no lo entendiera.
—Es por Braden, Els. Es mi mejor amigo, mi familia. No puedo correr el riesgo de que no me perdone por… —Gesticuló con impotencia hacia mí.
El calor de las secuelas del orgasmo que me había proporcionado se vio sustituido por un escalofrío tras oír sus palabras. Me quedé de pie contra la pared intentando controlar la bola de fuego que tenía acumulada en la garganta.
—Pero yo sí estoy dispuesta. Estoy dispuesta porque estoy enamorada de ti. Sabes que estoy enamorada de ti.
La ausencia de sorpresa en su cara fue la confirmación.
Negué con la cabeza, me reí amargamente y me sequé las lágrimas que habían comenzado a caer.
—Todos estos años, incluso ahora, me dices que todo lo que has querido ha sido protegerme de lo que pudiera hacerme daño. Y aun así haces y dices cosas que me confunden. Que me hacen creer que sientes por mí lo mismo que siento yo por ti, y al segundo eres frío y te paseas con otra mujer delante de mis narices. —Las lágrimas corrían veloces ahora y pude ver el brillo de dolor en los ojos de Adam. Me dio igual. Tenía que sacar aquello de dentro de mí—. La única persona que siempre me ha herido en lo más hondo eres tú. Y te lo sigo permitiendo.
—Ellie. —Sonaba destrozado, dio un paso hacia mí. Se detuvo, no obstante, con los ojos llenos de dolor cuando yo me aparté—. Te quiero. —Admitió, y en lugar de sentir alegría por sus palabras, el último pedacito de mí que todavía conservaba la esperanza se rompió.
Negué con la cabeza.
—Pero no lo suficiente.
—Sabes que eso no es cierto, Els. Tú, entre todos, tienes que entenderlo. Si tú y yo empezamos algo y sale mal, pierdo también a Braden. Perderé a las dos únicas personas en el mundo que significan algo para mí.
Quería entenderle. Intentaba entender las razones que había detrás de las acciones de las personas, porque quería ver lo mejor de cada uno. Pero lo único que sabía era que si él me quisiera lo suficiente lo arriesgaría todo —arriesgaría nuestra historia— por algo más, y el hecho de que no estuviera dispuesto a hacerlo me decía que no podía sentir por mí lo mismo que sentía yo por él. No quería meterme en una relación en la que yo amaría al otro más de lo que él jamás sería capaz de amarme.
—Vete a casa, Adam —le respondí en voz baja—. Hemos terminado.
Sus ojos se agrandaron con la conmoción.
—Ellie…
—Disimularé por Braden. Cuando estemos juntos fingiré que nada ha cambiado entre tú y yo. —Me sostuvo la mirada, tratando de ser fuerte mientras yo ponía fin a lo nuestro—. Pero, sea lo que sea, se ha terminado. No me llames, no vengas a verme… No lo hagas. No te quiero cerca a menos que sea necesario. Y si te preocupas por mí aunque sea un poco, sé que te mantendrás alejado.
No le permití replicar. No podía. Me di la vuelta y recorrí el pasillo hasta mi habitación, luego cerré la puerta y me apoyé en ella, concentrada en seguir respirando.
Se produjo un silencio al otro lado que me pareció que duraba una eternidad, antes de que finalmente oyera la puerta de la entrada cerrarse suavemente.
El ardor de la garganta estalló en sollozos, y resbalé por la madera buscando aire en medio del dolor.