—Estaba flipando. —Admitió Adam, con una sonrisa maliciosa—. En mi vida me había puesto tan duro solo con rozar los labios de una mujer. Después de aquello quería follarte cada vez que te veía.
Le empujé juguetona, ruborizándome. Adam era a menudo deliberadamente crudo porque sabía que aquello me avergonzaba y me excitaba a partes iguales. Siempre había odiado cuando la gente usaba la palabra «fo…» para describir el sexo, creyéndola exenta de sentimiento y como algo fortuito. Pero cuando Adam y yo comenzamos como pareja descubrí que cuando estabas enamorado de alguien y sabías que esa persona te correspondía había distintos niveles de sexo. A un lado del espectro estaba el sexo tierno, dulce, lento al que yo llamaba «hacer el amor» y al otro lado estaba el sexo rudo, salvaje, «nunca tengo suficiente de ti», que era definitivamente la palabra «fo…». Adam era de lo más eficiente en ambos extremos.
Recapacité sobre sus palabras y fruncí el ceño.
—Hiciste un trabajo magnífico ocultándolo.
—No sé de qué me hablas —carraspeó. Volvió a mirar el diario—. ¿Qué fue de aquel tío, de Christian, a todo esto?
—Lo rechacé amablemente cuando me llamó para quedar de nuevo.
—Debería decir «pobre chico», pero tuve que aguantar cinco años deseándote sin tenerte.
—Eso fue enteramente culpa tuya. —Busqué el diario que quería y, cuando lo encontré, llegué enseguida al párrafo que quería, en tanto era una noche que no olvidaría fácilmente—. Nueve meses antes de que Joss apareciera. Un ejemplo perfecto de que fue única y completamente culpa tuya.
Sábado, 23 de octubre
Se acabó. Me rindo. Me siento humillada. Confusa y humillada. Y herida. Dios, herida ni siquiera empieza a describir cómo me siento…
Se suponía que iba a pasar el sábado por la tarde con Jenna y unas cuantas amigas de la universidad tomando cocktails y hablando de cualquier cosa que no fueran nuestros estudios. En cambio iba en un taxi directa al dúplex de Adam en Fountain bridge. Podría haber ido andando, pero me inundaba una fuerte sensación de urgencia por llegar y asegurarme de que él estaba bien.
Y realmente necesitaba darle las gracias por cubrirme el culo. Como siempre hacía.
La semana no había sido precisamente buena. Y eso siendo optimista.
Había sido traicionada. Otra vez. Pero esta vez había sido peor que nunca. Durante cinco meses había estado saliendo con Rich Sterling. Durante cinco meses creía haber estado saliendo con un hombre decente que trabajaba en Glasgow para una agencia de empleo. Y me había enterado finalmente de que era un espía industrial que trabajaba para el mayor competidor de las empresas de mi hermano en Edimburgo. Ese inversor inmobiliario estaba tan desesperado por vencerle en la compra de un terreno codiciado por Commercial Quay que había contratado a Rich para que se me acercara y, a través de mí, a Braden, para intentar descubrir su oferta y ofrecer más dinero por aquel pedazo de tierra.
No es que estuviera enamorada de Rich, pero había permitido a ese cerdo entrar en mi vida, en mi cama, y le había entregado un pedacito de mí. Creo que nunca me había sentido más estúpida en toda mi vida. Toda mi familia y amigos seguían diciéndome que era demasiado confiada, que no tenía intuición en lo que a las personas se refería, y que así entraban en mi vida los gilipollas, y finalmente estaba empezando a creer que tenían razón.
Podía cerrarme, no permitir que la gente se me acercara, ser más prudente, más selectiva… pero entonces no sería yo, y de algún modo habría permitido que Rich me ganara. Así que prefería no cambiar, y me consolaba sentir que me apuntaba aquella pequeña victoria.
Sin embargo, todavía me sentía apesadumbraba y no podía hacer nada, no podía devolverle el golpe de ninguna manera. Así que cuando Braden había venido a mi piso —ese precioso apartamento en la calle Dublín que había renovado y me había dejado después para vivir en él gratis— y me había dicho que Adam y él se habían tropezado con Rich por la ciudad la noche anterior, aguanté la respiración, sabiendo exactamente lo que venía a continuación. Seguro que Braden había tenido que emplearse a fondo para quitarle a Rich a Adam de encima y llevárselo a casa para calmarlo y ponerle hielo en los nudillos. Adam había dejado claro a todo el mundo cómo se sentía cuando alguien me traicionaba. No le gustaba. Y cuando no le gustaba, marcaba en el rostro del traidor su disgusto.
En cuanto Braden se marchó comencé a dar vueltas por el piso presa de un ataque de nervios, preguntándome qué debía hacer. ¿Debía llamar a Adam y darle las gracias? ¿Ir a su piso y agradecérselo en persona? ¿Regañarle por utilizar la violencia para dejar claro su punto de vista? No, esa última opción definitivamente no la usaría con él. Adam no era una persona violenta. De hecho, aunque podía ser amenazante y había amedrentado a un montón de niñatos cuando yo era más joven, esa era la primera vez, que yo supiera, que golpeaba a alguien en mi favor. Adam había explotado y se había marchado hecho una fiera cuando Braden les explicó lo que había averiguado sobre el asunto. Braden me lo había dicho cuando me contó toda la historia, pero tenía la garganta atascada por las lágrimas y me lo hubo de explicar todo dos veces.
Tras quedarme sola, tomé la decisión de cancelar mi salida con las chicas. Salté a la ducha, me planché el pelo y me puse una falda larga con un cinturón fino, mis botas Ugg y un suéter de lana con cuello alto y los bordes cortados. Quería parecer informal, por supuesto, pero dado que sabía que Adam iba a verme quería recordarle que era una mujer con las curvas de una mujer. Aunque tampoco es que fuera a impresionarle. A pesar de que evidentemente de vez en cuando me miraba de arriba abajo, Adam se había mantenido especialmente platónico en nuestras interacciones tras aquel pequeño roce en los labios hacía ya tres años. Había salido con tres tíos desde entonces en un intento de olvidarle. Nunca funcionaría. Todos los hombres palidecían en comparación con él y las relaciones se desvanecían.
Pensando en el frío cogí una chaqueta corta para encima del suéter y una bufanda e hice señas a un taxi que había delante de mi casa. No fue hasta que estuve dentro del taxi cuando se me ocurrió que quizá debería haberle llamado para avisarle de que iba hacia allí. Era sábado por la noche. Tal vez tuviera compañía.
Mi estómago se revolvió molestamente ante la idea. La última vez que me presenté en su casa sin avisar fue hacía cuatro meses, y lo había sorprendido con una mujer llamada Vicky.
No solo me horrorizó ser testigo una vez más de uno de sus interludios sexuales, sino que me quedé conmocionada al descubrir que mi hermano y él compartían amantes. No al mismo tiempo, gracias a Dios. Sabía que las compartían (y no quería saber si era algo recurrente) porque Braden había estado viendo a Vicky durante tres meses. En un intento de aliviar las magulladuras en mis nociones románticas, Adam me había explicado que Braden y Vicky mantenían una relación casual, y que cuando Vicky había dicho que le gustaba Adam mi hermano se lo había comentado a él y Adam había dicho y —¡la, la, la, la, la, la!— no oí nada más, porque desde luego ya me había metido los dedos en los oídos infantilmente y le cantaba «¡la, la, la!».
Para mí el sexo no era algo casual. No solo estaba enfadada porque mi hermano, que una vez fue un romántico en secreto, se hubiera convertido en un monógamo en serie, estaba todavía más enfadada con Adam por animarle.
Le pedí al taxista que esperara un segundo y llamé a Adam.
—Ey, cariño. —Me recibió su rica voz llena de inquietud. Estaba todavía claramente preocupado por cómo llevaba la traición de Rich.
—Hola —respondí en voz baja, permitiendo que el calor de su voz penetrara en mi pecho—. Estoy abajo. ¿Te viene bien que suba?
—Claro, te abro.
Colgué, pagué al conductor, salí del coche con el corazón a la carrera y me precipité hacia el portal justo en el momento en que él le daba al botón y me permitía entrar. Las palmas de las manos me empezaron a sudar mientras el ascensor subía a su piso. Era extraño, pero mi reacción ante la idea de estar a solas con Adam no había hecho más que empeorar en los últimos años. Cada vez era como una primera cita, y eso que le conocía mejor de lo que conocía prácticamente a nadie.
Cuando la puerta del ascensor se abrió, mis ojos se encontraron con los de Adam. Estaba en pie, bajo la puerta, en el recibidor, con los brazos cruzados a la altura del pecho y el hombro apoyado en el marco. Llevaba una camiseta blanca lisa, unos vaqueros viejos, los pies descalzos, el pelo revuelto, y necesitaba un afeitado.
Estaba tan malditamente sexy que comencé a preguntarme si no me pondría a hiperventilar allí mismo.
Crucé el pasillo y me acerqué a él, enseñándole la botella de vino que había llevado conmigo. La cogió con una sonrisa burlona y suspiré.
—Era una de las dos cosas: o una botella de vino o una palmada en el dorso de la mano. —Miré sus nudillos magullados intencionadamente.
—El vino servirá —dijo Adam con una mueca.
Le seguí al interior del dúplex, y mis ojos absorbieron el espacio, como siempre. Una gran escalera abierta daba la bienvenida al frente de la entrada y conducía a dos espaciosas habitaciones, un baño y un estudio. Tras la escalera, en el piso de abajo, había un espacio abierto, una zona amplia para sentarse, con ventanales del suelo al techo cubriendo las paredes, y al final del todo una estilosa cocina con isla, con barra de desayuno y mesa y sillas.
Era una propiedad lujosa y él podía permitírsela de sobra. No solo porque Braden le pagara extremadamente bien. Adam había invertido su propio dinero en propiedades para alquilar estos dos últimos años, con lo que implementaba su renta más que adecuadamente.
Eché otra ojeada alrededor del amplio espacio, sonriendo. A diferencia de mi piso, el de Adam estaba completamente ordenado. Cada cosa había sido cuidadosamente elegida y tenía su sitio. Si no hubiera sabido de primera mano que era el tío más heterosexual de los heterosexuales (bueno, con la excepción de Braden), aquel dúplex me habría convencido de todo lo contrario.
—Creo que abriré esto. Me huelo un sermón. —Su voz bromeaba mientras sus ojos recorrían la cocina.
Mientras me encogí de hombros y me quité la chaqueta y la bufanda, levanté la cabeza y vi su delicioso culo alejándose de mí. Aquel hombre tenía el mejor culo de la historia de todos los culos. Dejé mi chaqueta en una esquina de su enorme sofá, oteé hacia la cocina y vi cómo sacaba dos copas de vino del armario y las servía. Adam se giró justo cuando le miraba y vi sus ojos sobre la piel desnuda entre el borde de mi suéter y el cinturón de la falda antes de que los apartara rápidamente al verse sorprendido. Me consentí una secreta sonrisa presumida. Buena elección de armario.
—Toma —me dijo con aspereza, pasándome la copa.
Nuestras miradas se cruzaron cuando tomábamos un sorbo de vino. Mientras bajaba la copa le dije con solemnidad:
—He venido a darte las gracias.
Adam hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
—Ellie, no había necesidad de que vinieras a darme las gracias. —Su rostro se ensombreció—. Fue un placer, créeme.
—Braden dice que le costó un buen rato separarte de Rich.
—Te la metió, Els. Y quiero decir que realmente te la metió.
—Literalmente —murmuré, y Adam se puso rígido.
—No —me advirtió—. Estoy a punto de acabar con esa basura.
Sentí algo de miedo ante la sinceridad de su voz. Adoraba que Adam se preocupara tanto por mí. Quizá no fuera proclive a verme como otra cosa que no fuera la hermana pequeña de Braden, pero era un gran premio de consolación saber que albergaba algún tipo de sentimientos por mí.
—Debería estar dándote una buena reprimenda.
Alcancé su mano libre, utilizando las heridas como excusa para tocarle, y me la acerqué para inspeccionarla. Sus nudillos no estaban solo magullados, estaban hinchados y uno de ellos tenía un corte a medio curar.
—¿Cuántas veces le golpeaste? —siseé sin aliento.
Adam se acercó, sin apartar la mirada de la mano que yo le sostenía.
—Golpeé una primera vez a la pared al lado de su cabeza a modo de aviso. No atendió a la advertencia, soltó algo de mierda por la boca que no debería haber dicho, y creo que le di cuatro veces antes de que Braden me apartara de él.
Lo miré fijamente, sin sentir ya ningún miedo.
—¿Lo dejaste consciente?
—Apenas —respondió Adam sin ocultar su enfado—. ¿Te importa?
—No quiero que tengas problemas por mí.
Su expresión se suavizó y amablemente liberó su mano.
—No te preocupes, cariño. Según las fuentes yo ni siquiera estaba cerca de la New Town anoche. Tenemos una docena de testigos que declararán que estaba en el bar Kohl cuando se produjo el supuesto ataque.
Asentí, pero me mordí el labio superior, preocupada.
—Els, en serio, ¿cómo estás? —me preguntó en voz baja, tentativamente.
En lugar de contestar de forma directa, me di la vuelta y lentamente me hice un hueco en su confortable sofá y oí cómo me seguía. Me acomodé y Adam hizo lo propio muy cerca de mí, relajando el brazo en el respaldo, detrás de mi cabeza. Finalmente volví a mirarle y me encogí de hombros.
—Soy idiota.
Las cejas de Adam se juntaron y su boca se tensó.
—No eres idiota.
—Soy idiota —insistí—, y cándida… y he sido humillada.
Se deslizó todavía más cerca; sus dedos rozaron mi muñeca para reconfortarme.
—No tienes nada por lo que sentirte humillada. Es él el imbécil que ha jugado contigo. Es él el idiota. Es él el jodido capullo que un día mirará atrás y se dará cuenta de que durante cinco meses fue el cabrón más afortunado del planeta por estar contigo. Se arrepentirá de esto, pequeña.
«Pequeña».
Por un momento me olvidé de respirar. Adam nunca me había llamado «pequeña» antes. Había algo íntimo en ello. Me gustaba un montón.
Le sonreí.
—Siempre sabes exactamente lo que hay que decir.
—Eso es porque siempre digo la verdad. Eres única, Els. Algún tío será lo bastante afortunado como para tenerte.
Busqué en sus ojos sintiendo sus palabras como una caricia sobre mi cuerpo, y su mirada parpadeó sobre mí una vez más, examinándome subrepticiamente antes de tomar otro sorbo de vino. Se me ocurrió que tal vez lo único que Adam necesitaba era un empujón. Sí, era la hermana pequeña de Braden, pero también era Ellie, la chica que al parecer él creía que merecía lo mejor del mundo, y la que había admitido que consideraba hermosa. Culpad al vino o al hecho de que él se hubiera movido por mí una vez más, pero decidí impulsivamente que estaba cansada de esconder mis sentimientos.
Dejé que Adam me hiciera sentir mejor y nos acabamos las copas de vino. Pasó una hora antes de que me diera cuenta, y me había quitado las botas y estaba acurrucada en su sofá, sentada muy cerca de él. Su brazo todavía reposaba detrás de mí y cada vez que me reía tocaba su bíceps o rozaba su rodilla. Era una persona afectuosa, táctil y abierta, pero aquello era mucho más que eso, y Adam lo sabía. Vi sus ojos a medida que charlábamos y esperé que estuviera funcionando.
Quizá podríais pensar que sentirme dolida y traicionada me habría vuelto tímida como para abrirme de nuevo y dejar pasar todo lo ocurrido, pero es que no estaba en mi naturaleza encerrarme en mí misma y ser distante. No podía ser quien no era, y definitivamente no quería ser ese alguien con Adam.
Cuando la hora se convirtió en dos, estaba más determinada que nunca a que esa noche las cosas entre Adam y yo cambiaran. Estaba harta de salir con tíos de los que no me podía enamorar, y más harta de ser engañada por ellos.
Adam estaba en mitad de una anécdota sobre una charla con su madre por Skype la semana anterior y los planes de sus padres de volver durante un tiempo al Reino Unido por abril, cuando estiré los brazos hacia arriba, simulando que necesitaba crujir la espalda. El movimiento tiró del dobladillo del top hacia arriba, mostrando la piel desnuda de mi vientre liso, y también empujó mis pechos hacia fuera. Cuando volví a bajar la cabeza y la relajé, Adam había dejado de hablar y pude ver un músculo pulsando en su mandíbula.
—Ellie, ¿se puede saber qué cojones estás haciendo? —Su voz sonó enronquecida y baja.
Aunque mi cara enrojeció ante la posibilidad de un rechazo, me encogí de hombros despreocupadamente.
—Me estiro.
Sus ojos recorrieron mi cuerpo y sentí su propia tensión.
—Sabes de lo que estoy hablando. Rozarme, flirtear, estirarte…
Con el corazón martilleándome, me acerqué más a él en el sofá, hasta que mis rodillas tocaron la parte externa de su muslo. Me humedecí los labios nerviosa pero totalmente excitada ante la mera idea de que él me devolviera el contacto.
—Creo que lo sabes —le susurré.
Nuestros ojos se encontraron, y nuestras miradas se aferraron la una a la otra. El ambiente se espesó entre nosotros. Adam tragó saliva con fuerza.
—Ellie. —Tomó aire.
Sosteniéndole la mirada saqué una mano temblorosa, la alcé y la coloqué sobre su muslo y lentamente la moví hacia arriba, acariciándole. Casi había alcanzado el calor de su entrepierna, donde para mi absoluta satisfacción y placer pude ver su erección pulsar contra su cremallera, cuando su gran mano agarró la mía con fuerza.
Apenas iba a dejar escapar un suspiro de sorpresa cuando me soltó la muñeca, tirando de mí. Choqué contra él y aprovechó mi momento de desorientación para su beneficio. Me asió por la nuca y cerró mi boca contra la suya, famélico.
Me derretí contra él. Sencillamente me derretí.
Mis dedos se hundieron en su cabello y cambié de postura para quedar con una pierna a cada lado de su regazo. Mi cuerpo se hundió en el suyo. Mi boca se hundió en la suya.
Aquello era todo y más de lo que siempre había imaginado.
La piel me ardía, mis terminaciones nerviosas burbujeaban y sentía un hormigueo por todas partes. Adam sabía a vino, a calor… y a casa. Gemí dentro de su boca y sus brazos presionaron con más fuerza en mi cintura, acercándome todavía más, lo que parecía imposible, cambiando el beso de apasionado a obsceno en un nanosegundo. De repente estaba picante y mojada, nuestras lenguas enredadas y lamiéndose, y descubriendo cada centímetro de la boca del otro.
Y aun así no estábamos lo bastante cerca.
Seguimos besándonos, perdidos en una neblina de sensualidad y una química tan eléctrica que nunca me volvería a dudar de las novelas románticas, cuando sentí que sus manos rudas me rodeaban los tobillos y ascendían por mis pantorrillas hasta la parte de atrás de mis muslos, mientras liberaba mi falda de la maraña que éramos y la enganchaba en el cinturón alrededor de mi cintura. Aquellas manos suyas me acariciaron el culo, estrujándolo y enviando un ramalazo de calor entre mis piernas que me hizo suspirar en su boca.
Adam gruñó e imprimió más presión en mis caderas, empujándome contra su regazo, y su dura erección se frotó directamente contra mi pelvis, notando entre nosotros nada más que el vaquero y el fino algodón de mi ropa interior. Busqué la deliciosa fricción, cabalgando sobre él hasta que nuestras bocas tuvieron que separarse a intervalos para tomar aire.
Lo necesitaba más cerca, lo necesitaba dentro de mí, y me hundí más en él y mis dedos se clavaron en sus hombros, conforme me frotaba más fuerte.
Adam gimió y se apartó de mí para quitarme el suéter. Levanté los brazos, nuestros movimientos rápidos y frenéticos al tiempo que me quitaba también el sujetador. Ahuecó mis pechos en sus manos y arqueé la espalda ante su contacto.
—Tan perfectos —murmuró roncamente—. Tan jodidamente perfectos.
Capturó un pezón entre sus labios calientes y grité ante el calor que invadió mi cuerpo, empujándome cada vez más cerca del orgasmo.
Verme tan caliente pareció hacer arder a Adam. Después de un pequeño grito me encontré acostada de espaldas en el largo sofá y lo vi a través de una neblina, con la visión borrosa como consecuencia de la lujuria, quitarse la camiseta y tirar de mi falda y de mi tanga. Los músculos de sus abdominales se flexionaron deliciosamente y sentí crecer la humedad entre mis piernas.
No era justo que estuviera tan malditamente bueno.
Nuestros labios se encontraron de nuevo cuando él se abalanzó sobre mí otra vez, mis pezones rígidos aplastados contra su duro pecho, mis piernas extendidas para adaptarse a él y rodearnos. Todavía llevaba los vaqueros, y la tosquedad de la tela contra mi piel desnuda le daba un toque de sensual tortura.
La desesperación de nuestros besos fue en aumento y vi lo que quería de él, encontré el botón y la cremallera de los pantalones y me deshice de ambos. Tiré de sus boxers, para deslizar la mano dentro, asirlo y liberarlo. Estaba palpitante, caliente y duro, y no me podía creer que esto fuera a ocurrir al fin. Ahora lo sabía todo sobre él.
—Joder —gruñó contra mis labios, y sus caderas empujaron mientras yo presionaba la cabeza del glande contra mi clítoris.
Le solté para poder rodearle la parte baja de la espalda, inclinando mis propias caderas hacia arriba hasta que él me sintió. Me besó de nuevo, con fuerza, y noté que su erección se deslizaba hacia abajo…
Abrí más los muslos y con agilidad moví las manos por los músculos de su espalda tirando de los vaqueros hacia abajo todo lo que pude. Agarré sus nalgas y lo empujé contra mí.
—Adam, por favor —supliqué—. Adam…
Se enfrió. Al momento. Su nombre en mis labios lo sacó de la mágica neblina sexual.
Nuestras miradas se encontraron cuando él incorporó la cabeza, su cuerpo cernido sobre el mío, sus músculos temblando por la tensión. Mientras imaginaba que mi mirada debía ser de confusión, la de Adam era de terror.
Fue una mirada que hizo que deseara arrastrarme dentro de mí misma.
Me dolió como nada que hubiera experimentado antes.
Él se revolvió apartándose de mí, tiró sus boxers y vaqueros hacia arriba y me arrojó la falda para cubrir mi desnudez.
—Ellie, no podemos.
Sacudió la cabeza y prácticamente saltó del sofá, agarró la camiseta y se la puso de nuevo.
Sentía una mezcla de sentimientos, confusión, dolor, frustración sexual, así que fui incorporándome lentamente.
—Por el amor de Dios, Ellie, vístete —me espetó Adam duramente, y me costó todo lo que tenía, lo que era, no acobardarme… no llorar.
Mientras me ponía la ropa Adam exhaló.
—Cariño, lo siento, no pretendía… —Su voz se hallaba cargada de remordimientos.
No dije nada, solo me arreglé la ropa y alcancé las botas, intentando mantenerme entera. No podía derrumbarme delante de él. Sencillamente no podía.
—¿Ellie?
Finalmente le miré, ya en pie. En su mirada se veía un corazón tan roto como el mío. Era una especie de consolación.
—Ellie, eres la hermana pequeña de Braden… no puedo… no podemos… —Golpeó con impotencia el sofá antes de pasarse la mano por el pelo.
Y ahí es cuando al fin me di cuenta de algo trágico. Mientras que yo estaba convencida de que lo que estaba ocurriendo era algo nacido del afecto, de la atracción, sí, y del amor, para Adam lo que casi había ocurrido era producto de la lujuria. Él no quería hacerme el amor. Él quería follarme.
El dolor se alojó en mi garganta sin pedir permiso y supe que en cinco segundos rompería a llorar sin consuelo ni esperanza. Me alejé de él dando la vuelta al sofá, con la larga melena cubriéndome el rostro, cogí la chaqueta y corrí a la puerta.
—¡Ellie! —Adam me gritó con pánico, pero yo ya estaba prácticamente en la entrada—. ¡Ellie! ¡Joder!
Oí la palabrota, di un portazo tras de mí y me precipité hacia las escaleras, sabiendo que quizá el ascensor no llegaría a tiempo para mi veloz huida. Las lágrimas caían por mis mejillas mientras corría escaleras abajo, intentaba contener los fuertes sollozos que estaban a punto de estallar.
—Ellie, por favor. —De repente Adam estaba en la escalera también, sus pasos aporreaban el suelo cada vez más cerca de mí.
Aceleré, ignorando sus gritos para que volviera y hablara con él.
El tiempo que le costó llegar al portal fue suficiente para que yo cruzara la calle y alcanzara un autobús que estaba a punto de arrancar. Entré y las puertas se cerraron. Suspiré de alivio y miré el número de la ruta sin inmutarme.
Me daba completamente igual adónde me llevara siempre que me alejara, me alejara muchísimo del mayor error que jamás hubiera cometido.
***
Pocas veces en mi adolescencia había llorado hasta dormirme. Un par de esas veces había sido por Adam. Pero cuando era una adolescente, como muchas adolescentes, cualquier cosa remotamente negativa parecía el fin del mundo. Afortunadamente la tendencia al drama suele desaparecer cuando entras en la edad adulta. O al menos eso me ocurrió a mí. Así que cuando os digo que estuve sollozando hasta dormirme aquella noche lo digo sin que pretenda que parezca un melodrama de los malos. El dolor que habitaba dentro de mí era real. Genuino. Crudo.
Durante unas ocho horas no solo estuve convencida de que había recibido una prueba cien por cien irrefutable de que Adam no me amaba como yo a él, sino que además pensé que había arruinado una de mis cosas favoritas en el mundo, mi amistad con él.
Apenas dormí, me desperté temprano, me hice un té y me senté en mi enorme piso sola y con la cara hinchada, con unos calcetines desparejados y una horquilla de cocodrilos rota en el pelo.
Unos golpes en la puerta me sobresaltaron, con lo que el té se derramó por el borde de la taza y me cayó sobre la piel desnuda. Solté una palabrota, dejé el té con cuidado en la mesa y me escabullí fuera de la habitación hasta el recibidor sin encender la luz.
—¡Ellie, abre! —Su grito atravesó la robusta madera—. ¡Ellie!
Quería hablar con él. Quería de alguna manera arreglar las cosas y echar atrás los relojes, pero sabía que si le dejaba entrar en ese momento solo con echar un vistazo a mi cara se daría cuenta de que yo, Ellie Nichols Carmichael, estaba perdidamente enamorada de él y de que la noche anterior me había dejado destrozada.
Así que no abrí la puerta. Me apoyé contra la pared del recibidor y fui resbalando hasta quedar sentada en el frío suelo de madera.
Oí a Adam golpear mi puerta y gritar mi nombre. Oí como el teléfono sonaba en mi habitación. Oí como Adam dejaba un mensaje. Oí como se marchaba…
Cuando me desperté estaba hecha un ovillo en el suelo helado. Parpadeé, intentando que mi cabeza se pusiera a funcionar, y en cuanto lo hizo todo volvió a mí. No tuve tiempo de pensar en ello, reparé en que lo que me había despertado era el móvil sonando. Me puse en pie con un gruñido, con la espalda y el cuello doloridos por la extraña postura adoptada para dormir, y corrí a mi habitación para cogerlo. Según el teléfono había dormido algo menos de dos horas.
Mi estómago se encogió al ver la foto de Adam en la pantalla. Tomé una bocanada de aire y contesté.
—Ellie, joder, menos mal. —Suspiró aliviado, y pude imaginármelo alisándose el pelo con ansiedad—. He ido esta mañana temprano.
—Estaba durmiendo. Tomé demasiado vino anoche y estaba muerta —mentí.
—Els, ni siquiera sé por dónde empezar. Lo siento. Dios, lo siento mucho.
—Adam…
—No puedo perderte, Els. No puedo creerme que la jodiera hasta ese punto, pero tienes que perdonarme. No puedo perderte.
Cuando decía cosas como esas me resultaba muy difícil odiarle. Peor, se me hacía más difícil superarlo. Holgaba decir que iba a intentarlo. Tenía que intentarlo. No podía seguir viviendo suspirando por él. Así que decidí precisamente eso.
—Adam, está bien —le dije suavemente—. Fue un error. Nos dejamos llevar por el momento. Y lamento haber salido huyendo de ti. Estaba avergonzada, eso es todo.
Le oí lanzar un enorme suspiro de alivio y tuve que contener las lágrimas.
—Els, no tienes porqué avergonzarte de nada. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Así que… —Bajó todavía más la voz— ¿estamos bien?, ¿seguimos siendo nosotros?
—Seguimos siendo nosotros —le confirmé, parpadeando para no llorar.
—No quiero que nos sintamos incómodos el uno con el otro.
—No ocurrirá. Yo no lo permitiré si tú tampoco lo haces.
—Dios, cariño. Por Dios. Vamos a olvidar esto. No significó nada.
El dolor me azotó de nuevo.
—No, no significó nada.