Adam dejó de leer y me miró con algo parecido al remordimiento en los ojos. No quería que se sintiera mal, solo quería que entendiera que incluso aunque mi primera vez no hubiera sido con él, siempre quise que lo fuera.
—Cariño, lo siento —susurró.
Fruncí el ceño y agité la cabeza.
—No lo sientas. No era eso… Solo quería que supieras que siempre has sido tú.
—Pero tu primera vez tendría que haber sido especial, Els. Tendría que haber sido romántica.
Me encogí de hombros.
—En el gran orden de las cosas, eso no es lo peor que pasó. Papá…
—Douglas murió apenas unos días después de tu cumpleaños.
—Sí —respondí en voz baja, recordando haber estado hecha un lío tras la muerte de mi padre. Me había apenado, claro que sí, pero no estaba segura de si lamentaba la muerte de mi padre o la muerte de Douglas Carmichael. Para complicar más las cosas me dejó una cantidad enorme de dinero y me costó mucho reconciliarme con cómo me hacía sentir la herencia. Sin tener en cuenta…—. Estaba muy enfadada con él y murió estando muy enfadada con él.
Adam se deslizó y pasó su brazo alrededor de mis hombros, estrechándome con fuerza.
—Ellie, creí que habías dejado de sentirte culpable por eso. Era un padre de mierda, tenías todo el derecho a estar enfadada con él, sin importar lo que ocurriera.
Asentí y me acurruqué contra él, percibiendo su esencia y la de su loción para después del afeitado. Olía bien. Él siempre olía bien.
Estuvimos sentados en silencio durante un rato hasta que Adam dijo:
—Solo para que lo sepas, apenas recuerdo qué ocurrió con la camarera del catering. Y no tenía ni idea de lo que te había dicho en tu fiesta de cumpleaños, de que te llamé hermosa y te dije que me preocupaba por ti todo el tiempo. Putos mensajes contradictorios. Iba bastante borracho aquella noche.
—Lo sé, pero al final tenías razón sobre Liam, acabó engañándome con Allie.
—¿Por eso dejaste de hablarte con Allie? ¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque te habrías pegado con el imbécil de Liam.
—Cierto.
Resoplé.
—Siempre queriendo luchar mis batallas por mí.
—Contigo, cariño. Contigo, no por ti.
Encantada con eso, me giré y le besé, atraída por el ahora familiar contacto de su boca sobre la mía. Me aparté y ladeé la cabeza.
—Creí que el año en que habías comenzado a verme como una mujer fue el año siguiente a mis dieciocho.
—¿El año siguiente a…? —Adam frunció el ceño y reflexionó durante un minuto hasta que su mirada se aclaró conforme recordaba—. El casi beso.
Mientras él leía la entrada anterior yo había estado buscando esa esperando que me dijera que fue entonces cuando empezó a verme como algo más que la hermana pequeña de Braden. Cogió el diario con una pequeña sonrisa mientras los recuerdos volvían a él.
Viernes, 5 de julio
Esta noche he tenido mi primera cita adulta, sofisticada y, bueno, CALIENTE. Es solo que no estoy segura de con quién la he tenido…
Mientras Christian me ayudaba a salir del taxi me pregunté si iba a ser «este». Christian era atractivo, encantador, todo un caballero, y tenía clase. Todavía no me había hecho reír, pero estaba segura de que eso llegaría a medida que nos sintiéramos más cómodos el uno con el otro.
Me sonrió de nuevo y estiró el dobladillo de mi vestido negro hacia abajo. Yo lo había subido un poco mientras estábamos en el taxi.
—Estás estupenda.
Me ruboricé. Cuando me miraba me sentía estupenda. Llevaba un vestido liso, negro y sin mangas que debería haber sido de alguna manera recatado teniendo en cuenta su modesto escote y su corte hasta media rodilla. En cambio el vestido abrazaba cada centímetro de mi cuerpo dejando poco a la imaginación. Era un vestido sofisticado con un toque sexy.
Lo había comprado ese mismo día especialmente para Christian.
Nos habíamos conocido una semana antes en la asociación de estudiantes. Él estaba en derecho, era dos años mayor que yo y venía de una buena familia, con dinero, además. Tenían una propiedad familiar en las Highlands[3]. Pero desde luego no era nada de eso lo que me atraía de él. Fue su comportamiento el día en que nos presentaron, abierto y honesto, lo que me llegó hondo. Me hizo sentir que yo también podía ser abierta y honesta con él. Que podía ser yo misma.
Christian me dijo que aunque su familia tenía una casa en las Highlands, tenían también una en Corstophine, un barrio residencial al oeste de la ciudad. Sus padres la habían comprado cuando su hermana se trasladó a la ciudad y comenzó a tener hijos. Estaba embarazada del tercero, y toda la familia se hallaba cerca para apoyarla. Eso decía mucho a favor de ellos y estaba casi emocionada ante la idea de conocerles.
Para mi placer, Christian había encargado una mesa en el La Cour para nuestra primera cita. No había tenido oportunidad de decirle que aquel restaurante pertenecía a Braden. Lo había heredado de mi padre. Iba a comentárselo nada más entrar, pero él comenzó a hablarme de la carta y de lo que creía que me gustaría pedir. Iba a contestarle que sabía exactamente qué cenar, dado que había estado en el La Cour más veces de las que podía recordar, cuando oí la voz de Adam llamándome.
Christian y yo estábamos siguiendo al maître hacia la mesa, cuando giré la cabeza para encontrar a Adam en el centro del restaurante con una maravillosa morena sentada frente a él. Ignoré la llamarada de celos, que me escocía, y me recordé que estaba en plena cita con un hombre fabuloso, y que aquella maravillosa morena era únicamente una de las muchas parejas sexuales de Adam. Adam era un mujeriego, un promiscuo.
Pero era mi promiscuo, así que no pude evitar acercarme con Christian a mi lado, y una gran sonrisa pintada en la cara, pues como siempre me alegraba de verle.
Adam me sonrió abiertamente, aunque esa sonrisa se redujo un poco cuando su mirada encontró a Christian. Pasó sus preciosos ojos de él a mí de nuevo. Me examinó con su sonrisa y cuando sus ojos volvieron a los míos estaban llenos de ternura.
—Estás sencillamente estupenda, Els.
No solamente me ruboricé ante su cumplido, ardí.
—Gracias —murmuré, y saludé educadamente a su pareja con un «hola».
Ella me miró fijamente.
«Oh, genial».
—Adam, este es Christian.
Adam le ofreció un gesto tenso y tendió la mano a su pareja.
—Esta es Megan.
—Es Meagan —le corrigió irritada, pronunciándolo correctamente.
Vi a Adam contener un suspiro de sufrimiento. Oh, Oh. Obviamente su cita no estaba yendo bien.
—Mejor nos vamos a nuestra mesa. —Christian me empujó delicadamente por el hombro.
—Disfruta de la noche —le dije mientras le dedicaba una última sonrisa.
—Tu también, cariño.
Fui a seguir a Christian, pero solo había dado el primer paso cuando sentí una mano en el borde de mi vestido. Miré a Adam, fruncí el ceño y me di cuenta de que me estaba poniendo la etiqueta con el precio por dentro. Enrojecí al tiempo que me guiñaba el ojo.
Cerré los ojos con fuerza. Me había dejado la etiqueta con el precio puesta. Dios, esperaba que Christian no se hubiera dado cuenta. Abriendo los ojos e ignorando deliberadamente a la cita de Adam murmuré un sentido «gracias». Sonrió, y articulé una ligera carcajada antes de apresurarme a alcanzar a Christian en nuestra mesa cruzando el restaurante.
—¿Quién era ese? —preguntó Christian en tono casual cuando nos sentamos.
—El mejor amigo de mi hermano —repliqué en el mismo tono—. Crecimos juntos.
Asintió, y seguidamente pidió vino blanco para los dos. Yo prefería el tinto.
Comenzamos a charlar esperando a que el camarero volviera, y me habló de un proyecto de caridad que estaba organizando. Se detuvo cuando vinieron a tomarnos nota y pidió por mí. Quise pensar que era más encantador que despótico, pero le informé de que era el restaurante de mi hermano y que sabía perfectamente qué quería cenar. Quedó impresionado al saber que La Cour era de Braden y durante cinco minutos le hablé de sus otros negocios.
Después volvimos a sus cosas.
Para cuando llegó el segundo plato mis esperanzas de que fuera «este» habían disminuido considerablemente. No solo no parecía tener ningún interés real en mi persona, sino que cuanto más consciente era de lo centrado que estaba en sí mismo, más me fijaba en que Adam estaba sentado un poco más allá, en frente de mí. Adam, cuyos ojos brillaban cada vez que yo hablaba.
Justo acababa de coger el tenedor para cortar un trozo de carne cuando sonó un teléfono. Música de Debussy… ¿De verdad? Incluso su tono del móvil era pretencioso.
Lo sacó del bolsillo y abrió los ojos como platos.
—Estaré allí ahora mismo. —Volvió a guardar el teléfono y se levantó.
Le miré fijamente, completamente alucinada. ¿Iba a dejarme allí? ¿En mitad de una cita?
—Mi hermana acaba romper aguas. —Me explicó, lo vi dejar unos billetes encima de la mesa—. Quédate, acaba de cenar. —Se inclinó y me rozó apenas la mejilla—. Te llamaré.
Y se marchó.
Siendo justa no podía odiarle porque me abandonara en la primera cita porque se iba para estar al lado de su hermana parturienta. Ante ese pensamiento me desplomé en la silla. Christian era una buena persona. Pero también ocurría que era increíblemente egocéntrico. Me percaté de que se había comportado igual la semana anterior en la asociación de estudiantes, y que yo lo había interpretado según los criterios de mi romántico corazón para que fuera una persona abierta y honesta. Miré la comida sombríamente.
Una mano se apoyó en el respaldo de mi silla y una sombra se cernió sobre mí. Alcé la mirada para encontrarme a Adam a mi lado, con cara de enfado.
—¿Adónde cojones se ha ido? —gruñó.
Dios, le quería.
—Su hermana ha roto aguas.
Adam se relajó, pero no se movió.
—Estoy bien —le prometí. Aunque no estaba bien. Quería llorar. Y él lo sabía.
Se giró y llamó a un camarero por su nombre.
—¿Puedes trasladarnos a una mesa más grande?
—Por supuesto, señor Sutherland.
—Adam, no —protesté—. No quiero fastidiar tu cita.
Tomó mi mano y me alzó.
—Te has arreglado, cariño. Al menos te acabarás la cena.
Adam me tomó el brazo y me guio hacia la mesa, mientras con un movimiento de cabeza indicaba a su cita que se acercara a nosotros. Él se sentó a mi lado mientras Meagan tuvo que hacerlo en frente; su mirada brillaba de enfado.
—Ellie se une a nosotros. —Su tono no admitía discusión.
—Lo siento —murmuré disculpándome con ella.
—No te disculpes —replicó Adam con firmeza—. No tienes nada por lo que disculparte.
Los camareros nos llevaron los platos a la mesa, y mientras esperábamos Adam me preguntó por Christian.
—Bueno. —Suspiré después de tragarme un trozo de carne—. Hasta hace cuarenta minutos creía que era perfecto. Hasta hace cuarenta minutos no sabía que intentaría pedir por mí o hablar incesantemente sobre él.
Adam sonrió con malicia.
—¿Y qué me dices de su pelo? Me apuesto lo que quieras a que le ha costado sus buenos cuarenta minutos dejar ese tupé en su sitio… decidir qué espuma usar y por qué, la cantidad que utilizar para conseguir la altura y curvatura exacta…
Reía como una boba mientras continuaba tomándome el pelo. Era cierto. Christian llevaba un tupé bastante alto. Aunque supongo que hacía cuarenta minutos hubiera hablado de su personalidad y su estilo. En ese momento me preguntaba si Adam estaría en lo cierto. Aquel hombre pasaría más tiempo arreglándose el pelo que yo y eso nunca era bueno.
Durante la cena Adam me hizo reír hasta que olvidé lo ruinoso de mi cita de aquella noche. No fue hasta que el camarero recogió nuestros platos y nos ofreció la carta de postres cuando recordé que Meagan estaba con nosotros. Nos lo recordó ella levantándose de la silla y mirando a Adam.
—Acabo de recordar que mañana tengo que madrugar. Gracias por la cena, Adam. Te veré por ahí.
Antes de que él pudiera decir nada se había escabullido del restaurante sobre sus tacones de firma.
Instantáneamente me sentí fatal. Adam y yo no la habíamos incluido en la conversación para nada. Era una grosería por nuestra parte.
Adam debió de reconocer la culpabilidad en mi rostro, porque negó con la cabeza.
—No te sientas mal, cariño. Ella ha empezado a quejarse en el mismo momento que he pasado a recogerla. Si he sido maleducado, ha sido en retribución a su comportamiento.
—Parece que nos rescatamos el uno al otro de unas citas horrorosas, entonces.
—Eso parece. —Sonrió y miró la carta—. Y bien, ¿qué quieres de postre?
—No es necesario —contesté con calma—. Podríamos pedir la cuenta, yo me iré a casa y te dejaré seguir la noche.
Sus ojos dejaron de leer la carta y me lanzaron una de sus miradas de «tú estás loca».
—Els, cierra el pico y elige un postre.
Esbocé una sonrisa y bajé la vista a la carta.
***
Salimos al calor de la noche veraniega, y Adam me tomó el brazo y lo envolvió con el suyo.
—¿Adónde vamos ahora?
Parpadeé sorprendida. Habíamos acabado la cena y había asumido que me iría a casa.
—Hummm, ¿adónde te apetece?
—El Vodoo Rooms está a solo cinco minutos a pie y conozco a los camareros, así que seguramente nos conseguirán una mesa.
Asentí, intentando que el corazón no se me saliera del pecho. Adam me llevaba a tomar algo. Nunca habíamos salido a tomar algo los dos solos. Hacía poco Braden, él y yo habíamos quedado, pero nunca Adam y yo y nadie más.
Mientras caminaba calle abajo con él, cogidos del brazo, me permití fantasear con que éramos una pareja. Eso sería lo que otras personas pensarían cuando nos vieran al pasar. Mi pecho se encogió colmado de anhelo.
El amor no correspondido no era ni de cerca romántico, como las novelas nos querían hacer ver.
—¿A quién no conoces tú en esta ciudad? —bromeé, intentando parecer relajada a su lado.
—Todavía hay algunas personas a las que conocer. —Sonrió.
Resoplé al oírle. Adam y Braden llamaban a Edimburgo «su ciudad» y lo decían casi literalmente. Tenían conocidos en todas partes y cada vez que salía con ellos pasábamos media hora saludando a la gente. Algunos podrían decir que Adam nunca habría llegado a tener esa relación con la ciudad de no haber crecido siendo el mejor amigo de Braden. A diferencia de nosotros, él no venía de una familia acomodada. Su padre y su madre eran gente corriente que daban la impresión de no haber querido nunca tener un hijo. Aunque no hubieran sido negligentes o crueles, sus padres habían sido distantes, y él se había pasado la niñez colgado de Braden, lamentando los veranos que él pasaba con su madre en Europa. En cuanto cumplió los dieciocho se fue a vivir a un piso de estudiantes, lo que le supuso endeudarse, pues sus padres habían tomado un avión y se habían trasladado a Australia. Había sabido de ellos una vez al mes más o menos. Porque sí, Braden canceló su préstamo de estudios, algo que él orgullosamente se negaba a aceptar hasta que Braden lo emborrachó y grabó con su iPhone su renuncia arrastrando cada palabra. Había oído aquella grabación. Decía «te quiero, colega, eres el mejor» un montón de veces a Braden, tantas que cuando lo oí casi me hago pis encima de la risa.
Conocía a Adam lo suficiente como para saber que las diferencias de estatus no significaban nada para él. Incluso si no hubiera tenido a Braden abriéndole todas aquellas puertas, estaba convencida de que con su encanto y carisma habría seguido siendo un tipo al que mucha gente hubiera llegado a conocer, a apreciar, a querer ser como él o querer acostarse con él.
Cuando llegamos al bar restaurante el horario de cenas estaba terminando y el lugar estaba lleno.
—Adam. —Uno de los camareros le vio nada más entrar, y Adam le saludó moviendo apenas la barbilla—. Te conseguiré una mesa.
Le seguimos en cuanto reclamó una en la que una pareja se marchaba y la limpió con un trapo húmedo. El tipo me miró mientras me sentaba en la bancada y entonces le lanzó a Adam una mirada de aprobación que hizo que me sonrojara hasta las raíces del cabello.
—¿Qué os pongo?
—Yo quiero un Macallan con ginger ale. Cariño, ¿tú qué quieres?
—Tomaré un mojito, por favor.
Adam se acomodó en el banco conmigo, su brazo estirado en el respaldo detrás de mi cabeza. Por alguna razón me sentí muy extraña y me esforcé por encontrar algo que decir.
—Lamento que tu cita haya sido un asco.
Adam se encogió de hombros.
—Lo celebraré contigo.
—¿Celebrarás?
Me miró sonriendo, complacido como un niño con algo. Esa mirada me llegó directamente al vértice de las piernas. Iba a necesitar ayuda.
—Ya pertenezco a la Junta de Arquitectos Colegiados.
Mis labios se separaron en una exclamación silenciosa e impulsivamente le rodeé el cuello con los brazos.
—¡Enhorabuena!
Rio en mi oreja y temblé, adorando la presión de aquellas fuertes, creativas manos en mi espalda.
—Gracias, cariño.
—¿Lo sabe Braden?
—Sí, me ha felicitado haciéndome un contrato fijo.
Reí abiertamente. Eso era muy de Braden.
Adam había hecho el proyecto y acumulado la experiencia necesaria para colegiarse trabajando junto al arquitecto de la empresa de Braden. Ese último año, no obstante, había trabajado él solo y, como ya había logrado la cualificación necesaria, había optado a una plaza en la Junta de Arquitectos Colegiados.
—Estoy realmente feliz por ti.
—Lo sé. Por eso prefiero de largo estar aquí contigo que con Megan.
—Meagan —le corregí.
—Pues eso —murmuró.
Llegaron las bebidas y le pregunté por el proyecto en el que estaban trabajando Braden y él en ese momento. Él me preguntó por mis estudios. Había elegido Historia del Arte y Bellas Artes con grandes esperanzas de abrir una galería algún día, pero una vez que había comenzado la universidad me gustaba la idea de una carrera académica. Clark, que era profesor de historia clásica en la universidad, estaba extremadamente orgulloso y emocionado ante la idea de que siguiera sus pasos. Cuando le dije a Braden que estaba pensando hacer un posgrado me dedicó una de las miradas de Adam de «tú estás loca», pero luego me besó la frente con cariño y me dijo que cualquier cosa que me hiciera feliz estaba bien.
La noche parecía pasar volando y, antes de que me diera cuenta, iba ya por el tercer mojito y estaba completamente pegada a Adam, riendo mientras me entretenía con anécdotas suyas y de Braden sobre el trabajo y otros asuntos.
El resto del mundo los creía dos hombres de veintipico extremadamente maduros.
Yo los conocía mejor que todo eso.
Me sequé las lágrimas que brotaban de tanto reírme y di otro sorbo a mi copa.
—Vosotros dos sois idiotas.
—Chisss, eso es un secreto.
Le sonreí, pero la forma en que él me devolvió la sonrisa me dejó helada.
—¿Qué? —pregunté, con el corazón en la boca.
Tragó saliva y negó con la cabeza.
—Es solo que a veces me pregunto adónde se ha ido el tiempo.
—Lo sé, parece que todos nos hemos hecho mayores —bromeé.
Sus ojos buscaron algo en mi rostro, enigmáticos.
—Sí, todos.
Y el tono en que lo dijo hizo que el aire entre nosotros se cargara de tensión de repente. Juraría que en aquel momento exacto dejé de respirar. Sus ojos se oscurecieron y me miraron con intensidad y sentí el calor de su mirada resbalar sensualmente hasta el centro de mi cuerpo. Nerviosa, me humedecí el labio inferior y su mirada se posó en mi boca.
Mi mirada en la suya.
No se quién se movió, si él hacia mí o yo hacia él. ¿Ambos, tal vez? Fuera como fuese, nuestras caras estaban pegadas, nuestros labios prácticamente rozándose. Podía sentir su aliento en mi boca y él el mío en la suya. El olor a Macallan y a Adam desataron el caos en mis hormonas. Mi pecho comenzó a subir y a bajar precipitadamente de nerviosa excitación y esperanzada anticipación.
Moví la cabeza apenas un poco más y nuestro labios se rozaron. Infinitesimalmente. Y aun así aquel pequeño roce supuso que la lujuria se desbordara por todo mi cuerpo.
De la garganta de Adam brotó un gruñido ronco y hubiera jurado que iba a cerrar el minúsculo espacio que quedaba entre nosotros…
… Pero jamás llegaría a saberlo con certeza. El móvil le sonó dentro del bolsillo de la chaqueta, lanzando un jarro de agua fría sobre el momento. Me sacudí hacia atrás y observé su rostro nublarse a medida que iba siendo consciente de lo que casi llega a ocurrir. Con la mandíbula tensa buscó en su bolsillo el móvil, a pesar de que ya había dejado de sonar. Levantó la vista y me dijo con brusquedad.
—Braden.
Entendí que me decía que era Braden quien había llamado. Pero también adiviné que hablaba con doble sentido. Y supe que estaba en lo cierto cuando pagó rápidamente y me metió en un taxi, terminando abruptamente nuestra noche juntos.
Yo era Ellie, la hermana pequeña de Braden. Para Adam siempre sería la hermana pequeña de Braden, y eso significaba que estaba más allá de sus límites.
Cuando me metí en la cama aquella noche envié a Adam al infierno con billete de ida y vuelta. Si no me había arruinado la vida antes, definitivamente lo había hecho tras esta noche.
Apenas un roce de labios.
Apenas un diminuto roce de labios y había sentido esa chispa que había estado esperando desde que Pete Robertson me besara aquella noche en la bolera. El siguiente tío que llegara iba a tener que trabajárselo mucho.