Capítulo tres

—¿Perdonaste a Braden? —Adam frunció el ceño mientras mantenía el diario fuera de mi alcance.

Me encogí de hombros, recuperé el diario y lo coloqué al lado del que había escrito con catorce años.

—Tú me hiciste más daño. No a propósito, claro, pero quería que me vieras como a una mujer, no como a una niña.

Adam me miró como si estuviera loca.

—Eras una niña. Tenías quince años.

—Entonces, ¿no me viste de esa manera? ¿No aquella noche, con mi vestido minifaldero? —Le estaba provocando.

—No en aquel momento —admitió bajito, como si temiera herir mis sentimientos—. Seguías siendo la hermana pequeña de Braden por aquel entonces.

No me sentí mal. En retrospectiva, y siendo sincera, me habría preocupado si hubiera gustado a Adam siendo una chica larguirucha y plana de quince años. Aun así, sentía curiosidad.

—¿Cuándo cambié a tus ojos?

Me miró con otro «tú estás loca».

—No pienso contártelo.

—¿Por qué no?

—Porque es una de esas cosas de tíos que no entenderías y que probablemente te cabreará.

Genial. Ahora estaba definitivamente intrigada.

—No me enfadaré. Solo dímelo por favor —le supliqué con dulzura.

—Vale. —Me miró con cautela—. Fue la mañana siguiente a tu decimoctavo cumpleaños.

Mis ojos se agrandaron al recordarlo.

«¿En serio?»

—Sí, la mañana en la que tú… oh, casualmente, me dijiste que habías perdido la virginidad.

¿Fue ese el momento en que se dio cuenta de que sentía algo por mí? Dios… Joss tenía razón, los hombres era trogloditas. Aquella mañana regresó a mi mente vívida y detalladamente, y solté una carcajada cuando reviví toda la situación sabiendo que Adam había estado celoso. Guau. No fue lo que me pareció en aquel momento.

—Supe que estabas enojado conmigo, pero creí que era otro de esos episodios de «hermano mayor sobreprotector».

—¡No! —Adam movió la cabeza sombríamente, se echó hacia atrás y se apoyó en las palmas de las manos—. Fue uno de esos episodios «estoy buscando a la hermana pequeña de mi mejor amigo, que me acaba de decir que se ha acostado con un tío por primera vez y lo único que veo son sus labios hinchados y su pelo revuelto recién salido de la cama y me he puesto jodidamente cachondo». —Sus ojos se detuvieron en mi boca conforme recordaba—. Mi cuerpo reaccionó a lo que habías dicho antes de que pudiera hacerlo mi cabeza. De repente me encontré preguntándome cómo sería ser acariciado por tus labios, a qué sabrías, cómo me sentiría al tener tus largas piernas alrededor de mi espalda mientras empujaba dentro de ti… —Me sacudí, notando cómo se me calentaba la piel ante el conocimiento de que Adam había estado teniendo pensamientos lascivos sobre mí durante mucho tiempo sin que yo tuviera ni idea—. Así que me cabreé. Conmigo por desearte así. Y también contigo… por dejarle probarte…

Nuestras miradas se encontraron y mi respiración se tornó pesada.

Supe que si no decía nada terminaríamos haciendo el amor en la segunda habitación antes de que pudiéramos acabar nuestro paseo por el sendero de la memoria. Y sinceramente estaba disfrutando de aquel viaje.

Me aclaré la garganta y saqué otro diario, mirándolo rápidamente por encima. Encontré lo que buscaba y se lo coloqué en las manos.

—Deberías saber —le murmuré con cariño— que todo lleva a ti.

Domingo, 30 de abril

Anoche perdí la virginidad. Con Liam. No fue como había soñado que sería. No fue con quien quería que fuera. No fue con alguien de quien estuviera enamorada como siempre juré que lo haría. Y dolió. Y después dejó de doler. En realidad no estuvo tan mal. Pero otra cosa dolió anoche, y a diferencia del sexo no dejó de doler. No ha dejado de doler

El salón de actos del hotel Marriot estaba completamente lleno, y cuando miré a mi alrededor me di cuenta de que había gente a la que ni siquiera conocía.

De cualquier modo, había muchos invitados, y Allie había declarado mi fiesta de decimoctavo cumpleaños todo un éxito, y eso que todavía no se había terminado. Braden había alquilado una de las salas del hotel, y contratado un DJ y catering. Mi familia había invitado a más familia, y también a amigos que habían invitado a más amigos, y mis amigos habían invitado a sus amigos. Era una multitud, el bufé prácticamente se había agotado y la pista de baile estaba a rebosar.

El equipo de catering salió del privado con más frivolidades para comer y me molestó ver cómo Adam detenía a una de las camareras más guapas cuando esta pasaba y le decía algo que le hizo reír y ladear la cabeza coqueteando. Los vi e ignoré el ataque de celos.

—¿Te he dicho ya lo sexy que estás esta noche?

Me vi impulsada hacia atrás contra un cuerpo tibio y alcé la barbilla apenas para encontrarme con el rostro atractivo de Liam. Me sonreía con los ojos brillando ligeramente. Iba achispado, pero no bebido como Adam, que había comenzado a «ponerse alegre» una hora antes de que la fiesta comenzara. Y siguiendo su costumbre se había buscado la vida solo. Por los comentarios sueltos que había oído a Braden a lo largo de esos años, Adam era un auténtico mujeriego que nunca se acostaba con mujeres con las que previamente había tenido una cita. Probablemente porque él no tenía citas.

Liam en cambio trataba de mantenerse sobrio. Y yo creía saber por qué. Tenía diecinueve, estudiaba en la Universidad Napier, y nos conocimos cuando me pasé a ver su universidad el año anterior. Nos habíamos mantenido en contacto, chateando, hasta que el aparentemente conservador Liam me había pedido una cita hacía seis semanas. Habíamos estado jugando un poco (me había proporcionado mi primer orgasmo), pero me había mostrado reacia a acostarme con él. Me había llenado la cabeza con muchas novelas y películas románticas hasta convencerme de que mi primera vez sería con alguien de quien estuviera enamorada. A pesar de que me gustaba Liam y me sentía atraída por él, no estaba enamorada todavía. De todas formas estaba casi segura de que él pensaba que, porque yo cumplía los dieciocho esa noche, iba a ser la noche. Y era la razón, por tanto, de que tratara de mantenerse sobrio.

Estaba algo tensa, porque aún no sabía cómo iba a lograr quitarle la idea de la cabeza.

Sonriéndole, asentí avergonzada.

—Quizá lo hayas mencionado una o dos veces.

Liam sonrió, deslizando las manos hasta posarlas en mis caderas.

—Vale la pena mencionarlo más de una vez. Todos los tíos presentes piensan que soy un cabrón con suerte y probablemente tengan razón.

Sus labios rozaron los míos y fue bonito. Verdaderamente bonito. Pero desde mi primer beso con Pete Robertson un viernes noche que quedamos varios amigos en la bolera, unos meses después de mi desastrosa cita con Sam, no había sentido eso de lo que las novelas románticas hablaban. Había besado a cinco chicos desde entonces y ninguno de aquellos besos hizo que mi piel ardiera ni que mi cuerpo vibrara ni que mi estómago revoloteara. Comenzaba a creer que las novelas románticas me habían llevado por el mal camino.

—No pretendo interrumpir, pero quiero un baile con la chica del cumpleaños.

Ante el sonido de la voz de Adam, rompí de inmediato cualquier contacto con Liam y di media vuelta para encontrármelo de frente, dirigiendo una mirada a Liam de «tienes cinco segundos para quitarle las manos de encima o te rompo la cara». Hacía dos años y medio que había empezado a salir con chicos, y Adam y Braden todavía se divertían apabullando a los asustadizos de mis novios. Afortunadamente este no se amedrentaba con facilidad.

Liam presionó mis caderas.

—Voy a pedirte algo de beber. Estaré fuera con Allie y los chicos.

Asentí y lo vi desaparecer en la distancia, entre la multitud.

Una mano cálida en la cintura me devolvió la vista hacia Adam, quien me sonrió al tiempo que me acercaba a él. Tan pronto mi cuerpo rozó el suyo sentí el familiar cosquilleo otra vez, descendiendo por mis piernas cuando el brazo que Adam tenía en mi cintura se cerró, su otra mano cogió la mía y la acercó a su pecho. Coloqué la otra en su hombro y me dejé llevar por él. Estar tan cerca el uno del otro hacía que me costara respirar e intenté con todas mis fuerzas que él no lo notara. Las yemas de sus dedos presionaron justo encima de mi trasero, y como llevaba un vestido con la espalda al aire el contacto fue piel con piel. Mi cuerpo reaccionó de una forma que reconocí y agaché la cabeza, incapaz de mirarle.

Había estado en la habitación de Liam un par de semanas antes y habíamos estado besándonos y toqueteándonos. Las caricias se habían tornado más íntimas de lo que yo solía permitir, así que cuando su dedo se deslizó bajo la falda para meterse en mi ropa interior y tocarme ahí casi me caigo de la cama. Lo había sentido al mismo tiempo entre las piernas y en los pechos. Colocó un dedo en el clítoris y jugó con él hasta que mi cuerpo empezó a resquebrajarse lentamente para romperse de pronto en una explosión de placer.

Adam no había necesitado una mano entre mis piernas. Había sido suficiente sentir su tacto para que los familiares cosquilleos vibraran dentro de mí también.

—¿Estás disfrutando de tu cumpleaños?

Bajé la vista para mirarle, con la cara casi pegada a la suya. Yo medía uno ochenta, era solo seis centímetros más baja que Adam, pero aquella noche me había puesto tacones altos que me hacían un poquito más alta que él. También debió de darse cuenta, porque sonrió y me miró rápidamente de arriba abajo, mientras le respondía.

—Sí, me estoy divirtiendo.

—¿Has abierto ya algún regalo?

—No, iba a hacerlo más tarde y creo que ahora todo el mundo está un poco bebido como para importarle, tú incluido.

—No estoy bebido, algo achispado, eso es todo. —Entornó los ojos—. Tú no has bebido ¿verdad?

Entrecerré los míos.

—Adam, tengo dieciocho años, legalmente me está permitido beber.

—¿Eso es un sí o un no?

—He tomado un par de chupitos, eso es todo.

Permanecimos callados durante un tiempo e incluso me permití relajarme sobre él. Hasta que flexionó sus dedos sobre mi espalda y un escalofrío me recorrió. Adam se tensó, como si se hubiera percatado de mi reacción, y alcé la cara rápidamente para confirmarlo. Sus ojos oscuros brillaban de una forma que no había visto nunca.

Tragué saliva.

Me observó por un momento y me encontré todavía más apretada contra su cuerpo. Mis dedos se curvaron alrededor de su hombro. Sus siguientes palabras casi me vuelven loca.

—Eres la cosa más hermosa que he visto nunca, Els —me dijo, con la voz ronca por la emoción.

Mis ojos se agrandaron, conmocionados ante su comentario, y el corazón me hizo un ruido sordo dentro de las costillas. ¿Adam creía que era guapa? No, no solo guapa, sino «la cosa más hermosa que jamás hubiera visto».

Guau.

De acuerdo. Mi pecho subía y bajaba con rapidez.

—Adam —respondí en voz baja, sin saber si hablaba en sentido platónico o si al fin había abierto los ojos para ver que ya no era una niña. Para empezar ahora tenía pecho.

—Me preocupo por ti a todas horas —confesó—. Eres tan dulce y amable, demasiado amable a veces. Me agobia pensar que alguien pueda herirte y yo no esté ahí para detenerle.

Era cierto que tendía a ver lo mejor de cada persona, y que tenía un pequeño complejo de heroína (me preguntaba de dónde habría salido eso), pero no era tonta. Era una mujer y podía salir adelante sola. Así se lo dije.

—No me refiero a eso. Acaparas mucha atención masculina, Ellie, y a veces es difícil distinguir a los gilipollas. Por ejemplo, el tío con el que has venido esta noche. Flirtea mucho… especialmente con cualquiera que tenga tetas y un par de buenas piernas —gruñó Adam.

Ofendida ante el insulto, intenté apartarme.

—Liam es un buen chico.

—Liam solo busca una cosa. Si lo sabré yo…

—De acuerdo, ya la has acaparado demasiado. —De repente Braden estaba detrás de nosotros, sonriendo—. Quiero un baile con la chica del cumpleaños.

Adam me abrazó más fuerte, hasta que pareció darse cuenta de lo que hacía, entonces me permitió separarme y sonrió a Braden. Nos miramos una última vez y de repente él ya no estaba y era Braden quien me rodeaba con sus brazos.

¿Qué demonios acababa de ocurrir? ¿Había Adam Sutherland… acaso él… era aquello algo más que un consejo de amigo? La forma en que me había tocado, cómo me había hablado, cómo me había mirado. Todo había parecido diferente, lo había sentido diferente. Mi corazón latía desenfrenadamente, una burbuja de frívola esperanza flotando dentro de mí. El pobre Liam se había perdido en el olvido mientras yo me perdía en mis propios anhelos y fantasías.

—Estoy orgulloso de ti —me dijo Braden con aspereza, devolviéndome al salón, lejos de mi búsqueda de trajes de novia y de la elección de mi dama de honor. Me preguntaba si debería ser Allie, dado que era a la que conocía desde hacía más tiempo.

Sonreí a mi hermano mayor, sintiendo mi pecho expandirse ante su declaración.

—¿Y eso?

—Por muchas razones. Por entrar en la Universidad de Edimburgo. Por preocuparte por Elodie y Clark, y por ser una buena hermana mayor con Hannah y con Dec. Y por ser una gran hermana pequeña conmigo. Ha sido un año difícil, Els, y te estoy muy agradecido por tu ayuda.

Le abracé fuerte por un segundo, mi corazón dolorido de nuevo por él. Tras enamorarse y casarse con su novia australiana, Analise, Braden pidió el divorcio al encontrársela acostándose con un antiguo amigo suyo del colegio en una de las propiedades vacías de la New Town[2]. La muy zorra lo había estado haciendo pasar por el aro durante los últimos nueve meses de su matrimonio para engañarle después con un viejo amigo. Era la última traición. Peor, nuestro padre fue el primero en darse cuenta, y había guiado a Braden hasta que este descubrió a la traidora pareja. Aquellos eran los modos de papá. Pero Braden no pareció molestarse con él. Incluso pareció agradecérselo. Yo, por otro lado, creí que era un gilipollas insensible. De nuevo, no albergaba precisamente sentimientos tiernos por Douglas Carmichael en aquel momento (o alguna vez).

Como si me leyera la mente, Braden susurró:

—Papá lamenta no poder estar aquí, Ellie. Yo también lo lamento.

—No te disculpes en su nombre. —Aparté la cara, mirando hacia arriba para detener las lágrimas.

Hay quien pensaría que después de dieciocho años de abandono a esas alturas ya estaría hecha a él. Desgraciadamente el dolor nunca terminaba de irse. Simplemente no lograba entender que veía de malo en mí Douglas Carmichael para rehuirme una y otra vez. Cumplía dieciocho, por el amor de Dios, y no podía levantar su rico culo para venir a ofrecerme sus mejores deseos en mi cumpleaños.

Braden suspiró de nuevo y le oí soltar una palabrota en voz baja. Tenía ahora una buena, equilibrada relación con nuestro padre y yo no quería ser causa de ningún problema entre ellos, así que le di un apretón y sonreí.

—Estoy bien. Estoy mejor que bien. Estoy rodeada de amigos y familia que se preocupan por mí. Y eso es todo lo que me preocupa a mí.

Compartimos otra sonrisa y otro abrazo durante unos segundos, antes de que la música subiera el ritmo, y mi madre y Clark se acercaran a nosotros. Baile con los dos a la vez, riendo como una boba cuando me empujaban moviéndose de una manera que no debía haberse visto en al menos dos décadas.

A medida que avanzó la noche alterné con mi familia y mis amigos, pero mis ojos se movían errantes entre la multitud en busca de Adam. Mi estómago era un motín de mariposas, y no podía quitarme sus palabras de la cabeza.

«Eres la cosa más hermosa que he visto nunca, Els».

Sonreí por algo que Allie le dijo a Liam y vi que él se moría de la risa, pero no tenía ni idea de qué iba el tema. Mi cabeza estaba estancada rebobinando.

Cuando la habitación empezó a estar demasiado cargada, pedí una botella de agua, me escabullí por la puerta trasera y encontré la dirección a la salida. Era la de incendios y me llevó a la parte de atrás del hotel, donde se almacenaban los contenedores de basura. Me deslicé silenciosamente, aspiré profundamente y disfruté de la paz. Me tomaría un momento para darle vueltas a la cabeza sobre lo que había ocurrido y si lo que creía que había ocurrido era lo que realmente había ocurrido.

Sentí que una sonrisa tonta comenzaba a estirarme los labios cuando un gruñido seguido de un gemido me dejaron helada. Mi corazón se aceleró un poco al tiempo que entendí lo que aquellos sonidos significaban y con lo que había tropezado. Cuando se oyó otro gruñido me cubrí la boca con la mano para contener la risa que amenazaba con brotar.

—Sí —gimió una voz femenina—. Adam…, oh, Dios mío.

La risa murió instantáneamente y la sangre se agolpó en mis oídos. Sentí arder el fondo de la garganta. Como si el diablo o algo masoquista que tuviera dentro me impulsara, me aupé en silencio para ver tras los contenedores.

Cualquier esperanza que pudiera haber tenido explotó y se desintegró a mi alrededor.

Vi a Adam tirándose a una de las camareras del catering contra una pared de ladrillos, y me di cuenta de lo tonta que era. Un cría, cándida e idiota.

La rabia se instaló en mí. La frustración. El dolor… como si en cierto modo no fuera lo bastante buena. No para Adam. No para mi padre.

Fruncí el ceño. Había alguien para quien sí era lo bastante buena, así que ¿a qué estaba esperando? ¿Flores y sonetos y un hombre arrodillado? Aquello no iba a ocurrir. Esto era el mundo real. El sexo era sexo. No había nada mágico en él.

Eso estaba claro.

No era una persona irascible por naturaleza, pero la hoguera de los celos había sido alimentada y regresé al hotel en silencio. En cuanto estuve dentro la imagen de Adam moviéndose contra la camarera volvió a mi retina. Me sentí enferma. Bebí más agua y tomé una decisión. Necesitaba sacármela de la cabeza.

Encontré a Clark hablando con su hermano en el salón de reuniones y, gracias a Dios mi madre, no estaba cerca, porque lo que iba a pedir seguramente a ella no le haría feliz.

—Els, ¿qué quieres hacer con los regalos? —Señaló la mesa al fondo en la que habían sido colocados.

—¿Puedo pediros a mamá y a ti un gran favor?

Sonrió, adivinando cuál era el gran favor.

—¿Quieres que nos llevemos nosotros los regalos a casa?

—Mis amigos y yo querríamos ir a una discoteca, si os parece bien.

Clark me miró por un momento y al final suspiró.

—Vete antes de que tu madre te vea. Y ten cuidado.

Asentí y le di un beso en la mejilla. Me fui y al llegar a la pista de baile encontré a Liam y a Allie bailando juntos. Aparté a Liam a un lado y lancé una sonrisa de disculpa hacia Allie.

—¿Qué pasa? —me preguntó, sonriente.

Le miré a los ojos y me dio un vuelco el estómago al tiempo que le decía significativamente:

—Vámonos.

Su cuerpo se tensó y sus cejas se unieron.

—¿Solos tu y yo?

—Sí.

—¿Adónde quieres ir?

Presioné mi cuerpo contra el suyo, dejando claras mis intenciones.

—¿Adónde quieres llevarme?

Liam respiró hondo y respondió:

—Podría reservar una habitación.

—De acuerdo, entonces.

Nos fuimos enseguida, escabulléndonos de la fiesta antes de que mamá o Braden pudieran verme. Los nervios me atenazaban conforme nos acercábamos a la recepción del hotel, y me costó no vomitar cuando Liam pagó una habitación.

Cada centímetro de mi cuerpo temblaba mientras el ascensor nos subía a la primera planta, y cuando entramos a la habitación empezamos a besarnos y pudo sentir que me temblaban los labios.

—¿Estás segura de esto? —susurró en mi boca.

La imagen que intentaba sin éxito borrar de mi mente relampagueó de nuevo. Quería cosquilleos y excitadas mariposas, quería pieles sonrojadas y pasión. Quería confianza y seguridad, quería afecto y risas. Quería lealtad y amistad. Quería amor.

Desgraciadamente la vida me había gastado una broma cruel y me había enamorado de la única persona a la que jamás podría tener.

Pero que no pudiera tenerle, en todo caso, no significaba que no pudiera tener una vida. Ninguna de mis amigas era virgen todavía. ¿Qué era eso sino una molestia? Me gustaba pensar en plan romántico que era un regalo. Se suponía que lo que había sido era una marca de propiedad. Pero estábamos en el siglo XXI. No pertenecía a nadie. Y mi virginidad era algo que podía entregar a quien me diera la gana.

—Sí —le susurré en respuesta, alcanzando el lazo halter de mi vestido y desanudándolo—. Sí, estoy segura.

Afortunadamente Liam se tomó su tiempo. Me hizo alcanzar un orgasmo antes de ponerse un preservativo y entrar en mí, así que estaba tan preparada como se podía estar. Aun así, dolió. Después de un rato el dolor disminuyó y me sentí bien con lo que hacíamos. Liam lo disfrutó. Intentó aguantar hasta que yo llegara con él, pero no lo hice. No podía dejar de pensar una y otra vez, mientras él entraba y salía de mi cuerpo, que la había jodido a lo grande.

Me había prometido a los catorce años que la primera vez que hiciera el amor lo haría estando enamorada.

En cambio estaba acostada en la habitación de algún hotel con un chico que meramente me gustaba y que casualmente había aceptado el regalo que le ofrecía. Sentí un gran peso en el estómago cuando Liam terminó. Me mantuve despierta, escuchándole roncar a mi lado e insultándome como nunca por permitir que la rabia y los celos me robaran lo mejor de mí.

***

Estuve allí durante un par de horas, hasta que finalmente decidí que no podía soportar quedarme en la habitación del hotel. Pasadas las cuatro de la madrugada salí a hurtadillas y pedí en recepción que llamaran a un taxi. La mujer de recepción echó una mirada a mi pelo revuelto y al estado revelador de mi vestido y supo exactamente qué había estado haciendo. La sonrisa que me dedicó me hizo sentir barata, y me di cuenta enseguida de que lo que me hacía sentir barata era que yo sentía que había actuado de una forma barata.

Intenté no llorar mientras el taxi me llevaba a casa, y definitivamente intenté no llorar cuando entré silenciosamente en ella. Avanzaba hacia las escaleras cuando una cabeza se asomó por la cocina, lo que me dio un susto de muerte. Tomé aire agarrándome el pecho con la mano, asustada.

Seguí a Adam a la cocina y cerré la puerta tras de mí. Observé su rostro y vi sus ojos inyectados en sangre. El olor a café inundaba el ambiente y vi tostadas con queso en un plato. Obviamente tenía resaca e intentaba disminuir los efectos. Estaba demasiado ocupada mirando alrededor para advertir su enfado.

—¿Dónde coño has estado? —me siseó.

Le miré mal, culpándole momentáneamente por la perdida de mi virginidad.

—Por ahí.

—¿Dónde?

—Simplemente por ahí.

Frunció el ceño.

—¿Con quién?

—Con Liam.

La cara de Adam se ensombreció al instante, dio un paso hacia mí y miró primero mi pelo hecho un lío y se fijó después en mi boca. Sus ojos se detuvieron en ella hasta que me toqué los labios, preguntándome qué tendrían de fascinantes.

—¿Qué habéis estado haciendo? —preguntó finalmente, con brusquedad.

Y aquel fue el punto de la conversación en el que perdí los nervios. Mi pérdida de control se convirtió en hastiada petulancia.

—Tengo dieciocho años, Adam. Puedo acostarme con mi novio.

Su cuerpo se sacudió, como si le hubiera disparado.

—¿Sexo? —respondió ahogadamente.

Me encogí de hombros como si mi corazón no estuviera martilleando contra mi caja torácica.

—Era el regalo que me hacía a mí misma.

Tomó aire, sus ojos sobre mí de nuevo.

—¿Me estás diciendo… que has perdido la virginidad esta noche?

Asentí con la cabeza despacio, había algo en sus palabras, un filo que me hizo asustarme un poco.

La mirada de Adam era alarmante y me mantuve allí retorciéndome mientras me devoraba de los pies a la cabeza. Me ruboricé ante su examen, no muy segura de lo que estaba ocurriendo. Pero entonces me lo dejó claro, girando sobre sus talones y empujando la puerta de la cocina para abrirla. Sin preocuparse por quienes dormían. Adam se precipitó fuera de la casa, dando un portazo al salir.

Tomé un temblorosa bocanada de aire y comprendí dónde estaba el límite entre nosotros ahora.

Adam me veía como su hermana pequeña. Ningún hermano mayor quería oír que su hermana pequeña se había «entregado a alguien». Más allá incluso, me preguntaba si se sentiría tan decepcionado conmigo como lo estaba yo. Me conocía. Sabía que creía en las noches estrelladas y en los amaneceres y el «felices para siempre». Había comprometido aquello en lo que creía teniendo sexo casual con un chico al que apenas conocía.

Las lágrimas llegaron y corrí a mi habitación con la visión borrosa. Cogí ropa interior limpia y un pijama, y los metí en el baño conmigo. Estuve en la ducha durante más de media hora, llorando todo el tiempo.

Al menos, me dije, había aprendido una gran lección.

Había aprendido que había cosas en la vida que nunca se podían recuperar.