Adam frunció el ceño mientras alzaba la vista del diario, pero me dedicó una leve sonrisa divertida.
—No sé cómo sentirme respecto a ser el causante del despertar sexual de una niña de catorce años. Es todo un poco Lolita.
Me reí de su incomodidad.
—No significa que tú sintieras lo mismo por mí entonces. De todas formas, ahora que soy toda tuya, ¿realmente hubieras preferido que fuera otro el que despertara por primera vez mi deseo?
Sus cejas se unieron y su mirada regresó a las páginas.
—Anótate un tanto.
—Toma. —Le pasé otro diario, abierto por más de la mitad, y le quité de las manos el de los catorce años—. Este es el del año siguiente.
Sábado, 23 de septiembre
Estoy a punto de gritarle a Adam que deje de tratarme como si fuera su hermana. ¡No soy su hermana! Cómo me gustaría que se diera cuenta de una vez…
Respiré hondo y sostuve el rímel alejado de las pestañas. Me examiné en el espejo del tocador y exhalé despacio, preparándome mentalmente y tratando de calmarme. Por más que lo intentara no podía detener el salvaje aleteo de mariposas en el estómago. Me rendí y lentamente volví a mirarme en el espejo para aplicarme la máscara de pestañas, que era lo único que mamá me dejaba usar de maquillaje. Siempre había tenido unas pestañas largas y estupendas, pero nadie supo cuan largas y estupendas eran hasta que empecé a oscurecerlas. Ahora eran muy largas y el color negro hacía que mis ojos claros parecieran aún más azules. Afortunadamente el rímel me hacía también parecer mayor, pues aunque era alta, todavía era enjuta y estaba casi plana, y unas cuantas pecas en el puente de la nariz me hacían sentir como una niña de cinco años y no como una chica de quince.
Aquella noche tenía una cita. Mi primera cita. Con Sam Smith, quien estaba en sexto año y era guapo y lo más, y realmente, realmente me gustaba. Tanto como me podía gustar un chico que no fuera Adam. Claro que Adam ya no era un chico.
Un golpe en la puerta de mi habitación hizo que me cepillara el cabello por enésima vez.
—Adelante —dije, agitada sin razón, puesto que sería probablemente mi madre, que parecía estar más emocionada que yo con la cita, y también más preocupada.
Para mi sorpresa, la cabeza que asomó por el marco no era la de mi madre, sino la de Adam. Mi corazón dio ese pequeño saltito en el pecho, como siempre hacía cuando le veía, y le sonreí alegre.
—¿Qué haces aquí?
Entró y cerró la puerta, con sus cejas mostrando consternación, mientras le esperaba en pie a modo de bienvenida. Sus ojos me recorrieron de arriba abajo y vi como le pulsaba una vena de la mandíbula. Yo llevaba un vestido corto sin mangas. Tenía un escote discreto y llevaba una rebeca que me cubría los brazos y medias tupidas para tapar las piernas desnudas, pero adivinaba que el corte minifaldero era lo suficientemente alto para, aun con las medias, fastidiarle. Me crucé de brazos, y el movimiento devolvió su mirada a mi rostro. El recordatorio de que me considerara su hermana pequeña y que creyera tener que protegerme logró enfadarme.
—Clark le dijo a Braden que tenías una cita esta noche. Queríamos estar presentes en tan gran ocasión. ¿Quién es él?
Aparté los ojos ante su tono despótico.
—Es solo un chico.
—¿Y qué edad tiene ese chico? —me preguntó en voz baja conforme avanzaba unos cuantos pasos más hacia mí.
—¿Dónde está Braden?
—Abajo. No esquives la pregunta. ¿Cuántos años?
—Sam tiene diecisiete.
—¿Qué? —Respiró hondo—. ¿Y Elodie está de acuerdo?
No mencionó a Clark, dado que él se tomaba estas cosas con más calma que mi madre.
—Está más emocionada que yo con esto.
—Está cloqueando como una gallina nerviosa ahí abajo.
—Eso es porque Sam llegará en un minuto. —Evité sus ojos, pues no me gustaba la obstinación que se entreveía en la inclinación de su mandíbula.
—¿Adónde va a llevarte?
—Al cine, y después a cenar.
—¿Estarás en casa antes de las once?
Cogí el bolso de encima de la cama y suspiré exageradamente.
—Sí…
—Y no permitirás que te toque.
Aquello no era una pregunta.
Me quedé helada ante su exigencia y fruncí el ceño mientras él cubría los pocos pasos que nos separaban hasta quedar justo delante de mí, tan cerca que tuve que echar la cabeza hacia atrás para enfrentar su mirada.
—Es una cita, Adam —susurré—. Se supone que tocarse forma parte del juego.
—No cuando tienes quince años. No cuando tú eres tú. —Retrocedí de nuevo, tomándome sus palabras como un insulto, y Adam hizo una mueca de inmediato—. Els, no quería que sonara así. Lo que quería decir… es que tú no eres cualquier chica.
—Mira, Braden ya me ha dado la charla hace tres horas por teléfono.
—Ellie. —Me dedicó una mirada que decía claramente «cállate»—. Tú eres especial. Mereces a un chico que lo entienda, y un chico que lo entienda no intentaría nada demasiado travieso esta noche, ¿de acuerdo?
—¿«Demasiado travieso»? —Levanté las cejas—. Estoy bastante segura de que Sam no intentará nada demasiado travieso.
—Els, eres una romántica, y además eres joven. Los chicos de su edad… no son románticos. Solo tienen una cosa en mente, y únicamente esa cosa. Y ese pequeño cerdo no la obtendrá de ti.
Enfadada ante su sugerencia de que era una cría cándida, le rocé al pasar por su lado.
—¿No tienes una cita comatosa esperándote en algún sitio?
—Pequeño polluelo descarado. —Se quejó y me siguió cuando salí de la habitación y me dirigí a las escaleras—. Te prefería cuando eras una enana monísima y nunca respondías.
Gruñí ante sus palabras, y el gruñido se volvió ronco al oír el timbre.
—Maldita sea —dije casi sin aliento, y bajé corriendo el último tramo de escalones mientras Braden salía del comedor con un botellín de cerveza en la mano. Mis ojos se abrieron ante su repentina aparición y los suyos se ensombrecieron al ver mi vestido. Hice una carrera con él y choqué con la espalda de Clark, que daba la bienvenida a mi cita en la puerta.
—Precisamente aquí llega —dijo este, y volví a tropezar con él, dirigiéndole una mirada inquisitiva. Estaba siendo muy evidente e intimidante. Era marciano.
—Sam. —Tomé aire, sintiendo mariposas volar agitadas de nuevo al verle.
Sam era tan alto como Braden, a pesar de que su estructura era más delgada y larguirucha, y tenía un pelo desordenado castaño claro que parecía tener vida propia. Se había hecho famoso en el colegio por ese pelo. Todas las chicas querían ser la que peinara con los dedos aquel cabello. Y tras esta noche esperaba ser yo esa chica.
Sam dejó de mirar a Clark con cautela y entonces me lanzó una sonrisa que marcó sus hoyuelos.
—Ey, Els, estás estupenda.
—No lo está. —Braden apareció de repente tras mi espalda y la de Clark, y cerré los ojos de auténtico dolor al sentir la tensión de Adam a su lado. Los dos intentaban freír el culo de Sam como si tuvieran rayos en los ojos—. Está como una niña de quince. Recuerda eso.
«Oh, Dios. Mátame. Mátame ahora».
—Si la tocas, me aseguraré de que pierdas cualquier sensibilidad. Permanentemente —le advirtió Adam amenazadoramente.
—Lo suscribo —gruñó Braden.
Cuando me atreví a abrir los ojos, con el corazón en la garganta, encontré la cara de Sam mirando cenicienta a Braden y Adam como si fueran merodeadores vikingos llegados para cortarle la cabeza.
—¿Qué está pasando aquí? —La voz de mamá envió un latigazo de alivio por mi cuerpo—. Apartaos de la puerta. —Adam y Braden fueron enviados a segunda línea, y Clark les siguió, hasta que mi madre, Elodie Nichols, quedó sola frente a la puerta. Alta y esbelta, era también maravillosa, y en ese preciso momento un ángel.
—Gracias —dije agradecida.
Vio mi expresión y lanzó una mirada dura por encima de su hombro hacia los hombres que se batían en retirada. Tuve la sensación de que de alguna manera recibirían una reprimenda verbal que haría parecer lo de Sam un juego de niños.
Cuando se dio la vuelta de nuevo, tendió la mano a mi cita.
—Elodie Nichols, es un placer conocerte, Sam.
—Para mí también, señora Nichols —respondió en voz baja, estaba claro que aún no se había recuperado.
—Bueno, será mejor que dejemos que os marchéis. —Sus ojos brillaron mientras me colocaba un mechón detrás de la oreja y me daba un beso en la mejilla—. Pásalo bien, pequeña. Vuelve antes de las once.
—Gracias, mamá.
—¿Llevas tu teléfono?
Asentí con la cabeza y bajé velozmente los escalones de la puerta principal, empujando con delicadeza a Sam hacia la calle. Él no dijo ni una sola palabra mientras nos encaminábamos a la parada del autobús.
—Ignóralos, es lo más sencillo —le aconsejé, finalmente—. Solo estaban jugando contigo.
Me dedicó una débil sonrisa y comprobó su reloj.
—La película comenzará en breve. Será mejor que nos demos prisa.
***
Pegué un portazo al entrar, esforzándome en contener las lágrimas que parecían empeñadas en brotar de mis ojos.
—¿Eres tú, pequeña?
Sintiéndome miserable y necesitada de un abrazo maternal, me arrastré desde el recibidor hasta el comedor solo para encontrarme con una sorpresa mayúscula.
Eras las diez y media, y Braden y Adam seguían en casa.
Mamá y Clark estaban en los sillones, Braden y Adam en el sofá, ninguno de los cuatro miraba ya la televisión, sino a mí.
Los miré y supe por qué estaban allí, y lágrimas de rabia me anegaron los ojos.
—¿Cómo ha ido tu cita? —preguntó mamá, aunque vaciló al ver mi expresión.
—Fatal. —Dejé de mirarla para posar mis pupilas en Braden y Adam—. No volverá a pedirme que quedemos por culpa de estos dos idiotas.
—Bien —respondió Braden categóricamente—. Eres demasiado joven para tener citas.
—No es demasiado joven. —Mamá suspiró.
—Es demasiado joven —convino Adam—. Y mira lo que lleva puesto.
—No hay nada de malo en lo que lleva. Se ha puesto unas medias espesas.
—Tiene quince años —argumentó Braden—. Tiene todo el tiempo del mundo para tener citas. Debería centrarse en sus estudios.
—Oh, suenas como un viejo carcamal, Braden.
—No me puedo creer tu actitud, Elodie —siseó Adam—. Creí que serías más cuidadosa con estas cosas.
—¿Cuidadosa? —farfulló mamá—. Era una cita.
Mientras reñían, toda mi furia tuvo tiempo de calentarse hasta hervir y hacer arder mi humillación. El chico más agradable, guapo e interesante del colegio me había pedido salir y mi hermano y su mejor amigo lo habían arruinado todo.
—Me gustaba —les informé de pronto, calmada pero en un tono que cortó la discusión. Y una lágrima se deslizó por mi mejilla mientras seguía hablando—. Realmente me gustaba. Vosotros dos lo habéis estropeado todo y ni siquiera os importa.
Me dolía el pecho por la presión de la angustia. Me precipité corriendo a las escaleras, ignorando la llamada de Braden.
—Yo iré —le dijo Adam, lo que provocó que mis piernas se movieran más deprisa por los escalones.
Cerré la puerta de mi habitación de un golpe, escondí la cara en la almohada y lloré sobre ella.
Oí un golpecito en la puerta por encima de mis fuertes sollozos y levanté la cabeza lo justo para gruñir.
—Lárgate.
Escondí de nuevo la cabeza bajo la almohada y esperé.
Dado que sabía cuan tenaz era Adam no me sorprendió que obviara mi petición. Oí cómo se abría la puerta y el crujido del suelo conforme se acercaba a la cama. El colchón se hundió a mi derecha y le oí suspirar.
—Lo lamento —se disculpó con la voz llena de sinceridad—. Cariño, lo lamento.
No dije nada, la garganta me ardía más hondo aún cuando me caí en la cuenta de que era la primera vez que me había hecho daño.
—Els…
Saqué la cara de la almohada y entonces pude verle. Ignoré su mirada de preocupación en su joven, maravilloso rostro y le dije con gravedad:
—Solo lárgate, Adam.
Se pasó la mano por el pelo, mirándome más intensamente.
—Mira, me siento como una mierda, Els. No pretendía arruinarte la noche. Tampoco Braden.
—Oh, estoy segura de que cuando habéis amenazado con deprimir su sistema nervioso no teníais ninguna intención de estropear mis opciones con él.
—Dios —se quejó Adam—. Eres demasiado lista para tu edad. Es como discutir con una mujer adulta.
—¿Y cómo sabes tú lo que es discutir con una mujer adulta? Nunca te quedas el tiempo suficiente al lado de la misma para lograr cabrearla.
Torció el gesto ante mi respuesta y agitó la cabeza.
—Dios —repitió.
Tras un minuto de silencio se giró de nuevo hacia mí. Su expresión ya no contenía diversión alguna. De hecho se le veía terriblemente serio.
—Si ese crío se aleja de ti porque no es lo suficientemente hombre para plantar cara a la preocupación de tu familia, entonces es que no es el tipo de chico con el que quieres estar.
La palabra «familia» presionó ese pequeño botón en mi interior. Le fulminé con la mirada y estallé:
—No eres mi hermano, Adam. Deja de comportarte como tal.
Sentí un ramalazo de pena en el pecho al ver su expresión herida, y la culpabilidad hizo que me entraran todavía más ganas de llorar.
—Ya lo sé, Ellie.
Nos sostuvimos la mirada, y mi preocupación por él hizo que se me sonrosara la piel.
—¿Lo sabes? —murmuré un poco exageradamente.
Algo brilló por un momento en sus ojos y se puso en pie, incómodo.
—Te dejaré un rato, solo quería que supieras que nunca te haría daño intencionadamente.
No dije nada más, y Adam suspiró cansado y se marchó. Cuando cerraba oí la voz de Braden justo al otro lado.
—¿Está bien?
—Está cabreada. Dejémosla en paz durante un rato.
—Quiero hablar con ella.
—Braden…
—Te veo bajo —le cortó, abriendo la puerta. La preocupación en los ojos de Braden me bloqueó, conforme se acercaba a paso seguro a mi cama.
—Els, cariño. —Su voz era fuerte y segura—. Lo siento mucho.
Y ante eso rompí a llorar y me lancé sobre su pecho, dejando que sus brazos me rodearan con fuerza y sus tiernos susurros me calmaran.