18

Cuelgo el teléfono y me quedo de pie delante de la pared curva de cristal mirando el retazo de tejas de pizarra y nieve atravesado pollos campanarios de las iglesias que se extienden delante de mí en el reino del CFC.

Espero que se reduzcan los latidos de mi corazón y que mis emociones se calmen. Trago con fuerza para empujar el dolor y la furia garganta abajo. Mientras estoy dentro de mi imperio de muchas ventanas, contemplando la visión del MIT, y más allá Harvard, y todavía más lejos, contemplando lo que se supone que debo manejar cuando a la gente le ocurre lo peor, empiezo a comprender. Comprendo por qué Benton está actuando de la manera que lo hace. Comprendo lo que ha acabado. Ha acabado Jack Fielding.

Recuerdo vagamente que Fielding mencionó no mucho antes de venir aquí desde Chicago que se había ofrecido voluntario en algún club de taekwondo y que no siempre estaría disponible para ocuparse de casos los fines de semana, o fuera de horas, debido a su dedicación a enseñar a lo que él se refirió como su arte, su pasión. En ocasiones tendría que ir a torneos, me dijo, y daba por hecho que podría gozar de «flexibilidad». Reiteró que como director responsable durante mis largas ausencias, esperaba flexibilidad, casi como si me estuviese sermoneando. La misma flexibilidad que yo tendría si estuviese aquí, manifestó, como si fuese un hecho sabido que tengo flexibilidad cuando estoy en casa.

Recuerdo haberme sentido desconcertada por sus demandas, porque había sido él quien me había llamado para pedirme un empleo en el CFC. La posición que como una tonta acepté darle superaba con creces cualquiera que hubiera tenido en el pasado. En Chicago no tenía un estatus destacado, era uno más de los seis médicos forenses y no estaba en la cola para ninguna promoción, me contó su jefe cuando hablamos de contratar a Fielding. Sería una estupenda oportunidad profesional y muy buena para él personalmente al estar junto a su familia, añadió el jefe. Yo me sentí profundamente conmovida de que Fielding pensase en mí como la familia. Me complació que él me hubiese echado de menos y quisiera volver a Massachusetts, para trabajar conmigo como en los viejos tiempos.

La ironía que tendría que haberme enfurecido, y que desde luego hubiese debido señalarle a Fielding en lugar de perdonarle como siempre, era esa noción de flexibilidad, como si yo fuese y viniese a placer, como si me tomase vacaciones y me largase a los torneos y desapareciese varios fines de semana cada mes, debido a algún arte o pasión que tengo más allá de lo que hago en mi profesión, más allá de lo que hago cada maldito día. Mi pasión es lo que vivo cada maldito día, y las muertes de las que me ocupo cada maldito día y las personas que los muertos dejan detrás y cómo se levantan y continúan, y cómo les ayudo de alguna manera a que lo hagan. Me oigo a mí misma, comprendo que he estado diciendo estas cosas en voz alta, y siento las manos de Benton en mis hombros mientras está detrás de mí y yo me enjugo las lágrimas. Él apoya la barbilla en mi cabeza y me rodea con los brazos.

—¿Qué he hecho? —le pregunto.

—Has aguantado mucho con él, demasiado, pero no eres tú la que ha hecho nada. Lo que él consumía, lo que tomaba y probablemente negociaba… Bueno. Tuviste un contacto con lo que fue antes, así que ya te lo puedes imaginar. —Se refiere a las drogas que Fielding pudo haber utilizado para saturar sus parches analgésicos, y las drogas que quizá vendía.

—¿Lo habéis encontrado? —pregunto.

—Sí.

—¿Está bajo custodia? ¿Lo han arrestado? ¿O solo lo están interrogando?

—Lo tenemos, Kay.

—Supongo que es lo mejor. —No sé qué más preguntar excepto cómo está Fielding, pregunta a la que Benton no responde.

Me pregunto si han tenido que sujetarlo con esposas en pies y manos, o quizás encerrarlo en una habitación acolchada. No me lo puedo imaginar en cautiverio. No me lo puedo imaginar en la cárcel. No durará. Se matará lanzándose contra los barrotes como una polilla asustada, si alguien no lo mata antes. También me pasa por la mente que está muerto. Luego siento que sí lo está. El sentimiento se afirma y noto que me pesa, me entumece, es como si me hubiesen dado un bloqueador nervioso.

—Tenemos que marcharnos. Te lo explicaré lo mejor que pueda, lo mejor que sabemos. Es complicado, y es mucho —oigo que me dice Benton.

Se aparta, y ya no me toca más. Es como si nada me sujetase al edificio y pudiese salir volando por la ventana, y al mismo tiempo está la pesadez. Tengo la sensación de haberme convertido en algo metálico o de piedra, en algo que ya no vive ni es humano.

—No pude decírtelo antes, a medida que se aclaraba, y tampoco es que ya esté aclarado del todo —continúa Benton—. Me duele cuando tengo que ocultarte cosas, Kay.

—¿Por qué él, por qué cualquiera…? —comienzo a formular preguntas que nunca podrán ser contestadas de forma satisfactoria, las mismas preguntas que siempre formulo. ¿Por qué las personas son crueles? ¿Por qué matan? ¿Por qué obtienen placer haciendo daño a los demás?

—Porque podía —responde Benton con las mismas palabras de siempre.

—¿Pero por qué? —Fielding no era así. Nunca había sido diabólico. Sí inmaduro, egoísta y disfuncional. Pero no malvado. No mataría a un chico de seis años por diversión y después disfrutaría endosándole el crimen a un adolescente con Asperger. Fielding no está equipado para orquestar un juego a sangre fría como ése.

—Dinero. Control. Adicciones. Corregir errores que se remontan al principio de los tiempos. Y descompensación. En última instancia destruirse a sí mismo, porque es en realidad lo que hacía cuando destruía a los demás. —Benton lo tiene todo resuelto. Todos lo han resuelto excepto yo.

—No lo sé —murmuro, y me digo a mí misma que debo ser fuerte. Tengo que ocuparme de esto. No puedo ayudar a Fielding. No puedo ayudar a nadie si no soy fuerte.

—No ocultó las cosas bien —añade Benton cuando me aparto de la ventana—. Una vez que dedujimos dónde teníamos que buscar, resultó cada vez más obvio.

Alguien tendiéndole trampas a la gente, montándolo todo. Por eso no está bien escondido. Por eso resulta obvio. Se supone que es obvio, para hacernos creer que ciertas cosas son verdad cuando quizá no lo son. No aceptaré que la persona que está detrás de todo esto es Fielding hasta que lo vea por mí misma. «Debes ser fuerte. Tienes que ocuparte de esto. No llores por él ni por nadie. No puedes».

—¿Qué necesito llevar? —Cojo mi chaqueta de la silla, la chaqueta militar de Dover que no abriga lo suficiente.

—Allí tenemos de todo —responde—. Solo trae tus credenciales por si alguien pregunta.

Por supuesto que allí tienen de todo. De todo y todos están allí excepto yo. Recojo mi bolso colgado detrás de la puerta.

—¿Cuándo lo dedujisteis? —pregunto—. ¿Cuándo dedujisteis lo suficiente para conseguir una orden para buscarlo? ¿O qué sucedió?

—Cuando descubriste que el hombre de Norton’s Woods fue asesinado, eso lo cambió todo, por decir algo. Ahora Fielding estaba vinculado a otro asesinato.

—No sé cómo —señalo mientras salimos juntos. No le digo a Bryce que me marcho. En este momento no quiero enfrentarme a nadie. No estoy de humor para conversar, para ser cordial o siquiera educada.

—Debido a la Glock que desapareció del laboratorio de armas de fuego. Sé que no te informaron, y muy pocas personas lo saben —dice Benton.

Recuerdo los comentarios de Lucy de haber visto a Morrow en el aparcamiento de atrás alrededor de las diez y media de la mañana de ayer, una media hora más tarde después de recibir la pistola en su laboratorio, y según Lucy, él no se quiso ocuparse del arma. Si ella sabía de la Glock desaparecida, había retenido aquella información crucial, y le pregunto a Benton si me mintió por omisión deliberadamente, a mí que soy su jefa.

—Porque ella trabaja aquí —le digo mientras esperamos que el ascensor suba a nuestro piso. Está detenido en el nivel inferior, como si alguien estuviese manteniendo la puerta abierta abajo, algo que hace el personal cuando están cargando o descargando muchas cosas—. Ella trabaja para mí y no puede ocultarme información. No puede mentirme.

—Ella entonces no lo sabía. Marino y yo sí, y no se lo dijimos.

—Y sabías de Jack, Johnny y Mark. Del taekwondo. —Estoy segura de que Benton lo sabía, y es probable que Marino también.

—Hemos estado vigilando a Jack, averiguando lo que hacía. Sí. Desde que Mark fue asesinado la semana pasada y descubrí que Jack les había enseñado a él y a John.

Pienso en las fotografías ausentes del despacho de Fielding, los pequeños agujeros en la pared de donde quitaron los ganchos.

—Comienza a tener sentido que Jack asumiese el control de ciertos casos. El caso de Mark Bishop, por ejemplo, pese a que detesta coger casos de niños —continúa Benton, que mira alrededor para asegurarse de que nadie que esté cerca nos pueda oír—. Qué oportunidad perfecta para encubrir sus propios crímenes.

«O los crímenes de otra persona», pienso. Fielding es de la clase que encubriría a algún otro. Necesita con desesperación sentirse poderoso, ser el héroe, y entonces me recuerdo a mí misma que debo dejar de defenderlo. «No lo hagas a menos que tengas pruebas». Aceptaré la verdad sea cual sea. Se me ocurre que las fotos desaparecidas del despacho de Fielding pueden haber sido imágenes de grupos. Eso me suena conocido. Casi puedo verlas. Quizá de las clases de taekwondo. Fotos donde aparecen Johnny y Mark.

Me pregunto, pero no lo digo, si Benton retiró aquellas fotos o si lo hizo Marino, mientras Benton continúa explicando que Fielding hizo lo imposible para manipular a todo el mundo y hacer que creyesen que Johnny Donahue mató a Mark Bishop. Fielding utilizó a un adolescente comprometido y vulnerable como cabeza de turco, y luego tuvo que aumentar sus manipulaciones después de eliminar al hombre de Norton’s Woods. Ésa es la frase que utiliza Benton. «Eliminar». Fielding lo eliminó y luego se enteró de la Glock encontrada en el cuerpo y comprendió que había cometido un grave error táctico. Todo se venía abajo. Lo estaba perdiendo, descompensaba como Ted Bundy hizo inmediatamente antes de ser atrapado, dice Benton.

—El error fatal de Jack fue entrar en el laboratorio de armas de fuego ayer por la mañana y preguntar a Morrow por la Glock —continúa Benton—. Un poco más tarde había desaparecido y también Jack. Eso fue impulsivo, temerario y del todo estúpido por su parte. Hubiese sido mejor dejar que rastreasen el arma hasta él y afirmar que la había perdido o que se la habían robado. Cualquier cosa hubiese sido mejor que lo que hizo. Demuestra lo fuera de control que estaba cuando se llevó la condenada pistola del laboratorio.

—¿Estás diciendo que la Glock que tenía el hombre de Norton’s Woods era de Jack?

—Sí.

—Con toda claridad es de Jack —repito, y ahora el ascensor se mueve, hace un montón de paradas en la subida, y me doy cuenta de que es la hora de comer. Los empleados bajan al comedor o salen del edificio.

—Sí. El muerto tiene un arma que puede ser rastreada hasta Fielding una vez que utilizaron el ácido en el número de serie borrado —dice Benton, y está claro para mí que sabe quién es el muerto.

—Se hizo la prueba. Aquí no. —No quiero pensar en algo más que se hizo y yo no sé dentro de mi edificio.

—Hace horas. En la escena del crimen. Nos encargamos de la identificación allí mismo.

—Lo hizo el FBI.

—Era importante saber de inmediato a quién conducía el arma. Para confirmar nuestras sospechas. Luego vino aquí al CFC y está guardada en el laboratorio de armas de fuego. Para nuevos exámenes —explica Benton.

—Si Jack es quien lo asesinó, tendría que haber comprendido el problema de la Glock cuando lo llamaron por el caso el domingo por la tarde —opino—. Sin embargo, esperó hasta el lunes por la mañana para preocuparse por un arma que sabía que podía ser rastreada hasta él.

—Para evitar sospechas. Si comenzaba a formular a la policía de Cambridge un montón de preguntas sobre la Glock, antes de que el cadáver fuese transportado al CFC, o a exigir que la pistola fuese traída de inmediato cuando los laboratorios estaban cerrados, hubiese parecido peculiar. Se hubiesen levantado todas las antenas. Fielding lo consultó con la almohada y para el lunes por la mañana probablemente estaba desesperado y planeaba lo que iba a hacer una vez que trajesen el arma. La cogería y escaparía. Recuerda que no ha sido lo que se dice racional. Es importante tener presente que ha estado debilitado cognitivamente por el abuso de sustancias.

Pienso en la cronología. Reconstruyo los pasos de Fielding ayer por la mañana, según la información del cajón de su mesa y la escritura marcada en el bloc. Poco después de las siete de la mañana al parecer habló con Julia Gabriel antes de que ella me llamase a Dover. Una media hora más tarde entró en el frigorífico y minutos más tarde le dijo a Ollie y a Anne que el cuerpo de Norton’s Woods sangraba sin ningún motivo aparente. Parece más lógico considerar que fue en ese momento cuando Fielding reconoció al muerto y comprendió que la Glock de la que había oído hablar a la policía sería rastreada hasta él. Si no reconoció al muerto hasta el lunes por la mañana, entonces Fielding no lo mató, le digo a Benton, que me responde que Fielding tenía un motivo que es imposible que yo sepa.

—El padrastro del muerto es Liam Saltz —me informa Benton. Lo confirmaron hace muy poco cuando un agente del FBI fue al hotel Charles, habló con el doctor Saltz y le mostró una foto que Marino le sacó al hombre de Norton’s Wood en Identificación. Se llamaba Eli Goldman, de veintitrés años, un licenciado del MIT y empleado en Otwahl Technologies, que trabajaba en proyectos especiales micromecánicos. Los vídeos de los auriculares de Eli fueron rastreados hasta una página en el servidor de Otwahl, me dice Benton, pero no explica quién hizo el rastreo, si pudo hacerlo Lucy.

—¿Él modificó los auriculares? —pregunto cuando por fin llega el ascensor y se abren las puertas.

—Es lo más probable. Le encantaba trastear los aparatos.

—¿Y MORT? ¿Dónde lo consiguió? ¿Para qué? ¿Más trasteos? —Sé que sueno cínica.

Sé cuando las personas ya han tomado una decisión, y no estoy preparada para aceptarla. Nada tendría que ser decidido tan rápidamente.

—Una maqueta, un modelo que hizo cuando era un niño —explica Benton—. Basado en las fotos que su padrastro había hecho de la cosa real cuando luchaba contra ella hace ocho o nueve años, cuando tú y el doctor Saltz prestasteis declaración ante el subcomité del Senado. Al parecer, Eli hacía maquetas de robots e inventaba cosas desde que llevaba pañales.

Bajamos poco a poco, de piso en piso, mientras pregunto por qué Otwahl contrataría al hijastro de un detractor como Liam Saltz, y quiero saber qué significa Otwahl, porque la señora Donahue dijo que el nombre significaba algo.

—O.T.WAHL —responde Benton—. Un juego de palabras, porque el apellido del fundador de la compañía es Wahl. «On the Wall», como la mosca en la pared, y el apellido de Eli no es Saltz —añade Benton, como si no le hubiese oído cuando me dijo que era Goldman. Eli Goldman. Pero le señalo que Otwahl tuvo que hacer una investigación de sus antecedentes. Desde luego tenían que saber quién es su padrastro, incluso si los apellidos no son los mismos.

—MORT fue hace mucho tiempo —dice Benton cuando las puertas del ascensor se abren en la planta baja—. Y no sé que Otwahl tuviese ninguna pista de que Eli y su padrastro compartían una misma filosofía.

—¿Durante cuánto tiempo trabajó allí?

—Tres años.

—Quizás Otwahl no haya estado haciendo nada que pudiese preocupar a Eli o a su padrastro en estos tres últimos años —sugiero mientras caminamos por el pasillo de azulejos grises, y Phil, el guardia de seguridad, nos mira desde detrás de su tabique de cristal. No lo saludo. No me muestro amistosa.

—Bueno, Eli estaba preocupado y llevaba meses preocupado —comenta Benton—. Estaba a punto de hacerle a su padrastro una demostración de una tecnología que él no iba a aprobar en absoluto, un artilugio que podía ser una mosca en la pared, espiar y detectar explosivos o transportarlos, o llevar drogas, venenos o vete a saber qué.

«Nanoexplosivos o drogas peligrosas transportados por algo tan pequeño como una mosca», pienso a nuestro paso entre el personal que no he visto en meses. No me detengo a charlar. No hago un gesto ni digo hola y ni siquiera hago un contacto visual.

—Estaba a punto de darle a su padrastro una información importante como ésa y muy convenientemente muere —afirmo.

—Así es. El motivo que mencioné —dice Benton—. Drogas —repite, y luego me dice más, me da detalles que el FBI conoció de boca de Liam Saltz solo unas pocas horas antes.

Me siento triste y alterada de nuevo mientras imagino lo que Benton dice de un hombre joven tan enamorado de su famoso padrastro, hasta el punto de que cada vez que iban a verse, Eli siempre sincronizaba su reloj con el suyo, imitaba la zona horaria del doctor Saltz en anticipación a su encuentro, una peculiaridad que tenía sus raíces en el doloroso pasado de Eli de hogares destrozados y figuras paternas que desaparecían en combate y adoradas por él en secreto. Recuerdo lo que vi en los vídeos, Eli y Sock caminando hacia Norton’s Woods, y luego imagino al doctor Saltz saliendo del edificio casi en la oscuridad después de la boda a la que Eli no había sido invitado. Imagino al premio Nobel mirando a su alrededor y preguntándose dónde estaría su hijastro, sin tener idea de la terrible verdad. Metido dentro de una bolsa y sin identificar. Un joven, apenas un poco más que un muchacho. Alguien con quien Lucy y yo pudimos habernos cruzado en una exposición en Londres el verano de 2001.

—¿Quién lo mató, y por qué? —digo al pasar por delante de una plaza vacía, perteneciente al camión de recogida de cuerpos del CFC, que no está—. Y no veo cómo lo que tú acabas de decir explica que Eli fuese asesinado por Jack.

—Todo apunta en la misma dirección. Lo siento. Pero así es.

—No veo por qué y para qué. —Abro la puerta que da al exterior y el día es demasiado hermoso y soleado para ser tan frío.

—Sé que esto es duro —dice Benton.

—¿Un par de ciberguantes? —pregunto. Comenzamos a caminar a través de la nieve que está endurecida y resbaladiza—. ¿Una mosca micromecánica? ¿Quién lo apuñalaría con un puñal de inyección, y por qué?

—Drogas. —Benton vuelve a lo mismo—. De alguna manera Eli tuvo la desgracia de involucrarse con Jack, o a la inversa. Drogas para aumentar el rendimiento, drogas muy peligrosas. Es probable que consumiese y vendiese, y Eli era el proveedor, o lo era alguien de Otwahl. No lo sabemos. Pero que matasen a Eli cuando estaba allí con una mosca-robot y a punto de encontrarse con su padrastro, no fue una coincidencia. Quiero decir que es el motivo.

—¿Por qué iba a estar interesado Jack en una mosca-robot o en un encuentro? —pregunto. Caminamos muy lentamente, un paso cada vez, mis pies a punto de resbalar—. Una maldita pista de hielo —me quejo, porque el aparcamiento no ha sido limpiado, es necesario que echen arena. Nadie ha estado dirigiendo este lugar de la manera como se debe hacer.

—Lo siento, el coche está por allí. —Vamos paso a paso hacia la verja trasera—. Pero es todo lo que había. La conexión de las drogas —dice Benton—. Nada de drogas callejeras. Esto tiene que ver con Otwahl. Se trata de una enorme cantidad de dinero. De la guerra, de una violencia potencial a una escala mundial y masiva.

—Entonces, si lo que dices es correcto, parece indicar que Jack espiaba a Eli. Instaló las cámaras ocultas en los auriculares y lo siguió a Norton’s Woods. Tendría sentido si el asesinato fuera para evitar que Eli le mostrase a su padrastro la mosca-robot o se la diese. ¿Cómo sabía Jack sino lo que iba a hacer Eli? Tuvo que estar espiando, o alguien lo hizo.

—Dudo que Jack tuviese algo que ver con los auriculares.

—Es lo que quiero señalar. Jack no podía estar interesado en una tecnología como ésa, ni ser capaz de utilizarla, y no estaría interesado en un lugar como Otwahl. No estás hablando del Jack que conozco. Él es demasiado impulsivo límbicamente, es demasiado impaciente, demasiado simple, para hacer lo que acabas de describir. —Casi digo «demasiado primitivo», porque eso siempre ha sido una parte de su encanto. Su físico, su hedonismo, su manera lineal de enfrentarse a las cosas—. Y los auriculares no tienen sentido —insisto—. Los auriculares me hacen pensar que alguien más puede estar involucrado.

—Comprendo lo que sientes. Comprendo por qué quieres aceptarlo.

—¿El doctor Saltz sabía que su hijastro, al que tanto quería, tomaba drogas y llevaba un arma ilegal? —pregunto—. ¿Mencionó los auriculares u otras personas con las que podría haber estado involucrado Eli?

—No sabía nada de los auriculares y muy poco de la vida de Eli. Solo que Eli estaba preocupado por su seguridad. Como dije, llevaba preocupado varios meses. Sé que esto es doloroso, Kay.

—¿Podías ser más específico? ¿Qué le preocupaba? —pregunto mientras caminamos poco a poco. Alguien va a acabar herido aquí. Alguien va a resbalar y se romperá un hueso y demandará al CFC. Solo nos faltaría esto.

—Eli estaba involucrado en proyectos peligrosos y rodeado de malas compañías. Así es como lo describió el doctor Saltz —dice Benton—. Hay mucho que explicar y no es lo que tú te imaginas.

—¿Sabía que su hijastro tenía un arma, un arma ilegal? —repito mi pregunta.

—No lo sabía. Supongo que Eli no se lo habría mencionado.

—Todos parecen estar haciendo muchas suposiciones. —Me detengo y miro a Benton, nuestros alientos se congelan en el resplandor y el frío. Ya estamos en el fondo del aparcamiento, cerca de la verja, en lo que yo llamo los arrabales.

—Eli sabía lo que opinaba el doctor Saltz de las armas —dice Benton—. Es probable que Jack le vendiese la Glock o se la diese.

—O alguien lo hizo —reitero—. De la misma manera que alguien pudo darle el anillo de sello con el escudo de los Donarme. No creo que Eli también estuviese involucrado en el taekwondo. —Miro los todoterrenos que no pertenecen al CFC, pero no veo a los agentes en su interior. No miro a nadie mientras me protejo los ojos del sol.

—No —responde Benton—. Tampoco el jugador de fútbol, Wally Jamison, pero utilizaba el gimnasio donde se daban las clases, utilizaba el mismo gimnasio que Jack. Quizás Eli también estuvo en ese mismo gimnasio.

—Eli no parece alguien que utilizase un gimnasio. Casi no tenía un músculo en el cuerpo —comento. Benton apunta con un mando a distancia a un Ford Explorer negro que no es el suyo y las puertas se abren con un chasquido—. ¿Y si Jack lo mató, cuál fue el motivo? —pregunto de nuevo, porque para mí no tiene sentido, pero quizá sea la fatiga. Falta de sueño y demasiados traumas. Tal vez estoy demasiado cansada para comprender la cosa más sencilla.

—O quizá la vinculación tiene que ver con Otwahl y Johnny Donahue y otras actividades ilegales en las que estaba involucrado Jack, de las que acabarás por enterarte. Lo que estaba haciendo en el CFC, cómo se ganaba su dinero mientras tú no estabas. —La voz de Benton es dura mientras dice esto al tiempo que me abre la puerta—. No lo sé todo pero sí suficiente, y tenías razón al preguntar qué estaba haciendo Mark Bishop en su patio trasero cuando lo mataron. ¿A qué estaba jugando? Casi no me lo podía creer cuando me lo preguntaste, y no te lo podía decir entonces. Mark estaba en una de las clases de Jack, como dijo la señora Donahue, para chicos de tres a seis años. Acababa de empezar en diciembre y estaba practicando el taekwondo en el patio cuando alguien, y creo que ahora sabemos quién, apareció, y de nuevo, es probable que tuvieses razón sobre cómo pasó.

Él da la vuelta para subir por la puerta del conductor. Busco en mi bolso las gafas de sol, impaciente y frustrada cuando la barra de carmín, el bolígrafo y un tubo de crema de manos caen sobre la alfombra de plástico. Seguro que me las he dejado en alguna parte. Quizás en mi despacho de Dover, donde apenas si recuerdo haber estado alguna vez. Me parece que fue hace siglos, y ahora mismo estoy más hastiada de lo que es posible describir a cualquiera. No me complace oír que tenía razón en nada. Me importa un rábano quién tiene razón, alguien la tiene, pero yo creo que nadie la tiene. Sencillamente, no me lo creo.

—Una persona de la que Mark no tenía razones para desconfiar, como su instructor, que lo llevó a una fantasía, un juego, y lo asesinó —continúa Benton. Pone en marcha el todoterreno—. Luego se inventó la manera de echarle la culpa a Johnny.

—Yo no dije eso. —Guardo de nuevo los objetos en el bolso, cojo el cinturón de seguridad y me lo abrocho, y después decido quitarme la chaqueta, así que me desabrocho el cinturón.

—¿Qué parte? —Benton entra una dirección en el GPS.

—Nunca dije que Jack encontrase la manera de que Johnny creyese que había clavado clavos en la cabeza de Mark Bishop —respondo. El interior del todoterreno todavía conserva algo del calor de cuando Benton llegó aquí y el sol que atraviesa el cristal del parabrisas es caliente.

Me quito la chaqueta y la arrojo al asiento trasero, donde hay una caja con la etiqueta de FedEx. No sé para quién es y no me interesa, probablemente para algún agente que Benton conoce, lo más probable para el tal Douglas, y supongo que no tardaré en averiguarlo. Me vuelvo a abrochar el cinturón y lo aprieto tanto que casi no puedo respirar. El corazón me late con fuerza.

—No me refería a que esa parte te la oí a ti. Hay un montón de preguntas. Necesitamos que nos ayudes a responder todo lo que sea posible —dice Benton.

Comenzamos a dar marcha atrás, salimos de mi plaza de aparcamiento y esperamos a que se abra la verja. Me siento manipulada. Siento que me siguen la corriente. No estoy segura de recordar cuándo me sentí tan poco importante en una investigación, como si yo fuese un obstáculo y una molestia con la que hay que ser políticamente correcto debido a mi posición, pero a la que no hay que tomar en serio.

—Creía que lo había visto todo. Te lo advierto, es malo, Kay. —La voz de Benton no tiene energía cuando lo dice. Suena hueca, como algo forzado.