Llamo una vez y abro la puerta que da al despacho de Bryce.
Nuestra entrada compartida está en el lado opuesto a la puerta de mi baño privado, que he aprendido a mantener entreabierta. Cuando ambas puertas de metal gris están cerradas tengo tendencia a confundirme y entrar en el despacho de Bryce cuando lo que me interesa es el café, lavarme o verme a mí misma a punto de entregar un documento a un lavabo y un váter. Bryce está en su mesa con la silla echada hacia atrás y se ha quitado el abrigo, que está colgado en el respaldo, pero aún tiene puestas sus grandes gafas de sol de diseño que parecen ridículamente pesadas, como si estuviesen dibujadas con un rotulador grueso marrón oscuro. Está peleando con un par de botas de nieve L. L. Bean que no pegan nada con su atildado conjunto, hoy consiste en un jersey de cachemira, vaqueros negros ajustados, un polo negro de cuello cisne y un cinturón de cuero con una enorme hebilla de plata que representa un dragón.
—Estaré al teléfono y no se me puede molestar —le digo como si hubiese estado aquí todos los días durante estos últimos seis meses, como si nunca me hubiese marchado—. Luego tendré que marcharme.
—¿Alguien va a decirme lo que está pasando aquí? Y bienvenida a casa, jefa. —Me mira, sus ojos ocultos por las grandes gafas de sol—. No creo que los coches sin identificar de los aparcamientos sean una fiesta sorpresa, porque sé que no voy a dar ninguna. No es que no quisiera y que no tenga la intención de hacerlo en algún momento, pero sean quienes sean, no están aquí por mi culpa, y cuando le pedí a uno de ellos que fuese tan amable de darme una explicación, y que por favor moviese el culo para que pudiese aparcar en mi plaza, digamos que se mostró ¿irascible?
—El caso de ayer por la mañana —comienzo a decir.
—¿Ah, es por eso? No es de extrañar. —Su rostro se ilumina como si le hubiera comunicado una muy buena noticia—. Sabía que iba a ser importante. De alguna manera lo sabía. Pero no, en realidad no murió aquí, por favor dime que no es verdad, que no encontraste nada que sugiera nada tan escandaloso, o tendré que comenzar a buscar otro trabajo ahora mismo y le diré a Ethan que no vamos a comprar aquél bungaló que estuvimos mirando. Conociéndote, supongo que ya habrás descubierto lo que pasó. Es probable que lo descubrieses en cinco minutos.
Se quita la otra bota, las aparta ambas a un lado y advierto que se ha peinado el pelo como con púas y se ha afeitado el bigote y la barba que llevaba cuando lo vi por última vez. De constitución compacta, Bryce es delgado pero fuerte, con la belleza de un niño rubio dé coro, para usar un cliché, pero resulta que es verdad. No es él con barba, lo que probablemente es lo que pretendía, parecer algún otro, verse transformado en un personaje formidable y viril como James Brolin, o que se le tome en serio como Wolf Blitzer, sus héroes. Mi administrador jefe y fiable mano derecha tiene muchísimos famosos amigos imaginarios de los que habla con toda familiaridad, como si el acto de sintonizarlos en uno de sus grandes televisores, o grabarlos en DVD, los convirtiera en tan reales como los vecinos de al lado.
Muy bueno en mi opinión, con licenciaturas en Derecho Criminal y Administración Pública, Bryce Clark, a primera vista parece estar mal ubicado, como si se hubiese escapado del plató de E!, algo que he utilizado en mi propio beneficio durante los pocos años que lleva trabajando para mí. Los visitantes e incluso las personas que trabajan aquí nunca han comprendido que mi jefe de personal, que es un mormón renegado, charlatán compulsivo y que se pirra por la ropa, no es alguien a quien tomar a la ligera. En realidad es un chismoso y le encanta, como dice él, «ponerme al día». No hay nada que le guste más que recoger información como una urraca y llevársela a su nido. Es peligroso si te detesta. Es poco probable que te enteres. Su charla y su deliberada afectación son un bunker donde oculta su más peligroso ser. En eso me recuerda a mi antigua secretaria, Rose. Los que cometieron el error de tratarla como a una vieja ridícula se encontraron un día que les faltaba un miembro.
—¿El FBI? ¿Seguridad Interior? Nadie que haya visto antes. —Bryce está inclinado en su silla para abrir una bolsa de gimnasia de nailon.
—Es probable que sean del FBI… —Pero no está dispuesto a dejarme terminar.
—El que fue tan descortés desde luego hacía honor al personaje, pura agresión con un traje gris y un abrigo de pelo de camello. Creo que el FBI despide a las personas si engordan. Bueno, que tengan buena suerte contratando en América. Un tipo guapísimo, eso se lo reconozco. ¿Lo has visto? ¿Sabemos su nombre y en qué delegación está? No es nadie que conozca de Boston. Quizás es nuevo.
—¿Quién? —Mis pensamientos han chocado contra una pared.
—Señor, sí que estás cansada. El agente de aquel enorme Expedition Ford negro, es la viva imagen de un jugador de fútbol en la serie Glee; oh, es probable que tampoco la veas. Se trata solo de la mejor serie de televisión, simplemente es imposible que no te encante Jane Lynch, a menos, claro, que no sepas quién es, dado que probablemente tampoco sigues The L Word. Pero quizá ves Best in Show o Talladega Nights, ¿no? Dios, qué divertido. El chico del FBI en el Ford negro se parece muchísimo a Finn…
—Bryce…
—En cualquier caso, vi toda la sangre, aquella enorme cantidad que había sangrado del cuerpo de Norton’s Woods dentro de la bolsa. Fue horrible y pensé para mis adentros: «Ya está. Es el fin de este lugar». Mientras tanto, Marino maldiciendo y renegando, a punto de echar la casa abajo, con uno de esos cabreos que solo Marino puede tener por alguien que es traído vivo y muere en el frigorífico. Así que le dije a Ethan que más nos valdría comenzar a ahorrar nuestros dinerillos porque quizá me quedaba sin empleo. ¿Y como está el mercado laboral ahora mismo? Un diez por ciento de desempleados o una pesadilla parecida, y dudo mucho que Doctor G me vaya a contratar porque todos los trabajadores de morgue de este planeta quieren estar en su programa, pero yo te pediría que cogieses el teléfono y me recomendases a ella, por favor, si este lugar se va a tomar viento. ¿Por qué no podemos hacer un reality? Quiero decir, de verdad. Tú tuviste tu propio programa en la CNN hace unos años, ¿por qué no podemos hacer algo así?
—Necesito hablar contigo de… —Pero es inútil cuando se pone de esa manera.
—Me alegro de que estés aquí, pero lamento que hayas vuelto para encontrarte con algo tan horrible. Me pasé toda la noche despierto preguntándome qué les iba a decir a los periodistas. Cuando vi todos aquellos todoterrenos detrás del edificio, creí que eran los medios, yo esperaba encontrarme con las furgonetas de la televisión…
—Bryce, necesito que te calmes y quizá si te quitases las gafas de sol…
—Pero nada en las noticias que yo sepa, y ni un solo periodista me ha llamado o dejado un mensaje aquí ni nada…
—Necesito repasar unas cuantas cosas. De verdad, tienes que callarte, por favor —le interrumpo.
—Lo sé. —Se quita las gafas de sol y se calza una zapatilla de baloncesto negra—. Solo estoy un poco nervioso, doctora Scarpetta. Ya sabes cómo me pongo cuando estoy nervioso.
—¿Has sabido algo de Jack?
—¿Dónde está la boca de la verdad cuando la necesitas? —dice mientras se ata los cordones de las zapatillas—. No me pidas que finja, y con todo respeto te pediré que le informes que ya no respondo directamente ante él. No ahora que estás tú en casa, gracias a Dios.
—¿Por qué lo dices?
—Porque lo único que hace es darme órdenes como si yo trabajase en la ventanilla del drive-in en Wendy’s. Ladra y chilla mientras se le cae el pelo, y entonces me pregunto si le va a dar un puntapié a alguien, quizás a mí, o a estrangularme con su enésimo cinturón negro, o lo que sea qué coño tenga, perdona mi vocabulario. Y cada vez ha ido peor. Se suponía que no debíamos molestarte en Dover. Les dije a todos que te dejasen en paz. Todos les dijeron a todos que te dejasen en paz o tendrían que responder ante mí. Acabo de darme cuenta de que has estado en pie toda la noche. Tienes un aspecto horrible. —Sus ojos azules me miran de arriba abajo, observan la manera como voy vestida, que son los mismos pantalones de uniforme caquis y un polo negro con el escudo del AFME que me puse en Dover.
—Vine directamente aquí y no tengo nada para cambiarme. —Por fin consigo meter una palabra—. No sé por qué te molestas en cambiar tus L. L. Bean por un viejo par de Converse que usaste en unas jornadas de baloncesto.
—Sé que tienes mejor ojo y que sabes que nunca he ido a ningunas jornadas de baloncesto, porque todos los veranos voy a unas jornadas de música. Hugo Boss, a mitad de precio en En dless.com además el envío es gratis —añade, y se levanta de la silla—. Voy a preparar café, seguro que quieres. Y no, no sé nada de Jack. Y no necesitas decirme que hay un problema y que podría tener algo que ver con los agentes de nuestro aparcamiento, quienes obviamente tienen un desorden de personalidad. No sé por qué no pueden hacer el esfuerzo de ser amables. Si yo llevase un pistolón y pudiese arrestar a la gente, sería Miss Sonrisas para todos, sonreiría y sería amable. ¿Por qué no? —Bryce pasa a mi lado, entra en mi despacho, desaparece en el baño—. Puedo pasar por tu casa y recogerte unas cuantas cosas si quieres. Solo dímelo. ¿Un traje chaqueta o algo informal?
—Si me tengo que quedar aquí… —comienzo a decir que quizá le tome la palabra.
—En realidad necesitamos que tengas un armario para ti, algo de alta costura en las oficinas centrales. ¿O un vestuario? —canta su voz mientras prepara el café—. Ahora que si tuviésemos nuestro propio show, tendríamos vestuario, peluquería, maquillaje y nunca te encontrarías vestida con las mismas prendas sucias y oliendo a muerte, no es que esté diciendo que sea así… bueno, en cualquier caso. Lo mejor de todo sería que fueses a casa y te metieses directamente en la cama. —Mientras, el chorro del agua caliente cae sonoramente a través de la cápsula—. O yo podría salir y traerte algo de comer. Encuentro que cuando estoy cansado y privado de sueño… —Sale de mi baño con dos tazas de café y dice—: Grasa. Hay un tiempo y un lugar para todo. Dunkin’ Donuts, su cruasán con salchicha y huevo, ¿qué te parece? Podrías necesitar dos. En realidad se te ve un tanto delgada. La vida en la milicia no te sienta bien, querida jefa.
—¿Sabes si una mujer llamada Erica Donahue ha llamado aquí? —le pregunto camino de mi mesa con un café que no estoy segura de que debiera tomar. Abro un cajón y busco Advil con la ilusión de que pueda haber un frasco oculto en alguna parte.
—Lo hizo. Varias veces. —Bryce sorbe el café caliente con cuidado, apoyado en el marco de la puerta que nos comunica.
Cuando no dice más, le pregunto:
—¿Cuándo llamó?
—Comenzó después de lo que apareció en las noticias sobre su hijo. Eso fue hace una semana, creo, cuando confesó el asesinato de Mark Bishop.
—¿Hablaste con ella?
—Las últimas veces lo único que hice en realidad fue pasarle sus llamadas a Jack, de nuevo, cuando ella te buscaba.
—¿De nuevo?
—Esa parte tendrías que preguntárselo a él. No sé sus detalles —dice Bryce, y no es muy propio de él ser precavido conmigo. De pronto es cauteloso.
—Pero él habló con ella.
—Eso fue, déjame ver… —Tiene la costumbre de mirar la cúpula como si allí estuviesen las respuestas a todas las cosas. También es una táctica favorita suya para demorar la respuesta—. El jueves pasado.
—Y tú hablaste con ella, antes de pasarle la llamada a Jack.
—Más que nada, oí.
—¿Cuál era su comportamiento y qué dijo?
—Muy cortés, sonaba como la mujer inteligente de clase alta que es, por lo que pude oír. Me refiero que hay una montaña de cosas sobre la familia Donahue y Johnny Hinckley júnior. Es casi así de famoso… «y cuando él vio lo que había hecho, enfundó su fiable pistola de clavos…», pero es probable que tú no leas toda esa mierda en páginas dedicadas al horror como Morbosilla, Trivia, Sangrepedia, Notasdelacripta, o lo que sea. Yo tengo que seguirlas como parte de mi trabajo, para estar informado sobre lo que se está diciendo ahí afuera en la sensacional ciberlandia amante del pecado.
Ahora se siente cómodo de nuevo. Solo se incomoda cuando le pregunto por Fielding.
—La madre era casi una famosa concertista de piano en una vida anterior, tocaba en una orquesta sinfónica. Creo que en San Francisco —continúa Bryce—. Leí algunas notas en Twitter sobre que ella había aprendido con Yundi Li, pero dudo mucho que Li dé lecciones, y solo tiene veintiocho años, así que no me lo creí ni por un momento. Por supuesto, está cabreadísima, ¿te lo puedes imaginar? Dice que su hijo es un genio, que tiene esa estrambótica habilidad de reconocer los dibujos de los neumáticos. El detective de Salem, Saint Hilaire, que no lo es en absoluto, y tú todavía no lo conoces, hablaba al respecto. Al parecer, Johnny Donahue puede mirar la huella de un neumático en un aparcamiento de tierra y decir: «Es la huella de una Bridgestone Battle Wing de la rueda delantera de una moto». Se me acaba de ocurrir porque Ethan tiene una de ésas en su BMW, que desearía que no quisiese tanto, porque para mí son todas motos de donantes. Al parecer, Johnny puede resolver problemas matemáticos mentalmente, y no hablo de que si un plátano cuesta ochenta y nueve centavos, ¿cuánto cuestan media docena? Más Einsteiniano, como cuánto es nueve veces ciento tres elevado a la raíz cuadrada de siete o algo por el estilo. Pero probablemente ya sabes todo esto. Estoy seguro de que has estado siguiendo el caso.
—¿Qué es exactamente lo que quería hablar conmigo? ¿Te lo dijo? —Conozco a Bryce. Él no se sacaría de encima a alguien como Erica Donahue sin dejarla hablar hasta que se quedase sin palabras o paciencia. Es demasiado curioso, su mente es un tesoro de cotilleos.
—Es obvio que él no lo hizo, y si alguien mirase de verdad los hechos sin tener una idea preconcebida vería todas las inconsistencias: los conflictos —responde Bryce, que sopla su café sin mirarme.
—¿Qué conflictos?
—Dice que habló con él el día del asesinato alrededor de las nueve de la mañana, antes de que fuese a aquel café en Cambridge, que ahora se ha hecho tan famoso, a la vuelta de la esquina de tu casa —continúa Bryce—. ¿The Biscuit? Hay colas en la puerta debido a la publicidad. Nada como un asesinato. En cualquier caso, aquel día no se sentía bien, según mamá. Tiene unas alergias terribles o algo así, y se quejaba de que sus píldoras, inyecciones o lo que fuese ya no estaban funcionando, que las estaba tomando en cantidad y se sentía hecho un asco, ésa es la palabra que ella usó. Por lo tanto, supongo que si a alguien le arden los ojos y le gotea la nariz, no va a matar a nadie. No quise decirle que el jurado no pondría mucha fe en una defensa basada en un resfriado…
—Tengo que hacer unas llamadas y luego mis rondas —lo interrumpo antes de que siga charlando el resto del día—. Puedes llamar a Pruebas y ver si está Evelyn, y si es así, por favor dile que tengo unas cuantas cosas urgentes. Lo que necesito es comenzar con ella, y después las huellas dactilares, el ADN, toxicología, y además un objeto en particular vendrá aquí, al laboratorio de Lucy. No había nadie allí hace un rato. ¿Qué pasa con Shane, lo estamos esperando?, porque voy a necesitar una opinión sobre un documento.
—A ver, no somos un equipo de rugby perdido en la nieve de los Andes que está a punto de recurrir al canibalismo, por el amor de Dios.
—La tormenta de anoche fue de aúpa.
—Has estado demasiado tiempo en el sur. ¿Cuánto nevó? ¿Quince centímetros? Un poco de hielo, pero nada que preocupe por aquí —opina Bryce.
—Mejor todavía si pudieses pedirle a Evelyn que suba de inmediato y la hagas pasar al despacho de Jack. —Decido que no voy a esperar cuando recuerdo la bata del laboratorio plegada en el interior de la bolsa de basura.
Le explico a Bryce lo que había en el bolsillo y que quiero que lo analicen de inmediato en el microscopio electrónico de barrido y también quiero un análisis químico no destructivo.
—Pero ten mucho cuidado en no abrir la bolsa ni tocar nada —le digo a Bryce—. Dile a Evelyn que hay huellas dactilares en la película de plástico. Y eso significa que también habrá ADN.
Con mi administrador en silencio y a distancia al otro lado de nuestra puerta compartida y cerrada, decido postergar la llamada a Erica Donahue hasta tener la oportunidad de pensar en lo que voy a hacer. Necesito pensar en todo.
Quiero releer su carta y asegurarme de sus intenciones, y al pensar recuerdo lo que ha pasado desde que dejé Dover. Cuando miro el cielo azul brillante del nuevo día, sé que todavía tengo la resaca de la última madre con la que he tratado. Me siento envenenada por el recuerdo de Julia Gabriel en el teléfono y de que alguien escuchaba al otro lado de mi puerta cerrada en Port Mortuary. Las cosas que me llamó y de las que me acusó eran amargas y viles, pero en realidad no dejé que me afectaran de una manera que le dieran poder a sus palabras, hasta que encontré lo que encontré en el despacho de Fielding. Desde entonces, una sombra helada y oscura como la parte oculta de la luna está en el fondo de mis pensamientos y humores. No sé lo que se dice o decide sobre mí, o lo que ha resucitado como una gota de sangre fría que nunca murió y que ahora se está moviendo.
¿Qué archivos se han encontrado y cómo se ha sabido aquello que he guardado en secreto durante todos estos años y además olvidado? Aunque la verdad siempre estuvo ahí, como algo oculto en un armario, algo que nunca busqué pero que sí me recuerdan. Sé que está porque nunca se tiró o devolvió a su legítimo propietario, que nunca tendría que haber sido yo. Pero el horrible asunto me fue adjudicado como si fuera mío. Y se dejó colgado. Mientras lo que se hizo en Sudáfrica permaneciera oculto en mi armario en lugar de adonde pertenecía, estaría bien, era el mensaje que recibí cuando regresé al Walted Reet después de trabajar en aquellas dos muertes y recibir el agradecimiento por mis servicios al AFIP, a las Fuerzas Aéreas, y me vi libre para marcharme antes. La deuda pagada en su totalidad. Tenían el lugar ideal para mí en Virginia, donde prosperaría siempre y cuando recordase la lealtad y me llevase mi ropa sucia conmigo.
¿Ha ocurrido de nuevo? ¿Briggs me ha hecho de nuevo lo mismo y muy pronto me dirá que haga las maletas? ¿Adónde esta vez? Un retiro anticipado pasa por mi mente. Todo está saliendo a la luz mucho más horrible que antes, y decido que a eso no se puede sobrevivir, porque no sé qué más pensar. Briggs se lo dijo a alguien, y alguien se lo dijo a Julia Gabriel, que me ha acusado de odio, prejuicios, dureza, deshonestidad, y debo recordar que este miasma venenoso empapa cualquier decisión que pueda tomar ahora mismo. Eso y la fatiga. «Ten muchísimo cuidado. Usa la cabeza. No te entregues a las emociones, tú tranquila como la seda», pasa por mi mente. Lo que Lucy dijo sobre las filmaciones de seguridad. Cojo el teléfono y llamo a Bryce.
—Sí, jefa —saluda en un tono alegre, como si no hubiésemos hablado en semanas.
—Nuestras filmaciones de seguridad de las cámaras de circuito cerrado instaladas en todas partes —digo—. ¿Cuándo estuvo aquí la capitana Avallone de Dover? Tengo entendido que Jack la acompañó en una visita.
—Oh, Señor, eso fue hace tiempo. Creo que en noviembre.
—Recuerdo que viajó a su casa de Maine la semana del día de Acción de Gracias —añado—. Sé que no estaba en Dover aquella semana porque tuve que quedarme. Estábamos escasos de personal.
—Eso me parece correcto. Creo que estuvo aquí aquel viernes.
—¿Estuviste con ellos en la gran visita?
—No. No me invitaron. Jack pasó mucho tiempo con ella en tu despacho, solo para que lo sepas. Con la puerta cerrada. Comieron aquí, en tu mesa.
—Esto es lo que necesito que hagas —le digo—. Busca a Lucy, envíale un mensaje de texto o lo que se te ocurra, pero hazle saber que quiero repasar todos los vídeos de seguridad donde aparecen Jack y Sophia, incluido mi despacho.
—¿En tu despacho?
—¿Cuánto tiempo lo ha estado usando?
—Bueno…
—Bryce, ¿cuánto tiempo?
—Casi todo el tiempo. Uno se sirve a placer cuando quiere impresionar a la gente. Me refiero a que no lo utiliza para su trabajo muy a menudo, la mayoría de las veces está haciendo algo ceremonial…
—Dile a Lucy que quiero las grabaciones de mi despacho. Ella sabrá a qué me refiero. Que quiero ver de qué hablaron Jack y la capitana.
—Qué delicioso. Ahora mismo me pongo.
—Estoy a punto de hacer una llamada importante, así que por favor no me interrumpas —añado. En el momento de colgar, comprendo que Benton no tardará en llegar.
Pero resisto la tentación de darme prisa. Será prudente demorar, dejar que los pensamientos y las percepciones se clasifiquen, buscar la claridad. «Estás cansada. Ve con precaución y hazlo de una manera inteligente porque estás muy cansada». Solo una única manera correcta de hacerlo. Todas las demás son erróneas. No sabrás el camino correcto hasta que suceda, y no lo reconocerás si estás nerviosa y confusa. Voy a coger la taza de café pero cambio de opinión también en eso. No me ayudará en este punto, me pondrá más nerviosa y me revolverá el estómago todavía más. Saco otro par de guantes de la encimera de granito detrás de mi mesa, saco el documento de la bolsa de plástico donde lo sellé.
Deslizo las dos hojas plegadas de papel grueso fuera del sobre que abrí en el todoterreno de Benton, mientras conducíamos a través de una nevada que ahora parece que ocurrió hace un siglo, pero pasó hace doce horas tan solo. A la luz de la mañana y después de que hayan sucedido tantas cosas, me parece muy extraño que esta pianista clásica, que Bryce describió como inteligente y razonable, hubiese utilizado esparadrapo en su lujoso papel con marca de agua. ¿Por qué no una cinta adhesiva transparente en lugar de esta feo trozo de esparadrapo color gris plomo en la lengüeta? ¿Por qué no hacer lo que hago yo cuando meto una carta privada en un sobre y después firmas con tus iniciales en la solapa? ¿Qué temía Erica Donahue que ocurriese? ¿Que su chófer quisiera leer lo que le había escrito a alguien llamado Scarpetta, de quien él parecía no haber oído hablar nunca?
Aliso las páginas con mi mano cubierta con un guante de algodón, e intento intuir lo que la madre de un estudiante universitario que ha confesado ser autor de un asesinato transfirió a la teclas de su máquina de escribir, como si lo que ella sintió y creyó mientras componía sus súplicas hacia mí fuera un producto químico que pudiera absorber y se metiera en mi mente. Se me ocurre que he llegado a semejante analogía debido a la película de plástico que encontré en el bolsillo de la bata de laboratorio de Fielding. Horas después de esta inquietante experiencia con una droga, comprendo lo malo que fue, que no fui yo misma con Benton y lo incómodo que tuvo que ser para él. Quizás es por eso que está siendo tan reservado y me llama la atención sobre el riesgo de divulgar información a cualquiera que esté cerca, como si yo, precisamente yo, no lo supiese. Quizá no confía en mi juicio y autocontrol, y teme que los horrores de la guerra me hayan cambiado. Quizá no está muy seguro de que la mujer que ha vuelto a casa desde Dover sea la que él conocía.
«No soy quien tú pensabas conocer», pasa por mi mente. «No estoy segura de que alguna vez me conocieses», es un susurro en mis pensamientos, y mientras leo las pulcras hileras mecanografiadas a un solo espacio, me parece notable que en las dos páginas no haya ni un solo error. No veo ninguna prueba del uso de una cinta correctora o tachadura, ningún error ortográfico ni ninguna falta de gramática. Cuando pienso en la última máquina de escribir que utilicé, una IBM Selectric rosa oscuro, que tenía en Richmond los primeros años que estuve allí, recuerdo mi enfado crónico con las cintas que se rompían o que tenía que sacar el elemento que parecía una bola de golf cuando quería cambiar de tipo de letra, y ocuparme de la platina sucia que dejaba manchas en el papel, por no mencionar mis propios dedos que con la prisa se equivocaban de tecla, y si bien mi ortografía y mi gramática son buenas, desde luego no soy infalible.
Como solía decir mi secretaria Rose, cuando entraba con mi último esfuerzo tecleado en aquella maldita máquina, «¿y en qué página está esto en el manual de Strunk y White, o quizá está en el libro de estilo MLA y yo no lo puedo encontrar? Lo volveré a escribir, ¿pero por qué te empeñas en mecanografiarlo tú misma? Y movía su manos en aquel gesto característico tan suyo que indicaba “¿Por qué te molestas?”.» Dejo de lado esos pensamientos porque me entristece pensar en ella. He echado de menos a Rose cada día desde que murió. Si estuviese aquí ahora, de alguna manera las cosas serían diferentes. Por lo menos las sentiría diferentes. Ella era mi claridad. Yo era su vida para ella. Nadie como Rose tendría que desaparecer de esta tierra, todavía sigo sin creérmelo. Ahora no es un buen momento para pensar en el joven rubio con zapatillas de baloncesto negras sentado en el despacho al otro lado de la puerta, en lugar de ella. Necesito concentrarme en Erica Donahue. ¿Qué voy a hacer con esta mujer? Tengo que hacer algo, pero debo ser astuta.
Ella debió escribir la carta más de una vez, todas las veces que fuesen necesarias para dejarla impecable. Recuerdo que cuando su chófer llegó en el Bentley no parecía saber que la receptora del sobre sellado con esparadrapo era una mujer, y desde luego pareció creer que el hombre de pelo plateado era yo. Me recuerdo a mí misma que la madre de Johnny Donahue tampoco parecía saber que el psicólogo forense que lo evaluaba, ese mismo hombre de pelo plateado, es mi marido, y que tampoco, al contrario de lo que dice su carta, hay una unidad para «locos criminales» en el hospital MacLean, ni nadie ha diagnosticado que Johnny sea un loco criminal, que es un término legal y no un diagnóstico. Según Benton, también se ha equivocado en otros hechos.
Ha confundido detalles que bien podrían perjudicar a su hijo, y podrían desmontar la coartada que potencialmente es su mejor baza. Afirmar que dejó The Biscuit en Cambridge a la una en lugar de las dos de la tarde, como sostiene Johnny, hace que sea mucho más creíble que él pudo haber encontrado un medio de transporte y llegar a Salem a tiempo para asesinar a Mark Bishop alrededor de las cuatro de la tarde. Luego está la referencia de que su hijo lee novelas de terror y disfruta con las películas de horror y los entretenimientos violentos, y por último lo que dice de Jack Fielding, la pistola de clavos y el culto satánico, ninguna de estas cosas son correctas o han sido probadas.
¿De dónde sacó esos peligrosos detalles? ¿De dónde, en verdad? Supongo que Fielding pudo haberle puesto tales ideas en su cabeza cuando habló con ella por teléfono, si es verdad que es él quien está propagando esos rumores, que está mintiendo, que es lo que Benton parece creer. Más allá de lo que Fielding hizo o dejó de hacer, o de sus verdades, sus mentiras o sus razones para lo que sea que está ocurriendo, mis preguntas vuelven a la madre de Johnny Donahue. Me hacen volver a ella, porque no alcanzo a vislumbrar si es una motivación lógica. Que me enviase la carta a mí en realidad no cuadra en absoluto. Parece un error, un despropósito.
Para alguien tan meticuloso con la mecanografía y la construcción de las frases, por no mencionar la atención que debe prestar a su música, me llama la atención que ella no parezca preocuparse tanto como debería sobre los hechos de la confesión de su hijo como autor de uno de los más siniestros actos de violencia de los últimos tiempos. Todos los detalles cuentan en un caso como éste, y ¿cómo puede ser que una mujer inteligente y sofisticada, con abogados muy caros, no lo sepa? ¿Por qué arriesgarse a divulgar nada a alguien como yo, una total desconocida, sobre todo por escrito, cuando su hijo se enfrenta a verse encarcelado por el resto de su vida en una institución psiquiátrica forense como Bridgewater o, peor aún, en una cárcel, donde un asesino de niños convicto con Asperger, un supuesto genio que puede resolver mentalmente los problemas matemáticos más difíciles, pero que es un discapacitado cuando se trata del comportamiento social de la vida cotidiana, no podría sobrevivir por mucho tiempo?
Me recuerdo a mí misma todos estos hechos y los puntos relevantes al mismo tiempo que comprendo que me siento y me comporto como si me importase. No debería. Se supone que soy objetiva. «Tú no tomas partido, y no es tu trabajo preocuparte», me digo a mí misma. «A ti no te importan Johnny Donahue o su madre, de ninguna manera, y no eres un detective o el FBI», pienso con severidad. «No eres el abogado defensor de Johnny o su terapeuta, y no hay ningún motivo para que te involucres», me digo después varias veces con la misma severidad, porque no me siento convencida. Estoy luchando contra unos impulsos que se han vuelto muy fuertes, y no estoy segura de cómo apartarlos, si puedo, o debería. Sé que no quiero hacerlo.
Parte de aquello a lo que me he acostumbrado no solo en Dover, sino en asuntos relacionados con no combatientes que son jurisdicción del AFMF, o lo que es básicamente competencia del jefe médico forense federal, es demasiado compatible con mi verdadera naturaleza, y no quiero volver a la vieja manera de hacer las cosas. Soy militar y no lo soy. Soy civil y no lo soy. He estado entrando y saliendo de Washington, he estado viviendo en una base de las Fuerzas Aéreas y he sido enviada, como algo rutinario, a misiones de recuperación de accidentes aéreos y accidentes durante los ejercicios de entrenamiento y muertes en instalaciones militares o fatalidades que suceden a las fuerzas especiales, el servicio secreto, un juez federal, o incluso un astronauta en los últimos meses, ocupada en multitud de situaciones comprometidas de las que no puedo hablar. Lo que siento es no ser parte de la ecuación. No soy una cosa, y no me siento inclinada a rendirme a las limitaciones, a sentarme con las manos cruzadas porque algo no es de mi departamento.
Como oficial vinculada la inteligencia médica, se espera que investigue ciertos aspectos de la vida y la muerte que van mucho más allá de las habituales determinaciones clínicas. Materiales que saco de los cadáveres, los tipos de lesiones y las heridas de bala; las bondades y los fallos de los blindajes, y las infecciones, las enfermedades, las lesiones, ya sean por parásitos o moscas, por el calor extremo, la deshidratación o el aburrimiento, la depresión, las drogas, todos ellos son asuntos de la defensa y la seguridad nacional. Los datos que recojo no solo son para el bien de la familia y por lo general están destinados a la justicia criminal, pero pueden tener una importancia en las estrategias de guerra y lo que nos mantiene seguros en el campo doméstico. Se espera que formule preguntas. Se espera que siga pistas. Se espera que pase información al cirujano general, al Departamento de Defensa, que sea muy trabajadora y activa.
«Ahora estás en casa. No quiero presentarme como un coronel o un comandante, y tampoco como una prima donna. No quiero tener un caso nulo o descartado ante el tribunal. No quiero causar problemas. ¿No hay ya demasiados? ¿Por qué quieres buscar más? Briggs no te quería a aquí. Ten cuidado en no justificar su posición. Tu propio personal no parece quererte aquí o saber que estás aquí. No se lo pongas fácil no estando. Tu único propósito legítimo para contactar a Erica Donahue es pedirle con amabilidad que no te llame a ti ni a nadie de este despacho de nuevo, por su propio bien, por su propia protección».
Decido utilizar estas mismas palabras y casi creo en mis motivos cuando marco el número de teléfono que aparece mecanografiado al final de la carta.