Lucy se levanta para ir a mi baño privado, donde hay una cafetera en un mostrador. Oigo que llena el depósito con agua del grifo y busca en la pequeña nevera. Es casi la una de la madrugada, y la nieve no afloja, cae con fuerza y rápido, y cuando los pequeños copos golpean contra la ventana, es como si la arena golpease el vidrio.
—¿Leche descremada o crema? —pregunta Lucy desde lo que se supone que es mi cuarto privado para cambiarme, y que incluye una ducha—. Bryce es la esposa perfecta. Ha llenado tu nevera.
—Sigo bebiéndolo solo. —Comienzo a abrir los cajones, sin tener claro qué busco.
Pienso en mi desordenado puesto de trabajo en la sala de autopsias. Siento que ha habido personas que han estado utilizando aquello que no debían.
—Vale, ¿entonces por qué hay leche y crema? —La voz fuerte de Lucy—. ¿Green Mountain o Black Tiger? También hay leche de avellanas. ¿Desde cuándo tomas leche de avellanas? —Las preguntas son retóricas. Ya sabe las respuestas.
—Nunca —murmuro, y veo lápices, bolígrafos, clips de papel, y en el cajón de abajo un paquete de chicles de menta.
Está a medias, y yo no masco chicles. ¿A quién le gustan los chicles de menta y tendría una razón para ir a mi mesa? No es Bryce. Es demasiado presumido para mascar chicle, y si lo pillase haciéndolo, se lo reprocharía, porque considero de mala educación mascar chicles delante de otras personas. Además, Bryce no se instalaría en mi mesa, no sin mi permiso. No se atrevería.
—A Jack le gusta la leche de avellanas, la vainilla francesa, mierdas por el estilo, y lo bebe con leche descremada a menos que esté siguiendo una de sus dietas de alto contenido en proteínas y grasas —continúa Lucy desde el interior de mi baño—. También consume crema de verdad, crema espesa, como la que está aquí. Supongo que si tienes visitas, si estás esperando visitas, podrías tener crema.
—Nada con sabor, y por favor que sea bien fuerte.
—Es un gran usuario, lo mismo que tú —añade la voz de Lucy—. Sus huellas están por todas partes, en cada cerradura de este lugar, como las tuyas.
Oigo como comienza a salir el agua caliente en la cafetera y lo utilizo como una interrupción bienvenida. Rehúso entrar en la envenenada conjetura de que Jack Fielding ha estado en mi despacho durante mi ausencia, que quizá se acomodó a sus anchas mientras bebía café, mascaba chicle y, quién demonios sabe qué más. Pero al mirar alrededor, no me parece posible. Mi oficina da la sensación de haber estado deshabitada. Desde luego no parece como si alguien hubiese estado trabajando aquí, entonces, ¿qué estaría haciendo?
—Fui a Norton’s Woods antes de que fuese la policía de Cambridge, ya sabes. Marino les pidió que volviesen a ir por allí porque habían borrado el número de serie de la Glock. Pero yo fui allí primero. —Lucy habla con voz muy alta desde el interior del baño—. Pero tuve la desventaja de no saber con exactitud dónde había caído el tipo, dónde lo habían apuñalado, y ahora lo sabemos. Sin las fotos de la escena, era imposible tener una ubicación exacta, solo una aproximada, así que peiné cada sendero del parque.
Sale con el café humeante en tazas negras que llevan el curioso escudo del AFME, una doble pareja de ases y ochos, conocida como la «Mano del muerto», la mano que según la leyenda tenía Wild Bill Hickok cuando lo mataron de un disparo.
—Para que hablen de una aguja en un pajar —continúa—. La mosca-robot por lo que parece tiene la mitad del tamaño de un clip de papel pequeño, más o menos del tamaño de, bueno, una mosca real. Nada fácil.
—Solo porque encontrases un ala no significa que el resto estuviese allí —le recuerdo cuando ella deja la taza de café delante de mí.
—Si está allí, está averiada. —Lucy se sienta de nuevo en su silla—. Oculta debajo de la nieve mientras hablamos, y sin un ala. Pero es muy posible que continúe viva, sobre todo cuando se ve expuesta a la luz, si aceptamos que no tiene más daños.
—¿Viva?
—No literalmente. Lo más probable es que esté propulsada por micropaneles solares y no que funcione con una pila, que ya estaría agotada. Le da la luz y abracadabra. Es obvio que todo apunta en ese sentido. Y nuestra pequeña amiga, sea lo que sea, es una futurista obra maestra de una tecnología casi microscópica.
—¿Cómo puedes estar segura cuando no has encontrado la mayor parte? ¿Solo un ala?
—No es un ala cualquiera. El ángulo y las uniones de flexión son ingeniosos y me sugieren una conformación de vuelo diferente. No el vuelo de un ángel, sino uno horizontal, como vuela un insecto real. Sea lo que sea esta cosa y sean las que sean sus funciones, estamos hablando de algo muy avanzado, algo que nunca he visto antes. Nada se ha publicado al respecto, porque tengo casi todas las revistas técnicas que hay en la red, y además he estado realizando búsquedas sin obtener ningún resultado. Por lo que parece, es un proyecto clasificado como de alto secreto. Desde luego espero que el resto esté ahí afuera en alguna parte del terreno, bien protegido bajo la nieve.
—Para empezar, ¿qué estaba haciendo en Norton’s Woods? —Recuerdo la mano con el guante negro que entra en el encuadre de la cámara de vídeo oculta, como si el hombre estuviese espantando algo.
—Correcto. ¿La tenía él, u otra persona? —Lucy sopla el café, con la taza sujeta con ambas manos.
—¿Alguien la está buscando? ¿Alguien cree que está allí o que nosotros sabemos dónde está? —pregunto de nuevo—. ¿Alguien te ha mencionado que sus guantes han desaparecido? ¿Los viste tú cuando bajaste las escaleras, mientras Marino le tomaba las huellas al cadáver? Al parecer la víctima se puso unos guantes negros cuando llegó al parque, algo que me pareció curioso cuando miré los vídeos. Creí que había muerto con los guantes puestos, pero entonces, ¿dónde están?
—Eso es interesante —opina Lucy, y no sé si ella ya sabía que los guantes han desaparecido.
No puedo saber lo que ella sabe y si está mintiendo.
—No estaban en el bosque cuando ayer por la mañana caminé por allí —me informa—. Hubiese visto un par de guantes negros, aunque también podrían haberlos dejado por accidente los ATS, el servicio de recogida o los polis. Y, por supuesto, también es posible que estuviesen y cualquiera que estuviese por allí se los haya llevado.
—En los vídeos, alguien que lleva un abrigo negro largo pasa por allí después de que el hombre cayese al suelo. Es posible que quien lo matase se detuviese solo lo suficiente para coger los guantes.
—Te refieres a ellos como si fuesen algún tipo de guantes inteligentes o de datos, los que están usando en combates, guantes con sensores incorporados para sistemas de ordenador corporales, robótica corporal —dice Lucy, como si pensar eso fuera lo más normal de un par de guantes desaparecidos.
—Solo me pregunto por qué sus guantes pueden ser tan importantes para que alguien se los lleve, si es eso lo que ocurrió —manifiesto.
—Si tenían sensores, y controlaba así la mosca-robot, siempre que la mosca-robot fuese suya, entonces los guantes podrían ser muy importantes —dice Lucy.
—¿Tú no preguntaste por los guantes cuando estabas allí con Marino? ¿No se te ocurrió inspeccionar los guantes, la ropa, en busca de sensores que pudieran estar incorporados?
—De haber tenido los guantes, me hubiese resultado mucho más fácil encontrar la mosca-robot cuando fui a Norton’s Woods —protesta Lucy—. Pero yo no los tengo ni sé dónde están, si es eso lo que preguntas.
—Lo pregunto porque sería manipular las pruebas.
—No lo hice. Te lo juro. No sé a ciencia cierta si son ciberguantes, pero si lo son, tendría sentido a la vista de otras cosas. Como lo que dice en el vídeo segundos antes de morir —añade con voz pensativa, como si lo estuviese considerando, o quizá ya lo ha hecho, pero me está llevando a creer que lo que dice es un pensamiento nuevo—. El hombre no deja de decir: «Eh, chico».
—Supuse que hablaba con el perro.
—Quizá. Pero tal vez no.
—Dijo otras cosas que no entendí —recuerdo—. «And for you» o «do you send one» o algo así. ¿Una mosca-robot podría entender comandos de voz?
—Es del todo posible. Esa parte se oía mal. Yo la oí también, y me resultó confusa —admite Lucy—. Pero quizá no, si estaba controlando la mosca robot. For you podría ser four-two, quizá. Y and se puede confundir con N, de norte. Lo oiré y haré más amplificaciones.
—¿Más?
—He hecho algunas. No han sido de mucha ayuda. Podría ser que estuviese dando las coordenadas GPS a la mosca-robot, algo que sería bastante común para un artefacto que responde a la voz si, por ejemplo, tú le estás diciendo adónde debe ir.
—Si tú pudieses deducir las coordenadas del GPS, quizás encontrarías su ubicación actual y encontrarías dónde está.
—Lo dudo mucho. Si la mosca-robot era controlada por los guantes, al menos controlada en parte por los sensores, entonces cuando la víctima movió la mano sería probablemente cuando lo apuñalaron.
—Correcto. ¿Entonces, qué?
—No lo sé, pero no tengo la mosca-robot, ni tengo los guantes —me dice Lucy, que me mira con fijeza, sus ojos clavados en los míos—. No los encontré, pero desde luego desearía haberlo hecho.
—¿Marino mencionó que alguien pudo estar siguiéndonos a Benton y a mí después de dejar Hanscom? —pregunto.
—Estuvimos atentos a la aparición de un todoterreno grande con faros de xenón y faros antiniebla. No estoy diciendo que signifique nada, pero Jack tiene un Navigator azul oscuro, comprado en octubre, de segunda mano. Tú no estabas aquí, así que supongo que no lo has visto.
—¿Por qué iba a seguirnos Jack? Y no, no sé nada de que se comprase un Navigator. Creía que tenía un Jeep Cherokee.
—Supongo que lo cambió. —Lucy bebe su café—. No digo que él te siguiera. O que fuera tan estúpido como para pegarse a tu parachoques. Excepto en una ventisca o con niebla, cuando la visibilidad es muy mala, un perseguidor con poca experiencia podría seguirte muy de cerca si la persona no sabe adónde va el objetivo. Pero Jack no tendría que tomarse esa molestia. Lo más lógico es que pensase que venías hacia aquí.
—¿Tienes idea de por qué alguien se tomaría la molestia?
—Si alguien supiera que la mosca-robot ha desaparecido —responde—, él o ella estaría buscándola como loco, y no dejaría de hacer lo que fuese para encontrarla antes de que cayese en manos equivocadas. O en las manos correctas. Depende de quién o a qué nos enfrentemos. Lo digo basándome en el ala. Si es por eso que os siguieron, yo me inclinaría por pensar que quien mató a ese tipo no encontró la mosca-robot. En otras palabras, bien podría continuar desaparecida o perdida. No hace falta que te diga que una invención técnica de alto secreto como ésta podría valer una fortuna, sobre todo si alguien puede robar la idea y atribuirse el mérito. Si dicha persona la está buscando y tiene razones para temer que haya venido con el cuerpo, puede que esa persona quisiese ver adónde ibais, qué pretendíais hacer. Él o ella pueden creer que la mosca-robot está aquí en el CFC o quizá que la tienes tú en alguna parte. Incluso en tu casa.
—¿Por qué iba a tenerla en casa? Aún no he estado en casa.
—La lógica no tiene nada que ver cuando alguien está desesperado —responde Lucy—. Si yo fuese la persona que busca podría suponer que le has dicho a tu marido, antiguo agente del FBI, que oculte la mosca-robot en casa. Podría creer todo tipo de cosas. Si la mosca todavía está por ahí, voy a continuar buscándola.
Recuerdo lo que el hombre exclamó, tengo su voz en mi cabeza: «¿Qué demo…? ¡Eh…!». Quizá su reacción de sorpresa no se debió solo al súbito dolor agudo en la parte inferior de la espalda, y la tremenda presión en el pecho. Quizás algo voló contra su cara. Quizá tenía puestos los ciberguantes, y su reacción de sorpresa fue lo que hizo que la mosca-robot se rompiese. Imagino un pequeño artilugio en pleno vuelo y después golpeado por la mano con el guante negro del hombre y aplastado contra el cuello de su chaqueta.
—Si alguien tenía los ciberguantes y buscaba la mosca-robot antes de que comenzase a nevar, ¿es posible que no la hubiese encontrado? —le pregunto a mi sobrina.
—Claro que es posible. Depende de muchas cosas. Por ejemplo, hasta qué punto está dañada. Hubo mucha actividad alrededor del hombre después de que cayese. Si la mosca estaba en el suelo, pudo acabar aplastada o todavía más dañada, y quedar imposibilitada para dar cualquier respuesta. O podría estar debajo de algo, o en un árbol, o bajo un arbusto o en cualquier parte del lugar.
—Supongo que un insecto-robot podría ser utilizado como un arma —comento—. Dado que no tengo la menor pista sobre lo que causó las heridas internas de ese hombre, necesito pensar en todas las posibilidades imaginables.
—Ésa es la cuestión —dice Lucy—. En estos días, casi cualquier cosa que imagines es posible.
—¿Te contó Benton lo que vimos en el escáner?
—No creo que un insecto micromecánico pudiese causar un daño interno como ese —responde Lucy—. A menos que a la víctima le inyectasen un artefacto explosivo en miniatura.
Mi sobrina y sus fobias. Su obsesión con los explosivos. Su tremenda desconfianza hacia el Gobierno.
—Desde luego, deseo con toda el alma que no —añade—. En realidad, estaríamos hablando de nanoexplosivos si hay involucrada una mosca-robot.
Mi sobrina y sus teorías de la supertermita. Recuerdo el comentario de Jaime Berger la última vez que la vi el día de Acción de Gracias, cuando todos estábamos en Nueva York y cenamos en su apartamento. «El amor no lo conquista todo», dijo Berger. «No es posible», añadió con demasiado vino en el cuerpo mientras estaba en la cocina discutiendo con Lucy sobre el 11-S y los explosivos utilizados contra las torres, los nanomateriales pintados en las infraestructuras que podían causar una destrucción catastrófica si impactaban aviones grandes a tope de combustible.
He renunciado a razonar con mi fóbica y cínica sobrina, que es demasiado lista en su propio beneficio y no escucha a nadie. A ella no le importa que no hayan suficientes pruebas para dar apoyo a su teoría, solo alegaciones sobre residuos encontrados en el polvo inmediatamente después de la caída de las torres. Luego, semanas más tarde, se recogió más polvo que contenía esos mismos residuos de óxido de hierro y aluminio, un nanocompuesto de gran energía que es utilizado en la fabricación de pirotecnia y explosivos. Admito que se han publicado artículos sobre el tema en revistas científicas serias, pero no los suficientes, y no ofrecen ni la más mínima prueba de que nuestro propio Gobierno ayudó en el atentado del 11-S como una excusa para iniciar una guerra en Oriente Medio.
—Sé lo que opinas sobre las teorías conspirativas —me dice Lucy—. Ésa es una gran diferencia entre nosotras. He visto lo que los supuestos tipos buenos pueden hacer.
Ella no sabe nada de Sudáfrica. Si lo supiese, comprendería que no hay mucha diferencia entre nosotras dos. Sé demasiado bien lo que los buenos pueden hacer. Pero no el 11-S. Yo no llegaría tan lejos, y pienso en Jaime Berger e imagino lo difícil que hubiese sido para la poderosa y muy reputada fiscal de Manhattan tener a Lucy como pareja. El amor no lo conquista todo. Es verdad. Quizá la paranoia de Lucy sobre el 11-S y el país en que vivimos la ha llevado a un aislamiento personal que históricamente suele durar mucho tiempo. De verdad creí que Jaime era la indicada, que duraría. Ahora estoy segura de que no. Quiero decirle a Lucy que lo siento y que siempre estaré con ella y que hablaré de cualquier cosa con ella, incluso si va en contra de mis creencias. Pero ahora no es el momento.
—Creo que debemos considerar la posibilidad de que estemos tratando con un científico renegado, o quizá más de uno, dispuesto a nada bueno —me dice Lucy—. Es el gran punto que intento dejar claro. Me refiero a algo muy malo, a algo extremadamente malo, tía Kay.
Me alivia oírla decir tía Kay. Siento que todo está bien entre nosotras cuando me llama así, y ahora lo hace muy de cuando en cuando. No recuerdo la última vez que lo hizo. Cuando soy su tía Kay casi puedo hacer caso omiso de lo que es en realidad Lucy Farinelli, una genio que es marginalmente sociópata, un diagnóstico del que Benton se burla, de manera agradable pero firme. Ser marginalmente sociópata es como estar embarazada marginalmente o marginalmente muerta, dice. Quiero a mi sobrina más que a mi propia vida, pero he llegado a la conclusión de que cuando se comporta bien es un acto voluntario, o solo porque le conviene. La moral tiene muy poco que ver. Me refiero a eso de que el fin justifica los medios.
La observo con mucha atención, aunque no veo lo que hay detrás. Su rostro nunca da información que pueda afectarle.
—Necesito seguir adelante y preguntarte una cosa —le digo.
—Puedes preguntar lo que quieras. —Ella sonríe y no parece capaz de matar a una mosca mucho menos a nadie, a menos que reconozcas la fuerza y la agilidad de sus manos tranquilas y los rápidos cambios en sus ojos mientras los pensamientos pasan detrás de ellos como relámpagos.
—Tú no estás involucrada en esto, ¿verdad? —Me refiero a la pequeña caja blanca y al ala de la mosca-robot en su interior. Me refiero al hombre muerto al que ahora le están haciendo una resonancia magnética en MacLean; alguien con quien quizá nos cruzamos en una exposición de Da Vinci en Londres meses antes del 11-S, que Lucy cree que, por increíble que resulte, fue orquestado por nuestro propio Gobierno.
—No. —Lo dice con toda naturalidad y no tuerce el gesto ni parece en absoluto incómoda.
—Porque ahora estás aquí. —Le recuerdo que ahora trabaja para el CFC, y eso significa que trabaja para mí, y yo respondo ante el gobernador de Massachusetts, el Departamento de Defensa, la Casa Blanca. Le digo que tengo que responder a muchas personas—. No puedo tener…
—Por supuesto que no puedes. No voy a meterte en líos.
—No se trata solo de ti.
—Esta conversación no es necesaria —me interrumpe de nuevo, y sus ojos relampaguean. Son tan verdes que no parecen reales—. En cualquier caso, él no tiene ninguna herida térmica, ¿verdad? Ninguna quemadura.
—Nada que yo haya visto hasta ahora. Eso es correcto.
—Vale. ¿Puede que alguien le tocase con un arma contra tiburones modificada? Ya sabes, uno de esos arpones con algo como un cartucho de escopeta sujeto en la punta, solo que en este caso, es una carga muy pero que muy diminuta, que contiene nanoexplosivos.
Pongo en marcha mi ordenador.
—No se parecería en nada a lo que acabo de ver. Se vería como una herida de contacto con arma de fuego, sin la abrasión hecha por el cañón del arma. Incluso si estamos hablando de utilizar nanoexplosivos como opuestos a algún tipo de munición de arma de fuego en la punta de un arpón, o algo parecido, tienes razón, se vería como una herida termal. Tendría que haber quemaduras en la entrada y también en el tejido subyacente. Supongo que estás diciendo que una mosca-robot podría ser utilizada para llevar nanoexplosivos. ¿Es lo que temes que esté haciendo ese científico renegado o unos cuantos?
—Llevar. Detonar. Nanoexplosivos, drogas, veneno. Como dije, deja que tu imaginación ponga el límite de lo que un artilugio como ése podría ser capaz.
—Necesito echar una ojeada a los vídeos de seguridad donde aparece la bolsa goteando. —Mientras busco los archivos en mi ordenador, añado—: No tendré que ir a ver a Ron para hacerlo, ¿verdad?
Lucy pasa a mi lado de la mesa y comienza a escribir en mi teclado. Entra la clave de administrador del sistema que le da el acceso completo a mi reino.
—Es coser y cantar. —Aprieta una tecla para abrir el archivo.
—Nadie puede entrar en mis archivos sin que tú lo sepas.
—No en el ciberespacio. Pero no puedo saber si alguien ha estado en tu espacio físico, sobre todo dado que no estoy aquí todo el tiempo, de hecho, ni siquiera la mayor parte del tiempo, porque trabajo a distancia cuando puedo. —Eso dice, pero no estoy segura de creer que no lo sabe.
De hecho, no lo creo.
—Pero nadie ha entrado en tus archivos protegidos —dice, y eso lo creo. Lucy no lo permitiría—. Por cierto, puedes controlar las cámaras de seguridad desde cualquier parte. Incluso desde tu iPhone si quieres. Solo necesitas acceder a Internet. Encontré esto antes y lo guardé como archivo. Cinco y cuarenta y dos de la tarde. Es la hora en que fue captado por una cámara de seguridad en el área de recepción.
Aprieta el play y sube el volumen, y veo a dos ayudantes con prendas de invierno que empujan una camilla con una bolsa negra a lo largo del pasillo de suelo gris del nivel inferior.
Las ruedas chirrían cuando detienen la camilla delante de la puerta del frigorífico, y ahora veo a Janelle, regordeta, con el pelo oscuro corto, de aspecto duro y si no recuerdo mal con un sorprendente número de tatuajes. Alguien que Fielding encontró y contrató.
Janelle abre la enorme puerta de acero inoxidable, y oigo como sale el aire.
—Ponlo… —Señala, y veo que va abrigada con la cazadora negra reglamentaria, con la palabra FORENSE escrita en la espalda con grandes letras amarillas. Lleva todo el uniforme para hacer trabajo de campo, incluida una gorra de béisbol del CFC, como si fuese a salir al frío o acabase de entrar.
—¿En esa bandeja de allí? —pregunta un ayudante mientras él y su compañero levantan la bolsa de la camilla. La bolsa se dobla cuando la cargan, el cuerpo en el interior es flexible como si estuviese vivo—. Mierda, está goteando. Maldita sea. Más vale que no tenga sida o algo así. Me ha caído en los pantalones, en mis malditos zapatos.
—La inferior. —Janelle les dice que la pongan en una bandeja en el interior del frigorífico, se aparta y no muestra el menor interés por la sangre que gotea de la bolsa y salpica el suelo gris. No parece darse cuenta.
—Janelle, la magnífica —comenta Lucy, cuando la filmación acaba sin más.
—¿Tienes el registro del IML? —Quiero ver a qué hora el investigador médico legal, en otras palabras, Janelle, vino y se marchó ayer—. Es obvio que estaba de servicio durante la tarde.
—Trabajó doble turno el domingo. Es tan trabajadora —dice Lucy—. Sustituyó a Randy, que tenía el turno de tarde el fin de semana, pero llamó para decir que estaba enfermo. O sea que se quedó en casa para ver la Super Bowl.
—Espero que no.
—Y Dandy Randy no está aquí ahora debido al mal tiempo. Se supone que está de servicio en casa. Debe de ser bonito llevarse un todoterreno como si fuese tuyo y que te paguen por quedarte en casa —opina Lucy. Capto el desprecio en su tono ácido y lo veo en la dureza de su rostro—. Supongo que podría decir que tienen un trabajo hecho a medida. Asumen que nunca dejas de buscarles excusas a las personas.
—No las busco para ti.
—Porque no son necesarias.
Miro el registro que Janelle rellenó ayer, una plantilla en mi pantalla que tiene muy pocos campos rellenados.
—No intento señalar lo que está tan claro como mi nariz, pero en realidad no sabes mucho de lo que está pasando —añade Lucy—. No sabes los puntos débiles del día a día de este lugar. ¿Cómo podrías? —Vuelve a su lado de la mesa y recoge la taza de café, pero no se sienta—. No has estado aquí. Digamos que nunca has estado aquí desde que abrimos.
—¿Esto es todo el registro del domingo?
—Sí, Janelle vino a las cuatro. Si hay que creer en lo que apuntó en el registro. —Lucy está de pie. Bebe un poco de café y me mira—. Por cierto, va con una pandilla que se las trae. Amiguetes forenses. La mayoría de ellos polis, algunos de ellos apuntan datos y hacen trabajos de oficina. Para cualquiera, ella podría ser un héroe. ¿Sabes que está en un equipo de balón prisionero? ¿Qué clase de persona juega al balón prisionero? Alguien con refinamiento.
—Si vino a las cuatro, ¿por qué vestía el uniforme de trabajo de campo, incluida la cazadora, como si acabase de llegar del frío?
—Como dije, siempre que creamos en lo que apuntó en el registro.
—¿Y David estaba antes y tampoco hizo nada? —pregunto—. Jack podía haberle enviado a Norton’s Woods. David estaba sentado aquí mismo, ¿entonces por qué Jack no le dijo que fuese al escenario? No está a más de unos quince minutos de aquí.
—Tampoco lo sabes. —Lucy va al baño y lava su taza—. Tampoco sabes si David estaba sentado ahí —dice mientras sale y se acerca a la puerta cerrada de mi despacho—. No quiero ser yo quien te diga…
—Al parecer tú eres la única persona que me cuentas algo. Joder, nadie más me está diciendo nada de nada —respondo—. ¿Qué demonios está pasando aquí? ¿La gente aparece cuando le da la gana?
—Más o menos. Los otros médicos forenses y los investigadores médicos legales entran y salen a su propio compás. Es algo que viene desde la cima.
—Viene desde Jack.
—Al menos en tu ámbito. Los laboratorios son otra historia, porque a él no le interesan. Excepto el de armas de fuego. —Se apoya en la puerta cerrada y mete las manos en los bolsillos de su bata de laboratorio.
—Se supone que él estaba a cargo en mi ausencia. Jack es el director adjunto del Port Mortuary del CFC. —No puedo mantener la protesta apartada de mi tono, la nota de escándalo.
—No le interesan los laboratorios, y en cualquier caso los científicos no le prestan la más mínima atención. Solo el de armas de fuego como dije. Ya sabes lo de Fielding con las armas, los cuchillos, las ballestas, los arcos de caza. No existe un arma que no le guste. Así que se mete con el laboratorio de armas de fuego y marcas de herramientas y ha conseguido joderlos a ellos también. Ha cabreado a Morrow hasta el punto de que está dispuesto a largarse. Sé que está buscando trabajo, y no hay ninguna razón para justificar que su laboratorio no se encargase de la Glock que llevaba el muerto. El número de serie borrado. Mierda. Salió disparado de aquí esta mañana y ni siquiera se molestó.
—¿Salió disparado de aquí?
—Se marchaba cuando yo volvía de Norton’s Woods. Fue alrededor de las diez y media.
—¿Hablaste con él?
—No. Quizá no se encontraba bien. No lo sé, pero no entiendo por qué no se aseguró de que alguien se ocupase de la Glock. ¿Utilizar ácido en un número de serie borrado? ¿Cuánto se puede tardar al menos en hacer un intento? Debía de saber que era importante.
—Quizá no lo sabía —señalo—. Si el detective de Cambridge es el único que habló con él, ¿por qué iba a creer que la Glock era importante? En aquel momento, nadie tenía ni idea de que el hombre de Norton’s Woods hubiese sido asesinado.
—Supongo que ése es un punto relevante. Morrow probablemente no sabía que íbamos a buscarte, que volvías de Dover. Fielding también desapareció, y él sabía muy bien que había un problema importante que cualquiera con dos dedos de frente hubiese decidido que era culpa suya. Fue él quien cogió la llamada del tipo de Norton’s Woods. Fue él quien no fue a la escena del crimen o se aseguró de que alguien lo hiciese. ¿Quieres saber mi opinión de por qué Janelle estaba vestida para salir? No llegó aquí a las cuatro, la hora que apuntó en el registro. Llegó aquí justo a tiempo para dejar entrar a los ayudantes, apuntar la recepción del cadáver y luego dio media vuelta y se marchó. Lo descubriré. El momento en que desconectó la alarma para entrar en el edificio debió de quedar registrado. Todo depende de si quieres hacer de esto un caso federal.
—Me sorprende que Marino no se ocupase de hacerme saber el alcance del problema. —Es lo único que se me ocurre decir. El interior de mi cabeza se ha vuelto oscuro.
—Como el chico que grita que viene el lobo —dice Lucy, y es verdad.
Marino se queja tanto de tanta gente, que casi no le escucho cuando me habla. Ahora estamos de vuelta a mis fracasos. No he prestado atención. No he escuchado. Quizá no habría escuchado independientemente de quién me lo dijese.
—Tengo que ocuparme de unas cuantas cosas. Ya sabes dónde encontrarme —dice Lucy, abre la puerta y la deja abierta cuando se marcha.
Cojo el teléfono y pruebo de nuevo con los números de Fielding. Esta vez no dejo un mensaje, y se me pasa por la cabeza que su esposa tampoco responde al teléfono de casa. Vería el nombre del despacho y el número en el identificador de llamadas. Quizás es por eso que no atiende, porque sabe que soy yo. O quizá su familia ha ido a alguna parte, está afuera de la ciudad. ¿El lunes por la noche en medio de una tormenta de nieve cuando él sabe muy bien que he vuelto a casa desde Dover para ocuparme de un caso de emergencia?
Salgo y escaneo mi pulgar para abrir la puerta a la derecha de la mía. Entro en la oficina de mi director adjunto y la observo como si fuese la escena de un crimen.