6

Devuelvo las hojas de papel de hilo al sobre, luego envuelvo la carta en servilletas de la caja de la guantera para protegerla el máximo posible dentro del compartimento de mi bolso. Si he aprendido alguna cosa es que no puedes volver atrás. Una vez que una posible prueba ha sido tocada, contaminada o perdida, es como si una pala de arqueólogo destrozase un tesoro antiguo.

—Parece no saber que tú y yo estamos casados —comento mientras los árboles junto a la carretera se sacuden con el viento, y la nieve cae en un torbellino blanco.

—Puede que no —dice Benton.

—¿Su hijo, lo sabe?

—Yo no hablo de mi vida personal con los pacientes.

—Entonces no debe saber mucho de mí.

Intento deducir cómo es posible que Erika Donahue no le dijese a su chófer que la persona a la que debía entregar la carta es una pequeña mujer rubia y no un hombre alto con el pelo plateado.

—Utiliza una máquina de escribir, eso suponiendo que la mecanografiara ella misma —continuó deduciendo—. Y cualquiera que se tome tanto trabajo para sellar el sobre y asegurar la confidencialidad, sin duda no dejará que ningún otro mecanografíe la carta. Si todavía usa una máquina de escribir, es poco probable que entre en Internet y busque en Google. El papel con marca de agua, la estilográfica, la letra cursiva describe alguien que es un perfeccionista, alguien muy preciso, que tiene una forma rigurosa y precisa de hacer las cosas.

—Es una artista —dice Benton—. Una pianista de música clásica que no comparte los mismos intereses en la alta tecnología que el resto de su familia. Su marido es físico nuclear. El hijo mayor es ingeniero en Langley. Y Johnny, tal como señala, es un superdotado. En matemáticas, ciencias. Escribir esa carta no le ayudará. Desearía que no lo hubiese hecho.

—Pareces muy interesado en él.

—Detesto que las personas que son vulnerables resulten un juicio fácil. Porque alguien que es diferente y no actúa como el resto de nosotros debe ser culpable de algo.

—Estoy segura de que el fiscal del condado de Essex no estará muy contento al oírte decir eso. —He deducido que es quien contrató a Benton para evaluar a Johnny Donahue, pero Benton no está actuando como un consultor, no como alguien de la oficina del fiscal. Está actuando como otra cosa.

—Declaraciones que confunden, falta de contacto visual, falsas confesiones. Un chico con Asperger y su inacabable aislamiento y búsqueda de amigos —dice Benton—. No es nada raro que dicha persona pueda ser influenciada en exceso.

—¿Por qué alguien querría influenciar a Johnny para que se declarase culpable de un crimen violento?

—Lo único que hace falta es la sugerencia de algo sospechoso, algo como puede ser una extraña coincidencia, como podría ser que tú estuvieses hablando como un loco sobre ir a Salem, y que luego asesinasen allí a un niño pequeño. ¿Estás seguro de que te has herido la mano cuando la metiste en un cajón y te pinchaste con un cuchillo, u ocurrió de otra manera y no lo recuerdas? Las personas ven la culpa, y entonces Johnny la ve. Tiene la tendencia a decir aquello que cree que las personas quieren oír y a creer lo que cree que las personas quieren creer. No tiene ninguna comprensión acerca de las consecuencias de su conducta. Las personas con el síndrome de Asperger, sobre todo los adolescentes, destacan en las estadísticas entre las personas inocentes que son apresadas y convictas de un crimen.

Los copos de nieve de pronto son grandes y soplan salvajes, como pétalos de jazmín en un viento violento. Benton reduce la transmisión Tiptronic y apenas si toca los frenos.

—Quizá deberíamos detenernos. —No alcanzo a ver la carretera porque las luces de los faros rebotan en el blanco que nos rodea.

—Un tramo con una tormenta brutal, como un mini estallido. —Se inclina sobre el volante, y mira al frente, mientras las violentas ráfagas de viento nos sacuden—. Creo que lo mejor que podemos hacer es atravesarla.

—Quizá deberíamos detenernos.

—Estamos sobre pavimento. Veo en que carril estamos. Nada que venga de frente. —Mira en el retrovisor—. Nada detrás.

—Espero que tengas razón. —No solo hablo de la nieve. Todo parece amenazador, como si unas fuerzas siniestras nos rodeasen, como si nos estuviesen advirtiendo.

—No ha sido muy inteligente de su parte. Algo emocional, quizás incluso bien intencionada, pero no inteligente. —Benton conduce ahora muy despacio a través del caos blanco—. No es más que un rumor, pero no será útil. Lo mejor será que no la llames.

—Tendré que mostrarle la carta a la policía —respondo—. O al menos mencionársela, para que ellos puedan decidir qué quieren hacer.

—Ella no ha hecho más que empeorar las cosas. —Lo dice como si él fuese quien tomase las decisiones—. No te mezcles en esto llamándola.

—Aparte de intentar influenciar a la oficina del forense, ¿cómo puede empeorar las cosas? —pregunto.

—Hay varios puntos clave que interpreta de forma errónea.

—Johnny no lee libros de horror, sobrenaturales o de violencia, ni tampoco ve películas de ese estilo, a menos que yo sepa, y ese detalle no le ayudará en nada. Además, Mark Bishop no fue asesinado a media tarde. Fue más cerca de las cuatro. La señora Donahue quizá no se da cuenta de que acaba de implicar a su hijo —manifiesta Benton, cuando el chubasco blanco acaba con la misma brusquedad que comenzó.

Los copos vuelven a ser pequeños y helados, giran como la arena sobre el pavimento y se acumulan en pequeños montículos en los márgenes de la carretera.

—Es verdad que Johnny estaba en The Biscuit con su amiga —continúa Benton—, pero según él estuvo allí hasta las dos, no hasta la una. Al parecer, él y su amiga habían estado allí muchas veces, aunque no tengo información de que haya mantenido el régimen rígido de ir allí todos los sábados con ella de diez a una.

The Biscuit está en Washington Street, apenas a quince minutos a pie de nuestra casa de Cambridge y pienso en los sábados en que he estado en casa, cuando Benton y yo hemos entrado en el pequeño café, con el menú escrito en una pizarra y los bancos de madera. Me pregunto si alguna vez Johnny y su amiga estuvieron allí al mismo tiempo que nosotros.

—¿Qué dice su amiga de la hora en que salieron del café? —pregunto.

—Ella afirma que se levantó de la mesa alrededor de la una y lo dejó sentado allí, porque él se comportaba de una forma extraña y se negaba a marcharse con ella. De acuerdo con su declaración a la policía, Johnny estaba hablando de ir a Salem para que le leyeran la buena fortuna, hablaba sobre ello de una forma deshilvanada, y continuaba sentado a la mesa cuando ella salió del local.

Encuentro interesante que Benton haya echado una mirada al informe de la policía, o conozca los detalles de lo que había dicho un testigo. Su papel no era determinar la culpa o la inocencia ni siquiera interesarse, sino evaluar si el paciente decía la verdad o estaba mintiendo y era competente para presentarse a juicio.

—Alguien con Asperger tendría problemas con el concepto de que le leyesen la buena fortuna, la lectura de cartas o a cualquier cosa por el estilo —dice Benton, y cuanto más me habla, más perpleja me siento.

Me habla como si él fuese un detective y estuviésemos trabajando juntos en un caso, y no obstante se muestra críptico cuando se trata de Jack Fielding. No hay nada accidental en ello. Mi marido pocas veces deja escapar información, incluso cuando parece que hace lo contrario. Cuando cree que debo saber la información que no puede decirme, busca la manera de que yo la deduzca. Si decide que es mejor que no la sepa, no me ayudará. Es la frustrante manera en que vivimos. Al menos puedo decir que no me aburro con él.

—Johnny no puede pensar en abstracto, no puede comprender las metáforas. Es muy concreto —señala Benton.

—¿Qué pasa con las otras personas del café? —pregunto—. ¿Alguien más puede verificar lo que su amiga dijo o lo que afirma Johnny?

—No hay nada más, aparte de que él y Dawn Kincaid estuvieron allí aquel sábado por la mañana —responde Benton, y no recuerdo haberlo visto tan perturbado por alguien que tiene que evaluar—. No saben nada de que se tratase de una rutina semanal, y cuando Johnny confesó, habían pasado varios días. Es asombroso la mierda de memoria que tiene la gente, y luego comienzan a adivinar.

—Entonces todo lo que tienen es lo que dice Johnny, y ahora lo que su madre dice en esta carta. —Reitero lo que estoy oyendo—. Dice que salió de The Biscuit a las dos, lo que no podría haberle dado tiempo material para llegar a Salem y cometer el crimen alrededor de las cuatro. Pero si su madre dice que se marchó a la una, entonces sí que tendría tiempo suficiente para cometerlo.

—Como dije, no ayuda en nada. Lo que escribe su madre en la carta es muy malo para él. Hasta ahora la única coartada real que alguien puede ofrecer para demostrar que su confesión no vale nada es una cronología problemática. Pero una hora de diferencia lo cambia todo, o podría cambiarlo.

Imagino a Johnny levantándose de la mesa en The Biscuit a la una de la tarde y yendo a Salem. De acuerdo con el tráfico y a qué hora fuera de verdad cuando salió de Cambridge, o Somerville, para ir hacia el norte por la I-95, pudo haber estado en la casa de los Bishop en el distrito histórico alrededor de las dos o dos y media.

—¿Tiene coche? —pregunto.

—No conduce.

—¿Un taxi, el tren? No hay trasbordadores en esta época del año. No comienzan a funcionar de nuevo hasta la primavera, y tendría que haberlo tomado en Boston. Pero tienes razón. Sin un coche, le hubiese llevado más tiempo llegar allí. Una hora puede ser una diferencia importante para alguien que tiene que encontrar un medio de transporte.

—No entiendo dónde consiguió el detalle —dice Benton—. Quizá de él mismo. Puede que cambiase su historia de nuevo. Johnny dijo que salió de The Biscuit a las dos, no a la una, pero quizá cambió el detalle un tanto crítico porque cree que es lo que alguien quiere oír. Sin embargo, sería muy poco usual, muy inusual.

—Tú estuviste con él esta mañana.

—No soy yo quien podría influenciar en él para cambiar un detalle.

Benton está diciendo que el detalle es nuevo y no cree que Johnny haya cambiado su historia sobre la hora en que salió del café. Parece más probable que la señora Donahue cometiese sencillamente un error, pero cuando intento imaginarlo, algo me inquieta.

—¿Cómo pudo conseguir llegar a Salem? —pregunto.

—Pudo haber tomado un taxi, o un tren, pero no hay ninguna prueba de que lo hiciese. Nadie le vio, no hay ninguna factura o billete, nada que pruebe que alguna vez estuvo en Salem, o que tuviera alguna relación con la familia Bishop. Nada, excepto su confesión —manifiesta Benton mientras su mirada se fija en el espejo retrovisor—. Lo que es importante en su historia es que repite palabra por palabra lo que ha dicho en las noticias, y cambia los detalles a medida que cambian las noticias y las teorías. Esa parte de la carta de su madre es cierta. Repite los detalles como un loro. Incluido si alguien sugiere un escenario o una información; en otras palabras, que se lo indique. Ser sugestionable, vulnerable a la manipulación, actuar de una manera que genera sospechas, son señales claras del Asperger. —Vuelve a mirar por el retrovisor—. Y la atención al detalle, con una minuciosidad que a los demás puede parecer estrambótica. Como qué hora es. Siempre ha mantenido que salió de The Biscuit a las dos. Para ser exactos a las dos y tres minutos. Le preguntas a Johnny qué hora es, o a qué hora hizo algo, y te lo dirá casi al segundo.

—¿Entonces por qué cambiaría ese detalle?

—En mi opinión, no lo haría.

—Parecería que sería mucho mejor que dijera que salió más temprano, si en realidad quiere que la gente crea que asesinó a Mark Bishop.

—No es que quiera que otras personas lo crean. Es lo que cree él. No por lo que él recuerda, sino por lo que él no recuerda y por aquello que se le ha sugerido.

—¿Por quién? Suena como si hubiese confesado antes de llegar a ser sospechoso y sometido a interrogatorio. Por lo tanto, no fue la policía quien lo llevó a hacer una falsa confesión.

—No lo recuerda. Está convencido de que sufrió un episodio de disociación al salir de The Biscuit a las dos, de alguna manera llegó a Salem y mató a un niño con una pistola de clavos…

—No lo hizo —le interrumpo—. Eso te lo puedo decir con absoluta certeza. No mató a Mark Bishop con una pistola de clavos. Nadie lo hizo.

Benton no dice nada mientras acelera, de nuevo los copos pequeños suenan como granos de arena cuando golpean el coche. —Es obvio que la señora Donahue malinterpretó la opinión médica de Jack—. Hablo con convicción mientras otra parte de mí no deja de preocuparse sobre qué voy a hacer respecto a ella. Considero hacer lo que dice Benton y no llamarla. Haré que mi asistente administrativo, Bryce, la llame, a primera hora de la mañana, y le diga que no puedo hablar del caso de Mark Bishop ni de ningún otro caso. Es importante que Bryce no dé la impresión de que estoy muy ocupada, de que no me siento conmovida por la angustia de la señora Donahue, y eso me hace pensar de nuevo en la madre del recluta Gabriel, de las cosas hirientes que me dijo esta mañana en Dover.

—Supongo que habrás leído el informe de la autopsia —digo a Benton.

—Sí.

—Entonces sabes que no hay nada en el informe de Jack que mencione una pistola de clavos, solo que las heridas causadas por clavos que penetraron en el cerebro fueron la causa de la muerte. —Decido que no le puedo pedir a Bryce que haga la llamada en mi nombre. La haré yo misma y le pediré a la señora Donahue que no vuelva a ponerse en contacto conmigo. Recalcaré que es por su propia protección. Luego me dominan las dudas, voy y vengo sobre qué hacer con ella, porque ya no estoy segura de mí misma. Siempre he tenido confianza en mi capacidad para tratar con personas devastadas, angustiadas y furiosas, pero no comprendo lo que sucedió esta mañana. La señora Gabriel me trató de racista, nunca nadie me había llamado racista antes.

—La pistola de clavos no ha sido descartada por las personas que cuentan —me informa Benton—. Incluido Jack.

—Me resulta casi del todo imposible de creer.

—Es lo que él ha estado diciendo.

—Es la primera vez que lo oigo.

—Se lo ha estado diciendo a quien quisiera escucharle. No me importa lo que figura en su informe escrito, en los papeles que tú has visto —repite Benton mientras mira por el espejo retrovisor.

—¿Por qué diría algo contrario a los informes del laboratorio?

—Solo repito lo que sé a ciencia cierta que está diciendo; que el arma fue una pistola de clavos.

—Decir que se utilizó una pistola de clavos va del todo en contra de las pruebas científicas y médicas. —En el espejo retrovisor de mi lado veo unos faros muy atrás—. Una pistola de clavos deja marcas de herramienta, que consisten en un único golpe mecánico, similar a la impresión de un percutor en un casquillo. En cambio, lo que tenemos en este caso son marcas de una herramienta en los clavos, que indicarían el uso de un martillo de mano, y hay marcas de martillazos en el cuero cabelludo del niño y un dibujo de contusiones subyacentes. Las pistolas de clavos a menudo dejan un primer residuo similar al residuo de un disparo, pero en las heridas de Mark Bishop no había ningún rastro de plomo, de bario. No se utilizó una pistola de clavos, y de verdad estoy asombrada si lo que estás insinuando es que la policía y el fiscal creen otra cosa.

—No es difícil entender las muchas cosas que las personas prefieren creer en este caso —opina Benton, y acelera para alcanzar la máxima velocidad permitida.

Miro de nuevo por mi espejo retrovisor, y los faros están mucho más cerca. Unas luces blancas azuladas en el espejo. Un todoterreno grande con faros de xenón y faros antiniebla. Marino, me digo. Y detrás de él, espero, estará Lucy.

—Desean creer que la confesión de Johnny es verdad, como ya he dicho —añade Benton—. Desean creer que ha sido un ataque por sorpresa, que Mark Bishop no pudo haber visto al agresor o, si no, se hubiese resistido. Por el amor de Dios, nadie quiere creer que el chico fue tumbado boca abajo, y que sabía lo que le iba a suceder mientras alguien le clavaba clavos en el cráneo con un martillo.

—No tenía heridas defensivas, ninguna evidencia de lucha, ninguna prueba de que lo sujetasen. Está en el informe de Jack. Estoy segura de que lo has visto, y estoy segura de que él se lo explicó todo al fiscal, y a la policía.

—Desearía que tú hubieses hecho la maldita autopsia. —Benton dirige la mirada a sus espejos.

—¿Qué ha estado diciendo Jack más allá de lo que he leído en los informes? Más allá de la posibilidad de una pistola de clavos.

Benton no me responde.

—Quizá no lo sabes —añado, pero creo que sí que lo sabe.

—Dijo que no podía descartar una pistola de clavos —contesta Benton—. Dijo que no es posible decirlo de una forma definitiva. Lo dijo después de que le preguntasen a raíz de la confesión de Johnny. A Jack le preguntaron directa y específicamente si se pudo haber utilizado una pistola de clavos.

—La respuesta definitiva es no.

—Tendría que haberlo discutido contigo. Dijo que en este caso no era posible decirlo de forma definitiva. Dijo que posiblemente fuese una pistola de clavos.

—Te estoy diciendo que no es posible, y es posible decirlo de forma definitiva —señalo—. Ésta es la primera vez que oigo hablar de una pistola de clavos, si no cuento lo que se ha colgado en Internet, que he descartado, porque descarto la mayoría de las cosas de las noticias a menos de estar segura de la fuente.

—Él sugirió que si apoyas una pistola de clavos contra la cabeza de alguien, lo que consigues son marcas similares a las de un cañón hechas por una herida a quemarropa. Y es posible que sea lo que estamos viendo en el cuero cabelludo y en el tejido subyacente. Y es por eso por lo que no hay pruebas de resistencia o de que el niño supiese lo que estaba pasando.

—No conseguirías marcas similares a un disparo a quemarropa, y no es posible —insisto—. Las heridas que vi en las fotografías son marcas de martillazos, y solo porque no haya pruebas de una resistencia no significa que el chico no haya sido obligado de alguna manera, convencido o manipulado para que cooperase. A mí me suena como si determinadas personas estuviesen escogiendo pasar por alto los hechos del caso, porque es lo que quieren creer. Eso es muy peligroso.

—Yo creo que es Fielding quien quizás está pasando por alto los hechos de este caso. Tal vez con toda la intención.

—Dios mío, Benton. Pueden ser muchas cosas…

—O es negligencia. Es una cosa o la otra —dice Benton, y tiene algo en mente, por lo menos es lo que creo—. Escucha. Tú has actuado lo mejor posible durante estos seis meses.

—¿Qué se supone que significa eso? —Sé lo que significa. Significa con todas las letras lo que he temido cada día de los que he estado ausente.

—¿Recuerdas cuando él era tu compañero en las épocas oscuras, en Richmond? —Benton se está acercando a una zona que está fuera de límites, aunque es posible que no lo sepa—. Desde el primer día, no fue capaz de hacer las autopsias a niños, es una verdad comprobada, como tú misma has señalado. Si traían el cadáver de un niño, él se escapaba, algunas veces desaparecía durante días. Y tú tenías que salir a dar vueltas por ahí para intentar encontrarlo, ibas a su casa, a su bar preferido, al maldito gimnasio o al taekwondo, dedicado a emborracharse como una cuba o dándole de patadas a alguien. No es a que ninguno de nosotros nos guste ocuparnos de niños muertos, pero él tiene un verdadero problema.

No tendría que haber animado a Fielding a dedicarse a la patología quirúrgica, a trabajar en un hospital de laboratorio, a ocuparse de las biopsias, pero así fue, fui su mentor y lo alenté.

—En cambio, aceptó el caso de Mark Bishop —dice Benton—. Pudo habérselo pasado a cualquiera de tus otros médicos. Solo espero que no mienta, desde luego espero que no lo haga encima de todo lo demás. —Pero sé que Benton cree que Fielding miente.

—¿Encima de qué más? —pregunto mientras miro por mi espejo retrovisor, y me intriga saber por qué Marino está pegado a nuestro parachoques.

—Espero que alguien no le animase a sugerir la posibilidad de una pistola de clavos pese a saber que no es así. —Benton tiene una manera de mirar por los espejos sin mover la cabeza. Son muchos años de agente secreto, de vigilar su espalda porque de verdad tenía que hacerlo. Algunos hábitos no desaparecen nunca.

—¿Quién? —pregunto.

—No lo sé.

—Pues a mí me suena como si lo supieses. No vas a decírmelo. —Es inútil presionarle. Si no me lo va a decir es porque no puede. Veinte años de baile y nunca ha resultado fácil.

—Está muy claro que los polis quieren resolver el caso cuanto antes —opina Benton—. Quieren que el arma sea una pistola de clavos, porque es lo que Johnny confesó y porque la idea es más fácil de soportar que si fue con un martillo. A mí me preocupa que alguien haya influenciado a Jack.

—¿Alguien lo ha influenciado? ¿O solo estás suponiendo que alguien lo hizo?

—Me preocupa que quizá sea Jack quien esté influenciando a alguien —señala Benton, y es lo que cree de verdad.

—Desearía que Marino se apartase de nuestro parachoques. Me está cegando con sus malditos faros. ¿Qué está haciendo?

—No es Marino —dice Benton—. Su todoterreno no tiene esa clase de faros, y lleva matrícula delantera. Éste no. Es de fuera del estado, de un estado que no exige matrícula delantera, o la han quitado o cubierto con algo.

Me vuelvo para mirar y la luz me daña los ojos. El todoterreno está solo a unos pocos metros detrás de nosotros.

—Quizás es alguien que intenta adelantarnos —me pregunto en voz alta.

—Bueno, vamos a ver, pero no lo creo. —Benton reduce la velocidad, y lo mismo hace el todoterreno—. Haré que nos pases, ¿qué te parece? —Le habla al conductor detrás de nosotros—. Toma el número de la matrícula trasera cuando pase —me dice Benton.

Estamos casi detenidos en la carretera, y lo mismo hace el todoterreno. Retrocede rápidamente y hace una vuelta en U, para ir en dirección contraria, y derrapa cuando acelera en la noche nevada en la carretera cubierta de nieve. No alcanzo a leer la matrícula en el parachoques trasero del todoterreno, ni ningún otro detalle excepto que es oscuro y grande.

—¿Por qué nos estaban siguiendo? —le pregunto a Benton como si él pudiese saberlo.

—No sabía que lo estuviese haciendo —responde mi marido.

—Alguien nos estaba siguiendo. Eso es lo que pasaba. Se mantenía demasiado cerca debido al tiempo, porque la visibilidad es tan mala que necesitas mantenerte cerca del otro coche, por si acaso se desvía.

—Sería algún imbécil —afirma Benton—. Nadie sofisticado. A menos que quisiese con toda intención hacernos saber que estaba ahí detrás, o creía que no nos dábamos cuenta.

—¿Cómo es posible? Acabamos de atravesar una ventisca. ¿De dónde demonios vino? ¿Salió de la nada?

Benton coge el móvil y marca un número.

—¿Dónde estás? —le dice a la persona que le responde, y después de una pausa añade—: Un todoterreno grande con faros antiniebla, faros de xenón, sin matrícula delantera, pegado a nuestro parachoques. Así es. Dio una vuelta en U y se alejó a toda velocidad en el otro sentido. Sí, en la ruta 2. ¿Algo así acaba de pasarte? Bueno, es extraño. Ha tenido que doblar otra vez. Bueno, sí… sí. Gracias.

Benton deja el teléfono de nuevo en la consola y me explica:

—Marino está a unos pocos minutos detrás de nosotros, y tiene a Lucy inmediatamente detrás. El todoterreno se esfumó. Si alguien es tan estúpido como para seguirnos, lo intentará de nuevo y nosotros nos daremos cuenta. Si la intención era intimidar, entonces la persona que sea no conocía su objetivo.

—Ahora somos un objetivo.

—Cualquiera con dos dedos de frente no lo intentaría.

—Debido a ti.

Benton no responde. Pero lo que digo es verdad. Cualquiera que sepa algo de Benton tendría claro lo estúpido que sería creer que se le puede intimidar. Siento su parte dura, su aureola de acero. Sé lo que puede hacer si lo amenazan. Él y Lucy son similares cuando se les enfrentan. Lo reciben con alegría. Pero Benton es más frío, más controlador y contenido que mi sobrina.

—Erika Donahue. —Es el primer pensamiento que acude a mi mente—. Ya envió a una persona a interceptarnos, y dudo que se dé cuenta de lo peligroso que es el encantador y apuesto psicólogo de Harvard que tiene su hijo.

Benton no sonríe.

—Eso no tiene sentido.

—¿Cuántas personas conocen nuestro paradero? —No sirve de nada intentar aligerar el humor, que sin duda es intenso. Benton tiene su propio calibre de vigilancia. Es diferente al de Lucy, y es mucho más hábil a la hora de ocultarlo—. O mi paradero. ¿Cuántas personas lo saben? —Continúo—. No solo la madre o el chófer. ¿Qué hizo Jack?

Benton acelera de nuevo y no me responde.

—No estarás pensando que Jack tiene alguna razón para intimidarme, o para intentarlo —añado.

Benton no contesta, y conducimos en silencio, y no hay ninguna otra señal del todoterreno con los faros antiniebla y los faros de xenón.

—Lucy sospecha que está bebiendo mucho. —Benton por fin comienza a hablar—. Pero tendría que decírtelo ella. Y también Marino. —Su tono es monótono, y capto que no está dispuesto a perdonar. No siente nada más que desdén por Fielding, aunque guarde silencio al respecto la mayor parte del tiempo.

—¿Por qué mentiría Jack? ¿Por qué intentaría influir en alguien? —Vuelvo al mismo tema.

—Al parecer, llega muchas veces tarde y desaparece, y vuelve a tener los problemas de piel. —Benton no responde a mi pregunta—. Espero que no esté consumiendo esteroides aparte de todo lo demás, sobre todo a su edad.

Me resisto a la habitual defensa de que cuando Fielding está muy estresado, tiene problemas de eczema, de alopecia, y que no lo puede evitar. Siempre ha estado obsesionado con su cuerpo, es un caso clásico de megarexia o dismorfia muscular, y lo más probable es que se pueda atribuir a los abusos sexuales que sufrió siendo un niño. Parece absurdo continuar repasando la lista, y esta vez no voy a hacerlo. Por una vez, no lo haré. Continúo mirando mi espejo retrovisor. Pero los faros de xenón y los faros antiniebla han desaparecido.

—¿Por qué mentiría en este caso? —pregunto de nuevo. ¿Por qué querría influenciar a alguien al respecto?

—No puedo imaginar cómo puedes conseguir que un niño se quede quieto para que le hagan eso —dice Benton, y está pensando en la muerte de Mark Bishop—. La familia estaba en el interior de la casa, y afirman que no oyeron gritos, que no oyeron nada. Afirman que Mark estaba jugando y al instante siguiente yacía boca abajo en el patio. Intento imaginar lo que ocurrió y no puedo.

—De acuerdo. Hablemos de eso, dado que no vas a responder a mi pregunta.

—He intentado imaginarlo, reconstruirlo, y no he conseguido nada. La familia estaba en casa. Es un patio pequeño. ¿Cómo es posible que nadie viese ni oyese nada?

Su rostro es sombrío cuando pasamos por delante de Lanes & Games, donde Marino juega a los bolos en una liga. ¿Cuál es el nombre de su grupo? Spare None. Sus nuevos compañeros, polis y militares.

—Creía haberlo visto todo, pero no se me ocurre cómo sucedió —repite Benton, porque no puede o no quiere decirme lo que tiene en mente sobre Fielding.

—Una persona que sabe exactamente lo que está haciendo. —Yo puedo imaginarlo. Puedo imaginarme con todos los dolorosos detalles lo que hizo el asesino—. Alguien que fue capaz de tranquilizar al niño, quizás atraerlo para que hiciese lo que se le decía. Quizá Mark creyó que era parte de un juego, una fantasía.

—Un extraño aparece en su patio y le hace participar en un juego que consiste en que le clavan clavos en la cabeza, o fingir hacerlo, lo que es más probable —comenta Benton—. Quizá. ¿Pero un extraño? No lo sé. He echado de menos hablar contigo.

—No fue un extraño, o al menos no para Mark. Sospecho que fue alguien de quien quizá no tenía razones para sospechar, no importa lo que se le pidiese. —Baso esto en lo que sé a partir de sus heridas o la falta de ellas—. El cadáver no mostraba ninguna indicación de que estuviese aterrorizado o dominado por el pánico, de alguien que intenta resistirse o escapar. Creo que lo más probable es que conociese al asesino o se sintiese inclinado a cooperar con él por alguna razón. Yo también he echado de menos hablar contigo, pero ahora estoy aquí y tú no hablas conmigo.

—Estoy hablando contigo.

—Uno de estos días te echaré pentotal sódico en la copa, y descubriré todo lo que nunca me has dicho.

—Si funcionase, creo que haría lo mismo. Pero entonces ambos tendríamos graves problemas. No quieres saberlo todo. O no deberías. Y lo más probable es que yo tampoco.

—Cuatro de la tarde del treinta de enero. —Estoy pensando en lo oscuro que estaría cuando asesinaron a Mark—. ¿A qué hora se puso el sol aquel día? ¿Qué tiempo hacía?

—Era noche cerrada a las cuatro y media, hacía frío y el cielo estaba cubierto —responde Benton, que habría averiguado todos estos detalles si hubiese estado investigando el caso.

—Estoy intentando recordar si había nieve en el suelo.

—No en Salem. Mucha lluvia debido a la bahía. El agua calienta el aire.

—O sea que no recuperaron huellas de pisadas en el patio de los Bishop.

—No. Y a las cuatro estaba anocheciendo y el patio estaba en sombras debido a los arbustos y los árboles —dice Benton, como si fuese el detective encargado del caso—. Según ha explicado la familia, la señora Bishop, la madre, salió a las cuatro y veinte para que Mark entrase en casa, y lo encontró tendido boca abajo entre las hojas.

—¿Por qué estamos aceptando que acababan de matarlo cuando lo encontraron? Desde luego, las pruebas físicas no nos permiten señalar la hora exacta de la muerte a las cuatro en punto.

—El hecho de que los padres recordasen haber mirado a través de la ventana alrededor de las cuatro menos cuarto y vieran a Mark jugando —dice Benton.

—¿Jugando? ¿Qué significa eso exactamente? ¿A qué clase de juego?

—No lo sé con precisión. —Benton y de nuevo sus evasivas—. Me gustaría hablar con la familia. —Sospecho que ya lo ha hecho—. Faltan muchos detalles. Pero estaba jugando solo en el patio, y cuando su madre miró a través de la ventana alrededor de las cuatro y cuarto, no le vio. Así que salió para que entrase en casa y lo encontró, intentó resucitarlo, luego lo recogió y se lo llevó a toda carrera al interior. Llamó a emergencias a las cuatro y veintitrés, estaba histérica, dijo que su hijo no se movía ni respiraba, que le preocupaba que se hubiese ahogado con algo.

—¿Por qué creyó que podía haberse ahogado?

—Al parecer, antes de salir a jugar, se llevó unas golosinas de Navidad en el bolsillo, y la última cosa que su madre le dijo cuando él salía por la puerta fue que no comiese caramelos mientras corría o saltaba.

No puedo evitar pensar que éste es la clase de detalles que Benton solo pudo conseguir de los Bishop en persona. Tengo la sensación de que habló con ellos.

—¿No sabemos a qué clase de juegos jugaba? ¿Estaba solo, corría y saltaba?

—Me metí en este caso después de que Johnny hiciese su confesión. —Benton de nuevo es evasivo—. Por alguna razón, no quiere hablar de lo que hacía Mark en el patio trasero. La señora Bishop dijo más tarde a la policía que no vio a nadie en la zona, que no había ninguna señal de que alguien hubiese estado en su propiedad, y hasta que Mark llegó a urgencias no supo que había sido asesinado. Los clavos habían sido clavados hasta el fondo, el pelo los tapaba, y no había sangre. Y habían desaparecido los zapatos. Calzaba un par de Adidas mientras jugaba en el patio. No estaban, y no han aparecido.

—Un niño jugando en el patio casi en la oscuridad. Sigo pensando que es difícil imaginar que cooperase con un extraño. A menos que fuese alguien que representase algo en lo que él confiaba instintivamente —insisto para recalcar ese punto.

—Un bombero. Un poli. Un tipo que conduce el camión de los helados. Esa clase de cosas. —Benton lo dice con naturalidad, como si no hubiese ningún riesgo en hablarlo—. O peor. Un miembro de su propia familia.

—¿Un miembro de su familia lo mataría de una forma tan siniestra y sádica y luego se llevaría sus zapatos? Llevarse los zapatos suena como llevarse un recuerdo.

—O para que se suponga que lo es —dice Benton.

—No soy psicólogo forense —le recuerdo—. Estoy interpretando tu papel, y no debería hacerlo. Me gustaría ver dónde ocurrió. Jack nunca fue a la escena del crimen, y tendría que haber hecho una visita retrospectiva. —Mi humor empeora mientras lo digo. No fue a la escena de Mark Bishop, y tampoco fue a Norton’s Woods.

—O cualquier otro chico. Chicos jugando a lo que se convirtió en un juego letal —señala Benton.

—Si fue otro chico —respondo—, estaba muy bien informado sobre anatomía.

Recuerdo las fotografías de la autopsia, la cabeza del niño con el cuero cabelludo levantado hacia atrás. Imagino los escáneres, las imágenes tridimensionales de cuatro clavos de hierro de seis centímetros que penetran en el cerebro.

—Quien quiera que lo hiciera no pudo haber escogido ubicaciones más letales para clavar los clavos —explico—. Tres pasaron a través del hueso temporal por encima de la oreja izquierda y penetraron en el encéfalo. Uno fue clavado en la nuca, en dirección hacia arriba, de forma tal que lesionó la unión cérvico-medular, es decir, en el segmento superior de la médula espinal.

—¿Murió rápido?

—Casi en el acto. El clavo en la nuca lo hubiese matado en minutos, es tan poco tiempo como el que tardas en morir cuando ya no puedes respirar. La herida en la C-uno y la C-dos de la médula espinal afecta a la respiración. A la policía, al fiscal y también al jurado les costaría mucho creer que otro chico podría haberlo hecho. Parece que la intención fue causar la muerte, una muerte casi instantánea, y también premeditada, a menos que el martillo y los clavos estuviesen en la escena, en el patio o la casa, y según todas las indicaciones no estaban. ¿Correcto?

—Había un martillo. Pero en todas las casas hay un martillo. Además, las marcas de la herramienta no coinciden. Pero tú ya lo sabes por los informes del laboratorio. No se encontró ningún clavo como los que se utilizaron. Ni tampoco una pistola de clavos —dice Benton.

—Eran clavos con cabeza en forma de ele, los típicos que se usan para poner suelos.

—Según la policía, no se encontraron clavos de ese tipo en la residencia —repite.

—De hierro, no de acero inoxidable. —Continúo con los detalles de las fotografías, de los informes de laboratorio, y mientras me oigo, soy consciente de que estoy revisando el caso con Benton como si fuese mío. Como si fuese suyo. Como si estuviésemos trabajando de la manera que solíamos trabajar en nuestros primeros días juntos—. Con rastros de óxido a pesar de la capa protectora de zinc, lo que sugiere que no acababan de ser comprados —añado—. Quizás estaban dispersos en alguna parte y expuestos a la humedad, y posiblemente al agua salada.

—No había nada así en la escena. Ningún clavo de suelo con cabeza en forma de ele, ningún clavo de hierro —dice Benton—. El padre ha estado propagando el rumor de una pistola de clavos, al menos públicamente.

—Públicamente. Eso significa que habló con los periódicos.

—Sí.

—¿Pero cuándo? ¿Cuándo se lo dijo a los medios? Es la pregunta importante. ¿De dónde vino el rumor y cuándo? ¿Sabemos a ciencia cierta si comenzó con el padre? Porque si es así, es significativo. Podría indicar que está ofreciendo una coartada al sugerir un arma que no tiene, que está intentando llevar a la policía en una dirección errónea.

—Estuvimos pensando lo mismo —dice Benton—. El señor Bishop lo sugirió a los medios, pero la pregunta es: ¿alguien se lo sugirió a él primero?

Detecto más sutilezas. A mí se me ocurre que Benton sabe cómo comenzó el rumor de la pistola de clavos. Sabe quién lo comenzó, y no es difícil adivinar lo que está suponiendo. Jack Fielding está intentando influir en lo que la gente piensa de este caso. Quizá Fielding es quién está detrás del rumor que aparece en todos los medios.

—Tendríamos que hacer una retrospectiva. Estoy intentando recordar el nombre del detective de Salem. —Hay tanto que hacer, tanto que me he perdido. A duras penas sé por dónde empezar.

—Saint Hilaire. Nombre de pila, James.

—No lo conozco. —Soy una extraña en mi propia vida.

—Está convencido de la culpabilidad de Johnny Donahue, y me preocupa de verdad que solo sea una cuestión de tiempo que sea acusado de asesinato en primer grado. Tenemos que actuar deprisa. Cuando Saint Hilaire lea lo que la señora Donahue acaba de escribirte, será peor. Se convencerá aún más. Tenemos que hacer algo rápido —afirma Benton—. Se supone que no debería importarme lo más mínimo, pero me preocupa porque Johnny no lo hizo y no le caerá bien a ningún jurado. Es inapropiado. No interpreta bien a las personas, y ellos tampoco a él. Creen que es duro y arrogante. Se ríe cuando algo no es gracioso. Es rudo, descortés y no tiene conocimiento. Todo el asunto es absurdo. Un travestismo. Es probable que sea uno de los ejemplos clásicos más evidentes de una confesión falsa.

—¿Entonces por qué todavía está encerrado en una unidad en MacLean?

—Necesita tratamiento psiquiátrico, pero no, no tendría que estar encerrado en una unidad de pacientes psicóticos. Ésa es mi opinión, pero nadie me escucha. Quizá tú puedas hablar con Renaud y Saint Hilaire y ellos te escuchen. Iremos a Salem y repasaremos el caso con ellos. Mientras estemos allí, echaremos un vistazo.

—¿Y la crisis de Johnny? —pregunto—. Si debemos creer a su madre, estuvo bien en sus primeros tres años en Harvard y de pronto tuvo que ser hospitalizado. ¿Qué edad tiene?

—Dieciocho. Volvió a Harvard el otoño pasado para comenzar su último año y estaba muy alterado —responde Benton—. Agresivo, verbal y sexualmente, y cada vez más agitado y paranoico. Pensamientos desordenados y percepciones distorsionadas. Síntomas similares a la esquizofrenia.

—¿Drogas?

—Ninguna en absoluto. Se le hicieron las pruebas cuando confesó el asesinato y dio negativo, incluso el pelo dio negativo, ni drogas ni alcohol. Su amiga, Dawn Kincaid, ya licenciada, está en el MIT. Ella y Johnny trabajaban juntos en un proyecto. Se preocupó tanto por Johnny que acabó por llamar a su familia. Esto ocurrió en diciembre. Luego, hace ahora una semana, Johnny fue admitido en McLean con una herida de arma blanca en la mano y le dijo a su psiquiatra que había asesinado a Mark Bishop; afirmó que había tomado el tren a Salem y que llevaba una pistola de clavos en la mochila. Dijo que necesitaba hacer un sacrificio humano para librarse de un ente malvado que se había apoderado de su vida.

—¿Por qué clavos? ¿Por qué no otro tipo de arma?

—Algo que ver con los poderes mágicos del hierro. Y la mayor parte de esto ha sido publicado en las noticias.

Recuerdo haber visto algo en Internet sobre el hueso del diablo y lo menciono.

—Eso es. Así llamaban al hierro en el antiguo Egipto —explica Benton—. Venden huesos del diablo en algunas tiendas de Salem.

—Unidos en una equis que puedes llevar en una bolsa de satén rojo. Los he visto en algunas casas de brujería. Pero no es el mismo tipo de clavos. Los que venden en las tiendas de brujería se parecen más a carramplones, porque se supone que deben parecer antiguos. Pero dudo que estén tratados con zinc, que estén galvanizados.

—Al parecer, el hierro protege contra los espíritus malévolos, y ésa es la explicación de que Johnny utilizase clavos de hierro. Ésa fue su explicación. Su historia no tiene nada de original, como tú has señalado, es una de las teorías que comentaron en las noticias el día anterior a que confesase el asesinato. —Benton hace una pausa y después añade—: Tu propia oficina ha sugerido como motivo la magia negra, al parecer debido a la conexión con Salem.

—Nuestro trabajo no es ofrecer teorías. Nuestro trabajo es ser imparciales y objetivos, y por lo tanto no sé qué quieres decir cuando dices que nosotros sugerimos semejante cosa.

—Solo te estoy diciendo que se ha discutido.

—¿Con quién? —Pero lo sé.

—Jack siempre ha ido por libre. Pero parece haber perdido el poco control que tenía de sus impulsos —dice Benton.

—Creo que hemos establecido que Jack es un problema que ya no puedo resolver. ¿Qué proyecto? —Vuelvo a lo que Benton mencionó de la amiga de Johnny Donahue en el MIT. ¿Cuál es la licenciatura de Johnny?

—Ciencias informáticas. Desde principios del verano pasado estaba trabajando en Otwahl Technologies, en Cambridge. Como señaló su madre, está excepcionalmente dotado en algunas áreas…

—¿Haciendo qué? ¿Qué hacía allí? —Visualizo mentalmente la sólida fachada de hormigón que se levanta como la presa Hoover no muy lejos de donde acabamos de pasar, la parte de Cambridge donde el todoterreno con los faros de xenón nos seguía antes de desaparecer.

—Ingeniería de software para UGV, vehículos terrestres no tripulados y tecnologías relacionadas —dice Benton, como si no fuese nada importante porque él no sabe lo que yo sobre los UGV.

Unmanned Ground Vehicles. Robots militares como el prototipo MORT en el apartamento del hombre muerto.

—¿Qué está pasando aquí, Benton? —pregunto con pasión—. ¿Por el amor de Dios, qué está pasando aquí?