Había tres fotografías pegadas en la pizarra. La primera mostraba el rostro de lo que parecía un cadáver. La piel de la cara estaba descompuesta y le faltaba un ojo, lo que le dejaba una cuenca vacía a la vista. Tenía la boca entreabierta, donde se veían varias hileras de dientes que, en otro momento, debieron resultar terribles, aunque ahora le faltaban unos cuantos y otros estaban cariados, rotos y renegridos.
—Esta es Justinia Malvern —dijo Caxton—. La vampira viviente más vieja del mundo, aunque eso de «viviente» es un término relativo. Los vampiros viven para siempre si no se los mata, es cierto, pero contrariamente a lo que tal vez hayan oído, no sólo envejecen, sino que lo hacen con escasa dignidad.
Algunos de los presentes se rieron entre dientes. Por lo menos estaban despiertos.
—Cada noche que pasa necesitan más sangre para mantenerse fuertes y activos. Después de trescientos años, Malvern ni siquiera puede incorporarse en su ataúd. No obstante, eso no significa que sea inofensiva. Hace un año engendró cuatro vampiros nuevos y varias buenas personas perdieron la vida en el intento de cazarlos. El ejército de vampiros al que nos enfrentamos el octubre pasado en Gettysburg también fue responsabilidad suya… Todos están al corriente de lo mal que podría haber terminado aquello. El último vampiro que ha engendrado es éste.
Señaló la segunda fotografía de la pizarra y luego la tercera. Ambas eran de Jameson Arkeley, tal como había sido en vida y como había quedado después de morir, respectivamente. La fotografía de antes de su muerte mostraba a un hombre entrado en años, con una mirada tan penetrante que se hacía difícil mirarlo a los ojos. La segunda fotografía, según el punto de vista de Caxton, mostraba tan sólo a un vampiro más. No era una fotografía real, sino una extrapolación generada por ordenador del aspecto que debía de tener Arkeley convertido en vampiro. Ella lo había visto en vivo y en directo y sabía que la imagen no le hacía justicia: no daba suficiente miedo.
—Tras la masacre de Gettysburg, Arkeley aceptó la maldición. Lo hizo para salvar mi vida y no sé qué habría pasado si no hubiera sido por él —aseguró Caxton y sacudió la cabeza—. En aquel momento me prometió que en cuanto hubiera acabado con el último vampiro, volvería para entregarse, para que yo pudiera matarlo y poner fin a todo esto. De eso hace ya dos meses y aún no se ha dejado ver.
Junto a su fotografía como vampiro, Glauer había escrito las siglas PI, «personaje de interés». Eso significaba que se lo buscaba para interrogarlo, pero que de momento no se lo había vinculado directamente con ningún crimen.
—Aún no hemos encontrado ningún cuerpo que podamos atribuirle, ni hemos cazado a ningún siervo no muerto creado por él.
Al fondo de la sala, el Marshall Fetlock levantó la mano, pero Caxton no le cedió la palabra.
—Un siervo no muerto es el esclavo de un vampiro. Si un vampiro se bebe tu sangre y te mata, luego puede hacerte regresar de la tumba. A tu cuerpo no le gusta y tu alma no lo soporta. Te pudres mucho más rápido de lo normal, de modo que la mayoría de los siervos duran sólo una semana, y luego sus cuerpos se desintegran. Pero hasta ese momento haces todo lo que te pide el vampiro. Todo. Incluso matar a tu mejor amigo.
Fetlock bajó la mano y asintió. Había respondido a su pregunta.
—Jameson Arkeley era mi compañero —dijo Caxton, lo cual era más o menos cierto. En cualquier caso, así era como ella pensaba en él, independientemente de cómo él la viera a ella—. Y además, un buen amigo. Me pidió que lo matara porque sabía lo que les sucede a las personas que se convierten en vampiros. Las primeras dos noches son casi humanos: pueden ser nobles, buenos y sabios. Hasta que les entra la sed de sangre. Entonces empiezan a pensar en ella, en su sabor y en lo fuertes que los haría. En la multitud de personas llenas de sangre que hay por el mundo y en cómo una o dos podrían desaparecer sin que nadie se diera cuenta. Lo he visto una y otra vez; independientemente de su fuerza de voluntad —y Arkeley era uno de los hombres con más carácter que he conocido— siempre acaban sucumbiendo. Con cada persona que matan les resulta más y más fácil, más excitante. Sus cuerpos empiezan a pedir más sangre, siempre quieren más…
Se dio la vuelta y observó las fotografías. Estudió los ojos de Arkeley. Como le sucedía últimamente, se puso a pensar en aquel último momento en Gettysburg, cuando Arkeley le había prometido regresar para que ella pudiera dispararle al corazón. El vampiro había creído realmente que iba a poder hacerlo, que podría rendirse. Y ella lo había creído también.
Sin embargo, en algún momento entre aquel instante y el alba, había cambiado de opinión. Se había perdido entre las sombras, se había escondido en algún lugar donde ella no pudiera encontrarlo. ¿Qué habría pasado por su cabeza? ¿Habría tenido miedo a morir? Ya no era el hombre que ella había conocido y respetado. ¿Se había creído capaz de soportar la sed de sangre? ¡Pero si había sido precisamente él quien le había enseñado a Caxton que eso era imposible!
En un rincón de la sala, Glauer carraspeó discretamente. Caxton parpadeó varias veces y volvió a dirigirse a los presentes:
—Arkeley es peligroso. Debemos destruirlo en el acto —dijo, recalcando cada palabra—. Puede provocar unos daños incalculables. Es mucho más fuerte que un ser humano y también mucho más rápido. Además, conoce todos los trucos que los humanos han utilizado para matar a un vampiro. Sin embargo, lo peor de todo es que en cualquier momento podría convertirse en un Vampiro Cero.
Cogió un rotulador y dibujó un sencillo esquema en la pizarra. Debajo de la fotografía de Arkeley trazó dos círculos conectados por una corta línea. Debajo de esos dos círculos dibujó cuatro más y luego ocho. Finalmente los conectó todos entre sí.
—Se trata de un término que hemos inventado en la USE. Aunque se puede decir que lo hemos tomado del ámbito de la epidemiología. Cuando se rastrea la progresión de un virus, es importante retroceder tanto como sea posible, hasta llegar a la primera persona infectada. Esa persona es lo que se conoce como Paciente Cero. Hay que encontrar a esa persona y quitarla de en medio cuanto antes para evitar que infecte a más gente.
Caxton señaló la fotografía de Arkeley en la pizarra.
—Y lo mismo sucede aquí. Los vampiros pueden engendrar a otros vampiros. Lo hacen porque se sienten solos o para tener a alguien que cuide de ellos cuando están ya demasiado decrépitos para cuidar de sí mismos. Si se sienten amenazados, engendrarán más vampiros para refugiarse en el grupo. Y ésa es su mayor amenaza, su capacidad de cooperar y crecer en número. Con la motivación suficiente, un vampiro puede engendrar varios vampiros más cada noche. Y ésos, a su vez, pueden engendrar más. El número total crece muy rápido. Estamos hablando de un organismo patológico que puede dar lugar a una nueva generación cada veinticuatro horas. Y cada vampiro es tan letal como el que lo engendró, e igual de difícil de matar. La única forma de asegurarnos de que eso no suceda es encontrar a Arkeley y a Malvern cuanto antes. Debemos encontrarlos y acabar con ellos, sin vacilar y sin escrúpulos.
Caxton miró a su alrededor. Muchos de los presentes ya habían oído ese discurso, pero los nuevos tenían la expresión que ella esperaba: la miraban con la boca abierta y unos ojos como platos.
Tenían miedo.
Mucho mejor así. Debían tenerlo.
Fetlock volvió a levantar la mano y Caxton le cedió la palabra.
—Dice que debemos encontrar también a Malvern. Yo creía que estaba bajo custodia.
Caxton sacudió la cabeza.
—Estaba bajo custodia de Arkeley cuando éste se convirtió en vampiro. Fui a buscarla después, pero no la encontré. Es evidente que Arkeley se la llevó antes de desaparecer. Tal vez deseaba poder contar con un mentor, alguien que le explicara lo que necesitaba saber sobre su nueva existencia. A lo mejor quería protegerla. Ésa es otra cosa que sabemos de los vampiros: se juntan y cuidan unos de otros. Malvern está libre en algún lugar y, en cierto modo, es tan peligrosa como él.
—¿No había una orden judicial que prohibía que la ejecutaran? —preguntó Fetlock.
—Sí —respondió Caxton—, pero fue revocada después de la masacre de Gettysburg. El sistema judicial finalmente abrió los ojos y se dio cuenta de que esa vieja vampira suponía una amenaza real. Si la encuentro, tengo derecho a matarla allí mismo. Y eso es lo que tengo intención de hacer.
Le sacó el tapón al rotulador y lo encajó en el extremo opuesto.
—Tenemos un plan para cazarlos a los dos. Estoy entrevistando a diversos sujetos y siguiendo todas las pistas con la ayuda del agente Glauer. Pero necesito que ustedes me ayuden a dar con su guarida. Sospechamos que se encuentra en algún lugar de Pensilvania, dentro de los límites de nuestra jurisdicción. Pondría estar en cualquier sitio, aunque lo cierto es que los vampiros tienen unas exigencias muy concretas en cuanto a su guarida. Estará en algún lugar aislado al que no suelan ir fisgones y curiosos durante el día. Ese lugar puede estar bajo tierra o parcialmente enterrado. En el pasado los hemos visto usar plantas de laminación de acero, cabañas de caza y estaciones eléctricas abandonadas. Posiblemente cada uno de ustedes conoce un lugar como ése en su zona. Quiero que vayan a echar un vistazo, pero tengan cuidado. Acérquense al lugar únicamente de día, a la luz del sol. E incluso entonces deben andar con pies de plomo, pues los siervos se mantienen activos durante el día y colocan trampas contra cualquiera que amenace a sus amos. Si encuentran algo, alguna señal de ocupación reciente, algo que les parezca fuera de lo normal, deben marcharse de inmediato. Llámenme y yo iré a echar un vistazo. Así es como vamos a lograr que los vampiros se extingan. ¿Alguna pregunta?
No había preguntas. Todos se levantaron y se dispusieron a abandonar la sala. Algunos de ellos se paraban a hablar un momento con la agente Caxton, pero la mayoría se marchaban sin decir nada. Fetlock fue de estos últimos. Caxton creía que iba a esperar para hablar con ella, pero cuando levantó los ojos, el marshal ya había desparecido.