Capítulo 60

Nada había terminado.

Avanzó por el pasillo, iluminado por la luz reflejada de la fisura, hasta donde pudo ver. Entonces se puso a gatas y buscó por el suelo hasta encontrar su pistola. Intentó encender la linterna, pero la lente debía de haberse roto cuando Jameson se la había arrancado de las manos.

Jameson, cuya tumba permanecería vacía para siempre.

Entonces, durante un momento, Caxton lloró y, a continuación, empezó a pensar en cómo iba a regresar al pasillo iluminado. No iba a ser fácil, se dijo. No podía recordar cuántos giros daba la galería, ni si había corredores laterales en los que pudiera entrar y perderse. Caxton empezó a preocuparse. Le quedaba poco oxígeno. Si no lograba encontrar el pasillo iluminado antes de que se le terminara, si daba vueltas y más vueltas hasta que se le agotara el oxígeno, hasta que no le quedara más remedio que echarse al suelo y dormirse…

Pero sus pies recordaban el camino y, casi sin darse cuenta, se encontró de nuevo en la cámara donde se unían los pasillos. Simón seguía atado a un tronco y el cuerpo de Raleigh estaba en el mismo lugar donde había caído. Los cuatro ataúdes seguían también allí, esperando a que ella los inspeccionara.

Pero primero debía encargarse de lo más importante.

Caxton se quitó la mascarilla e intentó no inhalar demasiado humo. Colocó la mascarilla encima de la boca de Simón y le hizo respirar oxígeno hasta que el chico empezó a moverse y abrió los párpados con un leve aleteo.

No le fue fácil con las dos manos prácticamente inutilizadas, pero logró quitarle las cadenas. El chico había estado respirando el humo durante mucho más tiempo que ella, de modo que dejó que se quedara con la máscara antigás. Aun así, el chico se quedó tendido en el suelo. No tenía fuerzas ni para darle las gracias.

Pero daba lo mismo, Caxton tenía cosas importantes que hacer. En primer lugar, echó un vistazo al cadáver de Raleigh. La chica estaba muerta, dos veces y de manera definitiva. La última bala de Caxton debía de haberle atravesado el corazón, su único punto vulnerable. Su cuerpo yacía, frío e inmóvil, en el suelo y, aun así, cuando Caxton le tocó la piel tuvo aún tuvo la habitual sensación aberrante y antinatural. Por lo menos su familia tendría un cuerpo que enterrar. Aunque, por otro lado, su familia se reducía a su hermano.

Una cosa más. Caxton se acercó a la pared en la que había apoyados los cuatro ataúdes. Tres de ellos estaban cerrados. Los abrió y se inclinó para ver qué contenían.

Estaban vacíos.

—Otra vez no —sollozó Caxton.

Había habido un quinto siervo, el engendro al que había rociado con el spray. Debía de haber regresado para asistir a sus amos. A su ama.

Justinia Malvern había hablado con Caxton por teléfono. Llevaba dos meses reuniendo fuerzas, recuperando su cuerpo consumido durante siglos. Jameson la había estado alimentando con la sangre de sus víctimas.

¿Había sido capaz de escapar por su propio pie? Lo más probable era que el siervo hubiera cargado con ella, pero daba lo mismo. Fuera como fuese, podían haber huido sin problemas mientras ella se enfrentaba a Jameson.

Malvern se había largado. Se había vuelto a escapar. Tenía mucho talento para ello.

Caxton no había terminado su trabajo.

A pesar de que estaba débil y herida, destrozó su ataúd a golpes de pala, soltando maldiciones hasta que la barbilla se le llenó de babas.

Cuando terminó, dio media vuelta y vio que Simón la estaba observando. Tenía una mirada vaga y la cara cubierta de carbonilla, pero había logrado incorporarse.

—¿Se encuentra… bien? —preguntó con voz ronca.

—Aún no —respondió Caxton.

Entonces logró que el chico se levantara e incluso que diera unos pasos tambaleantes, mientras se apoyaba en el maltrecho hombro de Caxton. Juntos, emprendieron la larga y dolorosa caminata hasta la única salida al exterior. Caxton tuvo tiempo de sobras para pensar que Malvern debía de haber salido siguiendo ese mismo camino, renqueando, como ellos, apoyándose en su siervo no muerto del mismo modo en que Simón se apoyaba ahora en ella.

Al llegar al fondo del pasillo, Caxton abrió la trampilla y ayudó a Simón a arrastrarse hasta el frío exterior. A continuación salió ella, se tendió boca arriba sobre la hierba y contempló las estrellas. Dejó que Simón se tumbara junto a ella y, durante un momento, se limitaron a respirar aire puro y recuperar las fuerzas.

Naturalmente, aquello no podía durar. Se oyó un chirrido, el sonido de un zapato al pisar la gravilla y la hierba. Caxton había cerrado los ojos y a punto había estado de caer en un sueño profundo, pero en cuanto vio dos zapatos de vestir impolutos junto a su cabeza se levantó de golpe, mientras sus inoperantes manos buscaban unas armas que no estaban.

Pero no era ni un vampiro, ni un siervo, ni un habitante de Centralia furioso con los policías.

Era Fetlock.

—He salvado a Simón. Jameson está muerto —le dijo—. Y Raleigh también. Malvern ha logrado huir, pero si me devuelve la estrella, pudo encontrarla. La encontraré y…

Pero Fetlock meneó la cabeza. Su rostro reflejaba una ligera tristeza, una expresión algo más compasiva de lo que ella esperaba. Pero seguía siendo un federal. Caxton sabía por qué estaba allí.

Lentamente, levantó las manos en gesto de rendición.

—Sé lo que le ha hecho a Carboy, agente Caxton, y no tengo más remedio que arrestarla —dijo con un susurro—. Tiene derecho a guardar silencio —añadió mientras cogía las esposas que llevaba colgadas del cinturón—. Todo lo que diga podrá utilizarse en su contra en un tribunal…