Capítulo 44

Caxton apartó la sábana que cubría el cuerpo de Raleigh. La chica estaba desnuda, pero no había tiempo para recatos. Le cogió las muñecas y se las frotó. Tenía la piel helada.

—¡No! —gimió y volvió a mirar a Glauer—. ¡Venga aquí y ayúdeme! ¡Llame al equipo de emergencias!

Apoyó las manos encima del esternón de Raleigh y presionó rítmicamente, con fuerza. Glauer colocó sus labios sobre la boca de la muchacha y empezó a introducir aire en sus pulmones. Ambos sabían hacer una reanimación cardiopulmonar. La policía estatal los obligaba a pasar un examen anual de primeros auxilios. Por eso los dos sabían que aquello no servía de nada: la chica estaba muerta. Seguramente llevaba muerta varias horas.

Y, sin embargo, continuaron haciéndole el boca a boca y presionando su caja torácica. A Caxton empezaron a dolerle los brazos y comenzó a respirar de forma irregular. Al cabo de un rato llegaron los enfermeros. Uno de ellos cogió la muñeca de la muchacha y preguntó cuánto tiempo hacía que no respondía. Caxton no lo sabía y así se lo dijo, sin dejar de presionar el esternón de Raleigh. Los enfermeros le administraron una inyección de adrenalina, aunque se trató tan sólo de una formalidad. Al final le pidieron a Caxton que lo dejara.

Ésta dio un paso hacia atrás, con el corazón latiéndole en los oídos, se hundió en una silla y se quedó contemplando el cadáver.

—¿Cómo es posible? —preguntó—. ¿Qué ha sucedido?

Glauer se limitó a sacudir la cabeza, con la mirada perdida. Ni siquiera se atrevía a mirar a Caxton a los ojos. Quien respondió fue uno de los enfermeros.

—Habría que hacerle una autopsia y un análisis toxicológico para estar seguros, pero yo voto por esto —dijo, cogió uno de los brazos de la muchacha y se lo enseñó a Caxton. Ésta vio unas pequeñas marcas en la parte interior del codo de Raleigh. Había otras marcas, unos surcos que serpenteaban bajo la piel, aunque éstos eran mucho más antiguos y ya estaban casi curados.

Caxton echó un vistazo a la habitación, entonces se dejó caer de rodillas y miró bajo la cama. Allí había una jeringuilla vacía y le pareció ver también unos restos de polvo marrón. Caxton reconocía la heroína en cuanto la veía.

—Seguramente se metió una sobredosis antes de acostarse —dijo el enfermero—. Lo más probable es que perdiera el conocimiento y dejara de respirar al poco tiempo. Si les sirve de consuelo, no sintió ningún dolor. De hecho, es probable que se sintiera bastante bien antes de desmayarse.

—No, no nos sirve de consuelo —dijo Caxton—. Y ahora salgan de aquí.

—Si quieren, nos la podemos llevar, pero para eso necesitaremos que se aparten, para meter la camilla aquí dentro. Tendrán que firmar un recibo para el cuerpo y tendremos que hablar con un familiar.

—Les he dicho que salgan. Su trabajo aquí ha terminado —repitió Caxton.

—Oiga, ya sé que este momento es duro, pero hay que seguir una serie de reglas. La ley…

—A lo mejor no se ha dado cuenta, pero yo soy policía —lo cortó Caxton—. Aquí la ley soy yo, y lo que yo digo, va a misa. Y ya les he dicho a usted y a su socio que se larguen de aquí de una puta vez.

El enfermero frunció el ceño, pero hizo lo que le ordenaban. Caxton se quedó a solas con Glauer y el cadáver.

—No entiendo cómo ha podido suceder —dijo Glauer. Tenía medio bigote dentro de la boca y lo estaba chupando—. Agente especial, le prometo que no…

—Le ofreció una visita guiada. Le enseñó la oficina de comunicaciones, el departamento de delitos informáticos. Eso fue lo que dijo. Y le enseñó la sala donde se guardan las pruebas.

—¡Oh, no! —gimió Glauer.

—Usted sabía que era adicta a la heroína —siguió diciendo Caxton—. Debería haberse dado cuenta por su actitud de que estaba buscando droga.

—¡Pero si se había desintoxicado! Usted la vio, ¡no tenía pinta de yonqui!

Caxton estaba dispuesta a despedirlo en el acto.

—La sacamos de un entorno estable. Aún se encontraba en una situación de estrés increíble: el temor por su propia vida, el dolor por su familia… ¿Cuántos factores de riesgo necesitaba para derrumbarse? Vio las drogas en la sala de pruebas, todas las drogas que hemos confiscado desde Dios sabe cuándo. Debió de hacer algo para distraerlo, aunque fuera tan sólo durante un segundo.

—Sí —admitió Glauer—. Me besó.

—¡No me joda! —exclamó Caxton. Tenía ganas de dispararle a alguien, pero en lugar de eso cogió el mando a distancia del televisor y apretó el botón de encendido.

—Fue… fue muy dulce. O eso me pareció a mí. Yo le estaba enseñando cómo archivamos las pruebas. Creía que se estaba aburriendo, pero entonces me di la vuelta y ella me besó. Se puso de puntillas, me pasó los brazos por el cuello. En fin, el lote completo. Yo le dije… No sé qué le dije. Me quedé tan sorprendido que pude decirle cualquier cosa. Probablemente le dije que era demasiado viejo para ella, pero ella me dijo que el beso era tan sólo una forma de darme las gracias. Por cuidar de ella.

Caxton conocía a Glauer lo suficiente para saber cómo debía de haber reaccionado ante aquello. Sabía que el policía vivía para evitar peligros a los civiles; se había hecho policía precisamente para eso. ¿Era posible que Raleigh lo hubiera calado tan rápido? Los drogadictos podían ser diabólicamente astutos cuando se trata de conseguir la siguiente dosis.

—Di media vuelta y salí de la sala, porque no sabía qué decir. La perdí de vista apenas unos segundos, nada más.

—No necesitaba más.

—Ya lo sé. Pudo robar la jeringuilla y una bolsa de heroína sin que yo me diera cuenta —dijo Glauer, mirándose los pies—. Es horrible.

—Sí —dijo Caxton. Estaba tan enfadada que casi tenía vértigo. Pensó en despedir a Glauer. Cuando redactara el informe de aquel incidente, por lo menos éste tendría que someterse a una investigación oficial. Aunque Caxton decidiera hablar en su favor (algo que aún no había decidido), lo suspenderían de trabajo sin sueldo durante mucho tiempo. Era posible que lo despidieran sin que ella tuviera que mover ni un dedo—. Le pedí que la vigilara. La salvé de las garras de su padre y lo único que quería era que usted la mantuviera viva.

—No tiene por qué llevar esto al plano personal —se quejó Glauer.

—Ah, ¿no?

—¡No! Ha sido un terrible accidente, pero…

Caxton puso unos ojos como platos.

—¿Está seguro? ¿Está seguro que ha sido un accidente? ¿Y si ha sido un suicidio?

—No —dijo Glauer, rechazando esa posibilidad.

Pero Caxton no se podía permitir rechazarla. Para convertirse en vampiro uno debía suicidarse primero. Ésa era una de las reglas, los accidentes no valían.

—Su padre pudo transmitirle la maldición.

—Que no —insistió Glauer.

—Pudo hacerlo. Y dentro de unas horas, esta misma noche, abrirá los ojos y serán de color rojo. Abrirá la boca y estará llena de dientes. Mírela. ¡Si ya ha perdido todo el color!

—Pero eso no… Está cometiendo un error. Esto ha sido un accidente estúpido. Raleigh calculó mal la dosis, ¡nada más!

Pero Caxton negó con la cabeza.

—Tenemos que incinerar el cuerpo antes de que anochezca. Ya cometí este error una vez y lo pagué muy caro.