Capítulo 34

El armero de la policía estatal sonrió de oreja a oreja en cuanto Caxton le comunicó lo que necesitaba. Se metió en un cobertizo prefabricado que había junto al campo de tiro y volvió a salir cargado de cajas de cartón. Algunas contenían munición, las balas más gruesas y pesadas que Caxton había visto jamás. En las otras había una gran variedad de pistolas.

—O sea, que no quiere cargar con un rifle de alta potencia —dijo, retorciéndose las puntas del bigote—. Pues ésa es la mejor forma de atravesar un chaleco antibalas.

Caxton dijo que no con la cabeza.

—Me veo enzarzada en numerosas batallas cuerpo a cuerpo, en el interior de edificios. Llevaré un rifle en el maletero, pero para el día a día necesito un revólver.

—A ver, si estuviera persiguiendo a un criminal normal, le diría que no perdiera el tiempo con juguetes —dijo el hombre—. Le aconsejaría que se entrenara en el campo de tiro hasta que estuviera lista para acabar con él de un tiro en la cabeza.

Caxton volvió a negar con la cabeza.

—El único punto vulnerable de un vampiro es el corazón. Y éste lleva un chaleco antibalas IIIA y una placa pectoral metálica.

El armero se frotó la barbilla.

—Los chalecos no son perfectos. No te protegen de los cuchillos o, por ejemplo, de las estacas de madera. —Antes de que Caxton fuera capaz de reaccionar, el hombre levantó la mano y dijo—: Era tan sólo una broma. Tampoco creo que sea buena idea tratar de matarlo a cuchillazos: antes de que lograra colocarse a una buena distancia para apuñalarlo, ya estaría muerta. De acuerdo, pensemos en otra cosa. El tejido de los chalecos antibalas pierde su efectividad en cuanto se moja.

—¿Me está sugiriendo que sólo le dispare cuando llueva? No puedo considerar esa opción —dijo, meneando la cabeza—. Necesito potencia de fuego.

—Y yo estoy encantado de complacerla. No suelo sacar esto tantas veces como a mí me gustaría.

Los diminutos ojos del armero centellearon de satisfacción mientras abría la primera caja. En su interior había un revólver con un cañón de 25 centímetros: el doble que el de su Beretta. Era de acero inoxidable y tenía una gruesa empuñadura forrada de caucho diseñada para matar de un culatazo. Caxton la alzó con ambas manos y a punto estuvo de soltar un grito de asombro. Debía de pesar dos kilos. Era como si estuviera sosteniendo una pieza de maquinaria enorme y se preguntó si sería capaz de desenfundarla sin problemas.

—¿Qué es? —preguntó.

—Una Smith & Wesson modelo 500. 500H, para ser precisos. Se carga con balas 500 Smith & Wesson Magnum, de las más potentes del mundo. Los de la Asociación contra las Armas las han bautizado como «balas antichalecos».

—¿Y los demás cómo las llaman?

El armero se encogió de hombros.

—La Asociación Nacional del Rifle asegura que no puede penetrar una placa de metal. Afirman que han realizado pruebas con chalecos antibalas que lo demuestran. Decida usted a quién creer. Lo que yo sé es que ésta bala podría detener a un oso pardo enfurecido antes de que le pusiera a uno las zarpas encima.

Caxton puso unos ojos como platos. Alargó el brazo para coger unos tapones para los oídos. El armero también le pasó unos cascos protectores.

—Los necesitará —le comentó.

Caxton se preparó para disparar contra una diana de entrenamiento colocada a unos veinte metros de distancia, adoptó una postura cómoda, flexionó las rodillas y apretó el gatillo. El revólver soltó una gran llamarada y provocó un violento movimiento de retroceso. El brazo de Caxton salió disparado hacia arriba y a punto estuvo de darse en la cara. Sentía como si alguien le hubiera golpeado el hombro.

—¡Por Dios! —gritó.

Cuando bajó el arma y se quitó los protectores, aún le pitaban los oídos.

—No le ha temblado el pulso —dijo el armero, admirado—. La mayoría de las mujeres, cuando disparan por primera vez con un arma tan potente, cierran los ojos y giran instintivamente la cabeza.

Caxton volvió a coger la pistola y la examinó.

—Mecanismo de doble acción, como mínimo. Pero aquí pasa algo raro. —La mayoría de los revólveres contenían hasta seis proyectiles en el barrilete, detrás del cañón—. Sólo hay cinco recámaras.

—Las balas eran demasiado grandes para meter seis —explicó el armero.

Presionó un botón para acercar la diana. La bala que acababa de disparar había dejado un boquete de proporciones considerables junto al hombro de la silueta que había dibujada en la diana. Caxton no quiso ni imaginar qué le habría hecho esa bala a un ser humano. De todos modos, no se había ni acercado al corazón, y Caxton era una buena tiradora. Había practicado religiosamente bajo las órdenes de su padre, que había sido sheriff en un pueblo minero y un excelente tirador. Eso significaba que era consciente de sus limitaciones. Sabía que la primera vez que se dispara con una pistola nueva, nunca se da en el blanco.

Pero también sabía que había tenido muchas dificultades para controlar el arma.

—No tengo fuerza suficiente para esta arma —dijo—. Si fuera Arnold Schwarzenegger, tal vez. Pero no lo soy.

—Con el tiempo suficiente y un poco de entrenamiento la manejaría sin problemas —la animó el armero.

—Precisamente de lo que no dispongo es de tiempo.

El armero lo comprendió, frunció el ceño y guardó el revólver en la caja. Tenía otra pistola que quería que Caxton probara, una que la agente reconoció al instante. La había visto en miles de películas y programas de televisión; una Mark XIX Desert Eagle, una pistola fabricada en Israel que siempre le había parecido perfecta para hombres con complejo de pene pequeño. Tenía un cañón triangular muy grueso y una culata maciza que Caxton apenas lograba empuñar con una mano. El cañón era tan largo que casi parecía de chiste: quince centímetros, incluso más largo que el de la Smith & Wesson 500. Cuando Caxton la sujeto, se sintió como si estuviera sosteniendo un objeto del atrezo de una película. A su lado, su Beretta parecía de juguete.

Comprobó que el seguro estuviera puesto y abrió el cargador. Contenía siete balas. Mejor que las cinco del revólver, pero su Beretta tenía capacidad para quince.

El armero jugó con una bala entre los dedos.

—Se trata de una 50AE. Peligrosa. Muy potente.

—De acuerdo.

El hombre le quitó el arma de las manos y la volvió a cargar.

—Lo normal es que, con municiones tan grandes, se use un revólver. Pero la Desert Eagle es un poco diferente. Su diseño se asemeja más al de un rifle que al de una pistola, sobre todo por el cañón. Mecanismo accionado por gas, estriado poligonal. Su cerrojo rotativo es muy parecido al de los rifles MI6.

—Perfecto.

Caxton se puso el protector para los oídos, pidió despejar el campo de tiro, suspiró y disparó. El retroceso no fue tan fuerte como con la Smith & Wesson 500, pero aun así le faltó poco para perder el control de la pistola en el momento del disparo. Cuando la diana se le acercó revoloteando, se dio cuenta de que se había acercado más al corazón, pero no mucho más.

—No tan perfecto —dijo. Soltó un suspiro y dejó el arma—. Las balas grandes no son lo mío. ¿Qué me dice de algún otro tipo de munición? ¿JHP o algo así?

—En realidad, las balas JHP no tienen potencia para penetrar —explicó el armero—. Están diseñadas para causar grandes estragos en el interior del objetivo, pero nunca lograrían atravesar una placa metálica. Si lo que quiere es una bala mágica, está buscando proyectiles de uranio empobrecido.

—¿En serio? —preguntó Caxton, arqueando las cejas.

—Ya lo creo. Son mucho más densas que las de plomo, de modo que son más duras. Las balas de uranio son perfectas para perforar un chaleco antibalas. Además son pirofóricas, o sea, que si se deforman por el impacto, tienen tendencia a arder y estallar. También son ligeramente radioactivas, o sea, que si no se carga al objetivo directamente, le provocarán un cáncer. Eso sí, tienen un problema.

—¿Cuál?

—Tendría que estar en el ejército para ver una bala de uranio, y ni siquiera el ejército fabrica munición de uranio para armas de bajo calibre. Lo hacían en los noventa, pero de pronto cayeron en la cuenta de que estaban disparando proyectiles radioactivos contra cada bunker, casa y hospital de Oriente Próximo. Eso podría haber tenido un impacto político terrible, de modo que dejaron de fabricarlas. La ONU está intentando que los ejércitos dejen de usar munición de uranio de todo tipo.

—¿Y no tendrá usted una cajita de esas balas extraviada por ahí? —lo interrumpió Caxton.

—No. —El hombre se acarició el bigote un rato y finalmente abrió una caja de cartón sin marcas y la colocó frente a ella—. Pero tengo éstas. Completamente ilegales, desde luego. Las requisamos durante una redada de narcóticos hace unos años.

Caxton sacó una de las balas de la caja. Tenía la misma forma y el mismo tamaño que las balas con que cargaba su Beretta 92. La única diferencia visible era que éstas tenían un baño verde en la punta. Pasó el dedo por encima de la bala y se preguntó de qué le sonaba. Entonces miró al armero.

—¿Qué son?

El hombre evitó sus ojos y fijó la mirada en la caja de munición. La contemplaba como si estuviera llena de serpientes venenosas. Finalmente cambió de postura y le contestó:

—Son balas mata polis.

—¡No me joda! —exclamó Caxton, que examinó la bala con más atención. Era extraño, pero parecía más ligera que una bala corriente—. ¿Son balas de teflón?

El hombre se encogió de hombros.

—Ese nombre es engañoso. El revestimiento de teflón sirve tan sólo para proteger la pistola, pero no hace que sean más mortíferas. La verdadera mejora es que la bala es de latón y no de plomo. El latón es mucho más duro que el plomo, de modo que cuando impacta contra el objetivo, en su caso la placa reforzada, no se aplasta ni se funde, sino que penetra de una sola pieza, con toda su energía intacta. Teóricamente esa bala puede atravesar cualquier chaleco de los que usa la policía.

—¿Y funciona?

El armero se encogió de hombros.

—Eso depende de a quién se lo pregunte. Yo he leído informes balísticos de todos los colores. La única verdad es que no han disparado a nadie con estas balas, pues las ilegalizaron unos diez minutos después de que las inventaran, de modo que no hay forma de saberlo. Yo tan sólo he visto las que contiene esta caja. Teóricamente, las fuerzas de la ley pueden comprarlas, pero debería ver el papeleo que exige la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos. Yo sólo he disparado un par de ellas y puedo asegurarle que pueden penetrar sin problemas una puerta de un coche. Y también puedo asegurarle que, en cuanto se lleve esa caja, no volveré a conseguir otra igual durante mucho tiempo. O sea, que utilícelas con tiento.

Caxton asintió, soltó la caja y se la metió en el bolsillo.

—Gracias —dijo.

El hombre meneó la cabeza, pero no la miró.

—Tengo algo más que puede interesarle. Lleva usted una Beretta, ¿verdad? Se trata de la actualización de ese modelo.

—¿En serio? —Caxton sacó su pistola y la dejó encima del mostrador—. Ésta me ha ido siempre bastante bien.

—Tenga, pruebe ésta —dijo el tipo, y abrió otra de sus cajas. Dentro había una pistola casi idéntica a la suya, aunque parecía salida del futuro. El mango era más ergonómico, y la pistola en sí era un poco más ligera y tenía una pequeña linterna incorporada bajo el cañón—. Le presento la Beretta 90-Dos —dijo el hombre y le enseñó el nombre grabado en la caja—. La han mejorado en muchos sentidos, pero permítame que le muestre mis características preferidas. Fíjese —dijo, señalando tres puntos verde claro—, esto son mirillas de visión nocturna. Así podrá disparar de noche. Aquí hay una lengüeta roja que se levanta cuando hay una bala en la recámara, o sea que no tendrá que deslizar el cargador para asegurarse. Y luego está este accesorio, que puede resultar muy útil teniendo en cuenta los lugares en los que se mete. —Manipuló dos interruptores de la linterna. El haz de luz era tan brillante que se veía incluso bajo la claridad de un día de invierno. Le resultaría muy útil cuando quisiera cazar vampiros en noches de luna nueva. Pero mejor aún que la linterna era el puntero láser que ésta llevaba acoplado debajo—. Con la linterna y el láser conectados simultáneamente, la batería tiene una autonomía aproximada de una hora. Recuérdelo. Además, tendrá que ajustar el puntero láser manualmente. Con la linterna no cabrá en la funda que usa actualmente, pero tengo una nueva que le irá de perlas. —El hombre observó a Caxton mientras ésta apuntaba, luego la bajaba y la levantaba de nuevo rápidamente—. Y lo mejor es que el cargador tiene capacidad para diecisiete balas, dos más que el modelo antiguo. ¿Le gusta?

Caxton se dijo que le encajaba perfectamente en la mano.

—Me la quedo —concluyó—. Envuélvamela.