Capítulo 12

Pasaron varias horas. En el este, una mancha rosada teñía el horizonte. Faltaban unos minutos para el amanecer. Caxton empezaba a sentirse segura de nuevo, por lo menos un poco. Y, sin embargo, cuando el marshal Fetlock se le acercó por detrás y le dio un golpecito en el hombro, dio un brinco.

—Lo siento, agente. No quería…

Caxton levantó una mano y clavó la mirada en la punta de sus zapatos, hasta que el corazón dejó de golpearle contra el pecho.

—No es culpa suya. Me han informado de que había llegado, debería haber estado preparada para recibirle.

Lentamente estiró los brazos, con los que se había estado agarrando el estómago. Le tendió una mano al federal y éste se la estrechó.

—Es sólo que ha sido una noche muy larga —explicó la agente.

—Le agradezco que tenga la amabilidad de hablar conmigo —respondió Fetlock, con una sonrisa paciente—. Seguro que está muy ocupada.

Caxton se encogió de hombros. Una hora antes sí había estado ocupada, coordinando las operaciones policiales, precintando el motel y dirigiendo un equipo de agentes que rastrearon el campo buscando alguna señal de Jameson. No habían encontrado nada, y Caxton había decidido que podía regresar a casa, pues su trabajo allí había terminado.

Pero entonces Fetlock había llamado para pedir acceso a la escena del crimen. Era una petición de lo más inoportuna: eran las seis de la mañana. Caxton no había dormido en toda la noche, y lo único que quería era llegar a su casa. Había pensado en decirle que primero necesitaba descansar, pero él había insistido en que era importante y que necesitaba de veras ver la escena del crimen mientras aún estaba fresca. Caxton llevaba mucho tiempo trabajando de policía y sabía cómo funcionaban las jerarquías. Decirle que no a un federal tenía siempre consecuencias negativas. Así pues, se había quedado en el motel, esperando a que llegara. No tenía idea de qué quería. Había acudido a su reunión de la USE, pero luego se había marchado sin decir nada y ahora pretendía entrometerse en su investigación. Aquello no tenía sentido.

—No es que no me alegre de verlo —dijo Caxton—, pero le agradecería que me explicara su perentorio interés por este caso. Particularmente a estas horas de la madrugada.

Fetlock sonrió de oreja a oreja.

—Supongo que soy un tipo madrugador. En cuanto a mi interés, es puramente informal, se lo aseguro. Si prefiere no hablar conmigo ahora, dejaré que se marche encantado.

Caxton sacudió la cabeza. Había trabajado con los federales con anterioridad y sabía que seguramente ésa sería la única explicación que iba a sacarle, por lo menos hasta que Fetlock necesitara algo más de ella.

—No, no —insistió Caxton—. Es sólo que no estoy segura de poder ayudarlo.

—¿Por qué no me cuenta lo que ha pasado aquí?

—Todo empezó por una entrevista de rutina. Tenía una cita con Angus Arkeley, el difunto hermano de Jameson, y estábamos hablando. Entonces, la situación se agravó.

Lo puso al corriente de los acontecimientos de la noche anterior y tan sólo omitió su estado mental, su confusión y sus dudas, los momentos de pánico y miedo, y el vacío de memoria cuando Jameson la había hipnotizado.

Cuando terminó su historia, Fetlock evitó hacer ningún comentario y le pidió a Caxton que le mostrara la escena.

Después de que Jameson se marchara y cuando se sintió lo bastante recuperada para levantarse, regresó a la parte delantera del motel. Llamó a una ambulancia, que llegó enseguida, pero los enfermeros no habían sabido por dónde empezar y ella había tenido que explicarles que su paciente no era el cadáver del aparcamiento. En su opinión, era evidente. Los restos del siervo apestaban como si llevaran varios meses pudriéndose allí y lo que quedaba de sus músculos y sus órganos internos era tan escaso que lo habría podido recoger con una sola mano. Al final, los enfermeros colocaron un precinto alrededor del cadáver y lo cubrieron con una manta. Ahora, bajo la luz amarillenta que caía sobre el aparcamiento, Caxton apartó ligeramente la manta para que Fetlock viera qué aspecto tenía.

El federal hizo una mueca de asco, tal vez por el hedor, tal vez por el aspecto del siervo.

—No será fácil identificarlo —dijo.

—Lo dice en broma, pero es cierto. La piel está demasiado degradada para obtener una huella dactilar y tiene todos los dientes rotos, de modo que también podemos descartar identificarlo por la dentadura. No lleva ni cartera ni documentación de ningún tipo, ni encima ni en el coche. Lo he comprobado.

No había sido una tarea divertida.

—¿Y dice que Angus lo mató a patadas? —preguntó Fetlock—. Eso no explica la descomposición…

Caxton sacudió la cabeza.

—Angus se empleó a fondo con él, pero creo que de todos modos ya tenía este aspecto. Ha muerto de viejo —dijo la agente. Fetlock frunció el ceño, pero Caxton se limitó a encogerse de hombros—. Jameson debió de llamarlo de entre los muertos hace más de una semana y ha estado pudriéndose desde entonces. Este tipo no era una amenaza para nadie. Ni siquiera podía tenerse en pie, no digamos ya empuñar un arma. Yo creo que fue intencionado.

—¿A qué se refiere?

—Jameson tenía que saber que a su siervo le quedaba poco tiempo de vida. Podría haber mandado a un cadáver más reciente para que transmitiera su mensaje, pero si lo hubiera hecho, si el siervo hubiera vivido unas horas más, yo lo habría podido interrogar y sonsacarle la ubicación de la guarida de Jameson. Este, en cambio, ya no va a decir nada.

Volvió a cubrir el rostro del siervo con la manta. En teoría, el equipo de análisis capilar y de fibras se dirigía ya hacia allí desde Harrisburg para echarle un vistazo, pero Caxton dudaba que fueran a encontrar nada. El cuerpo seguía descomponiéndose a gran velocidad y para cuando llegaran, probablemente no quedaría de él más que un charco pestilente y un puñado de huesos astillados.

—Tal vez eso explique por qué Jameson vino tan pronto. El siervo no debía llegar hasta la medianoche para conocer la respuesta de Angus, pero se presentó a las seis de la tarde. Creo que Jameson sabía que su siervo no aguantaría hasta las doce.

—Eso ya lo ha mencionado antes: que Jameson había acudido a ver a su hermano y le había ofrecido algo que Angus había rechazado. Pero aún no ha dicho cuál era la oferta.

—Bueno, a mí tampoco me lo dijo nadie —respondió Caxton, que condujo al federal hacia la habitación del motel. Había dos agentes estatales ante la puerta, custodiando la entrada, mientras un equipo de fotógrafos trabajaba en el interior, documentando el lugar donde habían transcurrido los últimos instantes de la vida de Angus Arkeley—. Angus me mintió intencionadamente y no me dijo nada acerca de la oferta. Me dio la impresión de que creía que aquello era un asunto familiar y que debía encargarse personalmente de acabar con Jameson. Entre, le enseñaré cómo terminó por pensar así.

Se metieron en el pequeño cuarto de baño, pero antes tuvieron que echar a un fotógrafo y al cabo que velaba por mantener la escena en orden. Caxton abrió la puerta de la bañera y dejó que Fetlock echara un vistazo.

Estaba vacía o, por lo menos, no había ningún cuerpo dentro. Los enfermeros se habían llevado a Angus, lo habían llenado de plasma y habían intentado mantenerle el corazón en marcha hasta llegar al hospital. No había servido de nada. Habían dictaminado su muerte en la ambulancia, mientras aún estaban en la carretera. En aquel momento, el cuerpo estaba en la morgue del hospital, bajo estricta supervisión. Jameson tenía la facultad de llamar a su hermano de entre los muertos y convertirlo en un siervo no muerto, como el chaval del aparcamiento. Caxton no tenía motivos para creer que Jameson fuera a hacerlo (tan sólo serviría para brindarle a ella otra oportunidad de interrogarlo), pero no estaba dispuesta a asumir ningún riesgo.

—Jameson lo arrastró hasta aquí, básicamente para alejarlo de mí. Estuvo cinco segundos a solas con su hermano antes de que yo entrara y empezara a disparar. ¿Qué ve aquí? —le preguntó.

Fetlock giró la cabeza.

—Veo mermelada de fresa. Unos cinco litros.

Caxton se obligó a sonreír. Aquel federal empezaba a caerle mal, ocultaba demasiado sus propias cartas cuando se suponía que estaba colaborando.

—Se trata de sangre coagulada, evidentemente. La sangre de Angus. Lo que veo yo es un vampiro que ya había comido la noche anterior.

—Ésa es una conclusión interesante.

Caxton asintió.

—Un vampiro hambriento habría encontrado la forma de beberse la sangre, cada gota le habría parecido preciosa. Esto es un dispendio. Jameson no trajo a su hermano hasta aquí para beberse su sangre, lo trajo aquí para asesinarlo. Así de simple.

—¿A su propio hermano? ¿Por qué?

—Porque había rechazado la oferta. Me ha preguntado qué le había ofrecido Jameson a Angus y yo le he dicho que no estaba segura, pero creo que puedo adivinarlo. Un vampiro tan sólo puede ofrecer una cosa: su maldición. Creo que Jameson Arkeley le ofreció a su hermano convertirlo en vampiro. Le ofreció veinticuatro horas para que se lo pensara y es posible incluso que Angus se sintiera tentado; la vida eterna debe sonar de maravilla para un viejo, aunque sepa el precio que deberá pagar por ella. Pero Angus dijo que no, y Jameson lo mató antes de que pudiera decirme nada más.

Por primera vez, Fetlock mostró cierta sorpresa. Su rostro palideció ligeramente y sus ojos se abrieron un poco más.

—O sea, que quería convertir a su hermano en lo mismo que él, pero al ver que no podía, decidió impedir por lo menos que hablara con usted. Y utilizó intencionadamente a un siervo medio descompuesto para que usted no pudiera interrogarlo.

—Sí, me parece una teoría plausible —dijo Caxton.

—En ese caso, le tiene a usted mucho miedo.

Caxton soltó una carcajada.

—Sí, soy su mayor amenaza —dijo y le mostró al federal la ventana de encima del váter, por la que había huido Jameson—. Allí afuera —dijo— le he disparado a bocajarro dos balas de nueve milímetros al corazón. Entonces se ha levantado, me ha dejado impedida y se ha largado de aquí indemne. Soy una gran amenaza, vamos.

El miedo volvió a apoderarse de ella y no pudo evitar echarse a temblar. Le traía sin cuidado que Fetlock se diera cuenta de que estaba acojonada. No podía seguir escondiéndolo. Pero el federal se encogió de hombros.

—No hay ser en el mundo a quien tema tanto como a usted. Es la persona que mejor lo conoce. Conoce sus puntos fuertes. Algo es algo. Y no hay ninguna persona viva que sepa más cosas sobre cómo matar vampiros que usted.

«Viva no, pero no muerta seguramente sí», pensó Caxton. Jameson le había enseñado todo lo que sabía, pero ahora se daba cuenta de que no le había contado algunos secretos.

—Gracias —le espetó—. Me alegra mucho oír eso —añadió, pero se dio cuenta de que en cierto modo hablaba en serio. Era agradable saber que alguien creía en ella—. Y ahora, ¿me va a decir a qué ha venido?

—De acuerdo —respondió Fetlock, que se sentó en la tapa del váter—. Estoy aquí para ofrecerle una estrella.