ESCENA DÉCIMA

Loma cubierta de brezo. El camino serpentea en la altura.

Peer Gynt:

«Esto puede servir para muchas cosas», dijo Esben agachándose a tomar el ala de una picaza. ¡Quién hubiera podido pensar que los pecados habrían de sacarme del aprieto de la última noche! Bueno; el asunto sigue siendo enojoso. En realidad, esto es ir de mal en peor. Pero existe un dicho, confirmado por la experiencia: «Mientras hay vida, hay esperanza.» (Un hombre flaco, con indumentaria de pastor, abotonado hasta el cuello y una red de cazar pájaros al hombro, viene corriendo por la loma.) ¿Quién será? ¡Un pastor con una red de cazar pájaros! ¡Vaya! Por lo visto, soy el niño mimado de la Fortuna. Buenas noches, señor pastor. El sendero es malo…

El hombre flaco:

Sí, efectivamente; pero ¿qué no se hará por un alma?

Peer Gynt:

¡Ah! ¿Hay alguien que va a emprender el camino del cielo?

El hombre flaco:

No; espero que haya tomado otra dirección.

Peer Gynt:

Señor pastor, ¿me permite usted que lo acompañe un rato?

El hombre flaco:

Con mucho gusto; me agrada ir acompañado.

Peer Gynt:

Tengo un peso en el corazón…

El hombre flaco:

¡Heraus[72]!. Comience usted.

Peer Gynt:

Aquí, ante los ojos de usted, se encuentra un hombre decente. He respetado la ley del Estado honradamente; nunca sufrí prisión. Sin embargo, uno puede resbalar en alguna ocasión y…

El hombre flaco:

¡Bah! Eso le ocurre hasta al mejor.

Peer Gynt:

Pues verá usted: esas pequeñeces…

El hombre flaco:

¿Nada más que pequeñeces?

Peer Gynt:

Sí; siempre me abstuve de pecados grandes.

El hombre flaco:

En tal caso, buen hombre, no me moleste. No soy lo que usted parece creer. Mire mis dedos. ¿Qué les encuentra de particular?

Peer Gynt:

Unas uñas extraordinariamente grandes.

El hombre flaco:

¿Y ahora? ¿Está usted mirando mis pies?

Peer Gynt (Señalando con el dedo):

¿Ese casco es natural?

El hombre flaco:

Sí; me precio de ello.

Peer Gynt (Descubriéndose):

Habría jurado que era usted un pastor, y resulta que tengo el honor… En fin, lo mejor es lo mejor siempre… Si la puerta grande está abierta, evita la puerta de la servidumbre; si puedes llegar al rey, evita a los lacayos.

El hombre flaco:

¡Un apretón de manos! Lo creo a usted libre de prejuicios. Bien, amigo; ¿en qué puedo servirle? No me pida poder ni dinero; no podría proporcionar tales cosas, aunque me ahorcaran. No puede figurarse lo mal que va el negocio; las transacciones han disminuido considerablemente. Apenas llegan almas; sólo una de tarde en tarde…

Peer Gynt:

¿Tanto ha mejorado el género?

El hombre flaco:

No, al contrario; se ha degradado vergonzosamente. La mayoría termina en el cazo de fundir.

Peer Gynt:

Sí; algo de ello he oído decir, y da la coincidencia de que he venido por esa causa.

El hombre flaco:

Hable sin temor.

Peer Gynt:

Si no fuese inmodesto, quisiera…

El hombre flaco:

¿Un alojamiento?

Peer Gynt:

Ha adivinado usted mi petición antes que yo la hiciera. La empresa va, como usted dice, mal; así que tal vez no le importe…

El hombre flaco:

Pero, querido…

Peer Gynt:

Mis pretensiones no son muy exageradas. No necesito sueldo; me basta con un trato amable, según el lugar y las circunstancias…

El hombre flaco:

¿Habitación caliente?

Peer Gynt:

No muy caliente, y, a ser posible, con opción a abandonarla sano y salvo, o con derecho, como se dice, a retirarse cuando lleguen días mejores.

El hombre flaco

:Querido amigo, lo lamento sinceramente; pero no puede usted figurarse la cantidad de peticiones similares que recibo de las gentes cuando van a dejar su misión en la tierra.

Peer Gynt:

No obstante, si se considera mi conducta anterior, creo que soy hombre que tiene derecho a entrar…

El hombre flaco:

Ésas no eran más que cosas de poca importancia…

Peer Gynt:

Puede que sea así; pero también recuerdo ahora que, además, me dediqué a la trata de negros…

El hombre flaco:

Ha habido quien se ha dedicado a la trata de voluntades y almas; pero lo hicieron tan sumamente mal que no consiguieron entrar.

Peer Gynt:

Exporté imágenes de Brahma a China.

El hombre flaco:

¡Otra vez el estilo del hombre débil! De estas cosas no podemos hacer más que sonreírnos. Hay gentes que exportan figuras aún más feas en discursos, en arte y en literatura, y aun así tienen que quedarse fuera…

Peer Gynt:

Sí; pero ¿sabe usted?… ¡He fingido ser Profeta!

El hombre flaco:

¿En el extranjero? ¡Mentira! Si no tiene usted mejor argumento en que basarse, no podría darle alojamiento, por mucho que quisiera.

Peer Gynt:

Escuche: en un naufragio…, iba sentado en la quilla de una lancha, y como está escrito: «Cuando uno se ahoga se agarra a una paja…» Y también está escrito: «Cada uno debe pensar en sí mismo.» De tal modo que en parte separé a un cocinero de la vida.

El hombre flaco:

Me conformaría con que hubiera separado en parte a un cocinero de otra cosa. ¿Qué es eso de «en parte»? ¿Quién cree usted que, en tiempos como los que vivimos, es capaz de malgastar combustible por seres tan mezquinos y tan informales? Sí; no se enfade… La indirecta se refería a los pecados de usted, y discúlpeme que me explaye de esta manera. Escuche, querido amigo: deseche esa presunción de la cabeza y hágase a la idea del cazo de fundir. ¿Qué conseguiría con que yo le proporcionase manutención y alojamiento? Piénselo usted, que es hombre sensato. Claro que se queda con el recuerdo; pero las ojeadas sobre el paisaje del recuerdo serían, lo mismo para el corazón que para la inteligencia, lo que los suecos llaman bra litet rolig[73]. Usted no tiene por qué sufrir o sonreír, alegrarse o evadirse. Nada que le dé frío o calor; si acaso, un poco de resquemor.

Peer Gynt:

Está escrito que no es fácil saber dónde aprieta el zapato al que lo lleva puesto.

El hombre flaco:

Así es. Yo —gracias a quien me sé— tengo necesidad de una sola bota… Pero, a propósito de botas, recuerdo que debo marcharme en busca de una carne para asar, que espero será de primera calidad. Así que lo mejor será que no me entretenga aquí con estas simplezas…

Peer Gynt:

¿Y puedo preguntar qué pienso pecaminoso ha cebado a ese tipo a que usted se refiere?

El hombre flaco:

Según creo, fue él mismo, tanto de noche como de día. Y eso es, realmente, lo que importa.

Peer Gynt:

¿Él mismo? ¿Así que esa clase de personas son sus feligreses?

El hombre flaco:

Depende… Para ellos, al menos, la puerta está entreabierta. Se puede ser uno mismo de dos maneras diferentes: por el derecho o por el revés del traje. ¿Sabe usted que hace poco han descubierto en París un modo de hacer retratos con el sol? Se pueden sacar bien retratos directos o bien los que se llaman negativos. Estos últimos presentan la luz y la sombra a la inversa, y hasta parecen feos y raros. Pero también se encuentra en ellos semejanza, y sólo hay que revelarlos… Si un alma, durante el curso de su vida, da una fotografía negativa, la placa no es rechazada por ello… De estas placas así recibo alguna que yo trato por mi propia cuenta y, merced a medios adecuados, se verifica en ellas una transformación. Las paso por vaho, unto, quemo, limpio con azufre y otros ingredientes, hasta que aparece la placa que se llama el positivo. Pero si, como en el caso de usted, la prueba es un poco borrosa, no sirven para nada el azufre, la sosa cáustica y los demás ingredientes.

Peer Gynt:

De manera que hay que llegar a usted como un grajo, para luego marcharse como una perdiz, ¿no es así? ¿Puedo preguntarle qué nombre da usted al negativo que va a transformar ahora en positivo?

El hombre flaco:

Peer Gynt.

Peer Gynt:

¿Peer Gynt? ¡Ah! ¿Y ha conservado el señor Gynt su yo?

El hombre flaco:

Sí; él lo jura así.

Peer Gynt:

Por supuesto, ese Peer Gynt es digno de crédito.

El hobre flaco:

¿Tal vez lo conoce usted?

Peer Gynt:

¡Pchs! Conoce uno tantas personas…

El hombre flaco:

No puedo perder más tiempo. ¿Dónde lo vio usted por última vez?

Peer Gynt:

Por el Cabo…

El hombre flaco:

¿De Buena Esperanza?

Peer Gynt:

Sí; pero creo que pronto se irá de aquel lugar.

El hombre flaco:

Entonces tendré que irme pronto. ¡Ojalá pueda cazarlo a tiempo! ¡Ese Cabo nunca me gustó! Andan por allá unos malos misioneros de Stavanger[74] (Se marcha rápidamente en dirección Sur.)

Peer Gynt:

¡Qué perro necio! ¡Cómo sale corriendo con la lengua fuera! Pues se va a quedar con la cara bien larga. Se hace valer un tipo así; pero ya puede hacerse el importante. Con ese oficio no creo que pueda engordar mucho. Pronto caerá. Yo tampoco estoy muy seguro. Puede decirse que he sido expulsado de la clase de nobles propietarios… (Se ve caer una estrella). ¡Recuerdos a Peer Gynt, hermana estrella! Aparecer, apagarse y morir en el abismo… (Se estremece angustiado, adentrándose en la niebla. Continúa en silencio un rato; después grita): ¡No hay nadie! ¡Nadie entre la multitud! ¡Nadie en el abismo! ¡Nadie en el cielo! (Reaparece más abajo. Arroja su cayado.) ¡Tan increíblemente pobre puede volver un alma a la nada entre las nieblas grises! ¡Tierra divina, no te enojes porque haya pisoteado tus hierbas inútilmente! ¡Sol adorable, has derrochado tus espléndidos y relucientes rayos sobre una pobre cabaña deshabitada sin nadie a quien calentar y animar! Dicen que el amo nunca se encontraba en casa. Sol divino, tierra generosa, qué necios fuisteis al alumbrar y alimentar a mi madre. Espíritu de avaro o naturaleza pródiga, es caro pagar con la vida el propio nacimiento… Quiero subir al pico más alto y abrupto; quiero ver aún una vez más la salida del sol, contemplar hasta agotarme la tierra prometida, intentar cubrirme bajo un montón para que pongan sobre él: «Aquí está enterrado "Nadie”». Y luego…, después…, ¡suceda lo que sea! (Por el sendero del bosque caminan varias personas hacia la iglesia.) ¡No los miraré jamás! ¡Hay vacío y soledad en ellos! (Intenta deslizarse entre los arbustos, pero se encuentra en la encrucijada.)

El fundidor:

¡Buenos días, Peer Gynt! ¿Dónde está la lista de los pecados?

Peer Gynt:

¿Me creerás si te digo que he llamado y silbado con todas mis fuerzas…?

El fundidor:

¿Y no has encontrado a nadie?

Peer Gynt:

Solamente a un fotógrafo ambulante.

El fundidor:

Pues el plazo ha terminado.

Peer Gynt:

¿Oyes los graznidos del búho? Anuncian que todo ha terminado.

El fundidor:

Es la campana de maitines.

Peer Gynt (Señalando con el dedo):

¿Qué es aquello que se ve brillar?

El fundidor:

Es la luz de una cabaña.

Peer Gynt:

¿Y ese sonido?

El fundidor:

Simplemente una mujer que canta.

Peer Gynt:

Pues ahí, ahí mismo, es donde tengo que encontrar la lista de los pecados.

El fundidor (Agarrándolo por un brazo):

¡Ocúpate de tu casa! (Han salido de la maleza y están junto a la cabaña. Comienza a amanecer.)

Peer Gynt:

¿Que me ocupe de mi casa? Esta es. ¡Vete! ¡Déjame! Aunque el cazo fuese del tamaño de un ataúd no cabríamos en él yo y mi lista.

El fundidor:

¡Hasta la tercera encrucijada, Peer! Pero entonces… (Se aparta y vase.)

Peer Gynt (Acercándose a la cabaña):

«Vaya o venga…, ¡siempre estoy a igual distancia! Da lo mismo que entre o que salga. ¡Siempre es así de estrecho!» (Se detiene.) ¡No! Es verdaderamente triste entrar en casa para salir… (Vuelve a detenerse a los pocos pasos). «Da la vuelta», decía Boigen. (Oye cantar dentro de la cabaña.) No; ahora iré derecho, por ingrato que sea el camino. (Se dirige corriendo a la casa. Aparece, a la vez, en el umbral Solveig, con el libro de salmos envuelto en el pañuelo y un bastón en las manos. Se presenta esbelta y cariñosa. Peer se arrodilla bajo el dintel.) Si tienes sentencia para un pecador, pronúnciala ya.

Solveig:

¡Es él, es él! ¡Bendito sea Dios! (Lo busca a tientas.)

Peer Gynt:

¡Quéjate! ¡Repróchame mi delito una y mil veces!

Solveig:

¡Nada has pecado, mi único, mi auténtico amor! (Lo busca a tientas otra vez y, por fin, lo encuentra.)

El fundidor (Detrás de la cabaña):

¿Y la lista, Peer Gynt? ¿Dónde tienes la lista?

Peer Gynt:

¡Pregona mi culpa! ¡Pregónala!

Solveig (Sentándose a su lado):

¡Has convertido mi vida en un maravilloso y divino canto! ¡Bendito sea nuestro encuentro en esta mañana de Pentecostés!

Peer Gynt:

¡Entonces, estoy perdido!

Solveig:

Hay alguien que dispone…

Peer Gynt:

¡Perdido! A no ser que sepas cómo resolver enigmas.

Solveig:

¡Dímelos!

Peer Gynt:

¡Claro que sí! ¿Puedes decirme dónde ha estado Peer Gynt desde la última vez que lo viste?

Solveig:

¿Dónde ha estado?

Peer Gynt:

Sí; ¿dónde estuvo tal como Dios lo concibió, con el sello de la predestinación sobre la frente? ¿Puedes decírmelo? Si no, tendré que regresar y hundirme en países nebulosos…

Solveig (Sonriendo):

¡Oh! Ese enigma es muy fácil de resolver.

Peer Gynt:

¡Pues di lo que sepas! ¿Dónde estuve «yo mismo», el íntegro, el verdadero? ¿Dónde estuve, con el sello de Dios puesto en mi frente?

Solveig:

¡En mi fe, en mi esperanza y en mi amor!

Peer Gynt (Retrocede, sorprendido):

¿Qué dices…? ¡Cállate! ¡Son palabras alegres dirigidas al hijo que vive en ti, del cual eres la propia madre!

Solveig:

Sí, lo soy; pero ¿quién es su padre? Es él quien perdona a ruegos de la madre.

Peer Gynt (Brillándole la cara al comprender, grita):

¡Mí madre! ¡Mi esposa! ¡Mujer sin mancha! ¡Ah! ¡Escóndeme, escóndeme ahí dentro! (La abraza fuertemente y oculta el rostro en su seno.)

Pausa.

Solveig (Cantando dulcemente):

¡Duérmete, hijo mío, tesoro!
Yo te meceré y velaré tu sueño…
El niño ha estado en el regazo de su madre
jugando con ella todo el día.
El niño ha descansado sobre el pecho de su madre
la vida entera. ¡Dios te bendiga, cariño mío!
El niño ha estado reclinado sobre mi corazón
toda la vida. ¡Parece muy cansado!
¡Duérmete, hijo mío, tesoro!
¡Yo te meceré y velaré tu sueño!

El fundidor (Detrás de la cabaña):

Nos encontraremos en la última encrucijada, Peer; ya veremos al final… No digo más.

Solveig (Cantando en tono más alto, en medio del resplandor del día):

Yo te meceré y te velaré…
¡Duérmete y sueña, hijo mío!

TELÓN.