Otro lugar del páramo.
Peer Gynt (Cantando):
¡Un sepulturero, un sepulturero! ¿Por dónde andáis perros?
Un canto como un balido en boca de sacristanes…
Rodeando el sombrero, una cinta de luto.
Tengo muchos muertos, y he de acompañaros.
(El Fundidor de botones[64], con una caja de herramientas y un gran cazo de fundir, llega por un camino lateral.)
El fundidor:
¡Bien hallado, anciano!
Peer Gynt:
¡Buenas noches, amigo!
El fundidor:
¿Llevas prisa? ¿A dónde vas?
Peer Gynt:
A unos funerales.
El fundidor
:¡Ah!, ¿sí? No lo veo claro… Perdona, ¿no te llamas Peer Gynt?
Peer Gynt:
Peer Gynt me llaman.
El fundidor:
¡Esto sí que es suerte! ¡Precisamente a Peer Gynt tenía que buscar yo esta noche!
Peer Gynt:
¿De veras? ¿Qué quieres?
El fundidor:
Como ves, soy fundidor. Has de entrar en mi cazo.
Peer Gynt:
¿Y qué voy a hacer yo en tu cazo?
El fundidor:
Vas a ser fundido de nuevo.
Peer Gynt:
¿Fundido?
El fundidor:
He aquí el cazo limpio y vacío. Tu fosa está cavada; ya se ha encargado tu ataúd. En tu cuerpo se darán los gusanos un festín opíparo. Pero yo tengo orden del maestro de llevarme sin tardanza tu alma.
Peer Gynt:
¡No es posible! Así, sin avisar…
El fundidor:
Ya es una vieja regla establecida, tratándose de funerales y bautizos, designar en secreto el día del festejo, sin avisar al invitado de honor.
Peer Gynt:
Sí, es verdad. Todo da vueltas en mi cerebro. ¿Así, pues, tú eres?…
El fundidor:
Ya lo has oído: fundidor.
Peer Gynt:
¡Comprendo! El amiguito recibe diversos nombres. ¡De manera, Peer, que en éstas debías acabar! Pero, buen hombre, no es honrado ese proceder. Sé que me merezco un trato más benigno; no soy tan malo como quizá crea usted. He practicado mucho el bien en este mundo. En el peor de los casos, podía calificarme de granuja, pero nunca de gran pecador.
El fundidor:
¿Sí? Pues en eso, por cierto, está el inconveniente, hombre; en el sentido más alto de la palabra, no eres un pecador… ¿Lo ves? Por eso justamente es por lo que te libras de los tormentos y vas a ir, como otros, al cazo del fundidor.
Peer Gynt:
Llámalo como quieras: cazo o pecina. Munngatt y bjer[65] son cerveza ambos. ¡Apártate, Satán!
El fundidor:
Supongo que no serás tan grosero como para imaginarme trotando sobre cascos de caballo…[66].
Peer Gynt:
Sobre cascos de caballo o sobre patas de zorro. ¡Lárgate de aquí!
El fundidor:
Amigo mío, estás en un craso error. Los dos llevamos prisa; de modo que, para ganar tiempo, te explicaré lo más fundamental de la cuestión. Como tú mismo has dicho, no eres lo que se llama un pecador importante…, ni siquiera un mediano pecador.
Peer Gynt:
¡Vamos, vamos! Ya empiezas a ser razonable…
El fundidor:
Aguarda un poco… Llamarte virtuoso sería ir demasiado lejos…
Peer Gynt:
Tampoco tengo yo semejante pretensión.
El fundidor:
De modo que una cosa intermedia, ¿no es así?… Nada más vulgar… No se encuentra fácilmente hoy día un pecador escogido. No basta con patalear en el fango; hacen falta energía y seriedad para el pecado.
Peer Gynt:
Sí, es exacto lo que dices; es preciso ser temerario.
El fundidor:
Pero tú has tomado el pecado a la ligera, amigo.
Peer Gynt:
Sólo superficialmente, como una salpicadura de lodo…
El fundidor:
¡No! Así, pues, amigo has de ser fundido de nuevo.
Peer Gynt:
¿Qué artimañas habéis estado preparando aquí mientras yo corría por el extranjero?
El fundidor:
Se trata de una costumbre tan antigua como la creación de la serpiente, y se sigue con ella para evitar las pérdidas de valores. Tú, que ya conoces el oficio, de sobra sabes que una fundición resulta con frecuencia francamente mal; a veces los botones se obtienen sin engaste… ¿Qué hacías tú, entonces?
Peer Gynt:
Yo tiraba la chatarra.
El fundidor:
¡Ya, ya! Juan Gynt tenía fama de derrochador mientras le quedaba algo en el bolsillo; pero el maestro, ¿sabes?, es persona ahorradora, y por eso es hombre acaudalado. Él no tira como cosa inútil lo que puede emplearse como materia prima.
Peer Gynt:
¿No pensarás fundirme con Pedro o con Juan para fabricar un nuevo producto?
El fundidor:
Sí; claro está que no pienso. Ya hemos hecho eso, y no con pocos… En Kongsberg[67] hacen lo mismo con las monedas cuyo tamaño se ha borrado de tanto rodar.
Peer Gynt:
¡Pero ésa es la más fea y sucia de las roñoserías! Querido amigo, exímeme de este requisito; un botón sin engaste, una moneda sin cuño, ¿qué pueden significar para un hombre de la posición de tu maestro?
El fundidor:
Mientras se tenga en cuenta que el alma sirve de algo, se puede contar con el valor del metal.
Peer Gynt:
¡No, no y mil veces no! ¡Me resistiré a ello con uñas y dientes! ¡Cualquier cosa antes que eso!
El fundidor:
Pero ¿qué entiendes tú por cualquier cosa? Sé razonable; en el cielo no caerías bien…
Peer Gynt:
Yo soy modesto; no aspiro a llegar tan alto. Pero no soltaré ni un ápice de mi propio yo. ¡Condénenme según las viejas costumbres y según la ley! Haz que permanezca algún tiempo en el lugar donde está el del pie de caballo: por cien años, ha de cumplirse la pena; esto, al menos, es soportable, pues se trata de un dolor exclusivamente mortal, y la cosa no será tremenda. Es algo transitorio, como ya quedó escrito y como dijo el zorro. Uno espera y llega la hora de la redención; uno permanece esperando tiempos mejores. Pero eso de confundirse con una molécula en un cuerpo extraño, esos procedimientos de fundición, aniquilamiento de lo «gynteano», lo sublevan a uno desde lo más profundo del espíritu.
El fundidor:
Querido Peer, no hay que alterarse tanto por minucias tan insignificantes. Tú jamás fuiste tú mismo. ¿Qué puede importar, entonces, que mueras de una vez para siempre?
Peer Gynt:
¿Que yo he sido?… ¡No me hagas reír! ¡Ahora va a resultar que Peer Gynt ha sido otro! No juzgues ciegamente, fundidor; si pudieras ver mis entrañas, no hallarías más que Peer, Peer, y siempre Peer.
El fundidor:
No es posible. Aquí tengo la orden que he recibido. Mira, está escrito: «Exigirás a Peer Gynt, quien no ha ofrecido resistencia a su destino, que entre, como producto frustrado, en el cazo de fundir.»
Peer Gynt:
¡Qué tonterías! Se trata, seguramente, de otro. ¿De veras dice Peer? ¿O Rasmus o Juan?
El fundidor:
A esos los fundí hace ya mucho tiempo. ¡Anda! ¡Ven por las buenas, y no pierdas el tiempo!
Peer Gynt:
¡Ni lo pienso! ¡Pues sí que tendría gracia que mañana se descubriera que se trataba de otro! ¡Anda con tiento, buen hombre! Y no olvides en la responsabilidad en que puedes incurrir…
El fundidor:
Ante mí tengo el escrito…
Peer Gynt:
¡Dame un plazo, en último término!
El fundidor:
¿Para qué?
Peer Gynt:
Quiero demostrar cómo he sido yo durante toda la vida; al fin y al cabo, ésa es la cuestión que hemos debatido.
El fundidor:
¿Probar? ¿Con qué?
Peer Gynt:
Con testigos y certificados.
El fundidor:
Temo mucho que el maestro no los admita.
Peer Gynt:
¡Imposible! Además, cada pena tiene su tiempo. Concédeme un crédito sobre mí mismo, hombre; pronto volveré aquí. No se nace más que una vez, y uno tiene apego a sí mismo, tal como fue creado… ¿Qué, estás de acuerdo?
El fundidor:
Bien; pase. Pero recuerda que nos volveremos a encontrar en la próxima encrucijada. (Peer Gynt vase corriendo.)