ESCENA CUARTA

Colina. Lecho seco de un torrente. Terreno removido. Desolación alrededor. En la parte superior se celebra una subasta. Gran concurrencia. Se bebe y se hace ruido.

Peer Gynt está sentado sobre un montón de escombros, emplazamiento de un molino tiempo atrás.

Peer Gynt:

«Vaya o venga, ¡siempre estoy a la misma distancia! Tanto da que entre como que salga: ¡siempre es igual de estrecho!» El tiempo desgasta y el río acorta: «Da la vuelta», dijo Boigen. ¡Aquí no queda otra alternativa!

Un hombre de luto[57]:

Ya no quedan sino ruinas. (Advirtiendo la presencia de Peer Gynt.) ¿También hay forasteros? ¡Dios lo guarde, amigo!

Peer Gynt:

¡Bienvenido! ¡Aquí sí que corre el dinero hoy! ¿Se trata de un bautizo o de una boda?

El hombre de luto:

Yo lo llamaría más bien la fiesta del retorno. La novia vive en un nido de gusanos.

Peer Gynt:

Los gusanos se disputan los despojos.

El hombre de luto:

Es el final de la canción: así termina.

Peer Gynt:

Todas las canciones tienen parecido final, y todas son viejas; ya las conocía yo cuando era pequeño.

Mozo primero (Con un molde):

¡Mirad qué preciosidad he comprado! En esto fundía Peer Gynt sus botones de plata.

Mozo segundo:

¡Hombre! ¡Y yo!… ¡Una corona por el talego del dinero!

Mozo tercero:

¿Y mejor que esto?… ¡Corona y media por el saco de buhonero!

Peer Gynt:

¿Peer Gynt? ¿Quién era?

El hombre de luto:

Lo único que sé es que era cuñado de la muerta y de Aslak el herrero.

Un hombre de gris:

¿Te olvidas de mí? ¿Estás borracho, o te has vuelto memo?

El hombre de luto:

Y tú te olvidas de la puerta del granero que había en Hoesgstad.

El hombre de gris:

Es cierto… Pero tú mismo fuiste difícil de contentar.

El hombre de luto:

Con tal de no burlarse de la muerte…

El hombre de gris:

¡Ven, cuñado! ¡Bebamos un trago por el parentesco!

El hombre de luto:

¡Tu cuñado lo será el diablo! ¡Estás tan borracho que no haces más que decir majaderías!

El hombre de gris:

¡Bah, simplezas! No se puede tener la sangre tan floja, que no se sienta uno emparentado con Peer Gynt. (Se lo lleva.)

Peer Gynt (En voz baja):

Pues aquí se encuentran conocidos…

Mozo primero (Dando voces detrás del hombre vestido de luto):

¡Eh, Aslak! ¡Como remojes el garguero, la difunta vendrá a por ti!…

Peer Gynt (Poniéndose de pie):

Pues aquí no se cumple lo que dicen los agricultores, que cuanto más se remueve el terreno, mejor huele.

Mozo primero (Con una piel de oso):

¡Mira! ¡El gato de Dovre! ¡Nada más que la piel! ¡Éste fue el que hechizó por Nochebuena!…

Mozo segundo (Con una calavera de reno).:

Éste es el magnífico macho de reno que llevó a Peer Gynt por las crestas y desfiladeros del Gendin.

Mozo tercero (Con un martillo, dando voces al de luto):

¡Eh, Aslak! ¿Te acuerdas de tu martillo? ¿Fue éste el que empleaste cuando el diablo derribó los muros?

Mozo cuarto (Con las manos vacías):

Oye, Mads Moen; aquí está la capa invisible. ¡Con ésta volaron Peer Gynt e Ingrid por los aires!

Peer Gynt:

¡Aguardiente, muchachos! Me siento viejo; quiero subastar restos y despojos.

Mozo primero:

¿Qué tienes para vender?

Peer Gynt:

Tengo un palacio. Está en Ronden… Muy bien construido…

Mozo primero:

¡Yo ofrezco un botón por él!

Peer Gynt:

Podrías llegar hasta una copita. Ofrecer menos sería vergonzoso.

Mozo segundo:

¡Tiene gracia el viejo! (Todos se agrupan en torno a Peer Gynt).

Peer Gynt (Gritando):

¡Grane, mi caballo!… ¿Quién ofrece?

Uno del grupo:

¿Por dónde anda?

Peer Gynt:

¡Allá lejos! ¡Por el Oeste! ¡Hacia el poniente, muchachos! ¡El trotón corre tan deprisa como mentía Peer Gynt!

Voces:

¿Qué más tienes?

Peer Gynt:

¡Oro y pacotilla! Se compró con la ruina, se vende con pérdida.

Mozo primero:

¡Di lo que te queda!

Peer Gynt:

¡El recuerdo de un libro de salmos! ¡Podéis llevároslo por un corchete!

Mozo primero:

¡Al diablo los recuerdos!

Peer Gynt:

¡Mi imperio! ¡Os lo arrojo! ¡Para el que lo agarre!

Mozo primero:

¿Va incluida la corona?

Peer Gynt:

Hecha con la más hermosa paja. Le sentará bien al primero que se la ponga. ¡Eh! ¡Aquí hay más! ¡Un cascarón de huevo! ¡Las canas de un loco! ¡Las barbas del Profeta! Todo para el que enseñe en el collado un poste con una inscripción que diga: «Éste es el camino.»

El alcalde (Que acaba de llegar):

¡Bueno, hombre! Te comportas de un modo que me parece que tu camino va directamente al calabozo.

Peer Gynt (Descubriéndose):

¡Es posible!; pero, dígame: ¿quién era Peer Gynt?

El alcalde:

¡Tonterías!

Peer Gynt:

Permítame… ¡Se lo ruego!

El alcalde:

Pues dicen que era un mal narrador…

Peer Gynt:

¿Un narrador?

El alcalde:

Sí… Mezclaba todo lo grande y todo lo bello, como si lo hubiese hecho él… Pero, dispénseme; tengo otros deberes que atender. (Se va.)

Peer Gynt:

¿Y dónde está ahora ese extraño personaje?

Un viejo:

Se fue por mar a otras tierras. En ellas la pasó mal, como era de suponer… Ya hace muchos años que lo ahorcaron.

Peer Gynt:

¿Lo ahorcaron? ¡Estaba seguro! El difunto Peer Gynt fue el mismo hasta el último momento. (Saludando.) ¡Adiós! Y muchas gracias por todo. (Se aleja unos pasos y se detiene.) Jóvenes alegres, bellas mujeres. ¿Queréis que os cuente un cuento en prueba de gratitud?

Algunos:

¿Sabes cuentos?

Peer Gynt:

Ya lo veréis… (Se aproxima; su rostro cambia de expresión.) En San Francisco fui buscador de oro. Toda la ciudad estaba llena de titiriteros. Uno tocaba el violín con los dedos de los pies; otro recitaba mientras le atravesaban el cráneo con un tornillo… También se presentó el diablo en la feria de bufones; quería probar fortuna como los demás. Su abrumadora profesión consistía en gruñir como un auténtico marrano. Era un personaje atractivo, a pesar de ser extranjero. La sala estaba de bote en bote, y había una expectación enorme. Apareció envuelto en un manto de pliegues flotante; Man muss sich drappieren[58], como dicen los alemanes. Pero bajo el manto, sin que nadie lo supiera, había escondido un cerdo. Y entonces empezó la función. El diablo pellizcaba y el cerdo cantaba. El número consistía en una especie de fantasía sobre la existencia del cerdo en estado de cautiverio y en estado de libertad… Para final, se oyó un chillido, como el que proferiría el animal bajo el cuchillo del matarife y, seguidamente, el ejecutante hizo una profunda reverencia, saludó y se retiró… La exhibición fue discutida y analizada por gente experta: se censuró y se elogió la afinación… Algunos encontraban el gruñido demasiado fino; a otros les parecía el chillido final harto estudiado. Pero todos estaban de acuerdo en que la presentación del gruñido era excesivamente exagerada. He aquí lo que le sucedió al diablo por imbécil y por no saber escoger su público[59]. (Saluda y se va. Entre los presentes se produce un inquietante silencio.)