ESCENA SEGUNDA

Arrecifes y rompientes cerca de la costa.

El barco se hunde, Entre la niebla se distingue el bote salvavidas con dos hombres a bordo; lo anega una ola. El bote vuelca. Se oye un grito; luego todo queda en silencio durante un rato. Surge la quilla del bote, y cerca de ella, la cabeza de Peer Gynt.

Peer Gynt:

¡Socorro! ¡Una lancha costera! ¡Socorro! ¡Me muero! ¡Señor, Dios mío, sálvame! ¡Sálvame como está escrito! (Se agarra a la quilla.)

El cocinero (Surgiendo por la parte opuesta):

¡Ay! ¡Señor, Dios mío…, por mis hijos! ¡Ten piedad! ¡Haz que alcance tierra! (Se agarra a la quilla asimismo.)

Peer Gynt:

¡Suelta!

El cocinero:

¡Suelta!

Peer Gynt:

¡Que te doy!

El cocinero:

¡Y yo a ti!…

Peer Gynt:

¡Te voy a moler a puñaladas y patadas! ¡Suelta! La quilla no resiste a dos.

El cocinero:

Ya lo sé. ¡Suelta tú!

Peer Gynt:

¡No, tú!

El cocinero:

¡Ya, ya!… (Luchan. El cocinero se disloca una mano y se agarra con la otra.)

Peer Gynt:

¡Quita esa mano!

El cocinero:

¡Ay! ¡Por amor de Dios, piedad! ¡Piense en mis hijos!

Peer Gynt:

Yo tengo más necesidad de la vida que tú: todavía estoy sin hijos…

El cocinero:

¡Suelte! ¡Usted ya ha vivido! ¡Yo soy joven!

Peer Gynt:

¡Pronto! ¡De prisa! ¡Húndete de una vez! ¡Estás haciendo mucho peso!…

El cocinero:

¡Tenga piedad! ¡Suelte, en nombre del Señor! ¡Usted no tiene quien lo llore ni quien lo eche de menos! (Grita, soltándose.) ¡Me ahogo!…

Peer Gynt (Agarrándolo):

Te sostengo por la nuca. ¡Reza tu Padrenuestro!

El cocinero:

No puedo acordarme…, lo veo todo negro…

Peer Gynt:

¡Lo indispensable…, pero pronto!

El cocinero:

«…dánoslo hoy…»

Peer Gynt:

Puedes saltarte eso, cocinero; ya tendrás lo que necesites.

El cocinero:

«… dánoslo hoy…»

Peer Gynt:

¡Siempre la misma canción! ¡Cómo se nota que ha sido cocinero!… (Lo suelta.)

El cocinero (Sumergiéndose):

«…dánoslo hoy…».

(Se hunde.)

Peer Gynt:

¡Amén, hombre! Has sido tú mismo hasta el final… (Monta sobre la quilla.) Mientras hay vida, hay esperanza.

El pasajero (Agarrándose a la quilla):

¡Buenos días!

Peer Gynt:

¡Vaya!

El pasajero:

He oído gritos… ¡Qué placer volver a encontrarlo! ¡Vaya!, habrá visto usted que era acertado mi pronóstico.

Peer Gynt:

¡Suelte, suelte! Apenas hay sitio para uno.

El pasajero:

Puedo sostenerme con el pie izquierdo. Sí, floto; me basta apoyarme con la punta del dedo en la juntura… Pero, a propósito de lo del cadáver…

Peer Gynt:

¡Cállese!

El pasajero:

Con los otros ya no se puede contar…

Peer Gynt:

¡Cállese de una vez!

El pasajero:

Como usted quiera. (Pausa.)

Peer Gynt:

¿Y qué?

El pasajero:

¡Me callo!

Peer Gynt:

¡Hombre del demonio!… ¿Qué hace usted?

El pasajero:

Esperar.

Peer Gynt (Tirándose de los pelos):

¡Me vuelvo loco! ¿Quién es usted?

El pasajero:

¡Su servidor!

Peer Gynt:

¿Qué más? ¡Hable!

El pasajero:

¿Qué cree usted? ¿No conoce a nadie que se me parezca?

Peer Gynt:

¡El diablo lo sabrá!

El pasajero (En voz baja):

Alguien que acostumbra a encender un faro en el camino nocturno de la vida por medio del temor…

Peer Gynt:

¿Ve cómo se aclara la cuestión? A lo mejor, resulta que es usted un mensajero de la luz…

El pasajero:

Amigo, ¿ha sentido usted alguna vez a fondo, aunque sólo haya sido de semestre en semestre, el rigor de la angustia?

Peer Gynt:

Pues…, por supuesto, cuando amenaza algún peligro, se tiene miedo… Pero los términos que usted emplea son afectados para.

El pasajero:

¿Ha experimentado usted por una sola vez en su vida el triunfo que la angustia procura?

Peer Gynt (Mirándolo):

Si ha venido usted para proporcionarme una salida, es una lástima que no haya llegado antes. No hay derecho de opción precisamente en el momento en que el mar se propone tragarlo a uno…

El pasajero:

¿Acaso sería posible el triunfo en un rincón acogedor y apacible, al lado de la estufa?

Peer Gynt:

¡Quién sabe! Pero su manera de hablar ha sido provocativa. ¿Cómo puede usted creer que haga reflexionar a nadie?

El pasajero:

Para aquél en cuyo lugar vengo, una sonrisa vale tanto como el tono patético.

Peer Gynt:

Cada cosa tiene su oportunidad; como está escrito, lo que es decoroso para un publicano, para un obispo es reprobable.

El pasajero:

Quienes han dormido en la urna de las cenizas no suelen andarse con rodeos.

Peer Gynt:

¡Vete de aquí, fantasma! ¡Atrás, hombre! ¡No quiero morir! ¡Tengo que llegar a tierra!

El pasajero:

Respecto a eso, esté usted tranquilo. ¡No se puede morir en la mitad del quinto acto! (Desaparece.)

Peer Gynt:

¡No ha logrado disimular más! ¡Era un moralista aburrido!