ESCENA UNDÉCIMA

En Egipto. Amanecer. Sobre la arena se eleva la estatua de Memmón.

Peer Gynt llega a pie y permanece algunos momentos observando a su alrededor.

Peer Gynt:

Bien puede comenzar aquí mi camino. Ahora, para variar soy egipcio; pero egipcio fundado sobre el yo «gynteano». Luego emprenderé la ruta a Asiria. Si me remontase a la creación del mundo lograría sólo perderme; deseo evitar la Historia Sagrada, pues siempre daría con sus huellas profanas, y examinarla bajo este aspecto, o, como suele decirse, por las costuras, es algo que está fuera de mi propósito y de mis fuerzas. (Se sienta sobre una piedra.) Descansaré y esperaré con constancia hasta que la estatua haya finalizado su habitual canto mañanero. Después del desayuno subiré a la pirámide, si tengo tiempo para ello, y luego examinaré su interior. Más tarde me daré una vuelta por el mar Rojo, y acaso encuentre la tumba del rey Putifar… Entonces seré asiático. En Babilonia me entregaré a la busca de los famosos jardines colgantes y de las meretrices, es decir, las huellas más importantes de la civilización. En seguida, de un salto, me plantaré al pie de los muros de Troya, pues desde Troya estaré en el rumbo marítimo directo de la antigua y divina Atenas… Allá recorreré, piedra por piedra, el lugar del hecho; el desfiladero que defendió Leónidas. Frecuentaré el trato de los filósofos más selectos; encontraré la prisión en que halló Sócrates la muerte… ¡Ah!, ya recuerdo…; actualmente está el país en guerra. Bueno; dejaré el helenismo para más adelante. (Mira su reloj.) ¡Esto no es correcto! ¡Cuánto tarda en salir el sol! El tiempo apremia… Así pues, desde Troya…, que era adonde había llegado… (Se levanta y escucha.) ¿Qué extraño mundo es ése? (Sale el sol.)

La estatua de Memmón (Cantando):

De la ceniza del semidiós se elevan rejuvenecedoras
aves cantarinas.
Zeus, el omnisciente,
las creó en la pelea.
Búho de la sabiduría,
¿dónde duermen mis aves…?
¡Descifra el enigma del canto, o muere!

Peer Gynt:

Ciertamente…, me parece que ha brotado un sonido de la Estatua. ¡Música prehistórica! Percibí las inflexiones de la voz de piedra… Lo anotaré para que mediten los sabios. (Escribe en su librito de notas): «La Estatua cantó, oí a las claras su voz; pero no he comprendido bien el texto de la canción. Sin duda, no era más que una alucinación… Por lo demás, nada importante he observado hoy.» (Prosigue su camino.)