El mismo lugar. Una hora después.
Peer Gynt, serio y pensativo, se quita el traje oriental, prenda por prenda. Por último, saca del bolsillo su gorra de viaje, se la pone y aparece de nuevo vestido a la europea.
Peer Gynt (Tirando lejos de sí el turbante):
¡Ahí se queda el turco, y aquí estoy yo! Este paganismo no sirve para nada. ¡Suerte que haya sido sólo de ropas afuera y no me haya entrado en la sangre, como suele decirse! Además, ¿quién me llamaba a meterme en estos trotes? Al fin y al cabo, siempre le trae a uno mejor cuenta vivir como cristiano y rechazar la ostentación del pavo real, amoldando a la ley y a la moral su comportamiento: ser uno mismo y recibir a la postre coronas sobre el ataúd, ditirambos sobre la tumba. (Avanza unos pasos.) ¡Qué desvergonzada!… ¡Ha estado a punto de hacerme perder la cabeza! ¡Así me embrujen si entiendo por qué me he atolondrado y me he dejado fascinar hasta ese extremo! ¡Ea!, lo pasado bien pasado está. Si la broma durara un poco más, habría caído por completo en el ridículo… Me he equivocado, no lo niego… Pero siempre supone un consuelo pensar que mi equivocación se debía a circunstancias bastante delicadas; no ha sido mi persona la que ha fallado. Realmente, la vida de Profeta está a falta del sabor de la actividad, que acaba dejando una fuerte desazón. ¡Mal oficio el de Profeta! En él tiene uno que andar siempre entre tinieblas; desde el punto de vista profético, en seguida se ve uno perdido, pórtese como se porte, con sobriedad o con largueza; entre tanto, cuando menos, he cumplido como exigían las circunstancias galanteando a esa oca. No obstante… (Suelta una carcajada.) ¡Vamos, qué idea! ¡Querer detener el tiempo dando saltitos y bailando! ¡Empeñarse de esa guisa en luchar contra la corriente tocando el rabel, acariciando y suspirando, para acabar como un gallo, dejándome desplumar! Este proceder puede calificarse de proféticamente disparatado… ¡Eso es, desplumar! ¡Porque me ha desplumado bien! Por fortuna, algo me resta todavía: un poco en América y otro poco en el bolsillo; de manera que aún no puede considerárseme un vagabundo… Realmente, este término medio es lo mejor; ya no tengo cochero ni caballo de tiro, y se acabaron las fatigas del equipaje y del vehículo; en resumen, soy, digámoslo así, dueño de la situación… ¿Qué camino escogeré? Se abren varios ante mí, y en la elección se distingue el cuerdo del necio. Mi vida comercial es capítulo concluido y mis escarceos amorosos son asunto terminado… No siento la menor vocación por la andadura del cangrejo. Tanto da que entre como que salga: siempre es igual de estrecho… Creo que así está inscrito en una inscripción ingeniosa. Así pues, necesito algo nuevo: tomar un rumbo digno, perseguir un designio que valga la pena… y el dinero. ¿Y si escribiese mi vida sin ocultar nada, un libro que sirviera de enseñanza y ejemplo?… O mejor…, puesto que dispongo de tiempo, ¿por qué no dedicarme, como sabio explorador, al estudio de la veracidad de los tiempos pretéritos? En realidad, es una labor muy apropiada para mí; ya en mi infancia leía las antiguas crónicas, y además, he cultivado después esta clase de conocimientos. Deseo seguir la ruta del género humano; porque quiero flotar cual una pluma sobre la corriente de la Historia, reviviéndola como en un sueño…; pero, eso sí, siempre a salvo, como simple espectador; ver sucumbir a los pensadores y sangrar a los mártires, fundarse y derrumbarse los imperios, surgir de la nada los hechos universales: en pocas palabras, quiero extraer la quintaesencia de la Historia. Me procuraré un libro de Becker[35] y emprenderé un viaje cronológico hasta donde sea posible. Bien mirado, no son sólidos mis conocimientos previos, y el mecanismo interno de la Historia se acusa insidioso. Pero no importa; cuanto más desatinado es el punto de partida, el resultado es con frecuencia más original… Además, proponerse una meta y llegar a ella por encima de todo constituye algo que eleva. (Emocionado.) Romper todos los lazos que ligan a la tierra natal y a los amigos, hacer volar por los aires la propia riqueza, despedirse de la dicha del amor para desentrañar el secreto de la verdad. (Secándose una lágrima.) ¡He aquí la conducta del auténtico investigador! ¡Me siento tan feliz! Ya he resuelto el enigma de mi destino; ahora sólo me resta perseverar en la dicha y en la adversidad. Será, pues, perdonable que me acostumbre a mí mismo como Peer Gynt, hombre, o de otro modo, emperador de la vida humana. Quiero poseer el facit y la summa del pasado, no emplear jamás los caminos de los vivos; el presente no vale lo que una suela de zapato. Los hombres se comportan hoy como si no tuvieran médula ni fe; su espíritu no posee vuelo, sus hazañas carecen de grandiosidad. Y las mujeres… (Encogiéndose de hombros.) Son raza frágil. (Vase.)