ESCENA OCTAVA

Sendero de caravanas. El oasis se pierde en la lejanía.

Peer Gynt, sobre su caballo blanco, galopa a través del desierto, llevando a Anitra en la parte anterior de la silla.

Anitra:

¡Déjame, o te muerdo!

Peer Gynt:

¡Locuela!

Anitra:

¿Qué deseas?

Peer Gynt:

¿Qué deseo? ¡Jugar a la paloma y el halcón! ¡Secuestrarte! ¡Hacer muchas locuras!

Anitra:

¡Vergüenza debía darte!… ¡Un viejo Profeta!…

Peer Gynt:

¡Bah, tonterías! ¡No es tan viejo el Profeta, tonta!

Anitra:

¡Suéltame! ¡Quiero volver a mi casa!

Peer Gynt:

No seas coqueta. ¿Con que a casa?… ¡Con el suegro! ¡Qué bien! Nosotros, locos pajarillos escapados de la jaula, jamás podríamos presentarnos ante sus ojos. Por más que nunca debe permanecer uno en el mismo lugar mucho tiempo, hija mía; pierde el respeto lo que gana en relaciones, especialmente cuando se presenta como Profeta o cosa parecida. ¡Ya iba siendo hora de que se acabara la visita! Son espíritus inconstantes estos hijos del desierto; acabarán por faltar el incienso y las oraciones.

Anitra:

Sí; pero ¿de veras eres Profeta?

Peer Gynt:

¡Soy tu emperador! (Intenta besarla.) ¡Mira cómo se hace valer la avecilla!

Anitra:

Dame el anillo que llevas al dedo.

Peer Gynt:

Toma todas estas fruslerías.

Anitra:

¡Tus palabras son alegres canciones!

Peer Gynt:

¡Qué gozo el de sentirse tan amado! ¡Quiero apearme! ¡Como tu esclavo, quiero conducir el caballo! (Le entrega el látigo y desmonta.) Así, rosa mía, flor fragante; quiero caminar sobre esta arena y no pedir cuartel hasta pillar una insolación y recibir mi merecido. ¡Soy joven, Anitra! ¡Tenlo en cuenta! No debes examinar mis gestos tan detenidamente; los juegos y las bromas son prueba de juventud. ¡Si tu espíritu no fuese tan torpe, comprenderías, hermosa flor, cómo, cuando hace tonterías tu amante, es porque es joven!

Anitra:

Sí, eres joven. ¿Tienes más sortijas?

Peer Gynt:

¿No es verdad? ¡Mira! ¡Salto como un cabritillo! Si hubiera pámpanos por estos contornos me haría una corona. ¡Ya lo creo que soy joven! ¡Ah! Quiero bailar. (Baila y canta.) ¡Soy un gallo dichoso…!

Anitra:

Sudas, Profeta; temo que vayas a derretirte… Dame esa cosa pesada que oscila en tu cintura.

Peer Gynt:

¡Tierna preocupación! ¡Toma la bolsa para siempre! ¡Los corazones amantes son felices sin oro! (Baila y canta de nuevo.)

El joven Peer Gynt es un loco;
no sabe con qué pisa.
«¡Qué importa! —dice Peer Gynt—. ¡Lo mismo da!
¡El joven Peer Gynt es un loco!»

Anitra:

Resulta un verdadero deleite ver bailar al Profeta.

Peer Gynt:

¡Deja de una vez al Profeta!… ¡Cambiemos los trajes! ¡Anda! ¡Quítate el vestido!

Anitra:

Tu caftán me vendría demasiado largo, tu cinturón demasiado ancho, y tus medias demasiado estrechas.

Peer Gynt (Se arrodilla):

Pues bien: al menos, procúrame una pena violenta; para el corazón amante es dulce el sufrimiento. Mira: cuando lleguemos a mi castillo…

Anitra:

A su paraíso… ¿Queda mucho trecho por cabalgar?

Peer Gynt:

Unas mil millas…

Anitra:

¡Está demasiado lejos!

Peer Gynt:

Escucha: te daré el alma que te prometí…

Anitra:

¡Gracias! Puedo pasarme muy bien sin alma. Pero me pedías que te procurase una pena…

Peer Gynt (Enderezándose):

¡Sí! ¡Condenación! Una pena violenta, pero breve… Sólo para un par de días.

Anitra:

¡Anitra obedece al Profeta!… ¡Adiós! (Le da un fuerte latigazo en los dedos y se vuelve a todo galope por el desierto.)

Peer Gynt (Se queda largo rato inmóvil, como herido del rayo):

¡Ah, por todos los…!