ESCENA CUARTA

Amanecer. Grupo de palmeras.

Peer Gynt, en el árbol, ahuyenta a un tropel de monos con una rama.

Peer Gynt:

¡Qué fatalidad! ¡Ha sido una noche horrible! (Golpeando en torno suyo con la rama.) ¿Ya aquí otra vez? ¡Malditos sean! Ahora arrojan fruta. ¡No! Es otra cosa. ¡Qué sucios animales! Está escrito: «Has de velar y combatir.» Pero ya no puedo más; me encuentro cansado, rendido. (Nuevamente lo molestan los monos. Impacientándose): ¡Hay que acabar de una vez con todo esto! Intentaré atrapar a uno a fin de estrangularlo, desollarlo y disfrazarme con sus pieles vellosas, de modo que los demás me tomen por un mono auténtico. ¡Más monos! ¡Hay que ver cómo pululan! ¡Afuera de aquí! ¡Sus! Se agitan como locos. Si, al menos, tuviese un rabo postizo, algo que me diera cierta semejanza con un animal… Y ahora ¿qué? Alguien se mueve sobre mi cabeza… (Mira hacia arriba.) ¡El viejo!… Con las manos llenas de porquería. (Se acurruca, temeroso, y permanece quieto. El mono hace un movimiento; Peer Gynt empieza a atraerlo y hablarle cariñosamente, como a un perro.) ¡Ah!… ¿Estás aquí, viejo Bus[27]?¡Es un bicho!, se lo puede conquistar con dulzura. No va a tirarme nada, claro que no. ¡Eh! ¡Que soy yo! Somos buenos amigos, ¿verdad? ¡Aaah, aaah! ¡Ya ves que sé tu lenguaje! ¡Si Bus y yo somos como de la familia!… Mañana Bus tendrá azúcar… ¡El muy cochino! ¡Todo el cargamento encima de mí! ¡Uf, qué asco! ¿O sería comida?… ¡Tenía un sabor!… Claro que, por lo que respecta a sabores, todo depende de la costumbre. Algún pensador ha dicho en cierta ocasión: «Hay que escupir y confiar en la fuerza de la costumbre.» ¡Anda! ¡Y ahí tenemos también a la prole! (Golpea con la rama a diestra y siniestra.) ¡Esto ya es el colmo! ¡Que el hombre, dueño y señor de la Creación, tenga que…! ¡Vaya un atropello! El viejo era malo; pero los jóvenes son peores.