En la costa sudoeste de Marruecos. Bosque de palmeras. Mesa preparada bajo un toldo; esterillas, etcétera. En el bosque cuelgan de los árboles hamacas. Fuera de la bahía, un yate de vapor con los pabellones noruego y norteamericano. A la orilla, una lancha. Ocaso.
Peer Gynt, hombre apuesto, de edad mediana, vistiendo elegante traje de turista, con lentes de oro colgando sobre el pecho, hace los honores de anfitrión. Míster Cotton, Monsieur Ballon, Herr von Eberkopf[19] y Herr Trumpeterstrale[20] están terminando de comer.
Peer Gynt:
¡Beban, señores! Si hemos nacido para gozar, gocemos pues. Porque está escrito: «Lo perdido, perdido queda, y lo agotado, agotado…» ¿Qué quieren tomar ustedes?
Herr Trumpeterstrale:
¡Es usted un anfitrión magnífico, hermano Gynt!
Peer Gynt:
Comparto el honor con mi dinero, mi cocinero y mi mayordomo…
Míster Cotton:
Very well. ¡A la salud de los cuatro!
Monsieur Ballon:
Monsieur, tiene usted un goût, un ton, cosa que rara vez se encuentra hoy día entre hombres que viven en garçon; un algo, un no sé qué…
Herr von Eberkopf:
Un aire, una soltura como, de cierto punto de vista, independiente e ingenioso; un modo de vivir que lo hace ciudadano universal; una visión que atraviesa el girón de la nube, que no se deja atar por el criterio extraño; una naturaleza primitiva que se une a la experiencia de la vida en la cumbre de la trilogía… ¿No era esto lo que quería decir usted, monsieur?
Monsieur Ballon:
Sí, es posible; en francés no suena tan bien.
Herr von Eberkopf:
Ach Wass[21]! ¡Es un idioma tan poco flexible!… Pero si queremos dar con el origen del fenómeno…
Peer Gynt:
Ya hemos dado con él. La razón es que no me he casado. ¡Sí, señores míos; la cosa está clara! ¿Qué debe ser el hombre? ¡Él mismo y lo que a él mismo corresponde han de ser su preocupación! Pero ¿cómo lograr esto? ¿Acaso sirviendo al bienestar y a la fortuna de los otros como un camello de carga?
Herr von Eberkopf:
Pero semejante insistencia, reconcentrada en sí misma, de seguro, ha debido de obtenerla a costa de una gran lucha.
Peer Gynt:
¡Oh, sí! Por supuesto; así fue en otro tiempo…, aunque siempre salí con honra. No obstante, una vez estuve a punto de caer en la trampa contra mi voluntad. Entonces era yo un muchacho guapo y despejado, y la dama de mis pensamientos era de estirpe real…
Monsieur Ballon:
¿De estirpe real?
Peer Gynt (Como sin darle importancia):
De esa estirpe, sí… Ya sabe usted…
Herr Trumpeterstrale (Dando un golpe en la mesa):
¡Ya! ¡Esos brujos aristócratas!
Peer Gynt: (Encogiéndose de hombros.) Altezas extraviadas que ponen todo su orgullo en evitar la mancha de la plebeyez sobre el escudo de la familia.
Míster Cotton:
Y se estropeó el asunto, ¿eh?
Monsieur Ballon:
¿Se oponía la familia?
Peer Gynt:
¡No!; todo lo contrario.
Monsieur Ballon:
¡Ah!
Peer Gynt (Con acento indulgente):
Es que no faltaban motivos, ¿comprende usted?, para que se verificara la boda lo más pronto posible. Pero, si he de ser franco, el hecho no me agradó desde el principio. Yo, para ciertas cosas, soy muy delicado, y prefiero la independencia. Cuando se presentó mi suegro pidiéndome que cambiase de nombre y posición, y sacara un título de nobleza, y otras cosas discutibles e inaceptables, me retiré dignamente, rechazando su ultimátum, y renuncié a mi joven prometida… (Tamborilea con los dedos sobre la mesa y añade, solemne): Sí, sí; existe un fatum que nos obliga, y podemos tener en él absoluta confianza. ¡Es un consuelo saberlo!
Monsieur Ballon:
¿Y acabó así el asunto?
Peer Gynt:
No. Muy al revés, sucedieron bastantes cosas más. Hubo intrusos que se mezclaron en la cuestión, poniendo el grito en el cielo. Los peores de todos fueron los miembros más jóvenes de la familia. Me tuve que batir en desafío con siete de ellos… Viví unos momentos que nunca olvidaré, aunque salí con suerte del lance… Costó sangre; pero la sangre atestiguó mi valor, y debe tomarse como señal confortadora de futura dicha, del imperativo inequívoco del fatum…
Herr von Eberkopf:
Tiene usted un concepto de la vida que lo eleva al rango de los verdaderos pensadores. Mientras los mediocres sólo ven ante sí hechos sin conexión, y siempre andan a tientas, usted atina a resumirlo todo y ajustarlo a una misma norma. Usted sabe sacar partido de cualquier momento… ¿Y no ha estudiado jamás?
Peer Gynt:
Soy, como he dicho, un simple autodidacta. No he aprendido nada con método; pero he pensado, he meditado y he leído un poco de todo. Mis comienzos se verificaron a edad algo tardía, y ya sabe usted que a esas alturas resulta un poco trabajoso lo de tragarse páginas enteras. Estudié la Historia a retazos, pues el tiempo no me daba para más; y como en épocas difíciles debe uno tener fe en algo, me entregué un poco a la religión… Así todo se hace más asequible sin tener que leer demasiado, sino sólo lo que puede aportar algo útil…
Míster Cotton:
¡Ya se ve! ¡Eso es práctico!
Peer Gynt (Encendiendo un cigarro):
Queridos amigos, tengan también en cuenta las demás circunstancias de mi vida y cómo llegué al Oeste, cuando no era más que un muchacho pobre, con las manos vacías… Tuve que trabajar penosamente para ganarme un trozo de pan, y créanme, era bastante duro en más de una ocasión. Pero la vida, amigos, es amable, y, según dicen, la muerte es amarga. ¡Bien! La suerte, conforme comprenderá usted, estuvo de mi parte, y el eterno fatum se mostraba flexible. ¡Aquello pasó! Y como yo mismo solía adaptarme, fue todo cada vez mejor. ¡Años más tarde, los armadores de Charleston me consideraban ya un Creso! ¡Corrió mi nombre de puerto en puerto! Tenía la fortuna en mi bolsillo.
Míster Cotton:
¿Con qué traficaba usted?
Peer Gynt:
Sobre todo, con negros para Carolina y con imágenes para China.
Herr Trumpeterstrale:
¡Caramba con el amigo Gynt!
Peer Gynt:
Por lo visto, estiman ustedes la empresa al borde de lo admisible… Yo mismo la juzgué así claramente, y hasta llegó a parecerme abominable. Pero créanme: una vez que se ha empezado algo, es muy difícil abandonarlo si se trata de un negocio de importancia, y que proporciona trabajo a millares de personas. No me gusta interrumpir nada bruscamente; aunque confieso que siempre he sentido algún respeto a cargar con las consecuencias; y pasar los límites siempre me ha acobardado un poco… Además, comencé a sentirme viejo: me aproximaba a los cincuenta años y poco a poco blanqueaban mis cabellos. A pesar de mi excelente salud, se me hacía penoso tener que soportar tal idea… ¡Quién sabe cuándo habría de sonar la hora del Juicio y se separarían los machos cabríos de los corderos[22]! ¿Qué hacer, pues? Suspender el tráfico con China no era posible. Pero encontré una solución: por primavera exportaba ídolos y por otoño enviaba sacerdotes, encargándome de suministrarles todo lo necesario: ropas, Biblias, ron y arroz. Aquello dio resultado… Se entregaron sin descanso a la evangelización; por cada ídolo que se compraba, bautizaban un coolí; de modo que se neutralizaba el efecto. La misión no dejó de dar sus frutos, y los misioneros tuvieron en jaque a los ídolos distribuidos…
Míster Cotton:
Bueno; ¿y la mercancía africana?
Peer Gynt:
También triunfó en eso mi moral. Comprendí que aquel tráfico no era muy propio de una persona de edad avanzada: nadie sabe cuándo le llegará su hora… Ello, sin contar con los miles de lazos que nos tendían nuestros filántropos, además de los peligros de la piratería y el riesgo de las tempestades… Me dije para mis adentros: «¡Peer, recoge velas! Procura, si puedes, rectificar tus errores.» Y entonces compré tierras en el Sur, no sin antes haberme quedado con la última carga humana importada, que era de primera calidad, naturalmente. Prosperaron todos, se pusieron gordos y lustrosos. Me atrevo a decir que me porté con ellos como un padre…, lo cual me produjo, con el tiempo, buenos intereses. Edifiqué escuelas para adiestrarlos en la virtud, y conseguí que pudieran mantenerse siempre a un nivel normal de vida, cuidando que no bajara ese nivel. Luego me retiré definitivamente de aquellos negocios, vendiendo la plantación, incluidas las almas y todas mis posesiones. El día de la despedida, distribuí gratis grog entre grandes y pequeños para que hombres y mujeres, sin excepción, pudieran emborracharse a su gusto; y a las viudas les di, además, rapé… Por todo esto espero —y no son sólo palabras, supongo— que, como quien no hace el mal hace el bien, se olviden los errores de mi pasado, pues he sabido rescatar mis iniquidades con buenas acciones mejor que muchos otros…
Herr von Eberkopf (Brindando con él):
Realmente, conforta oír cómo se pone en práctica un principio vital redimiéndolo de la noche de las teorías y haciéndole aparecer imperturbable ante las exigencias externas.
Peer Gynt (Quien durante sus anteriores palabras no ha dejado de beber):
Nosotros, los hombres del Norte, sabemos dirigir la batalla. La clave del arte de vivir consiste sólo en mantener los oídos bien cerrados a las pretensiones de cierta peligrosa víbora.
Míster Cotton:
¿A qué víbora se refiere usted?
Peer Gynt:
Se trata de una víbora diminuta, pero harto tentadora… (Bebe otra vez.) El secreto del arte del atrevimiento, del arte de ser capaz de verdaderas hazañas, consiste en poseer la libertad de opción en medio de las emboscadas insidiosas de la vida; en saber que no todo acaba el día en que termina la lucha; que tras uno se puede contar con un puente abierto para permitir la retirada… Esta teoría me ha sostenido y ha caracterizado toda mi existencia; la heredé del pueblo, que fue mi primer hogar, y entre el cual transcurrió mi infancia.
Monsieur Ballon:
Es noruego usted, ¿no?
Peer Gynt:
De nacimiento, sí. Pero soy ciudadano del mundo por naturaleza. Todo lo que me ha concedido la suerte se lo debo a América, y mis bibliotecas, bien repletas de libros, se las debo a las modernas escuelas alemanas. De Francia recibí mis chalecos, mis modales y mi ingenio; de Inglaterra, manos laboriosas y un gran sentido del provecho personal. Una pequeña propensión al dolce jar niente me llegó de Italia. Y en cierta ocasión un tanto apurada pude aumentar la medida de mis días gracias al acero sueco.
Herr von Eberkopf:
¡Nuestro homenaje al «Blandidor» de acero sueco! (Todos chocan las copas y beben con Peer Gynt, a quien empieza a caldeársele la cabeza.)
Míster Cotton:
Todo esto está muy bien; pero, sir, ahora quisiera saber qué piensa usted hacer con tanto dinero.
Peer Gynt (Sonriendo):
Hacer… Pues…
Los cuatro (Aproximándose más a él):
¡Sí! ¡Eso! ¡Díganoslo!
Peer Gynt:
¡Vaya! En primer término, pienso viajar; ése fue el motivo de que embarcase conmigo en Gibraltar a todos ustedes. Me hacía falta un coro de danzarines en torno al altar de mi becerro de oro…
Herr von Eberkopf:
¡Verdaderamente sutil!
Míster Cotton:
Pero nadie se hace a la mar si no es por algún fin; de eso no cabe duda… ¿Y ese fin es…?
Peer Gynt:
Ser emperador.
Los cuatro:
¡Cómo!
Peer Gynt (Asintiendo con la cabeza):
¡Emperador!
Los cuatro:
¿Emperador de dónde?
Peer Gynt:
Emperador del mundo entero.
Monsieur Ballon:
¿Qué dice usted, amigo?
Peer Gynt:
¡Por el poder del oro! No se trata de un proyecto nuevo ni mucho menos; ha sido la idea que ha animado siempre mi conducta. De pequeño ya navegaba en sueños sobre una nube por encima de los mares lejanos; alcancé las alturas con manto y cetro de oro, y caí…, a cuatro patas… Pero el objeto que perseguía quedaba en pie, amigos. Está escrito, no recuerdo ahora dónde[23], que «si conquistas el mundo entero, pero te pierdes a ti mismo, tu triunfo no será más que una corona sobre un cráneo hundido…».
Herr von Eberkopf:
Pero ¿qué es, entonces, el yo «gynteano»?
Peer Gynt:
El mundo que se alberga tras la bóveda de mi cráneo, que hace que yo sea yo y no otro, del mismo modo que Dios no es el diablo.
Herr Trumpeterstrale:
¡Ya entiendo lo que quiere usted decir!
Monsieur Ballon:
¡Como pensador, es usted sublime!
Herr von Eberkopf:
¡Y como poeta, es usted grande!
Peer Gynt (Con animación creciente):
El yo «gynteano» es un ejército de codicias, concupiscencias y deseos; el yo «gynteano» es un mar de ideas, exigencias y pretensiones… En pocas palabras: todo lo que hincha mi pecho y hace posible mi vida como tal. Pero lo mismo que Nuestro Señor necesita la tierra para existir como Dios del mundo, yo a mi vez necesito el oro para brillar como emperador.
Monsieur Ballon:
¡Pues el oro lo tiene usted!
Peer Gynt:
No es suficiente… Eso quizá valga para ser emperador «a lo Lipp-Detmold»[24], sobre dos o tres hectáreas de tierra. Pero yo quiero ser yo mismo en una sola pieza, «Gynt» sobre todo el planeta. \«Sir Gynt» de pies a cabeza!
Monsieur Ballon (Entusiasmado):
¡Poseer todo lo mejor del mundo!
Herr von Eberkopf:
¡Todo el johannisberg[25] centenario!
Míster Cotton:
Pero primero hace falta tener una oportunidad para…
Peer Gynt:
Ya la tengo; ése es el motivo de que levemos anclas. Esta noche haremos rumbo al Norte. Los diarios que he recibido me han enterado de una noticia muy interesante… (Se levanta, copa en mano.) Diríase que la fortuna ayuda sin descanso al que es arrogante…
Los cuatro:
Bueno; pero explíquenos…
Peer Gynt:
¡Grecia se ha sublevado!
Los cuatro (Enderezándose de un salto):
¡Cómo! ¿Los griegos?…
Peer Gynt:
Se han sublevado.
Los cuatro:
¡Hurra!
Peer Gynt:
Y el turco se encuentra en un verdadero aprieto. ¿Vacía la copa?
Monsieur Ballon:
¡A Grecia! ¡El Pórtico de la Gloria está abierto! ¡Yo aportaré ayuda con las armas francesas!
Herr von Eberkopf:
¡Y yo con arengas…, a distancia!
Míster Cotton:
¡Yo, a mi vez, con provisiones!
Herr Trumpeterstrale:
¡Adelante! ¡Yo buscaré en Bender[26] las espuelas más famosas de todo el mundo!
Monsieur Ballon (Abrazando a Peer Gynt):
Perdóneme, amigo mío, si por un segundo lo he juzgado erróneamente…
Herr von Eberkopf (Estrechando la mano a Peer Gynt):
¡Y yo, imbécil de mí, que estuve a punto de tomarlo por un malvado!
Míster Cotton:
No, eso es demasiado; a lo sumo, por un fatuo…
Herr Trumpeterstrale (Quiere besarlo):
¡Y yo, por un ejemplar de la peor ralea yanqui…! ¡Perdóneme!
Herr von Eberkopf:
Todos nos hemos equivocado…
Peer Gynt:
Pero ¿qué disparates están ustedes diciendo?
Herr von Eberkopf:
¡Ahora podemos ver reunido todo el esplendor del ejército «gynteano» de codicias, concupiscencias y deseos!…
Monsieur Ballon (Con admiración):
¿Con que era eso a lo que usted llamaba ser «Monsieur Gynt»?
Herr von Eberkopf (En el mismo tono):
¡Eso es ser «Gynt», y a mucha honra!
Peer Gynt:
¡Bien!, concreten ustedes…
Monsieur Ballon:
Pero ¿no comprende usted?
Peer Gynt:
¡Que me cuelguen si lo entiendo!
Monsieur Ballon:
¿Pues no va a dirigirse usted a los griegos con barcos y dinero?
Peer Gynt (Soplando):
¡No, gracias! Yo apoyo al más fuerte; prestaré dinero al turco…
Monsieur Ballon:
¡Imposible!
Herr von Eberkopf:
La conclusión es chistosa; pero no pasará de una broma…
Peer Gynt:
(Se calla por breve rato, y, apoyándose en la silla, adopta una actitud arrogante.) Óiganme, señores: más vale que nos separemos antes que se desvanezca como humo el último resto de amistad. Es fácil arriesgarse cuando no se tiene nada; cuando no se posee apenas otra cosa que el pedazo de tierra sobre el cual se proyecta la propia sombra, parece que está uno abocado a ser carne de cañón… Pero el que, como yo, ha llegado a tierra firme, se juega algo más importante. Vayan a Grecia. Cuenten con que yo los armaré y pondré en tierra gratuitamente; cuanto más aviven ustedes el fuego de lucha, más podré yo atirantar mi arco… ¡Luchen heroicamente por la libertad y la justicia! ¡Láncense con toda el alma a la empresa! ¡Desaten contra el turco todas las furias infernales y acaben con gloria sus días en la punta de una lanza jenízara!… Pero, por lo que a mí se refiere…, discúlpenme… (Dando unos golpecitos sobre el bolsillo interior de su chaqueta.) Tanto dinero, y soy yo mismo: Sir Peer Gynt. (Abre su quitasol y penetra en el bosque, donde se divisan las hamacas.)
Herr Trumpeterstrale:
¡Qué grosero!
Monsieur Ballon:
Su sentido del honor…
Míster Cotton:
¡Oh!, lo del honor aún pudiera pasar… Pero piensen ustedes en el enorme beneficio que nos aportaría la libertad del país…
Monsieur Ballon:
¡Yo ya estaba viéndome coronado de laureles, rodeado de hermosas griegas!…
Herr Trumpeterstrale:
¡Y yo veía en mis manos de sueco las enormes espuelas del héroe!
Herr von Eberkopf:
¡Yo veía la cultura de mi gran patria propagada por tierra y mares lejanos!…
Míster Cotton:
¡La mayor pérdida es la de lo positivo! Sería capaz de llorar… ¡Ya me veía como dueño y señor del Olimpo! Y si el monte no desdice de su fama, en él se hallan con seguridad yacimientos de cobre que podrían explotarse. Además, esa fuente Castalia, de tanta fama, cuenta con múltiples cascadas que, calculando por lo bajo, representarían más de mil caballos de fuerza…
Herr Trumpeterstrale:
¡He de ir a toda costa! ¡Mi espada sueca vale más que el oro yanqui!
Míster Cotton:
Quizá. Pero, confundidos en las filas, desapareceríamos entre la multitud. ¿Y dónde está entonces la utilidad?
Monsieur Ballon:
¡Maldita sea! ¡Tan cerca como nos hallábamos de la cumbre de la fortuna! ¡Y tener que detenernos!
Míster Cotton (Amenazando con el puño cerrada al yate):
¡Ah! Ese negro ataúd encierra el dorado sudor de los negros del nabab…
Herr von Eberkopf:
¡Tengo una idea soberana! ¡Pronto! ¡Partamos!… ¡Su imperio pende de un hilo! ¡Hurrah!
Monsieur Ballon:
¿Qué pretende usted?
Herr von Eberkopf:
Hacerme con el mando; la tripulación es mercenaria… ¡A bordo! ¡Yo me apropio del yate!
Míster Cotton:
¿Usted?… ¡Cómo!
Herr von Eberkopf:
Me incauto de todo. (Se dirige hacia la lancha.)
Míster Cotton:
¡De ser así, me veré obligado a tomar parte por mi propio interés! (Lo sigue.)
Monsieur Ballon:
¡Una canallada!… Pero…
Herr Trumpeterstrale:
No tendré más remedio que seguirlos… ¡Ah! Pero eso sí, protestaré ante todo el mundo… (Sigue a los otros.)