ESCENA CUARTA

Vivienda de Asa. Por la noche. En la chimenea arden unos leños alumbrando la habitación. El gato, en una silla, al pie del lecho.

Asa crispa nerviosamente sus manos sobre las sábanas de la cama, donde está acostada.

Asa:

¡Dios mío! ¿No viene? ¡Tarda tanto! No dispongo de nadie a quien enviar por él. ¡Y tengo tantas cosas que decirle! ¡No se puede perder un momento! ¡Ha resultado tan repentino! ¡Quién lo pensara! ¡Ah, si yo pudiese estar segura de no haber sido demasiado severa con él…!

Peer Gynt (Entrando):

¡Buenas noches!

Asa:

¡Dios te bendiga! ¡Al cabo has llegado, hijo mío! Pero ¿cómo te has atrevido a venir aquí? Aquí corre peligro tu vida.

Peer Gynt:

¡Oh, la vida no me importa! Tenía que venir.

Asa:

Entonces, Kari dará la cara, y yo podré morir en paz.

Peer Gynt:

¡Morir! ¿De qué estás hablando?

Asa:

¡Ay, Peer! ¡El fin se acerca…! ¡Ya no me queda mucho!

Peer Gynt (Se estremece y pasea por la alcoba):

¡Vaya! Había huido de las tristezas pensando que aquí podría deshacerme de ellas… ¿Tienes helados los pies y las manos?

Asa:

Sí, Peer; pronto se habrá acabado todo. Cuando veas que se extingue la luz de mis ojos, los cerrarás con cuidado. Y luego te ocuparás del ataúd; pero que sea bueno, hijo mío… ¡Ah, no! Me olvidaba…

Peer Gynt:

¡Cállate! Sobra tiempo para pensar en esas cosas.

Asa:

Bien, bien. (Mirando con inquietud toda la alcoba.) Ya ves lo poco que han dejado.

Peer Gynt (Haciendo un gesto):

¡Otra vez lo mismo! (Con voz áspera.) Sí, ya sé que tengo la culpa.

Asa:

¿Tú? ¡No! La maldita bebida es la culpable de la desgracia. ¡Pero, hijo de mi alma, si estabas borracho, y estando así no sabe uno lo que hace!… Además, como acababas de cabalgar en el macho de reno, es natural que estuvieses algo aturdido.

Peer Gynt:

Sí, sí; deja esa historia. ¡Y todas las demás! Vamos a dejar todo lo triste para después…, para otro día. (Se sienta en el borde de la cama.) Ahora, madre, hablemos, pero sólo de cosas sin importancia, olvidando todas las deprimentes y complicadas, todo lo que pueda hacer daño… ¡Caramba! Aquí está el viejo gato. ¿Vive todavía?

Asa:

¡Se lamenta tanto por las noches! Ya sabes lo que eso significa, Peer.

Peer Gynt (Variando de conversación):

¿Qué novedades hay por la comarca?

Asa (Sonriendo):

Se habla de cierta joven que echa de menos las montañas…

Peer Gynt (Precipitadamente):

¿Y Mads Moen? ¿Se conforma?

Asa:

Dicen que ella no presta oídos al llanto de los viejos. Deberías hacerles una visita, Peer; quizá encontrases algún remedio…

Peer Gynt:

Dime: ¿y el herrero, qué hace?

Asa:

¡Oh, no hables del puerco del herrero! Prefiero decirte el nombre de la muchacha de quien te he hablado antes…

Peer Gynt:

No; hablemos, pero de cosas sin importancia, olvidando todas las deprimentes y complicadas, todo lo que nos pueda causar daño… ¿Tienes sed? ¿Te traigo de beber? ¿Puedes estirarte en la cama? ¡Es tan corta!… Déjame ver. Pero, oye, si ésta es la cama en que dormía yo de pequeño. ¿Te acuerdas? ¡Cuántas noches pasaste sentada en mi cabecera, arropándome con la manta de piel y cantándome!

Asa:

¡Sí! ¿También te acuerdas tú? Cuando salía de viaje tu padre, jugábamos al trineo. La manta de piel era la capota, y el piso, un fiordo cubierto de hielo.

Peer Gynt:

¡Eso! Pero ¿y lo mejor, madre? ¿Lo recuerdas? Aquellos magníficos caballos.

Asa:

¡Claro! ¿Creías que lo había olvidado? Era el gato que nos prestaba Kari.

Peer Gynt:

Nuestra ruta nos llevaba por valles y montañas al palacio situado al oeste de la Luna, y al oeste del Sol, al hermoso palacio de Soria-Moria[18]. Aquel bastón que hallamos en el armario te servía de fusta.

Asa:

Y yo iba en lo alto del pescante.

Peer Gynt:

¡Sí, sí! Y soltabas las riendas a medida que avanzábamos, volviéndote a preguntarme si tenía frío… ¡Dios te bendiga, vieja gruñona! Posees un alma cariñosa… ¿De qué te quejas?

Asa:

Es mi espalda. ¡Está tan rígida!

Peer Gynt:

Estírate; yo te sostengo. ¿Ves cómo ya estás mejor?

Asa (Intranquila):

No, Peer. ¡Quiero irme!

Peer Gynt:

¿Irte?

Asa:

Sí, irme de aquí; lo he deseado tanto…

Peer Gynt:

¡Eso son ganas de hablar! ¡Arrópate! Deja que me siente en el pescante; vamos a acortar la noche cantando.

Asa:

Más valdrá que busques la Biblia en el armario. ¡Estoy tan intranquila!

Peer Gynt:

En el palacio de Soria-Moria celebran una fiesta el rey y el príncipe. Descansa en el asiento; te llevaré hasta allá a través de los campos desiertos…

Asa:

Pero, querido Peer, ¿estoy invitada?

Peer Gynt:

Sí, los dos estamos invitados. (Rodea con una cuerda la silla donde duerme el gato, toma un bastón y se sienta a los pies de la cama.) ¡Arre, caballo, arre! ¿No tendrás frío, madre? ¡Vaya!, bien se ve que cuando Grane aprieta a correr…

Asa:

Peer, ¿qué suena?

Peer Gynt:

Los cascabeles relucientes, madre.

Asa:

¡Ah! ¿Y cómo es que suenan a hueco?

Peer Gynt:

Ahora estamos cruzando un fiordo.

Asa:

¡Tengo miedo! ¿Qué es eso que zumba de forma tan fuerte y tan rara?

Peer Gynt:

Son los abetos, madre, que susurran en el páramo. ¡Tranquilízate!

Asa:

Algo brilla y centellea allá en lontananza. ¿De dónde viene esa luz?

Peer Gynt:

De las puertas y ventanas del palacio. Hay baile, ¿lo oyes?

Asa:

Sí.

Peer Gynt:

San Pedro está fuera y te invita a entrar.

Asa:

¿Saluda?

Peer Gynt:

Sí, con reverencias, y obsequia con su vino más dulce.

Asa:

¿Vino? ¿Tiene pasteles, además?

Peer Gynt:

¡Ya lo creo! Una fuente llena hasta los bordes… Y la difunta mujer del pastor te prepara café y merienda.

Asa:

¡Dios mío! ¿Y podremos estar los dos juntos?

Peer Gynt:

Cuanto quieras.

Asa:

¡Hay que ver, Peer, a qué ceremonias me traes!

Peer Gynt:

¡Arre, caballo, arre!

Asa:

Querido Peer, ¿tendrás cuidado de no salirte del camino?

Peer Gynt (Dando un fustazo):

Aquí el camino es ancho.

Asa:

¡Esta velocidad me agota!

Peer Gynt:

¡Ya veo asomar el palacio! Dentro de poco habrá acabado el viaje.

Asa:

Cerraré los ojos. ¡Confío en ti, hijo!

Peer Gynt:

¡Date prisa, Grane, caballo mío! La multitud se agolpa delante del palacio; se dirigen como hormigas hacia el portón. ¡Ya llega Peer Gynt con su madre! ¿Qué dices, señor San Pedro? ¿Que no dejas entrar a mi madre? Pues, por mucho que busques no encontrarás un pellejo tan honrado… De mí no hay para qué hablar; puedo esperar fuera. Si quieres, ofréceme una copa de aguardiente, y si no, me marcho tan contento. He inventado demasiadas historias como aquella del diablo en el púlpito, y he llamado gallina a mi madre porque cantaba y tarareaba… Pero a ella habréis de respetarla y honrarla, y muy en serio, a fe mía. Hoy no viene tan buena gente de la comarca… ¡Vamos! ¡Ahí está Dios nuestro Señor! ¡Pronto tendrás tu merecido, San Pedro! (Ahuecando la voz.) ¡Abandona esos modales de trinchante! ¡Madre Asa, pasa libremente! (Lanza una carcajada y se vuelve hacia su madre.) ¿Lo ves? ¡Ya lo sabía yo! ¡Han cambiado de tono! (Con angustia.) ¿Por qué me miras con esos ojos que parece que van a saltarse? ¡Madre! ¿Has perdido el conocimiento?… (Se acerca a la cabecera.) ¡No me mires así! ¡Habla, madre! ¡Soy tu hijo! (Coloca con cuidado la frente y las manos de Asa; luego suelta la cuerda sobre la silla y dice con voz sorda): ¡Ah!, sí… Puedes descansar, Grane. ¡En este mismo momento se ha acabado el viaje! (Cierra los ojos a Asa y se inclina sobre su cuerpo.) ¡Gracias por todo…, por tus golpes y por tus caricias! Y ahora dame las gracias a mí también… (Apoya la mejilla en los labios de su madre.) ¡Eso es! En premio al viaje…

Kari (Entrando):

¡Cómo! ¡Peer! Entonces, se acabaron ya las penas… ¡Dios mío, qué tranquilamente duerme!… ¿O es que…?

Peer Gynt:

¡Chist! ¡Está muerta! (Kari llora junto al cadáver. Peer Gynt, durante largo rato, se pasea por la habitación. A la postre, junto al pie de la cama.) Procura que sea enterrada con todos los honores; tengo que hacer por salir de aquí.

Kari:

¿Vas lejos?

Peer Gynt:

Hacia el mar.

Kari:

¿Tan lejos?

Peer Gynt:

Y más lejos aún. (Vase.)