En el bosque. Ante una cabaña recién construida. Sobre la entrada, astas de reno. Nieve espesa. Anochece.
Peer Gynt, delante de la puerta, clava una gran cerradura de madera.
Peer Gynt:
Debe haber una cerradura, una cerradura que cierre bien la puerta a los duendes, al hombre y a la mujer; debe haber una cerradura que no deje entrar a los gnomos furiosos… Vienen con la oscuridad, golpean y llaman… «¡Abre, Peer Gynt! Somos ligeros como pensamientos, andamos bajo la cama, esparcimos las cenizas, entramos por la chimenea como dragones llameantes. ¡Ja, ja! ¿Crees tú, Peer Gynt, que bastan tablas y clavos para impedir la entrada a los malos pensamientos de los gnomos?» (Solveig, con un pañuelo a la cabeza y una azucena en la mano, aparece deslizándose por la nieve sobre sus esquís.)
Solveig:
¡Dios bendiga tu trabajo! No me rechaces. Vengo porque me has llamado; tómame…
Peer Gynt:
¡Solveig! ¿No es…? ¡Sí, sí; cierto! ¿No tienes miedo a acercarte?
Solveig:
Me enviaste recado con la pequeña Helga. El viento y el silencio me trajeron otros mensajes. Mensajes me traía tu madre en todo lo que hablaba de ti, y yo los multiplicaba en mis sueños. Las noches tristes y los días vacíos me avisaban que era el momento de venir aquí… Parecía que la vida se había apagado allí abajo. Mi corazón no me dejaba reír ni llorar. No estaba segura de mi deber.
Peer Gynt:
Pero ¿y tu padre?
Solveig:
Sobre la inmensa tierra del Señor, ya no tengo a nadie a quien llamar padre ni madre; me he desligado de todos.
Peer Gynt:
¡Solveig, mi bien! ¿Para venir a mi lado?
Solveig:
Sí; sólo para venir a tu lado. Serás mi amigo y mi consuelo… (Llorando.) ¡Qué duro fue separarme de mi hermanita y peor aún tener que despedirme de mi padre y dejar a aquella que me llevó junto a su seno! ¡Ay, no, Dios mío! Lo más duro fue dejarlos a todos.
Peer Gynt:
¿Conoces la sentencia, dictada esta primavera, que me desposó de herencia y hogar?
Solveig:
¿Acaso puedes creer que por la herencia y los bienes me he separado de mis seres queridos?
Peer Gynt:
¿Ya sabes las condiciones? Cualquiera que me encuentre fuera del bosque tiene derecho a detenerme…
Solveig:
He venido sobre mis esquís preguntando el camino; querían saber adonde iba, y yo respondía: «A mi casa.»
Peer Gynt:
¡Entonces, afuera clavos y tablones! Ya no se necesita cerradura contra los pensamientos de los gnomos. Si tú te atreves a vivir con el cazador, yo sé que Dios bendecirá la cabaña. ¡Solveig! ¡Déjame que te mire! ¡No te acerques más! ¡Sólo mirarte! ¡Ah!, eres tan fina, tan ligera… Si me dejaras llevarte en mis brazos, Solveig, nunca sentiría cansancio. ¡No te mancillaré! ¡Con los brazos extendidos te tendré a distancia de mí, amor! ¡Quién hubiera pensado que tú podías quererme! ¡Oh, no sabes cuántos días y cuántas noches te he añorado! Mira mi construcción; habrá que derribarla, es muy pobre y muy pequeña.
Solveig:
Grande o pequeña…, me gusta. ¡Qué bien se respira cara al viento! Allí abajo hacía un tiempo de bochorno; me sentía oprimida. También eso me ha hecho huir del lugar… Pero aquí, donde se oye murmurar los pinos, ¡qué silencio y qué música a la vez! ¡Aquí se halla mi hogar!
Peer Gynt:
¿Estás segura? ¿Para toda tu vida?
Solveig:
El camino que yo he pisado no vuelve nunca atrás.
Peer Gynt:
Eres mía, pues. Entremos. Deja que te vea dentro de la cabaña. ¡Pasa! Buscaré leña para el fuego. Para que haya luz y calor. Estarás cómodamente sentada, sin tener frío jamás… (Abre la puerta. Solveig entra, Peer continúa un instante inmóvil; ríe, lleno de alegría, y da un brinco.) ¡Mi princesa! ¡Por fin la he encontrado! ¡Es mía! ¡Oh, ahora sí que construiré el palacio real! (Toma el hacha y se dirige al bosque. En el mismo instante sale de la espesura una vieja mujer vestida de verde y andrajosa. Un niño feo, con un cuenco de cerveza, la sigue cojeando y agarrándose a sus faldas).
La mujer de verde:
¡Buenas tardes, Peer andarín!
Peer Gynt:
¿Qué pasa? ¿Quiénes sois?
La mujer de verde:
¡Somos antiguos amigos, Peer Gynt! Mi cabaña está cerca. Somos vecinos.
Peer Gynt:
¡Ah! ¿De veras?
La mujer de verde:
A medida que se iba construyendo tu cabaña, iba la mía construyéndose asimismo.
Peer Gynt (Hace intención de marcharse):
Tengo prisa…
La mujer de verde:
¡Siempre la tienes, hombre! Pero yo troto detrás y acabo dando contigo siempre.
Peer Gynt:
¡Te engañas, buena mujer!
La mujer de verde:
Me engañé hace tiempo, en aquella ocasión en que creí en tus promesas.
Peer Gynt:
¿Promesas…? ¿De qué diablos estás hablando?
La mujer de verde:
¿Has olvidado acaso aquella noche en que bebías en casa de mi padre? ¿La has olvidado?
Peer Gynt:
¿He olvidado lo que no he sabido jamás? ¿De qué estupideces hablas? ¿Cuándo nos hemos visto por última vez?
La mujer de verde:
La última vez que nos vimos, fue la primera. (Al niño feo.) ¡Anda y da de beber a tu padre; me parece que tiene sed!
Peer Gynt:
¿Padre? ¡Estás borracha! ¿Llamas a este…?
La mujer de verde:
¿Es que no conoces al cerdo por la piel? ¿Dónde tienes los ojos? ¿No ves que es paralítico de un pie, como tú lo eres del espíritu?
Peer Gynt:
¿Quieres hacerme creer…?
La mujer de verde:
Pretendes desentenderte…
Peer Gynt:
¡Este niño desgarbado…!
La mujer de verde:
Ha crecido deprisa.
Peer Gynt:
¿Te atreves, hocico de duende, a hacerme pasar por…?
La mujer de verde:
Escucha, Peer Gynt. ¡Eres terco cual un toro! (Llorando.) ¿Qué culpa tengo de no ser ya bonita como cuando intentabas seducirme por las laderas y colinas? Este otoño, cuando di a luz, el diablo me sostuvo la espalda; así se comprende que me haya vuelto fea. Pero, si quieres verme tan hermosa como antes, no tienes más que enseñar la puerta a la muchacha que está ahí dentro; apártala de tu vista y de tu mente. ¡Hazlo, bien mío! ¡Y verás cómo desaparece mi hocico!
Peer Gynt:
¡Afuera de aquí, bruja maldita!
La mujer de verde:
¡Sí, eso quisieras tú!
Peer Gynt:
¡Te daré un golpe en el cráneo!
La mujer de verde:
¡Inténtalo, si te atreves! ¡Ja, ja! ¡Yo resisto todos los golpes, Peer Gynt! Volveré cada día. Abriré la puerta para veros a los dos. Y si estás sentado en el banco junto a la muchacha, si te pones mimoso, Peer Gynt, si tienes ganas de juegos y caricias, me sentaré entre vosotros y exigiré mi parte. ¡Ella y yo alternaremos! ¡Adiós, bien mío! ¡Puedes casarte mañana!
Peer Gynt:
¡Qué odiosa pesadilla!
La mujer de verde:
¡Ah! Por cierto que tendrás que mantener al niño vagabundo. Diablillo, ¿quieres ir con tu padre?
Peer Gynt (Escupiendo al niño):
¡Ven, que te voy a dar un hachazo! ¡Ven!
La mujer de verde (Besando al niño):
¡Qué cabeza tiene este cuerpo! Cuando seas mayor, serás enteramente como tu padre.
Peer Gynt (Pataleando de cólera):
¡Quisiera veros lejos de aquí!
La mujer de verde:
¿Estamos cerca ahora?
Peer Gynt (Retorciéndose las manos):
¡Y todo esto…!
La mujer de verde:
¡Sólo por pensamientos y deseos! ¡Pobre Peer!
Peer Gynt:
¡El mal es para otra persona! ¡Solveig, mi puro tesoro!
La mujer de verde:
¡Sí, sí! «Los inocentes son los que pagan», dijo el diablo cuando su madre le pegaba porque su padre estaba borracho. (Desaparece torpemente en la espesura con el niño, que arroja el cuenco tras su padre.)
Peer Gynt (Después de un largo silencio):
«¡Da la vuelta!», decía Boigen. No hay otro remedio. Se ha derrumbado ruidosamente el palacio real. Ahora, una muralla me separa de la que tanto amo. ¡Todo me parece horrible de pronto, y mi alegría ha envejecido! ¡Da la vuelta, hombre! ¡No hay camino recto que te lleve a ella! ¿Recto? ¡Ah! Debe de haber uno… Algo he leído sobre el arrepentimiento, si mal no recuerdo; pero ¿qué era, qué decía? No tengo el libro; ya casi lo he olvidado por completo, y aquí, en pleno bosque, no encontraría consejo. ¿Arrepentimiento? Pasarían años quizá hasta que alcanzara el camino. Sería una pobre vida. Romper lo que es frágil, dulce y hermoso, haciéndolo añicos…; puede ser con un violín, pero no con una campana. Donde ha de crecer el césped no se debe pisar. ¡Todo lo de esa mujer con jeta de marrana ha sido mentira! ¡Se acabaron las abominaciones! ¡Ay!, he logrado apartarlas de mi vista, pero no de la mente; se han deslizado dentro de mí los pensamientos resbaladizos. ¡Ingrid! ¡Y las tres pastoras que corrían por las colinas!, ¿querían a su vez interponerse entre nosotros, pidiendo, entre risas y enfados, que las abrazara y las llevara cuidadosamente sobre mis brazos tendidos? ¡Da la vuelta, hombre! ¡Aunque tuviera el brazo tan largo como el tronco de un abeto, siempre me parecía que jamás podría verla tan lejos de mí que lograra conservarla pura e inmaculada! Debo salir de aquí de una manera o de otra, para que no haya ventaja ni perjuicio. ¡Hay que desprenderse de semejantes cosas y entregarlas al olvido! (Da unos pasos hacia la cabaña, pero se detiene de nuevo.) ¿Entrar, después de esto? ¡Cubierto de lodo y vergüenza! ¿Entrar seguido por una legión de duendes? ¿Hablar y callar no obstante? ¿Confesar y, con todo, ocultar? (Arroja el hacha). Esta noche es víspera de fiestas. ¡Ir al encuentro de ella tal y como ahora estoy sería un sacrilegio!
Solveig (Desde la puerta):
¿Vienes?
Peer Gynt (En voz baja):
¡Hay que dar la vuelta!
Solveig:
¿Qué dices?
Peer Gynt:
Has de esperar. Está oscuro y debo buscar algo que pesa mucho.
Solveig:
Aguarda. Yo te ayudaré. Compartiremos la carga.
Peer Gynt:
¡No! Quédate donde estás. He de llevarla yo solo.
Solveig:
Pero ¡no vayas demasiado lejos, Peer!
Peer Gynt:
Ten paciencia, mujer; lejos o cerca…, habrás de esperar.
Solveig (Afirmando con la cabeza):
¡Esperaré! (Peer vase por el sendero del bosque. Solveig permanece a la puerta.)