ESCENA SEGUNDA

Habitación en casa de Asa. Todo está revuelto; las arcas abiertas y las ropas desparramadas por todas partes. Sobre la cama hay un gato.

Asa y Kari, mujer de un labrador, se hallan muy afanadas para ordenar todo.

Asa (Corriendo a un extremo de la estancia):

¡Oye, Kari! ¿Dónde estará? ¿Dónde se habrá metido? ¡Respóndeme!… ¿Qué es lo que estoy buscando? ¡Estoy atontada! ¿Dónde está la llave del arca?

Kari:

En la cerradura.

Asa:

¿Qué ruido es ése? ¿Qué ocurre?

Kari:

El último carro que llevan a Hoegstad.

Asa: (Llorando):

¡Ojalá me sacaran de aquí también! ¡Pero en un negro ataúd! ¡Ay, cuánto se ha de sufrir en este mundo! ¡Dios se apiade de mí! ¡Toda la casa está vacía! Lo que ha dejado el viejo de Hoegstad, me lo ha quitado el juez. ¡Ni siquiera ha prescindido de la ropa que llevaba puesta! ¡Maldita gentuza! ¡Ojalá lo paguen los que obran tan inflexiblemente! (Se sienta en el borde de la cama.) ¡Ni casa, ni tierras! ¡Ya no hay nada en poder de la familia! El viejo fue duro; pero más aún lo ha sido la justicia. No hubo ayuda ni piedad… Peer estaba lejos; nadie podía aconsejarme.

Kari:

Sin embargo, puedes quedarte aquí hasta morir.

Asa:

Sí; el gato y yo comiendo pan de limosna.

Kari:

¡Dios te protegerá, mujer! Pero Peer te ha salido demasiado caro.

Asa:

¿Peer? ¡Estás loca! ¡Si Ingrid volvió sana y salva! Mejor harían en culpar al diablo… Él es el culpable, y nadie más. ¡El muy malvado tentó a mi pobre hijo!

Kari:

¿No sería preferible que llamáramos al pastor? Tal vez estés peor de lo que crees.

Asa:

¿Al pastor? ¡Ah! Sí, quizá… (Poniéndose de pie bruscamente.) ¡No, no! ¡Por Dios! Si no puede ser. Soy la madre del mozo. Mi deber es ayudarlo en lo que sea, cuando todo el mundo lo abandona. Le han dejado esta chaqueta. Voy a remendarla. ¡Ah, Dios mío! Si me atreviera a quedarme con la manta de piel… ¿Dónde están los calcetines?

Kari:

Ahí, entre las otras cosas.

Asa (Revolviendo):

Mira lo que me encuentro. ¡Un viejo molde de fundir, Kari! Con esto, al fundidor de botones. Fundía, moldeaba, grababa. Una vez, cuando se daba aquí un banquete, entró el chico y le pidió a su padre un pedazo de estaño. «Estaño, no —dijo Juan—; ¡una moneda de plata de Cristian!, que sepan que eres hijo de Juan Gynt.» ¡Dios haya perdonado a Juan! Cuando estaba borracho, todo le daba igual, estaño u oro… Aquí están los calcetines. ¡Ah, sí; sólo tienen agujeros! ¡Hay que zurcirlos, Kari!

Kari:

Buena falta les hace.

Asa:

En cuanto haya acabado, me meteré en la cama. Me siento muy cansada y enferma… (Contenta.) ¡Dos camisas de lana, Kari! ¡Se las han dejado!

Kari:

Sí, es verdad.

Asa:

Nos vienen muy bien. Puedes apartar una, o, escucha, mejor será que nos quedemos con las dos. ¡La que llevo puesta está tan gastada!

Kari:

¡Jesús, madre Asa! ¡Eso es pecado!

Asa:

Sí, sí; pero ya sabes que, según dice el pastor, pecados como éste y otros se perdonan.