En la espesura de un bosque de pinos. Tiempo gris, de otoño. Nieva.
Peer Gynt, en mangas de camisa, derriba árboles.
Peer Gynt (Dando hachazos a un viejo pino de ramas retorcidas):
Sí, sí; eres un viejo terco. No obstante, de poco va a servirte; están contadas tus horas. (Reanuda los hachazos.) Ya veo que tienes cota de malla; pero yo la romperé, por fuerte que sea. Sí, sí; agitas tu brazo retorcido. Es natural que rabies. ¡Pues, de todos modos, tendrás que doblegarte! (Se interrumpe bruscamente.) ¡Mentira! Es un árbol viejo no más. ¡Mentira! No es un caballero armado de acero; es un simple pino con la corteza agrietada. ¡Trabajo duro éste de derribar árboles! ¡Y cuando uno se pone a soñar, es, además, una maldición! Hay que acabar de una vez con esto de andar siempre por las nubes soñando despierto. ¡Estás proscrito, muchacho! Te han desterrado al bosque. (Trabaja con ahínco durante un rato.) ¡Sí, proscrito! Ya no tienes madre que te ponga la mesa y te sirva la comida. Si deseas comer, hombre, habrás de arreglarte tú mismo y traer crudo del bosque y del río lo que sea. Y luego, partirte la leña, encenderte el fuego, hacértelo todo como puedas. Si deseas ropa de abrigo, cazarás renos. Si quieres construirte tu casa, buscarás piedras. Y si la quieres de madera, derribarás árboles. (Deja caer el hacha y se queda absorto mirando al vacío.) ¡Mi casa será magnífica! Sobre el tejado se elevará la torrecilla con su veleta…, y esculpiré en la cartela una sirena con forma de pez desde el ombligo. La giraldilla y las cerraduras serán de metal. También procuraré hacerme con vidrios. Los forasteros se preguntarán qué será lo que brilla tanto allá en las colinas. (Riendo con rabia.) ¡Maldita mentira! ¡Ya empezaba otra vez!… ¡Estás proscrito, hijo mío! (Dando hachazos con furia.) Una cabaña cubierta con ramas de pino presta, asimismo, sus servicios contra el frío y la lluvia. (Dirigiendo la mirada a la copa del árbol.) Ya se tambalea. Con una patada nada más se vendrá abajo… (Comienza a destrozar el tronco; pero, de pronto, nuevamente cesa en su tarea y se queda escuchando, con el hacha en alto.) ¡Detrás de mí hay alguien! ¿De modo que eres tú, viejo de Hoegstad; de modo que intentas sorprenderme a traición? (Se oculta tras el árbol y se asoma de cuando en cuando.) ¡Un mozalbete, sólo un mozalbete! Parece asustado. Mira con recelo en torno suyo. ¿Qué esconderá bajo la chaqueta?… ¡Una hoz! Se detiene, mira de nuevo…, coloca su mano sobre un tronco. ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué se apoya?… ¡Ay, se ha cortado el dedo, el dedo entero! Sangra como un toro… Allá va corriendo con la mano envuelta en un trapo. (Levantándose.) ¡Demonio, se necesita valor! ¡Un dedo no se puede perder así como así! ¡Y cortárselo del todo, sin que lo obligue nadie!… ¡Ah!, ¡ahora recuerdo! Es la única manera de librarse del servicio del rey. ¡Eso es! ¡Claro está! Han querido enviarlo a la guerra, y el muchacho, se explica, no ha querido ir… Pero ¡cortar…, separarse para siempre de…! Pensarlo, desearlo, sí; quererlo incluso. Pero hacerlo…, ¡no! ¡No puedo comprenderlo! (Mueve la cabeza y reanuda su trabajo.)